1830 – EL ROMANTICISMO CONQUISTA PARÍS
[Audiciones del SODRE. Edición a cargo de Luz Romero]
Escena I
Relator A – Relator B – Teófilo Gautier – Víctor Hugo
Cortina musical
RELATOR A: París, 1830. En los espíritus y en las calles, signos de tormenta.
Cortina musical.
RELATOR B: “Preferiría aserrar madera antes que reinar a la manera del Rey de Inglaterra…”
RELATOR A: Éste era Su Majestad el Rey de Francia, Carlos X. Era ultramontano y se consideraba sacrosanto. Quería el absolutismo y el retorno a las tradiciones de la Edad Media, y por eso se hizo coronar en la Catedral de Reims. Pero entre la Edad Media y su tiempo mediaba… la Revolución Francesa. El pueblo llegó a odiarlo, pero odió aún más a su ministro, el Duque de Polignac.
Cortina musical.
RELATOR A: Los periódicos liberales agitaban el ambiente. Thiers y Guizot pregonaban que estaban vivos los principios defendidos por la revolución de 1789 y cantaban a la libertad con encendidas frases. Por su parte los periódicos realistas vociferaban contra esa libertad, que siendo tan escasa, parecíales excesiva. Los ánimos se caldeaban y la opresión se hacía intolerable. La censura se mostraba severa.
Cortina musical breve.
RELATOR A: Precisamente, Víctor Hugo acaba de toparse con ella. Son ya muchos los que admiran sus odas y los que descubren un aura renovadora en el largo drama sobre Cromwell que acaba de escribir. Son casi todos jóvenes como él, que no alcanzan a los treinta años, pero no falta algún hombre maduro entusiasmado de las tendencias románticas que representa. Sin embargo, la mayoría se resiste a las innovaciones y sigue prefiriendo la tragedia al gusto del siglo XVIII…
Cortina musical.
RELATOR A: Ahora prepara Víctor Hugo un nuevo drama basado en un episodio de ambiente español –muy romántico– de la época de Carlos V. Se llamará “Hernani”.
Cortina musical breve.
RELATOR A: Pero la censura funciona. El gobierno no puede tolerar un verso que dice:
“¿Crees tú, pues, que los reyes son para mí sagrados?”
Porque, ciertamente, Carlos X se creía sagrado después de haber sido ungido con los Santos Óleos en la Catedral de Reims, y el Duque de Polignac adivinaba la intención sacrílega de la frase. Sólo como una concesión especial se le permite que llame al Rey de España “indolente”, “insensato” y “mal rey”. Era todo un triunfo para los románticos. El drama se estrenará pronto… el 25 de febrero.
Cortina musical.
Desayuno. Cartas y papeles.
F: Víctor, aquí tienes Le Quotidienne y la correspondencia.
VÍCTOR HUGO: Anda, léeme esas cartas mientras termino el desayuno…
F: Ésta es de Benjamin Constant… (Lee pasando por encima.) Eeee… “¿Habrá manera de tener un palco, o al menos dos asientos en un palco? … Recibid el homenaje de mi admiración…”.
VÍCTOR HUGO: Pues ya van dos docenas de cartas pidiendo lo mismo…
F: Y hay más… El señor Thiers también quiere entradas para el estreno. Eso significa que están agotadas las localidades. Será un éxito, Víctor…
VÍCTOR HUGO: Sí, un éxito con muchos silbidos… ¿No se ocupa el periódico del estreno?
F: Sí, sí, mira lo que dice: (Lee.) “Se anuncia para mañana la primera representación de “Hernani”. No sabemos si las personas que, antes de ver y oír, se han declarado contra la obra, han formado una liga para precipitar su caída; pero es cierto que los amigos del autor se ocupan activamente de preservar de toda dificultad el éxito del drama. Es comprensible: consideran este asunto como una cuestión de vida o muerte para el romanticismo…”
VÍCTOR HUGO: (Riendo.) No están mal informados… No faltará ninguno, a pesar de que los han obligado a entrar al teatro cuatro horas antes de la función.
RELATOR A: Y no faltó casi ninguno. Encabezados por Teófilo Gautier, reconocible por la melena y el chaleco escarlata que ostentaba, se han situado estratégicamente Gerard, Borel, Balzac, Présult, Bouchardy, Laviron, Tolbecque y muchos otros…
TEÓFILO GAUTIER: Oye,,, No encuentro a Berlioz…
VOZ: Temo que no vendrá. Su sinfonía lo tiene absorbido, y está preparando la cantata para optar al Premio de Roma.
TEÓFILO GAUTIER: Pues él se lo pierde…
RELATOR A: Todos los demás están presentes, y dispuestos para la lucha. Ya es la hora y se apagan las luces. “Hernani” comienza. Ahora le toca entrar a Mademoiselle Mars que encarna a Doña Sol. Don Carlos está escondido en un mueble y poco después llega Hernani representado por Firmin. La expectación aumenta. El Rey descubre el idilio de Doña Sol con el jefe de los conspiradores, y ahora entra el noble Ruy Gómez, enclenque y enamorado de Doña Sol, con quien se propone casarse. Ahora descubre todo aquello… ¡Qué confusión! El Rey se da a conocer. El telón cae y los amigos aplauden a rabiar y se apaga un silbido que llegaba de la platea.
Aplausos y algún silbido.
RELATOR A: Ahora, comienza el segundo acto… Ésa es la casa de Doña Sol. Ése es el Rey, que deja apostados a sus hombres para que intercepten el paso de Hernani, mientras él se introduce en el aposento… ¡Atención!
Escena II
Don Carlos – Doña Sol
DOÑA SOL: (Desde el balcón.) ¿Sois vos, Hernani?
DON CARLOS: (Aparte.) ¡Diablos! ¡No hablaré! (Da otra palmada.)
DOÑA SOL: Ya desciendo. (Cierra la ventana, de la que desaparece la luz. Un momento después se abre la pequeña puerta y sale Doña Sol con una lámpara en la mano y una manta sobre los hombros.) ¡Hernani!
Don Carlos baja el sombrero sobre el rostro y avanza precipitadamente hacia ella.
DOÑA SOL: (Dejando caer la lámpara.) ¡Dios mío! ¡Ése no es su paso! (Quiere entrar. Don Carlos corre hacia ella y la retiene por el brazo.)
DON CARLOS: ¡Doña Sol!
DOÑA SOL: ¡Ésa no es su voz! ¡Ah, desgraciada!
DON CARLOS: ¿Qué voz queréis, que sea más amorosa? Es también la de un amante y es un amante real.
DOÑA SOL: ¡El Rey!
DON CARLOS: Desea, ordena, ¡un reino para ti! Pues éste cuyos dulces lazos quieres romper, es el Rey tu señor; ¡es Carlos, tu esclavo!
DOÑA SOL: (Tratando de desprenderse de sus brazos.) ¡Socorro! ¡Hernani!
DON CARLOS: ¡Justo y digno espanto! ¡No es el bandido quien te tiene, es el Rey!
DOÑA SOL: No, ¡el bandido sois vos! ¿No os avergonzáis? ¡Ah! ¡Por vos me sube el rubor al rostro! ¿Son éstas las hazañas que harán hablar del Rey? ¡Venir de noche, a robar una mujer por la fuerza! ¡Mi bandido vale cien veces más! Rey, si el hombre naciera donde lo sitúa su alma, si Dios ordenara los rangos según la altura de sus corazones, seguramente vos seríais el ladrón y él el Rey!
DON CARLOS: (Tratando de atraerla.) Señora…
DOÑA SOL: ¿Olvidáis que mi padre era conde?
DON CARLOS: Yo os haré duquesa…
DOÑA SOL: (Rechazándolo.) ¡Idos! ¡Esto es una vergüenza! (Retrocede algunos pasos.) Nada puede existir entre nosotros, Don Carlos. Mi viejo padre derramó su sangre a mares por vos. Soy una hija noble y estoy celosa de esa sangre. ¡Demasiado para ser vuestra concubina, y demasiado poco para ser vuestra esposa!
DON CARLOS: ¿Princesa?
DOÑA SOL: Rey Carlos, a mujerzuela dedicad vuestros amoríos, de lo contrario, podré probaros muy bien, si osáis tratarme de una manera infame, que soy una dama.
DON CARLOS: Y bien, compartid, pues, mi trono y mi nombre. ¡Venid! ¡Seréis reina, emperatriz!…
DOÑA SOL: No, eso es un engaño. Y, por otra parte, Alteza, francamente, no se trata de vos, es necesario que lo diga: amo más vivir con él, con mi Hernani, mi rey, errante, fuera del mundo y de las leyes, teniendo hambre, sed, huyendo todo el año, compartiendo día a día su pobre destino: abandono, guerra, exilio, duelo, terror y miseria, que ser emperatriz.
DON CARLOS: ¡Qué feliz es ese hombre!
DOÑA SOL: ¡Pobre y hasta proscripto!
DON CARLOS: Qué bien hace siendo pobre y proscripto, puesto que le amáis. ¡Yo soy solo mientras que un ángel acompaña los pasos de él! ¿Me odiáis pues?
DOÑA SOL: No os amo.
DON CARLOS: (Tomándola con violencia.) Y bien, no importa que me améis o no. ¡Vendréis! Mi mano es más fuerte que la vuestra. ¡Vendréis, yo lo quiero! ¡Veremos si de nada vale ser Rey de España y de las Indias!
DOÑA SOL: (Debatiéndose.) ¡Oh, por piedad señor! ¡Vos sois Alteza, sois Rey! No tenéis más que elegir: condesas, marquesas o duquesas. Entre las mujeres de la corte siempre encontraréis un amor dispuesto a vuestro amor. Pero a mi proscripto, ¿qué le ha dado el cielo avaro? ¡Vos tenéis Castilla, Aragón y Navarra, León y Murcia y diez reinos más! ¡Los flamencos, y la India con sus minas de oro! ¡Tenéis un imperio mayor que el de ningún rey, tan vasto que en sus dominios jamás se pone el sol! ¡Y teniéndolo todo, queréis vos, el Rey, ¡pobre de mí!, separarme de él, siendo su única posesión!
Se arroja a sus pies. Él trata de arrastrarla.
DON CARLOS: Ven, no te escucho. ¡Ven! Si me acompañas te doy cuatro de mis Españas. Dí, ¿cuáles quieres? ¡Escoge!
Ella se debate en sus brazos.
DOÑA SOL: Por mi honor, ¡sólo quiero de vos este puñal! (Le arranca el puñal del cinto. Él la suelta y retrocede.) ¡Avanzad ahora! ¡Dad un paso!
DON CARLOS: ¡Ah, la hermosa! ¡Ya no puede extrañarme que améis a un rebelde!
Quiere dar un paso y ella levanta el puñal.
DOÑA SOL: ¡Un solo paso y os mato y me mato! (Retrocede más. Se vuelve y grita con fuerza.) ¡Hernani! ¡Hernani!
DON CARLOS: Callaos.
DOÑA SOL: (El puñal levantado en alto). ¡Un paso y todo ha terminado!
DON CARLOS: Señora, ya que mi dulzura os ha llevado a este exceso, tengo, para forzaros, tres hombres de mi séquito…
HERNANI: (Surgiendo de pronto, tras él.) ¡Os olvidáis de otro!
El Rey se vuelve y ve a Hernani, inmóvil, detrás suyo, en la sombra, los brazos cruzados bajo la larga capa que lo envuelve y alzada la ancha ala del sombrero. Doña Sol da un grito, corre hacia Hernani y lo abraza.
Escena III
Don Carlos – Doña Sol – Hernani
HERNANI: (Inmóvil, los brazos siempre cruzados, los ojos resplandecientes fijos sobre el Rey.) ¡Ah! ¡El cielo es testigo de que de buena gana os hubiera ido a buscar más lejos!
DOÑA SOL: ¡Hernani, salvadme de él!
HERNANI: ¡Estad tranquila, amor mío!
DON CARLOS: ¿Qué hacen, pues, mis amigos en la ciudad? ¡Haber dejado pasar a este jefe de vagabundos! (Llamando.) ¡Monterrey!
HERNANI: Vuestros amigos están en poder de los míos, no reclaméis sus espadas impotentes… Por cada tres de ellos acudirán sesenta de los míos, cada uno de los cuales, vale por cuatro de los vuestros. Así, pues, arreglemos nuestra querella entre los dos, aquí. ¡Poner la mano sobre esta doncella! ¡Eso es de un imprudente, señor Rey de Castilla, y de un cobarde!
DON CARLOS: (Sonriendo con desdén.) ¡Señor bandido, de vos a mí no caben reproches!
HERNANI: ¡Os burláis! ¡Yo no soy rey, pero cuando un rey me insulta y además se burla de mí, mi cólera aumenta y me pone a su altura! ¡Cuidaos, el que me hace una afrenta teme el rubor de mi frente más que a una cimera de rey! ¡Sois un insensato si alguna esperanza os engaña! (Le coge el brazo.) ¿Sabéis cuál es la mano que os ciñe en este instante? Escuchad. Vuestro padre ha hecho morir al mío, ¡os odio!; me habéis desposeído de mis títulos y bienes, ¡os odio!; los dos amamos a la misma mujer, ¡os odio! ¡Os odio con toda mi alma!
DON CARLOS: Está bien.
HERNANI: Sin embargo, esta noche mi odio estaba ausente. Yo no tenía más que un deseo, una pasión, una necesidad: ¡Doña Sol! Acudía lleno de amor y os encuentro, infame, procurando raptarla. Os olvidaba y os ponéis en mi camino. ¡Señor, os lo repito, sois un insensato! ¡Don Carlos, habéis caído en vuestra propia trampa! ¡Ni huida, ni socorro! ¡Yo te tengo y te asedio! Solo, y rodeado de enemigos encarnizados, ¿qué harás?
DON CARLOS: (Con altivez.) ¡Vamos! ¡Me interrogáis!
HERNANI: No quiero que un brazo desconocido te lastime. No está bien que pierda la ocasión de vengarme. Nadie te tocará, a no ser yo. ¡Defiéndete, pues! (Saca una espada.)
DON CARLOS: ¡Soy el Rey, vuestro señor! ¡Heridme, no me bato!
HERNANI: ¡Señor, recuerda que aun ayer tu daga se cruzó con la mía!
DON CARLOS: Ayer lo podía hacer. Ignoraba vuestro nombre, ignorabais mi título. Hoy, compañero, sabéis quien soy y yo sé quién sois vos.
HERNANI: Quizá.
DON CARLOS: Nada de duelo. ¡Asesinadme! ¡Hazlo!
HERNANI: ¿Crees que para mí los reyes son sagrados? ¿Te defenderás?
DON CARLOS: ¡Me asesinaréis! (Hernani retrocede. Don Carlos fija sus ojos de águila sobre él.) ¿Creéis, bandidos, que vuestras viles gavillas podrán andar impunemente por las ciudades? ¿Qué tintos en sangre, cargados de crímenes, podréis después haceros los generosos, y que nosotros nos dignaremos, víctimas engañadas, ennoblecer vuestros puñales con el choque de nuestras espadas? No. El crimen os posee y lo arrastraréis por todas partes. ¡Nosotros, duelos con vosotros! ¡Atrás! ¡Asesinad!
Hernani, sombrío y pensativo, aprieta algunos instantes con la mano el puño de su espada. Después se vuelve bruscamente hacia el Rey y rompe la espada contra las piedras del camino.
HERNANI: ¡No! ¡Vete! ¡Antes rompo mi espada! (El Rey se vuelve a medias hacia él y lo mira con altivez.) ¡Tendremos mejores encuentros! ¡Vete!
DON CARLOS: Está bien señor. Dentro de algunas horas entraré yo, vuestro Rey, en el palacio ducal: mi primer cuidado será buscar al fiscal. ¿Se le ha puesto precio a vuestra cabeza?
HERNANI: Sí.
DON CARLOS: Desde hoy os tengo por sujeto rebelde y traidor. Os advierto que os perseguiré por todas partes. Os haré desterrar del reino.
HERNANI: Ya lo estoy.
DON CARLOS: Bien.
HERNANI: Pero Francia está junto a España. Es un refugio.
DON CARLOS: Voy a ser Emperador de Alemania. Os haré desterrar del Imperio.
HERNANI: Como quieras. Tengo el resto del mundo desde donde os desafiaré. Hay más de un refugio donde no tienes poder.
DON CARLOS: ¿Y cuando el mundo sea mío?
HERNANI: Entonces me quedará la tumba.
DON CARLOS: Sabré descubrir vuestros insolentes complots.
HERNANI: La venganza es coja, viene a pasos lentos, pero viene.
DON CARLOS: (Riendo a medias, con desdén.) ¡Cortejar a la dama que adora este bandido!
HERNANI: (Vuelven a encenderse sus ojos.) ¿No piensas que aún estás en mi poder, débil y pequeño? ¡No me hagas acordar, futuro César romano, que si apretara esta mano demasiado noble, aplastaría antes que saliese del huevo tu águila imperial!
DON CARLOS: ¡Hacedlo!
HERNANI: ¡Vete! ¡Vete! (Se quita la capa y la arroja sobre los hombros del Rey.) Toma esta capa y huye, pues temo que los míos te apuñalen. (El Rey se envuelve en la capa.) Ahora parte tranquilo. Para mi venganza, alterada por todos menos por mí, tu cabeza es sagrada.
DON CARLOS: Señor, vos que así me habláis, ¡no me pidáis mañana gracia ni perdón!”
RELATOR A: Al día siguiente, el drama recién estrenado era el tema de todas las conversaciones. Unos optaban decididamente por la nueva escuela romántica y otros defendían a capa y espada la tradición académica. La resistencia a las nuevas ideas era vehemente, pero cuando Víctor Hugo se levantó a la mañana siguiente, leyó esta carta que lo colmó de orgullo:
VÍCTOR HUGO: “He visto, señor, la primera representación de Hernani. Ya conocéis mi admiración por vos. Mi vanidad se abraza a vuestra lira, vos sabéis por qué. Yo me voy, señor, y vos llegáis. Me encomiendo al recuerdo de vuestra musa. Una piadosa gloria debe orar por los muertos.” Chateaubriand…
Cortina musical.
RELATOR A: Durante cuarenta y cinco noches siguió representándose “Hernani”, y cada día se acentuó más y más la hostilidad de los partidarios de los académicos y reaccionarios contra Víctor Hugo, contra la estética romántica y contra el liberalismo. El poeta descubrió que estas dos cosas estaban unidas profundamente, y quiso destacarlo cuando escribió el prólogo a la edición de “Hernani”:
VÍCTOR HUGO: (Leyendo.) “El romanticismo, tantas veces mal definido, no es, después de todo, y ésta es la definición real, si no se lo considera más que bajo su aspecto militante, otra cosa que el liberalismo en literatura. Esta verdad ha sido ya comprendida por casi todos los buenos espíritus, y el número de ellos es grande; y muy pronto, pues la obra está ya avanzada, liberalismo literario no será menos popular que el liberalismo político. La libertad en el arte, la libertad en la sociedad, he ahí el doble fin al cual deben tender, con un mismo paso, todos los espíritus consecuentes y lógicos; he ahí la doble enseña que reúne, salvo muy pocas inteligencias (las cuales ya comprenderán) a toda esa juventud tan fuerte y tan paciente de hoy; y, junto a la juventud, y a su cabeza, la élite de la generación que nos ha precedido, todos esos sabios ancianos que, pasado el primer momento de desconfianza y de examen, han reconocido que lo que hacen sus hijos es una consecuencia de lo que ellos mismos han hecho, y que la libertad literaria es hija de la libertad política. Este principio es el del siglo, y prevalecerá. Los ultras de todo género, clásicos o monárquicos, inútilmente se prestarán socorro para rehacer el antiguo régimen en todas sus piezas, sociedad y literatura, pues cada progreso del país, cada desarrollo de las inteligencias, cada paso de la libertad, hará que se desplome todo cuanto ellos han construido. Y, en definitiva, sus esfuerzos reaccionarios habrán sido útiles. En revolución, todo movimiento hace avanzar. La verdad y la libertad tienen esto de excelente: que todo cuanto se hace en favor de ellas y todo cuanto se hace en contra de ellas, les sirve igualmente. Ahora bien, después de tantas grandes cosas que nuestros padres han hecho y que nosotros hemos visto, henos aquí libres de la vieja forma social; ¿cómo no habíamos de salir de la vieja forma poética? A pueblo nuevo, arte nuevo. Sin dejar de admirar la literatura de Luis XIV, tan bien adaptada a su monarquía, esta Francia actual, esta Francia del siglo XIX, cuya libertad trazó Mirabeau, cuya potencia creó Napoleón, sabrá encontrar su literatura propia, personal y nacional.”
RELATOR A: Los liberales colmaban el teatro… y la calle. El odio por Polignac y por el Rey crecía día a día, y desbordó cuando se promulgaron –el 25 de julio– las ordenanzas contra la libertad de prensa. El clamor se difundió durante el día siguiente y el 27 París amaneció sembrado de barricadas. Ese día Víctor Hugo comenzaba a escribir “Nuestra Señora de París”, mientras los Campos Elíseos se transformaban en campos de batalla.
Fondo de estampidos.
RELATOR A: Tres jornadas gloriosas pusieron fin al absolutismo de Carlos X, y un gobierno democrático se instaló en la Municipalidad de París.
Fin de los estampidos.
Cortina musical perdiéndose en murmullo de multitud.
VOCES: (Gritando.) ¡Viva la República! ¡Viva los Orléans! ¡Abajo Polignac! ¡Muera el absolutismo!
De pronto, silencio y aplausos generales. Más gritos.
VOZ A: Mira… Mira… ¿Quién es ése que sale ahora?
VOZ B: El Duque de Orléans, Luis Felipe, el hijo de Felipe Igualdad…
VOZ A: Mira… Ahora abraza al General Lafayette… Viva…
Cortina musical.
RELATOR A: Eugène Delacroix, en el que luego se encarnaría el romanticismo, tomaba los apuntes para su cuadro de la jornada del 28 de julio. Víctor Hugo seguía componiendo “Nuestra Señora de París”, y entre tanto Hector Berlioz procuraba que se estrenara su “Sinfonía Fantástica”, que tenía compuesta desde abril. El París de la Revolución tardaba en serenarse, y la temporada avanzaba. Al fin, el maestro Habeneck consintió en hacerse cargo de la partitura y anunció su estreno para el 5 de diciembre. En el salón del Conservatorio se dieron cita ahora otra vez todos los espíritus apasionados por la nueva estética, extravagantes algunos en sus vestimentas, entre las que llamaba la atención alguna capa española como las que llevaban los personajes de “Hernani”.
Una gran expectación reinaba en la sala, cuando a las dos en punto empuñó Habeneck la batuta y comenzó la ejecución de la “Sinfonía Fantástica”, de Hector Berlioz.
Ejecución de la “Sinfonía Fantástica”. Duración: 8’.
Aplausos, movimiento de gentes y murmullo.
VOZ A: ¿Qué os parece la sinfonía de Berlioz?
VOZ B: Es la extravagancia más monstruosa que pueda imaginarse…
VOZ A: ¿Os atrevéis a decir eso de esta obra piramidal, fosforecente, y verdaderamente volcánica? Ha sido un triunfo horrendo y furioso…
Cortina musical con los últimos acordes de la “Sinfonía Fantástica”.
RELATOR A: Franz Liszt premió al joven músico con sus mejores elogios. El romanticismo triunfaba en el París de 1830 sobre todos los frentes, mientras Luis Felipe, el Rey burgués, gobernaba pacíficamente aconsejado por los jefes del movimiento liberal. La burguesía respiraba tranquila y colgaba de sus chalecos cadenas de oro con vistosos dijes. El año 1830 concluía y una nueva era parecía comenzar.
Cortina musical: “Sinfonía Fantástica”.