El Gran Teatro del Mundo. Radioteatros históricos. Primera parte 

I. Imagen de una época (presentación)

Primera parte

1. 1199. Reyes en los castillos y en los tablados
2. 1348. La muerte en Europa   
3. 1385. Portugal renace en los campos de Aljubarrot(a) 
4. 1431. Don Juan II de Castilla sueña con Granada la mora
5. 1478. Roma conspira contra la vida de los Medici
6. 1503. El Gran Capitan en las guerras de Italia
7. 1513.  Nicolás Maquiavelo reflexiona sobre los príncipes en San Casciano
8. 1525. El rey Francisco cae prisionero en la batalla de Pavía 
9. 1527. (‘S)acco de Roma’ por las tropas del emperador Carlos V
10. Miguel Angel frente a los vivos y los muertos 
11. Don Quijote asoma sobre el horizonte de España  
12. 1626. Don Francisco de Quevedo moraliza en la corte de Cristina de Suecia  
13. 1639. Galileo Galilei en Arcieri  1
14. 1650. René Descartes muere en la corte de Cristina de Suecia 
15. 1654. Oliver Cromwell dialoga y combate con el Parlamento 
16. 1664.  Francia en los jardines del Rey Sol 
17. 1668. El liberalismo logra en Inglaterra su primera victoria 18. 1672. Baruj Spinoza pierde un amigo 
18. 1672. Baruj Spinoza pierde un amigo


1. 1199 – REYES EN LOS CASTILLOS Y LOS TABLADOS

Cortina: Música instrumental del siglo XIII. Luego, pequeño murmullo.

JUAN: ¿Querrá arrastrarnos contra nuestra voluntad? El Rey no se da por vencido, y si ha interrumpido el consejo será para mascullar nuevos argumentos.

PEDRO: Yo no lo veo mascullar más que su varita de avellano…

JUAN: Es que está inquieto y preocupado. Se ha ido a la última ventana de la sala para poder reconcentrarse. Me gustaría saber qué maquina…

PEDRO: También a mí… Regalo un caballo enjaezado a quien me descubra en qué piensa el Rey.

ANTONIO: ¿Repetiréis lo que habéis dicho, Conde?

PEDRO: Lo repito, señor Condestable…

ANTONIO: Pues aguardad un instante… ¡quiero un caballo!

El micrófono sigue los pasos de Antonio que va hacia el extremo de la sala.

ANTONIO: Señor… ¿Os interrumpo?

REY: Apenas ya… Pensaba… (Se interrumpe.)

ANTONIO: Oh, señor… ¿No querríais que vuestro Condestable ganara un caballo?

REY: ¿Cómo? ¿Qué queréis decir?

ANTONIO: Continuad, señor, y decid qué pensabais. Me va en ello un caballo.

REY: ¿Pero qué queréis decir con eso del caballo?

ANTONIO: Señor, está en pie el ofrecimiento de un caballo para quien revele a vuestros barones lo que cavilabais junto a la ventana.

REY: Lo sabrán, Condestable…

Empiezan a andar lentamente.

REY: ¿Sabéis qué pensaba, señores? Me preguntaba si Dios me acordaría a mí o a algún otro rey de Francia, la gracia de volver a llevar al reino al estado de grandeza a que lo condujo Carlomagno.

Murmullos de aprobación.

PEDRO: (En primer plano.) ¡Sucumba quien se oponga a los designios de Príncipe tan magnánimo!

REY: Me complace. Señores y barones, volvamos a consejo.

Cortina: Música instrumental del siglo XIII.

RELATOR: Felipe II de Francia, Felipe Augusto, trabajaba con energía por la ordenación del reino. Barones atraídos por Ricardo, Rey de Inglaterra, trataban de ponerlo en jaque, y Felipe Augusto acudía a todas partes con coraje y resolución. Flandes, Artois y Picardía podían tornarse peligrosos. Y el Rey combatía sin descanso, mientras administraba lo mejor que podía sus estados y procuraba embellecer París con iglesias y mercados. La obra de Notre Dame avanzaba y en ella componía el Maestro Leoninus sus melodías sagradas.

Cortina musical: Leoninus, “Deum time”, perdiéndose. Luego, galope.

RELATOR: Pero el Rey se dirige a Compiègne. Hay grandes novedades… ¡Compiègne!

Cortina: Música instrumental del siglo XIII. Luego, murmullo.

JUAN: ¿Veis algo?

PEDRO: Aún no…

JUAN: No puede tardar. Buen rato hace ya que llegó el mensajero.

PEDRO: Mirad… Hay polvo en el camino… (Pausa.) ¿Veis…? ¡Ya están aquí! ¡Avisad al Rey, su prometida llega!

JUAN: ¡Aguardad! El Rey está recibiendo el juramento del Conde de Flandes y no podéis entrar en la torre del homenaje a la carrera. Id y decidle al Condestable para que le comunique la nueva discretamente.

VOZ A: Bien, señor.

Pausa.

PEDRO: Ya se acercan. ¿Quién la recibirá en el patio del castillo?

JUAN: Silencio. El Rey llega.

Pasos.

JUAN: ¡Señor! ¡Ya están aquí!

Pausa. Pasos, leves murmullos.

INÉS: ¡Señor!

Cortina: Música instrumental del siglo XIII.

RELATOR: Inés de Méran fue la tercera esposa de Felipe Augusto. Su vida matrimonial había sido tormentosa y desgraciada, y en este instante es casi trágica. Por misteriosas circunstancias ha repudiado a su segunda esposa, Ingeborg, la noche misma de la boda, y el Papa no ha autorizado el divorcio. Felipe está obstinado y el Papa, aunque temeroso, no se atreve a conceder lo que el poderoso Rey le pide. Mas ahora el Rey está verdaderamente enamorado de Inés de Méran, que ha llegado a él desde las lejanas tierras del Tirol. Allá, en el palacio de su padre, ha escuchado la voz del Minnesinger que cantaba de amor.

Cortina musical: Walter von der Vogelweide, “Canción de las Cruzadas”, y sobre el final:

RELATOR: Y en Francia ha encontrado el amor, el amor real, el verdadero amor de un rey.

Cortina musical breve: Walter von der Vogelweide, “Canción de las Cruzadas”.

RELATOR: Pero el amor de un rey está siempre amenazado. El más poderoso vasallo del Rey Felipe Augusto es el propio Rey de Inglaterra, el Rey de corazón de león, el bravo Ricardo Plantagenet que ha heredado en Francia vastos dominios. Uno y otro pretenden la victoria definitiva, la corona de los dos reinos. Y Felipe de Francia desciende del alto cielo a que lo ha conducido el amor de Inés de Méran para combatir con su regio vasallo.

Cortina musical: Ricardo Corazón de León, “Ya nos han pedido”. En primer plano: galopes, ruido de espadas, gritos.

RELATOR: Comienza el año 1198. La guerra es dura y el Rey cabalga por las tierras del norte. En el Castillo de Compiègne lo aguarda Inés de Méran, inquieta por la suerte del Rey, inquieta por su propia suerte, pues se cierne sobre su cabeza la amenaza de una separación. La Iglesia ha cuestionado su matrimonio, y los derechos de Ingeborg se mantienen. Sólo la energía del Rey y las vacilaciones del Papa protegen el matrimonio de Inés de Méran y el Rey Felipe.

Cortina: Música instrumental del siglo XIII.

RELATOR: Pero al comenzar el año 1198 el viejo Papa muere, y el cónclave de Cardenales se apresta a elegir sucesor.

Murmullo intenso.

VOCES (De repente): ¡Humo…! ¡Humo…!

Se hace un silencio.

VOZ A: ¡Papa habemus!

Murmullo fuerte, perdiéndose.

RELATOR: Lotario de Segni ascendió al pontificado con el nombre de Inocencio III. Su férrea voluntad y su altísima idea del poder papal transformaba de raíz la situación del Rey de Francia. Muy pronto hubo de consentir en una tregua con Ricardo Corazón de León. Y poco después comenzó a hacer sentir su amenazadora influencia.

Cortina: Música instrumental del siglo XIII.

REY: Carta del Papa… Escuchad: “Continúa, hijo mío, la vida piadosa de tu padre, que no ha tomado por la fuerza resoluciones prematuras ni ha violado los designios del jefe de la Iglesia. Cuando considero lo poco que yo soy, y me veo empero elevado al nivel de príncipes y reyes, y aun por encima de ellos…” (Se interrumpe y repite con rabia.) “…y aun por encima de ellos…, confieso que debo un particular reconocimiento a ti y a tu reino en el que he pasado, en el estudio de las letras, los años de mi juventud. Pero mientras más sincero sea nuestro afecto por tu majestad, más vigorosamente elevaremos sobre ti el brazo de nuestra autoridad espiritual. Todos los honores son iguales ante Dios, y la mezquina y efímera potencia lucharía en vano contra la omnipotencia de la Divina Majestad. Haz, pues, mi muy amado hijo, de la necesidad virtud.” (Pausa larga.) ¡Inocencio Papa… Inocencio Papa…! Descansa, Inés… ¿Qué es lo que te atormenta?

INÉS: Todo lo que sé, me atormenta. Y todo lo que veo. El cielo me atormenta… y ese mar… y mi cuerpo… y mi vida…

REY: ¿Qué es lo que te atormenta, Inés…?

INÉS: Amor… Amor…

Cortina: Música instrumental del siglo XIII.

RELATOR: Reyes y papas en el escenario de la vida. Reyes que combatían entre sí, y que no hacía mucho habían combatido juntos contra el infiel en la cruzada. Reyes de carne y hueso que sufrían por la gloria, el poder y el amor. Reyes en el escenario de la vida…

Cortina: Música instrumental del siglo XIII.

RELATOR: Y reyes en el tablado de la farsa. Arras, 1199. La rica ciudad del Artois brilla entre todas por el entusiasmo que revelan sus poderosos burgueses por el teatro. Hay allí una curiosa corporación llamada ‘Cofradía de juglares y burgueses’ que organiza espectáculos en los pórticos de las iglesias y en las plazas. Uno de sus miembros se llama Jean Bodel y ha compuesto en homenaje al santo predilecto, una pieza titulada “El juego de San Nicolás”. Ahora comienza a representarse. Ved. El tablado está dividido en secciones, cada una de las cuales representa uno de los escenarios que requiere la obra. Este es el palacio del Rey sarraceno, que se reconoce por la estatua de Tervagán –el ídolo–, aquel la plaza pública, aquel otro una taberna, y el de más allá el campo de batalla. La acción se desplaza de uno a otro escenario. Ved, ahora empieza la representación.

Escena cuarta: En una taberna

“EL TABERNERO: ¡Aquí encontraréis buena comida! Hay arenques calientes y pan caliente; hay vino de Auxerre a discreción.

AUBERÓN: ¡Ay, San Benito, que pueda encontrar con frecuencia vuestro anillo! (Al Tabernero.) ¿Qué se vende ahí dentro?

EL TABERNERO: ¿Que qué se vende? Vino, y del que no hace hebra.

AUBERÓN: ¿Y cuánto cuesta?

EL TABERNERO: Lo que en todas partes. No acostumbro engañar ni en el precio ni en la medida. Sentaos bajo el cenador.

AUBERÓN: Servidme un cuartillo, huésped: lo beberé de pie. No debo retrasarme demasiado; tengo que contenerme.

EL TABERNERO: ¿Quién es tu señor?

AUBERÓN: El rey; llevo sus cartas y su sello.

EL TABERNERO: (Sirviéndole.) ¡Hola! Éste se te subirá a la cabeza. Bebe, que lo mejor está en el fondo.

AUBERÓN: El jarro es pequeño y bueno para saborear el vino. ¿Cuánto os debo? Tengo miedo de retrasarme.

EL TABERNERO: Paga un dinero; otra vez te daré el cuartillo por una blanca. Es vino de doce dineros, no te engaño. Paga un dinero, o sigue bebiendo.

AUBERÓN: Tomad ahora la blanca y más tarde os daré el dinero.

EL TABERNERO: ¿Ya quieres engañarme? Me debes por lo menos tres medidas. Antes que te vayas sabré a qué atenerme.

AUBERÓN: Huésped, a mi vuelta me daréis el cuartillo por un dinero.

EL TABERNERO: ¡Vive Dios! Me parece que estás tratando de engañarme. No te afliges por nada.

AUBERÓN: Si no corto una blanca en dos, no puedo pagaros.

CLIQUET: ¿Quién quiere jugar una partida? Aunque sea por poco, nada más que para divertirnos.

EL TABERNERO: ¿Habéis oído, señor mensajero? Vais a arreglar vuestro asunto.

AUBERÓN: Sea, pero una partida solamente.

CLIQUET: Jugaremos de un solo golpe todo lo que debes.

Cliquet juega, pierde y paga; Auberón se eclipsa.

CLIQUET: ¡Malditos sean todos los mensajeros! Son más ligeros que el viento para escapar.”

Auberón llega al ‘País de los Emires’, a quienes convoca en ayuda del Rey. Cumplida su misión, retorna al palacio real.

Escena sexta: En el palacio del Rey

AUBERÓN: ¡Rey, que Mahoma os guarde y os salve, a ti y a tu mesnada!

EL REY: ¡Y que él te bendiga, Auberón! ¿Qué resultados has logrado?

AUBERÓN: ¡Señor, he cabalgado tanto por Arabia y por tierra de paganos que jamás ningún rey conseguirá reunir el diezmo de una multitud como la que se te aproxima, con condes y reyes, príncipes y barones!

EL REY: Vete a descansar, Auberón.

EL EMIR DE ICONIO: ¡Rey, por Apolo y por Mahoma, como tu fiel yo te saludo! He venido por tu orden, como debía hacerlo, sin tardanza.

EL REY: Buen amigo, habéis hecho bien; cuando os llamo, siempre venís.

EL EMIR DE ICONIO: Rey, he venido a vuestro llamado desde mucho más allá del Prado de Nerón. Seríais muy injusto si no me amarais: durante treinta días, con mis zapatos herrados, he marchado en medio de los hielos.

EL REY: (Al Emir de Orquenia.) ¿Quiénes son, dime, los de ese reino?

EL EMIR DE ORQUENIA: Señor, vienen de más allá de Valanga, la gris, allí donde las basuras de los perros son de oro. Debéis amarme mucho, pues os traigo por mar mi tesoro, en cien navíos.

EL REY: Señor, comparto tus fatigas. ¿De dónde eres, pues?

EL EMIR DE ORQUENIA: Rey, soy de una tierra ardiente y cálida que está más allá de los mares. No soy avaro con respecto a vos, pues os traigo treinta carros colmados de esmeraldas y de rubíes.

EL REY: ¿Y tú que me miras así, de dónde eres?

EL EMIR DE MÁS ALLÁ DEL ÁRBOL SECO: De más allá del Árbol Seco. Yo no sabría qué daros, porque la única moneda de nuestro país son las piedras de molino.

EL REY: ¡Ay, por Mahoma, mi Dios! ¡Qué fortuna me promete éste! Heme aquí seguro de no ser pobre jamás.

EL EMIR DE MÁS ALLÁ DEL ÁRBOL SECO: Señor, no os miento: en su escarcela un hombre de nuestro país apenas podrá tener cien sueldos.

EL SENESCAL: Rey, puesto que vuestros barones han acudido a vuestro llamado, haced que ataquen a los cristianos.

EL REY: ¡Por Mahoma, senescal! Los cristianos tendrán guerra. O serán muertos, o prisioneros o expulsados. ¡Id, senescal: decid a los míos que les ordeno ponerse en marcha en buen orden.”

Cortina: Música instrumental del siglo XIII.

RELATOR: Reyes y emires en los tablados de la rica ciudad de Arrás… Reyes y papas en el escenario de la vida…

Felipe Augusto de Francia puede comenzar a descansar de sus trabajos, porque su rival, el Rey de corazón de león, Ricardo de Inglaterra, acaba de morir atravesado por una flecha. Puede volver a su castillo donde lo aguarda Inés de Méran, aunque angustiada por la amenaza cada vez más severa que se cierne sobre su felicidad. Un concilio, reunido en Dijon, decidirá sobre su suerte.

Cortina: Música instrumental del siglo XIII.

RELATOR: ¡El interdicto! Por culpa de su Rey, Francia ha caído bajo la severa sanción. Las iglesias han sido cerradas y los sacramentos prohibidos a los fieles. La lucha es intensa entre el Papa y el Rey. Pero todo conspiraba contra la felicidad de Inés de Méran y Felipe. El Rey debió ceder y la infeliz Reina debió separarse de Felipe. Poco después Ingeborg era restaurada en el trono, mientras Inés esperaba en su reclusión un niño que la confortaría de tanta desgracia.

Como el de Isolda y Tristán, aquel amor estaba condenado. Inés de Méran y su hijo murieron mientras la Iglesia triunfaba invalidando el matrimonio. Y en el espíritu del Rey quedó una angustia perdurable que no alcanzaron a extinguir ni sus triunfos ni su gloria.

Cortina: Música instrumental del siglo XIII.


2. 1348 – LA MUERTE SOBRE EUROPA

Cortina musical: Danzas siglo XIV anónimo o Landino, “Gran llanto en los ojos”.

RELATOR: La muerte se lanzó sobre Europa con furia ingobernable en 1348. Un siglo antes o poco más, los tranquilos puertos del Mediterráneo occidental habían visto poblarse sus radas con innumerables navíos que iban y venían del Oriente. La estrella de los poderosos feudales empezaba a declinar y las ciudades se poblaban de burgueses laboriosos que soñaban con las indescriptibles riquezas de Constantinopla, de Antioquía o de San Juan de Acre, descriptas por los Cruzados a su retorno. La carga de un solo navío podía significar una fortuna en dátiles y canela, litargirio y nitro, comino y seda.

Génova, Pisa, Nápoles, Palermo, Venecia, Marsella y Barcelona, crecieron al impulso de los talleres que se apretaban en sus calles estrechas y abigarradas, de los almacenes que se levantaban próximos al puerto y de las carracas que se amarraban a sus orillas. Y más lejos florecían otras innúmeras ciudades por obra de tejedores y banqueros, de tintoreros y de artífices.

Pero a la riqueza acompañaron múltiples dificultades nuevas. Los ricos comenzaron a luchar por sus nacientes privilegios con reyes y señores, y luego entre ellos mismos para defender sus monopolios. Y entretanto, densas masas de desposeídos comenzaban a inquietarse a causa del hambre o el expolio, y pronto estallaron algunos conflictos que ensangrentaron prósperas ciudades como Brujas, Florencia y Gante, y los campos vecinos, donde el pueblo luchó con chuzos frente a los guerreros de brillante armadura y eficaces ballestas.

El hambre y la carestía asolaron las ciudades que de improviso habían multiplicado su población. Apenas pudieron contener las revueltas los reyes y señores que por entonces quisieron ser obedecidos como amos. Figura de tiranos alcanzaron los reyes de esta época, y tiranos sin máscara fueron los aventureros que se apoderaron del poder en muchas ciudades: Castruccio Castracani en Luca, Visconti en Milán, Gualterio de Brienne en Florencia.

Aquel hambre, aquellas carestías y la sordidez de los tugurios que habitaban en las populosas ciudades que ocultaban tanta miseria y tanto hedor tras la apariencia de esplendor y riqueza, hicieron de las gentes fáciles presas del flagelo que llegó del Oriente por Crimea y Constantinopla, por Arabia y Egipto. Se la llamó ‘La Peste Negra’, y la trajo acaso una carraca genovesa en 1347: poco después la epidemia barría aldeas y ciudades sembrando por doquiera la confusión y el espanto.

Era Papa por entonces Clemente VI, y residía en Aviñón. El primer Valois, Felipe VI reinaba en Francia; Alfonso Onceno en Castilla y Eduardo III en Inglaterra. En Italia brillaba Florencia entre todas las ciudades, por su esplendor y su riqueza, por las construcciones de Arnolfo di Cambio, por los frescos de Giotto, por los versos de Dante Alighieri. Por entonces eran sus hijos predilectos Francesco Petrarca, el poeta de Laura, y Giovanni Boccaccio, el narrador del Decamerón, ambos testigos del pavor y la angustia producida por el incontenible mal.

En 1348 la muerte se lanzó sobre Europa. En Florencia escribió Giovanni Boccaccio esta descripción de la peste, que sirve de introducción al Decamerón:

LOCUTOR: “Digo que era el año 1348 cuando llegó a la ilustre ciudad de Florencia –más bella que ninguna otra ciudad de Italia– la mortífera pestilencia que había sido enviada sobre los mortales por la justa ira de Dios y para corrección nuestra. Comenzada algunos años antes en las comarcas orientales, las había privado de muchos habitantes y, sin detenerse, propagándose de un lugar a otro hacia el Occidente, habíase desarrollado de manera terrible.

En Florencia no dio resultado ninguna previsión ni humana medida, aunque se limpió la ciudad de muchas inmundicias, se prohibió la entrada a todos los enfermos y se difundieron muchos consejos para la conservación de la salud. Tampoco dieron resultado las humildes súplicas que hicieron a Dios las personas devotas, no una sino muchas veces, fuera en procesiones ordenadas o de otros muchos modos. Y casi al comenzar la primavera del año 1348, la peste comenzó a mostrar horriblemente y de milagrosa manera sus dolorosos efectos.

Para curar aquella enfermedad, parecía no servir ni el consejo del médico ni la virtud de medicina alguna. Así pues, no se tomaron medidas eficaces, fuera porque la naturaleza del mal no lo permitiera o por la ignorancia de los médicos, cuyo número creció enormemente, pues junto a los que conocían la ciencia llegó a ser muy grande el de hombres y mujeres que pasaban por tales sin haber tenido jamás conocimientos de medicina. Muy pocos curaban, sino que, quien más y quien menos, y la mayoría sin ninguna fiebre ni otros accidentes, todos morían dentro de los tres días de aparecidos los primeros síntomas.

Fue esta peste fortísima y por el contacto pasaba de los enfermos a los sanos, no de otro modo que hace el fuego con las sustancias secas o untadas cuando se le aproximan mucho. Y fue peor aún, pues no sólo el hablar y el alternar con los enfermos atraía la enfermedad sobre los sanos, sino que hasta el tocar los vestidos o cualquier otra cosa que hubiera sido tocada o usada por los enfermos parecía llevar consigo el mal al que tocaba.

Cosa tan maravillosa es oír lo que debo decir, que si por mis ojos y los de muchos no hubiese sido visto, no me atrevería a creerlo y menos a escribirlo, aunque lo hubiese oído de persona digna de crédito. Digo que fue esta pestilencia tan activa en el pasar de un ser a otro que no solamente se transmitía al hombre, sino que ocurrió bastantes veces esto, que es mucho más: las cosas de un enfermo, tocadas por otro animal que no fuera de la especie humana, no solamente le contaminaban la enfermedad, sino que le provocaban la muerte en brevísimo tiempo.

Con mis propios ojos hice esta experiencia entre otras: estando tirados en la calle los andrajos de un pobre hombre muerto de peste, se acercaron a ellos dos cerdos que, según su costumbre, los sacudieron primero con el hocico y luego con los dientes. Poco después, tras dar algunos pasos y como si hubieran tomado veneno, cayeron los dos muertos en tierra.

De estas cosas y otras semejantes y aún más graves nacieron diversos temores entre los sobrevivientes; y casi todos llegaban a una misma cosa, bien cruel por cierto: esquivar a los enfermos y huir de ellos y de sus cosas, pues de ese modo creía cada uno conquistar para sí la salud.”

RELATOR: Así dice Boccaccio en la introducción del Decamerón. Él mismo agrega que las gentes siguieron dos conductas distintas. Mientras algunos quisieron ser prudentes y moderados, otros quisieron agotar los goces de los que parecían ser sus últimos días. La alegría fue una obsesión de los que sólo veían a su alrededor la tristeza, y el mismo Boccaccio narra sus historias para entretener la mente de quienes siguen esas huellas. El recreo, el coloquio, el amor también, la poesía y la música servían a ese fin primordial de suscitar el olvido.

He aquí dos canciones que acaso fueran escuchadas por aquellos que, entre tantos pesares, buscaban un alivio para sus inquietudes en la fresca campiña toscana, entre los halagos de las tiernas y delicadas melodías. Dos baladas, de Vincenzo da Rimini una y de Giovanni da Cascia la otra, llenas de suave encanto y melancolía.

Cortina musical: Vincenzo da Rimini, “Ella se había ido”, y Giovanni da Cascia, “Soy un peregrino”

RELATOR: Suave melancolía, tierno encanto, y en el fondo la angustia irreprimible. Acaso nadie tan desgraciado como aquel Petrarca que perdió entonces, víctima del mal, a su amada Laura de Noves, aquella a quien pintara el ilustre pintor de Siena, Simone Martini, aquella a quien él dedicaba su “Cancionero”, y a quien cantó muerta con altísimo verso:

“Ay el hermoso rostro, el mirar dulce,
“Ay el alegre porte tan altivo…”

Otra canción de amor, de amor profano, ha de escucharse ahora acompañada por el dulce son de la viela, y luego se ha de oír un laude de inspiración franciscana, porque también hubo entonces quienes, en tan grande aflicción, renovaron su fe e hicieron de ella su último e imbatible escudo.

Cortina musical:  Brolo: “Oh luz celestial” y “Laude de Noel”.

RELATOR: Todos estos, los que perseguían la alegría, los que buscaban los dulces goces del amor, los que aguardaban resignados la conmiseración de Dios, todos ellos procuraban sobre todo olvidar la tragedia que los rodeaba y que causaría la muerte de la tercera parte de la población de Europa.

Pero no faltó quien se atreviera a mirar de frente al enemigo. Médicos hubo heroicos que entregaron su vida, como Gentile da Foligno, cuidando a los desgraciados mientras procuraba aleccionar a los indemnes sobre los principios de la higiene. Por entonces no se obtuvieron prontos frutos, pero no fueron pocos los estudios que la medicina desarrolló con motivo de esa formidable experiencia acerca de los peligros que ocultaba la convivencia de grandes grupos urbanos.

También se atrevieron a mirar de frente la catástrofe otros espíritus más reflexivos. Los astrólogos se empeñaron en explicar acabadamente el origen de la epidemia mirando el firmamento, y uno de ellos, Guy de Chauliac, aseguró que todo se debía a la conjunción de Saturno, Júpiter y Marte, operada el 24 de marzo de 1345. Es cosa cierta que no faltó quien le creyera.

Y también la contemplaron algunos atormentados. Místicos exaltados se sumergieron en la contemplación de aquella mortandad, y se regocijaron con la idea de la muerte que parecía acercar la especie humana al instante postrero. De esos místicos exaltados surgieron las imágenes tétricas que se conocen con el nombre de “Danzas de la Muerte”. En los muros de los cementerios, de los conventos y las iglesias, aparecieron representadas largas procesiones de gentes de toda condición –de la más alta a la más humilde– en marcha inevitable hacia la muerte. Sólo esqueletos eran quienes se cubrían con dalmáticas y tiaras, con sobrepellices y capas de marta o cibelina. Sólo esqueletos eran, conducidos por la Parca de afilada guadaña.

Los poetas recogieron el tema, y se empeñaron a su modo en recordar a los vivos que eran tan solo sombras deslizándose furtivamente en un mundo de vanidad. Todos, todos bailamos la danza de la muerte, parecían decir; todos, papas, reyes y emperadores, ermitaños y labradores, magistrados y cortesanas; todos unidos en una danza general, al compás de la charambela, en una siniestra embriaguez de renunciamiento. Oíd, aquí comienza la danza general:

“Dice la Muerte:
Soy la muerte cierta a todas las criaturas
que son y serán en el mundo durante.
Yo demando y digo: ¡Hombre! ¿Por qué curas
de vida tan breve y en punto pasante?
Porque no hay fuerte y recio gigante
que de este mi arco se pueda amparar;
conviene que mueras cuando lo tirar
con esta flecha cruel traspasante.
¿Qué locura esa, pues, tan manifiesta
que piensas tú, hombre, que otro morirá
y tu quedarás por estar bien compuesta
la tu complexión y que durará?
¿O piensas por ser un mancebo valiente
o un niño de días, que lejos seré,
y que hasta que llegues a viejo impotente
en la mi venida me retardaré?
Avísate bien, porque llegaré
hasta ti a deshora; que non he cuidado
de que seas mancebo o un viejo cansado
y que cual te hallare, tal te llevaré.
La práctica muestra ser pura verdad
aquesta que digo sin otra falencia;
la Santa Escritura con seguridad
nos da sobre todo su firme sentencia
a todos diciendo: Haced penitencia,
que morir habedes, non sabedes cuando;
si no, ved al fraile que está predicando;
mirad lo que dice con su gran sapiencia.
Dice el Predicador:
Honrados señores: la Santa Escritura
nos demuestra y dice que todo engendrado
gustará la muerte maguer que sea dura
pues que trajo al mundo un solo bocado:
Porque papa, o rey u obispo sagrado,
cardenal o duque o conde excelente,
o el emperador con toda su gente
son sobre este mundo de morir forzados.
Señores, pugnad por hacer buenas obras
y no os confiéis en los altos estados,
que no han de valeros tesoros ni doblas:
la muerte sus lazos tiene preparados.
Gemid vuestras culpas, decid los pecados,
en cuanto pudiereis con satisfacción,
si alcanzar queredes cumplido perdón
de aquel que perdona los yerros pasados.
Haced lo que digo, y no os retardedes
porque ya la muerte comienza a ordenar
una danza esquiva de que non podedes
por cosa ninguna que fuera, escapar.
La cual manifiesta que quiere llevar
a todos nosotros lanzando sus redes:
Abrid las orejas, porque agora oiredes
de su charambela el triste cantar.”

RELATOR: Así sonó la danza macabra por aldeas y ciudades, por collados y por llanuras. Pero la muerte retrocedió y la epidemia comenzó a declinar, no sin que se despertara de tanto en tanto. La vida recobró su ritmo habitual, y volvieron los labradores a sus surcos, los operarios a sus talleres y los burgueses a sus mostradores. Poco a poco se logró el olvido.

Pero quedaba un saldo en la cuenta. Los muertos dejaron tantos huecos que toda la organización de la vida comenzó a sufrir la ausencia de los que faltaban. La escasez empezó otra vez, los precios ascendieron y el hambre se asomó de nuevo en la choza rural y en el tugurio urbano. A poco fue tan fuerte que movió a los desesperados a ganar las calles para gritar su furia irreprimible. Florencia vio a los ciompi ensoberbecidos, París asistió a la insurrección de la plebe y en las ciudades flamencas y en las aldeas inglesas se levantaron hoces y palos en demanda de pan.

La muerte volvió otra vez a asolar a Europa y los ahorcados medían el tiempo con su siniestro balanceo. En la mitad de la carrera del siglo XIV, la peste negra trabajó por la renovación de Europa.


3. 1385 – PORTUGAL RENACE EN LOS CAMPOS DE ALJUBARROT(A)

Cortina musical. En primer plano, ruido de caballos que se acercan.

MENSAJERO: (Deteniéndose.) Necesito hablar con el Condestable. ¿Sabéis si está en su tienda?

SOUZA: Está. ¿Tenéis prisa?

MENSAJERO: Mucha. Un recado urgente para él del capitán de la avanzada.

SOUZA: Aguardad. Le avisaré…

Pausa.

CONDESTABLE: (Saliendo.) ¿Quién me busca?

MENSAJERO: Señor Condestable… Traigo encargo del capitán de la avanzada de avisaros que se han presentado allí emisarios del Rey de Castilla que solicitan hablar con vos.

CONDESTABLE: ¿Cuántos son?

MENSAJERO: Tres, señor, y parecen ser gente principal.

CONDESTABLE: Pues que vengan… Aquí los espero. Vos los acompañaréis con escolta.

MENSAJERO: Bien, señor. (Sale al galope.)

CONDESTABLE: (A Souza.) ¿Qué os parece?

SOUZA: Me temo, señor, que sólo quieren ojear el campo.

CONDESTABLE: Es posible. Pero aun así, fuerza es que los reciba. El Rey querrá saber qué los trae.

SOUZA: Pues lo sabréis al punto. Ahí llegan…

Se oye el ruido de varios caballos que se acercan. Luego se detienen.

CONDESTABLE: ¡Bienvenidos, caballeros!

AYALA: Bienhallado, señor Condestable. ¡Emisarios del Rey de Castilla nuestro señor! ¿Me conocéis?

CONDESTABLE: Os adivino…

AYALA: Soy Pero López de Ayala y mis amigos…

CONDESTABLE: (Interrumpiendo.) Pues bienvenidos todos… y al grano. ¿Qué os trae, señores, desde vuestro campo? Los dados están echados y no queda sino el veredicto de las armas.

AYALA: Ciertamente, y no otra cosa esperamos nosotros. Pero el Rey Juan de Castilla quiere, antes de cruzar su espada con la del Maestre de Avis…

CONDESTABLE: (Interrumpiendo iracundo.) Señor Pero López de Ayala: Ni a tuertas ni a derechas os permito que llaméis ‘Maestre de Avis’ al que tenemos ya proclamado y jurado como rey de Portugal. Sabedlo, si es que lo ignoráis, aunque no lo creo. Alto honor será para él y para los caballeros portugueses que el Infante Don Juan, hijo de Don Pedro el Justiciero, haya sido Maestre de la gloriosa orden de Avis. Con ese título encabezó la defensa de Portugal contra las amenazas castellanas. Pero hace ya cuatro meses que dejó su título de Defensor del reino por el de rey legítimo, reconocido, proclamado y jurado en las cortes de Coimbra, no mucho después que vuestras huestes tuvieron que levantar el sitio de Lisboa… Conque atended a lo que decís, y en adelante llamadle a Don Juan ‘Rey de Portugal’.

AYALA: Es triste cosa, señor Condestable, que tan pronto perdáis la calma…

CONDESTABLE: ¿Cómo tan pronto? ¿Cuánto tiempo hace que venís talando nuestras campañas? ¿Cuánto tiempo hace que asoláis nuestras ciudades? ¿Cuánto tiempo hace que pusisteis asedio a Lisboa? Pero hemos llegado a un punto en que Portugal sucumbirá o renacerá del todo, mal que le pese a los castellanos…

AYALA: Sospecho, señor Condestable, que habéis respondido a lo que deseábamos preguntaros, pues lo que me traía era repetir por última vez las demandas del Rey de Castilla antes de decidir la batalla.

CONDESTABLE: Pues contestado estáis. Nadie en Portugal –sino algunos traidores– reconoce de grado que la sucesión del difunto Rey Don Fernando pueda recaer en su hija Beatriz… si esa hija está casada con el Rey de Castilla. No digáis que ignoráis las poderosas razones de derecho que expuso Don Juan de Regras en las Cortes de Coimbra. Y bien sabéis que las Cortes las adoptaron por suyas. Para defender nuestras razones, está preparada nuestra hueste, como la vuestra para atacarlas ¿No os parece que poco tenemos que decirnos?

AYALA: Tenéis razón, señor. Nos volvemos, pues, y sea lo que Dios quiera.

CONDESTABLE: Confío en la justicia de Dios…

AYALA: Yo, en ella y en mi espada…

Salen al galope los caballos. Cortina musical.

RELATOR: 14 de Agosto de 1385. Cerca de Aljubarrota, en el corazón de Portugal y casi a mitad de camino entre Lisboa y Coimbra, dos reyes de idéntico nombre –Juan I de Portugal y Juan I de Castilla– se aprestan a dirimir por las armas su querella acerca del trono portugués. El de Castilla se apoya en los derechos de su mujer, hija y heredera del difunto Rey Don Fernando. El de Portugal, ya reconocido como rey por los suyos, esgrime el que le otorga ser hijo, aunque bastardo, del Rey Don Pedro el Justiciero, pero se hace fuerte sobre todo en la voluntad de la nación de no aceptar la dominación castellana. Por sobre el derecho dinástico, se ha levantado el principio de derecho natural de sobrevivir y conservar la soberanía. La discusión ha cesado, en fin, y sólo las armas pueden resolver la querella. (Pausa.) En el real de Don Juan de Castilla.

Cortina musical.

GUZMÁN: (En voz baja, como hablándole a un enfermo.) Señor… ¿dormís?

REY: (Voz de enfermo.) No… ¡Ay! No he podido pegar los ojos y apenas puedo incorporarme. ¿Algo nuevo?

GUZMÁN: Don Pero López de Ayala y sus compañeros han regresado ya del campamento del Maestre, y preguntan si queréis oírlos.

REY: Quiero, sí… Y que entren también los demás caballeros, pues menester es celebrar consejo, teniendo el enemigo al frente.

GUZMÁN: Ya mismo, señor…

Pausa. Luego comienzan a entrar, saludando.

AYALA: Señor, ¿cómo os sentís?

REY: ¡Ay, Ayala! ¡Mal día para una batalla! Esta cintura no me deja moverme… Y a vos, ¿cómo os fue?

AYALA: Veréis, señor… De la demanda, lo que esperábamos. Pero yo y los míos vimos cuanto quisimos, pues cruzamos el campo del Maestre desde las avanzadas hasta la tienda misma del Condestable…

REY: ¿Y qué os parece?

AYALA: Señor, el día está ya muy bajo para dar hoy batalla. Además, ni vos ni vuestra gente ha comido hoy, ni han bebido aunque hace tanto calor; y según acabo de saber, aún no han llegado los ballesteros y lanceros que vienen con las acémilas y las carretas de la hueste.

REY: Pero no os preguntaba eso, que también lo sé yo. Quiero vuestra opinión sobre nuestra posición frente a los enemigos… según lo que acabáis de ver.

AYALA: Pues os diré que vuestra vanguardia está bien y en buen orden para oponerse a la vanguardia de los enemigos. Pero de las dos alas de vuestra hueste, en las que hay muchos y muy buenos caballeros y escuderos, no nos podríamos aprovechar; porque tienen por delante dos valles que no podrían cruzar, y si lo hicieran se encontrarían con toda la fuerza de los enemigos unida, con muy buenos peones y ballesteros.

REY: Pues ¿qué haremos entonces?

AYALA: Estaos quieto. El enemigo, o saldrá de la buena posición en que está ahora, o demostrará su miedo…

Murmullos de aprobación.

DÍAZ: (Voz joven.) Si me dais licencia, señor, para deciros mi pensamiento, os declararé que harto menguado me parece lo que se os propone. Muchas ventajas tenéis sobre los enemigos; la primera ser Rey de Castilla, que es de los mayores de la Cristiandad; y el estar casado con la hija del Rey Don Fernando de Portugal que era heredera del reino; y el tener grandes linajes; y formar en su hueste muchos y muy valientes caballeros. Según eso, estará de vuestra parte Dios, contra los que os niegan su obediencia, y bueno será que nos deis licencia para que acometamos contra el real del Maestre de Avis, que a la vista tenemos.

Murmullo de discusión.

REY: Fuerza es considerar ambas opiniones, la de los hombres maduros y experimentados y la de los caballeros mancebos e impetuosos. Mas mirando bien lo que conviene a nuestros asuntos, paréceme ser más prudente y útil a nuestro servicio que demoremos hasta mañana la batalla, por ver si los del Maestre dejan sus posiciones. Conque… es cosa resuelta. Se mantendrán las avanzadas y esperaremos al alba. Condestable… Ved que se provea lo necesario para lo que mando.

Murmullo ligero. Los presentes empiezan a retirarse; y lo que sigue ocurre ya fuera de la tienda del Rey.

DÍAZ: (Empieza hablando en voz baja; luego sube de tono y terminará en gritos.) Amigos, ¿qué me decís de esto? El Rey llama prudentes a los consejos de los cobardes…

Murmullos.

DÍAZ: ¿No os parece? Cobardía es esperar el alba… y acaso esperar más… y acaso volver grupas… ¿No están a tiro de ballesta los enemigos? ¿No está de nuestro lado el derecho y la fuerza? Amigos, no sé qué os diga, pero el Rey está doliente y me temo que ignore lo que tiene entre manos… (Subiendo el tono.) A nosotros nos cuadra atacar… ¿Os atrevéis? Por el vado caeremos sobre el real, y destrozaremos la vanguardia enemiga. Las alas tendrán que lanzarse al combate, y nos seguirán. Nosotros salvaremos a Castilla… (Fuerte.) ¡Adelante, amigos! ¡Por Castilla! ¡A ellos…!

VOCES: ¡A ellos…! ¡Castilla! ¡Castilla! ¡Castilla!

Ruido de gente que monta a caballo y toma sus armas.
Luego galopes. Murmullos y gritos.
Cortina musical.
Luego en el campo de batalla.

REY: ¡No perdamos tiempo! Es menester ver si el ala izquierda puede forzar el paso…

AYALA: Me temo que no pueda. La posición está bien guardada por los ballesteros y ya hemos fracasado dos veces.

REY: ¡Maldición! Que no esté aquí Guzmán…

AYALA: Se ha colocado a espalda de los enemigos.

REY: ¡El imbécil! ¿No sabe que no hay mayor torpeza…?

AYALA: Señor… Ha querido socorrer a los suyos como pudiera, una vez comprometida la batalla.

REY: Pues avisadle que se corra hacia acá…

AYALA: Difícil es, señor. No tenemos paso hacia allá. Dardos, saetas y piedras cubren la hondonada. Si hemos de salvarnos, será forzando el paso por la izquierda. Pero… ¡Mirad! O yo me engaño, o…

REY: ¡Vuelven!

AYALA: ¡Vuelven! Y a todo correr… Señor, poneos a salvo… Montad y encaminaos a Santarem. Yo me echo con los que quedan en el real a detener a los perseguidores… ¡Hola…! ¡El caballo…! ¡Todos me sigan! ¡Nos jugamos Castilla! ¡Adelante!

Sale al galope. El micrófono sigue a los caballeros que galopan con Ayala.

AYALA: ¡Por aquí! Es menester cortar para detenerlos en el arroyo… ¡Ahí vienen! ¡Firme contra ellos!

Se oyen gritos que se acercan.

VOCES: ¡Nuestra Señora y Portugal…! ¡A ellos…!

Ruido de combate con arma blanca y a caballo. Gritos.

AYALA: ¡Aquí…! ¡Valedme!

VOZ: ¡Rendíos!

AYALA: ¡Maldición! El caballo…

Cae el caballo.

AYALA: ¡Valedme…!

VOZ: ¡Rendíos! ¡Estáis solo!

AYALA: ¡Dios lo ha querido! ¡Aquí está mi espada!

VOZ: ¿Quién sois, caballero?

AYALA: Pero López de Ayala.

VOZ: Prisionero sois del rey de Portugal.

AYALA: ¡Dios lo ha querido!

Cortina musical. Luego, gritos como de gente que amarra un barco a la orilla.

REY: (Voz dolorida.) ¡Ay de mí! ¡Ya llegamos…!

GUZMÁN: ¿Os sentís mejor, señor?

REY: Siempre es mejor la galera en reposo que navegando. Las aguas del Guadalquivir son mansas. Pero… no me olvidaré de estos días atroces, doliente y en marcha.

GUZMÁN: Todos hemos sufrido con vos, señor, de veros doliente y forzado a marchar sin descanso. ¿Queréis desembarcar enseguida?

REY: Esperaremos que caiga el sol. Porque el calor me abruma. Aquí reposaré un rato. Ved que no me importunen.

GUZMÁN: Está bien, señor.

Sale, deja caer la cortina y sube una escalera a cubierta. Se oyen más fuertes los gritos de la maniobra.

GUZMÁN: (A un marinero.) ¿Quién sube?

MARINERO: El Concejo, alcaldes, alguacil, caballeros, escuderos y hombres buenos de la ciudad de Sevilla, que quieren saludar al Rey…

GUZMÁN: (Avanza hacia la borda.) ¡Bienvenidos, señores!

VOCES: Con Dios, señor…

GUZMÁN: Sabéis las nuevas… La batalla perdida cerca de Aljubarrota, y con ella Portugal.

Pausa con leve murmullo.

GUZMÁN: El Rey descansa. Ya sabéis que está enfermo desde hace tiempo. En litera llegó a la vista de los enemigos, y de ella descendió para acostarse en su lecho, la tienda cerca de las avanzadas enemigas. Desde la tienda dirigió la batalla que por nuestros pecados perdimos, y allí permaneció hasta que vio a su gente desbaratada. Entonces, rogado por los suyos, montó en mula y se dirigió a Santarem, más, aun doliente, debió montar a caballo para escapar a la persecución de los portugueses, que le seguían.

VOZ: ¡Pobre Rey!

GUZMÁN: ¡Sí…! ¡Pobre Rey! Lloraba en el camino… Y más lloró cuando, al fin, subió al navío armado que lo condujo por el Tajo hasta Lisboa. Allí iba mirando la tierra portuguesa que las armas –injustas esta vez– le habían quitado contra toda razón y derecho. En Lisboa estaba nuestra flota, y a ella llegaban los que volvían dispersos de Aljubarrota, y los que eran partidarios del rey de Castilla y temían verse perseguidos por el Maestre de Avis. Y al cabo de dos días, y luego de disponer algunas cosas que cumplían a su servicio, emprendió viaje en esta galera, y aquí estamos, en Sevilla, sin nada que traer al reino sino el pesar y la amargura.

VOZ: Pues bienvenido el Rey a la fiel ciudad de Sevilla, que proveerá a todo cuanto quisiere ordenarnos.

GUZMÁN: Gracias, señores. Así se lo diré al Rey. Mas dejadle descansar ahora, y volved cuando el sol haya bajado para acompañarlo a tierra.

VOZ: A esa hora volveremos. Dios os guarde…

GUZMÁN: Dios os guarde, señores…

Pausa. Vuelve a la cámara del Rey.

GUZMÁN: (Al Rey.) ¿Dormís, señor?

REY: Velo, que el pensamiento no me deja… Mirad, Guzmán, aprovecharé este rato para que escribamos a los Concejos llamando a Cortes. Quiero que sean en Valladolid. ¿Cuándo creéis que podremos estar allí?

GUZMÁN: Pues convocad para primeros de octubre, y tenéis tiempo sobrado de reponeros y despachar los asuntos más urgentes.

REY: Así se hará. Llamad al escribano y dictaremos la carta en que los convoquemos y demos cuenta de nuestra aflicción.

GUZMÁN: Al instante.

Pausa. Vuelve con el escribano.

REY: Poned luego el encabezamiento, escribano, y copiad ahora lo que os dicte. (Pausa. El Rey dicta con énfasis, como si estuviera viendo la batalla.)

“Bien sabéis, como por nuestras cartas os dijimos, el mal, daño y pérdida que nos sucedió a nos y a los nuestros por nuestros pecados y de los nuestros. El lunes catorce de este mes tuvimos batalla con aquel traidor que se llama Maestre de Avis, y con todos los reinos de Portugal que de su parte tenía, y con todos los otros extranjeros, así ingleses como gascones, que con él estaban.

La batalla fue de esta manera. Ellos se pusieron aquel día desde la mañana en una plaza fuerte entre dos arroyos; y cuando nuestra gente llegó y vio que no les podían acometer por allí, hubimos todos de rodear para venir a ellos por otra parte más llana. Cuando llegamos a aquel lugar era ya hora de vísperas y nuestra gente estaba muy fatigada.”

GUZMÁN: Ahí empezó nuestra desgracia. Otra fuera nuestra fortuna si hubiéramos esperado el día.

REY: Tenéis razón. Sigo. “Los más de los caballeros acordaban que no se diese batalla en el día; mas toda la otra nuestra gente, con la voluntad que habían de pelear, fuéronse allá sin nuestro acuerdo, y nos hallamos con ellos, aunque con mucha flaqueza. Los nuestros vieron las dificultades, mas no por eso dejaron de acometer; mas por nuestros pecados fuimos vencidos.

Y porque nos y los nuestros no quedemos con tanta vergüenza, hemos ordenado que se hagan Cortes en Valladolid, el primer día de Octubre, por lo cual os mandamos que nos enviéis dos hombres buenos de entre vosotros con vuestra procuración bastante, para que nos, con consejo de ellos, ordenemos lo que entendiéremos que cumple a nuestro servicio.”

Terminad, escribano… ¡Ay! Qué fatiga tan grande y qué jornada tan amarga, en Aljubarrota…

Cortina musical

RELATOR: Amarga, la jornada de Aljubarrota para Juan I, Rey de Castilla. ¡Pero…! Qué alborozo y alegría en el real de Juan I, Rey de Portugal, después de la jornada de Aljubarrota… El reino, amenazado en su independencia, había renacido librándose de los peligros que lo rodeaban. Portugal resurgía como un estado fuerte, guiado por una realeza enérgica y plena de autoridad y prestigio. Poco después sus naves comenzarían a surcar los mares remotos y los portugueses –los lusíadas– se cubrirían de gloria en las misteriosas rutas del África y el Asia.


4. 1431 – DON JUAN II DE CASTILLA SUEÑA CON GRANADA LA MORA

Cortina musical: Machaut, Baladas.

DON JUAN: (En primer plano.)

“Si tú quisieras, Granada,
contigo me casaría;
darete en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.”

VOZ FEMENINA:

“Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería”.

Cortina musical: Machaut, Baladas.

RELATOR: (En primer plano.) Allí está, sobre las colinas acariciadas por el Jenil y el Darro, la ciudad de Granada, joya del último reino musulmán de España. En las postrimerías del siglo XIV la embelleció con refinado gusto el Rey Muhammad V, cuyos cuidados fueron particularmente delicados con su propio palacio, llamado la Alhambra. “La regia estancia de la Alhambra –decía por esa época el historiador granádico Ben-al-Jatib– sobresale con admirable perspectiva cual otra segunda ciudad. Altísimas torres, espesas murallas, palacios suntuosos y otros muchos edificios elegantes hermosean aquel recinto y lo embellecen con su magnificencia. Raudales cristalinos se despeñan, se convierten en mansos arroyos, y se deslizan murmurando entre bosques sombríos. A semejanza de Granada, huertos y graciosos vergeles dan tal amenidad a la Alhambra, que las almenas de los palacios asoman entre las bóvedas de verdura como el cielo sembrado de estrellas en la noche oscura.”

La Alhambra tuvo también por entonces su poeta, enamorado de su hermosura y de su gracia. Se llamó Ben Zamrak, y entre todos los poemas que dedicó a la estancia real, sobresale este que está inscripto en la cámara llamada ‘Dos Hermanas’:

“Jardín yo soy que la belleza adorna:
Sabrás mi ser si mi hermosura miras.
Por Muhammad, mi rey, a par me pongo
de lo más noble que será o ha sido.
Obra sublime, la Fortuna quiere
que a todo monumento sobrepase.
¡Cuánto recreo aquí para los ojos!
Sus anhelos el noble aquí renueva.
El pórtico es tan bello, que el palacio
con la celeste bóveda compite.
Con tan bello tisú lo aderezaste
que olvido pones del telar del Yemen.
¡Cuántos arcos se elevan en su cima,
sobre columnas por la luz ornadas,
como esferas celestes que voltean
sobre el pilar luciente de la aurora!
Las columnas en todo son tan bellas,
que en lenguas corredora anda su fama:
lanza el mármol su clara luz, que invade
la negra esquina que tiznó la sombra;
irisan sus reflejos, y dirías
son, a pesar de su tamaño, perlas.
Jamás vimos alcázar más excelso,
de contornos más claros y espaciosos.
Jamás vimos jardín más floreciente,
de cosecha más dulce y más aroma.”

RELATOR: Esta es la Alhambra, en la colina que acaricia el Darro; esta es Granada, con la que sueña Don Juan II de Castilla.

DON JUAN:            

“Si tú quisieras, Granada,
contigo me casaría;
darete en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla…

Cortina musical: Machaut, Baladas.

RELATOR: (En primer plano.) Marzo de 1431. En la aldea de Rabé, próxima a Medina del Campo, está reunido el consejo que ha convocado el Rey de Castilla, Don Juan II.

VOZ A: ¿Sabéis cómo era el Rey, señor Don Fernán Pérez de Guzmán?

VOZ B: He aquí su semblanza: “Fue alto de cuerpo y de miembros grandes, pero no de buen talle ni gran fuerza; de buen gesto, blanco y rubio, los hombros altos, el rostro grande, el habla un poco arrebatada; sosegado y manso, y muy mesurado y llano en su palabra. Placíale oír a los hombres avisados y graciosos y anotaba bien lo que de ellos oía; sabía hablar y entender latín, leía muy bien, agradábanle mucho libros e historias, oía de buen grado los decires rimados y conocía sus defectos, y tenía gran placer en oír palabras alegres y bien apuntadas, y aún él mismo las sabía bien decir. Y sabía del arte de la música, y cantaba y tañía bien.”

DON JUAN:            

“Si tú quisieras, Granada,
contigo me casaría…”

Cortina musical: Isaac.

RELATOR: (En primer plano.) He ahí el Rey de Castilla Don Juan II. A su lado está, como de costumbre, aquel en quien ha depositado su confianza y casi abandonado su voluntad, el Condestable Don Álvaro de Luna.

Más que nadie lo incita a que se empeñe en guerra contra moros, y él mismo se ofrece para ser el primero.

ÁLVARO DE LUNA: Señor, pues la disposición de la mi edad, ahora que soy mancebo, y mi deseo es tan conforme para vos servir, y el caso se ofrece muy dispuesto en que yo lo pueda hacer, es a saber: pues vos, señor, tenéis acordado de ir poderosamente a hacer la guerra al reino y moros de Granada, yo os suplico, señor, me deis licencia para que, con la gente de mi casa, vaya adelante para hacer alguna entrada y daño en el su reino; porque cuando vuestra merced vaya, con la ayuda de Dios y con la vuestra, yo los tenga en alguna manera quebrantados e atemorizados.

RELATOR: El Rey no quisiera dar licencia al Condestable, que tanto lo amaba que en ninguna manera lo quería partir de sí; mas con tanta instancia se lo suplicó, que le fue otorgada por el Rey licencia para la ida, y dadas cartas para los capitanes de la frontera y para las ciudades de Andalucía, para que así hiciesen lo que él mandase, como aquel que representaba la persona del Rey.

Cortina musical: Canciones francesas.

RELATOR: (En primer plano.) Poco después partió el Rey más lentamente, reuniendo las huestes de sus vasallos, y avanzando por Escalona y Toledo, por Ciudad Real y Córdoba. Y en esta última ciudad recibió a fines de mayo de 1431, nuevas del Condestable en carta de su puño y letra:

DON JUAN: “Ayer domingo, a 20 de mayo, escribí a vuestra alteza cómo yo y estos caballeros que por vuestro mandado conmigo son venidos en vuestro servicio, habían entrado en tierra de moros. Gracias a Dios éramos llegado a Archidona, a dos leguas de Antequera, y por no detener al mensajero no escribí el presente por menudo a vuestra merced la manera que nuestro señor Dios dio a vuestra gente, y lo que se había hecho en la tierra de los moros.

Sepa vuestra merced que el miércoles siguiente después que de vuestra Señoría me partiese, asentó vuestro real a una legua de Alcalá. Y lo primero, se acordó que predicase el fraile que vuestra merced me envió, para que toda la gente se confesase y fuese como debía, lo cual hicieron todos muy bien. Y al otro día, jueves, todos muy alegres, entraron vuestras gentes ordenadas, con acuerdo de todos estos caballeros, en esta manera: en la delantera, por corredores, el comendador mayor de Calatrava y Alfonso de Córdova, vuestro alcalde de los Donceles; y Pedro de Narváez, vuestro alconde de Antequera, con 500 rocines. Y después de esto, seguía la batalla en que yo iba, con hasta 1.500 hombres de armas y 500 jinetes, y dos escuadras más adelante con hasta 1.000 de a caballo, en cada una de las cuales eran 300 hombres de armas y 500 a rocines; la una de ellas a la mano derecha y la otra a la izquierda.

Y así en esta ordenanza pasamos a la mano derecha del puerto Lope, por bien áspera tierra, y llegamos a Ilora. Era bien cerca de la noche cuando asentamos el real, bien cerca de la villa. Y otro día, viernes, bien de mañana fue la gente toda a caballo; y porque habían quedado por talar muchos panes, viñas y huertas, detuvímosnos un rato de la mañana encima de los caballos; hasta que fueron talados. Y fue puesto fuego a la otra parte de la villa; así que fueron quemados todos los arrabales, donde moraba la más gente de ella y fueron tomados algunos prisioneros. Este día continuamos nuestro camino derechamente a la vega de Granada, hasta verla muy bien a ojo, y divisar la Alhambra, el Albaicín y el Corral. Y los corredores fueron por la vega adelante, poniendo fuego a todos los lugares y casas que hallaron por la vega.

Y después que vi que el rey de Granada y ni caballeros algunos no salieron a pelear, fue acordado que recogiésemos nuestros corredores y fuésemos a sentar real cerca de una villa que dicen Tájara. Y este día fueron quemados otros lugares entre los cuales uno que decían El Salar, que era de 200 vecinos. Y todos los lugares que fueron quemados verá vuestra merced por un escrito que va incluso en la presente.

Y otro día, domingo de Pascua, partimos de allí y vinimos a asentar real a otro lugar de moros que dicen Archidona, villa muy fuerte que es a dos leguas de Antequera. Detúveme aquí hoy lunes, el cual día se atalaba todos los panes, viñas y huertas de la villa, y se derribó la torre del atalaya, y unos molinos, y otros edificios. Y mañana martes entiendo partir de aquí y asentar real cerca de  Antequera.

Suplico a vuestra merced que envíe a mandar que haga, que yo entiendo aquí atender respuesta de vuestra merced; la cual suplico a vuestra alteza sea la más acelerada que ser pudiera. Del vuestro real de Archidona, a 22 de mayo, vuestro humilde servidor, Álvaro de Luna.”

Cortina musical: Danzas francesas.

RELATOR: (En primer plano.) Lleno de gozo partió Don Juan de la ciudad de Córdoba para la vega de Granada, a la que llegó muy pronto poniendo su real en Atarfe, a orillas del Jenil, que fue cercado de un gran palenque muy bien ordenado, para evitar que entraran moros.

Y no entraron moros en son de guerra. Mas pasó uno que era persona principal, como podía advertirse por sus vestidos y sus arreos. Su nombre era Yusuf Benalámar, y los castellanos lo llamarían Abenámar. Era un infante granadino a quien había arrebatado el trono Mohammed Abenazar, aquel que ahora miraba las huestes castellanas desde las torres de la Alhambra.

Cortina musical.

RELATOR: Aquel día platicaron el Rey Don Juan y el Infante Abenámar sobre cómo tomar Granada, cuyo trono prometió el castellano al moro, si las armas le eran favorables. Y mientras los caballeros formaban alrededor de sus pendones, subieron a un alcor el infante moro y el rey castellano, para contemplar desde él la ciudad de sus sueños, soñada y prometida.

Cortina musical: Danzas francesas.

DON JUAN: (En primer plano.)

“¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida;
moro que en tal signo nace
no debe decir mentira.

ABENÁMAR:         

No te la diré, señor,
aunque me cueste la vida.

DON JUAN:

Yo te agradezco, Abenámar,
aquesta tu cortesía,
¿Qué castillos son aquellos?
¡Altos son y relucían!

ABENÁMAR:

El Alhambra era, señor,
y la otra, la mezquita;
los otros los Alijares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra
otras tantas se perdía;
desque los tuvo labrados
el rey le quitó la vida
porque no labre otros tales
al rey del Andalucía.
El otro es Torres Bermejas,
castillo de gran valía;
el otro, Generalife,
huerta que par no tenía.

RELATOR:

Allí hablara el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía.

DON JUAN:

Si tú quisieras, Granada,
contigo me casaría;
darete en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.

Voz femenina en segundo plano:

GRANADA:

Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.

RELATOR:

Hablara allí el rey don Juan,
estas palabras decía:

DON JUAN:

Échenme acá mis lombardas
doña Sancha y doña Elvira;
tiraremos a lo alto,
lo bajo, ello se daría.
El combate era tan fuerte
que grande temor ponía.”

Cortina musical: Danzas francesas.

RELATOR: Así comenzó la batalla de la Higueruela, el domingo primero de julio de 1431.

Salió luego toda la morisma, así de a caballo como de a pie, y ordenaron sus batallas. Y como los condes vieron que la batalla querían dar, luego en este punto lo hicieron saber al Rey, al real. Y todos puestos en el campo, y todas sus batallas ordenadas, reinante la divinal gracia y con la ayuda del apóstol Santiago, comenzóse la batalla en el campo, el cual se llamaba Andarajemel. Y fueron vencidos los moros y desbaratados, y muertos de ellos diez a doce mil moros; tanto que duró el alcance de ellos hasta Majazad, que es cerca de las puertas de Granada.

La batalla se comenzó entre nona y vísperas, y sobrevino pronto la noche; si no muchos más se destruyeran de los enemigos de la fe.

Cortina musical.

RELATOR: Tras la victoria, Abenámar ocupó el trono de Granada y Don Juan II retornó a sus tierras.

Fue éste el último episodio de la contienda secular, antes de la conquista definitiva de Granada por Fernando e Isabel.

Entretanto la ciudad del Darro se hizo más bella aún y sus reyes débiles. Su sino estaba escrito, y la voz del muecín sonaba cada vez más lúgubre en la alta torre de la mezquita granadina.


5. 1478 – ROMA CONSPIRA CONTRA LA VIDA DE LOS MEDICI

Cortina musical: Isaac, Obrecht, u Okghem.

UJIER 1º: Podéis pasar, pero consultad al ujier de aquella antesala.

Pasos en un amplio ambiente del Vaticano.

UJIER 2º: ¿Señor…?

NERONI: Cartas para Monseñor el Prefecto de Roma.

UJIER 2º: Monseñor el Prefecto de Roma está en este instante con el Santo Padre y no puede ser interrumpido.

NERONI: Avisadle a su Coadjutor y decidle que Diotesalvi Neroni trae cartas de Florencia para Monseñor.

Una campanada como de gong o timbal. Pausa. Pasos.

UJIER 2º: (A Ujier 3º.) Avisadle al Coadjutor de Monseñor el Prefecto que… ¿cómo dijisteis…?

NERONI: ¡Diotesalvi Neroni!

UJIER 2º: …que Micer Diotesalvi Neroni trae cartas para él de Florencia…

Pausa. Pasos.

COADJUTOR: ¡Micer Neroni! ¡Bienvenido! Monseñor el Prefecto os esperaba. Hace muchos días que os esperaba… ¡Habéis tardado!

NERONI: Antes no tenía nada que decirle. ¿Puedo hablar con él?

COADJUTOR: En este instante está posando ante un pintor que pinta un soberbio retrato para la Biblioteca de Su Santidad. No puedo interrumpirlos… pero pasad conmigo y aguardaremos en la antecámara hasta que terminen. ¡Venid!

Pasos.

COADJUTOR: Aguardaremos aquí. Y si queréis ver, levantad ligeramente ese tapiz y mirad…

NERONI: Es el Santo Padre…

COADJUTOR: Sixto IV es un espíritu devoto de las letras y las artes. Ved al pintor. ¿Lo conocéis? Se llama Melozzo y es de Forli. Aquí lo ha traído el Cardenal Giuliano della Rovere… aquel que está frente al Pontífice, y que lo admira mucho. El Papa quería retratarse con sus sobrinos y con Micer Platina, su bibliotecario. ¿Los conocéis?

NERONI: ¿Cómo habría de conocerlos, si es la primera vez que vengo al Vaticano?

COADJUTOR: ¿Os parece? Yo creía haberos visto alguna vez…

NERONI: ¡No me habéis visto!

COADJUTOR: Pues entonces no conoceréis a Monseñor el Prefecto…

NERONI: ¡No lo conozco! Pero él me aguarda.

COADJUTOR: Pues vedlo allí, al lado de Su Santidad. Y el que está entre él y el Cardenal della Rovere es el Cardenal Raffael Riario, también sobrino del Pontífice. El que está arrodillado es Platina, el ilustre humanista.

NERONI: ¿De modo que no podéis decirle a Monseñor el Prefecto que he llegado?

COADJUTOR: No os incomodéis. Parece que ha terminado la sesión… Sí. Ya se mueven.

Pausa.

MELOZZO: (En segundo plano.) Ya tengo compuesto el conjunto. A partir de ahora, puedo seguir mi trabajo con cada uno por separado, cuando se dignen llamarme para posar.

SIXTO IV: Desde mañana, a esta misma hora, trabajarás conmigo, y luego irás concluyendo las otras figuras. Puedes marcharte, Melozzo.

MELOZZO: ¡Santidad…!

COADJUTOR: Aguardad, Micer Neroni, hablaré con Monseñor el Prefecto.

Pausa. Pasos que se alejan. Luego pasos de dos personas que se acercan.

GIROLAMO: ¿Sois vos, Neroni? Bienvenido… (Al Coadjutor.) Podéis retiraros. ¿Y bien, Neroni?

NERONI: Monseñor… Se ha hecho cuanto mandasteis.

GIROLAMO: ¿Y el resultado?

NERONI: Bueno, a medias… Jacopo dei Pazzi está indeciso, pero ha consentido en venir a Roma para hablar con vos.

GIROLAMO: (Con ansiedad.) ¿Y ha venido?

NERONI: Está en Roma, Monseñor.

GIROLAMO: Entonces, contamos ya con él, Neroni. Sólo quiere que lo convenzan.

NERONI: Que lo convenzáis vos, Monseñor.

GIROLAMO: Pues no se pierda un momento más… Es necesario que venga al palacio cuanto antes.

NERONI: ¿Ahora, por ejemplo?

GIROLAMO: En cuanto podáis ir a buscarlo y traerlo. Hablará con el Cardenal mi hermano.

NERONI: Entonces decidle al ujier que lo traiga a su presencia. Aguarda en la primera antesala.

GIROLAMO: Neroni, os habéis portado como yo esperaba. No me olvidaré de vos.

NERONI: Así lo espero, Monseñor…

GIROLAMO: (Al ujier.) ¡Haced pasar a Micer Jacopo dei Pazzi que está en la primera antesala! Yo llamaré al Cardenal.

UJIER: ¡Al instante, Monseñor!

Cortina musical: Isaac, Obrecht, u Okghem.

RELATOR: La trama tejida contra Lorenzo y Giuliano de Medici comienza a ajustar sus hilos. El Papa Sixto IV quiere para sus sobrinos las tierras, las riquezas, las dignidades y la gloria de Florencia. Girolamo Riario, Prefecto de Roma, será Señor del nuevo estado adscripto a la tiara pontificia. Pero hay que obrar con prudencia. La conspiración no debe partir de Roma sino de la misma Florencia. Allí cuentan los Medici con el favor del pueblo, pero los poderosos los odian y aspiran a derribar su autoridad. Entre todos, los Pazzi son los más activos, y por eso los ha elegido Girolamo Riario como cómplices.

1478: La trama tejida contra Lorenzo y Giuliano de Medici está ya ajustada. El Cardenal Raffael Riario corre los hilos.

Cortina musical: Isaac, Obrecht, u Okghem.

RAFFAEL RIARIO: Bienvenido, Micer Jacopo… Estáis entre amigos. He oído hablar tanto de vos que ya os conozco.

JACOPO DEI PAZZI: ¡Me halagáis, Monseñor! Yo soy un hombre humilde que no puede aspirar a la amistad de un prelado ilustre…

RAFFAEL RIARIO: Virtud admirable la vuestra. Sois uno de los primeros ciudadanos de una ciudad gloriosa…

JACOPO DEI PAZZI: En mi ciudad, señor, no se puede ser uno de los primeros ciudadanos, pues bien sabéis que nos oprime una tiranía insoportable. Sólo la plebe parece gozar de los derechos, Eminencia, en tanto que nada nos queda a quienes pertenecemos a las familias que han hecho antaño la grandeza florentina.

RAFFAEL RIARIO: Algo de eso he oído decir, Micer Jacopo dei Pazzi. Pero acaso esté en vuestras manos remediar tan desairada situación… ¿No os consideráis capaz de defenderos, de luchar por vuestros derechos, de libraros de la tiranía…?

JACOPO DEI PAZZI: Fuerzas nos faltan, Eminencia, y acaso coraje también…

RAFFAEL RIARIO: Fuerzas… quizá contéis con protectores poderosos… Pensad que Su Santidad no puede abandonaros si lucháis por una causa justa.

JACOPO DEI PAZZI: Justísima, Eminencia, pero difícil o tal vez ya perdida. Si algo se intentara y fracasáramos, nos costaría la cabeza. La plebe rodea a los Medici y los sigue fielmente.

RAFFAEL RIARIO: Pero a vos os seguirían todos los amantes de la libertad. Saldréis a la plaza y gritaréis: ¡Viva la libertad! ¡Abajo los tiranos! Y os seguirán. Ved. Ya ha caído Galeazzo María Sforza en Milán… ¿No habrá sonado vuestra hora…?

JACOPO DEI PAZZI: Acaso… ¿Y si fracasáramos?

RAFFAEL RIARIO: Dadnos vuestra palabra y tomaremos las providencias necesarias. Lorenzo Giustini estará con tropas en Imola y Nicoló de Tolentino con las suyas en Todi. ¡Valor, Micer Jacopo dei Pazzi!

JACOPO DEI PAZZI: Pero entonces, ¿está todo previsto ya?

RAFFAEL RIARIO: (Animándose.) Todo previsto. Contamos con… Montesecco.

JACOPO DEI PAZZI: ¡Un criminal, Eminencia!

RAFFAEL RIARIO: Un hombre útil, Micer Jacopo dei Pazzi. Por cuenta de él correrá la justicia. Dentro de pocos días, yo mismo llegaré a Florencia, y entonces…

Cortina musical: Isaac, Obrecht, u Okghem.

RELATOR: Pocos días después, el Cardenal Raffael Riario, sobrino de Su Santidad, llegaba a Florencia, alojándose en casa de los Pazzi. Los últimos detalles de la conjuración fueron ajustados sin despertar sospechas, entre el Cardenal, que procedía en nombre de su tío el Sumo Pontífice y de su hermano el Prefecto de Roma, y sus cómplices florentinos: Jacopo dei Pazzi, Neroni, y el Arzobispo Francesco Salviatti, de Pisa. El 25 de abril –1478–, Lorenzo de Medici recibirá en su mesa al Cardenal romano y entonces podrán actuar sus cómplices con seguridad y eficacia. La señoría de Florencia quedará a disposición del ambicioso Prefecto de Roma Girolamo Riario, sobrino de Su Santidad.

Cortina musical: Isaac, Obrecht, u Okghem.

RELATOR: Pero la celada tan bien dispuesta, se vio frustrada por las circunstancias. Giuliano de Medici estaba enfermo y no acudió al festín. Los conjurados querían acabar de una sola vez con los dos hermanos y consideraron prudente postergar el proyecto. ¿Hasta cuándo…?

Cortina musical: Isaac, Obrecht, u Okghem.

RAFFAEL RIARIO: Excelentes vinos, señor Jacopo dei Pazzi. Lorenzo tiene una magnífica bodega y es generoso para ofrecer sus zumos. Luego, su conversación es amable e ingeniosa. Sus amigos son de sutil espíritu. Poliziano me pareció encantador y Botticelli delicado. Fue una fiesta inolvidable…

JACOPO DEI PAZZI: Acabad, Eminencia… Parecería que os burlarais. ¿Podría saberse qué habéis pensado…?

RAFFAEL RIARIO: No os impacientéis… El tiempo apremia, pero es menester estar tranquilos. ¿Estáis seguro de que han sido avisados Giustini y Tolentino?

JACOPO DEI PAZZI: Por nuestra parte, todo se ha hecho como mandasteis. Decid ahora vos cómo salimos de esto.

RAFFAEL RIARIO: No os impacientéis. Mañana… es domingo. ¿No es verdad?

JACOPO DEI PAZZI: Ciertamente. ¿Qué queréis decir?

RAFFAEL RIARIO: Lorenzo irá conmigo a la misa mayor… y lo acompañará Giuliano.

JACOPO DEI PAZZI: ¿Estáis seguro, Eminencia?

RAFFAEL RIARIO: Seguro. Lo he visitado en su lecho y le he reprochado que se sienta tan poco cristiano que por levísimo malestar deje de cumplir el precepto dominical.

JACOPO DEI PAZZI: ¿Y os prometió…?

RAFFAEL RIARIO: Me prometió… Por favor, llamad a Montesecco.

Pausa. Pasos.

MONTESECCO: ¡Eminencia!

RAFFAEL RIARIO: Montesecco, mañana tendréis trabajo. Nos acompañaréis a misa mayor en la Catedral, y al tocar las campanillas para la elevación, os habrá llegado el turno… Vuestro hombre es Lorenzo.

MONTESECCO: ¡Eminencia…! ¡Sacrilegio! ¡Eso es sacrilegio! ¿Cómo podéis…?

RAFFAEL RIARIO: Es una orden pontificia y os lo manda un Cardenal. ¿Cómo podéis hablar de sacrilegio?

MONTESECCO: ¡Sacrilegio, Eminencia! Sacrilegio… Dejadme huir…

RAFFAEL RIARIO: ¡Idos, cobarde! Sabréis lo que perdéis, Montesecco. Micer Jacopo, llamad a Fray Stefano. Yo sé que no me faltará quién me secunde. Vos diréis a Francesco de Pazzi y a Bernardo Bandini que corre por cuenta de ellos Giuliano de Medici. ¡Cuando suenen las campanillas!

Cortina musical: Isaac, perdiéndose. Luego música de iglesia (canto gregoriano), perdiéndose. Luego campanillas.

GIULIANO DE MEDICI: (En segundo plano.) ¡Ay…! Socorro…

LORENZO DE MEDICI: (En tercer plano. Casi inmediatamente.) ¡A mí! ¡Me matan! ¡Asesinos! ¡La espada, Poliziano…! ¡Perros traidores…!

VOCES ENTREMEZCLADAS: ¿Qué pasa? ¡Santo Dios! ¡Hay asesinos…! ¡Han atacado a Lorenzo! ¡Giuliano está caído! ¡A las armas…! ¡A ellos…! ¡Por aquí! ¡Aquél…! ¡Aquél…! ¡No salga nadie! ¡Rodead a Lorenzo! ¡Malditos…!

VOZ A: (En primer plano. Jadeante.) ¿Dónde está Lorenzo?

VOZ B: Se ha refugiado en la sacristía. Lo he visto correr seguido de Poliziano y Rudolfi.

VOZ A: Está salvado… Corro a llamar al gonfaloniero…

VOZ B: No… está herido… ¡Corre!

VOZ A: Ya vienen…

Murmullos fuertes. Muchos pasos.

JEFE: ¡Contra los muros! Nadie se mueva. ¡Pena de la vida!

VOZ C: ¡En la sacristía, Petrucci!

JEFE: ¡Allá todos! ¡Nadie se mueva!

Cortina musical: Canto gregoriano, perdiéndose.

RELATOR: En la Catedral de Santa María dei Fiori, de Florencia, el 28 de abril de 1478. El viejo templo ha sido remozado. Sobre sus muros se levanta la hermosa cúpula diseñada por Brunelleschi, y adornan el balcón de la ‘cantoría’ los relieves de Lucca della Robbia y de Donatello. El lugar es solemne y el ambiente invita al recogimiento. Durante la misa mayor se congrega en él toda la burguesía florentina. Hoy es día de fiesta. Con Lorenzo y Giuliano de Medici ha llegado su huésped, el Cardenal Raffael Riario, sobrino de Su Santidad, y sus innumerables invitados y acompañantes.

Al tocar la campanilla para la elevación, la espada de Francesco dei Pazzi se ha abatido sobre la cabeza de Giuliano, que ha quedado muerto en un charco de sangre. También se han lanzado los asesinos sobre Lorenzo, y dos frailes han hundido sus puñales sobre su nuca. ‘El Magnífico’ está herido, pero ha podido salvarse gracias a su energía y ligereza. En la sacristía se ha protegido y ha tenido tiempo de que llegaran sus leales. El complot ha fracasado, y ahora comienza la venganza.

Cortina musical: Isaac, perdiéndose. Tumulto.

GRUPO DE VOCES A: (Gritando.) ¡Libertad!

GRUPO DE VOCES B: (Gritando.) ¡Palle! ¡Palle![i]

El segundo grupo de voces termina por tapar al primero, mientras sigue el tumulto.

VOZ A: ¡A ese! ¡A ese! ¡Perro!

VOZ B: ¡Ay!

VOZ A: ¡Déjalo…! ¡Esa… esa es la casa de Francesco dei Pazzi! ¡Fuego a ella!

VOCES VARIAS: ¡Fuego…! ¡Fuego…!

VOZ A: ¡Que no salga nadie! Vosotros custodiaréis los puentes. ¡Nadie debe cruzar el Arno! Acercaos… ¿A quién traéis? No me digáis nada… ¡Colgadlo del árbol más alto, porque no debe quedar un traidor en Florencia!

VOZ C: Sed prudente… señor… ¡acaso sea inocente!

VOZ A: ¡A este…! ¡Palle! ¡Palle! ¡Quiero verle mecerse en una pértiga! Fuego a aquella casa… ¡Palle, Palle!

Cortina musical: Isaac.

RELATOR: Así terminó aquella jornada. El Cardenal Riario salvó su vida protegido por el propio Lorenzo, pero cayeron innumerables víctimas del odio popular. ‘El Magnífico’ contemplaba la venganza del pueblo con una mezcla de regocijo y de terror, y encomendó a Sandro Boticelli, el pintor de “La Primavera”, que dibujara los cuerpos mecidos en las horcas siniestras y en los balcones del Palacio de la Señoría, para que su recuerdo sirviera de escarmiento.

La paz volvió a reinar sobre Florencia. ‘El Magnífico’ volvió a sus lecturas y a sus conversaciones sabias con humanistas y poetas. El pueblo a sus talleres y a sus tiendas. Y desde Roma llegaban las olas del despecho y el odio de quienes habían sido sorprendidos con el arma en la mano. La paz volvió a reinar en Florencia, y la guerra comenzó contra Roma.


6. 1503 – EL GRAN CAPITÁN EN LAS GUERRAS DE ITALIA

Cortina musical: Vihuelistas españoles. En primer plano, ruido de caballos que llegan y se detienen.

PAREDES: Somos los primeros… Esta es la ermita, y es la hora convenida… Ah… Allí se divisan los franceses.

Se oye un ruido de caballos que se aproximan; luego se detienen.

PAREDES: Capitán La Motte… Sois vos…

LA MOTTE: Yo soy, Capitán Paredes. Nos aventajasteis por muy poco…

PAREDES: (Con intención, entre serio y burlón.) Es nuestra costumbre, Capitán La Motte…

LA MOTTE: ¡Vive Dios! En otras cosas os aventajamos nosotros…

PAREDES: No en las armas, Capitán.

LA MOTTE: En las armas, Capitán…

PAREDES: ¡Vive Dios, Capitán! ¿Otra vez?

LA MOTTE: Siempre, Capitán.

PAREDES: Vos empezasteis…

LA MOTTE: Empezasteis vos. Dijisteis que teníais costumbre de aventajarnos a los franceses.

PAREDES: Vosotros los franceses lo decís todos los días de los españoles…

LA MOTTE: Porque vosotros lo decís todos los días…

PAREDES: A las armas me remito, Capitán.

LA MOTTE: También yo me remito a las armas… Cuando queráis… ¿Ahora?

PAREDES: No seáis bravucón, Capitán La Motte… Dentro de un instante llegarán nuestros generales, y nosotros hemos venido para asegurar el campo.

LA MOTTE: Pues lo dicho, para cuando queráis…

PAREDES: Lo dicho, Capitán… Y ahora, a otra cosa. ¿Cuántos hombres traéis, Capitán La Motte?

LA MOTTE: Veintidós, según lo convenido. ¿Y vos?

PAREDES: Veintidós, según lo convenido. Más los dos que montan sobre mi caballo… (Carcajada.)

LA MOTTE: (Risa.) Ya veréis cuántos montan sobre el mío a la hora de los cintarazos. Ved… Una nube de polvo en dirección de Melfi. (Con intención burlonamente ceremoniosa.) Os anuncio la llegada del señor Duque de Nemours, General de las tropas de Su Majestad el Rey de Francia en el Reino de Nápoles…

PAREDES: Pues mirad hacia el lado de Atella. Una nube de polvo… Os comunico que se aproxima el Duque de Sant’Angelo, Don Gonzalo de Córdoba, General de las fuerzas de Sus Majestades los Reyes de Aragón y Castilla en el Reino de Nápoles. (Carcajada.)

Trompetas y galope de caballos.

Cortina musical.

RELATOR: Al promediar el año 1502, franceses y españoles competían en Nápoles. Unidos, habían despojado a Federico III del reino para repartírselo, según un acuerdo que, en líneas generales, habían negociado Luis XII de Francia y Fernando el Católico. Mas, consumada la conquista, los vencedores comenzaron a disputar por algunos territorios cuya jurisdicción no había quedado claramente establecida. A los encontrados intereses de los monarcas, se sumaba la rivalidad de los caballeros, que pujaban por obtener el más alto galardón individual en el combate. Franceses y españoles competían en Nápoles por los estados que ambicionaban sus señores, y competían por ser cada uno de ellos más valiente y gentil que sus rivales. De esta competencia debía derivar la guerra entre los dos conquistadores, que se anunciaba amenazadora a través de las jactancias de los caballeros.

La entrevista entre el Duque de Nemours y Gonzalo de Córdoba no trajo la solución esperada, y los dos jefes se separaron dispuestos a solucionar la competencia por las armas.

Trompetas y galope de caballos.

CÓRDOBA: Dejad que se alejen… Capitán Paredes, haced montar la escolta.

PAREDES: Ya lo ordeno, señor.

Pausa. Caballos. Pausa.

PAREDES: Todo dispuesto, señor. ¿Vamos ya en son de guerra…?

CÓRDOBA: Como si lo fuéramos. Nemours insiste en que la Capitanata es francesa… y vive Dios que será española. En fin, decidirán las armas… ¿Estáis contento?

PAREDES: Entusiasta, señor. Tengo ya comprometido el duelo con el Capitán La Motte…

CÓRDOBA: Pero no es sólo eso. Nuestras fuerzas son menores que las del rey de Francia, y nuestra situación difícil. Desde mañana habrá que asegurar la posesión de Manfredonia y vigilar toda la frontera de Apulia y Calabria para prevenir un golpe de mano. Un correo prevendrá esta misma noche a Cardona para que esté sobre aviso, y nosotros esperaremos refuerzos protegidos en la Plaza de Barletta. No hay tiempo que perder. Ahora, al real a todo galope. Capitán Paredes: os toca cubrir la retaguardia.

Trompetas y galope.

Cortina musical.

RELATOR: Poco después empezó la guerra entre los dos conquistadores que disputaban por el botín. Nemours avanzó por doquiera favorecido por su superioridad numérica, pero halló renovados obstáculos que interponía con pericia insuperable el Gran Capitán, Gonzalo de Córdoba, diestro en los ardides de la guerra y tenaz en la defensa de sus posiciones. La expulsión de los españoles –que había parecido el primer día una empresa fácil– se tornó agotadora e inacabable aventura, aun cuando los franceses se encontraban próximos a Barletta, donde los españoles tenían su cuartel general. En el campamento de Gonzalo de Córdoba…

Cortina musical breve.

VERA: Volved a recorrer el campo y cercioraos de que no haya ninguna linterna sin velar. El peligro crece y todas las precauciones son pocas. Aun me pregunto si será suficiente haber doblado las guardias y si no sería prudente poner piquetes en cada puesto. Id al punto.

VOZ: Al instante, señor Capitán.

Pausa.

VERA: ¿Dormís, Paredes?

PAREDES: No puedo. Me duelen las heridas de la cabeza y me embargan las cavilaciones…

VERA: Pues tratad de dormir, porque más nos importa que os repongáis de vuestras heridas que ninguna otra cosa. Brazos como el vuestro son los que necesitamos.

PAREDES: Y como el vuestro, Diego de Vera. Estos días no se ha hablado de otras cosas que de vuestras hazañas…

VERA: Porque no se podía hablar de las vuestras, Capitán…

PAREDES: No digáis tanto… Conmigo o sin mí, en el campo sois de los mejores y los franceses han aprendido a medir el largo y el ancho de vuestra espada. Decidme, ¿qué hubo anoche en Canna?

VERA: Lo de siempre… Venían las acémilas con mantenimientos y forrajes y se supo que pretendían sorprenderlas unos caballeros franceses que habían pasado por aquí cerca en aquella dirección. El General me ordenó que me apresurara a perseguirlos para prever el golpe de mano, y montamos ocho para hostigarlos. Los alcanzamos a un tiro de ballesta de las acémilas y los obligamos a presentar combate. Eso fue todo.

PAREDES: No fue todo eso, según he oído, aunque con el dolor de mi cabeza no pude prestar atención al relato entonces… ¿Cuántos eran ellos?

VERA: Pues contamos quince, y no estoy cierto de si no había alguno más que esperaba el final de la escaramuza, contando con nuestra fatiga. Pero no quisieron aguardar…

PAREDES: Os enfrentasteis…

VERA: Pues ocho contra quince. Voto a brios que nunca di tantos cintarazos ni con tal entusiasmo (Risa.). Tres al menos quedaron en el campo, y dos se nos rindieron a discreción.

PAREDES: Pues no he oído que trajerais prisioneros…

VERA: La verdad, no los trajimos. Uno, con la punta de la lanza en la garganta y derribado, seguía diciendo que eran tan buenos como nosotros; y tanta gracia me hizo la baladronada, que lo dejé levantar para oírlo. Bebimos… y el francés siguió en las suyas. Y más aún: a pie –decía– tan buenos como ellos; mas a caballo mejores los franceses. Y lo acababa de derribar… (Risa.)

PAREDES: Increíble…

VERA: Le dije que me buscara tantas veces como me viera, y prometió hacerlo.

PAREDES: Y le demostraréis tantas veces como os busque que somos los españoles mejores que los franceses a caballo y a pie.

VERA: Y lo demostraréis vos en cuanto curéis de vuestras heridas.

PAREDES: A menos que la ira no me mueva a demostrarlo antes saliendo como pueda al campo…

VERA: Ya sabéis mi opinión. Curaos ahora y luego… fuerte con ellos.

PAREDES: Quizá tengáis razón, porque apenas puedo moverme…

VERA: Pues descansad… y yo haré la ronda para mantener alerta a las guardias.

PAREDES: Id con Dios, Vera.

VERA: Quedad con él…

El micrófono sigue al Capitán Vera en la ronda. Pasos y diversos pequeños ruidos.

VERA: Hola… ¿Nada nuevo?

VOZ A: Nada, señor. No pegamos el ojo…

VERA: Así debe ser. No olvidéis que estamos casi cercados.

VOZ A: Descuidad, señor, que velamos.

El micrófono sigue al Capitán Vera en la ronda. Pasos y diversos pequeños ruidos.

VERA: Salud, señores… ¿Todo en paz?

VOZ B: Todo tranquilo por aquí, señor, hasta ahora…

VERA: (Con sobresalto.) Pues ahora… ¿Oís…? Esos son caballos.

Se oyen unos caballos lejanos.

VERA: ¡Presto! Dad la alerta al campo…

VOZ C: (Grito en segundo plano.) ¡Aler… ta…!

Se repite dos o tres veces, cada vez más lejano, mientras sigue el diálogo.

VERA: No son muchos. Dos caballos… parecería…

Ruido de armas.

VOZ D: Se ven ya las sombras… a la luz de la luna… Sí… dos caballos son…

VERA: Pues adelantaos y dad el alto.

VOZ D: Allá voy… (En segundo plano.) ¡Alto! ¿Quién vive?

LA MOTTE: Gente de paz… del real de Francia, y con mensaje del Duque de Nemours para Don Gonzalo de Córdoba, vuestro General.

VERA: Capitán La Motte… ¿Sois vos?

LA MOTTE: Yo soy, Diego de Vera. ¿Mandáis vos esta noche la guardia?

VERA: Yo mismo… porque anoche no conseguisteis matarme.

LA MOTTE: Quizá lo consigamos mañana, si aceptáis el desafío que os traigo.

VERA: (Rápido.) Aceptado.

LA MOTTE: Pero no es para vos solo, Diego de Vera. Transmitiréis a Don Gonzalo lo que envía decir el Duque de Nemours. Los franceses queremos demostrar que somos mejores en armas que vosotros los españoles, y retamos para que combatan once de los nuestros contra once de los vuestros, como campeones de una y otra parte, en campo cerrado, según uso y costumbre de la caballería.

VERA: Entendido, Capitán La Motte. Tendréis muy pronto la respuesta.

LA MOTTE: Aguardad… El combate será mañana martes 20 de septiembre. Los muertos quedarán en el campo hasta que los jueces pongan fin a la liza, y el que se rinda quedará prisionero de su vencedor. Estas son nuestras condiciones.

VERA: Pues aguardad sólo un instante, mientras voy a la tienda del General para transmitir vuestro mensaje. Sólo el tiempo de ir y volver, pues en cuanto diga lo que me habéis dicho, el General dirá que sí y tornaré yo con la respuesta. (Alejándose.) Aguardad, Capitán La Motte, y mañana os espero en el campo…

Cortina musical.

RELATOR: El desafío quedó concertado, y ambos bandos eligieron sus campeones. Los capitanes Diego de Vera y Diego García de Paredes se destacaban entre los españoles, y brillaba entre los franceses el Señor de Bayardo, conocido como el ‘caballero sin miedo y sin tacha’. El día convenido se cruzaron las armas en un campo elegido a mitad de camino entre Barletta y Viselo, y allí hicieron unos y otros derroches de valor y destreza, a pie y a caballo. Cuando comenzó a oscurecer, los jueces aconsejaron dar por concluida la justa, y dictaminaron que todos eran buenos caballeros, habiendo manifestado los españoles más esfuerzo y los franceses más constancia. De regreso al real, los españoles fueron recibidos por el General Don Gonzalo de Córdoba, y allí hablaron los campeones sobre lo ocurrido en la liza.

Galope y trompetas. Gente que echa pie a tierra.

VOCES: Bienvenidos… Salud, amigos… ¿Quién viene herido…? Acá… Ayudad al Capitán a desmontar… Toma esas armas…

PAREDES: (Voz muy fatigada en toda la escena.) ¿Dónde está Don Gonzalo?

VOZ A: Os aguarda en su cámara. Me dio orden de deciros que fuerais para allá en cuanto llegarais.

PAREDES: Pues allá vamos, amigos…

Pausa. Marcha.

VOZ A: Por aquí…

CÓRDOBA: Bienvenidos, caballeros. Pasad… Veo la fatiga pintada en vuestros rostros. Sentaos… ¡Hola…! Cariñena y Borgoña. Beberéis un trago, los once…

PAREDES: Los once, señor, que entramos en combate. Aquí estamos para responder de nuestro juramento.

CÓRDOBA: Jurasteis que moriríais antes que volver sin la gloria de la batalla.

PAREDES: Y con la gloria de la batalla volvemos.

CÓRDOBA: ¿Rendidos todos los enemigos?

PAREDES: Rendidos dos franceses, y rendidos dos de los nuestros, que cambiamos por ellos…

CÓRDOBA: ¡Voto a brios, qué menguada gloria me traéis!

PAREDES: Aguardad, señor, antes de encolerizaros… La lucha fue difícil, y apuramos tanto a nuestros enemigos, que confesaron a gritos que éramos tan buenos como ellos, tanto a pie como a caballo.

CÓRDOBA: Por mejores os mandé yo…

PAREDES: Y como mejores nos portamos, señor. A poco de iniciada la lucha, derribamos cuatro franceses y les matamos los caballos; poco después cayó muerto uno de los de ellos y otro rendido, sin que pudiera evitarse que dos de los nuestros quedaran fuera de combate al verse caídos entre tres o cuatro rivales.

CÓRDOBA: ¿Y qué hacíais los demás?

PAREDES: Luchábamos, señor. Ni uno solo de los nuestros dio un paso atrás ni dejó el entrevero… excepto yo mismo, que me alejé un instante cegado por la sangre de las heridas.

CÓRDOBA: ¿Estáis herido…?

VERA: Ya lo estaba al comenzar la justa, señor, y si abandonó el combate fue porque no lo sostenían más las piernas. Y aun así, señor…

PAREDES: Callad, amigo…

VERA: No he de callar, porque gigante como este no se vio bajo los muros de Troya. Perdida su espada, se opuso a que concediéramos la paz que se nos pedía, y ciego de ira comenzó a arrojar pesadas piedras contra los enemigos. Su brazo, señor, ha sido hoy el más esforzado y su corazón el más intrépido.

CÓRDOBA: Capitán Diego García de Paredes… Sois un bravo caballero y vuestro General se enorgullece de mandaros. Id y descansad, y que mis físicos os curen de vuestras heridas.

Sale Paredes.

CÓRDOBA: Señores, bebamos por vuestro comportamiento de caballeros y por vuestras heridas. Ya saben los franceses el valor de vuestro brazo y no volverán a decir que sois inferiores a ellos en las armas.

VERA: Así lo declararon, señor: que éramos tan diestros como ellos…

CÓRDOBA: Mas recordad que por mejores os mandé yo…

Cortina musical.

RELATOR: Así concluyó el famoso torneo de Barletta. Mientras los ejércitos se acostumbraban a usar la artillería y a manejar las apretadas filas de los infantes, los caballeros conservaban las tradiciones seculares del valor individual. El siglo XVI comenzaba, y arrastraba consigo ésta y otras costumbres tradicionales de la época caballeresca, ya concluida.

Gonzalo de Córdoba, el Gran Capitán, sabía combinar una y otra estrategia, y por ello ofreció a sus reyes los triunfos que hicieron de España la primera potencia militar de Europa en el siglo XVI. Las guerras de Italia declararían el vigor español, que poco después sería el mejor ornamento de la imperial corona de Carlos V.


7. 1513 – NICOLÁS MAQUIAVELO REFLEXIONA SOBRE LOS PRÍNCIPES EN SAN CASCIANO

Cortina musical. Murmullos. Entre la gente, se abre paso un emisario, jadeante.

EMISARIO: Dejadme paso… ¡Paso…! ¿No veis que tengo prisa? ¡Paso…!

VOZ A: ¿Qué pasa? ¿De dónde venís?

EMISARIO: Si lo sospecharais, no me importunaríais con preguntas. Vengo de Prato…

VOZ A: ¡De Prato…! ¿Qué pasa allí?

EMISARIO: ¡Lo peor! Dejadme ahora… Tengo que ver al Secretario de la Cancillería…

VOZ A: No lo busquéis por aquí… Micer Nicolás Maquiavelo acaba de entrar en el despacho del Confaloniero.

EMISARIO: Pues allá voy…

Cortina musical.

RELATOR: Florencia, 1512. El secretario de la Cancillería, Micer Nicolás Maquiavelo, acaba de abandonar su cámara para dirigirse precipitadamente al despacho del Confaloniero Pietro Soderini, la suprema autoridad de la República Florentina.

Porque la república está en peligro. Desde que los Medici cayeron en 1494, no han dejado de conspirar para lograr la reconquista del poder. Y sólo ahora –dieciocho años después– las circunstancias se han tornado favorables al calor de las luchas entre españoles y franceses en Italia.

La República Florentina –cuya diplomacia conducía sabiamente Nicolás Maquiavelo– se mantenía aliada a Francia. Un ejército español mandado por Ramón Cardona amenazaba ahora a la República Florentina. Pero tras el ejército español se divisaba la púrpura del Cardenal Giovanni de Medici, y en su cortejo los rostros de Giuliano, de Lorenzo, de Ippolito, de Julio… Toda la vieja dinastía y los nuevos retoños del tronco mediceo…

La República Florentina está en peligro, y el ejército español está ya a la vista de Prato.

Cortina musical.

MAQUIAVELO: Hacedlo pasar. Estamos impacientes…

UJIER: Enseguida, señor…

SODERINI: ¿Qué sospecháis, Micer Nicolás?

MAQUIAVELO: Nada… Quiero saber… El que sospecha que todo está perdido sois vos, Micer Pietro Soderini… Nunca tuvisteis mucha confianza en los preparativos militares a los que dediqué todos mis desvelos… y seguramente teméis que los ejércitos españoles hayan dado cuenta fácilmente de nuestras tropas en Prato, ¿no es verdad?

SODERINI: Para qué he de engañaros… Sospecho y temo que las nuevas que nos trae este emisario… Pero ya llega… Aguardad. (Al emisario.) Adelante.

EMISARIO: Señores…

MAQUIAVELO: Hablad. ¿Venís de Prato? ¿Qué nuevas traéis?

EMISARIO: Señor… Micer Luca Savelli me encarga que os salude…

MAQUIAVELO: (Interrumpiendo.) Acabad. ¿Qué ha pasado?

EMISARIO: Señor, Prato ha caído…

MAQUIAVELO: ¡Maldición! ¿Qué ha sido? ¿Está todo perdido?

EMISARIO: Cuando salí de la ciudad, las tropas españolas comenzaban a entrar a través de un boquete, abierto por un cañón en la muralla. He visto poco, pues enseguida se me ordenó salir para que viniera a daros la nueva, pero lo poco que he visto ha sido horrible. No perdonan a nadie, saquean las iglesias y los monasterios, roban las casas, y sobre todo matan con una saña incontenible. A estas horas, la población debe estar diezmada.

MAQUIAVELO: Pero… ¿y las tropas?

EMISARIO: Cuando salí, ya huían por los caminos hacia acá.

MAQUIAVELO: ¡Canallas! Savelli pagará con la cabeza…

SODERINI: No os preocupéis, Maquiavello… Pagaremos todos… Nuestra suerte está echada y el destino de Florencia está escrito. Ha ocurrido lo que siempre temimos.

MAQUIAVELO: Y quisimos evitar…

SODERINI: Sin éxito…

MAQUIAVELO: Somos unos pobres derrotados.

SODERINI: Y mañana unos pobres proscriptos…

Se oyen gritos violentos afuera.

MAQUIAVELO: Hoy mismo, Soderini, hoy mismo… ¿Oís? Los traidores tenían todo preparado dentro de la ciudad, para cuando la noticia se difundiera. Ahí están, Soderini…

Arrecian los gritos.

MAQUIAVELO: Ahí están… Abrid la ventana. Están entrando en el palacio… Mirad… La plebe invade el patio y las escaleras. La plebe y muchos otros que no son la plebe sino que se escudan en ella para ocultar sus siniestros propósitos. Mirad, Soderini, mirad… ¿Veis? Aquel es Rucellai… aquel es Capponi… allí está Albizzi y los suyos… ¡Estamos perdidos!

Se oyen gritos en el patio, bajo el balcón.

VOCES: ¡Abrid…! ¡Abrid o derribaremos las puertas…! Abrid…

SODERINI: Nada nos queda por hacer, Maquiavelo. ¡Ujier…! ¡Abrid los balcones!

Se oye una multitud gritando.

VOCES: ¡Abajo el Confaloniero! ¡Abajo los traidores! ¡Viva la libertad! ¡Viva el Cardenal!

SODERINI: (Voz enérgica y tranquila.) ¡Quietos, amigos! Quietos… ¡Estáis frente al Confaloniero de la República…!

VOCES: ¡Abajo…! ¡Fuera…!

SODERINI: Quietos y en calma, os he dicho. Para que averigüemos de qué se trata…

VOCES: ¡Fuera…! ¡Idos de una vez! ¡Fuera…! ¡Abajo!

SODERINI: Ya me voy, ciudadanos… Ya me voy… puesto que la fuerza me lo impone. Aguardad un instante… Y que un personero hable por todos vosotros…

VOCES: ¡Fuera…! ¡Abajo…!

SODERINI: Aguardad… Micer Nicolás Maquiavelo, preguntad a Micer Francesco Vettori –a quien veo entre los conjurados, pero que es mi amigo de toda la vida– si acepta acogerme en su casa…

MAQUIAVELO: Aguardad…

Arrecian los gritos.

MAQUIAVELO: Pero… comenzad a salir, porque si no os aceptan, tendréis que salir igualmente. Amigos, nuestra era ha terminado…

RELATOR: La revolución dio cuenta de quienes hasta ese momento habían gobernado la república, y los reemplazó por amigos fieles a los Medici: el propio Francesco Vettori primero, y otros más seguros después. Pietro Soderini partió enseguida para su expatriación, pero Maquiavelo permaneció en Florencia, y aún conservó su cargo durante algún tiempo. Pero su estrella debía oscurecerse. Poco después fue despojado de su puesto y diez días más tarde se le comunicó la formal prohibición de que pisara el palacio. Luego se lo consideró complicado en un complot, y fue apresado, torturado y encerrado en la cárcel pública de Florencia. Hasta que un día…

Cortina musical

CARCELERO: ¿Cómo os sentís?

MAQUIAVELO: Ved la descripción que acabo de hacer de mi situación: “Tengo en torno de mis piernas un par de cadenas y seis vueltas de cuerda alrededor de mis hombros. Los muros están tapizados con una enorme manta de piojos, tan bien alimentados, que parecen una nube de mariposas. Jamás hubo en Roncesvalles ni en Cerdeña, ni en los bosques, una infección semejante a la de mi delicado asilo, con ruido tal que parece que Júpiter y todo Mongibelo fulminaran la tierra; se encadena a éste; se desclava a aquél, sacudiendo rincones y clavos remachados; otro grito se levanta de la tierra; lo que más guerra me da es que cuando al fin puedo dormirme a eso de la aurora, oigo que cantan por mí.”

¿Qué os parece…?

CARCELERO: Justo, Micer Nicolás… Justo… Pero no os torturéis más…

MAQUIAVELO: (Irónico.) ¿Torturarme…? No. Si casi me gusta estar aquí. Ya veis, los hombres son…

CARCELERO: No sigáis, Micer Maquiavelo, y dejadme que os dé la noticia que os traigo.

MAQUIAVELO: Traéis noticias… Serán malas… No tengo duda…

CARCELERO: Pues esta vez os equivocáis… Os diré poco a poco lo que tengo que comunicaros para que no sufráis sobresaltos.

MAQUIAVELO: Bien… decid… La paciencia es la virtud de los filósofos.

CARCELERO: Decidme… ¿Sabéis que murió el Papa Julio?

MAQUIAVELO: No podía saberlo, pero alguna vez debía ocurrir… (Brusco). Lo que sí sé es quién lo ha sucedido…

CARCELERO: ¿Cómo podríais saberlo si no sabíais lo primero…?

MAQUIAVELO: Pues el Papa es el Cardenal Giovanni de Medici…

CARCELERO: ¡Jesús!

MAQUIAVELO: ¿Acerté?

CARCELERO: Acertasteis. Pero… parece cosa de brujería…

MAQUIAVELO: Eso os parece a vos, buen hombre. Pero estad seguro de que no cocino pelos de cabra al llegar la medianoche. Sólo que… no había más que mirar.

CARCELERO: (Con temor.) ¿Y sabéis qué nombre se ha dado al nuevo Papa?

MAQUIAVELO: (Riendo.) No… Para eso tendría, sí, que ser brujo. ¿Qué nombre se ha dado al nuevo Papa?

CARCELERO: León, León X…

MAQUIAVELO: Pues alabado sea Dios por haber hallado tan buen vicario, quiera el cielo que me sea más grato como Papa que como Cardenal…

CARCELERO: Él os encerró. Pues… él os libera.

MAQUIAVELO: ¿Cómo decís?

CARCELERO: Pues lo que oís… Estáis libre.

MAQUIAVELO: ¿Libre…? Menguado, sayón… ¿Cómo no me dijisteis antes, mentecato?

CARCELERO: Como estabais tan alegre…

MAQUIAVELO: ¡Libre! ¡Libre! Vamos… Vamos afuera…

CARCELERO: Aguardad… Será necesario no sé qué formalidad, para que salgáis todos los acusados.

MAQUIAVELO: Pero… cómo… ¿todos los acusados?

CARCELERO: Ciertamente… Para celebrar el ascenso del Cardenal al trono pontificial, la Señoría os ha concedido el perdón a todos. ¿Estáis contento?

MAQUIAVELO: Mucho… aunque pesaroso del tiempo que he pasado en estas mazmorras injustamente. Amo Florencia. Me gusta tomar el sol en la ribera del Arno…

CARCELERO: Pues… decidme… ¿No os parecería prudente alejaros un poco y no dejaros ver tanto por la Plaza de la Señoría?

MAQUIAVELO: ¿Alejarme? Pues… No me alegra… Florencia me… Pero… en fin… quizá tengáis razón, amigo… quizá tengáis razón…

Cortina musical.

RELATOR: Y Nicolás Maquiavelo, una vez en libertad, se alejó de Florencia, y buscó asilo en una propiedad rural a siete millas de la ciudad, cerca de San Casciano. Allí, entre las faenas del campo, deja pasar sus días, no sin tedio, alternando el trabajo con la lectura, y la lectura con los negocios.

Cortina musical.

MARIETA: Llegas muy cansado.

MAQUIAVELO: Un poco. He andado por el bosque revisando la tala, porque me temo que los leñadores me engañan.

MARIETA: Precisamente, te espera aquí Fronsino da Panzano que quiere hablarte por no sé qué cosa de la leña…

MAQUIAVELO: Bueno es Fronsino da Panzano… Debe haberse enterado de que he estado vigilando el bosque estos últimos días. Dile que pase…

Pausa.

MAQUIAVELO: Adelante… Fronsino, ¿cómo estáis?

FRONSINO: No mal del todo, Micer Nicolás, pero tampoco bien del todo. El trabajo es duro, Micer Nicolás… La leña es cara… la ganancia es poca…

MAQUIAVELO: No os quejéis, no os quejéis. Todos dicen que os estáis haciendo rico y que pocos os aventajan ya en fortuna en el Val di Pesa.

FRONSINO: Calumnias, señor, calumnias de la gente. Trabajo, sí, pero en estos duros tiempos el trabajo no es como era antaño…

MAQUIAVELO: No digáis más. Si se os creyera, tendríamos que daros dinero cada vez que habláis. Pero vayamos a nuestro negocio… ¿Qué os trae por aquí?

FRONSINO: Supuse que lo sabríais. Como anduvisteis por el bosque… Yo, vos sabéis, mandé buscar hace pocos días alguna leña. Vos no estabais… esperé unos días… pero no llegabais. Entonces cargué las carretas… Creo que no os habréis incomodado por eso…

MAQUIAVELO: No mucho… con la condición de que no volváis a hacerlo. He ordenado al guardabosque que no se autorice a nadie a cargar leña sin mi orden. Ahora no os queda más que pagar las 130 libras que me debéis.

FRONSINO: A eso venía, precisamente. Sólo que… si no os parece mal, os entregaré solamente 120…

MAQUIAVELO: (Con cierta violencia.) ¡Cómo…! ¿Pretendéis que os rebaje por haberla llevado sin mi permiso? El precio es el que habíamos convenido otras veces por la misma cantidad.

FRONSINO: No, Micer Nicolás, no discuto el precio. Lo justo es lo justo. Y el precio justo de la leña son 130 libras. Pero teníamos una vieja cuenta, que me parece que debía saldarse ahora…

MAQUIAVELO: ¿Una vieja cuenta? No me acuerdo de tener ninguna cuenta con vos. Diez libras son diez libras…

FRONSINO: Haced memoria, Micer Nicolás… ¿No os acordáis de una vez en casa de Antonio Guicciardini… hace… hará unos cuatro años…

MAQUIAVELO: Os he visto, sí, en casa de Antonio Guicciardini. Pero no sé qué tiene eso que ver con mis diez libras…

FRONSINO: Haced memoria… haced memoria… ¿No recordáis que jugamos a la cricca…?

MAQUIAVELO: Bien… yo suelo jugar a la cricca, y a veces en casa de Antonio Guicciardini… y alguna vez con vos. Pero, ¿y mis diez libras, qué tienen que ver con eso?

FRONSINO: Pues tienen que ver con que perdisteis diez libras y no me las pagasteis.

MAQUIAVELO: ¡Que yo no os pagué las diez libras! Deliráis, Fronsino… Esto es una bribonada para no pagarme lo que debéis por la leña que llevasteis sin mi permiso.

FRONSINO: No es bribonada ninguna, Micer Nicolás… Es mi derecho cobrar las cuentas, como vos cobráis las vuestras. Diez libras son diez libras… O queréis que os las regale…

MAQUIAVELO: No necesito vuestras diez libras, ni las quiero, ni os las debo. Lo único que quiero es que me paguéis lo que me debéis por mi leña, que además os llevasteis sin mi permiso. (Cada vez más violento) ¿Entendéis bien? ¡Sin mi permiso…!

FRONSINO: ¿Queréis decir que os robé la leña? Pues sabed que en mi vida volveré a compraros porque no falta en el Val di Pesa mejor leña que la vuestra.

MAQUIAVELO: Buscad vuestra leña donde os parezca. Pagadme ahora las 130 libras que me debéis y luego…

FRONSINO: Os digo que no os debo sino 120 porque jamás me pagasteis las diez libras que perdisteis…

Las voces van perdiéndose poco a poco.

RELATOR: Así se deslizaban los días de Nicolás Maquiavelo en su villa de San Casciano, mezclado –como lo relata en sus cartas– en las mil peripecias de la existencia lugareña. Pero al llegar la noche…

Cortina musical.

FILIPPO: ¿Os aburrís en San Casciano, Micer Nicolás?

MAQUIAVELO: No… Durante el día atiendo mis negocios, dialogo con los campesinos en la hostería y juego a la cricca. Pero al llegar la noche…

FILIPPO: ¿Qué hacéis al llegar la noche…?

MAQUIAVELO: Al llegar la noche, retorno a casa y entro en mi escritorio. En la puerta, me despojo de mis ropas cotidianas, sucias de fango y lodo, y me revisto del noble hábito del letrado; y así adecuadamente vestido, entro en la antigua corte de los sabios de la Antigüedad.

FILIPPO: Y dialogáis con ellos…

MAQUIAVELO: Ciertamente, me reciben amorosamente, y allí me nutro con ese alimento que es el único que me conviene y para el que yo nací. Allí no me avergüenzo de hablar con ellos ni de preguntarles la razón de sus acciones. Y ellos, por humanidad, me responden…

FILIPPO: Hasta que finalmente, en la alta noche…

MAQUIAVELO: Durante cuatro horas al menos, no siento tedio ni fastidio. Olvido todos los afanes, y ni temo la pobreza ni me espanta la muerte. (Pausa) Y como Dante Alighieri dice que no hay ciencia si no se retiene lo que se ha aprendido, yo he anotado lo que me ha parecido más importante de cuanto se ha dicho en estas conversaciones, y he compuesto con todo ello un opúsculo… que me gustaría que vierais, Micer Filippo Casavecchia.

FILIPPO: Y a mí me contentaría muy de veras verlo… ¿Sobre qué trata?

MAQUIAVELO: Sobre el gobierno y el estado, y le he llamado “De Principatibus”, o simplemente “El Príncipe”

Cortina musical.

MAQUIAVELO: No os extrañéis… La dedicatoria está dirigida al magnífico Lorenzo de Medici… quizá no tan magnífico como su abuelo, pero, aquél muerto y éste vivo… Ved lo que le digo, para ver si me saca de esta angustia…: “Deseoso, pues de presentarme a Vuestra Magnificencia con alguna prenda de mi adhesión, nada he hallado que fuera para mí tan querido o que estimase yo más que el conocimiento de las acciones de los grandes hombres, conocimiento que he adquirido por larga experiencia de los asuntos modernos y por el continuo estudio de los antiguos: después de pensar y examinar detenidamente las observaciones que dicho conocimiento me ha sugerido y reunirlas en un pequeño volumen, las dirijo a Vuestra Magnificencia.”

FILIPPO: Parecerá vanidad vuestra dirigiros a hombre tan poderoso. Recordad que ya una vez el Santo Padre, siendo Cardenal, se incomodó por vuestros consejos…

MAQUIAVELO: Por eso le digo: “Y no se me tache de presunción si siendo de condición ínfima me atrevo a hablar y a regular los gobiernos de los príncipes; porque, a la manera de los que trazan planos, se colocan en la llanura para ver mejor la naturaleza de la montaña y de los puntos elevados, y ascienden a la cumbre de los montes para construir el mapa de los llanos, así también hay que ser príncipe para conocer la naturaleza de los pueblos, y pertenecer al pueblo para conocer bien la de los príncipes.”

FILIPPO: Sois ingenioso…

MAQUIAVELO: Pero más querría serlo por la doctrina que sustento en mi libro que por los ardides de la dedicatoria…

FILIPPO: No lo dudo, pues os conozco y conozco vuestros afanes… y vuestro amor por la gloriosa Italia.

MAQUIAVELO: Italia… Por ella sufro, viéndola desgarrada e invadida. Si pienso en un príncipe todopoderoso que se sobreponga a tantos señores egoístas y ciegos, es porque estoy convencido de que el destino de Italia sólo puede salvarse mediante su unidad. Acaso la casa de los Medici alcance esa gloria. Ved cómo les digo al terminar mi libro: “Considerando todo lo que acabamos de examinar y meditando si las circunstancias presentes serían favorables para la elevación de un príncipe nuevo en Italia, y si un hombre prudente y valeroso tendría ocasión de introducir otra forma de gobierno que hiciera honor a su persona y redundase en beneficio de toda la nación, creo que ningún tiempo fue ni será nunca más propicio a tan gloriosa empresa.

Si vuestra ilustre casa quiere seguir las huellas de los hombres preclaros, que libertaron a su patria, menester es ante todo, por ser verdadero fundamento de toda empresa, tener una milicia nacional. Así, pues, hay que proveerse de armas nacionales para estar en condiciones de resistir por el valor italiano al extranjero. No hay que dejar escapar esta ocasión: hora es ya de que Italia tras tan largo padecer, vea al fin llegar al libertador. No puedo expresar el amor, el deseo de venganza, la ternura y las lágrimas con que sería recibido en todas esas provincias, que han padecido tanto por la invasión extranjera. ¿Qué ciudades le cerrarían sus puertas y qué pueblos se negarían a obedecerle? ¿Qué envidia se le opondría? ¿Qué italiano se negaría a rendirle homenaje? A todos repugna esta dominación bárbara. Acometa, pues, tal empresa vuestra ilustre casa con la esperanza que acompaña a toda causa jus ta.”

FILIPPO: ¡Nobles palabras, Micer Nicolás Maquiavelo!

MAQUIAVELO: ¡Quieran los dioses que sean escuchadas y hallen fin las desventuras de la infortunada Italia!


8. 1525 – EL REY DE FRANCIA CAE PRISIONERO EN LA BATALLA DE PAVÍA

Cortina musical.

CARDENAL RIDOLFI: ¿Os parece hermoso, Santo Padre?

CLEMENTE: Maravilloso… Este muchacho ha de llegar lejos. Fijaos, Eminencia, el trabajo de la parte inferior… ¿Podéis imaginar mayor perfección en un orfebre? Este follaje… y luego… aquí… estas figuras son realmente maravillosas. ¡Qué gracia tiene todo el conjunto! Ved… así, de lejos… ¡Oh…! Eminencia, es menester que le demos trabajo asiduamente a este muchacho y que no se vaya de Roma.

CARDENAL RIDOLFI: No desea otra cosa Benvenuto Cellini. Ha venido a Roma para trabajar, tiene ambiciones y ya hay quien lo protege… Pero él quiere, sobre todo, que vos –y nosotros– le reconozcamos sus méritos.

CLEMENTE: Pues ya podéis encargarle para mi mesa otros dos vasos de oro semejantes al que uso para arrojar los restos de comida…

CARDENAL RIDOLFI: (Sonriendo.) Pues preparaos para pagarle por adelantado…

CLEMENTE: ¡Ah…! (Sonriendo.) ¡Está bien! ¿Sabéis, Cardenal Malaspina, lo que le ocurrió a Cellini con el Obispo de Salamanca?

MALASPINA: No, no sé nada… pero conozco al Obispo Bobadilla, y casi nada me extrañará lo que me contéis… ¡estos españoles…!

CLEMENTE: Pues es divertido… El Obispo de Salamanca, que como sabéis, está aquí hace algún tiempo…

MALASPINA: ¡Demasiado, Santo Padre, demasiado…! Vino para el Concilio de Letrán, en 1517, ¡y hace siete años que está por aquí!

CLEMENTE: No os incomodéis, Eminencia, que la ira es pecado… No os diré que me agrada su trato, pero acaso exageréis. Sólo que es español… Y ya sabéis… ¡son intratables!

MALASPINA: ¡Pero vos tratáis con ellos!

CLEMENTE: ¡Qué he de hacerle! Trato con el Emperador… (Bajando la voz con intención.) Pero creo que dejaremos de tratar pronto…

MALASPINA: ¿Creéis, Eminencia?

CLEMENTE: Para eso os he mandado llamar… Hay novedades… y estamos a punto de tomar resoluciones muy importantes. Pero… dejadme que acabe de contaros primero cómo concluyó el caso de Benvenuto Cellini.

MALASPINA: ¡Ah, sí…!

CLEMENTE: Pues el Obispo de Salamanca le encargó unos candelabros de oro, y Cellini se demoró en entregarlos. Cuando al fin los tuvo en sus manos, le dijo que le pagaría con tanta celeridad como el orfebre había puesto en concluirlos, y cumplió su palabra. Pero cuando le quiso encargar nuevos trabajos, el desvergonzado muchacho exigió a Su Ilustrísima que le pagara por adelantado. ¿Qué os parece?

MALASPINA: Pues… una buena lección para los italianos que tienen que tratar con los españoles, Santo Padre… ¿No os atrevéis a decirle lo mismo al Emperador Carlos?

CLEMENTE: No es tan fácil. Pero creo que pronto tendremos poco trato con el Emperador. ¿Sabéis…? El Emperador no ha querido aceptar la tregua que propusimos.

MALASPINA: ¿No ha querido?

CLEMENTE: De ningún modo. Pero… a estas horas están muy avanzadas nuestras conversaciones con el Rey de Francia…

MALASPINA: ¿Queréis decir que…?

CLEMENTE: Que nuestro frente está ya constituido… ¡contra el Emperador!

MALASPINA: ¡Grave determinación!

CLEMENTE: Grave, sí… pero inevitable. Si el Emperador perdiera, nuestra situación sería harto grave frente al Rey de Francia. Ya conocéis los términos del concordato que firmó Francisco I con nuestro antecesor en 1516: acaso las circunstancias serían más difíciles aún si persistiéramos en oponernos a él. Pero de seguro fortaleceremos nuestra situación en Italia si marchamos con él a la victoria. La situación es diferente con el Emperador: gane o pierda, Carlos someterá a la Iglesia a su autoridad.

MALASPINA: De modo que vuestra resolución está tomada…

CLEMENTE: Tanto, que firmaremos un tratado secreto con el Rey de Francia dentro de pocos días. Marsella está sitiada por el Emperador, pero resistirá, defendida por el Capitán Orsini y la armada de Andrea Doria. A estas horas, ya estará reunido en Aviñón un poderoso ejército francés que entrará en Italia dentro de breve tiempo. Creo que todo está de nuestro lado. Sólo necesitamos ayudar al Rey de Francia.

MALASPINA: ¿Cómo?

CLEMENTE: Para eso os había llamado. Es imprescindible que entren en la coalición Florencia y Venecia. Tengo motivos para suponer que bastará que nos aproximemos a ellas para que se adhieran con buena voluntad a nuestras filas. A vos os toca hacer la gestión, y partiréis cuanto antes para iniciarla.

Cortina musical.

RELATOR: Roma, 1524. El Papa Clemente VII abandonó la alianza del Emperador Carlos V por la del Rey de Francia Francisco I. Las tropas de uno y otro se preparaban ya para medirse en los campos de Italia, y se movían para situarse de la manera más ventajosa. Las fuerzas del Emperador se habían alejado de Milán hacia Lodi, pero Francisco I prefirió apoderarse de Pavía antes de perseguir a sus enemigos. Allí debía desarrollarse el principal episodio de la campaña. Pavía, custodiada por las tropas imperiales que mandaba Don Antonio de Leyva, resistiría el embate francés.

Cortina musical. Fondo de cañonazos.

LEYVA: (Agitado.) ¡Capitán! ¡Apresuraos a cubrir el bastión oeste…! Parece que el ataque se lanzará por allí… Y en cuanto veáis que comienza el asalto, hacédmelo saber para que os refuerce.

CAPITÁN: Está bien, señor. (Sale.)

LEYVA: ¡Paredes!

PAREDES: ¡Señor…!

LEYVA: Venid y que os acompañen todos los capitanes. Es menester que dispongamos de consuno lo necesario para salir de este trance con felicidad… Y averiguad si han regresado Céspedes y Mendoza.

PAREDES: Al instante, señor.

Pausa. Murmullo de gente que entra.

LEYVA: ¡Adelante, señores…! ¡Acomodaos…! Os he invitado a que deliberemos, para tener vuestro consejo en esta emergencia. Hasta ahora hemos soportado el asedio de las fuerzas francesas con bastante éxito. El propio Francisco I dirige las operaciones, y a fe que es buen soldado. Pero hemos podido reparar a tiempo los daños que ha ocasionado su artillería y nuestras defensas están intactas. Sin embargo, tengo motivos para suponer que el enemigo prepara el asalto a la ciudad. Esta noticia acaba de llegarme, y mientras os convocaba, he tomado ya las primeras medidas del caso. Ahora, espero vuestra opinión.

PAREDES: Acaso nos conviniera saber qué noticias tenéis del grueso del ejército imperial…

LEYVA: Tenéis razón, Paredes. El ejército está acampado en Lodi, pero conserva su orden y capacidad de combate. Estoy a la espera de la resolución del Marqués de Pescara y el Condestable de Borbón, que han sido llamados en nuestro auxilio. Si consideran ventajosa la operación, se dirigirán hacia aquí. Yo… así lo espero…

PAREDES: De ese modo… nuestra misión es resistir cuanto se pueda…

LEYVA: Soy de la misma opinión. Por el sur nos protegen las aguas del Tesino. He agrupado las fuerzas sobre las murallas, pero necesito saber de algún modo cuál es el flanco que tenemos más amenazado, para lo cual he despachado exploradores al campo enemigo.

PAREDES: Tal no puede juzgarse la situación desde aquí… soy de opinión que es el flanco del norte el que elegirá el enemigo.

LEYVA: Eso me parece a mí también… y allí he concentrado las mejores tropas. Por lo demás… si llegan nuestras fuerzas, tendrán que hacerlo por el este, y seguramente no se arriesgará el Rey de Francia a colocarse con la ciudad a la espalda y el enemigo al frente. De ese modo…

Entra el Capitán.

CAPITÁN: (Interrumpiendo.) Señor General…

LEYVA: ¿Qué hay?

CAPITÁN: Ha llegado el Alférez Céspedes…

LEYVA: ¡Ah…! Señores, nuestros exploradores…

CAPITÁN: Viene herido…

LEYVA: ¡Pardiez! ¿Grave…?

CAPITÁN: No mucho, pero dolorido.

LEYVA: ¿Pero está en pie?

CAPITÁN: Ciertamente. Su brazo está herido, pero conserva el ánimo.

LEYVA: Pues que venga. Decidle que estamos en consejo de guerra y que será mejor que nos diga ahora mismo cuanto sabe…

Pausa. Luego entra Céspedes y se sienta en un sillón con algún gemido.

LEYVA: ¡Bienvenido, Alférez! ¿Os han herido?

CÉSPEDES: ¡En este brazo, señor! Pero no es grave… Más me lastimé al arrastrarme hasta la muralla y trepando al portillo…

LEYVA: ¡Vaya! Ya os curaremos… pero es de necesidad suma que digáis al consejo de guerra lo que sabéis.

CÉSPEDES: (Con voz débil, algún quejido.) No es mucho… Estoy seguro de que el Rey prepara un asalto… a la plaza… y creo que por el norte de ella. Pero no hay que descuidar los otros flancos. Parece increíble… pero parece que el Rey se propone desviar las aguas del Tesino para aprovechar el flanco indefenso de la ciudad.

LEYVA: ¡Maldición!

Murmullos.

PAREDES: Entonces… serán ya insuficientes nuestras fuerzas.

LEYVA: Es urgente, pues, que avisemos al Marqués de Pescara…

CÉSPEDES: Dejadme concluir… He sabido que Francisco I ha engrosado sus fuerzas con un fuerte contingente de suizos y que ha contratado los servicios de las compañías de Giovanni de Medici…

LEYVA: ¡Pardiez! ¡El condenado Rey de Francia quiere quemarnos en este escondrijo! Paredes… Buscad un voluntario que quiera salir esta noche de la ciudad y llegue hasta Lodi para apurar a nuestras fuerzas. Si así no ocurre, y pronto… estamos perdidos.

Cortina musical.

RELATOR: Las fuerzas francesas intentaron asaltar la ciudad de Pavía, pero los defensores lograron rechazarlos. En el campo de Francisco I de Francia…

Cortina musical. Cañonazos.

FRANCISCO: Adelante… Decid a los capitanes que vuelvan a ordenar las compañías. Pero por hoy no intentaremos nada… Esto no tiene importancia…

MARCET: Un fracaso, señor.

FRANCISCO: No es un fracaso, es una prueba frustrada… Hemos atacado donde el enemigo nos esperaba, y no teníamos ninguna brecha abierta en los bastiones… Pero ya sabemos lo que da de sí la defensa de Leyva… Ja, ja, ja…

MARCET: Luego creéis…

FRANCISCO: Dentro de una semana intentamos el ataque por el flanco sur y la ciudad es nuestra… La guarnición es escasa y están perdidos… Nos sobra la mitad de nuestra gente para tomarla, y para enfrentarnos luego con las fuerzas de Pescara y el traidor de Borbón. En cuanto…

Entra un emisario.

EMISARIO: ¡Señor…!

FRANCISCO: ¿Qué novedades hay?

EMISARIO: Señor… Las tropas imperiales han dejado anoche su campamento de Lodi y se han movido hacia Milán. Pero se nos ha dicho que es sólo una falsa maniobra y que se dirigen en auxilio de Pavía…

FRANCISCO: ¡Vive Dios! Esto no lo esperaba. Pero… Bien… No me harán cambiar mis planes. Marcet… Sigo en lo dicho. Comunicaréis al Duque de Albania que tome las tropas que le he asignado y se dirija a marchas forzadas a Nápoles… Ya he escrito al Papa sobre la ayuda que esperamos en esta empresa.

MARCET: ¡Comunicaré enseguida esa orden, señor!

FRANCISCO: ¡Albret!

ALBRET: ¡Señor…!

FRANCISCO: ¿Sabéis la nueva…? Pescara y el traidor de Borbón vienen hacia acá con sus tropas… Ja, ja, ja… Creo que les enseñaremos quiénes somos… Tomad las providencias necesarias para que nos situemos sobre el flanco de los imperiales si llegan en la dirección de Milán… Es necesario que no nos encontremos entre la espada y la pared. ¡Aprisa…!

Cortina musical. Ruido de caballos.

EMISARIO: ¡Señor…!

FRANCISCO: ¡Adelante…! ¿Qué se sabe…?

EMISARIO: Las tropas imperiales han tomado contacto con la plaza.

FRANCISCO: ¿Albret no se ha movido?

EMISARIO: Comenzó a desplazarse… pero de acuerdo con vuestras instrucciones, se detuvo para no quedar aislado de vuestro campo.

FRANCISCO: ¡Está bien! Pero… Esas líneas deben ser cortadas… ¡Llamad enseguida a consejo de guerra!

EMISARIO: Enseguida, señor.

Clarín. Cortina musical.

FRANCISCO: Tal es la situación, señores. Cualquier intento parcial que hagamos para cortar las comunicaciones del enemigo con la plaza sitiada, comprometerá las fuerzas que dediquemos a ese fin, con pocas posibilidades de éxito. Creo que no hay duda sobre esto…

VOCES: Es seguro… Es evidente…

FRANCISCO: Pues, entonces… no nos queda otro recurso que comprometer la batalla con la totalidad de nuestras fuerzas.

Murmullos.

FRANCISCO: Estoy tranquilo… Nuestros efectivos… (Toma unos papeles.) …son considerables. Es cierto que no contamos con la ayuda de Giovanni de Medici, cuya herida es de algún cuidado… Pero tenemos nuestros 7.000 infantes, 8.000 suizos, 5.000 alemanes y 6.000 italianos. Sobre todo, nuestra caballería es superior a la del enemigo, y poseemos mejor artillería. El cuadro no es dudoso. ¿Cuál es vuestra opinión, Marcet?

MARCET: Creo que lo que más urge es tomar posiciones en el parque de Mirabello, para que el enemigo no pueda desplegarse apoyándose contra los muros de la ciudad. Y en esa posición nos será fácil granear el fuego de artillería sobre los imperiales mientras llega el momento de decidir el ataque general…

FRANCISCO: Eso es lo primero que debemos hacer… y quedará hecho hoy. Marcet… Mañana… 25 de febrero… atacaremos al enemigo.

RELATOR: El 25 de febrero de 1525 ambos ejércitos se dispusieron para el ataque, pero las tropas imperiales se adelantaron a las francesas e irrumpieron en sus filas hasta desordenarlas profundamente.

Cortina musical. Estruendo de estampidos y otros ruidos de guerra.

FRANCISCO: (A gritos, en segundo plano.) ¡Alférez! ¡Al Duque de Alençon, que repita la carga contra los arcabuceros…! ¡Sin esperar mis órdenes, tantas veces como sea necesario para romper el cuadro…! ¡Aprisa, Alférez…!

El Alférez sale al galope.

FRANCISCO: (Al Capitán.) ¿Quién avanza por la izquierda, Capitán?

CAPITÁN: Deben ser los piqueros suizos. Eran las órdenes que tenían…

FRANCISCO: No los perdáis de vista, y si flaquean, lanzad en su auxilio a la caballería.

CAPITÁN: ¡Señor! ¡Parecería que retroceden…!

FRANCISCO: ¡Vive Dios! ¿Veis bien? ¡Sí… retroceden…! ¡Pronto! Despachad un ayudante al Conde de Angers para que se lance sobre su flanco para… No… ¡Un momento! ¿Veis…?

CAPITÁN: Parece una salida de la plaza… ¡Señor! ¡Nos han tomado por la retaguardia…!

FRANCISCO: ¡Vivo, Capitán…! ¡Al Conde de Angers…!

El Capitán sale al galope. Se oye lejano un clarín.

FRANCISCO: ¡Alférez…!

ALFÉREZ: Señor, el Duque de Alençon se prepara para el ataque…

FRANCISCO: Acompañadme a aquella altura… ¿Veis…? ¡Maldición! El Duque vuelve la espalda y huye… ¡Cobarde!… Alférez… Arriba el estandarte y haced tocar reunión a mi alrededor…

Clarín.

FRANCISCO: ¡Los capitanes conmigo! Hay que cubrir la retirada y contener a los que salen de las murallas… ¡Allá…!

Gran ruido de caballería: el micrófono los sigue.

Ruido de combate: espadas y escudos metálicos. Estampidos.

FRANCISCO: ¡Aquí…! ¡Villano! ¡Ayyyyy! ¡Mi caballo…! ¡Valedme…!

VOZ A: ¡Toma…!

FRANCISCO: ¡Cuidado! ¡Soy el Rey de Francia…!

VOZ A: ¿Qué dices?

FRANCISCO: ¡Cuidado, os digo! ¡Soy el Rey de Francia!

VOZ A: ¡Rendíos, entonces, si queréis salvar la vida…!

FRANCISCO: ¡Sacad la lanza! ¡Estoy vencido!

VOZ A: ¡El Rey de Francia! ¡El Rey de Francia! ¡He tomado prisionero al Rey de Francia…!

VOZ B: (Más lejos.) ¡El Rey de Francia…!

VOZ C: (En tercer plano.) ¡El Rey de Francia…!

Pausa. Se oye el galope de unos caballos.

PESCARA: ¡Señor…! ¡Recibid el homenaje de vuestro enemigo…! Soy el Marqués de Pescara, General en Jefe de las tropas de su Majestad Imperial Carlos V.

FRANCISCO: ¡Gracias! ¡Estoy rendido…! Todo se ha perdido… menos el honor.

Cortina musical.

RELATOR: Llevado a Madrid, el regio prisionero se vio reducido a cautiverio. Su temperamento dinámico y su espíritu expansivo sufrieron las consecuencias de la inactividad y el enclaustramiento, y al cabo de poco tiempo la postración moral y física se agudizó hasta transformarse en un serio quebranto de su salud. Francisco I recibió entonces la visita que más agradable podía serle: la de su hermana Margarita de Angulema, espíritu cultivado y entusiasta. Ella que tanto había contribuido a su educación, contribuía ahora a su consuelo.

Cortina musical.

MARGARITA: ¡Francisco…!

FRANCISCO: ¡Margarita…!

Se estrechan en un abrazo.

MARGARITA: ¡Oh, hermano mío! ¡Rey y cautivo!

FRANCISCO: ¡Cautivo… cautivo nada más! ¡Del rey no queda nada…!

MARGARITA: ¡No, por Dios… no digas eso! ¡Tu reino te espera… y todos tus vasallos… Nunca has sido más admirado y querido por tu pueblo que en esta hora de angustia… ¡Oh…! (Llora.)

FRANCISCO: No llores, por Dios santo, que no podré contener yo mis lágrimas… ¡Pobre Francia…!

MARGARITA: Francia está unida y fuerte… esperando a su Rey… dispuesta a defenderse hasta la última gota de su sangre. Sólo tu libertad importa ahora, para que Francia vuelva a ser grande y feliz…

FRANCISCO: Mi libertad… ¿Acaso sabe alguien cuándo y cómo podré conseguirla? El Emperador es tenaz, obcecado… y siente el orgullo inmenso de tenerme… ¡Ah, es terrible…!

MARGARITA: No, no… El Emperador pactará…

FRANCISCO: No quiero… no quiero pactar. Quiero que su victoria sea estéril. ¿Sabes, Margarita…? He resuelto abdicar en el Delfín para no ser yo el precio de la deshonra de mi reino…

MARGARITA: ¡Locura, locura…! Es un descabellado proyecto…

MARGARITA: Oh… ¡Tú no sabes, Margarita, el precio de mi libertad! El Emperador aspira a que renuncie a mis derechos sobre Borgoña, sobre Flandes, Artois y Tournai… sobre Milán, Génova, Nápoles… Quiere el honor de Francia y todo lo que conquistaron mis antecesores y ha hecho la grandeza de Francia…

MARGARITA: ¡Y bien…!

FRANCISCO: Y bien… ¿qué?

MARGARITA: Ofrece, Francisco, ofrece… jura si es necesario…

FRANCISCO: ¿Qué quieres decir?

MARGARITA: Jura, si es necesario, Francisco… jura. Pero obtén tu libertad y el tiempo ya dirá el valor de tu juramento…

FRANCISCO: Pero… ¿y mi honor?

MARGARITA: Francia te necesita… y tu honor no se empañará porque engañes a quien se vale de tu cautiverio para extorsionarte.

FRANCISCO: ¡Oh, mi honor… mi honor…!

Cortina musical.

RELATOR: Francisco I accedió a cuanto exigía el Emperador, dispuesto a no cumplir su palabra. Y cuando obtuvo su libertad, dedicó su vida a resarcirse de aquella humillación combatiendo al Emperador con todas las armas. El Rey era… un realista, un príncipe del Renacimiento. Y una vez más pareció tener razón lo que había dicho no mucho antes Luis XI: “Quien tiene el éxito, tiene el honor”.

1526. Francia comenzaba a respirar la atmósfera renacentista.


9. 1527- (‘S)ACCO DE ROMA’ POR LAS TROPAS DEL EMPERADOR CARLOS V

Cortina musical: Juan del Encina.

RELATOR: Septiembre de 1526. La corte del Emperador Carlos V en Granada.

Cortina musical: Juan del Encina.

RELATOR: En las antecámaras, el ir y venir de los cortesanos revela inquietud y agitación. El César castellano, en cuyo imperio no se pone el sol, medita sobre graves y difíciles problemas. Tiene la misma edad del siglo, pero la carga de sus deberes ha impreso ya sobre su rostro meditabundo los rasgos de una prematura madurez. Las circunstancias son graves. A comienzos del año, el Emperador ha firmado el tratado de Madrid, con su prisionero, el rey de Francia, convencido de que la paz era posible en Europa bajo su alta e indiscutida autoridad. Pero apenas pasaron cuatro meses, y ya Europa ardía otra vez en guerra. En Italia, una liga se había constituido contra el Emperador, y el Papa Clemente VII –un Medici– la estimulaba abiertamente. ¡El Papa…!

Cortina musical: Juan del Encina.

RELATOR: Carlos V no puede reprimir su indignación. Está convencido de que lucha por la unidad cristiana, amenazada por los luteranos, y descubre en el Sumo Pontífice su mayor enemigo… El papado lo hostiliza, pero el imperio cumplirá su deber. El Nuncio apostólico, Baldasarre Castiglione, ha sido llamado a palacio para recibir la respuesta imperial a un breve pontificio, y la epístola será clara y enérgica. En este instante, el Emperador y su Secretario de Letras Latinas, Alfonso de Valdés, ajustan los términos del documento.

Cortina musical: Juan del Encina.

VALDÉS: ¿No os parece prudente, señor, consultar al Canciller Gattinara?

CARLOS V: Sabéis que tengo tomada mi resolución. Repasemos el borrador y ocupaos luego de darle forma definitiva.

VALDÉS: Comenzamos por declarar la decidida voluntad de Vuestra Majestad de asegurar la paz de Italia. Podría agregarse que también la paz del mundo, como cumple a la misión imperial.

CARLOS V: Aceptado; agregad eso.

Pausa.

VALDÉS: Y se funda ese deseo en la decisión de aniquilar al turco y suprimir la heterodoxia luterana.

CARLOS V: Conforme. ¿Estáis de acuerdo?

VALDÉS: ¿No podría insinuarse, señor, como una alternativa, la de volverlos al seno de la Iglesia?

CARLOS V: Es mi pensamiento, Valdés, bien lo sabéis. A veces pienso si no es eso lo que pesa al papado, que ve en mis esfuerzos de pacificación un obstáculo a su política.

VALDÉS: No podría ser otra la del Emperador, señor, pues el Imperio no es sino Imperio de la paz cristiana.

CARLOS V: Otra cosa piensan muchos, Valdés. Pero estad persuadido –y así quiero que lo agreguéis– que estaría dispuesto a ofrecer mis reinos y mi sangre para proteger la Iglesia de Cristo.

VALDÉS: Es justo, señor, porque Cristo era paz y amor. Pero… la Iglesia de Cristo no parece querer ni vuestra protección ni vuestra paz. El Papa Clemente estimula a vuestros enemigos y se niega a la conciliación.

CARLOS V: (Excitándose.) Pues si el Papa estorba mis preocupaciones de Emperador, si hace veces no de padre sino de enemigo, no de pastor sino de lobo, entonces… decidle al Santo Padre que, bien que le pese, el Emperador apelará al juicio de un Concilio General para que busque remedio a la situación de la Cristiandad malherida.

Pausa.

VALDÉS: ¿Algo más, señor?

CARLOS V: No… ¿Qué os parece, Valdés? ¿Acaso me he puesto más vehemente de lo que cuadra a un emperador y a un hijo fiel de la Santa Madre Iglesia?

VALDÉS: ¿No es vuestra obligación cuidar de ella?

CARLOS V: Sin duda.

VALDÉS: Pues si por cuidar de ella os ponéis vehemente, prueba de que sois amantísimo y fiel hijo…

CARLOS V: ¡Allá se verá…! Vos, Valdés, poned en latín la epístola y cuidad su estilo como os cuadra, pues hoy he convocado a Castiglione para entregársela. Podéis retiraros.

Pausa. Cortina musical: Juan del Encina.

RELATOR: En las antecámaras, el ir y venir de los cortesanos revela que alguna cosa grave se prepara. Con los cortesanos comienzan a mezclarse los embajadores ante la corte del Emperador, ansiosos de saber por sus amigos y confidentes qué novedades se preparan. Y el murmullo de las conversaciones deja ver cierta extraña inquietud y nerviosidad.

Escena en la antecámara. Murmullos suaves de fondo.

PÉREZ: Apostaría a que algunos de los aquí reunidos vuélvense hoy a su casa con el rabo entre las piernas. ¿Pensáis vos lo mismo, señor Juan Boscán?

BOSCÁN: Lo mismo pienso, amigo, que el Emperador no es hombre a quien se azuce en vano.

PÉREZ: Pero, decidme, ¿creen por ventura los de Italia que aunque se unan podrán hacernos frente y oponerse a la voluntad imperial? Bien se ve que es flaca la memoria humana, pues aún debía estar fresco el recuerdo de la batalla de Pavía, sobre su propio suelo. Pero acaso vos sepáis más de lo que parece, señor Juan Boscán, que estuvisteis en Italia, y os acabo de ver hablando con el Embajador de la República Veneciana.

BOSCÁN: En Italia estuve, y con el señor Andrea Navaggiero hablaba. Pero de Italia sé lo que cumple a las armas y a las letras, pasiones ambas de mi corazón. E ignoro los tortuosos caminos de la política, que allí fui soldado y muy joven, y no me fue dado enterarme de sus secretos.

PÉREZ: ¿Diréis, señor Juan Boscán, que no hablabais de política con el señor Navaggiero, Embajador de la República Veneciana, que se menea por las antecámaras viendo si consigue enterarse de algo…?

BOSCÁN: Para eso habrá venido, sin duda, porque para eso lo ha enviado su república, y mal embajador sería si no lo hiciese. Pero esta vez, amigo mío, no tratábamos con él de política, sino sobre cosas de ingenio y de letras. Ha sido otrora discípulo de Lucio Marineo Sículo, que estuvo en la corte de Don Fernando, y acaso el señor Navaggiero se distrae conmigo de otras preocupaciones menos llevaderas. Por cierto que esta vez me ha encalabrinado con sus reflexiones.

PÉREZ: ¿Pues qué os ha dicho?

BOSCÁN: Hablábamos de las semejanzas y variedades de las diversas lenguas, y como conoce mi antiguo comercio con los poetas de Italia, comenzó a aconsejarme… Pero, decidme, amigo mío, ¿os interesan a vos las letras?

PÉREZ: Mucho, señor Boscán, y acaso ignoráis que siendo yo más viejo que vos, antes que vos estuve en Italia, y peleé bajo las banderas del Gran Capitán Don Gonzalo de Córdoba, a quien acompañé aquí a Granada a su regreso, y a quien serví hasta su muerte, hace ya más de diez años. También entonces, en Nápoles, me apasioné por las letras y aprendí a leer a Boccaccio y a Petrarca.

BOSCÁN: Pues sabed, amigo mío, que el señor Navaggiero me ha dicho que por qué no pruebo poner en lengua castellana el soneto y las otras artes de trovas usadas por los buenos autores de Italia. Y no sólo me lo ha dicho así, livianamente, sino que me ha rogado que lo haga, y ya la idea brinca en mi cabeza, y aunque apenas un instante hace nomás que lo he dejado, ya suena el metro itálico en mi oído, y… ¿Queréis que os diga una cosa? Hasta dos versos he formado ya que no me dejan. Oíd:

“Los ríos, al correr, de amor os tientan,
y amor es lo que suenan y reclaman.”

¿Qué os parece?

PÉREZ: Me parece armonioso y delicado.

BOSCÁN: Pues no vacilo en ir a repetírselos al señor Navaggiero. Lo veis… Pues… anda… ya llegó el señor Nuncio de Su Santidad, a quien ha llamado el Emperador. ¿Conocéis al Conde Baldasarre Castiglione?

PÉREZ: De oídas, nomás. ¿Cuál es?

BOSCÁN: Pues ese mismo que está hablando con el señor Navaggiero. Es hombre encantador y gentilísimo, el más cumplido caballero de Italia, y de agudo ingenio.

PÉREZ: Pero, decidme, ¿por qué os sorprendió tanto su llegada?

BOSCÁN: ¿Pues no sabéis? El Emperador está irritadísimo con el Santo Padre y se espera que le entregue al Nuncio una comunicación que, según dicen, dará que hablar.

PÉREZ: Diciéndole…

BOSCÁN: Sois curioso… Pues me ha dicho uno, a quien se lo ha dicho otro que lo oyó de un tercero y a quien se lo refirió un cuarto, que… ¡lo amenaza con convocar un Concilio General!

PÉREZ: ¡Voto a Dios! ¡Como Martín Lutero!

BOSCÁN: Punto en boca, ¡y no seáis impertinente que puede pesaros! Yo no resisto a la tentación de comunicarle mi hallazgo al veneciano.

Cortina musical: Juan del Encina.

BOSCÁN: ¡Oh, Excelencias! He aquí reunidos la donosura y el ingenio de Italia. ¿Os interrumpo?

CASTIGLIONE: Nos ayudáis a matar el tiempo, amigo, que es bestia que sabe resistirse. ¿Qué os tiene tan contento?

BOSCÁN: Pues si no os parece inoportuno, querría yo comunicarle al señor Navaggiero dos versos que han comenzado a sonar en mi oído a la manera itálica conforme a su consejo y recomendación.

NAVAGGIERO: ¿Pues tan pronto, amigo Boscán?

BOSCÁN: Tan pronto, señor, que es propio de poetas tener el ánimo presto para recoger músicas en el viento. ¿Queréis oírlos?

NAVAGGIERO: Decid, que el Conde de Castiglione me ayudará a juzgarlos.

BOSCÁN: Oíd:       

“Los ríos, al correr, de amor os tientan,
y amor es lo que suenan y reclaman.”

NAVAGGIERO: Pues donosos son y suenan muy bien. La lengua castellana os espera, amigo Boscán…

Pausa. Silencio del murmullo de fondo. Puerta que se abre. Pasos.

GENTILHOMBRE: Señor Nuncio de Su Santidad: Su Majestad el Emperador me manda deciros que podéis pasar a su presencia.

CASTIGLIONE: ¡Señores…!

Cortina musical: Juan del Encina.

RELATOR: Recibió el Nuncio de Su Santidad la carta del Emperador al Papa, redactada por Alfonso de Valdés y en la que el Secretario de Letras Latinas, movido por sus convicciones antirromanas y erasmistas, había agriado los términos acaso un poco más de lo que deseaba su señor. Y habiéndola leído en presencia de Su Majestad, protestó su amistad hacia el Emperador y su deseo de contribuir a limar las asperezas entre ambas potestades. Pero Carlos V se mantuvo en su actitud y el Nuncio salió contristado y con el corazón encogido.

Cortina musical: Juan del Encina.

BOSCÁN: Señor Nuncio, antes que os retiréis, dejadme que os diga que he pensado, si no os oponéis, traducir a lengua castellana vuestro “Cortesano”. ¿Os parece bien?

CASTIGLIONE: Bien me parece. Mas otro día hablaremos de eso, amigo, que hoy me voy con el corazón encogido. Yo quería ser nuncio de paz y lo soy de guerra.

Cortina musical: Juan del Encina.

RELATOR: ¡La guerra contra el Papa…! Las tropas alemanas del Emperador, mandadas por el Condestable de Borbón, avanzaban por Italia hacia la ciudad pontificia. Tres días después de entregada aquella carta del Emperador Carlos al Papa Clemente VII, los Colonna entraron en Roma y obligaron al Papa a buscar refugio en el Castillo de Sant’Angelo, donde firmó una tregua con los imperiales. Pero Borbón seguía avanzando entre las maquinaciones de uno y otro bando, y algunos meses después llegó a Roma. La ciudad fue tomada al asalto y Borbón murió en la demanda. Pero sus tropas entraron en Roma el 5 de mayo de 1527 y durante ocho días la saquearon aquellos luteranos que maldecían el lujo de la corte pontificia, la sensualidad del clero y la veneración de las imágenes.

La noticia corrió de boca en boca. Llegó a la corte de Carlos V, y el monarca desaprobó a medias una empresa que, en verdad, había determinado. A su lado, Alfonso de Valdés la justificaba. Y para poner en orden sus argumentos, escribía en su “Diálogo de Mercurio y Carón” sus propias opiniones.

Cortina musical: Juan del Encina.

“CARÓN: Dime, Mercurio, ¿hallástete aquel día en Roma?

MERCURIO: Mira si me hallé.

CARÓN: ¿Querrásme contar algo de lo que allí pasó?

MERCURIO: Sí, mas brevemente, porque no me falte el tiempo para acabar lo comenzado. Has de saber que como yo vi la furia con que aquel ejército iba, pensando lo que había de ser, me fui adelante por verlo todo, y subido en alto, como desde atalaya, estaba muerto de risa, viendo cómo Jesu Cristo se vengaba de aquellos que tantas injurias continuamente le hacían.

Mas cuando vi algunas irrisiones y desacatamientos que se hacían a las iglesias, monasterios, imágenes y reliquias, maravilléme, y topando con San Pedro, que también era bajado del cielo a ver lo que pasaba en aquella su Sancta Sede Apostólica, pedile me dijese la causa dello… Respondióme diciendo: Si ella perseverara en el estado en que yo la dejé, muy lejos estuviera de padecer lo que agora padece. Pues ¿cómo San Pedro?, digo yo, ¿así quiere Jesu Cristo destruir su religión cristiana, que él mesmo con derramamiento de su sangre instituyó? No pienses dijo él, que la quiera destruir, antes porque sus ministros la tenían ahogada y cuasi destruida, permite él agora que se haga lo que vees para que sea restaurada. Según eso, dije yo, ¿por bien de la cristiandad lo ha Dios permitido? Deso, dijo él, ninguna dubda tengas, y si lo quieres a la clara veer mira cómo esto se hace por un ejército en que hay de todas naciones de cristianos y sin mandado ni consentimiento del Emperador, cuyo es el ejército, y aun contra la voluntad de muchos de los que lo hacen.

Víamos después despojar los templos, y decía San Pedro: Pensaban los hombres que hacían muy gran servicio a Dios en edificarle templos materiales, despojando de virtudes los verdaderos templos de Dios, que son sus ánimas, y agora conoscerán que Dios no tiene aquello en nada si no viene de verdaderas virtudes acompañado, pues así se lo ha dejado todo robar.

Allí estuvimos platicando sobre cada cosa de las que veíamos y de las causas y causadores de la guerra y de los agravios de que se quejaban los alemanes y de las necesidades que había para que la Iglesia se reformase y de la manera que se debía tener en la reformación.

Preguntele cuándo había de ser; dijo que no me lo podía declarar. Y después que hubimos visto todo lo que pasaba, él se tornó a subir al cielo.”

Cortina musical: Juan del Encina.

RELATOR: ¡El ‘Sacco de Roma’…! El papado sufrió entonces el más rudo golpe, y sus fuerzas tardaron en restaurarse. El Emperador asumió su papel de jefe de la cristiandad, pero la hora ya no toleraba autoridades universales. Ni emperador ni papa. El sueño imperial de Carlos V fracasó tanto como el del pontificado, ante el embate de las nacionalidades en ascenso. Los estados modernos, soberanos y autosuficientes, se afirmaban por todas partes y hasta la autonomía religiosa fue proclamada por un hijo dilecto de la Iglesia, Enrique VIII de Inglaterra. Con los albores del siglo XVI, la modernidad alcanzaba su inconfundible fisonomía.


10. 1541 – MIGUEL ÁNGEL FRENTE A LOS VIVOS Y LOS MUERTOS

Cortina musical: Des Prés, ‘Kyrie de la Misa Hércules’.

RELATOR: Roma, 1541. Desde hace siete años, Alejandro Farnesio rige la cristiandad como Sumo Pontífice con el nombre de Paulo III. Es un anciano de 65 años, de larga barba, cuya efigie ha inmortalizado el pincel de Ticiano. Es un humanista profundo y se siente atraído por el arte. Piensa y siente. Mientras pudo, sus ocios estuvieron dedicados a la contemplación de la belleza y a la lectura de los clásicos, que alternaba con los libros piadosos. Pero ahora…

Cortina musical: Des Prés, ‘Kyrie de la Misa Hércules’.

RELATOR: Ahora la Iglesia se siente amenazada por la extensión del movimiento reformista, y el Papa procura remediar el mal. Vedlo en su cámara del Vaticano rodeado por sus familiares, entre los que se destaca el Cardenal Caraffa, enérgico y sombrío. En sus manos están los pliegos que han llegado desde Ratisbona, donde el Emperador Carlos V ha reunido una dieta imperial para procurar el acercamiento a la Iglesia tradicional de los alemanes luteranos. El momento es solemne: Roma acaba de rechazar la fórmula de avenimiento, y el papado se prepara para iniciar una política de represión contra la heterodoxia. El Cardenal Caraffa prepara la organización del tribunal de la Inquisición.

Cortina musical: Des Prés, ‘Kyrie de la Misa Hércules’.

RELATOR: Pero en el Vaticano hay otros recintos. Uno de ellos es conocido con el nombre de Capilla Sixtina y por el momento está clausurado. Julio II –que era un Rovere– había hecho pintar los magníficos frescos del techo, y Paulo III –que es un Farnesio– quiere sobrepasarlo embelleciendo la capilla con un inmenso fresco que cubra toda la pared del altar y represente el Juicio Final. Quizá esté terminado muy pronto. El artista que trabaja en él está subido en un andamio y maneja afiebradamente los pinceles porque el Papa lo apremia. También él quiere acabar aquella obra que le ha insumido ya más de cinco años. Entrad…

Cortina musical: Des Prés, ‘Kyrie de la Misa Hércules’.

RELATOR: ¿Lo veis por entre las cuerdas? Tendrá la misma edad que el Papa, pero es vigoroso y su expresión revela un temperamento enérgico y apasionado. Esa nariz… En ella ha quedado la primera huella de la envidia. ¿Sabéis quién es? Es Miguel Ángel…

Cortina musical: Des Prés, ‘Kyrie de la Misa Hércules’ o ‘Stabat Mater’.

RELATOR: Sus tallas y pinturas lo han hecho famoso hace ya tiempo; pero si se le pregunta cuál es su oficio, dirá con energía –casi con rabia– que es escultor. Sueña con los bloques de mármol en que las formas armoniosas se consiguen a martillazos. Pero maneja los pinceles de tal manera –martillando con ellos– que una y otra vez se lo llama para que pinte. Hace más de veinte años estuvo ya en esta capilla pintando en el techo las sibilas y los profetas. Y cuando cruzaban por su imaginación las vigorosas formas del mármol, sollozaba…

Cortina brevísima: Des Prés, ‘Kyrie de la Misa Hércules’ o ‘Stabat Mater’.

MIGUEL ÁNGEL: (Con voz sombría y apagada.) ¡No soy pintor! ¡No soy pintor!

Cortina brevísima: Des Prés, ‘Kyrie de la Misa Hércules’ o ‘Stabat Mater’.

RELATOR: Por fin pudo dedicarse a la tumba de Julio II –un Rovere–, y comenzó a tallar las figuras de los esclavos, de Raquel y Lea, de Moisés. Pero un día de 1535 recibió en su taller la visita del nuevo Papa Paulo III ––un Farnesio–, y tuvo que abandonar su obra.

Cortina musical: Des Prés, ‘Kyrie de la Misa Hércules’ o ‘Stabat Mater’.

MIGUEL ÁNGEL: No soy pintor…

PAULO III: ¿Quién lo es, si tú no eres pintor? Serás jefe de las obras de la Catedral de San Pedro, pintor y escultor del Vaticano… y tendrás 1200 ducados de oro…

MIGUEL ÁNGEL: ¿Y esta tumba? Su Santidad sabe que debo terminar esta tumba para Julio II…

PAULO III: ¡Julio II…! ¿Acaso no basta ese Moisés?

UN CARDENAL: ¡Oh, Santidad! Esa estatua es tan bella que ella sola basta para honrar la memoria de vuestro predecesor.

PAULO III: Eso basta, Miguel Ángel, eso basta…

MIGUEL ÁNGEL: Pero Su Santidad sabe que estoy obligado por un contrato con el Duque de Urbino…

PAULO III: Basta, pues. Trabajarás para mí y para la gloria de la casa Farnesio. Treinta años hace que abrigo este deseo. ¿No podré satisfacerlo ahora que soy Papa? Yo anularé el contrato y haré que me sirvas de cualquier modo.

Cortina musical: Des Prés, ‘Kyrie de la Misa Hércules’ o ‘Stabat Mater’.

RELATOR: Miguel Ángel debió ceder entonces ante el poderoso. Poco después comenzó a trabajar en el Juicio Final, y ahora está dando los últimos toques a la obra, subido en el andamio. El día de Navidad de 1541 podrá ser contemplado.

Murmullo. Un tapiz que cae. Murmullo de admiración.

VOCES: (Perdiéndose.) ¡Oh…!

JUAN: Messer Giorgio Vasari, ¿habéis visto ya el Juicio del Maestro?

VASARI: En cuanto llegué de Venecia me encaminé al Vaticano para contemplarlo. Puede llamarse verdaderamente feliz quien ha visto esta maravilla verdaderamente estupenda de nuestro siglo.

JUAN: He oído decir que toda Roma ha quedado estupefacta y admirada…

VASARI: Miguel Ángel se ha superado a sí mismo imaginando el terror de esos días. Cristo está sentado y se vuelve con mirada tremenda y severa hacia los condenados para maldecirlos, mientras Nuestra Señora se cubre con el manto al ver y oír tanta ruina. Hay infinitas figuras de apóstoles y profetas.

JUAN: ¿Mas cómo ha podido hacer tantas caras distintas?

VASARI: No puedes imaginar cuánta variedad hay en las cabezas de los diablos, verdadera muestra del infierno. En los pecadores se reconoce juntamente el pecado y el temor del eterno castigo. Y sucede que los envidiosos, los soberbios, los avaros y los lujuriosos se distinguen de los buenos espíritus porque, al representarlos, ha observado cuidadosamente tanto el aire como la actitud y todas las otras circunstancias.

JUAN: ¿Pero no es imposible que haga eso un pintor?

VASARI: Cosa grande y difícil es, pero no imposible para Miguel Ángel, que ha sido siempre agudo y sabio, ha visto muchos hombres, y ha adquirido en contacto con el mundo ese conocimiento que los filósofos logran con la especulación y los libros.

JUAN: Es un artista sublime…

VASARI: Miguel Ángel ha conocido ése y otros elogios. Pero él tiene bde sí mismo otra opinión. Hace poco le escribía a Messer Nicolás Martelli: “Os habéis imaginado –bien lo veo– que soy un hombre tal como Dios hubiera querido que fuera. No soy más que un pobre hombre –y de escaso valor– que se fatiga en el arte que Dios le ha permitido conocer, para prolongar su vida lo más que sea posible.”

JUAN: ¿Es un hombre alegre?

VASARI: Dolorido por dentro, e insatisfecho. El arte lo obsesiona y tanto la gloria como la incomprensión lo fatigan.

Cortina musical: Isaac u Obrecht.

RELATOR: Del dolor y de la incomprensión fue consuelo para el artista la amistad de Vittoria Colonna: una mujer que no era hermosa pero cuyo espíritu escondía insospechados tesoros. Miguel Ángel sintió por ella profundo amor y amistad sincera. Vittoria Colonna reunía en su retiro de Monte Cavallo a los más ilustres humanistas: Pietro Bembo, el Cardenal Bibbiena, Paulo Jovio, y de vez en cuando llegaban hasta ella los visitantes de lejanas comarcas de paso por Roma. En ocasiones los reunía Vittoria en la Iglesia de San Silvestre, tras algún ejercicio piadoso. Hela aquí, con un pintor forastero llamado Francisco de Holanda, y con Messer Lattanzio Tolomei. Ahora aguardan la llegada de Miguel Ángel, que habita en las cercanías, y a quien Vittoria ha mandado llamar.

Pausa. Sonido: ?

LATTANZIO: ¿Crees que vendrá?

VITTORIA: No es seguro, pues rehuye la compañía. Mas si viene, bueno es que sepáis cómo hablarle. Seremos derrotados todas las veces que se intente atacar a Miguel Ángel en su terreno, que es el del espíritu y la fineza. Veréis, Messer Lattanzio, que es menester hablarle a borbotones, de pleito o de pintura, para tener ventaja sobre él y reducirlo a silencio.

Llaman a la puerta.

VITTORIA: Él es.

Entra Miguel Ángel.

VITTORIA: ¡Bienvenido! Temía que no os encontraran.

MIGUEL ÁNGEL: Me alcanzó vuestro criado cuando pasaba cerca de aquí, camino de las Termas. No pude escapar…

VITTORIA: De lo que nos regocijamos mis amigos y yo. No os considero menos digno de elogios por la manera como sabéis aislaros.

MIGUEL ÁNGEL: Señora, acaso me concedáis más de lo que merezco…

VITTORIA: No, tenéis el mérito de mostraros liberal con sabiduría, y no pródigo con ignorancia; por esto es que vuestros amigos ponen vuestro carácter por encima de vuestras obras, en tanto que quienes no os conocen estiman en vos lo menos perfecto, es decir, las obras de vuestras manos. También os considero digno de elogio por escapar a nuestras inútiles conversaciones.

MIGUEL ÁNGEL: Señora, puesto que me hacéis pensar en ello, permitidme exponeros mis quejas contra una parte del público, en nombre mío y en el de algunos pintores de mi carácter. De las mil falsedades divulgadas contra los pintores célebres, la más acreditada es aquella que los representa como gente bizarra y de difícil e insoportable acceso, mientras que son de natural muy humano. Los ociosos tienen la sinrazón de exigir que un artista absorbido por sus trabajos gaste cumplimientos para serles agradable. Puedo asegurar a Vuestra Excelencia que hasta Su Santidad me causa a veces cuidados y pesares preguntándome por qué no me dejo ver más a menudo. Entonces digo a Su Santidad que prefiero trabajar para ella a mi modo que permanecer en su presencia como otros hacen.

LATTANZIO: ¡Afortunado Miguel Ángel! Entre todos los príncipes, solamente los papas saben perdonar pecado tal.

MIGUEL ÁNGEL: Son precisamente éstos los pecados que los reyes debieran perdonar. Os diré que las ocupaciones de que estoy encargado me han dado tal libertad que, conversando con Su Santidad, me acontece que, sin pensarlo, me pongo el sombrero de fieltro en la cabeza y comienzo a hablar con absoluta libertad. Pero Su Santidad no me hace morir por ello. Me atrevo a afirmar que el artista que se acomoda a satisfacer a los ignorantes antes que a su profesión, nunca podrá ser un hombre superior.

VITTORIA: ¿Podré, Miguel Ángel, pediros que esclarezcáis mis dudas sobre la pintura? Porque, para probarme ahora que los grandes hombres son razonables, espero que no haréis ahora uno de vuestros acostumbrados golpes de cabeza.

MIGUEL ÁNGEL: Pídame Vuestra Excelencia algo digno de serle ofrecido y será obedecida.

VITTORIA: Desearía yo saber lo que pensáis de la pintura de Flandes, porque me parece más devota que la manera italiana.

MIGUEL ÁNGEL: La pintura flamenca complacerá generalmente al devoto más que ninguna de Italia. Ésta jamás le hará verter una lágrima; la de Flandes se las hará derramar en abundancia. La pintura flamenca parecerá bella a las mujeres, a los monjes y a algunos nobles que son sordos a la verdadera armonía. En Flandes se pinta de preferencia, para engañar la vista exterior, objetos que les encantan a seres de los que no podríais hablar mal: santos y profetas. Causa buen efecto a ciertos ojos, pero no hay en ella razón ni arte ni proporción y nada de grandeza.

VITTORIA: Y sin embargo, ¿qué hombre virtuoso y sabio no otorgará toda su veneración a las contemplaciones espirituales y devotas de la santa pintura? Faltaría tiempo, creo, antes que materia, para la alabanza de esta virtud.

MIGUEL ÁNGEL: Si tan mal hablo de la pintura flamenca, no es porque sea mala por entero; pero quiere ella hacer con perfección tantas cosas que ninguna hace de manera satisfactoria. Solamente a las obras que se hacen en Italia se puede dar el nombre de verdadera pintura.

VITTORIA: Si juzgamos por vuestra obra, no os equivocáis. Mas nuestra impertinencia llega ya a su límite.

Cortina musical: Isaac u Obrecht.

RELATOR: Así, día tras día, dialogaban la noble dama y el artista. Era un refugio para Miguel Ángel, a quien ahora amenazaba la difamación de Pietro Aretino, siempre audaz y maledicente. Porque en los corrillos y en las antecámaras, había comenzado a susurrarse que eran inapropiados los desnudos del Juicio Final para lugar tan santo donde se celebraba el oficio divino, y aquel panfletista desvergonzado se sentía autorizado para hacerse cargo de las críticas. He aquí a Miguel Ángel, leyendo la curiosa epístola que acaba de recibir.

MIGUEL ÁNGEL: (Leyendo.) “¿Así pues, ese Miguel Ángel de pasmosa fama, ese Miguel Ángel de tan notable prudencia, ese Miguel Ángel que admiran todos, ha querido presentar al mundo un ejemplo de impiedad en religión no menos que de perfección en pintura? ¿Es posible que vos, que por vuestra presencia divina no os dignáis mezclaros con la muchedumbre de los humanos, hayáis osado cometer este acto en el más grande templo de Dios, sobre el primer altar de Jesús, en la capilla más augusta del mundo, allí donde los grandes cardenales de la Iglesia, donde el vicario de Cristo, en medio de las ceremonias católicas, de las órdenes sacras y de las oraciones divinas, confiesan, contemplan y adoran su cuerpo, su sangre, su carne sagradas?

Mejor sería vuestro vicio si, pintando de suerte tal, buscarais disminuir la creencia de vuestro prójimo. Mas también en esto no queda impune vuestra temeraria maravilla, pues el milagro que produce engendra asimismo la muerte de vuestra propia alabanza. Que Dios os lo perdone, como yo, que no digo esto por el sentimiento de no haber recibido los dibujos que de vos deseaba. Mas si el tesoro que os dejó el Papa Julio para que sus despojos mortales fueran depositados en el monumento que vos debíais tallar, no ha bastado para haceros mantener vuestras promesas ¿qué puedo esperar yo? Faltando de suerte tal a la deuda por vos contraída, se os acusa de robo…”.

Cortina musical: Isaac u Obrecht.

RELATOR: Era una infamia más en la vida de quien había sufrido muchas. Miguel Ángel no contestó, pero vio crecer a su alrededor el recelo contra su obra inmortal, en la que había volcado toda su fe, toda su fuerza, toda su capacidad de creación. El espíritu del humanismo declinaba. La Inquisición ponía hierros al pensamiento, y el temor crecía mientras el Concilio de Trento comenzaba a deliberar acerca de la reorganización de la Iglesia. La era de la Contrarreforma comenzaba.

Cortina musical: Des Prés, ‘Miserere’.


11. 1604 – DON QUIJOTE ASOMA SOBRE EL HORIZONTE DE ESPAÑA

RELATOR A: Aquella ciudad que veis alzada sobre un río y ornada de torres es Sevilla. Desde la ribera del Guadalquivir hasta la puerta de la muralla se extiende el arenal famoso que, cuando llegan las flotas por el río, se cubre de carretones cargados hasta el tope de mercancías, o acaso de plata si el galeón viene de Indias. Tantas gentes se agolpan en él durante el día y se derraman luego por plazuelas y callejas, tantas se reúnen en los mesones para beber y jugar durante las noches, tantos escudos corren de mano en mano y tantas aventuras se esconden tras sus muros, que el gran Lope ha consentido en compararla, como hace el vulgo, con la antigua Babilonia, símbolo de abigarramiento y cosmopolitismo. He aquí Sevilla en 1598.

RELATOR B: Mas trasponed la puerta y fijaos bien. Sevilla está hoy de luto y llora la muerte del insigne Felipe, hijo de Carlos V, en cuyo honor ha levantado ese magnífico y funerario túmulo que allí veis. He aquí el último resplandor de su grandeza. Muy pronto su cuerpo reposará en el recinto del Escorial que él ha querido que sea llamado ‘el pudridero’, para que quede ejemplo de la brevedad de la vida y la vanidad de toda grandeza. Soberbio túmulo, éste que ha levantado en su honor Sevilla.

Pero acercaos un poco y veréis que no todos lloran. Rondan el túmulo curiosos de todo estado y condición, y sobre todo la plebe gárrula de aquella Babilonia volcada hacia las Indias y encandilada por el resplandor de la plata. Mirad aquí, a estos mirones, vecinos unos y forasteros otros, que discurren despreocupadamente sobre la magnificencia de las honras que se tributan al Rey difunto. Hay uno que ahora se aparta de los demás, algo agobiado, y se encamina lentamente hacia la posada en que se hospeda. Si lo observarais descubriréis en su rostro la huella de una sonrisa entre burlona y comprensiva, rastro de la que iluminó aquella cara algo alargada durante el coloquio. Y si llegáis hasta su aposento sin que os descubra y aguzáis el oído, oiréis cómo lee los versos que acaba de componer no bien llegado:

RELATOR C:

“Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diere un doblón por describilla;
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo ¡o gran Sevilla!
Roma triunfante en ánimo y nobleza.
Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.
Esto oyó un valentón y dijo: –Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente.
Y luego incontinenti
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.”

RELATOR A: (Muy bajo.) ¿Sabéis quién es?

RELATOR D: (Ídem.) Un cobrador de impuestos ¡que Dios confunda! Mas no hay duda de que es hombre de ingenio, y alguna vez oí en el arenal que fue herido en Lepanto y que ha estado cautivo en Argel. Lo que sé de cierto es que sus cuentas no son siempre limpias y que por eso ha tenido que ver con la Justicia.

RELATOR B: Sin duda no lo quieren, porque nadie quiere a un recaudador. Pero no lo perdáis de vista porque a pesar de todo es un hombre de méritos. Si lo veis volver a la cárcel, tened paciencia y esperadlo. Ahora ha recobrado la libertad y marcha por los caminos polvorientos, triste a veces, mas siempre entretenido con el inigualable espectáculo de la vida cotidiana. Aquí hace noche, allá permanece… Y luego vuelta a andar por la ancha Castilla.

RELATOR A: Aquella ciudad que veis alzada sobre una colina y asomada sobre la curva del río Tajo es Toledo. Sobre el río está tendido el viejo puente de Alcántara defendido por un castillo y de él arranca empinado camino que conduce hasta la ciudad. He aquí la incomparable plaza del Zocodover, vigilada de cerca por el Alcázar, y poblada por una multitud parlanchina y desocupada.

RELATOR B: Por esta plaza ha cruzado nuestro hombre no hace mucho. Si os interesa el personaje, no os distraigáis contemplando las antiguas mezquitas y sinagogas, ni los templos ni los palacios, ni cedáis a la tentación de buscar la casa del paseo del Tránsito donde habita ese extraño pintor griego llamado Doménico Theotocópuli. Dejad todo eso para otro día y meteos por ese viejo arco árabe que llaman ‘de la Sangre’ hasta que os topéis con la Posada del Sevillano. Mirad, aquí es. El patio está colmado de mozos y caballerías y en uno de los aposentos se han reunido algunos para yantar y para oír hermosas canciones.

VOZ A: ¿Pero aún no están guisadas esas gallinas, señor huésped? Al menos mande vuesa merced que nos traigan de beber, que perecemos.

VOZ B: Todo llegará al punto, señor, no os impacientéis, que no hay guisado que pueda apresurarse más de lo que es ley y razón. Pero entretanto, y mientras bebéis un cuartillo, podréis oír brava música, que hay aquí una moza que canta a maravilla. ¿Qué os parece?

VOZ A: Pues decidle que cante, y este mi amigo la acompañará con la vihuela, que cuando pone él en ella las manos, parece que hablara.

VOZ C: ¿Sabes tú cantar el romance de Durandarte?

MOZA: Sí que lo sé, señor, y mucho que me place.

VOZ C: Pues andando que ya comienzo.

Cortina musical: Luis de Milán, “Durandarte”.

VOZ A: Enhorabuena la moza, que tiene la garganta de oro. ¿Por qué no cantas eso otro tan agradable de oír que comienza: “Paseábase el rey moro”?

MOZA: Como quieran vuesas mercedes, que también lo sé.

VOZ A: Pues escuchemos.

Cortina musical: “Paseábase el rey moro”, anónimo.

RELATOR B: Ahora comenzarán las vihuelas y los laúdes, y en poco más se harán rajas bailando los mulantes y las fregatrices en el mesón del Sevillano. Pero dejémoslos bailando y cantando; trepad por la escalera y buscad aquel aposento en la esquina del corredor que es el que ocupa nuestro hombre; y puesto que la curiosidad os mueve y no hay nadie en él, entrad por un instante y buscad la hoja primera de ese hato de papeles que está sobre la mesa. Y leed atentamente, porque allí quedará aclarado todo el secreto:

RELATOR A: “Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años fueron de oro; los bigotes grandes, la boca pequeña; los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño; la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies. Este digo que es el rostro de el autor de ‘La Galatea’ y de ‘Don Quijote de la Mancha’, y del que hizo el ‘Viaje del Parnaso’, a imitación del de César Caporal Perusino, y de otras obras que andan por ahí descarriadas y quizá sin el nombre de su dueño: llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra”.

RELATOR B: Lo que sigue tras estas palabras son las novelas que habrán de llamarse “Ejemplares”. Algunas hay ya escritas y otras brincan a medio componer en la cabeza de Miguel de Cervantes, confundidos sus personajes y peripecias. Ahora mismo está escribiendo una, a la que le presta escenario el pío mesón donde se hospeda. El hombre ha visto mucho y ha conocido de la humanidad la hez y la espuma: hidalgos y granujas, nobles espíritus y redomados malandrines, y esa caterva de los que nos son malos ni buenos sino lo que el azar quiere que sea. Mas todo lo que ha visto y oído cobra en su entendimiento forma de farsa, pugna por expresarse con donoso lenguaje y busca finalmente la punta de la pluma para escurrirse hacia el papel bajo la forma de palabras entintadas de sangre. ¿No visteis acaso con qué agudeza sorprendía la mirada furtiva de la criada, sorprendida por la presencia de un galán en el que Miguel adivina al instante el pícaro desvergonzado, lleno de encanto y seducción por la maestría con que usa sus artes? Pues con tan poco como eso quedó urdida la trama de una aventura singular, y la fregona quedó prendida en ella junto al pícaro, para deslizarse ahora entre peripecias arrancadas de los recuerdos del ingenioso Don Miguel, que tanto viera en el arenal sevillano, en el arrabal madrileño o en los mesones toledanos. Pero salid aprisa, que Don Miguel regresa a su aposento, y escondeos donde podáis oír. Ahora se ha sentado a su mesa, ha tomado aquellas cuartillas que llevan por título “La ilustre fregona” y se dispone a seguir escribiendo; y para tomar el hilo del relato, relee donde lo había dejado, que era en la descripción de aquel Carriazo, espejo de pícaros, que en su relato conducirá luego hasta su mismo albergue de esta noche.

RELATOR C: “En tres años que tardó en aparecer y volver a su casa aprendió a jugar a la taba en Madrid, y al rentoy en las ventillas de Toledo, y a presa y pinta en pie en las barbacanas de Sevilla; pero con serle añejo a este género de vida la miseria y estrechez, mostraba Carriazo ser un príncipe en sus cosas: a tiro de escopeta, en mil señales, descubría ser bien nacido, porque era generoso y bien partido con sus camaradas. Visitaba pocas veces las ermitas de Baco, y aunque bebía vino, era tan poco, que nunca pudo entrar en el número de los que llaman desgraciados, que con alguna cosa que beban demasiada luego se les pone el rostro como si se le hubiesen jabelgado con bermellón y almagre. En fin, en Carriazo vio el mundo un pícaro virtuoso, limpio, bien criado y más que medianamente discreto. Pasó por todos los grados de pícaro, hasta que se graduó de maestro en las almadrabas de Zahara, donde es el finibusterræ de la picaresca.

¡Oh pícaros de cocina, sucios, gordos y lucios, pobres fingidos, tullidos falsos, cicateruelos de Zocodover y de la Plaza de Madrid, vistosos oracioneros, esportilleros de Sevilla, mandilejos de la hampa, con toda la caterva innumerable que se encierra debajo de este nombre de pícaro! Bajad el toldo, amainad el brío, no os llaméis pícaros si no habéis cursado dos cursos en la academia de la pesca de los atunes. ¡Allí, allí, que está en su centro el trabajo junto con la poltronería! Allí está la suciedad limpia, la gordura rolliza, la hambre pronta, la hartura abundante, sin disfraz el vicio, el juego siempre, las pendencias por momentos, las muertes por puntos, las pullas a cada paso, los bailes como en bodas, las seguidillas como en estampa, los romances con estribos, la poesía sin acciones. Aquí se canta, allí se reniega, acullá se riñe, acá se juega y por toda se hurta. Allí campea la libertad y luce el trabajo; allí van o envían muchos padres principales a buscar a sus hijos; y los hallan; y tantos sienten sacarle de aquella vida como si los llevaran a dar muerte.”

Cortina musical: Vasques, “Vos me matasteis”..

RELATOR A: Sin duda está contento Don Miguel, y si le conocierais sabríais qué risa de hombre bueno campea sobre su rostro. Pero si observarais bien, veríais que no ha sido la música lo que lo ha puesto en ese estado. Allá, en otro montón de papeles, está el secreto que llega del patio de la posada. Hace muy poco acaban de otorgarle en Valladolid la necesaria licencia para imprimir su “Don Quijote” que ya tiene acabado. Vedlo allí, atado con cordel. Alguna vez ha sido desatado para leer algún trozo a algún confidente, y ya se ve que el éxito lo aguarda. Y Don Miguel sonríe porque sabe que Lope de Vega se irrita por cuanto dice de él, y ya tiene noticias de que ha escrito malévolas palabras sobre su obra. Pero no le importa. Su “Don Quijote” saldrá ya pronto y conquistará el mundo con su lanza, tanto que Amadís de Gaula ha escrito a su héroe:

“Tendrás claro renombre de valiente
Tu patria será en todas la primera
Tu sabio autor, al mundo único y solo.”

Porque “Don Quijote” es hijo de su tiempo, con ser universal y extraordinario. Rezuma todo lo que es bueno y malo en la España de entonces, lo que su sabio autor ha visto y oído por sus múltiples vericuetos. Y todos los oídos reconocerán algo que oyeron una vez, y todos los ojos algo que vieron en alguna ocasión. Y “Don Quijote” salió de conquistas y conquistó un mundo que es ya suyo.

Lleno de contradicciones, de miseria y grandeza, ese mundo es la España de Felipe III, la España de la conquista, la España de la Contrarreforma, también la España de los pícaros. Sobre todos ellos se cierne majestuoso Felipe III, heredero de pesados deberes que él ha resuelto delegar en su privado el Duque de Lerma.

RELATOR B: Fijaos bien en él, porque es él el verdadero señor de España. Está en su despacho, y le aguardan grandes del reino, embajadores, secretarios y cortesanos. Pero él lee una y otra vez las páginas de un memorial que ha recibido hace algún tiempo. De aquello de que quisiera no enterarse, lo entera cada día un personaje casi olvidado, que fuera ilustre antaño y que se llama Antonio Pérez. Hace tiempo, cuando reinaba Felipe II, fue famoso por su poder y su valimiento cerca del monarca. Pero se introdujo en terreno vedado, fue expulsado y perseguido, suscitó catástrofes irreparables y vive ahora en la corte de Francia donde Enrique IV le diera acogida. Desde lejos, la inteligencia sutil y la vasta experiencia de Antonio Pérez, divisa la tormenta que trae la negra nube de hidalgos, de pícaros, de religiosos, de aventureros de toda laya que, fieles a una vocación, desatienden o ignoran lo que hoy reclama el reino. Desde París el mundo empieza a verse de otro modo, y en ese espectáculo el papel asignado a España parece de escaso lucimiento. España languidece. ¿Quién la amenaza? ¿Quién amenaza a España sino ella misma? El Duque de Lerma, ambicioso y audaz, lúcido y diligente, conoce el mal y procura ignorarlo. Pero en su oído suenan las palabras del Memorial de Antonio Pérez que se llamó “Norte de Príncipes”.

RELATOR A: “Ojo, señor, a las Indias, que es la parte de donde viene el dinero, y con él también la sustancia de esta Monarquía, y considérese que aquellas riquezas de oro y plata que se sacan es negocio temporal, y que se va acabando, y que nos han de venir a faltar aquéllas, y no por eso los vicios cuyo instrumento son para que estemos acostumbrados, que si la falta de riquezas introdujera la de cetros, pudiera por cierto desearse y pedirse: en su conservación, digo, que se piense, y en la del fruto que nos viene de allá, para que nos dure y no nos falte, ni se vea que se pasa a otras naciones, y no nos deja más que el polvo y el dolor y el daño de los vicios y gastos introducidos con mucha abundancia.

Muchos dirán, y habrán dicho esto mismo que yo quiero decir a V.E. porque es cosa tan necesaria que ninguno puede ignorarla, y es que se ponga mucho cuidado en la materia de las jurisdicciones con su Santidad, que se va entrando Roma mucho en la de España, y siendo tan gran parte de ella lo Eclesiástico y Religioso que ocupa más de la mitad de ella, cuando menos pensemos los habemos de hallar dueños de todo: susténtese el remedio de las fuerzas, y de la retención de los despachos injustos, como le hay en otros muchos reinos Cristianos, y no mayores, ni de más calificados méritos con la Sede Apostólica y sin que parezca que por eso se contraviene a la autoridad y la libertad Eclesiástica, razón con que siempre se nos da en rostro por los Ministros Romanos.

No consienta V.E. que en su tiempo se pierda costumbre tan loable, si no antes en él se asiente de todo punto, con que eternizará su memoria gloriosamente entre los venideros; y no digo más de la conveniencia de esto, aunque pudiera, porque no es materia más que para apuntada, y que la juzguen los más sabios y experimentados en tales materias, y me contento con haber hecho la proposición, añadiendo también con la misma moderación a lo que digo que mande V.E. que se considere lo que van creciendo las rentas y bienes raíces, y que con las mandas, con las donaciones, con las herencias, con las compras de lo que les sobra, y con lo que una vez que entre nunca sale, si no se pone término y medida a ello dentro de muy pocos años han de venir todas las casas, heredades y juros a ser bienes eclesiásticos, quedando enteras las necesidades de los seglares y de Su Majestad, que no habrán de cobrarse los pechos y los derechos que cargan sobre aquellos, teniendo mucha menos sustancia para acudir a ellos, cosas todas por cierto en mi discurso y pensamiento, juntándolo con la disminución que veo en España de gente de servicio público, que me hacen temer no sé qué males y desventuras, puesto que aún para pensadas son grandes.”

RELATOR B: Males y desventuras. Males y desventuras en la España de Lope y de Cervantes, del Greco y de Vitoria. Sobre ellos llorarán ricos y pobres, en tanto que el espíritu escapará cada vez más sutil y ligero del contorno que lo constriñe; Lope el primero:

VOZ A:           

“Señales son del juicio
ver que todos le perdemos,
unos por carta de más
y otros por carta de menos.
En dos edades vivimos
los propios y los ajenos,
la de plata, los extraños,
y la de cobre los nuestros.
¿A quien no dará cuidado,
si es español verdadero,
ver los hombres a lo antiguo
y el valor a lo moderno?
Con esta envidia que digo
y lo que paso en silencio
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.”


12. 1626 – DON FRANCISCO DE QUEVEDO MORALIZA

EN LA CORTE DE FELIPE IV DE ESPAÑA

RELATOR: No os sorprendáis por lo que voy a deciros, mas tened por seguro que aquí en la corte habita un duende misterioso que se entromete por todos los rincones e introduce una especie de agudo aguijón en las conciencias de quienes habitan en ellas. Si no es un duende, al menos lo parece. Ágil y audaz, nada parece serle vedado. Tiene forma humana, es cierto. Y más os diría yo… Tiene barba, bigote y luenga melena; y como consume sus ocios en la lectura, ha tenido que poner cristales delante de sus ojos, que ajusta a su nariz con un arco flexible… Unos quevedos, como suele llamárselos. Mas… ¡qué coincidencia! Quevedo… Pues si no me equivoco, cuando alguien quiere llamar al duende llámale… Quevedo. Sí, así se llama: Don Francisco de Quevedo y Villegas, cuya efigie pintó su compatriota Diego de Velázquez.

Cortina musical: Frescobaldi.

QUEVEDO: ¿A dónde se dirige Marte fiero…?

SPÍNOLA: A descansar, Don Francisco. Velázquez me ha tenido dos horas de pie, inclinado y fingiendo que recibía otra vez la llave de Breda.

QUEVEDO: ¿Pinta el Maestro?

SPÍNOLA: ¡Como los ángeles! Pero aún no sé cómo representará mi cara…

QUEVEDO: No temáis, señor Marqués de Spínola. Os pintará como sois… O temed, si os parece…

SPÍNOLA: Siempre sois el mismo… Ea, a reposar… Dios os guarde, Don Francisco.

Cortina musical: Frescobaldi.

RELATOR: En la corte, Don Francisco de Quevedo había aceptado el cargo de Secretario del Rey, una sinecura que le permitía vivir sin mucho esfuerzo.

QUEVEDO: Soy un Secretario… sin secretos.

RELATOR: Y en efecto, sin función específica ninguna, Don Francisco de Quevedo rondaba por las antecámaras, fisgaba y sonreía, alzaba la voz para llamar a la cordura a alguno, o se encerraba en su habitación para escribir verso o prosa según le pluguiera. Su oficio era decir verdades, y las decía con tan sutil ingenio y maestría que hasta a aquellos a quienes castigaba gustábales oírlas. Su valor…

VOZ: Amigo, es hermoso el poema, pero no creo que agrade que alabéis la memoria de Don Pedro Girón.

QUEVEDO: No conocisteis al Duque de Osuna… que si le hubierais conocido, lo alabarais vos también si fuerais bien nacido… digo, puesto que sois bien nacido…

VOZ: Vos fuisteis su amigo…

QUEVEDO: Su amigo verdadero, y no vacilé en exponer mi vida en su servicio. Pues cuando me envió a Venecia por un negocio que nunca se ha agradecido bastante al Duque, estuve a punto de perder la cabeza y hube de salir de allí disfrazado de mendigo. Faltar pudo a su patria el grande Osuna… pero no a su defensa sus hazañas… (Pausa.)

VOZ: Concluid, señor Don Francisco. Es grato de oír…

QUEVEDO:

“Faltar pudo a su patria el grande Osuna
Pero no a su defensa sus hazañas;
diéronle muerte y cárcel las Españas
de quien él hizo esclava la Fortuna.
Lloraron sus envidias una a una
con las propias naciones las extrañas;
su tumba son de Flandes las campañas,
y su epitafio la sangrienta luna.
En sus exequias incendió el Vesubio
Parténope, y Trinacria el Mongibelo;
el llanto militar creció en diluvio.
Diole el mejor lugar Marte en su cielo.
La Mosa, el Rin, el Tajo y el Danubio
murmuran con dolor su desconsuelo.”

Cortina musical: Frescobaldi.

RELATOR: Aquella extraña aventura del Duque de Osuna, en la que participó Quevedo, no malogró su situación en la corte. El nuevo Rey, Felipe IV, y su ministro y privado el Conde Duque de Olivares, se mostraron más bien favorables a quien creían un cortesano capaz de distraerlos. Y aunque ‘Secretario sin secretos’, Don Francisco de Quevedo ronda los secretos de estado. Helo ahí conversando –de incógnito, naturalmente– con el propio Embajador de la República Veneciana.

Cortina musical: Frescobaldi.

QUEVEDO: En un instante más os recibirá el señor Conde, señor Embajador. Quién tuviera vuestra suerte… porque tiempo ha que deseo yo verlo sin lograrlo. Ya sabéis que verlo es ver al verdadero poder de estos reinos, y quien el poder tiene, tiene el don. Y yo busco el don…

EMBAJADOR: Si habéis llegado hasta aquí, amigo mío, poco esfuerzo os costará llegar a su despacho. Es hombre singular, y cuando lo veáis… Pero… ¿de cierto no lo conocéis?

QUEVEDO: Jamás lo he visto… sino en efigie. Porque, eso sí, he visto la que hizo de él el Maestro Diego de Velázquez.

EMBAJADOR: Pues así es… Hombre de estatura grande aunque no de elevada talla, y encorvado de espaldas, cara larga, pelo negro, un poco hundido de boca, de ojos y narices ordinarias, de frente espaciosa…

QUEVEDO: ¿Sois pintor, acaso…?

EMBAJADOR: Los embajadores no pintamos, pero sabemos observar, que es nuestro oficio…

QUEVEDO: Y puesto que habéis tratado con él…

EMBAJADOR: En el negocio es facilísimo en apariencia, mas tan disimulado en la sustancia, que cualquiera queda burlado en las esperanzas y engañado en las promesas. Su ingenio es elevado y perspicaz, y goza de una facundia natural en voz y una elocuencia acompañada de doctísimas agudezas en escrito…

UJIER: Señor Conde de la Roca, Su Excelencia el señor Conde Duque os aguarda…

EMBAJADOR: Allá voy… Excusadme, señor… ¿cómo es vuestro nombre?

QUEVEDO: Rodrigo de Silva, señor Conde.

EMBAJADOR: Pues quedad con Dios, señor de Silva.

Pasos que se alejan.

QUEVEDO: (Riendo.) Pues si supieras quién soy, pedirías mi cabeza…

Cortina musical: Frescobaldi.

RELATOR: Ingenioso y travieso, Don Francisco de Quevedo reflexiona y medita sobre las cosas con desacostumbrada profundidad. Gusta de los chistes y las bromas, pero su fibra es la de un moralista severo. Reverencia la virtud, sigue sus dictados y es severo con quienes la olvidan. Y sobre todo ama a España con amor profundo y verdadero y cree en su grandeza, en un tiempo en que su patria pasa por los mayores males. La miseria asoma. El Rey y el favorito apenas lo advierten, y si lo advierten no saben cómo detenerla en la puerta. Una angustia contenida conmueve a toda España, y Quevedo la siente latir en su propio espíritu. Ahora dialoga con el Conde Duque, que lo admira y lo teme, y que llegará a odiarlo muy pronto.

Cortina musical: Frescobaldi.

QUEVEDO: Ya habéis vestido al rey, Excelencia…

OLIVARES: Sin chanzas esta mañana, Don Francisco. Ciertamente, he ayudado a vestirlo como todas las mañanas, y he aprovechado, como todas las mañanas, para comunicarle los asuntos de estado que más importan. Bien sabéis que es casi el único instante en que es posible atraer su atención.

QUEVEDO: Toda la carga del poder sobre vuestras espaldas, Excelencia. Cuántos trabajos…

OLIVARES: Podríais decirlo en serio, Don Francisco… Pero espero que algo cambien las cosas. He pedido al Rey que asuma la dirección de sus estados, y creo haberlo convencido. ¿Queréis que os lea la carta que le envié y su respuesta?

QUEVEDO: Me enorgullece vuestra confianza… Si os place…

OLIVARES: Oíd lo que yo decía: “Tal vez la razón por la cual Vuestra Majestad no quiere consentir en trabajar ni en hacer lo que le pido consiste en la entera confianza que deposita en mi persona. Si yo no estuviese, ¿quizá se aplicaría más Vuestra Majestad por no tener en otro la confianza que tiene en mí? Este pensamiento, y el deseo que tengo de servir a Vuestra Majestad, y el celo con que me afano por conseguirlo –Dios sabe en qué medida–, me han impulsado a decir a Vuestra Majestad que si no quiere obrar como le pido me retiraré inmediatamente, sin pedirle autorización y hasta sin prevenirle, aun cuando me castigue confinándome en una fortaleza… Yo os lo ruego, señor, tomad la dirección en vuestras propias manos; haced que desaparezca hasta el nombre de ‘favorito’. Por mi parte, continuaré apremiando a Vuestra Majestad para que ponga sobre sus hombros la carga que el propio Dios le impuso, para que la lleve y para que trabaje, si está conforme, sin agotamiento, pero no sin cuidado.”

QUEVEDO: (Con alguna sorpresa.) Y os atrevisteis a enviarla…

OLIVARES: La envié, ciertamente, porque me parecía mi deber… Pero el Rey parece que no desdeña las verdades, cosa que demuestra la nobleza de su ánimo y en cambio de encolerizarse, he aquí lo que me ha contestado. ¿Queréis oír?

QUEVEDO: Ciertamente…

OLIVARES: “Señor Conde: He resuelto por Dios, por mí propio y por vos, hacer lo que me pedís. Conociendo, como conozco, vuestro celo y afecto, no puede existir, de vos a mí, ningún atrevimiento. Lo haré, pues, Conde. Os devuelvo vuestro papel con esta contestación para que lo conservéis como una herencia familiar y para que vuestros descendientes aprendan cómo debe hablarse a los reyes cuando se trata de su gloria, y para que sepan qué antepasado tenían en vos. Me gustaría dejarla en mis archivos para enseñar a mis hijos, si Dios me los concede, y a los reyes, cómo se deben someter a lo que es sabio y justo. Yo, el Rey.”

¿Qué os parece…?

QUEVEDO: (Tras una pausa.) Paréceme… que el Rey es cuerdo… y vos discreto. La verdad no ofende… ni a los reyes. Menos, naturalmente… a los ministros. Y yo os traía una epístola moral que he compuesto, dirigida a vos, que erais quien mandaba en España, al menos hasta ahora, para comunicaros mi propia y humilde verdad. ¿Querríais leerla? Tomad…

OLIVARES: Larga es… (Lee.)

“No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca, o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Hoy sin miedo que libre escandalice
puede hablar el ingenio, asegurado
de que mayor poder le atemorice.
En otros siglos pudo ser pecado
severo estudio y la verdad desnuda,
y romper el silencio el bien hablado.
Pues sepa quién lo niega y quién lo duda
que es lengua la verdad de Dios severo
y la lengua de Dios nunca fue muda.”

Seguid vos, señor Don Francisco…

QUEVEDO: Pues oíd esto nada más:

(…) “Señor Excelentísimo, mi llanto
ya no consiente márgenes ni orillas:
inundación será la de mi canto.
Ya sumergirse miro mis mejillas,
la vista por dos urnas derramada
sobre las aras de las dos Castillas.
Yace aquella virtud desaliñada
que fue, si rica menos, más temida,
en vanidad y en sueño sepultada.
Y aquella libertad esclarecida
que en donde supo hallar honrada muerte
nunca quiso tener más larga vida.
Y pródiga del alma, nación fuerte
contaba por afrentas de los años
envejecer en brazos de la suerte.
(…) Hoy desprecia el honor al que trabaja,
y entonces fue el trabajo ejecutoria,
y el vicio graduó la gente baja
(…) ¡Qué cosa es ver un infanzón de España
abreviado en la silla a la jineta,
y gastar un caballo en una caña!
(…) Pasadnos vos, de juegos a trofeos;
que sólo grande rey y buen privado
pueden ejecutar estos deseos.
(…) Mandadlo así, que aseguraros puedo
que habéis de restaurar más que Pelayo,
pues valdrá por ejércitos el miedo
y os verá el cielo administrar su rayo.”

A vos se os dice, señor Conde Duque…

OLIVARES: Ya lo oigo. Y os prometo volver a leer vuestra epístola con cuidado sumo. Las verdades no deben ofender… aunque es bueno decirlas con tiento. De modo que creéis que mi poder…

QUEVEDO: Acaso sea excesivo, con mengua para el Rey y para España. Sirva el criado, y merezca; no mande, no sea árbitro entre el rey y los Consejos; traiga al rey las consultas y los papeles, y alivie al rey el trabajo del mudar las bolsas de los Consejos de una parte a otra, y de abrir los pliegos, de disponerse a los aciertos con su parecer. Un rey, señor, no debe tener que decir incesantemente: ‘Llevadme, guiadme, yo iré tras de vosotros’. Y al ministro que tiene a cargo el suplir la falta de su príncipe, sólo lo puede conservar el arte con que hiciere que se entienda siempre que obra su señor sin dependencia.

OLIVARES: Bien sabéis, Don Francisco, que el Rey duerme y descansa en mí.

QUEVEDO: “Reinar es velar. Quien duerme no reina. Rey que cierra sus ojos da la guarda de sus ovejas a los lobos; y el ministro que guarda el sueño a su rey, le entierra, no le sirve; le infama, no le descansa; guárdale el sueño y piérdele la conciencia y la honra; y estas dos cosas traen apresurada su penitencia en la ruina y desolación de los reinos.”

OLIVARES: Duro estáis, señor Don Francisco, con reyes y privados.

QUEVEDO: La verdad, señor Conde Duque…

Cortina musical: Frescobaldi.

RELATOR: La verdad tuvo que ser cada día más áspera. España declinaba en poder y gloria, sus dineros escapaban hacia las arcas de los banqueros extranjeros, sus ejércitos caían derrotados y sus naves perdidas. Entretanto el Conde Duque de Olivares proseguía con sus alardes de fanfarronería y de falsa grandeza, irritando más y más a Don Francisco de Quevedo, espíritu recto y honrado al que sacudía toda falsedad. La crítica, de áspera, pasó a ser mordaz, y la respuesta fue hostilidad y persecución del privado. Y la venganza del ingenio fue aquella sátira perfecta dirigida a la nariz del Conde Duque:

VOZ:

“Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
Era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.”

RELATOR: Con esas armas prosiguió sus luchas Don Francisco de Quevedo. Escribió la “Política de Dios” y “Marco Bruto”, dos obras llenas de sabiduría y prudencia. Pagó su libertad de espíritu perdiendo la libertad de su cuerpo, como es frecuente. Y hasta su última hora atestiguó el vigor del espíritu hispánico frente a las calamidades de la suerte.

Cortina musical: Frescobaldi.


13. 1639 – GALILEO GALILEI EN ARCETRI

Cortina musical: Monteverdi o Frescobaldi.

HIJA: ¡Padre…! ¿Duermes?

GALILEO: Ya no duermo, hija… ¿Es muy tarde?

HIJA: No es tarde aún… pero quiero darte una buena nueva.

GALILEO: ¿Hay buenas nuevas todavía?

HIJA: Las hay, padre… ¡Ésta os pondrá contento! Hay un viajero recién llegado de Venecia que quiere veros.

GALILEO: ¡Ay…! ¡Quién pudiera verlo a él!

HIJA: Vamos, padre, ¡tened ánimo! Podéis escucharlo, porque os trae una buena noticia. ¡En Venecia ha visto un ejemplar de tus “Diálogos”!

GALILEO: (Con más entusiasmo.) ¿Lo ha visto? Luego se han publicado ya… ¿Pues cómo no me ha enviado uno Elzevir? No comprendo…

HIJA: Tendrá temores, pero ya encontrará medio de enviártelo. Entretanto, ¿por qué no recibes a este caballero, y os distraéis un rato? Parece hombre gentil, y me ha dicho que es músico de la Capilla Ducal de Venecia. Se llama Cavalli.

GALILEO: Pues que aguarde un instante. Ayúdame, hija, a vestirme. Antes erais dos… (Con un sollozo.); ahora no tengo otro lazarillo sino tú.

HIJA: No penséis en eso, padre. Nada tengo que hacer sino cuidaros. Tomad… así… (Vistiéndolo.) Ahora… bien… ya estáis… Dejadme que os peine un poco.

GALILEO: Pobre hija mía…

HIJA: Ahora podemos salir. Vamos… dadme la mano…

Cortina musical: Monteverdi o Frescobaldi.

RELATOR: En su villa de la colina de Arcetri, Galileo Galilei, septuagenario y ciego, pasa los últimos años de su existencia. Desde las ventanas se divisa la hermosa ciudad de Florencia, capital del Gran Ducado de Toscana, aún bajo la autoridad de los Medici. Pero Galileo vive en la penumbra. Aún lúcido, su pensamiento discurre sobre mil temas inéditos y sólo de vez en cuando se empaña con los recuerdos de sus pasados infortunios.

Cortina musical: Monteverdi o Frescobaldi, perdiéndose. Luego, como en un recuerdo:

GALILEO: “Yo, Galileo Galilei, florentino, de setenta años de edad, constituido personalmente en juicio y arrodillado ante vosotros, eminentísimos y reverendísimos cardenales de la Iglesia Universal Cristiana, inquisidores generales contra la malicia herética, teniendo ante mis ojos los Santos y Sagrados Evangelios que toco con mis propias manos, juro que he creído siempre y creo ahora, y que –Dios mediante– creeré en el porvenir, todo lo que sostiene, practica y enseña la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana. He sido juzgado vehementemente sospechoso de herejía por haber sostenido y creído que el Sol era el centro del mundo e inmóvil, y que la Tierra no era el centro, y que se movía. Por eso hoy abjuro, maldigo y detesto los antedichos errores…”

Cortina musical: Monteverdi o Frescobaldi.

RELATOR: Seis años antes, ante el Tribunal de la Santa Sede, aquellas palabras habían salido de sus labios y torturaban su espíritu cada vez que volvían a su recuerdo. Luego, recluido y aislado, dedicó sus soledades a la experiencia y a la meditación, y de ellas salieron los “Diálogos acerca de dos nuevas ciencias”, cuyos primeros ejemplares acaban de llegar a Italia. (Pausa.) Pero el sabio no podrá verlos. Hace dos años que sus ojos se han oscurecido para siempre. Ahora, en su villa de Arcetri, cerca de Florencia, sólo le queda el consuelo de meditar sobre cosas pasadas y soñar con nuevas y osadas aventuras del pensamiento.

Arcetri, 1639. Un viajero que llega de Venecia, espera a Galileo Galilei.

Cortina musical: Monteverdi o Frescobaldi.

HIJA: Aquí hay un escalón… Por aquí… Sentaos.

GALILEO: Gracias, hija mía.

HIJA: Padre, el señor Cavalli está frente a vos.

CAVALLI: Y conmovido por el honor de veros.

GALILEO: Bienvenido, amigo. Paréceme por vuestra voz que sois joven…

CAVALLI: No tan joven, señor. Treinta y siete años he cumplido ya, y me pesa no haberlos aprovechado como debiera.

GALILEO: ¿Sois músico?

CAVALLI: Músico, señor, de la Capilla Ducal de la Serenísima República de Venecia.

GALILEO: ¡Venecia…! ¿De allí venís? Allí visteis, seguramente, mi libro impreso…

CAVALLI: Efectivamente. Habían llegado los primeros ejemplares enviados por los Elzevir desde Leyden, y algunos de vuestros amigos que conocían mi viaje, me rogaron que os avisara su aparición y llegada. Pero no consideraron prudente poner un ejemplar en mis bagajes.

GALILEO: Será menester tener paciencia, aunque, por lo demás, yo no podré sino tocarlo cuando llegue. ¡Oh, infortunio mío!

HIJA: Padre… No os desesperéis… Hablemos de otra cosa. El señor Cavalli, que es músico, ha sido discípulo de Claudio Monteverdi, ¿sabéis? Ahora componéis música, ¿verdad?

CAVALLI: Canto en la Capilla Ducal, y espero ser designado muy pronto organista en San Marcos. Pero mi pasión es componer, y sobre todo música para escena, en el estilo de Monteverdi.

GALILEO: Mucha grandeza la suya, amigo mío. Pero su inspiración viene de muy lejos… y es algo que me toca a mí de muy cerca. Claudio Monteverdi será hombre de mi edad aproximadamente, ¿no es cierto?

CAVALLI: No lo sé de seguro, pero sospecho que uno y otro pasan ya los setenta.

GALILEO: Uno y otro, aunque creo que él los pasa poco menos que yo. Pues Claudio Monteverdi, amigo mío, encauzó su genio en los carriles trazados desde aquí, desde Florencia… ¿Lo sabíais, señor Cavalli? Me han dicho –pero no estoy seguro– que estuvo aquí cuando las bodas del Rey de Francia con María de Medici, en el séquito del Duque de Mantua. Si eso es cierto oyó la “Eurídice” de Jacopo Peri. Pero la oyera o no la oyera, siguió sus huellas. Y esas huellas, amigo mío, las comenzó a trazar mi padre… ¿sabíais, señor Cavalli?

CAVALLI: Algo recuerdo haber oído decir, señor, pero no soy fuerte en esas noticias. Lo que sí os sé decir como músico, es que me entusiasman los madrigales y las arias y canciones de Jacopo Peri. Y las de su compañero Caccini también. Mucho las he cantado, y…

HIJA: Oh…

GALILEO: También las canta ella. Por cierto, ¿no quisierais cantar algo para este ciego, cuyo único consuelo es su oído?

CAVALLI: De buen grado lo haré, pero quisiera que vuestra hija también lo hiciera…

Cortina musical: Madrigal de Jacopo Peri o Giulio Caccini.

GALILEO: Bien cantado, hijos míos, bien cantado. Tiemblo pensando que mi oído no oye ya como antes. ¡Si me quedara sordo, sería la muerte!

HIJA: Vamos, padre… Creo que empezasteis a hablar de Florencia y de los músicos de hace mucho…

GALILEO: Sí, de eso empecé a hablaros. ¿De modo, señor músico veneciano, que no sabéis quién fue mi padre, Vincenzo Galilei? Los jóvenes no sabéis nada y creéis que todo acaba de inventarse.

CAVALLI: No tanto, señor. Sé que fue músico ilustre, y he oído y cantado alguno de sus madrigales.

GALILEO: Pues sabed que fue mucho más que todo eso. Hace muchos años, siendo yo muchacho, formaba él parte de la Camerata Fiorentina, un grupo singular de hombres de ingenio que se reunía alrededor del Conde Bardi di Vernio. Había filósofos y científicos, como Pietro Strozzi, pero sobre todo eran músicos, como el propio Conde. Músicos eran mi padre, Giulio Caccini y Jacopo Peri, todos admiradores de la antigua música y enemigos de la nueva y especialmente del contrapunto. Mi padre amaba el estilo recitativo, y a él se debe el desarrollo que tomó luego. Y que ha seguido Monteverdi, vuestro maestro…

Se oyen dos golpes en la puerta.

GALILEO: ¿Han llamado?

HIJA: Sí, padre. Iré a ver.

Pausa.

GALILEO: ¿Os quedáis mucho tiempo en Florencia?

CAVALLI: Lo indispensable para concluir lo que me ha traído a ella, pues debo volver a Venecia.

GALILEO: Veréis a mis amigos, seguramente. Conservo muchos desde hace muchos años, cuando fui profesor en Padua. Les diréis…

Entra la hija.

HIJA: Padre, tenéis un nuevo visitante. Esta vez un inglés. ¿Queréis recibirlo?

GALILEO: ¿Un inglés? Cosa extraña… ¿Os dijo su nombre?

HIJA: Me lo dijo, aunque previniéndome que no lo conocíais. Se llama John Milton.

GALILEO: ¿Filósofo?

HIJA: Apenas he hablado con él. Es joven. Recibidlo, padre… Os entretendréis.

CAVALLI: Yo, con vuestra licencia, me retiro ya.

HIJA: Quedaos, señor.

CAVALLI: Otros asuntos me reclaman, señora, y mi misión ya ha sido cumplida. ¡Señor…!

GALILEO: Id en paz, y no olvidéis visitar a mis amigos venecianos y agradecedles la buena nueva que me habéis traído.

CAVALLI: Señora…

Salen.

HIJA: (Volviendo con Milton.) Pasad por aquí, señor. Este es mi padre.

MILTON: ¿Señor? ¿Me perdonáis mi atrevimiento? No he podido vencer mi anhelo de veros, estando en Italia. Tanto he oído hablar de vos, que hubiera considerado imperdonable irme de Florencia sin ver la más grande gloria de Italia.

GALILEO: Acercaos, amigo, y sentaos cerca. ¿Venís de Inglaterra?

MILTON: Ya hace tiempo, señor, que he salido de ella.

GALILEO: ¿Sois filósofo?

MILTON: Poeta, señor, y enamorado de las letras italianas. Por eso, no bien concluidos mis estudios, he querido visitar este país. Y me halaga, señor, la benevolencia con que he sido acogido.

GALILEO: ¿Han escuchado vuestros versos?

MILTON: Me han hecho ese honor, y hasta los han considerado buenos. Creo en mis dotes, y si las uno a un estudio intenso, espero poder dejar algo escrito de tal modo, que la posteridad no lo deje morir con indiferencia.

GALILEO: Confío en vuestro genio, y acaso más aún en vuestra perseverancia. Por vuestro aire adivino un carácter enérgico y tenaz.

MILTON: Una vida dedicada a servir un designio deja siempre buenos frutos.

GALILEO: Ciertamente… aunque no siempre dulces. Yo he logrado en la mía frutos de los que sé que son sazonados y jugosos, pero que no han dejado en mi boca nada más que un agrio sabor.

MILTON: Vuestra vida ha sido dura, señor, y estos últimos años han estado cargados de amarguras. Pero vuestro nombre será eterno.

GALILEO: ¿Creéis vos? ¿Acaso habéis oído algo de eso en Inglaterra?

MILTON: Ciertamente, señor. Vuestro nombre es allí conocido y respetado, y puedo aseguraros que se han disputado los ejemplares de vuestro “Diálogo sobre los dos sistemas del mundo”.

GALILEO: ¡Triste aventura, la de mi libro! ¿Sabéis, acaso, que mi libro salió aceptado por la Congregación del Índice y que luego dio su aprobación el Inquisidor General de Florencia? Pero los ignorantes se lanzaron sobre él. El Padre Caccina, predicando en San Marcos, llamó herejes a quienes sostuvieran el movimiento de la Tierra, y pronto comenzaron a pedir a Roma que me enjuiciaran. Así empezó todo. Pero no me han quebrado, amigo mío.

¿Sabéis una cosa? Una nueva obra mía acaba de ver la luz en Leyden. Más afortunada que yo, que no la veré más… (Sollozos.)

VOZ FEMENINA: (En segundo plano, como un murmullo.)

“¡Salve, Luz sagrada, progenie de los cielos primogénita,
o del Eterno coeterno rayo!”

GALILEO: Vos, Milton, no sabéis lo que es la eterna oscuridad…

HIJA: Padre… ¡Ánimo, padre!

GALILEO: Ánimo, sí, ánimo… Nunca me ha faltado para volver a mis reflexiones. Pero no me queda ahora más que la luz de mi pensamiento. Mi pensamiento, en cambio, me sobrevivirá largamente, estoy seguro, ¡aunque me aniquilen a mí!

MILTON: Comprendo, señor, vuestra amargura, pero debéis sobreponeros. Me hablabais de vuestra nueva obra. Quizá yo haya oído hablar también de ella. ¿Nadie, por ventura, tenía noticia de ella en Inglaterra?

GALILEO: Alguien, sí. Para prever cualquier evento, he mandado hace tiempo copias de los originales a Inglaterra, y también a Alemania, a Flandes y a España. Pero ahora estoy tranquilo. Los Elzevir acaban de publicarla en Leyden, y un viajero que acaba de llegar de Venecia me ha traído la noticia de que ya se ven ejemplares de ella en Venecia.

MILTON: ¡Enhorabuena, señor! ¿Y cómo se llama vuestro libro?

GALILEO: Aguardad… Hija, tráeme el manuscrito, y léeme cómo quedó definitivamente el título. Lo dediqué al Conde de Noailles. Él llevó a Francia, cuando volvía de su embajada en Roma, una copia de la obra para hacerla conocer entre quienes se dedican a estas ciencias.

HIJA: Aquí está padre. ¿Os leo el título?

GALILEO: Léelo, sí.

HIJA: (Leyendo.) “Discursos y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias, en relación con la mecánica y los movimientos locales”.

GALILEO: Eso es. Está escrita en forma de diálogo, y Salviatti representa mi propio pensamiento, en tanto que Simplicio responde como un peripatético. Un tercer personaje, Sagredo, representa un espíritu abierto a la verdad que trata de entender con la mente lúcida lo que se ofrece como verdad sujeta a demostración y prueba.

MILTON: ¿Me dejaríais leer la primera página?

GALILEO: Leed, leed. Me agradará oír lo que yo mismo no podré leer nunca más.

MILTON: (Lee.) “Salviatti: Extenso campo de investigación ofrece a los entendimientos estudiosos la constante actividad de vuestro famoso arsenal, venecianos, y muy particularmente en lo que a la mecánica se refiere; puesto que aquí se halla…”.

La lectura ha ido perdiéndose, y la cubre la cortina musical: Monteverdi o Frescobaldi.

RELATOR: Esa fue la obra postrera de Galileo. Casi contemporánea del “Discurso del Método” de Descartes, señala, como esta otra, una de las grandes fechas en la historia del pensamiento humano.

Galileo lo sabía. El anciano ciego de la villa de Arcetri columbraba la inmensidad de la ruta que había abierto, mientras reflexionaba sumido en perpetua oscuridad. Y cuando poco después llamó la muerte a su puerta, la gloria se erigió sobre su túmulo como si fuera su propia morada.


14. 1650 – RENÉ DESCARTES MUERE EN LA CORTE DE CRISTINA DE SUECIA

Cortina musical: Lully, perdiéndose. Fondo de puerto.

VOCES (Gritando.): ¡Firme…! ¡Atad firme…! ¡Tened el cabo!

CHANUT: Bienvenido a Estocolmo, señor René. No os imagináis cuan feliz me hace veros aquí. Ha sido un triunfo traeros…

DESCARTES: Gracias, Chanut. Yo también estoy contento de verme en vuestra compañía. Y todo hay que agradecéroslo a vos.

CHANUT: ¿Venís abrigado? Estos fríos no son como los que conocéis en París o en Amsterdam. Ea… No perdamos tiempo. Os presentaré al Conde Alandstein a quien Su Majestad ha enviado para que os salude a vuestro arribo… Señor Conde, he aquí al filósofo a quien esperábamos.

CONDE ALANDSTEIN: ¡Señor! Su Majestad la Reina me encarga que os salude a vuestra llegada y os exprese su viva complacencia por veros en su corte. Yo, a mi vez, me complazco en presentaros mi homenaje.

DESCARTES: Señor, os agradezco cuanto me decís, y os serviréis decir a la Reina que ardo en deseos de rendirle mi homenaje.

CONDE ALANDSTEIN: El señor Embajador de Su Majestad el Rey de Francia os alojará en su palacio, ¿no es verdad?

CHANUT: Ciertamente, esa es su casa desde ahora.

CONDE ALANDSTEIN: Y vos, señor, solicitaréis a Su Majestad autorización para conducir a vuestro huésped a su presencia.

CHANUT: Así lo haré, señor Conde.

CONDE ALANDSTEIN: Entonces, os aconsejo que subáis a vuestra carroza, que en la ribera el viento es aún más frío que en la villa. ¡Señores…!

CHANUT: ¡Señor Conde…! Aprisa, señor René, sigamos el buen consejo. Por aquí…

Puerta de la carroza que se cierra.

CHANUT: ¡A casa…!

La carroza se pone en marcha.

CHANUT: No sé, querido amigo, cómo empezar a interrogaros… ¿Habéis tenido buen viaje?

DESCARTES: Excelente. El tiempo nos era favorable, y frente al cielo descubierto me he entretenido en observar la naturaleza y en conversar con el piloto sobre los vientos y las lluvias.

CHANUT: ¡Oh, el autor de los “Meteoros”…!

DESCARTES: Tema que siempre me ha interesado, en efecto; pero en fin, ya llegamos, y como decían en Holanda, estoy en el ‘país de los osos’.

CHANUT: Pues os aconsejo, querido amigo, que no lo repitáis en Suecia. ¿Dejasteis Holanda con pena?

DESCARTES: ¿Qué deciros, Chanut? He vivido allí veinte años, casi feliz. El país es hermoso y limpio, las casas son cómodas y en las tiendas se ofrece todo lo que producen las Indias y todo lo más raro de Europa. Allí, además, conocí a la Princesa Isabel –Isabel de Bohemia, como le decían– con quien me une una estrecha y delicada amistad, y allí enseñé y aprendí. Durante mucho tiempo fue país libre y dije lo que en otra parte no hubiera podido decir. Pero, ciertamente, algo ha cambiado y durante los últimos años me han hostilizado sin descanso.

CHANUT: Pero ya de antiguo ocurría algo semejante. Hará más de cinco años que tuvisteis la polémica con Voet…

DESCARTES: Eso pasó. Luego viajé a Francia. Al regresar descubrí que se volvían contra mí mis antiguos discípulos. Retorné a París, pero vos sabéis, señor, cómo está aquello. El Cardenal suscita resistencias por todas partes, los nobles se agitan y la familia real… reina a su modo. En fin, volví a Holanda y allí llegaron vuestros mensajes.

CHANUT: (Con sonrisa.) Por medio de un solemne mensajero…

DESCARTES: Fue curiosísimo. Por entonces estaba yo posando para Frans Hals, que quería hacerme un retrato; entonces llegó el mensajero… Un almirante del reino de Suecia, para llevarme en su flota… (Risa suave.) No se cansaron de burlarse de mí los amigos de La Haya. Una flota de Su Majestad la Reina de Suecia en busca de un filósofo…

CHANUT: Bueno, pues ya hemos llegado. Aquí es… Descendamos.

Puertas, pasos. Luego, cortina musical: Lully.

RELATOR: A los 53 años, el filósofo francés René Descartes llegó a Estocolmo, llamado por Cristina de Suecia. Su nombre empezaba entonces a cobrar fama más por la hostilidad de sus rivales que por el descubrimiento de la trascendencia de sus doctrinas. En 1637 –doce años antes– había publicado en Leyden el “Discurso del Método – Para bien dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias”, que debía servir de prólogo a tres tratados científicos que habían absorbido su atención durante mucho tiempo: La “Dióptrica”, los “Meteoros” y la “Geometría”. Poco después aparecían las “Meditaciones metafísicas” y los “Principios de Filosofía”, y su pensamiento aparecía armonioso y arquitectónico en un breve conjunto de sólidos cimientos. Entonces fue cuando abandonó Holanda para instalarse en la corte de Estocolmo, a ruego del Embajador de Francia, Chanut, que convenció a la Reina Cristina para que lo llamara. He aquí por qué el filósofo ha llegado a Suecia.

Cortina musical: Lully.

CHANUT: Espero que estéis satisfecho con vuestros aposentos.

DESCARTES: Son excelentes, Chanut, y espero tener en ellos reposo para escribir y pensar.

CHANUT: Nadie os incomodará en ellos, y espero que vuestras obligaciones en la corte no sean pesadas. Ya he visto que habéis traído vestidos apropiados. Creedme, os será grata vuestra estada.

DESCARTES: ¿Esperáis que la corte sea benevolente conmigo?

CHANUT: La Reina lo será, sin duda, y lo demás poco importa. Pero debo advertiros que mejor será manteneros un poco esquivo, porque la corte es tornadiza, y ésta en particular un poco agitada.

DESCARTES: ¡Qué me decís! Pensaba yo que una Reina a quien le agrada filosofar debía reinar en una paz arcádica…

CHANUT: Así será, sin duda, más adelante; pero por lo pronto hay alguna inquietud. ¿Os interesa saber algo de Suecia, puesto que estáis en ella? Por lo menos, debéis saber algunas cosas para poder medir vuestras palabras.

DESCARTES: Os escucho, Chanut. (Sonriendo.) Bien veis que soy ahora un cortesano, filósofo a sueldo de los reyes…

CHANUT: Pues prestadme atención. La Reina Cristina ha heredado de su padre, Gustavo Adolfo, un carácter enérgico y una elevadísima idea de la autoridad regia. Por su parte, el canciller Oxenstierna goza de gran ascendiente en el Senado del reino, y no cede ante la voluntad de la Reina, de modo que está en perpetua hostilidad con ella. Esta es la situación.

DESCARTES: Supongo que la Reina terminará por imponerse…

CHANUT: No sé qué deciros. Mientras se negociaba la paz en Westfalia, para poner fin a esta guerra que ya duraba treinta años, la violencia entre ellos alcanzó altísimo grado. El Senado sostenía invariablemente a Oxenstierna. Pero en los últimos tiempos la Reina se ha impuesto en lo referente a su matrimonio.

DESCARTES: ¿Piensa casarse?

CHANUT: No piensa. El Senado y el país todo quieren que lo haga, pues ella es el último descendiente de los Vasa, y parece necesario asegurar la descendencia del trono. Pero ella se resiste, aunque le arguyen que las leyes del reino la obligan a contraer matrimonio.

DESCARTES: Terminará casándose…

CHANUT: No la conocéis. No hace mucho ha prometido en público no hacerlo, y le ha ofrecido la sucesión a su primo Carlos Gustavo, a quien ha nombrado Generalísimo del ejército.

DESCARTES: Pues, a lo que parece, me habéis puesto al servicio de un extraño personaje…

CHANUT: No temáis. La hallaréis deliciosa. Tiene verdadera pasión por las cosas del espíritu y se ha rodeado de humanistas con quienes estudia griego y comenta los clásicos.

Cortina musical: Lully.

CHANUT: (En segundo plano, y perdiéndose.) Espero que se apasione por vuestras ideas y se transforme…

RELATOR: El filósofo fue acogido con entusiasmo por la Reina, y aunque de momento no quiso abandonar sus lecciones de griego, dispuso que Descartes comenzara sus lecciones en la Biblioteca del Palacio –que ella estaba nutriendo apresuradamente con obras que hacía comprar en toda Europa–, en presencia de toda la corte. Allí hablaba el filósofo, exponiendo sus particulares opiniones.

Cortina musical: Lully, perdiéndose.

DESCARTES (En primer plano): “… que han hecho de ella un arte confuso y oscuro, bueno para enredar el ingenio, en lugar de una ciencia que lo cultive. Por todo lo cual, pensé que había que buscar algún otro método que juntase las ventajas de esos tres, excluyendo sus defectos. Y como la multitud de leyes sirve muy a menudo de disculpa a los vicios, siendo un Estado mucho mejor regido cuando hay pocas, pero muy estrictamente observadas, así también, en lugar del gran número de preceptos que encierra la lógica, creí que me bastarían los cuatro siguientes, supuesto que tomase una firme y constante resolución de no dejar de observarlos una vez siquiera.

Fue el primero, no admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no comprender en mis juicios nada más que lo que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu, que no hubiera ninguna ocasión de ponerlo en duda.

El segundo, dividir cada una de las dificultades, que examinare, en cuantas partes fuera posible y en cuantas requiriese su mejor solución.

El tercero, conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer para ir ascendiendo, poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más compuestos, e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente.

Y el último, hacer en todo unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada.

Esas largas series de trabadas razones muy simples y fáciles, que los geómetras acostumbran emplear para llegar a sus más difíciles demostraciones, habíanme dado ocasión de imaginar que todas las cosas de que el hombre puede adquirir conocimiento se siguen unas a otras en igual manera, y que, con sólo abstenerse de admitir como verdadera una que no lo sea y guardar siempre el orden necesario para deducirlas unas de otras, no puede haber ninguna, por lejos que se halle situada o por oculta que esté que no se llegue a alcanzar y descubrir.”

Murmullo de aprobación.

CRISTINA: Acercaos, señor Descartes. Vuestra lección ha sido profunda y hermosísima, como de un sabio antiguo. Estoy ansiosa de poder hablar con vos a solas de vuestras teorías. Pero antes, dejadme que avance un poco más en el griego, y que tenga tiempo de leer algunas de vuestras obras para que discurramos sobre terreno firme. Luego empezaremos. ¿No os parece bien mi plan?

DESCARTES: Me parece excelente, señora. Aunque creo que no debiera olvidarse que la cultura del juicio es más importante que la de la memoria…

CRISTINA: Comparto vuestra opinión. Pero mi curiosidad es insaciable y no puedo tolerar que haya un campo del saber que me esté vedado. Mas con todo, me avengo a anticipar nuestras conversaciones. Podríamos comenzar dentro de dos semanas. ¿Estáis de acuerdo?

DESCARTES: Espero las órdenes de Vuestra Majestad.

CRISTINA: Pues entonces, las cinco de la mañana será buena hora para que empecemos nuestro trabajo, antes de que se enturbie mi cabeza con las preocupaciones de los asuntos de estado.

DESCARTES: Como disponga Vuestra Majestad.

CRISTINA: Cosa resuelta, pues. Ahora podéis retiraros.

DESCARTES: ¡Señora!

Murmullo suave general. Luego, cortina musical: Lully.

RELATOR: Y las lecciones comenzaron. Tres veces por semana, el filósofo abandonaba el lecho muy de madrugada y se metía en la carroza para trasladarse desde la Embajada Francesa donde residía, hasta el Palacio Real, donde debía hallarse poco antes de las cinco. Luego comenzaban las lecciones del filósofo, y la Reina escuchaba con interés su palabra madura y discreta. Pero duraron poco tiempo. El intenso frío de Estocolmo en aquellas madrugadas hirió de muerte a Descartes. Y a principios de febrero de 1650…

Cortina musical: Lully.

CONDE ALANDSTEIN: Señor Chanut, Su Majestad la Reina me envía para que visite al enfermo y le transmita sus deseos de que se restablezca.

CHANUT: El enfermo, señor Conde, está muy grave, y me temo que su mal sea mortal. El frío lo ha vencido, y los médicos tienen ya pocas esperanzas. Subiremos, si lo deseáis, pero os ruego que seáis breve y no lo inquietéis mucho, porque los médicos han aconsejado el más absoluto reposo. Yo tengo, a mi vez, que darle una noticia que lo alegrará. Ved… Acaba de llegar de París un ejemplar de su último libro: “El Tratado de las Pasiones”

Cortina musical: Lully. Pasos suaves en la escalera. Puerta.

CHANUT: Señor René… ¿dormís?

DESCARTES: Ah… Chanut… Apenas tenía cerrados los ojos. Me quema la fiebre…

CHANUT: El Conde Alandstein quiere saludaros en nombre de Su Majestad. Está aquí, conmigo…

CONDE ALANDSTEIN: ¿Os sentís mejor, señor? Es el deseo de Su Majestad la Reina, y también el mío…

DESCARTES: El frío ha sido mi cicuta… Dadle las gracias a la Reina por sus buenos sentimientos, y expresadle mi respeto y mi afecto. Creo, amigos, que voy a morir…

CHANUT: Ánimo, señor René, los médicos confían en que mejoraréis pronto. ¿Queréis oír una buena noticia? ¿A que no sabéis qué acaba de llegar para vos de París? Pues el primer ejemplar del “Tratado de las Pasiones”.

DESCARTES: Mi última obra… La última…

CHANUT: ¡No os pongáis así, por Dios! ¡Tened valor y confianza! Descansad y tratad de dormir un poco. Os dejamos… Volveré luego…

Cortina musical: Lully.

RELATOR: El filósofo tuvo valor, y cuando tuvo la certeza de que llegaba la muerte, la recibió como lo que era: un filósofo. El 11 de febrero de 1650 murió René Descartes en Estocolmo, lejos de su patria, sumida entonces en los disturbios y agitaciones de La Fronda. Lo lloró la Reina de Suecia, Cristina, que sobrellevó las cargas de su trono durante cuatro años más, antes que se decidiera a abdicar para recuperar una libertad con que soñaba. Y lo lloró más aún Isabel de Bohemia, que no perdonó a Cristina haber expuesto a su admirado Maestro a los rigores del invierno del Norte.

Poco después, sus ideas comenzaban en Europa su carrera triunfal.


15. 1654 – OLIVER CROMWELL DIALOGA Y COMBATE CON EL PARLAMENTO

Cortina musical: Schütz, “Motete”; o Scheidt, “Credo”, perdiéndose. En primer plano, ruidos de multitud.

VOCES: (Gritando.) ¡Muera! ¡Muera!

Chistidos y silencio.

CARLOS I: “¡Remember!”

Ruidos de multitud. Redobles de tambores. Caída del hacha.

VOCES: (Gritando.): ¡Ah…!

Cortina musical: Schütz, “Motete”; o Scheidt, “Credo”.

RELATOR: El 30 de enero de 1649 rodaba por tierra la cabeza del Rey de Inglaterra Carlos I. La revolución iniciada poco antes alcanzaba su punto más dramático. Seis días después, el Parlamento, inspirador de la revolución, suprimía la Cámara de los Lores, primero, y la monarquía después. Un Consejo de Estado ejercería la suprema autoridad de la república.

Cortina musical: Schütz, “Motete”; o Scheidt, “Credo”.

RELATOR: El hombre fuerte de la revolución parlamentaria se llamaba Oliver Cromwell. Su misión es ahora someter a las fuerzas realistas que han reconocido al hijo del monarca ejecutado. Como Capitán y General en Jefe de las Fuerzas, desembarca en Irlanda en agosto de 1649 y somete la isla en poco menos de un año. Luego se dirige hacia Escocia y derrota a los realistas en Dunbar y en Worcester. El orden interior está asegurado.

Cortina musical: Schütz, “Motete”; o Scheidt, “Credo”.

RELATOR: Entonces comenzó la guerra con Holanda, que apoyaba a los Estuardo.

Sonido de batalla.

RELATOR: El Almirante Blake hizo proezas y ya se entreveía que la guerra estaba ganada. Entonces surgió el problema de cómo organizar el nuevo estado, pues el Parlamento quería mantenerse en el poder, mientras el Ejército exigía su disolución. Cromwell era el portavoz del Ejército.

Cortina musical: Schütz, “Motete”; o Scheidt, “Credo”. Luego, ligero murmullo.

CROMWELL: Como miembro del Parlamento –entendedme bien, nada más que como colega vuestro– vuelvo a repetiros que es necesaria su disolución. Es necesario que el Parlamento se renueve: veinte veces os lo he dicho ya, y estáis colmando la paciencia del Ejército. La guerra me ha conducido a todos los rincones del país y me ha permitido ver y conocer la opinión y el espíritu de los hombres mejores. La nación abomina de vosotros. Vuestro designio es perpetuaros en el poder, y todo el país teme que mantengáis ese propósito.

VANE: Pensamos, señor, que acaso pudiera hallarse una solución… Los puestos vacantes podrían ser llenados por nuevas elecciones y permanecer nosotros…

CROMWELL: ¡No os digo…! ¡Será menester echaros por la fuerza! ¿Queréis estar sentados hasta el día del Juicio?

Cortina musical: Schütz, “Motete”; o Scheidt, “Credo”.

RELATOR: El 30 de abril de 1653 el Parlamento fue disuelto y poco después convocó Cromwell a nuevas elecciones, apoyándose en su título de General en Jefe de las Fuerzas. El 4 de Julio se reunió en Whitehall el nuevo Parlamento…

Cortina musical: Schütz, “Motete”; o Scheidt, “Credo”. Luego, murmullos. Golpe de martillo sobre la mesa.

PRESIDENTE: He aquí, honorables miembros, en qué términos se dirige a vosotros el General en Jefe de las Fuerzas, Oliver Cromwell: (Lee.)

“Caballeros: El parlamento anterior ha sido disuelto por haberse excedido en sus atribuciones. Os hemos convocado en el deseo de ver si unos pocos, reunidos durante un corto tiempo, pudieran poner a la Nación en el camino de cierto arreglo. Vosotros venís de todas partes de la Nación.

Y como ya he apelado a Dios ante vosotros –aunque sea una cosa ingenua apelar a Dios, aun en exigencias como ésta– confío en no ofender al Señor. Delante de vosotros, que conocéis a Dios y sabéis lo que es la conciencia y que no se debe mentir delante del Señor, declaro que el fin principal que se ha tenido en vista para reunir esta asamblea ha sido el arreglo de la Nación, por lo cual, por lo que a mí respecta, os devuelvo el poder que estaba en mis manos.

Sé, y puedo decirlo, que acaso sea pecaminoso desembarazarme del poder que la Providencia de Dios puso en mis manos antes que él me llame a abandonarlo. Por ley del Parlamento soy General de todas las fuerzas de Inglaterra, Escocia e Irlanda, y mi autoridad es ilimitada. Pero no quiero seguir viviendo un día más en tal condición, y por eso delego ante vosotros mi poder para que podáis conducir a la Nación por su recto camino.”

Murmullos fuertes. Gritos. Luego, cortina musical: Schütz, “Motete”; o Scheidt, “Credo”.

RELATOR: Por un instante, Cromwell se mantuvo apartado del mando supremo. Acaso por entonces se hiciera más intensa su relación con su Secretario de Letras Latinas, el poeta John Milton, que lo acompañaba hacía mucho tiempo en sus luchas. Milton estaba ciego y, en la intimidad de Cromwell, recitaba y tocaba el órgano con unción y maestría.

Cortina musical: Scheidt, “Coral” (completo).

CROMWELL: (Al terminar Milton.) Sublime música, Milton.

MILTON: Es un coral de Scheidt, el viejo organista de Halle.

CROMWELL: Es asombrosa la paz que vuelca en el alma la música de órgano.

MILTON: La paz…

CRIADA: Señor… ¡quieren hablaros!

CROMWELL: ¿Quiénes son? ¿Oficiales?

CRIADA: Oficiales…

CROMWELL: Lo temía. La paz, Milton, no es de este mundo.

Pausa. Pasos de entrada de los oficiales. Milton ejecuta de vez en cuando algunos compases durante el diálogo.

OFICIAL: ¡Señor…!

CROMWELL: ¡Bienvenidos…! ¿Qué os trae por aquí, señores?

OFICIAL: No es necesario hablar con vos. Tenemos resolución tomada, y debemos comunicárosla.

CROMWELL: Hablad, pero tratad de serenaros. Conviene dejar la violencia como último recurso.

OFICIAL: Los oficiales hemos llegado a la conclusión de que la labor del Parlamento revela la insanable necedad de sus miembros. Su proyecto sobre diezmos y rentas es impracticable, y ahora vuelve a agitar los problemas religiosos. Es menester una solución y…

CROMWELL: Y es…

OFICIAL: Una carta constitucional que consigne por escrito los puntos fundamentales de la organización del Estado.

CROMWELL: (Escéptico.) ¿Y estáis seguros, amigos míos, de que sabéis qué es lo que queréis y pensáis acerca de la organización del Estado?

OFICIAL: Sabemos, señor, que queremos un Parlamento contenido por otro poder.

CROMWELL: ¿Otro poder…? ¿Qué queréis decir?

OFICIAL: ¡Queremos decir, señor, que os ofrecemos la corona real…!

Cortina musical: Scheidt, “Coral”.

RELATOR: Cromwell rechazó la corona real que le ofrecía el Ejército, pero no pudo evitar que se exigiera la renuncia del Parlamento. Ochenta de sus miembros la entregaron a Cromwell, y el Ejército y el Consejo comenzaron a elaborar un proyecto de Constitución que discutieron con el propio Cromwell.

Cortina musical: Scheidt, “Coral”.

VOZ A: La renuncia de los miembros del Parlamento os pone otra vez en posesión de la más alta autoridad, señor. Sobre las tres naciones, y sin término ni límite.

VOZ B: Ciertamente, señor. Todo el gobierno ha quedado disuelto, y la administración civil ha quedado interrumpida.

CROMWELL: ¿Y habéis pensado alguna solución…?

VOZ A: Hemos llegado a la conclusión de que, salvo que os hagáis cargo del gobierno, será muy difícil llegar a algún arreglo que dé estabilidad a la situación. Si no aceptáis, la confusión… ¡y la sangre…! os obligarán a aceptarlo.

CROMWELL: ¡Una y cien veces he rechazado ya el poder…! Os ruego que busquéis otra fórmula.

VOZ A: Pero oíd bien, porque os ofrecemos otra fórmula. He aquí la Ley Constitucional que hemos preparado. La leeréis atentamente. Ved. No recibís nada que os coloque en posición más alta que antes, sino que se limita vuestro poder y se os ata las manos, impidiéndoos obrar sin el consentimiento de un Consejo y luego, cuando sea elegido, de un Parlamento. Os ofrecemos el título de Lord Protector. ¿Aceptáis?

CROMWELL: (Luego de una pausa.) ¡Y bien, acepto…!

Aplausos.

CROMWELL: No puedo negarme a vosotros, personas de honor y calidad, y a vosotros, oficiales del Ejército que habéis servido a mis órdenes y habéis vertido conmigo vuestra sangre. ¡Acepto, pues!

VOZ A: Lo esperábamos, señor. ¿Estáis dispuesto? Acompañadnos a Westminster Hall para prestar juramento a la nueva Ley Constitucional. Allí os esperan, por indicación nuestra, los comisionados del Gran Sello, los jueces, el Lord Mayor y los regidores de Londres. La tropa y el pueblo os esperan también. ¡Vamos, señor! ¡Empieza una era nueva en las tres naciones…!

VOCES: (Gritando.) ¡Vamos! ¡Viva!

Murmullos. Luego, cortina musical: Schütz.

RELATOR: Oliver Cromwell asumió el cargo de Lord Protector el 16 de diciembre de 1653. En unión con el Consejo de Estado, se abocó a las múltiples tareas de reorganizar la administración civil, el Ejército y la Marina. Firmó tratados con Holanda, con Suecia, con Dinamarca y Portugal, mientras se preocupaba por regularizar la vida del Estado reuniendo el nuevo Parlamento que prescribía la Ley Constitucional de la que emanaba su autoridad. Finalmente el Parlamento fue elegido y se constituyó el 3 de septiembre de 1654. Nuevas dificultades comenzaron entonces.

Los miembros del nuevo Parlamento se adjudicaron la misión de rever la Ley Constitucional y pareció que se volvía a las andadas. Pero Cromwell se apresuró a obrar y amenazó otra vez con la disolución. Empero, quiso dar una oportunidad de llegar a un entendimiento y se dispuso a hablar a los miembros del Parlamento el 12 de septiembre. La sala de reuniones quedó clausurada –como una advertencia– y la reunión se realizó en la Cámara Pintada, en Westminster.

Cortina musical breve: Schütz. Murmullos.

VOZ A: ¡Paso!

OFICIAL: No podéis pasar. Orden del Lord Protector.

VOZ A: ¿Ignoráis que soy miembro del Parlamento?

OFICIAL: Si sois miembro del Parlamento, podéis pasar a la Cámara Pintada. El Lord Protector llegará allá enseguida.

VOZ A: (Dirigiéndose a otro.) ¡El rumor era cierto, pues! ¡Cromwell disuelve otra vez el Parlamento! ¡Es inaudito!

VOZ B: ¡Chist! ¡Ahí llega…! ¡Ved…!

Empieza a apagarse el rumor.

VOZ B: ¡Qué escolta!

Pasos.

VOZ B: ¡Alabarderos y guardias de corps! ¡Chist…! ¡Chist…!

CROMWELL: ¡Caballeros!

Se apaga totalmente el rumor.

CROMWELL: ¡Caballeros! No hace mucho tiempo os reuní en este lugar, en una ocasión que me proporcionó mucha más alegría y consuelo que ésta… Lo que tengo ahora que deciros no necesita preámbulos anteriores a mi discurso, porque el motivo de esta reunión es suficientemente claro. Hubiera deseado de todo corazón que no hubiera existido causa para ella.

En nuestra reunión anterior, os enteré de lo que fue la primera ocasión de manifestarse que tuvo este gobierno que os había traído aquí y por cuya autoridad os habéis reunido. Entre otras cosas que entonces os dije, señalé que erais un Parlamento libre. Y verdaderamente lo sois, mientras poseéis el gobierno y la autoridad de quien os trajo aquí. Pero ciertamente esa palabra implica una reciprocidad o no implica nada. La verdad es que había una reciprocidad implícita y expresa; y pienso que vuestras acciones y vuestra apariencia deben adecuarse. He sido de esta idea, siempre, desde que entré a desempeñar mi cargo: si Dios no me sostiene, que mi cargo se hunda. Yo no reclamé este lugar. Pero si Dios me ha llamado y el pueblo ha testimoniado a mi favor, sólo Dios y el pueblo pueden quitármelo. De otra manera no lo dejaré.

En todo gobierno debe haber algo fundamental. Algo así como una Magna Carta que debería ser inalterable. Es fundamental que los parlamentos no sean perpetuos. ¿Qué seguridad nos ofrece una ley destinada a impedir un mal tan grande, si pertenece a esa misma legislatura el derecho de modificarla? La ley sería un cordel de arena. Además, ¿no es fundamental la libertad de conciencia en la religión? La libertad de conciencia es un derecho natural y aquel que quiere tenerlo tiene que otorgarlo. Ésta ha sido una de las vanidades de nuestro debate. Cada secta dice: ‘dadme la libertad’. Pero dádsela y, mientras esté en su poder no se la dará a ninguna otra.

Otra cosa fundamental es la milicia. Es necesario que esté equitativamente situada. Que se la sitúe tan equitativamente que ningún partido, ni dentro ni fuera del Parlamento, tenga el poder de gobernarla.

Debo decir que derrocar por capricho este gobierno tal como está, aceptado por Dios, aprobado por los hombres, sería una cosa ante la cual estaría más dispuesto a ser llevado a la tumba que a consentirla. Hay por lo tanto una cosa para ofreceros: este pergamino en el que se establece la forma de gobierno, como se halla establecida ahora. Dando vuestro asentimiento y suscribiéndolo, se os permitirá entrar para que, en forma de Parlamento, actuéis en aquello que sea para bien del pueblo.

Murmullos.

CROMWELL: El lugar donde podéis venir a firmar, tantos de vosotros como Dios quiera, es la antesala contigua a la puerta de este Parlamento.

Murmullos.

CROMWELL: Tenéis un poder legislativo absoluto en todas las cosas que conciernen al bien y al interés del pueblo. Yo por mi parte, estaré dispuesto a verme atado en cualquier cosa con respecto a la cual se me convenza de que se hace para el bien del pueblo o tiende a la conservación de la causa por la que se ha combatido tanto tiempo.

Murmullos. Luego, pasos.

CROMWELL: Leamos… Escuchad, señores: “Aquí prometo libremente y me comprometo a ser fiel y leal al Lord Protector y a la República de Inglaterra, Irlanda y Escocia. Y no propondré ni daré mi consentimiento para cambiar este gobierno, tal como está constituido, con una sola persona y un Parlamento.”

Murmullos.

VOCES A: (Gritando.) ¡Es imposible! ¡Es condenar la República! ¡Es la dictadura! ¡Abajo!

VOCES B: (Gritando.) ¡Es lo justo! ¡No podemos socavar el orden!

VOZ A: No es posible firmar sin que reflexionemos. ¡Nos reuniremos esta noche!

VOZ B: Nosotros firmamos. Antes de una hora habremos dado nuestro voto.

VOZ A: ¡Allá vosotros! ¡Quedaos con el tirano!

VOZ B: ¡Con la República, decid!

Cortina musical: Schütz.

RELATOR: El Parlamento volvió a constituirse con aquellos que prestaron su consentimiento. Pero aun así, los debates se continuaron, y la hostilidad entre el Parlamento y el Protector se acentuó día a día. La república naufragaba en la incertidumbre del sistema institucional, tras la que se encubrían las rivalidades de las distintas clases sociales y las diversas sectas religiosas. Oliver Cromwell perdió la paciencia y un día se presentó en el Parlamento y lo declaró disuelto.

Era el 22 de enero de 1655.


16. 1664 – FIESTA EN LOS JARDINES DEL REY SOL

Cortina musical: Lully.

RELATOR: Estos son los jardines de Versalles, próximos al castillo que el Rey prefiere entre todos los suyos. Comienza el mes de mayo, mes de la alegría y la juventud, mes de las flores y las fiestas. El Rey Luis XIV tiene apenas veintiséis años, y aunque dicen que es autoritario y enérgico, sin duda se complace en las suntuosas fiestas de la corte, que proporcionan a un tiempo mismo satisfacción a su orgullo real y a su corazón enamorado.

VOZ FEMENINA A: (Susurro.) Dicen que el Rey está enamorado.

VOZ FEMENINA B: (Susurro.) Dicen que el Rey está enamorado.

VOZ MASCULINA: (Susurro.) Dicen que el Rey está enamorado.

Cortina musical: Lully.

RELATOR: Si no se hubiera repetido mil veces en todos los salones, si la corte entera no lo supiera ya, bastaría observar un instante tan sólo al joven monarca para descubrirlo. En esta fiesta que ha comenzado ayer no tiene ojos nada más que para la Duquesa de La Vallière. Parecería como si no hubiera otra mujer en Versalles, y por ahora, en verdad, no la hay para él. La Duquesa es hermosa… y tiene veinte años. Fina, elegante y delicada, Louise de La Vallière es ahora el centro de la corte porque su imagen está grabada en el corazón del joven Rey, del joven Rey a quien halaga que lo llamen Rey Sol.

Cortina musical: Lully.

RELATOR: Si bien se mira –y sobre todo si se escucha a los cortesanos– se comprenderá que esta fiesta está dedicada a la Duquesa de La Vallière. Ha comenzado ayer, y hoy ha seguido con una representación teatral que toca a su término. Ya se han representado cuatro actos y cuatro intermedios de “La Princesa de Élida”, que Molière ha escrito para esta ocasión, y han lucido los comediantes su soltura y su habilidad los bailarines.

He aquí una pausa, antes de comenzar el quinto acto; una pausa que aprovecha el Conde de Mercier para aproximarse al espectáculo, pues acaba de llegar a Versalles. Fijaos… sus dos primas, la señora de Arnald y la señora de Noblet, salen a su encuentro para saludarlo… y a reñirle por su tardanza… Aproximaos…

Cortina musical breve: Lully.

ARNALD: ¿Y sabéis bien lo que habéis perdido? En vuestra vida asistiréis a una fiesta más hermosa y delicada.

MERCIER: No me lo reprochéis, prima, pues no sabéis los obstáculos que me han impedido llegar a tiempo. Emprendí viaje en cuanto recibí el recado del Duque de Saint–Aignant, pero en la primera jornada…

ARNALD: No comencéis vuestra historia, querido primo, porque dentro de unos instantes comenzará el quinto acto de “La Princesa de Élida”, que es deliciosa… Afortunadamente ya estáis aquí, pero os repito que habéis perdido un espectáculo inigualable.

MERCIER: Mi consuelo será asistir a las últimas jornadas…

NOBLET: Pero nada os resarcirá de lo que no habéis visto.

MERCIER: Sois infinitamente crueles, queridas primas. El carrousel de ayer…

NOBLET: Sería indescriptible, primo, y yo no quiero hablar, pero has de saber que parecía un pequeño ejército. El señor de Vigarani, un gentilhombre de Módena, y vuestro tío el Duque de Saint–Aignant, organizaron la fiesta y compusieron sus diversos números del espectáculo que bautizaron con el nombre de “Los placeres de la isla encantada”. ¿Veis aquel decorado? Pues es el palacio de Alcinoo. ¿No es verdad, Margot?

ARNALD: Sí, y por allí entró el cortejo a las seis de la tarde, iluminado por cuatro mil antorchas. Delante un heraldo de armas con su vestimenta a la antigua, y detrás de él tres pajes con las divisas de sus señores. Trompeteros y timbaleros los seguían, precediendo a su vez al Duque de Saint–Aignant que representaba a Guidón el Salvaje montado sobre blanco corcel.

MERCIER: Pero, ¿y el Rey?

NOBLET: El Rey apareció enseguida, precedido por ocho trompeteros. Representaba a Roger, y vestía una soberbia armadura griega. Luego le seguían todos los caballeros representando otros tantos héroes: el Duque de Noailles encarnaba a Ogier el Danés, el Conde de Armagnac a Grifón el Blanco, el Duque de Foix a Reinaldo de Montalbán, el Marqués de Soyecourt a Oliveros…

ARNALD: Oh… el Marqués de Soyecourt…

NOBLET: Margot… Pero parece que comienza ya… Vamos, primo…

MERCIER: Aguardad… Todavía no… Seguid contándome, para que sepa qué ha de ocurrir luego.

ARNALD: Pero si no tenemos tiempo, primo… Pues, verás… Luego entró el carro del sol, que medía 24 pies de largo y 18 de alto, refulgente de oro. Apolo estaba sentado en su trono, y tenía a sus pies a las cuatro edades: la de oro, la de plata, la de bronce y la de hierro. Lo seguían los monstruos celestes, el Tiempo –que era el señor de Millet, y estaba delicioso– las horas, y qué sé yo cuántas cosas más. Luego terminó el desfile… ¿Y qué pasó luego, Florencia?

NOBLET: Entonces cada uno ocupó el puesto que se le había fijado de antemano, y comenzaron los recitados en homenaje a Apolo que había compuesto el Presidente Perigny. No duraron mucho, y enseguida empezaron las carreras de sortijas. El Rey mostró su destreza…

ARNALD: Oh… y el Marqués de Soyecourt…

NOBLET: Margot, cuando terminaron las carreras era ya noche, y se sirvió la colación mientras se ejecutaban las deliciosas melodías de Lully que acompañaban los bailes de los doce signos del Zodíaco y de las cuatro estaciones, cada una acompañada de su séquito.

ARNALD: Nunca he comido manjares más exquisitos que los que fueron servidos anoche… Fue inolvidable…

MERCIER: Y el Marqués de Soyecourt…

ARNALD: ¡Primo…!

Cortina musical lejana: Lully.

NOBLET: Vamos, vamos, que ya comienza…

MERCIER: Pero, esperad… Contadme algo de “La Princesa de Élida”

NOBLET: Imposible, primo, llegaremos tarde. Es una comedia encantadora. Sólo os diré que el propio Molière representa el papel de Morón, el loco de la corte de la Princesa. Vamos aprisa, primos… vamos…

Cortina musical: Lully.

El micrófono debe acompañar a los personajes que, por entre la multitud, van a buscar su sitio. Sigue el murmullo hasta que se hace un silencio y comienza la representación.

Escena: Acto V de “La Princesa de Élida”

“MORÓN: (A Ifitas.) Sí, señor, no es burla; soy lo que se llama un desgraciado. He tenido que sacarme las calzas a toda prisa, y hubierais visto qué arrebato tan brusco fue el suyo…

IFITAS: (A Euryalo.) ¡Ah, Príncipe, cuán agradecido le estaré a esa estratagema amorosa, si es verdad que he podido encontrar el secreto de conmover su corazón!

EURYALO: A pesar de lo que se os haya dicho, señor, no me atrevo aún a acariciar esa dulce esperanza. Pero si no es demasiada temeridad de mi parte aspirar al honor de vuestra alianza, si mi persona y mis estados…

IFITAS: Príncipe, no gastemos cumplidos. Con vos puedo llenar todos los deberes de un padre; y si tenéis el corazón de mi hija, que no os falte nada.

Entra la Princesa. Pasos.

PRINCESA: (Aparte.) ¡Oh, cielos, qué es lo que veo!

IFITAS: (A Euryalo.) Sí, el honor de vuestra alianza vale tanto para mí, que os otorgo todo lo que me habéis pedido.

PRINCESA: (A Ifitas.) Señor, vedme a vuestros pies para pediros una gracia. Siempre me habéis testimoniado una extremada ternura, y más os debo por las bondades que me habéis dispensado que por haberme dado el ser. Pero si realmente tenéis por mí profundos sentimientos, os pido hoy la mayor prueba que pudierais testimoniarme. No escuchéis, señor, lo que os pide ese Príncipe y no permitáis que se una con la Princesa Aglante.

IFITAS: ¿Y por qué razón, hija mía, querrías oponerte a esa unión?

PRINCESA: Porque odio a este Príncipe y quiero, si es posible, oponerme a sus designios.

IFITAS: ¿Lo odias, hija mía…?

PRINCESA: Sí, y con todo mi corazón, os lo confieso.

IFITAS: ¿Y qué te ha hecho?

PRINCESA: Me ha despreciado.

IFITAS: ¿Y cómo?

PRINCESA: No me ha considerado digna de ofrecerme su homenaje.

IFITAS: Pero, ¿qué ofensa es esa? Todos saben que tú no quieres aceptar a nadie.

PRINCESA: No importa. Él me debía amar como los demás, y dejarme al menos la gloria de rechazarlo. Su declaración es para mí una afrenta, y es una vergüenza para mí que, ante mis ojos y en vuestra propia corte, haya buscado otra que no sea yo.

IFITAS: Pero, ¿qué interés puedes tú tener en él?

PRINCESA: Tengo interés en vengarme de su desprecio. Y como sé que ama a Aglante ardorosamente, quiero impedir, si os place, que sea feliz con ella.

IFITAS: ¿Eso es lo que tienes en tu corazón?

PRINCESA: Eso es, padre, y si él obtiene lo que pide, me veréis expirar delante de vuestros ojos.

IFITAS: ¡Hija mía, confiesa la verdad! El mérito de este Príncipe te ha hecho abrir los ojos, y digas lo que digas, tú lo amas.

PRINCESA: ¿Yo, señor?

IFITAS: Sí, tú lo amas.

PRINCESA: ¿Que yo lo amo, decís? ¿Y me imputáis esta cobardía? ¡Oh cielo! ¡Qué infortunio! ¡Que yo pueda oír estas palabras sin morir! ¿Y seré yo tan desgraciada que se sospeche que lo amo? ¡Oh, señor, si fuera cualquier otro quien hubiera aventurado esa opinión, no sé lo que le haría!

IFITAS: Bien, sí, digamos que no lo amas. Tú lo odias, consiento. Y para contentarte, que no despose a la Princesa Aglante.

PRINCESA: ¡Ah, señor!, me dais la vida…

IFITAS: Pero, para impedir que nunca pueda él ser de ella, será necesario que lo tomes para ti.

PRINCESA: Os burláis, señor; eso no es lo que él pedía.

EURYALO: Perdonadme, señora, si soy demasiado temerario; tomo como testigo a vuestro padre de que es a vos a quien he pedido. Ya es demasiado manteneros en el error. Es necesario arrancar la máscara y, aunque os impongáis, debo descubrir ante vuestros ojos los verdaderos sentimientos de mi corazón. No he amado nunca sino a vos, y no amaré sino a vos. Sois vos, señora, la que me ha arrancado esta máscara de insensibilidad que siempre he llevado. Y todo cuanto he podido deciros, no ha sido sino una ficción que un movimiento secreto me ha inspirado y que yo no he seguido sino con la mayor violencia. Era necesario que cesara de una vez, y me asombro de que haya podido durar la mitad de un día, pues muero y se consume mi alma cuando disfrazo mis sentimientos. Si esta ficción, señora, en algo os ha ofendido, estoy pronto a morir para vengaros. No tenéis más que hablar, y mi mano tendrá a gloria ejecutar sin tardanza la sentencia que dictéis.

PRINCESA: No, no, príncipe, no os guardo rencor por haber abusado de mí; y todo lo que me habéis dicho, prefiero que haya sido ficción y no verdad…

IFITAS: Entonces, hija mía, aceptarás al Príncipe por esposo…

PRINCESA: Señor, aún no sé bien lo que quiero. Dadme tiempo para que piense en ello, os lo ruego, y evitadme la confusión en que me hallo.

IFITAS: Juzgad, Príncipe, lo que eso significa, y responded.

EURYALO: Esperaré tanto como queráis, señora, esa sentencia sobre mi destino; y si me condenara a muerte, la seguiré sin decir palabra.

IFITAS: Ven, Morón; este es un día de paz, y yo te reconciliaré con la Princesa.

MORÓN: Otra vez, señor, seré mejor cortesano, y me guardaré muy bien de decir lo que pienso.

Entran dos príncipes. Pasos.

IFITAS: Temo, señores, que la elección de mi hija no os satisfaga; pero he aquí otras dos princesas que acaso os consuelen de esta pequeña desgracia.

ARISTÓMENES: Señor, sabemos tomar nuestro partido; y si esas amables princesas no tienen demasiado desprecio por estos corazones que han sido rechazados, podemos volver, gracias a ellas, al honor de entrar en vuestra alianza.

FILIS: (Voz femenina.) Señor, la Diosa Venus acaba de anunciar por todas partes cómo ha cambiado el corazón de la Princesa. Todos los pastores y todas las pastoras testimonian su alegría por medio de danzas y canciones. Y si no despreciáis el espectáculo, id a ver la alegría pública que llega hasta aquí.”

Aplausos. Cortina musical: Lully, en segundo plano.

NOBLET: ¿Pudisteis oír bien desde donde estabais?

MERCIER: No mucho, pero el espectáculo de la fiesta es tan maravilloso, que me he distraído contemplando los artificios levantados en el jardín.

ARNALD: Pues si os agradan los artificios, no perdáis de vista lo que viene ahora.

Música de fondo: Lully.

ARNALD: ¡Ved…! Un hermoso y corpulento árbol se levanta de debajo del teatro… Es prodigioso… ¿Veis, Mercier?

MERCIER: Veo el árbol, y veo los faunos que están subidos en sus ramas, tocando diversos instrumentos. Ahora comienzan a descender… ¡Cuántos son!

ARNALD: Ahora se separan en dos grupos… Dieciséis eran en conjunto… y se entremezclan con los pastores y las pastoras para continuar el baile. Es un espectáculo inolvidable… y la música es deliciosa…

NOBLET: Será de ese signor Chiacchierone que está de moda…

ARNALD: El signor Chiacchierone no es otro que Lully, Superintendente de la Música de la corte, a quien el Rey distingue con su amistad. Son muchas las comedias de Molière para cuyos intermedios ha compuesto la música.

MERCIER: ¿Os entretienen las comedias de Molière?

ARNALD: Unas sí y otras no. En estas fiestas veremos algunas nuevas. Me han dicho que el domingo representarán una que se titula “Fâcheux” y el lunes otra que dicen que es extremadamente divertida. Se titula “Tartuffe” y es una burla contra los hipócritas y los mojigatos. Será entretenidísima.

NOBLET: Pero me temo que no le agrade a muchos cortesanos. Molière es a veces un poco imprudente y excesivamente suelto de lengua.

ARNALD: Esta vez lo será más que nunca, a pesar de lo que acaba de decir en escena cuando representaba el papel de Morón. (Imitándolo.) “Otra vez, señor, seré mejor cortesano, y me guardaré muy bien de decir lo que pienso.”

Risas.

NOBLET: Pero no nos quedamos más tiempo por aquí. La fiesta va a terminar, y debemos regresar al castillo con nuestros acompañantes. ¿Vamos…?

Se acentúa el fondo musical: Lully.

RELATOR: La fiesta continuó varios días. Hubo carreras y demostraciones de destreza en las que se distinguió el Duque de Saint–Aignant, y hubo baile y representaciones teatrales. Hubo también cuchicheos y misteriosas desapariciones que les dieron pábulo. El lujo y la elegancia regocijaron a todos los ojos, y aquel pequeño mundo de la corte de Versalles sacrificó una vez más a la divinidad real. El Rey Sol triunfaba y Francia se enorgullecía de su grandeza.


17. 1688 – EL LIBERALISMO LOGRA EN INGLATERRA SU PRIMERA VICTORIA

Cortina musical: Lully.

RELATOR A: Aires de Lully se escuchaban en la corte de Londres hacia 1667. Era la música que agradaba a Luis XIV de Francia: veinticuatro violines desplegaban en los suntuosos ambientes de las Tullerías y del Louvre la exquisita gracia de sus armonías.

Cortina musical: Lully.

RELATOR A: Y como le gustaba a Luis XIV de Francia, también le gustaba a Carlos II de Inglaterra…

Cortina musical: Lully.

RELATOR A: Los dos habían pasado en su juventud muchas angustias. Si Luis XIV se crispaba al recordar su huida de París cuando los disturbios de la Fronda, Carlos II podía evocar recuerdos aún más lúgubres. Un día del año 1649 su padre había subido al cadalso…

Ruidos de multitud.

VOCES: (Gritando.) ¡Muera! ¡Muera!

Chistidos y silencio.

RELATOR B: “¡Remember!”

Ruidos de multitud. Redoble de tambores. Caída del hacha.

VOCES: (Gritando.) ¡Ah!

Cortina musical: Lully, “Miserere”, “De Profundis”.

RELATOR A: Carlos II fue entonces un Rey sin reino. Desde lejos contemplaba su patria sometida a la férrea autoridad del Protector Cromwell. Y un día fue llamado de nuevo al trono por sus partidarios.

  1. Carlos II es ahora un Rey con reino.

Cortina musical: Lully.

RELATOR A: Ahora quería reinar como el Rey Sol, sin frenos ni responsabilidades. La corte de París sirvió de modelo a la suya y se imitaron sus costumbres, su lujo, hasta su música…

Cortina musical: Lully.

RELATOR A: Por eso se escuchaban aires de Lully en la corte de Londres hacia 1667…

Cortina musical: Lully.

RELATOR A: No fue ése un año feliz para Carlos II de Inglaterra. Unido a Luis XIV se había lanzado a la guerra contra Holanda, y el 13 de junio penetraba la flota enemiga en el estuario del Támesis.

Cañonazos.

RELATOR A: El Rey se avino a firmar la paz en Breda, y fue tan poco honrosa que se desató el descontento general. El Parlamento levantó cabeza y todos acusaban al Canciller Clarendon de la humillación. No sin habilidad procuraba Carlos II disipar la tormenta, en tanto Clarendon trataba de arrastrarlo a decisiones radicales para evitar su propia caída.

Cortina musical: Lully.

Murmullo de conversación. Tres golpes de bastón en el suelo.

RELATOR B: ¡El Rey!

RELATOR C: Señor, el Parlamento no es muy temible, a menos que el Rey le conceda autoridad para serlo. Aún está en manos del Rey el gobernarle. Mas, si las Cámaras descubren que pueden gobernarle a él, entonces es muy difícil averiguar cuál será el fin…

Ruidos de multitud. Redoble de tambores.

RELATOR D: Señores, no es posible conservar al Conde de Clarendon y transigir con el Parlamento, en este caso sobre todo en que, de no hacerlo, se pierde el gobierno.

Cortina musical: Lully.

RELATOR A: Cayó Clarendon, el Parlamento se sintió fortalecido y la oposición que encabezaba el Conde de Shaftesbury comenzó a acariciar alguna esperanza.

Una esperanza, del todo distinta, alentaba también en el espíritu de un anciano sexagenario, de agitada existencia y que ahora lee y relee su Biblia. Ahí está, en su morada, rodeado de su esposa y sus amigos, entre los que se cuenta un joven poeta llamado John Dryden. Isabel, su esposa, tiene en la mano un manuscrito que enseña a sus amigos, y en su primera página se lee el título del largo poema que sigue: “El Paraíso Perdido”. 1667. John Milton acaba de concluir su creación. Ahora Isabel se dispone a leer a sus visitantes un fragmento, porque el anciano sexagenario es ciego. Justamente, el poeta ha querido que escuchen aquel en el que evoca su propio infortunio al comenzar el canto tercero:

VOZ FEMENINA: “¡Salve, Luz Sagrada, progenie de los cielos primogénita o del Eterno coeterno rayo! ¿Podré, inculpable, pronunciar tu nombre, dado que Dios es luz y desde la eternidad nunca habitó sino en una luz inaccesible, y habitó, por tanto, en ti, brillante emanación de una brillante esencia increada? O ¿preferirás oírte llamar corriente de puro éter, cuyo origen habrá quien sea capaz de explicarlo? Tú fuiste antes que el sol y antes que los cielos; y a la voz de Dios envolviste en tu manto al mundo, que salía de las aguas tenebrosas y profundas, como presa arrancada al infinito, vacío e informe. Con alas más audaces vuelvo a ti ahora, después de escapar de la laguna Estigia, cuya tenebrosa mansión me ha retenido por largo tiempo. Mientras en mi vuelo me veía transportado al través de las tinieblas exteriores y medias, he cantado con acordes diferentes de los de la lira de Orfeo, el Caos y la eterna Noche. Una musa celestial me enseñó a aventurarme en el negro descanso y a dar cima a la dura y rara empresa de ascender nuevamente. En salvo ya, vuelvo a visitarte y a sentir el influjo de tu lámpara vital y soberana. Pero tú ¡ay! tú no vuelves a visitar estos ojos que giran en vano, buscando tu rayo penetrante, sin hallar nunca aurora; ¡tan profundamente estintas han quedado sus órbitas por la gota serena, o tan veladas por una opaca sufusión!

A pesar de ello no ceso de vagar por los lugares más frecuentados por las musas, recorriendo los claros manantiales,…”

Comienza un fondo musical: Purcell.

VOZ FEMENINA: “…los boscajes umbrosos y las colinas por él doradas, cautivo como estoy de los cantos sagrados. Pero a ti sobre todo, oh Sión, a ti y a los florecidos arroyos que bañan tus santos pies, mientras arrastran su corriente entre murmurios, es a quien se dirigen mis visitas nocturnas. A veces también acude a mi memoria el recuerdo de aquellos dos mortales, heridos por igual desgracia que la mía, y cuyo renombre ojalá me fuera dado igualar, el ciego Thamiris y el ciego Mónides, así como Tiresias y Fineo, antiguos vates. Entonces mi espíritu se nutre de pensamientos que por sí mismos engendran los números armoniosos, al modo que el ave desvelada canta en la oscuridad, y oculta en el recinto más umbroso, entona sus nocturnas endechas.

Así sucede que vuelven con el año las estaciones; pero no vuelve para mí el día, mis ojos no gozan ya del dulce avecinarse de la mañana y la tarde, ni de las flores primaverales, ni de las rosas del estío, ni de los rebaños y manadas, ni del rostro divino del hombre. Al contrario rodeándome nubes y tinieblas que duran siempre; y, aislado de las alegres vías de los humanos, el libro de los bellos conocimientos sólo me ofrece un blanco universal, en que las obras de la naturaleza aparecen eliminadas y raídas para mí; y de esta suerte se me ha cerrado enteramente una de las puertas de la sabiduría.

Con doblada razón, ¡oh, celestial luz!, brilla en mi interior y penetra con tus rayos todas las potencias de mi espíritu; dale ojos; limpia y dispersa todas las tinieblas, para que pueda ver y referir cosas invisibles a los ojos mortales.”

Cortina musical: Purcell, Antífona, Himno sacro, etc.

RELATOR A: John Milton las refirió en su poema, y en otro titulado “El Paraíso Reconquistado” que vio la luz en 1671. Tres años más tarde murió el viejo luchador, el antiguo secretario de Cromwell, el defensor de la libertad de imprenta, precisamente cuando comenzaba a agitarse de nuevo la paz en Inglaterra.

Cortina musical: Purcell.

RELATOR A: Carlos II defendió su cabeza manteniéndose respetuoso frente al Parlamento… pero gobernaba a su gusto sobornando a los parlamentarios. El dinero lo proporcionaba Luis XIV, con quien el Rey Carlos se obligaba, y con él procuró que se aprobara una ley odiosa que exigía la obediencia pasiva de todos los súbditos. Shaftesbury encabezó la oposición, y en la taberna de “La cabeza del rey” –nombre simbólico–, organizó el Club de la Cinta Verde, donde empezó a prepararse, en 1675, lo que sería el Partido Whig, defensor de los principios del liberalismo.

Cortina musical: Purcell.

RELATOR A: Carlos II lo combatió encarnizadamente, y Shaftesbury tuvo que pasar un año en la Torre de Londres. Una vez libre, sus esfuerzos contra el absolutismo se hicieron cada vez más intensos, sobre todo tras la conversión del Duque de York –heredero del trono– al catolicismo. Y en 1682 se lanzó a la revuelta. El motín fue descubierto y sus autores perseguidos hasta que, finalmente, el naciente partido quedó aniquilado.

Cortina musical: Purcell.

RELATOR A: Desde entonces hasta su muerte –dos años después– Carlos II gobernó como monarca absoluto, en una corte despreocupada y suntuosa. El Rey amaba las ciencias, pero más amaba a Nell Gwynne, o a Louise Kerouelle, o a otras sucesivamente. El Rey era apasionado y soberbio. Para que compusiera tragedias heroicas había llamado a su corte a John Dryden; y para compositor de cámara llamó aquel mismo año a un joven organista de la Abadía de Westminster que apenas contaba veinticinco. Se llamaba Henry Purcell y ya había compuesto las páginas de “Ricardo II”.

Cortina musical: Purcell.

RELATOR A: Cuando murió el Rey, ocupó el trono su hermano Jacobo. Era el año 1685, y poco después publicaría Isaac Newton sus “Principios Matemáticos”. El nuevo Rey era católico ferviente y estaba resuelto a apoyar su religión contra la Iglesia protestante. Luis XIV obtuvo su consentimiento para revocar el Edicto de Nantes y lo incitó a su vez para que dictara su Declaración de Indulgencia, que autorizaba todos los cultos. Hubo una ola de protestas y de rumores amenazadores.

Murmullo de conversación.

RELATOR C: Estáis preocupado, Milord…

RELATOR D: Cómo no estarlo, Milord. Supongo que habréis leído la carta de Halifax…

RELATOR C: Naturalmente. Era imposible que no hubiese llegado a mis manos una, al menos, de las veinte mil copias que circulan.

RELATOR D: Pues ved el documento que acaban de entregarme. Hará temblar al Rey Jacobo. Su hija la Princesa María y el Príncipe Guillermo, su esposo, declaran desde Holanda que, aunque partidarios de la tolerancia, sólo admiten una sola Iglesia legal y establecida en el reino. Ved si no es grave, Milord. Esa Iglesia sólo puede ser la anglicana…

RELATOR C: Sin duda, Milord, ya tenemos el jefe que necesitábamos…

Cortina musical: Purcell.

RELATOR A: Guillermo de Orange, Estatúder de Holanda y yerno del Rey, se preparó para la acción. Los lores de la oposición esperaron el momento propicio, y en junio de 1688 jugaron su suerte.

Murmullo de conversación.

RELATOR D: Id, Almirante, a Holanda, y convenced al Príncipe Guillermo para que abandone toda vacilación y entre en Inglaterra con un ejército que nos devuelva la libertad.

Cortina musical: Purcell.

RELATOR A: El 5 de noviembre comenzó el desembarco y poco después huía a Francia el Rey Jacobo. Al comenzar el año 1689 fueron proclamados Guillermo y María como Reyes de Inglaterra, y enseguida aprobó el Parlamento la Declaración de Derechos, por la cual se vedaba al Rey el establecimiento de impuestos y el reclutamiento de un ejército permanente. El principio de la monarquía limitada triunfaba, y John Locke justificó la revolución ese mismo año en su “Tratado del gobierno civil”:

RELATOR B: “Por todo lo que acabamos de decir, parece evidente que la monarquía absoluta –que algunos consideran como el único gobierno que debe existir en el mundo– es incompatible con la sociedad civil. En efecto, si el fin de la sociedad civil es remediar los inconvenientes que existen en el estado de naturaleza y que nacen de la libertad de que cada uno sea juez de su propia causa, con el mismo fin debe procurarse establecer una autoridad pública a la que cada uno de los miembros de la sociedad civil pueda apelar por ultrajes recibidos o por causas y discusiones que puedan promoverse. Donde quiera que las gentes no puedan apelar a una autoridad de ese tipo para resolver sus diferencias, permanecerán siempre en el estado de naturaleza, así como lo está todo príncipe absoluto con respecto a los que se hallan bajo su dominio.”

En efecto, este príncipe absoluto, atribuyéndose a sí mismo tanto el poder legislativo como el ejecutivo, no puede estar entre aquellos sobre quienes gravita; y si ejerce su poder, no puede ser un juez ante quien apelar.

Cortina musical: Purcell, “Dido y Eneas”.

RELATOR A: Entre tantas agitaciones, el Compositor de Cámara de su Majestad, se entregaba a su música con abstraída atención. Josías Priest, director de un internado de señoritas de Chelsea, le pidió –en pleno fragor de la contienda política– que compusiera una mascarada, una ópera para que representaran sus discípulas. Así nació “Dido y Eneas”, la primera que se compuso en Inglaterra, y que fue estrenada allí mismo. Acaso el propio Purcell cantara una de las partes. Pero lo mejor de su inspiración recayó en la parte de Dido, la de la suerte aciaga, que entonaba al fin de la obra su patético lamento, su llanto inolvidable:

Grabación: Purcell, “Dido y Eneas”, Lamento de Dido.

RELATOR A: Después la obra del músico fue abundante e inspirada. También Locke produjo luego su profundo “Ensayo sobre el entendimiento humano”, y Dryden sus últimos dramas. Guillermo y María asentaban el nuevo orden constitucional y preparaban a Inglaterra para su ascenso en Europa. Con una vida renovada penetraba Inglaterra en el siglo XVIII.


18. 1672 – BARUJ SPINOZA PIERDE UN AMIGO

Cortina musical: (A elegir) Monteverdi, Schütz, Carissimi o Frescobaldi.

RELATOR: Holanda, 1672. Las Provincias Unidas de los Países Bajos tiemblan bajo la amenaza francesa. La desesperación estimula las discordias civiles. En La Haya, el Gran Pensionario Juan de Witt –que ejerce prácticamente el gobierno de la República– se ve acosado por los partidarios del Príncipe de Orange, Guillermo III, que aspira al poder. Su amigo Baruj Spinoza, escribe, entretanto, su “Ética” en una buhardilla de Paviliensgracht, en el tranquilo barrio de Veerkade.

Cortina musical.

HÉNAULT: Esta es la calle… Aquel es el Asilo del Espíritu Santo… La casa tiene que ser esta… ¡Llamemos!

Dos aldabonazos.

MUJER: ¿Qué se os ofrece?

HÉNAULT: ¿Es esta la casa de la familia Van der Spyck?

MUJER: Sí, señor, esta es… ¿Sois extranjeros?

HÉNAULT: Franceses… ¿Lo habéis notado?

MUJER: (Sonriendo.) ¡Cómo no notarlo! Entonces ya sé a qué venís…

HÉNAULT: Vive aquí…

MUJER: Aquí vive, sí señor… Pero el señor Spinoza no podrá recibirlos ahora. Ha pedido que no lo interrumpan.

HÉNAULT: ¿Aunque vengamos de tan lejos sólo para verlo?

MUJER: Todos los forasteros quieren ver al señor Spinoza… Pero el señor Spinoza está siempre encerrado y es menester no distraerlo.

HÉNAULT: Vamos… Comprenderéis que no me resigno a marcharme sin verlo. Sed complaciente, y decidle que dos franceses que lo admiran quieren tener el honor de ser recibidos por él. Mi nombre es Hénault… y podéis agregar que soy poeta.

MUJER: No sé qué deciros, señor. Bien sé que si os anuncio os recibirá, porque es el hombre más bueno y complaciente del mundo. Pero me apena ver cómo lo interrumpen en sus trabajos.

HÉNAULT: Entonces, no vaciléis más y subid a anunciarnos.

MUJER: Iré, señor, aunque me pesa.

Pasos que se alejan.

RELATOR: Baruj Spinoza tiene entonces cuarenta años. Era de mediana estatura, de agradable fisonomía, y tenía un tinte oliváceo y algo de español su semblante. Lástima grande que Rembrandt, que acababa de morir en el olvido y el desprecio de sus conciudadanos, no hubiera pintado su figura.

El filósofo ha difundido muchas de sus ideas a través de su correspondencia, y sus discípulos las comentan con fervor. Pero no hace mucho –dos años apenas– ha publicado un “Tratado TeológicoPolítico” que, aunque ha aparecido sin nombre de autor, le ha traído fama, y crecida hostilidad también. De eso habla ahora con sus visitantes, en su buhardilla de Paviliensgracht, en el tranquilo barrio de Veerkade, en La Haya.

Cortina musical.

HÉNAULT: No hace mucho que llegó a nuestras manos, pero corrió de mano en mano y fue leído y comentado con ardor por el candente interés que tienen sus ideas. Está escrito con vehemencia…

SPINOZA: Nada hay en él que no haya meditado profunda y largamente.

HÉNAULT: Sin duda, y no podía esperarse otra cosa de vos. Por eso ha tenido tanta difusión.

SPINOZA: Tanta, que a pesar de haber aparecido como anónimo me ha traído innumerables enemigos. ¿Sabéis qué dice un panfleto que acaba de publicarse? Esperad… Aquí está… Dice: “Forjado en el infierno por el judío renegado en combinación con el diablo y editado a sabiendas del señor Juan y sus cómplices.” Me llama cómplice del Gran Pensionario, lo cual no deja de ser un honor.

HÉNAULT: Pero se dice que sois su amigo…

SPINOZA: Su amigo, sí, porque comparto sus ideas políticas, que no son, al fin, sino las que expongo en el “Tratado”.

HÉNAULT: Lo admiráis.

SPINOZA: Admiro a Juan de Witt, en efecto, porque defiende la libertad en que creo. ¿Recordáis aquellas palabras del “Tratado”? Aguardad… “El fin del estado no consiste en transformar a los hombres de seres racionales en animales o autómatas, sino más bien en hacer que su espíritu y su cuerpo puedan desarrollar sus fuerzas sin trabas, para que usen libremente de su razón y para que no se combatan con cólera, odio o astucia, ni se sientan enemigos entre sí. El fin del estado es, en realidad, la libertad.” ¿No os parece?

HÉNAULT: Recordaba esas palabras, y acaso sean de las que me han convertido en vuestro admirador y vuestro discípulo. No es posible concebir un ser humano al que le esté vedado pensar libremente.

SPINOZA: Y, sin embargo, debido al prestigio y a la insolencia de los predicadores, esa libertad es suprimida aquí en todas las formas imaginables. Me temo que en lo futuro, se vea aún más restringida.

HÉNAULT: Pues, ¿qué diréis de mi propio país? A pesar del Edicto de Nantes, los pobres calvinistas franceses se ven perseguidos indirectamente de mil modos.

SPINOZA: Allí perseguidos y aquí perseguidores… Porque son ellos quienes más se oponen aquí a la libertad de pensamiento, y si el Príncipe de Orange llegara a imponerse –como me temo– su ascendiente dentro del estado sería terrible. Ya una vez fui expulsado de una comunidad por heterodoxo. No me extrañaría que no pudiera publicar mi “Ética”.

HÉNAULT: ¿Está muy avanzada?

SPINOZA: No tanto como yo quisiera. Pero no he de tardar mucho en verla concluida.

HÉNAULT: Y bien, señor, os hemos quitado ya demasiado tiempo. Vuestra cortesía ha sido extremada y será para nosotros un recuerdo inolvidable esta entrevista que nos habéis hecho el honor de concedernos.

SPINOZA: Dejadme que os estreche las manos. Debéis considerarme como un amigo.

Cortina musical.

RELATOR: Aquella paz de que disfrutaba Spinoza en su buhardilla no era compartida por su amigo el Gran Pensionario de Holanda Juan de Witt. Ahora está al borde de la catástrofe y la muerte. Hace casi veinte años que ejerce el poder bajo el modesto título que inviste, defendiendo las ideas de la alta burguesía holandesa de tendencias republicanas. Pero a su partido se opone el de los fieles de la casa de Orange, cuyo titular ha gozado desde mucho tiempo atrás del mando de las fuerzas y del título de Estatúder, que entrañaba el ejercicio del poder supremo. Veinte años hace que Juan de Witt y los republicanos gobiernan las Provincias Unidas. Pero su estrella comienza a declinar. La casa de Orange tiene un nuevo retoño: el príncipe Guillermo, que a los veintidós años revela una tenacidad y una inteligencia poco comunes. Sus partidarios se agitan y la ocasión es propicia, porque Inglaterra y Francia se preparan para la guerra contra Holanda. Un príncipe guerrero vale más –dicen– que un estadista civil, aunque Juan de Witt no vacile en montar las naves de la República.

Tormenta en Holanda al comenzar el año 1672. Juan de Witt –como otras veces– acude en busca de consejo a la buhardilla de Paviliensgracht, en el tranquilo barrio de Veerkade, en La Haya.

Cortina musical.

MUJER: (Agitada.) Por aquí, señor, por aquí… ¿No queréis que avise al señor Spinoza?

WITT: Como queráis… Pero helo ahí en la escalera… ¡Señor Baruj…!

SPINOZA: ¡Oí vuestra voz, señor Juan! Subid…

Pasos. Escalera. Puerta.

SPINOZA: Sentaos… Os noto preocupado… ¿Hay malas noticias…?

WITT: Siempre malas noticias… Ya no es posible visitaros para discurrir sobre las secciones cónicas y el cálculo de posibilidades… Aunque veréis que me agita ahora un cálculo de posibilidades…

SPINOZA: Os ruego… ¿Estáis en apuros, señor Juan…?

WITT: Mucho apuro… Y quiero consultaros como a un amigo fiel, ahora que son muchos los que empiezan a abandonarme.

SPINOZA: Valor, amigo. Más crueles tormentas habéis sabido sortear…

WITT: Ahora estoy cansado, y desde la muerte de mi esposa he perdido mi antiguo vigor. Pero combatiré hasta el fin… bien lo sabéis.

SPINOZA: Decidme… ¿Qué ha ocurrido?

WITT: Hoy he recibido un largo informe de Pedro de Groot. Ha sido recibido en Versalles como el Embajador de un país amigo, con exquisita cortesía, pero sus previsiones son fatales. El Rey Luis parece decidido a la guerra, y todo hace suponer que Inglaterra está de su lado. En ese caso nuestra suerte…

SPINOZA: Pero el Rey Carlos de Inglaterra era nuestro aliado…

WITT: Luis no podía perdonarnos el tratado que lo obligué a firmar en Aquisgrán hace cuatro años. Para preparar su desquite se ha atraído a Carlos de Inglaterra. Seguramente lo ha comprado a buen precio. Carlos admira al Rey de Francia y procura imitarlo… Lo cierto es que la alianza está hecha y que Groot es terriblemente pesimista.

SPINOZA: ¿Y tenéis pensada alguna solución?

WITT: Todas las providencias para la defensa de nuestras costas están tomadas. El bravo Ruyter no dejará pasar a nadie. Pero nuestro ejército es deficiente, y Groot opina que Francia se lanzará con 120.000 hombres sobre nosotros.

SPINOZA: Nos defenderemos… Os he visto organizar la lucha otras veces…

WITT: Aquí está el problema. Yo puedo organizar un ejército, y la salvación de Holanda lo requiere. Pero tendré que otorgar el mando a Guillermo de Orange.

SPINOZA: Imposible…

WITT: No hay otra salida… pero yo sé que es nuestro fin. ¿No opináis que no hay otra salida?

SPINOZA: Pero es tan joven…

WITT: No es cuestión de edad. Los orangistas lo exigen, y su número ha crecido en la misma proporción en que ha decrecido el de mis partidarios. Podría oponerme pero sería la discordia civil en el momento en que más necesitamos la unidad. ¿No opináis que es mi deber?

SPINOZA: ¡Es vuestro deber…!

Cortina musical.

RELATOR: Guillermo de Orange fue designado Capitán General de las Provincias Unidas para el tiempo que durase la campaña, pero sus partidarios se aprovecharon de la situación para abatir a Juan de Witt. Inglaterra y Francia declararon la guerra a las Provincias Unidas y se lanzaron sobre sus fronteras. Ruyter detuvo a los navíos ingleses y Juan de Witt ordenó que se abrieran los diques para inundar los campos que Luis XIV en persona pensaba invadir. Guillermo de Orange crecía en prestigio, y en julio fue nombrado Estatúder de Holanda. Con tal dignidad recibió al enviado inglés con quien quería tratar de alcanzar la paz.

Cortina musical. Murmullo.

EMBAJADOR: Ya conocéis los términos de la proposición de Su Majestad el Rey de Francia…

GUILLERMO: Esas proposiciones son inaceptables, y vale más dejarnos hacer pedazos que aceptar tales condiciones. En cuanto a vos…

EMBAJADOR: No he tenido el honor de conocer la opinión de Vuestra Alteza sobre las proposiciones de mi gobierno.

GUILLERMO: Sólo necesito que me confirméis que esas proposiciones emanan de vuestro gobierno y no de Su Majestad el Rey de Inglaterra…

EMBAJADOR: Exactamente, Alteza.

GUILLERMO: En ese caso, no tengo inconveniente en rechazarlas y en comunicaros mi deseo de que Su Majestad el Rey de Inglaterra asuma personalmente la dirección de las negociaciones con la República. Nosotros, entretanto, proseguiremos sin desmayo la lucha contra Francia.

EMBAJADOR: ¿Pero no veis, Alteza, que la República está perdida?

GUILLERMO: Yo conozco un medio seguro para no ver su completa ruina: morir en la última trinchera.

Cortina musical.

RELATOR: Dueño del poder Guillermo de Orange, el Gran Pensionario Juan de Witt presentó su dimisión al cargo y pretendió retirarse. Pero sus enemigos lo hostilizaron cruelmente. Su hermano Cornelio fue apresado y condenado por un supuesto complot contra el Estatúder. Juan de Witt quiso visitarlo en la cárcel, y el populacho, que seguía a los Orange, lo bloqueó en la cárcel.

Cortina musical. Murmullo fuerte.

VOCES: (Gritando.) ¡A él! ¡Que no escape!

TILLY: Capitán, en cuanto veáis que la multitud avanza un paso, ordenad la carga a vuestro escuadrón para despejar aquella callejuela.

CAPITÁN: Está bien, señor.

OFICIAL: Parte del Consejo para vos, señor.

TILLY: Veamos. ¡Cómo! ¿Se me ordena que abandone la custodia de la cárcel para proteger las puertas de la ciudad? ¡Es imposible!

OFICIAL: Tengo orden de comunicar al señor Barón Comandante de las fuerzas que la orden debe ser cumplida inmediatamente y sin vacilación.

TILLY: Bien. Obedeceré, pero Juan de Witt es hombre muerto. ¡Capitán! Dos escuadrones deben situarse en las puertas de la ciudad.

Clarín. Arrecian los gritos de la multitud.

VOCES: ¡A ellos…! ¡Por aquí! ¡A ellos! ¡Ese es! ¡Perro! Ese… ¡Ese…!

Se oirán algunos quejidos por entre los gritos.

VOZ. De ese farol… ¡Colgadlo…! ¡De ese farol…!

Cortina musical.

RELATOR: Así murió Juan de Witt en agosto de 1672, mientas Guillermo de Orange, Estatúder de Holanda y futuro Rey de Inglaterra, dejaba hacer a sus partidarios. La nueva conmovió a Baruj Spinoza, que por una vez no supo dominar sus pasiones.

Murmullo suave.

SPINOZA: ¡Bárbaros…! ¡Bárbaros…! ¡Los más viles…!

SPYCK: ¡Reportaos, señor Spinoza! ¡Os jugáis la cabeza…! ¡Cristina! Atranca la puerta… Es preciso que el señor Spinoza no salga esta tarde.

SPINOZA: (Rompe a llorar.)

Cortina musical.

RELATOR: Baruj Spinoza volvió al trabajo, acaso con un poco más de amargura en el alma. La enfermedad minaba ya su cuerpo. La “Ética” avanzaba y su rigurosa arquitectura cobraba esa majestuosa perfección que no es el menor de sus méritos. Tres años después estaría concluida. Fue un día luminoso cuando el filósofo escribió las últimas palabras de su obra: “He terminado aquí lo que quería establecer concerniente a la potencia del alma sobre sus afecciones y a la libertad del alma. Si el camino que he demostrado que conduce hacia la verdadera felicidad parece arduo, no por eso debemos dejar de entrar en él. Ciertamente, tiene que ser arduo lo que se encuentra con tan poca frecuencia. ¿Sería posible, si la salvación estuviera en nuestra mano y se pudiera conseguir sin mucho esfuerzo, que fuese desdeñada por casi todos? Pero todo lo que es hermoso es tan difícil como raro.”

Poco después moría el filósofo dulcemente, como si su existencia hubiera perdido su sentido después de haber elaborado la “Ética”.

Cortina musical.


[i] Grito de guerra de la familia Medici.