En memoria de José Luis Romero

ABELARDO VILLEGAS

El pasado dos de marzo murió en la Ciudad de Tokio el historiador argentino José Luis Romero. Su pérdida ahonda más la crisis de la cultura argentina puesta en trance de desaparecer por el régimen del general Videla. En alguno de sus numerosos viajes a México, Romero decía que, devolviendo golpe por golpe, él era un especialista en historia europea, así como hay muchos europeos que escudriñan nuestro pasado —especialista, además, en historia de las ciudades europeas. Verdadera ave rara en nuestro medio historiográfico profundamente localista.

Sin embargo, comprometido con la historia de su país desde el punto de vista de las ideas socialistas, del partido socialista argentino, no pudo menos que ocuparse de Argentina y de América Latina. A mi me produjo una impresión perdurable un tomo que publicó en México sobre El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX. No se trataba de una exposición de sistemas sino de aquellas ideas que habían sido suscritas por grupos sociales, partidos políticos, iglesias, destinadas a influir en la vida colectiva, a lo largo de este siglo. El panorama que presentaba allí Romero resultaba interesante para un mexicano por las similitudes y diferencias con nuestro propio proceso nacional.

La principal diferencia consistía en que la historia moderna argentina está jalonada por lo que él llamó aluviones inmigratorios. Siguiendo los programas de Sarmiento y Alberdi, los argentinos decidieron europeizarse destruyendo a los grupos de indígenas nómadas y ahogando dentro de las mallas de la propiedad privada rural al gaucho libre, viejo exponente del aventurismo español. Pues para estos civilizadores España no era Europa sino fundamentalmente Inglaterra, Italia, Francia. Sin embargo, cuenta Romero cómo las viejas oligarquías argentinas decidieron defender un supuesto argentinismo frente al aluvión inmigratorio. Así los trabajadores italianos, alemanes y de otras nacionalidades, tuvieron que continuar en el nuevo mundo una lucha que habían iniciado en sus lugares natales. Romero describe la ideología de un nacionalismo restringido suscrito por estas oligarquías y la organización laboral a finales del siglo pasado, de los primeros partidos socialistas y anarquistas de Latinoamérica. Los trabajadores se defendían con el socialismo del viejo continente, sus sesiones eran casi exclusivamente en alemán e italiano y sus tácticas eran las de los proletariados europeos.

En las páginas de su libro se narra cómo se formó el Partido Radical cuya acción protagoniza las primeras tres décadas de este siglo, cómo era el vago espiritualismo de su líder máximo, Hipólito Yrigoyen, una especie de Madero argentino pero mucho más agresivo, y cómo intentando eliminar la vieja oligarquía tuvo que pactar al final con ella. Se describen también las luchas parlamentarias del Partido Socialista; la irrupción en 1928-29 de los militares para convertirse hasta la fecha en supremos árbitros de la vida política argentina; la aparición en la década de los treintas —la “década infame”— del corporativismo fascista, del antiimperialismo de Forja, una rama del desintegrado partido radical, y por fin la aparición del peronismo.

Romero estaba muy lejos de ser un peronista, sin embargo, su libro trata con objetividad la doctrina peronista y explica bien el impacto que produjo en las masas. Romero caracteriza de “reaccionario” el meollo último de la ideología peronista, pero afirma, “no quiere esto decir que las masas que seguían fervorosamente al ‘conductor’ participaran de su pensamiento profundo. Participaban de las ideas que creían descubrir en su retórica intencionalmente confusa, elaborada sabiamente para estimular las legítimas aspiraciones y para despertar la militante adhesión de unas masas que se habían sentido sometidas y postergadas durante largos años y que carecían de experiencia política como para apreciar la sutil maniobra mediante la cual se procuraba instrumental izarlas para servir ocultos designios”. Este juicio, vertido en 1965 es importante, porque después de la caída de Perón, dado el desastre de los gobiernos militares o militarizados que se entronizaron posteriormente, los izquierdistas adquirieron frente al peronismo una especie de mala conciencia por haberle hecho la oposición. Por mi parte creo que el juicio es certero y creo que el actual caos argentino se originó en las profundas divergencias del neoperonismo que dieron pábulo nuevamente a los gobiernos militares.

Apenas el año pasado se publicó en México otra obra de Romero, de alcance continental. Se llama Latinoamérica: las ciudades y las ideas. En ella logró conjugar el historiador argentino su especialidad y su vocación. Sus conocimientos acerca del papel histórico de las ciudades fue aplicado en este caso a la historia latinoamericana. Muestra cómo desde los orígenes, las ciudades latinoamericanas fueron fundadas y utilizadas por el imperio español para consolidar un dominio que se le escapaba en el ámbito rural y cómo desde entonces la mentalidad urbana se constituye en una verdadera ideología, pero también cómo el desarrollo de las ciudades, determinado por necesidades reales y no simplemente de política metropolitana, va transformando y trastornando los propósitos coloniales configurando una historia autónoma. Habla, después, del impacto mercantilista e industrialista en las ciudades latinoamericanas en los siglos XVIII, XIX y XX respectivamente, refiriendo cómo también se intenta transformar la mentalidad urbana con un propósito ideológico y cómo este impacto se va convirtiendo asimismo en nuevos intentos de desarrollo autónomo.

De hecho se trata de una nueva y sagaz interpretación de la historia latinoamericana donde los tópicos del desarrollo urbano y agrario, tópicos clásicos de la cultura argentina, adquieren una actualidad sorprendente. La vigorosa y original obra de Romero, su indudable trascendencia, mostrará seguramente la pervivencia de la cultura frente a la barbarie militarista.