I. Imagen de una época (Presentación)
Segunda parte
19. 1718. Pedro el Grande de Rusia condena a muerte al príncipe Alejo
20. 1747. Huéspedes ilustres en la corte de Postdam
21. 1769. Inglaterra se conmueve por el destino de las Letras
22. 1774. Triunfo de Gluck y de Maria Antonieta
23. 1774. Goethe concibe y crea el drama de Werther
24. 1804. El héroe de Francia se desploma en el corazón de Beethoven
25. 1828. Dos liberales en la Italia de la Restauración
26. 1830. El romanticismo conquista París
27. 1854. Las fuerzas anglofrancesas sitian Sebastopol
28. 1870. El espíritu alemán triunfa en Europa
29. 1873. Heinrich Schliemann resucita la antigua Troya
30. 1876. Inglaterra concluye el edificio de su Imperio
31. 1881. Tres desgarrones en el alma eslava
32. 1894. Condenación del capitán Dreyfus
33. 1896. Sueño y muerte de un fauno
34. 1896. Rehabilitación del capitán Dreyfus
35. 1915. El fuego ilumina las trincheras
36. 1918. Lawrence de Arabia
37. 1918. Thomas Masaryk vislumbra y funda la República Checoeslovaca
38. 1939. “Estalla en Europa la Segunda Guerra Mundial”
19. 1718 PEDRO EL GRANDE DE RUSIA CONDENA A MUERTE AL PRÍNCUPE ALEJO
Cortina musical.
SECRETARIO: ¿Pero… habréis oído bien? ¡El Zarevich en Viena…! Me resisto a creerlo… Hacedlo pasar enseguida.
Pasos que se alejan. Puerta que se abre, se cierra, y poco después vuelve a abrirse.
SECRETARIO: ¡Excelencia…! ¿Sois vos?
ALEJO: Alejo Petrovich, Zarevich de todas las Rusias…
SECRETARIO: ¡Excelencia…! Sed bienvenido y que la ventura os acompañe mientras piséis suelo austríaco.
ALEJO: ¡La ventura! La ventura no me acompaña… Pero… decidme… ¿Quién sois, por favor…?
SECRETARIO: Excelencia, soy el Conde Terhoff, Secretario de Su Excelencia el señor Vicecanciller del Imperio…
ALEJO: Bien. Yo quiero ver al Emperador… o al menos al Canciller.
SECRETARIO: Perdonad, Excelencia. Nada se sabe en el palacio de vuestra llegada… Es extraño que el Embajador de vuestro padre el Zar no haya comunicado a la Cancillería vuestro viaje…
ALEJO: No, no es extraño. Mi deseo es que el Embajador de mi padre no se entere de dónde estoy… para que no se apresure a decírselo a mi padre…
SECRETARIO: De ese modo, Excelencia, el protocolo…
ALEJO: ¡Oh, por favor…! Dejaos de protocolo ahora. ¿No os dais cuenta? ¡Estoy de incógnito! No… ¡Estoy huido…!
SECRETARIO: ¡Oh, señor…!
ALEJO: No perdamos tiempo. El Canciller…
SECRETARIO: No os exaltéis, señor… Comunicaré de inmediato vuestra llegada a Su Excelencia el Vicecanciller, y él dispondrá lo necesario para satisfacer vuestros deseos. Aguardad…
Pasos. Puerta que se abre y se cierra. Alejo se pasea impaciente por la sala. Cuando se oye abrirse la puerta otra vez, se detiene.
SECRETARIO: ¡Excelencia…! ¡El señor Vicecanciller del Imperio!
ALEJO: ¡Excelencia…!
VICECANCILLER: ¡Señor…! ¡Me honro en saludar a Vuestra Alteza y en darle la bienvenida!
ALEJO: Excelencia… Mi visita os extrañará, ciertamente…
VICECANCILLER: En verdad…
ALEJO: Pues no debe extrañaros… He venido aquí para rogarle a mi cuñado el Emperador que me salve la vida. (Excitándose progresivamente.) Desean arruinarme y quitarme la corona que nos corresponde a mí y a mis pobres hijos. El Emperador debe salvarme la vida y asegurar nuestros derechos.
VICECANCILLER: ¡Calmaos, señor…! Quizá os dejáis llevar por un arrebato…
ALEJO: No… Lo que os digo es absolutamente cierto. Mi padre quiere negarme el derecho a la vida y al trono, pero no soy culpable de ningún delito ni he hecho absolutamente nada que justifique las iras de mi padre. Si soy un hombre débil es debido a Menchicof que me educó mal y me estropeó la salud valiéndose del alcohol. Ahora mi padre dice que no sirvo para la guerra ni para gobernar, pero tengo aptitudes para sucederle en el trono. Dios ha querido que sea su heredero.
VICECANCILLER: Toda Europa os tiene por tal, Alteza…
ALEJO: Él en cambio quiere encerrarme en un monasterio para que permanezca oculto y de esta manera matarme impunemente. No deseo entrar en un monasterio. ¿Entendéis bien…? No quiero… El Emperador debe salvar mi vida. ¡Conducidme a presencia del Emperador…! (Solloza.)
VICECANCILLER: ¡Calmaos, por favor! Tranquilizaos… ¿Queréis tomar una copa de vino? Aguardad…
Suena una campanada.
VICECANCILLER: ¡Traed una copa de vino! (Pausa.) Tomad…
ALEJO: (Suspira.) Gracias… Perdonad… pero he sufrido tanto… Nunca hice nada contra mi padre, siempre fui obediente, pero mi padre dejó de tratarme amablemente cuando mi esposa empezó a tener hijos… y peor aún cuando la Zarina dio a luz el suyo. Hace un año mi padre me obligó a elegir entre renunciar al trono o aceptar la vida monástica. Después me advirtió que debía guardarme de su ira…
VICECANCILLER: Es terrible, la ira de vuestro padre…
ALEJO: Terrible, sí… Por eso me decidí a alejarme de él, y mis amigos me aconsejaron que me dirigiera al Emperador, que es mi cuñado.
VICECANCILLER: Pero… el Emperador… vos sabéis, los negocios de estado…
ALEJO: El Emperador Carlos es un soberano magnánimo y no me negará su amparo. El Zar, en cambio, es muy cruel y no le da valor ninguno a la vida humana. Cree que, como Dios, tiene en su mano la vida de sus vasallos. Ha derramado mucha sangre inocente y ha castigado a muchos inocentes prisioneros con su propia mano…
VICECANCILLER: ¡Oh, señor…! No habléis así del Zar, vuestro padre…
ALEJO: Y sin embargo, bien sabéis que lo que digo es sólo una parte de la verdad. Si el Emperador me entregara a él, sería capaz de matarme… (Solloza.)
VICECANCILLER: Tranquilizaos, Alteza… No puedo aseguraros que os reciba de inmediato el Emperador, pero confiad en que le comunicaré enseguida vuestra llegada y vuestro ruego, y os tendré al tanto de lo que Su Majestad resuelva…
Cortina musical.
RELATOR: El Emperador Carlos VI de Austria fue informado de la llegada del Zarevich, y de su ruego. El problema era grave. La hostilidad de Pedro el Grande de Rusia hacia su hijo Alejo era conocida en las cortes de Europa, y más en la de Viena, pues la Emperatriz era hermana de la esposa del príncipe ruso. Pero el poder, la arbitrariedad y la saña del autócrata ruso no eran menos conocidas, y cualquier intervención extraña en el pleito familiar podía convertirse muy pronto en un serio problema de estado. El Emperador decidió evitar el conflicto, y algún tiempo después…
Cortina musical.
VICECANCILLER: Alteza… Su Majestad el Emperador ha oído vuestro ruego y me ha encargado que os transmita su resolución…
ALEJO: Oh… estoy seguro de que me negará su protección…
VICECANCILLER: En efecto… Ha procurado –llevado por su magnanimidad– hallar una solución que concilie vuestros deseos con las obligaciones que él tiene con un monarca amigo… Por eso ha decidido que no permanezcáis en el Castillo de Ehremburg, donde quizá se sabe ya que estáis oculto, y que os trasladéis a Nápoles…
ALEJO: ¿A Nápoles?
VICECANCILLER: Ciertamente… Nápoles es, como sabéis, territorio imperial, y en la Fortaleza de Sant’Elmo estaréis al abrigo de todo temor.
ALEJO: Gracias, Excelencia, muchas gracias. Y hacedle presente a Su Majestad mi infinito agradecimiento…
VICECANCILLER: Su Majestad ha hecho saber a vuestro padre su resolución, y que espera que se produzca muy pronto la reconciliación entre ambos, como cuadra a príncipes cristianos.
ALEJO: ¿La re-con-ci-lia-ción…?
VICECANCILLER: Naturalmente… Sin duda recibiréis allí –en presencia del Virrey de Nápoles, que garantizará vuestra seguridad– a algún enviado de vuestro padre que platicará con vos sobre ese punto.
ALEJO: En Nápoles… ¿estaré seguro en Nápoles?
VICECANCILLER: No lo dudéis, Alteza… Tendréis escolta durante el viaje y guardia en la Fortaleza…
Cortina musical. En primer plano, ruido de un coche. Luego, cortina musical y otra vez ruido de un coche.
ALEJO: (En segundo plano.) Nápoles…
Cortina musical.
RELATOR: En la Fortaleza de Sant’Elmo, en Nápoles, el Zarevich Alejo apenas descansaba de su inquietud y su temor. Sus amigos y sus espías vigilaban a los emisarios de Pedro el Grande, que había confiado al Capitán Rumiantsef la misión de apoderarse a toda costa de su hijo. Y un día…
Cortina musical.
KIKIN: ¡Señor… señor…!
ALEJO: ¿Qué pasa?
KIKIN: Tenéis visitas…
ALEJO: Vi… ¿Quiénes son, Kikin?
KIKIN: Emisarios del Zar.
ALEJO: ¿Los conoces?
KIKIN: Demasiado…
ALEJO: Habla… ¿Quiénes son?
KIKIN: El Capitán Rumiantsef…
ALEJO: ¡Maldición!
KIKIN: Pero no viene solo…
ALEJO: ¿Con quién viene?
KIKIN: Os sorprenderéis… El Conde Pedro Andreievich Tolstoy…
ALEJO: ¡Tolstoy…! (Violento.) ¡Que no entren, Kikin! ¡Que no entren! ¡La guardia…! ¡Kikin, la guardia…!
KIKIN: ¡Reportaos, señor! Por el momento están en la sala baja, y subirán a vuestros aposentos sin escolta, ellos dos solos… Nosotros estaremos aquí, preparados para todo… No os intranquilicéis… De todos modos, no os acerquéis mucho…
ALEJO: Bien, Kikin, bien… No puedo imaginar… ¿Qué querrán ahora? Perderme, bien lo sé…
KIKIN: Pero ahora estáis fuera de peligro. No os inquietéis… Escuchadlos y sabréis qué los trae…
ALEJO: Dices bien, Kikin. Si no fuera por ti… Hazlos subir…
Pausa. Luego pasos en la escalera. Entran.
TOLSTOY: Alteza, os beso la mano…
RUMIANTSEF: ¡Señor…!
ALEJO: Sed bienvenidos, señores. Supongo que venís de parte del Zar…
TOLSTOY: En nombre del Zar… y con mensaje suyo.
ALEJO: Dadme…
TOLSTOY: Tomad.
ALEJO: (Lee.) “He de preguntarte: ¿Qué has hecho? Has obrado como un traidor…” (Se interrumpe.) ¡Oh, Dios mío…!
TOLSTOY: ¿Os extraña el lenguaje del Zar, Alteza? ¿Acaso no habéis…?
ALEJO: ¡Callad, por Dios! O mejor… leed vos mismo, Conde, leed…
TOLSTOY: (Lee.) “Has obrado como un traidor, colocándote bajo la protección de un país extranjero. A ninguno de mis otros hijos, ni a ninguna otra persona distinguida de mi reino puedo echarle en cara semejante comportamiento.”
ALEJO: ¡Oh…! (Solloza.)
TOLSTOY: Cuánto dolor y cuánta vergüenza habéis acumulado en el corazón de vuestro padre…
ALEJO: Por favor… ¿Dice algo más?
TOLSTOY: Sí, escuchad… “Te envío esta última carta esperando que cumplirás mi voluntad. Tolstoy y Rumiantsef te darán a conocer mis propósitos y a la vez te harán ciertas proposiciones…”
ALEJO: ¡Proposiciones! ¿Qué vais a proponerme?
TOLSTOY: Oíd antes cómo concluye vuestro padre: “Si aún me temes, te prometo en nombre de Dios que no habrá castigo para ti, y si me obedeces y regresas te demostraré mi mejor aprecio; pero si no quieres obedecer, entonces como padre, con el poder que me ha sido concedido por Dios, te maldeciré eternamente y como soberano te castigaré por traidor. No olvides que no siempre utilicé mi fuerza contra ti y que hubiera querido dejarlo todo a tu libre elección…”
ALEJO: Regresaré… sí… regresaré…
KIKIN: ¿No os parece prudente, señor, conocer antes la opinión del Emperador de Austria y del Virrey de Nápoles, que tantas gentilezas han tenido con vos?
TOLSTOY: (Furioso.) ¿Qué queréis sugerir, Kikin? ¿Aconsejáis al Zarevich que desobedezca a su padre y os atrevéis a proponer que consulte al Emperador…? Sabed que el Zar no vacilará en llegar hasta aquí con un ejército que destrozará el Imperio Austríaco en el camino. Pero… (Convincente.) No os dejéis engañar, Alteza, por falsos consejeros…
KIKIN: (Interrumpiendo.) ¡Cómo os atrevéis, Conde!
TOLSTOY: ¡Me atrevo en nombre del Zar! Alteza, no os queda mucho tiempo para resolver…
ALEJO: (Con voz opaca.) Descuidad, Conde… No tardaréis mucho en conocer mi resolución.
Cortina musical.
RELATOR: El Zarevich Alejo había caído en la red. El hijo odiado se ponía en manos del déspota que lo odiaba, y que buscaba arrebatarle el derecho a la sucesión y acaso la vida. El Zar Pedro el Grande veía en su hijo el mayor enemigo de su obra, de sus profundas reformas, de su tendencia a occidentalizar a Rusia. Y no se equivocaba, porque en el Príncipe Alejo ponían sus esperanzas los tradicionalistas –aquellos a quienes el Zar llamaba despreciativamente ‘barbudos’–, para quienes la muerte de Pedro y el ascenso de Alejo representaba el retorno a las viejas costumbres rusas.
De esta enemistad provenía el odio a ese hijo enfermizo y de carácter débil, a ese Alejo que, finalmente, ha decidido emprender viaje a Moscú…
Cortina musical. Ruido de un coche. Luego, cortina musical y otra vez ruido de un coche.
ALEJO: (En segundo plano.) Moscú…
Cortina musical. En primer plano, murmullos que cesan con el anuncio de la llegada del Zar.
UJIER: ¡El Zar…!
Pasos del Zar que llega y sube tres escalones.
ZAR: (Tras una pausa.) ¡Alzaos y tomad asiento!
Ruido.
ZAR: (Tras una nueva pausa.) Señores Senadores y Obispos. Dentro de un instante comparecerá el Zarevich Alejo, de quien sospecho que ha cometido perjurio y traición. Seréis conmigo jueces de sus faltas. Y daréis vuestra opinión sobre el castigo que merezca. (Pausa.) ¡Introducid al Zarevich!
Pausa. Pasos que se acercan.
ZAR: De rodillas, Príncipe Alejo Petrovich, aunque seas indigno de ese nombre… ¿Sabes de qué te acuso?
ALEJO: Sí, soberano padre…
ZAR: Te acuso de perjurio y traición… ¿Por qué huiste de Rusia, desgraciado, como si fueras un malhechor?
ALEJO: Por miedo, señor. Por miedo y por debilidad…
ZAR: ¡Miedo! ¡Lo que has tenido desde la cuna! Miedo… ¡He aquí el hombre que debe reemplazarme en el trono de todas las Rusias…! ¡Cobarde! ¿No te avergüenzas…?
ALEJO: Me avergüenzo, soberano padre, y solicito humildemente perdón.
ZAR: No es suficiente, no es suficiente… Te perdonaré como padre, pero no me resigno a que mi obra de gigante quede confiada a tu cobardía… Hasta podrías ser honrado… pero los ‘barbudos’ se aprovecharán de ti y darán por tierra con todo… No, es necesario que renuncies al trono… (Violento.) ¿Me has oído, Alejo? ¡Es necesario que renuncies al trono!
ALEJO: Ya lo he hecho en mi conciencia, soberano padre.
ZAR: No me importa tu sucia conciencia… Toma este papel… Léelo y firma…
ALEJO: (Toma el papel y lo lee con voz trémula.) “Prometo ante los Santos Evangelios que, por haber injuriado a mi soberano y padre, como consta en mi confesión, renuncio a la sucesión al trono de Rusia y reconozco mi culpabilidad. Prometo y juro ante el Todopoderoso y ante la Santísima Trinidad someterme a la voluntad paterna, no reclamar nunca mi sucesión ni aspirar a ella bajo ningún pretexto. Y reconozco como verdadero heredero a mi hermano Pedro Petrovich. Beso la Santa Cruz y firmo…”
ZAR: (Imperioso.) ¡Firma…!
ALEJO: (Firma.) Ya está, señor.
ZAR: Merecerías la muerte… y me contento con sacarte del medio. Pero, aguarda… (Intencionado.) Dime, alguien te ayudó a huir, alguien te aconsejó… Necesito saber los nombres, Alejo…
ALEJO: Oh, señor… ¡Nadie me aconsejó ni me ayudó a huir…!
ZAR: ¡Cómo te atreves, traidor…! ¿Acaso no saliste con Kikin hacia Riga? Aguarda… (A un oficial.) ¡Capitán! ¡Que prendan a Kikin en el acto antes de que huya! ¡Je…! ¿Creerías que lo dejaría escapar? Ya están todos entre mis manos… los conspiradores… los partidarios de mi hijo Alejo contra su padre el Zar… ¡Je…! Dime los nombres, Alejo, dime los nombres…
ALEJO: Nadie, señor, nadie…
ZAR: (Furioso.) Veinticinco azotes con barra de hierro a este canalla para que no se atreva a engañar al Zar…
Se oye un revuelo, gente que entra y enseguida los azotes. Comienzan los gemidos de Alejo.
ZAR: Los nombres, Alejo… ¿Acaso Iván Afanasief? Ja, ja, ja… ¡Ya está en mis manos Iván Afanasief! ¿Tú no lo sabías? Ya está en mis manos… ¿Y conoces a Fedor Voronof? Ja, ja, ja… También está en mis manos, Alejo… Un momento. Escucha Alejo. Los dos han sido decapitados ya. ¿Oyes bien? Decapitados… Tú todavía no… (Violento.) Terminad los azotes… aún faltan,,, Ja, ja, ja… (Pausa.) Oye, Alejo…
Alejo gime.
ZAR: ¡Alejooooo! ¿Me oyes? ¿Sabes quién defiende tus derechos? Ilarión Dokukin… ¿Conoces a Ilarión Dokukin?
SECRETARIO: ¡Señor…!
ZAR: ¿Qué hay?
El Secretario le habla en voz baja.
ZAR: ¡Cómo…! ¿Es posible? Dame el papel… Mira, Alejo… Oye lo que ha escrito Ilarión Dokukin: “A causa de la injusta renuncia al trono de Rusia que ha hecho el Zarevich, yo, de acuerdo con mi conciencia cristiana y ante los Sagrados Evangelios, declaro que no puedo jurar lealtad a Pedro Petrovich…” ¡Ah, cerdo! ¡Éste a la rueda! ¡Que lo estiren hasta que rechinen las coyunturas… y que me avisen cuando falte poco, que quiero verlo! ¡Tus defensores, Alejo! ¡Los conspiradores, Alejo! ¡Oye…! ¿Respiras? Pues oye lo que te voy a decir… Tu madre… en el convento de Susdal, era la amante de Esteban Glebof…
ALEJO: ¡Oh, señor…!
ZAR: Pero no te preocupes, Alejo… Tu madre y Esteban Glebof están ya en mis manos… y el hijo de Esteban Glebof… y el Obispo Desether que dice que tuvo una visión anunciándole que tu madre volvería al trono a pesar de haber sido repudiada. Y las monjas del monasterio… todos están ya en mis manos… (Terrible.) Tú también estás en mis manos…
¡Redactad la sentencia, señores Senadores y Obispos! El Zar, a pesar de su poder autocrático, no quiere ejercer en este caso su poder para que su corazón de padre no obstaculice la justicia…
Cortina musical. En primer plano pueden oírse golpes y gemidos. Luego, cortina musical.
ZAR: ¡Leed!
TOLSTOY: El Zarevich, señor, fue interrogado de acuerdo con vuestras instrucciones acerca de por qué no os obedeció, por qué no temía el castigo y por qué deseaba la sucesión sin someterse a vuestra autoridad. Siempre de acuerdo con vuestro mandato, se lo sometió a tortura para que declarara, hasta esta misma mañana, y confesó lo siguiente: “Pasé la mayor parte de mi juventud obrando hipócritamente. Me sentía inclinado a la hipocresía por naturaleza… Menchicof me hizo mucho bien… otros me incitaron a perder el tiempo conversando con clérigos y monjes… Mi falta de temor proviene de mi mal carácter. Escogí el camino de la desobediencia, porque creí que podría realizar mi voluntad con ayuda de las armas extranjeras.”
ZAR: ¡Cerdo traidor…!
TOLSTOY: Teniendo en cuenta sus declaraciones, el Senado ha redactado la sentencia. ¿Debo leerla?
ZAR: Leed tan solo el final…
TOLSTOY: El final dice así: “De acuerdo con las leyes divinas, y las leyes civiles y militares, por haber cometido un crimen de lesa patria y lesa majestad, el Zarevich Alejo Petrovich debe ser condenado a muerte. Sometemos nuestra sentencia al poder autocrático y a la misericordiosa decisión de Su Majestad el Zar, nuestro gracioso Monarca.”
ZAR: Está bien… está bien… Sólo queda ahora…
SECRETARIO: ¡Señor…! Señor…!
ZAR: ¿Qué pasa?
SECRETARIO: El Zarevich ha aparecido muerto en su celda…
Pausa.
ZAR: La justicia divina se ha cumplido…
Cortina musical.
20. 1747 — HUÉSPEDES ILUSTRES EN LA CORTE DE POSTDAM
Cortina musical: Bach, “Ofrenda musical”; luego se pierde y se oye acercarse un coche.
VOZ A: ¿Estamos ya cerca, cochero?
VOZ B: Sí, señor, esto es ya Postdam.
Cortina musical breve: Bach, “Ofrenda musical”.
RELATOR: Postdam, 1747. He aquí la ciudad que ha elegido como residencia el Rey de Prusia, Federico II. Muy cerca está Berlín, capital del reino; pero el Rey, aunque es joven, prefiere la soledad y sobre todo un ambiente a su gusto. Es un espíritu refinado, el Rey de Prusia, Federico II…
Cortina musical breve: Bach, flauta y clave.
RELATOR: Aquí, en Postdam, todo o casi todo es nuevo, novísimo, y predomina el estilo que hoy gusta en todas las cortes elegantes y verdaderamente reales: el rococó, que hace pensar en las delicias de los deliciosos salones de la deliciosa señora de Pompadour. Todo, o casi todo, es nuevo en Postdam.
Cortina musical breve: Bach, flauta y clave.
RELATOR: Pero nada tan nuevo como ese castillo que apenas está terminado y que atrae toda la atención de Su Majestad. Al cuidado de sus más pequeños detalles dedica sus ocios el monarca guerrero, que lo ha bautizado con el nombre de Sans Souci. Un nombre francés, naturalmente. Es una construcción soberbia y verdaderamente real. La entrada tiene una grandeza indescriptible. Esa ancha escalinata interrumpida por seis terrazas conduce hasta el castillo, delante de cuya entrada se abre una explanada adornada por un magnífico surtidor cuyo chorro se eleva muy por encima de nuestras cabezas. Y esta magnificencia corresponde a la de los interiores, recubiertos de mármoles o maderas finísimas. Allí, en aquella ventana, rodeado de sus cortesanos, está ahora el Rey de Prusia, Federico II.
Cortina musical: Bach, flauta y clave.
RELATOR: (En primer plano.) El Rey ha pasado largas temporadas en campaña. Le gusta la guerra. Pero no le disgusta la paz y los placeres del espíritu que sabe proporcionarse. Hace apenas un año y medio que ha dejado las armas. Triunfó sobre las tropas de María Teresa de Austria en Kesselsdorf, y el día de Navidad de 1745 firmó en la ciudad de Dresde un tratado con la Emperatriz por el que se le reconocía a Prusia la posesión de la Silesia. Fue una maniobra bien preparada y mejor cumplida. Ahora el Rey descansa y alterna sus ocupaciones de estadista con los placeres de la conversación y de la música.
Cortina musical: Bach, flauta y clave.
RELATOR: No hace un instante conversaba con el señor de Maupertuis. ¡Curioso personaje, este sabio francés que preside la Real Academia de Ciencias y Bellas Letras! El Rey ha caído bajo su inexplicable encanto. Hace poco más de diez años, Maupertuis hizo una expedición a Laponia ¿os imagináis? A Laponia… y allí comprobó que la tierra estaba achatada en los polos. Newton ya lo había dicho, pero el señor de Maupertois lo comprobó en Laponia. El Rey de Prusia se entusiasmó tanto que rogó al sabio que se radicara en Berlín:
FEDERICO II: “Desde el momento en que subí al trono, mi corazón y mis aficiones hicieron nacer en mí el deseo de traeros aquí para que dieseis a la Academia de Berlín la forma que sólo vos podéis darle. Habéis enseñado al mundo cuál es la configuración de la tierra; enseñad ahora a un rey cuán agradable es tener a su lado a un hombre como vos.”
VOZ A: ¿Qué pensáis de Maupertuis, señor de Voltaire?
VOLTAIRE: ¡Oh, el señor de Maupertuis…! Imaginaos que lo conocí en una entrevista con el Rey, en Clèves, creo que en 1740. El Rey se prendó de él; me parecía estar asistiendo al Juicio Final en que Dios separa a los elegidos de los condenados. El dios Federico le dijo a él: ‘Te sentarás a mi diestra en el paraíso de Berlín’. Y a mí: ‘Tú, condenado, retírate a Holanda’.
VOZ A: ¿Lo hubiérais elegido vos, señor de Voltaire?
VOLTAIRE: Creedme, tiene la cara más agria que he visto en mi vida, y cuando habla adopta un tono como si el achatamiento del polo fuera obra personal suya…
Cortina musical: Rameau.
RELATOR: Claro, el señor de Voltaire está un poco celoso. El Rey, en cambio, admira a Maupertuis, y está encantado con la obra que realiza en la Academia de Berlín, a la que por lo demás Su Majestad no asiste nunca. En general, le gusta estar solo, y solo, en su cuarto, se ejercita todas las mañanas en la flauta, instrumento que le apasiona y que ha llegado a tocar muy bien… Esta es, al menos, la opinión de los cortesanos. Luego recibe a sus secretarios, trabaja con ardor, da órdenes, da audiencias, vuelve a encerrarse para escribir versos o pensamientos filosóficos y, finalmente, al anochecer, se reúne con sus cortesanos y amigos para dar rienda suelta a sus aficiones filarmónicas.
Cortina musical (crescendo suave): Bach, flauta y clave.
RELATOR: Sí, aquella es la ventana de la sala de música. Esos son sus cortesanos, y el Rey ejecuta, precisamente, una composición de Johann Sebastian Bach.
Cortina musical: Bach, flauta y clave. Duración:
VOZ A: Vuestra ejecución, señor, ha sido extraordinaria…
VARIAS VOCES: Extraordinaria, sí, extraordinaria…
FEDERICO II: Es una hermosa composición, llena de dificultades para el ejecutante, llena de ‘reales’ dificultades… Pero esta noche oiréis a un ejecutante incomparable.
Se insinúa el ruido de un coche sobre la calle, hasta que se detiene al fin del parlamento.
FEDERICO II: Esta noche puedo daros una agradabilísima sorpresa y podréis escuchar al mejor intérprete que tiene hoy el teclado en Alemania. Señores, el viejo Bach ha llegado.
Cortina musical: Bach, clave o pianoforte. Duración:
RELATOR: El viejo Johann Sebastian Bach improvisó esa noche con admirable maestría, en uno de los pianos que acababa de construir Gottfried Silbermann, y compuso luego inesperadas y maravillosas variaciones sobre un tema fugado que le propuso Federico. Era un ejecutante eximio, hasta el punto de que sus contemporáneos prefirieron el intérprete al compositor. Pero el viejo Bach era sobre todo un creador, y aquellas variaciones siguieron trabajando en su espíritu y enriqueciéndose cada vez más. Y cuando retornó a Leipzig, compuso sobre ellas una obra que dedicó a su regio huésped de Postdam, y que llamó “Ofrenda musical”.
Cortina musical: Bach, “Ofrenda musical. Duración:
RELATOR: El viejo Bach no sobrevivió mucho tiempo a esta obra. El 28 de julio de 1750 murió en Leipzig, y poco a poco el olvido fue tendiendo su velo sobre el recuerdo de aquél a quien el Ayuntamiento de Leipzig consideraba un maestro muy mediocre de música. Poco a poco el olvido… Aunque quizá en Postdam lo recordara el Rey Federico…
Cortina musical: Bach, “Ofrenda musical”.
RELATOR: Pero Federico –que acaba de mandar imprimir sus opúsculos y poemas bajo el título de “Obras del filósofo de Sans Souci”– está ahora bajo la sensación de un nuevo hechizo, un hechizo llamado François-Marie Arouet, más conocido por ‘Voltaire’. Dieciocho días antes de morir Bach en Leipzig, entraba Voltaire en Postdam, invitado por Federico II, que quiso graciosamente sacarlo de Francia donde el filósofo empezaba a no sentirse cómodo.
Cortina musical: Rameau.
RELATOR: Voltaire está encantado con la acogida que ha tenido en la corte. Aunque está enfermo, la vida parece sonreírle otra vez. Conversa con el Rey, discute de artes y de ciencias, lo escuchan, le sonríen y celebran sus rasgos de ingenio. Es el espíritu francés, que es como decir, en estos tiempos, “el espíritu”. Es el símbolo de Versalles, de Atenas… Helo ahí, en su gabinete, escribiendo, a poco de llegar, a su amigo el Marqués de Thibouville:
VOLTAIRE: “Encontrar todos los encantos de la sociedad en un rey que ha ganado cinco batallas; estar en medio de los tambores, y oír la lira de Apolo; gozar de una conversación deliciosa a 400 leguas de París; pasar los días, mitad entre fiestas, mitad entre el encanto de una vida dulce y ocupada, tan pronto con Federico, tan pronto con Maupertuis: todo esto distrae un poco de cualquier tragedia.
Tendremos dentro de unos días un carrousel digno en todo del de Luis XIV. Llegan de todas partes de Europa, y habrá hasta españoles. ¿Quién habría dicho, hace veinte años, que Berlín llegaría a ser el asilo de las artes, de la magnificencia y del gusto? No hace falta nada más que un hombre para cambiar la triste Esparta en la brillante Atenas.”
Cortina musical: Rameau.
RELATOR: Pero Voltaire es un trabajador infatigable, y no quiere interrumpir su labor. Ha traído innumerables papeles con anotaciones y fragmentos, y hasta un manuscrito que lo obsesiona. El 20 de febrero de 1751 escribía a Mademoiselle Denis:
VOLTAIRE: “Me entretengo, querida niña, en los intervalos de mi enfermedad, en terminar “El siglo de Luis XIV”. Esta obra sería más rica en datos, más curiosa, más plena, si hubiera sido acabada en su país de origen, pero no estaría escrita tan libremente. Me encontraría por las mañanas con los jansenistas, por la tarde con los molinistas, y la preferencia me embarazaría, en tanto que aquí gozo de toda mi independencia y de la más perfecta imparcialidad.”
Cortina musical: Rameau.
RELATOR: “El siglo de Luis XIV”, la más importante obra histórica de Voltaire, vio la luz en Berlín ese mismo año de 1751. El autor realizaba su antiguo proyecto de “leer la historia como filósofo”, e innovaba en otro terreno, él que había barrido con tantos prejuicios. Eran tiempos de renovación en todas las esferas del pensamiento y del arte. Ese mismo año salía en París el primer tomo de la Enciclopedia, encabezado con el Discurso preliminar de D’Alambert, a quien Federico de Prusia instaba a que se radicara en Berlín para suceder a Maupertuis en la presidencia de la Academia. Pero D’Alambert prefería residir en París, un París peligroso y encantador. El propio D’Alambert, tan reservado y circunspecto, tuvo que tomar partido por entonces en la querella suscitada entre los partidarios de la música francesa y la italiana. Y como se inclinó por esta última, se atrajo los dicterios de Rameau, el último representante de la tradición gloriosa de Lully.
Cortina musical (crescendo): Rameau.
RELATOR: Paradojas del siglo XVIII: los franceses triunfaban en Berlín, y los italianos les arrebataban el cetro en París. Eran tiempos de renovación y de lucha. Sobre el meridiano del siglo XVIII, Europa daba vuelta a otra página de su libro de oro.
Cortina musical: Rameau.
21. 1769– INGLATERRA SE CONMUEVE POR EL DESTINO DE LAS LETRAS
Cortina musical: Johann Christian Bach, “Concierto para piano”.
JORGE III: Nacido y educado en este país, estoy orgulloso de ser británico.
Cortina musical: Johann Christian Bach, “Concierto para piano”.
RELATOR: Este país, es Inglaterra. Y quien acaba de pronunciar esta frase es el Rey Jorge III, de la casa de Hannover. Sus dos predecesores apenas pudieron hablar nunca en inglés, y languidecieron bajo la bruma londinense añorando el romántico paisaje alemán. Pero Jorge III está orgulloso de ser británico; claro que a su modo… porque el orgullo de ser británico se manifiesta en él principalmente en el designio de imponer su real voluntad, contra todas las tradiciones del reino. Una vez más, Inglaterra asiste a un conato de restricción de las libertades individuales.
Cortina musical: Johann Christian Bach, “Concierto para piano”.
RELATOR: Londres, 18 de junio de 1768. Hace ocho años que reina Jorge III, y cinco que se arrastra la enconada lucha entre el poderoso monarca y un pobre diputado que ha resuelto defender sus derechos a costa de todo. Se llama John Wilkes, y en este instante espera que un tribunal de Londres se expida sobre su caso.
Murmullos.
VOZ A: Oye, ¿tú sabes exactamente de qué acusan a Wilkes?
VOZ B: ¡Cómo no he de saberlo si estoy a su lado hace cinco años! Cuando Wilkes escapó a Francia en 1763, desconfiando de la justicia inglesa, no sólo fue expulsado de la Cámara de los Comunes sino que fue condenado a proscripción por el tribunal. ¡Será que ya no puede uno decir su opinión en Inglaterra! Ahora, al regresar al país y resultar electo diputado, Wilkes ha querido presentarse a la justicia para que los jueces lo limpien de aquella condena injusta.
VOZ A: ¿Y crees tú que lo absolverán?
VOZ B: No puede saberse… Tú has leído algún número de North Briton. Es un periódico valiente, y hasta audaz. Wilkes escribe en él cuanto se le ocurre, y ni el Rey ni sus amigos pueden perdonar esta audacia. Querrían hacerlo callar de cualquier modo, porque temen que la gente se entere y siga su ejemplo de independencia. El Rey quiere borrar la Carta Magna y reinar como el Emperador de todas las Rusias.
VOZ A: Pues yo noto a la gente muy inquieta y decidida.
VOZ C: Y más tendrá que inquietarse. ¿Estuvisteis el día de la quemazón del periódico? Yo estaba presente y puedo deciros que, cuando pusieron los ejemplares del North Briton en la hoguera, debieron oírse los gritos en palacio.
VOZ B: Pero el Rey no oye… o no quiere oír. No habrá sido chica su sorpresa cuando se enteró de que Wilkes había sido elegido diputado por Middlessex… Y ahora quiere desquitarse sometiéndolo a juicio con la seguridad de que habrán de condenarlo. Por eso os digo que tengo pocas esperanzas.
Murmullos, algún ruido.
VOZ C: Fijaos, ya abren las puertas.
VOCES: Ahí salen… Ahí salen…
VOZ B: Decidnos, ¿qué ha pasado…?
VOZ D: El fallo ha sido dado. Wilkes ha sido absuelto de la pena de proscripción que se le había fijado…
VOZ B: ¡Hurra!
VOZ D: No os alegréis tan pronto… Porque, en cambio, se lo condena a cumplir dos penas distintas por otras tantas faltas, una de diez y otra de doce meses de prisión, más una multa de 1.000 libras esterlinas y una fianza de otras 1.000 que garanticen su buena conducta.
VOCES: ¡Es inaudito! ¡Qué atrocidad! Lo único que falta es que las tropas carguen otra vez sobre el pueblo…¡Abajo el tirano!
Murmullos, algún ruido.
RELATOR: Mientras arreciaba la agitación popular desatada por el caso Wilkes, algunos ambientes de Londres menos preocupados por la política, dirigían esos mismos días su atención hacia otros sucesos de diversa índole. Londres es, desde hace tiempo, uno de los grandes centros musicales de Europa. Hasta su muerte, hace apenas diez años, Händel fue el músico más solicitado del reino, pero el público tuvo con él épocas de despego y frialdad. Los filarmónicos son muchos, y su sentido crítico es bastante agudo… Precisamente en estos días el Maestro de Música de Su Majestad la Reina ha atraído la atención de los aficionados con una curiosa novedad. Se llama Johann Christian Bach, y es hijo de un viejo organista de la Iglesia de Santo Tomás de Leipzig, muerto hace casi veinte años. Él es, como su padre, un ejecutante extraordinario. ¿Y sabéis la novedad? Pues ha decidido ofrecer un concierto público ejecutando obras en un piano forte –o piano, como también lo llaman– de esos que han comenzado a construirse no hace mucho. Es la primera vez que sucede, y Johann Christian Bach va a ejecutar uno de sus propios conciertos.
Cortina musical: Johann Christian Bach, “Concierto para piano”. Al terminar, aplausos, perdiéndose.
RELATOR: En Londres abundan los filarmónicos. Hasta hace diez años, en que murió, Händel soportó aquí la cambiante marea de la admiración y la indiferencia de los filarmónicos de Londres, que, en ocasiones, prefirieron a su música la de Bononcini o Porpora. Hoy aplauden al Maestro de Música de Su Majestad la Reina, Johann Christian Bach. Mañana…
Cortina musical: Johann Christian Bach, “Concierto para piano”.
RELATOR: Pero no todos los espíritus refinados de Londres son filarmónicos. Muchos hay, como en todas partes, que prefieren a la música, la literatura, el teatro o la pintura. ¿Sabéis qué es el Club Literario? ¿No lo sabéis? Pues ignoráis entonces una de las cosas importantes del Londres de este siglo ilustrado. Tomemos un cab…
Coche y caballo.
RELATOR: …y bajemos por esta calle; ved: esta es la casa del pintor Reynolds, donde se reúnen a veces sus amigos. Aguardad… No, no están aquí. Pues vamos hasta la casa del Doctor Johnson, donde es frecuente verlos juntos… Aquí es… Entrad. ¿Veis ese salón? Pues allí están reunidos ahora los miembros del Club Literario, alrededor de una mesa, hablando de literatura y de arte mientras beben el excelente oporto que les ofrece el anfitrión. Fijaos bien… Ese a quien todos escuchan deferentemente y que sin duda alguna preside la reunión, es el Doctor Samuel Johnson. Un crítico eminente que ha publicado no hace mucho un singular estudio sobre Shakespeare. Frisa en los sesenta años, pero es sano y vigoroso, y tiene a sus espaldas a su íntimo amigo, el joven Boswell, que a veces oficia de secretario suyo.
Junto a él, y compartiendo la cabecera de la mesa, está Sir Joshua Reynolds, el pintor, ante el cual aspiran a posar todas las damas y caballeros distinguidos de Londres. Y al lado de él, el más popular de los contertulios, aquel a quien nadie confundirá cuando transite por Lombard Street o salga del teatro de Drury Lane hacia Picadilly. Se llama David Garrick y es el actor más estimado así cuando representa comedias banales como cuando encarna un personaje de Shakespeare. Hoy mismo anuncian los carteles que representará “Hamlet”.
Y ahora mirad de este otro lado de la mesa. Cerca del Doctor Johnson está un político notable, Edmund Burke, cuya palabra es siempre respetada en la Cámara de los Comunes, y cuyo consejo no desdeña el viejo Pitt, a pesar de su invariable mal humor. Y a su lado está un ilustre escritor llamado Oliver Goldsmith, que se reveló hace pocos años con aquella novela titulada “El vicario de Wakefield”. Es un grupo selecto que no gusta de los temas banales. Acercaos…
Ligero murmullo. Alguna copa. Ruido de cristal y de vino cayendo, de vez en cuando.
JOHNSON: La felicidad de Londres no pueden concebirla sino aquellos que han estado en ella. Me atrevo a decir que hay más saber y ciencia dentro de una circunferencia de diez millas de radio con centro en donde nos hallamos ahora, que en todo el resto del reino.
BOSWELL: La única desventaja, Doctor Johnson, es la gran distancia a que viven las gentes unas de otras.
JOHNSON: Sin duda, Boswell, pero esa desventaja es causada por la extensión, que es causa a su vez de todas las otras ventajas.
BOSWELL: A veces mi estado de ánimo me ha movido a desear retirarme a un desierto.
JOHNSON: Bastante desierto tenéis en Escocia. Pero, decidme, señor Goldsmith, ¿qué hay de vuestra pieza? He leído “Un hombre de buen carácter”. Así se llama, ¿no es verdad? y me parece la mejor comedia que ha aparecido en mucho tiempo. Creedme, señor Garrick, que es muy superior a la de Hugh Kelly que habéis representado vos.
BOSWELL: El Doctor Johnson ha elogiado mucho, señor Goldsmith, a uno de vuestros personajes, a “Croaker”. ¿Sabéis a quién nos hacía acordar?
GOLDSMITH: Supongo que a un personaje del propio Doctor Johnson, porque, en efecto, lo he tomado del “Suspirius” que figura en su “Rambler”. Pero creo que es lícito pedir este préstamo al Doctor Johnson. Yo no soy vanidoso, y más me envanece esta casaca roja que mi comedia. ¿Os fijáis cómo estoy vestido?
GARRICK: No habléis de eso, señor Goldsmith, quizá seáis el peor… Pero siempre parecéis un caballero.
GOLDSMITH: Pues permitidme que os diga, señor Garrick, que cuando el sastre llevó a mi casa esta casaca encarnada, me dijo: ‘Caballero, tengo que pediros un favor. Si alguien os pregunta quién os ha hecho la ropa, servíos mencionar a John Filby, en Water Lane’.
JOHNSON: Eso fue porque sabía que su extraño color atraería las miradas. Pero, ¿qué os parece si nos callamos para dejar al señor Burke que lea tranquilamente?
BURKE: ¡Oh, perdonadme! Acabo de adquirir este precioso tomo de Congreve, y estaba momentáneamente abstraído.
JOHNSON: Gran poeta Congreve… Siempre he creído que no hay en toda la obra de Shakespeare una descripción que pueda compararse a la que se hace del templo en “La novia enlutada” de Congreve.
GARRICK: ¿He oído bien, Doctor Johnson? Hemos de suponer que las obras de Shakespeare contienen pasajes semejantes. No debe padecer Shakespeare por nuestra mala memoria…
JOHNSON: No hablo en general, señor Garrick. Digo, solamente, que este pasaje de Congreve es superior a cualquiera de Shakespeare.
GARRICK: ¡Cómo ultrajáis a mi dios! Descripciones, las hay inimitables en Shakespeare: la de la víspera de Azincourt en “Enrique V”, las frases de “Julieta” cuando se figura despertar en la tumba de sus antepasados…
JOHNSON: Y a propósito, señor Garrick, ¿qué hacéis esta noche en Covent Garden?
GARRICK: Hoy represento “Hamlet, Príncipe de Dinamarca”.
JOHNSON: Pues esta noche estaremos en Covent Garden para oíros.
Murmullo de los dos primeros pasajes, como si el espectador se fuera acercando. Cuando empieza Hamlet, a voz plena.
HAMLET: “¡Oh!… ¡Que esta sólida, excesivamente sólida carne pudiera derretirse, deshacerse y disolverse en rocío!… ¡O que no hubiese fijado el Eterno su ley contra el suicidio!… ¡Oh Dios! ¡Dios!… ¡Qué fastidiosas, rancias, vanas e inútiles me parecen las prácticas todas de este mundo!… ¡Vergüenza de ello! ¡Ah! ¡Vergüenza …”
Sobre las últimas palabras, descendiendo el volumen.
BOSWELL: ¿No os parece admirable Garrick, Doctor Johnson?
JOHNSON: Sí, pero yo lo admiro solamente como a un pobre cómico que se pavonea en el escenario mientras dura su hora: como a una sombra.
BOSWELL: Mas no negaréis que ha hecho conocer a Shakespeare…
JOHNSON: Concederos eso sería zaherir a nuestro siglo. Muchos de los dramas de Shakespeare empeoran al ser representados. Por ejemplo, Macbeth.
BOSWELL: ¡Cómo! ¿No ganan nada con el decorado y la acción?
JOHNSON: Ya sabéis mi opinión sobre todo eso…
Cortina musical: Johann Christian Bach, “Concierto para piano”.
RELATOR: Shakespeare comenzaba a conquistar al público inglés y, cada uno a su modo, trabajaban por su gloria: Johnson, el crítico, y Garrick, el actor.
Entretanto, la opinión pública se agitaba por el caso Wilkes. Su destino era el destino de la libertad de prensa, que Milton defendiera con pasión otrora.
A fines de 1768 el gobierno declaró sedicioso un libelo que circulaba, y los amigos del Rey se decidieron a expulsar a Wilkes de la Cámara de los Comunes en febrero de 1769. El pueblo se mantuvo firme tras el defensor de los derechos individuales, y volvió a reelegirlo diputado; pero se declaró nula su elección y se estableció que era incapaz de ejercer cargos representativos.
El movimiento de opinión se hizo cada vez más intenso. Se fundó una liga de “Defensa del Bill de Derechos”, que reunió el dinero necesario para liberar a Wilkes bajo fianza. Luego la oposición se fue organizando bajo la dirección de Burke y Pitt, y pronto se precipitó la crisis mientras Gran Bretaña perdía sus colonias de Norteamérica. En la Inglaterra del Doctor Johnson, de Goldsmith y de Reynolds, reverdecía Shakespeare mientras se luchaba ardientemente para que el diputado Wilkes pudiera expresar libremente su opinión en las humildes hojas de North Briton.
22. 1774 – TRIUNFO DE GLUCK Y DE MARÍA ANTONIETA
Cortina musical: Gluck, “Ifigenia en Aulis”.
RELATOR: Versalles, junio de 1773. Por la carretera de París, la caravana de carrozas llega al palacio real. Lacayos y postillones saltan al suelo. Las puertas comienzan a abrirse. Del primer carruaje, frente a la puerta principal, desciende ligera la Princesa María Antonieta y tras ella su esposo Luis, Delfín de Francia.
Cortina musical: Gluck, “Ifigenia en Aulis”.
RELATOR: Este día, los herederos del trono han hecho su primera visita a París. Al menos su primera visita oficial. No lo digáis para que el Rey no llegue a enterarse, pero es lo cierto que, cuando hubieron obtenido la venia del viejo Luis XV para visitar la capital, se anticiparon a recorrer la capital de incógnito. Pero eso fue sólo un capricho, un capricho de la juvenil princesa austríaca que apenas tiene 18 años y que se aburre soberanamenteentre su nueva familia. Ahora, en cambio, ha hecho a París una visita oficial, llena de pompa y dentro del más estricto protocolo. Las autoridades, empezando por el Marqués de Brissac, gobernador de la ciudad, organizaron una brillante acogida a la joven pareja, y el pueblo acudió espontáneamente prestándole aún más calor y efusión. La Princesa está excitada por tantas sorpresas, y al llegar a Versalles se encamina a la cámara del Rey, porque el anciano tiene curiosidad por saber qué le ha parecido el paseo a su nueva y encantadora parienta.
Pasos y puerta (tres veces).
MARÍA ANTONIETA: ¡Oh, señor! He asistido a una fiesta que jamás olvidaré en mi vida; hemos hecho nuestra entrada en París.
REY: Y por lo visto estáis satisfecha. ¿Os ha gustado la ciudad?
MARÍA ANTONIETA: Oh, la ciudad es encantadora, señor…
REY: ¿Y cómo os ha recibido Brissac?
MARÍA ANTONIETA: El Mariscal es gentilísimo, ¿no es verdad, Luis?
LUIS: Es gentilísimo, señor.
MARÍA ANTONIETA: Hemos recibido todos los honores imaginables. Pero a pesar de ser tan agradable todo esto, lo que más me ha conmovido ha sido la ternura y el sentimiento del pobre pueblo, que estaba loco de alegría al vernos. Cuando pasábamos por las Tullerías había una multitud tan grande que durante tres cuartos de hora no pudimos ni avanzar ni retroceder.
REY: Se ve que los impuestos no son tan pesados.
LUIS: Oh, señor, los impuestos… (Se calla bruscamente.)
MARÍA ANTONIETA: Al regresar del paseo tuvimos que salir a una de las terrazas de las Tullerías. No podría deciros los transportes de júbilo de que fuimos testigos en aquellos momentos.
Murmullo de multitud.
VOCES: (Gritando.) ¡Viva el Delfín! ¡Viva la Delfina! ¡Viva el Rey!
Aplausos.
MARÍA ANTONIETA: Parece un mar… La gente se mueve de una manera que, desde aquí, parecen olas marinas. ¿No os parece maravilloso, señor de Brissac?
BRISSAC: Es un espectáculo maravilloso, en efecto, y me honro ofreciéndoos este homenaje.
MARÍA ANTONIETA: Hay mujeres con los niños en brazos. Mirad, Luis, cuántos niños… ¡Luis…!
BRISSAC: Vuestro esposo está en el otro extremo de la terraza.
MARÍA ANTONIETA: ¡Ah!
BRISSAC: Pero no os aflijáis, señora. Ved, doscientos mil parisienses están enamorados de vos.
MARÍA ANTONIETA: Oh, señor de Brissac…
Pausa. Aplausos y gritos.
MARÍA ANTONIETA: Deberíamos ponernos en camino para el regreso, ¿no os parece? Preguntadle al Delfín.
BRISSAC: El Delfín acatará vuestras órdenes, señora. ¿Vamos?
Cortina musical: Gluck, “Ifigenia en Aulis”.
REY: ¿En qué pensáis, hija mía?
MARÍA ANTONIETA: Estaba recordando la escena, señor. Será inolvidable para mí. Antes de retirarnos tuvimos que saludar muchas veces con la mano a la multitud, que manifestó entonces un gran alborozo. Me siento feliz de haber cautivado la amistad de todo un pueblo a tan poco precio.
Cortina musical: Gluck, “Ifigenia en Aulis”.
RELATOR: María Antonieta de Austria, hija de la Emperatriz María Teresa y esposa del Delfín Luis, siente que ha conquistado París, capital y corazón de Francia. La multitud la adora, pero ella adora la vida mundana de los círculos aristocráticos, y cuando vuelve a París es sólo para frecuentar los salones y los teatros en busca de entretenimiento para sus veinte años. En Versalles, el círculo familiar la hastía. Las múltiples intrigas que giran alrededor de la señora de Dubarry la envuelven en una maraña desagradable. En París, en cambio, los jóvenes aristocráticos la rodean y la halagan, y sólo piensan en divertirse. Los bailes, los juegos, el teatro, la música…
Cortina musical: Gluck, “Ifigenia en Aulis”.
RELATOR: La música seria no atrae demasiado a María Antonieta, pero le atrae un músico serio que acaba de llegar a París, invitado por ella. Se llama Christoph Willibald Gluck, y ha sido en otro tiempo su maestro de canto en Viena. Es sesentón, pero tiene un espíritu ligero y sabe agradar, de modo que la Delfina ha tomado como cosa suya hacerlo triunfar en París. Ah, ¿pero no sabéis? Gluck estrenará dentro de pocos días su última ópera titulada “Ifigenia en Aulis”.
Cortina musical: Gluck, “Ifigenia en Aulis”.
GLUCK: ¿Creéis que nos recibirá la Delfina, señor de Mercy?
MERCY: ¿Cómo podéis dudarlo, señor Gluck? Vos sois su músico predilecto, su antiguo maestro de música, y además –no se lo digáis a nadie– el pretexto de la Delfina para desafiar a la corte y probar sus fuerzas. Por lo demás, venís conmigo, y a mí no podría dejar de recibirme. A primera vista soy el embajador de la Emperatriz María Teresa ante la corte de Francia, pero en verdad soy su representante ante su joven hija. Confiad, que no tardará en llegar. Sospecho que alguna de las tías la entretiene en el boudoir contándole el último desplante de la señora de Dubarry.
GLUCK: Pero es que el tiempo apremia…
MERCY: Tenéis tiempo, señor Gluck, porque si no la esperáis y si no obtenéis su apoyo, os sobrará todo el tiempo de que dispongáis en París.
GLUCK: Es cierto. Pero tengo tantas dificultades y hallo tantos obstáculos… Aquí no gusta ahora nada más que la ópera italiana, y en parte por los desmesurados elogios de Rousseau, que ha tomado partido por ella. Yo quiero hacer otra cosa, y sé que convenceré al público.
MERCY: Al público le gustan los trinos y los pasajes floridos.
GLUCK: Yo no empleo los trinos, ni los pasajes floridos, ni las cadencias en las que son tan pródigas las óperas italianas. La lengua italiana, que los conduce a estos abusos tan fácilmente, no me resulta de ninguna utilidad a este respecto; sin duda tiene muchas otras ventajas. Pero he nacido en Alemania y por más que haya estudiado la lengua italiana –y también la francesa– no creo que me sea posible apreciar las delicadas distinciones que pueden hacer preferir una lengua a la otra, y soy de opinión de que los extranjeros deberían abstenerse de juzgar entre ellas. Creo que me será permitido, sin embargo, decir que aquella que se acomode más a mi estilo ha de ser la que ofrezca al poeta los más variados medios de expresar las pasiones; y esta es la ventaja que creo haber encontrado en los versos de la ópera “Ifigenia”, cuya poesía me pareció tener toda la energía necesaria para inspirarme buena música.
MERCY: Coincido con vos. Los versos del libreto de Du Roullet son excelentes y convengo en que os ha facilitado el trabajo. Estoy seguro de que…¡Escuchad! ¡Ahí está la Delfina!
Puerta que se abre y se cierra.
MERCY y GLUCK: ¡Señora!
MARÍA ANTONIETA: Amigos míos, perdonadme si os he hecho esperar. He escuchado una larga conversación sobre mil importantísimas cosas que no me importan.
MERCY: Acaso os importen… Tengo la esperanza de que podáis sobrellevar la pesada carga de sonreír delante de la persona de que os he hablado.
MARÍA ANTONIETA: Oh, Mercy, no me habléis ahora de eso. Estoy contenta y no quiero volver a entristecerme esta mañana… ¿Qué os trae por aquí, señor Gluck? ¿Cómo marchan los ensayos de vuestra “Ifigenia”? Supongo que todo estará a punto. Sólo faltan pocos días para nuestro estreno…
GLUCK: De eso quería hablaros precisamente, señora. Ha surgido una contrariedad, y le han seguido otras muchas que sólo vos podréis resolver.
MARÍA ANTONIETA: Pues, ¿qué ha ocurrido, señor Gluck?
GLUCK: Imaginaos que la soprano ha tenido la infeliz idea de enfermarse precisamente hoy.
MARÍA ANTONIETA: No es tan grave. Supongo que podrá encontrársele una reemplazante.
GLUCK: ¿También vos, señora? ¿Podréis suponer que se puede enseñar su parte a una soprano en siete días? ¿Dónde encontrar la gracia y el ajuste que se necesitan para ese papel tan delicado? Es imposible… Necesito imprescindiblemente que posterguemos el estreno una semana por lo menos y que en vez del 13 lo hagamos el 19.
MARÍA ANTONIETA: No es tan grave. Naturalmente, puede hacerse, si lo juzgáis imprescindible.
GLUCK: El inconveniente es que todos se oponen. Se me ha contestado que se han distribuido todas las invitaciones para aquel día y que no es posible modificar la fecha por un detalle tan banal. Pero os aseguro que preferiría quemar mi obra antes que verla mal representada.
MARÍA ANTONIETA: Os ruego, señor Gluck, que no os apresuréis. Si lo deseáis, el estreno se realizará el 19 en cambio del 13. Dejadlo por mi cuenta.
MERCY: ¿Y no teméis, señora, que la nobleza…?
MARÍA ANTONIETA: Dejadlo por mi cuenta, he dicho. Aplaudirán conmigo.
Cortina musical: Gluck, “Ifigenia en Aulis”.
RELATOR: Todo corrió por cuenta de María Antonieta, que quiso triunfar una vez más en una corte en la que se la consideraba extranjera. Se impuso sobre todo, dominó todas las resistencias, y el 19 de abril de 1774 se estrenó en la Ópera de París “Ifigenia en Aulis”, en una sala en la que no faltaba ningún aristócrata de los que concurrían habitualmente al palacio. El público revelaba una gran curiosidad por el espectáculo, pero casi nadie perdía de vista el palco que ocupaba María Antonieta, esta vez, excepcionalmente, acompañada por el Delfín Luis.
Cortina musical: Gluck, “Ifigenia en Aulis”. Aplausos.
RELATOR: Puesto que los herederos del trono aplaudían con aire de desafío, mientras miraban al patio de butacas, no hubo más remedio que aplaudir, pues además vigilaba atentamente el Argos policíaco a quien la Delfina había encomendado la prevención de cualquier incidente. No faltaron quienes aplaudieron con auténtico y desinteresado entusiasmo, en tanto que otros execraron en su interior la ópera que acababan de escuchar. La polémica comenzó ese mismo día.
Cortina musical: Gluck, “Ifigenia en Aulis”.
ANA: ¿Escribís, señora?
MARÍA ANTONIETA: Sí, le estoy contando a mi hermana María Cristina los acontecimientos de esta semana. Mirad lo que digo: “¡Ha sido un gran triunfo, querida Cristina! El día 19 oímos ‘Ifigenia’; quedé arrobada, y aquí la gente no habla de otra cosa. Como consecuencia de este acontecimiento todos los cerebros de París parecen estar fermentando en forma increíble. Se producen disensiones y altercados, como si se tratara de una disputa religiosa; en la corte, aunque me expresé públicamente en favor de esta obra inspirada, se han formado dos bandos y tienen lugar debates de particular animación; y creo que en la ciudad las discusiones son más ardorosas todavía…”. Pero, ¿por qué me miráis tan seria?
ANA: Señora, no quería interrumpiros, pero he venido a comunicaros una mala noticia.
MARÍA ANTONIETA: ¿Qué pasa, pues?
ANA: Su Majestad el Rey ha regresado enfermo de la cacería, y su estado inspira muy serios temores. El Delfín os vendrá a buscar dentro de unos instantes para que lo acompañéis a la cámara real.
MARÍA ANTONIETA: Oh, es horrible…
ANA: Allí encontraréis seguramente a la Condesa de Dubarry…
MARÍA ANTONIETA: ¡Ah…!
ANA: Me permitiría rogaros que tuvierais presente las circunstancias y las palabras de vuestra madre Su Majestad la Emperatriz.
Cortina musical.
RELATOR: Pocos días después, los herederos del trono dejaron de acudir a la cámara donde moría lentamente Luis XV. La enfermedad que lo aquejaba se había manifestado en todo su horror: ¡la viruela! Y desde entonces, pareció necesario proteger sus vidas impidiéndoles el acceso al lecho del enfermo a cuyo lado velaba incansable –junto a las hijas del Rey– la Condesa de Dubarry, que asistía a los funerales de su propio poder.
Cortina musical trágica.
RELATOR: Mas tampoco la Condesa de Dubarry permaneció allí mucho tiempo. El confesor del viejo Rey exigió, para dar la absolución al moribundo, que comenzara por manifestar su arrepentimiento alejando a su favorita. La señora de Dubarry desapareció, y todavía exigió la Iglesia al enfermo una declaración pública de su arrepentimiento.
Murmullo apagado.
VOZ A: Ved, el Cardenal administra la comunión al Rey. ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar!
VOZ B: Ahora se dirige hacia acá… Va a hablar… ¡Silencio!
Cesa el murmullo.
CARDENAL: Señores, el Rey me encarga deciros que pide perdón a Dios por haberlo ofendido y por el escándalo que ha proporcionado a su pueblo. Y ha asegurado que si Dios le devuelve la salud, pensará en hacer penitencia, en sostener la religión y en aliviar a sus súbditos.
TODOS: ¡Amén!
Cortina musical trágica.
RELATOR: Un cirio encendido anunciaba desde una ventana que el Rey permanecía aún con vida. Todos los ojos estaban fijos en aquella señal, hasta que el 10 de mayo de 1774 fue apagado a las tres de la tarde.
Redoble, perdiéndose.
VOZ: (En primer plano.) ¡El Rey ha muerto! ¡Viva el Rey!
DOS VOCES: (En segundo plano.) ¡El Rey ha muerto! ¡Viva el Rey!
VARIAS VOCES: (En tercer plano.) ¡El Rey ha muerto! ¡Viva el Rey!
TODAS LAS VOCES: (En cuarto plano.) ¡El Rey ha muerto! ¡Viva el Rey!
Cortina musical trágica.
RELATOR: La que se mira en el espejo de su boudoir es María Antonieta, Reina de Francia.
23. 1774 – GOETHE CONCIBE Y CREA EL DRAMA DE WERTHER
Cortina musical: Gluck, “Orfeo y Eurídice”.
RELATOR: Wetzlar, 1772. Una pequeña ciudad de Nassau, no lejos de Francfort, es la sede de la Cámara Imperial del Sacro Imperio Romano Germánico. El Emperador se llama José II y comparte el trono con su madre, la augusta Emperatriz María Teresa.
Cortina musical: Gluck, “Orfeo y Eurídice”.
RELATOR: Es tiempo de paz. El Emperador José II ama la paz y sueña con introducir en su imperio cuantas reformas parezcan necesarias a la luz de la razón. El monarca no es tradicionalista sino, por el contrario, ilustrado, progresista, renovador: un monarca del siglo de las luces.
Ahora aprovecha esta época de paz para llevar a cabo algunos de sus proyectos. Quiere reorganizar la Cámara Imperial de Justicia, que funciona en Wetzlar. O, mejor dicho, que casi no funciona, porque hay bajo el polvo más de veinte mil procesos sin resolver.
Cortina musical: Gluck, “Orfeo y Eurídice”.
RELATOR: Wetzlar, 1772.
Murmullos, ruido de copas y risas.
VOZ A: ¡Qué bullicio! Todos están contentos aquí…
VOZ B: Es que este albergue parece ser el predilecto de los jóvenes. Hay otros en Wetzlar, pero los jóvenes prefieren éste, y aquí se reúnen. Es delicioso ver tanta alegría.
VOZ A: Sobre todo porque son casi todas personas de noble condición. Cualquiera de estos forasteros es, con seguridad, persona de calidad en su país.
VOZ B: Ciertamente. Conozco a algunos y lo son sin duda.
VOZ A: ¿Conocéis a aquel que está apartado de los demás, en aquella mesa junto a la ventana? Os diré que me intriga. Siempre melancólico, sólo de vez en cuando se lo ve en compañía de los demás jóvenes, y parecería como si prefiriera sus libros a la conversación y a las diversiones. ¿Sabéis su nombre?
VOZ B: Si, lo conozco. Es el Secretario de la Embajada del Ducado de Braunschweig, y se llama Carlos Guillermo Jerusalem. Un hombre muy notable para su edad, y con quien he hablado varias veces; y puedo deciros que antes de venir a Wetzlar ha estado en Wolfenbütel donde ha gozado de la intimidad de Lessing.
VOZ A: Ya me parecía a mí que era un hombre singular. Puedo decir que sólo con otro joven lo he visto reunirse y dialogar con vivacidad. Es… aquel que está en la rueda, en el sillón de respaldo alto, ¿lo veis?
VOZ B: Sí, y también lo conozco. Es diplomático también, secretario de la legación de Hannover. Se llama Kestner y es hombre sagaz.
VOZ A: Por lo visto, no hay en este albergue más que diplomáticos…
VOZ B: No, no todos. ¿Veis a aquel joven de hermosas facciones que está junto a Kestner, elegante y con cierta arrogancia en el gesto? Pues ese no es diplomático, sino un joven abogado de Francfort que ha venido a perfeccionar sus conocimientos jurídicos en Wetzlar.
VOZ A: ¿Sabéis quién es?
VOZ B: He oído decir que se llama Goethe.
Cortina musical: Gluck, “Orfeo y Eurídice”.
RELATOR: Goethe tenía por entonces 23 años y ya se advertía su temperamento un poco voluble, su mesurado apasionamiento, su clara inteligencia creadora. Su padre quería hacer de él un abogado, un brillante abogado que alcanzara a su hora altas dignidades en el Estado. Pero Wolfgang, aunque no desdeña del todo ese destino, ama apasionadamente la literatura y el arte, y se siente en posesión de ideas renovadoras por las que quiere luchar. Ha estudiado en Leipzig y en Estrasburgo, y en esta última ciudad ha descubierto el genio germánico expresado en la magnífica catedral gótica de la ciudad, obra de Erwin von Steinbach, a cuya tumba quiere que acudan los jóvenes alemanes para vitalizar sus tendencias nativas.
Rodean al joven Goethe muchos camaradas que comparten los ideales de ese movimiento que se llamará “Sturm und Drang”, esto es, ‘tormenta y agitación’. Dos de ellos –Merck y Schlosser– hablan ahora con él de los temas que les son gratos.
Cortina musical: Gluck, “Orfeo y Eurídice”.
GOETHE: Me entusiasman los números que acabáis de publicar del Noticioso Literario. Francfort os debe estar agradecida. Pero yo no soy un crítico digno de colaborar con vosotros.
MERCK: Vamos, sin duda queréis que os adulemos…
GOETHE: De ningún modo. Bien sabéis que no poseo ninguna de las cualidades indispensables para un verdadero crítico, carezco absolutamente de conocimientos históricos y sólo me he ocupado de algunas épocas literarias.
MERCK: Pero en cambio tenéis opiniones firmes sobre el arte y la literatura.
GOETHE: No del todo. Con frecuencia me descubro adoptando con demasiada facilidad las opiniones de los demás; y tengo más facilidad para pintar las cosas tal como deberían ser que para describirlas tal como son.
MERCK: No comparto vuestra opinión. Sin duda creéis que los literatos de hoy valemos menos que los de otro tiempo.
GOETHE: De ningún modo. Los literatos tienen estaciones que, como las de la naturaleza, reproducen periódicamente ciertos fenómenos; no se debería criticar ni elogiar una época literaria en su conjunto. Habría que guardarse de elevar demasiado a algunos talentos y de disminuir demasiado a los otros, pues a todos los ha hecho surgir el espíritu del tiempo. Si se recordara esta verdad, no se repetirían cada diez años las mismas lamentaciones siempre igualmente inútiles.
MERCK: ¿Veis que podríais ser un crítico excelente? Necesitamos vuestra ayuda y no podéis negárnosla.
GOETHE: Pues si insistís, tengo que repetiros que no puedo, amigos míos. ¿Queréis saber por qué? Estoy enamorado…
Cortina musical: Gluck, “Orfeo y Eurídice”.
RELATOR: El joven Goethe estaba enamorado, aunque ciertamente no por primera vez en su existencia todavía breve. Era sensible y apasionado y atraía siempre a su espíritu inquieto lo eterno femenino. Sin duda le atraían las mujeres; pero también él las atraía merced a un encanto sutil. Esta vez, sin embargo, Wolfgang no es feliz. Habíase enamorado de Charlotte Buff –a quien todos conocían por Lotte– que era la prometida de su amigo Kestner. Wolfgang no era feliz pero gustaba del inefable placer de saborear sus cuitas.
Cortina musical: Gluck, “Orfeo y Eurídice”.
GOETHE: No, seguramente no la conocéis; pero además os prohibo formalmente que digáis una palabra de todo esto a nadie. Y sobre todo os lo prohibo a vos, Merck, que no vaciláis en burlaros de todo.
MERCK: ¡Hasta del amor, joven enamorado!
GOETHE: Sí, hasta del amor, como Mefistófeles. Cuando pienso en él, su imagen se confunde con la vuestra, querido Merck.
MERCK: Y sin embargo no podéis suponer que me ría de vuestra desgracia…
GOETHE: No sabéis hasta qué punto es desgracia la mía. Lotte no será nunca mía. Cuando la conocí ya estaba prometida a Kestner, y ella espera casarse y ser feliz. Pero es tan adorable, que no me sustraigo a su compañía y sigo disfrutando con ella del rocío matinal, del canto de la alondra. Así quisiera pasar hoy, mañana, siempre…
Cortina musical: Gluck, “Orfeo y Eurídice”.
RELATOR: Goethe era desgraciado a su modo, exaltándose con el amor, enriqueciendo su espíritu con nuevas experiencias y aprovechando aquella plenitud vital para crear y expresar sus sentimientos. En cambio, muy cerca de él, en el mismo albergue y en ocasiones en la misma mesa, Carlos Guillermo Jerusalem languidecía de amor y comenzaba a convencerse de que su existencia carecía de objeto. Como Goethe, Jersusalem amaba a una mujer inaccesible, y día a día estaba más seguro de perderla irremisiblemente. ¿Qué haré sin ella?, parecía pensar, como pensaba Orfeo, como cantaba Orfeo…
Cortina musical: Gluck, “Orfeo y Eurídice”. Aria “Che faró senza Euridice”.
RELATOR: Esta angustia sublime que Gluck hacía expresar por entonces a su personaje, era acaso la angustia de Jerusalem, no la de Goethe, medido, equilibrado, clásico. Mientras soñaba con la dulce Lotte, Goethe trabajaba en su “Götz von Berlichingen”, y aún tenía serenidad para considerar los problemas de su futuro. Instábale su padre para que retornara a Francfort a establecerse como abogado, e instábale su amigo Merck para que abandonara Wetzlar y aquel amor puesto en quien no podía ser suya. Y efectivamente, Lotte se preparaba para contraer matrimonio con su prometido poco después. Goethe, muy dueño de sus actos, resolvió alejarse de Wetzlar, rumbo a Francfort.
Cortina musical breve: Gluck, “Orfeo y Eurídice”.
GOETHE: “Comencé a marchar a pie por la orilla del Lahn, para gozar de la belleza del país que riegan sus aguas. Me encontraba en una de esas situaciones que predisponen a las mudas impresiones de la naturaleza, y mi antiguo afán por reproducirla con la ayuda del lápiz se despertó en mí. Por casualidad tenía en mi mano izquierda un hermoso cuchillo de bolsillo, y una voz irresistible me impulsaba a arrojarlo a la ribera: si lo veía caer al agua mis ansias de artista se realizarían; si los juncos me impedían ver su caída, debería abandonar mis esfuerzos.
Ejecuté esta caprichosa fantasía tan rápidamente como había surgido en mi mente…”
Sonido de un cuchillo cayendo al agua.
GOETHE: “…y el oráculo, fiel a su naturaleza equívoca, fue oscuro. Las últimas ramas de mimbre me habían impedido ver cómo se hundía el cuchillito en el agua, pero había visto claramente cómo salpicaba a su alrededor.
Por fin llegué a Thal, una preciosa villa a la orilla del Rhin donde tenía su casa la señora de la Roche. Anunciado por Merck, fui recibido amistosamente, y allí permanecimos hasta que dio él la señal de partida. Entonces remontamos el Rhin en un yacht que se dirigía a Maguncia, y poco después llegaba a Francfort.”
Cortina musical: Gluck, “Orfeo y Eurídice”.
RELATOR: En Francfort comenzó a trabajar como abogado, reemplazando a su tío Textor, que había ingresado al Senado. El derecho le atraía, pero más le atraía la literatura. Su drama “Götz von Berlichingen” estuvo terminado muy pronto, y multitud de nuevos proyectos comenzaban a revolotear por su cabeza. Pero entonces…
Cortina musical: Gluck, “Orfeo y Eurídice” (fragmento dramático).
GOETHE: No podréis imaginaros la noticia que acabo de recibir.
MERCK: ¿De quién es esa carta?
GOETHE: De Kestner. ¿Os acordáis de él?
MERCK: Ciertamente. ¿Le ha ocurrido algo a Charlotte?
GOETHE: No a Charlotte, sino a otro amigo de Wetzlar de quien creo que hablamos alguna vez. Jerusalem se ha suicidado.
MERCK: Es increíble. ¡Pobre joven! Habrá querido que su amada reparara en él.
GOETHE: No os burléis, Merck. ¿Os da lo mismo el amor que la muerte?
MERCK: Como a Mefistófeles… Pero no riamos. Decidme, ¿qué os dice Kestner de ese episodio?
GOETHE: Su narración es circunstanciada y trágica. Jerusalem estaba agobiado por el dolor; vos sabéis, Merck, estaba, como yo, enamorado de una mujer que no podría pertenecerle nunca, pero su amor era mucho más vehemente, más trágico, y su humor mucho más sombrío.
Cuando tuvo la certeza de que no podría dominar sus sentimientos, decidió poner fin a su vida. Kestner recibió una esquela brevísima en la que le pedía sus pistolas, y lo justificaba agregando: “para un viaje que tengo resuelto hacer”. Ese viaje, amigo mío, era el último.
Una noche, después de cenar, mandó al mozo que empaquetase todo; rompió muchos papeles y pagó algunas deudas. Toda la noche siguió revisando y quemando papeles, y escribiendo algunas cartas, y entre ellas una a su amada.
JERUSALEM: “Ya están cargadas… ¡las doce! … Ea, pues… ¡Charlotte, Charlotte, adiós, adiós…!”
Un estampido.
GOETHE: Por la mañana, a las seis, entró el criado con luz, y halló a su amo en el suelo, en un charco de sangre. A su lado estaba la pistola. Al mediodía expiró, y a eso de las once se lo sepultó en el sitio que había escogido.
Cortina musical: Gluck, “Orfeo y Eurídice”.
GOETHE: “La muerte de Jerusalem, provocada por el desgraciado amor que alentaba por la esposa de un amigo, me arrancó de mi sueño. Veía yo que mi situación presente era análoga a la suya, y me puse al trabajo con una pasión que no me permitía distinguir entre la realidad y la invención. Me aislé totalmente y no recibí ninguna visita, mientras procuraba alejar de mi pensamiento todo lo que no tenía relación con mi obra. Entonces, sin ninguna labor previa, me puse a escribir, y en cuatro semanas concluí ‘Las cuitas de Werther’.”
Cortina musical: Gluck, “Orfeo y Eurídice”.
MERCK: Otro día hablaremos de Petersburgo, Wolfgang. Ahora quiero saber qué habéis hecho durante todo este tiempo, porque he oído decir que nadie os ha visto durante varias semanas, y que escribíais con total abstracción del mundo.
GOETHE: Es cierto, Merck. Ved mi obra.
MERCK: (Leyendo.) “Las cuitas de Werther”… No conocía este proyecto vuestro.
GOETHE: Pues lo conocéis, y aun conocéis los personajes, la intriga y el desenlace. Werther, amigo mío, no es otro que el desgraciado Jerusalem.
MERCK: El suicida… Es casi una improvisación vuestra sobre la realidad…
GOETHE: He compuesto esta obra casi a pesar mío, como un sonámbulo, evadiéndome de los elementos huracanados en que estaba sumido, unas veces por mi propia falta, y otras veces por las de los demás. Luego, como después de una confesión total, me he sentido libre, alegre, y digno de comenzar una vida nueva. He aligerado el ánimo convirtiendo en poesía la realidad.
Cortina musical: Gluck, “Orfeo y Eurídice”.
RELATOR: “Las cuitas de Werther” vio la luz en Leipzig en 1774. Su éxito fue inmenso, porque expresó una forma de la sensibilidad que comenzaba a perfilarse, sobre todo, entre la juventud alemana. Como “La nueva Heloísa”, de Rousseau, “Werther” fue un llamado al sentimiento, a la libre espontaneidad, al desprecio por las viejas reglas literarias del siglo. Fue combatido acerbamente por unos y exaltado frenéticamente por otros. Porque se adivinaban en él los gérmenes de una revolución estética que, con el tiempo, daría nacimiento al Romanticismo. Goethe se adelantaba a su tiempo con su genio poderoso y sutil. Y en las páginas de “Werther” supo reunir su propia experiencia y la del infortunado Jerusalem, que consumó la tragedia.
Poco después, el suicida era un símbolo de la sensibilidad romántica.
24. 1804- EL HÉROE DE FRANCIA SE DESPLOMA EN EL CORAZÓN DE BEETHOVEN
Cortina musical: Beethoven, “Heroica” (fragmento de aire heroico); luego, disminuyendo y sigue de fondo.
RELATOR (En primer plano.): ¡Lodi…! ¡Arcole…! ¡Rivoli…!
NAPOLEÓN (En primer plano.): En quince días habéis conseguido seis victorias. Desprovistos de todo, todo lo ha suplido vuestro celo; habéis ganado batallas sin cañones, pasasteis ríos sin puentes, hicisteis marchas forzadas sin zapatos, habéis vivaqueado sin aguardiente y a menudo sin pan. ¡Sólo las falanges republicanas, sólo los soldados de la libertad eran capaces de pasar todo lo que habéis pasado vosotros!
RELATOR (En primer plano.): ¡La libertad…!
Cortina musical: Beethoven, “Heroica” (fragmento de aire heroico), sube el volumen y luego se interrumpe.
RELATOR: Napoleón Bonaparte ha aniquilado en Italia el poder austríaco. La República surge en Italia, como el primer fruto de una promesa para toda Europa. Europa se conmueve, se sacude ante el ímpetu del guerrero de la libertad. Inglaterra tiembla cuando lo ve partir para el Egipto y sortear la flota de Nelson.
Cortina musical: Beethoven, “Heroica” (fragmento de aire heroico), luego, disminuyendo.
RELATOR: (En primer plano.): ¡Las Pirámides…!
NAPOLEÓN (En primer plano.): ¡Soldados! ¡Desde estas pirámides, cuarenta siglos os contemplan…!
Cortina musical: Beethoven, “Heroica” (fragmento de aire heroico), sube el volumen y luego se interrumpe.
RELATOR: Pero Inglaterra se salva en Abukir y Bonaparte queda aislado de Europa. Un plan desaparece…
Cortina musical: Beethoven, “Heroica” (fragmento de aire heroico); luego, disminuyendo.
NAPOLEÓN: (En primer plano.) Un grano de arena detuvo mi suerte. Una vez tomado San Juan de Acre, el ejército francés hubiera volado a Damasco y Alepo; en un abrir y cerrar de ojos hubiera estado en el Éufrates. Seis mil drusos cristianos se le hubieran unido… ¡y quién puede calcular lo que de aquello hubiera resultado…! ¡Me hubiera sido posible llegar a Constantinopla y a la India! ¡Habría cambiado la faz del mundo!
Cortina musical: Beethoven, “Heroica” (fragmento de aire heroico), sube el volumen y luego se interrumpe.
RELATOR: Pero su sueño se desvaneció por un grano de arena… y la flota del Almirante Nelson. Inglaterra estaba otra vez de pie. Cuando Francia demostró que dominaba el continente, las dos potencias firmaron la paz en Amiens el 27 de marzo de 1802.
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”.
RELATOR: El héroe de Francia comenzó a ser el héroe de todos los amigos de la libertad en Europa. Se soñaba con la llegada de sus tropas, portadoras de los ideales republicanos. Empero Bonaparte comenzaba a ser ya el general afortunado, el victorioso, y por su corazón comenzaba a aparecer el sueño de la autocracia.
Quería la gloria y los honores. Quería ser el único. Y los que cedían a su autoridad concedían al triunfador, en holocausto, la libertad de Francia.
Murmullo de asamblea.
CHABOT: ¡Ciudadanos tribunos! En todos los pueblos se disciernen honores públicos y recompensas nacionales a los hombres que por sus acciones brillantes han honrado a su país o lo han salvado de grandes peligros. ¿Qué hombre tuvo jamás más derechos que el General Bonaparte al reconocimiento nacional? ¿Cuál, fuera a la cabeza del gobierno o al frente del ejército, honró más a su patria y le prestó servicios más señalados? Propongo que el tribunado adopte una decisión del siguiente tenor: “El tribunado emite el voto de que sea dado al General Bonaparte, Primer Cónsul de la República, un testimonio señalado del reconocimiento nacional:”
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”.
RELATOR: La proposición fue aceptada y se llamó a un plebiscito que dio una formidable mayoría en favor de la designación de Bonaparte como Cónsul Vitalicio. Agosto de 1802. Francia ya tiene amo.
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”.
RELATOR: Pero su estampa de libertador sigue siendo el sueño de Europa. Mientras busca el poder omnímodo en su patria, subsiste por algún tiempo fuera de ella la imagen de sus primeros años. Un músico alemán, casi de la misma edad que Bonaparte, deposita en él sus sueños de libertad. Se llama Ludwig van Beethoven. Ahora, mientras Bonaparte se hace designar Cónsul Vitalicio, él ha querido abandonar la corte de Viena y refugiarse en Heiligenstadt, una ciudad pequeña, próxima a una vieja abadía y rodeada de bosques.
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”, perdiéndose.
VOZ A: He oído en Viena que tus últimas obras son melancólicas, tristes…
BEETHOVEN: Muchos me creen rencoroso, apático, un misántropo… ¡Qué engañados están! No conocen el motivo que me hace tener esa apariencia… Mi corazón y mi carácter estuvieron, desde mi infancia, inclinados a los más dulces sentimientos y a la benevolencia. Pero ahora…
Cortina musical: Comienza sonido de flauta.
BEETHOVEN: …ahora no volveré a oír el tañido de las esquilas, ni el sonido lejano de las flautas…
Cortina musical: Se corta bruscamente el sonido de flauta.
BEETHOVEN: ¿No os dais cuenta…? ¡Soy sordo! ¡Soy sordo! Para mí acabaron los recreos humanos, las entrevistas agradables, las expansiones recíprocas. Es preciso que viva como un proscripto. Sólo me queda aguardar la muerte…
VOZ A: ¡La muerte…!
BEETHOVEN: ¿Qué? ¿No han muerto otros? ¿No acaba de morir, más joven que yo, Novalis, el poeta, el inmenso poeta…? A veces, en la niebla que envuelve mis oídos, me parece oír su palabra. Escucha…
NOVALIS:
“Morir es una actitud genuinamente filosófica.
La vida es el principio de la muerte.
La vida es por la muerte, que es, al mismo tiempo,
comienzo y fin, separación y unión.
Quien conciba la vida de otro modo
que como una ilusión que se aniquila a sí misma,
es aún prisionero de la vida.
Nuestra vida no es sueño,
mas tiene que volverse sueño.
La vida es el principio de la muerte.”
VOZ A: ¡Ánimo, Ludwig…! ¡La vida…! ¡La alegría…!
Cortina musical: Beethoven, Novena Sinfonía, “Himno a la Alegría”, en volumen muy bajo, luego subiendo y se interrumpe.
RELATOR: La vida y la alegría no abandonan del todo al músico. Cuando vence sus accesos de desesperación, vuelve a entregarse a la música, y seguirá haciéndolo hasta su muerte. Una música que sólo sonaba dentro de su espíritu y a cuyas modulaciones estaban cerrados sus oídos.
Cortina musical: Beethoven, “Sonata a Kreutzer”.
RELATOR: Por entonces compuso en Heligenstadt una sonata para violín y piano que dedicó al violinista Rodolfo Kreutzer, a quien había conocido en casa de Bernadotte. Pero ya se insinuaba en la mente de Beethoven la arquitectura sonora de una sinfonía de aire heroico, cuya inspiración provenía de la figura marcial de Bonaparte.
Durante todo el año 1803 y hasta la primavera de 1804, Beethoven trabaja en el homenaje a Bonaparte, al héroe de Lodi, de Arcole, de Rivoli, al domador de los autócratas, al portaestandarte de la libertad republicana. A un Bonaparte que ya no existía.
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”, allegro.
RELATOR: La Tercera Sinfonía ha sido concluida. 1804. Para escucharla por primera vez, ha reunido a sus invitados el Príncipe Lobkowitz en el Castillo de Raudnitz. Luces y caireles. Uniformes y capas. Reverencias. Y en presencia del Príncipe Luis Fernando de Prusia, que había combatido a la República en Champagne, comenzó a sonar la sinfonía dedicada a Bonaparte, portaestandarte de la libertad.
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”, allegro.
RELATOR: El portaestandarte de la libertad es ahora el amo de Francia. Ya es el amo casi absoluto de Francia. Y aún le parece poco. Bonaparte teme a los enemigos ocultos: a los antiguos republicanos, a Inglaterra, a los realistas. La policía no descansa.
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”, allegro.
FOUCHÉ: El aire está lleno de puñales…
Cortina musical breve: Beethoven, “Heroica”, allegro.
VOZ A: ¿Qué decís, señor Fouché?
FOUCHÉ: Eso os digo, amigo. Id y decidle al Cónsul que el aire está lleno de puñales.
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”, allegro.
VOZ B: El aire está lleno de puñales…
NAPOLEÓN: ¿Estáis seguro de que es ésa la opinión de Fouché? El lince conoce los reductos de sus piezas. Llamad a Réal.
Pausa.
RÉAL: Señor…
NAPOLEÓN: Réal… Como Jefe de Policía estáis obligado a saber más que ningún otro sobre los conspiradores. ¿Sabéis algo nuevo? Se dice que… el aire está lleno de puñales.
RÉAL: Señor, estaba en la antesala para comunicaros algunas noticias. Hemos detenido a algunas personas que nos han proporcionado informes valiosos.
NAPOLEÓN: (Impaciente.) ¡Hablad!
RÉAL: Hay una conspiración montada en Inglaterra contra vos, y comenzamos a tener los hilos en nuestro poder. Cadoudal parece ser el principal agente, y me consta que colabora con él el General Pichegru…
NAPOLEÓN: ¿Quién más?
RÉAL: Moreau…
NAPOLEÓN: ¿Quién más?
RÉAL: Un personaje enigmático que no puedo saber quién es.
NAPOLEÓN: Pues deberíais saberlo. Para eso os pago. ¿De qué clase…?
RÉAL: Un príncipe Borbón, quizá…
NAPOLEÓN: ¿Sospecháis de alguno?
RÉAL: El Duque de Enghien, tal vez…
NAPOLEÓN: (Como descorazonado.) Está bien… Jacobinos, ingleses, generales, realistas… (Violento.) Réal: ordenad inmediatamente la detención de Moreau.
RÉAL: Muy bien, señor.
NAPOLEÓN: Luego, haced prender a Pichegru. (Pausa.) Y a Cadoudal. En cuanto a Enghien…
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”, Marcha fúnebre.
COULAINCOURT: Señor, vuestras órdenes están cumplidas.
NAPOLEÓN: ¡Coulaincourt…! ¡Sois un bravo! ¿Cómo ha pasado todo?
COULAINCOURT: Señor, simplemente, como ordenasteis. La columna salió a marcha forzada hacia Ettenheim, entró en territorio de Baden, buscó al Duque de Enghien y lo condujo prisionero a París. Eso es todo.
NAPOLEÓN: ¡Bien, Coulaincourt! Por vuestra cuenta corre el final de este episodio. Comunicad a Murat que nombre una comisión militar para juzgar a Enghien. Esta misma noche. Que Hulin la presida. La condena debe ser capital. Que todo termine esta misma noche.
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”, Marcha fúnebre.
RELATOR: El complot de Cadoudal, con las presuntas conexiones, muchas de ellas fingidas, como la del desgraciado Duque de Enghien, precipitó la ambición de Bonaparte. Sus incondicionales comenzaron a trabajar activamente para que se le concediera la dignidad imperial, y el 18 de mayo de 1804 el Senado consagró el nuevo orden de Francia.
Murmullo. Se proclama el Senadoconsulto.
PRESIDENTE: “…por lo cual, el 28 de Floreal del año XII de la República, el Senado, Resuelve:
1º El gobierno de la República queda confiado a un emperador, que tomará el título de Emperador de los Franceses.”
Aplausos, gritos.
“2º Napoleón Bonaparte, actualmente Primer Cónsul, vitalicio, de la República, es Emperador de los Franceses.”
Aplausos, gritos.
“3º Declárase hereditaria la dignidad imperial.”
Aplausos, gritos.
SENADOR: Propongo que el Senado en masa se traslade a Saint Cloud para comunicar la resolución al Emperador.
Aplausos, gritos.
PRESIDENTE: “Y confíase al Segundo Cónsul Cambacérès la misión de saludarlo como tal en nombre del Senado.”
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”, entre el murmullo.
CAMBACÉRÈS: ¡Saludo a Vuestra Majestad Imperial!
Gritos, murmullos, etc.
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”, allegro, perdiéndose.
RELATOR: Toda Europa se conmovió ante la consagración del poder personal y autocrático de Napoleón. Movidas por Inglaterra, las más poderosas naciones se unieron en una alianza contra Francia. La hora de la guerra comenzaba otra vez, y Viena se preparaba para el ataque.
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”. Luego, cañones.
RELATOR: Septiembre de 1805. Ulm. Los austríacos son derrotados en Ulm. La llanura queda abierta y Viena se ofrece como presa. Los rusos pretenden acercarse para colaborar en la defensa, pero el Mariscal Murat se apresura. 12 de noviembre de 1805: El Mariscal Murat entra en Viena. El viejo imperio ha sucumbido y el nuevo Emperador Napoleón se instala en el Palacio de Schönbrunn. Sólo queda batir al ejército en retirada, que procura unirse a las fuerzas rusas.
Ruido de tropa al galope.
RELATOR: No hay un instante que perder. ¡Sobre ellos, soldados de Francia! ¡Ya tenéis a la vista los campos de Austerlitz…!
Cañoneo prolongado, perdiéndose. Tambores.
RELATOR: 3 de diciembre de 1805. Proclama del Emperador de los franceses Napoléon al Gran Ejército:
“¡Soldados! Estoy contento de vosotros. Habéis justificado, en la jornada de Austerlitz, todo lo que esperaba de vuestra intrepidez. Habéis decorado vuestras águilas con una inmensa gloria. Un ejército de cien mil hombres mandado por los Emperadores de Austria y Rusia ha sido deshecho o dispersado en menos de cuatro horas.
Cuando se haya cumplido todo lo que se necesita para asegurar la felicidad y la prosperidad de nuestra patria, os volveré a llevar a Francia. Allí seréis objeto de mi más tierna solicitud. Mi pueblo os volverá a ver con alegría, y bastará decir: ‘He estado en Austerlitz’, para que se responda: ‘He aquí un bravo’.”
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”.
RELATOR: Triunfaba el héroe de Francia sobre los campos de batalla. Pero en Viena su gloria se hacía añicos en el corazón de Beethoven que había apoyado en su imagen heroica las armonías de la Tercera Sinfonía. El músico estrenó “Fidelio” en la ciudad ocupada hacía siete días por Murat y doce días antes de Austerlitz. Los conquistadores estaban bajo sus ojos. El nuevo autócrata residía en el viejo Palacio de Schönbrunn. La gloria y la ambición habían aniquilado al héroe.
Cortina musical: Beethoven, “Heroica”, Marcha fúnebre.
EDITOR: Me llevo los originales, señor Beethoven. Vuestra Sinfonía es la más hermosa que he oído. Cuando la editemos se tocará por toda Europa. Y será un orgullo para el Emperador Napoleón que se la hayáis dedicado.
BEETHOVEN: Os equivocáis, amigo. Mirad el título. El héroe ha muerto. Mi Sinfonía se llamará tan solamente…“Heroica”.
25. 1828 – DOS LIBERALES EN LA ITALIA DE LA RESTAURACIÓN
Cortina musical: Beethoven, “Sonata a Kreutzer”.
Escena en un calabozo, en voz baja.
KRAL: Señor Pellico… Señor Pellico… Tengo una cosa para usted…
PELLICO: Hola Kral, me había quedado amodorrado… ¿Qué dice?
KRAL: Tengo aquí algo que me han pedido que le traiga; pero por Dios, léalo pronto, porque me juego la cabeza.
PELLICO: Deme, deme… ¿Quién se lo ha dado?
KRAL: No puedo decírselo, señor Pellico; me lo han pedido. Vamos, léalo usted.
PELLICO: Si casi no hay luz… Veamos… Es una hoja de la Gaceta de Augsburgo.
KRAL: Abajo está marcada una noticia que se refiere a usted.
PELLICO: ¿Dónde, dónde?
KRAL: Aquí. Mire usted.
PELLICO: ¡Ah! (Leyendo entrecortadamente.) “La señorita María Angela Pellico ha tomado hace pocos días el velo en el Monasterio de la Visitación en Turín. Es hermana del autor de ‘Francesca da Rimini’, Silvio Pellico, el cual salió recientemente de la fortaleza de Spielberg, indultado por Su Majestad el Emperador, rasgo de clemencia, dignísimo de tan magnánimo soberano y que alegró a toda Italia…”. ¡Oh, Dios mío! ¿Así que he salido de esta inmunda cárcel…? ¿Y por la magnanimidad del Emperador? ¿Oyes, Maroncelli? ¡Así se burla el tirano de la pobre Italia esclavizada!
MARONCELLI: ¿Sabíais lo de vuestra hermana?
PELLICO: No, ¡pobre hermana mía! Pero sé que deseaba hacerlo hace tiempo, y la desgracia la ha impulsado a apresurar su resolución. ¡Oh! (Solloza.)
KRAL: ¡Señor Pellico! ¡Señor Pellico! Por el amor de Dios, no llamemos la atención… Oigo pasos del centinela… Deme usted esa hoja y por Dios no le diga a nadie que se la he traído.
PELLICO: Nadie lo sabrá sino nosotros dos, Kral; nunca podré olvidar su buena acción.
Cortina musical: Beethoven, “Sonata a Kreutzer”.
La reja se abre y se cierra con llave.
PELLICO: Ya lo sabes, Maroncelli; he sido indultado por el Emperador y he salido de esta fortaleza de Spielberg. ¡Seguramente también he vuelto a Italia y he encontrado a mi patria libre de tiranos!
MARONCELLI: Tranquilízate, Silvio. Será una patraña más. Pero no puedo explicarme cómo ha podido aparecer esa noticia en Augsburgo.
PELLICO: Seguramente el rumor ha sido difundido en Turín –quizá ex profeso– y la Gaceta de Augsburgo la ha recogido de algún periódico torinés. En Turín creerán que yo estoy libre…
MARONCELLI: ¡Con tal de que no sea una insidia de la policía de Metternich para complicar a algunos compañeros!
Cortina musical: Beethoven, “Sonata a Kreutzer”.
RELATOR: Los compañeros de Silvio Pellico –a quien hizo famoso el relato que tituló “Mis Prisiones”– eran los liberales patriotas que luchaban en Italia contra los Habsburgo y los demás déspotas extranjeros. Buena parte de la península le había sido adjudicada al Emperador de Austria en las negociaciones que siguieron a la caída de Napoleón, y por los estados donde predominó se extendió la férrea autoridad de la policía de Metternich para aniquilar a los patriotas. Algunos, como los Carbonarios, se organizaron en sociedades secretas. Otros se lanzaron a la lucha abiertamente, y otros fueron perseguidos solamente por sus opiniones. Ser liberal o, simplemente, sospechoso de escasa devoción, eran motivos suficientes para ser perseguido u hostilizado de mil maneras. El elegante Ministro dirigía desde Viena la represión con inflexible energía.
Cortina musical: Beethoven, “Sonata a Kreutzer”.
RELATOR: En la fortaleza de Spielberg, entre otros muchos italianos prisioneros están Silvio Pellico y Pietro Maroncelli, dos poetas a quienes une la dulce amistad del cautiverio.
Cortina musical: Beethoven, “Sonata a Kreutzer”.
PELLICO: (Escribiendo.) “Spielberg… La ciudad de Brunn es la capital de Moravia. Pegado a sus murallas, al poniente, se alza un montículo sobre el cual se asienta la infausta Rocca de Spielberg, en otro tiempo mansión de los señores de Moravia, y hoy la más severa ergástula de la monarquía austríaca. Los franceses la bombardearon y no volvió a servir de fortaleza, pero se rehizo una parte del recinto y en ella cerca de 300 presidiarios, –ladrones y asesinos en su mayoría– cumplían condenas en grado ‘duro’ y ‘durísimo’. Nosotros, prisioneros de estado, estábamos condenados a prisión dura. Esto significa estar obligado al trabajo, llevar cadenas en los pies, dormir en una tabla desnuda y comer un rancho abominable.”
MARONCELLI: ¿Escribes, Silvio? Feliz de ti… El dolor no me deja en paz un instante.
PELLICO: ¿No te has sacado la piedra cáustica? Quizás el protomédico encuentre algún remedio más eficaz para tu mal.
MARONCELLI: Se fue sin decir nada.
PELLICO: Querrá estudiar el caso, pero aprobó cuanto había recetado el médico de la cárcel.
Se oyen pasos.
PELLICO: Alguien viene…
SUBINTENDENTE: Señor Maroncelli, ¿cómo siguen esos dolores?
MARONCELLI: Peor, cada vez peor. No sólo siento dolores en la rodilla sino en todo el cuerpo.
SUBINTENDENTE: Señor Maroncelli, permítame que le diga… El protomédico no se ha atrevido a explicarse delante de usted por temor a que le faltara ánimo. Pero no puedo dejar de decirle cuáles son sus conclusiones. Esa pierna…
MARONCELLI: ¿Cree usted…?
SUBINTENDENTE: Parece inevitable. Habrá que amputar.
PELLICO: ¡Es horrible, Pietro!
MARONCELLI: De otro modo, moriré, Silvio. Es necesario.
SUBINTENDENTE: Entonces daremos cuenta a Viena, y en cuanto llegue la autorización…
PELLICO: ¿Hasta en eso tiene que intervenir Viena?
Cortina musical: Beethoven, “Sonata a Kreutzer”.
MARONCELLI: No llores, Silvio. Todo acabará pronto. Yo… acaso cure… y tú pronto llegarás al fin de tu condena.
PELLICO: No lo sé, Pietro. Son siete años y medio, pero acaso calculen desde la fecha de la condena, no desde el día de mi prisión. Entonces…
MARONCELLI: Dime, Silvio, ¿cómo y cuándo fuiste detenido?
PELLICO: En octubre de 1820. ¿No te he contado nunca? Fue en Milán, cuando era yo secretario de Federico Gonfaloneri. Conspirábamos y estábamos en estrecha relación con los liberales de Piamonte, pero la policía no había logrado averiguar nada de nuestro movimiento. Pero una noche se anuncia un curioso concierto en el que debían competir, tocando las mismas obras, un violinista francés, Lafont, y nuestro Paganini. Fue inolvidable. Paganini arrancaba de las cuerdas sonidos inverosímiles cuando ejecutaba la “Sonata a Kreutzer”, y su inmensa superioridad quedó probada a los ojos de todos. Al concluir no pudimos contenernos. Mientras toda la sala daba vivas a Paganini, Gonfaloneri, el poeta Monti que nos acompañaba y yo, tras unirnos al homenaje al virtuoso, comenzamos a gritar: ¡Viva Italia! Un oficial austríaco nos hizo detener a la salida y comenzó poco después la peregrinación por la cárcel de Santa Margarita, los Plomos de Venecia, hasta dar finalmente aquí. Pero el recuerdo de la “Sonata a Kreutzer” perdura indestructiblemente en mis oídos.
Cortina musical: Beethoven, “Sonata a Kreutzer”.
RELATOR: Paganini era por entonces el insuperable virtuoso del violín. Su fama era inmensa pero tenía múltiples facetas. Mientras se lo ensalzaba sin reservas como ejecutante, solía agregarse que era seguramente ateo y que había vendido el alma al diablo: Más de una vez se le preguntó con aviesa intención qué clase de cuerdas usaba, como sospechando que las obtuviera en alguna oscura ceremonia de la noche del sábado. En verdad Paganini era solamente un librepensador, un liberal y patriota italiano, cosas todas éstas que bastaban para atraerse el odio de las clases dirigentes en la Italia de la Restauración. Lo odiaban pero les atraía su maestría insuperable. Un día, en Roma…
Cortina musical: Corelli.
UJIER: Señor Paganini, Monseñor el Cardenal–Jefe de Policía os espera en su despacho, y me ha encargado preveniros que os recibirá en compañía del señor Duque de Portalla.
Pasos y puertas.
PAGANINI: ¡Monseñor…! ¡Excelencia…!
CARDENAL: Encantado de veros, señor Paganini. Es una satisfacción para un prelado recibir a un hombre ilustre a quien el Santo Padre ha conferido la Orden de la Espuela de Oro.
PORTALLA: No es frecuente, señor Paganini, que su Santidad se acuerde de los músicos. A nuestro Mozart le fue concedida, y creo que a Gluck también…
PAGANINI: Efectivamente, Excelencia, y luego nada más que a mí.
PORTALLA: Es un insigne honor que merecéis, seguramente…
PAGANINI: Esa es materia sobre la cual mi violín responde por mí.
CARDENAL: No me canso de lamentar que no haya tenido ocasión de escucharos. Y no creo que os dignaréis tocar aquí para nosotros…
PORTALLA: ¿Aunque yo uniera mis ruegos a los de Monseñor?
PAGANINI: Os aseguro que no pensé en que quisierais que tocara el violín, pues si no hubiera traído el mío. ¿Os agrada verdaderamente el violín?
PORTALLA: Mucho. La música no nos está vedada a los políticos. Yo no comparto totalmente la opinión del General Suvorof. ¿Lo recordáis, Monseñor? Combatió en Italia…
CARDENAL: Lo recuerdo muy bien.
PORTALLA: Pues una vez, contestando a un oficial francés que consideraba la música como una cosa perniciosa, le oí decir: “En mi opinión, la música es una cosa útil; sobre todo la música ruidosa y muy especialmente la del bombo.”
PAGANINI: Era un espíritu verdaderamente musical el del General Suvorof.
PORTALLA: Pero en fin, señor Paganini, ¿condescenderéis a tocar el violín para nosotros?
PAGANINI: Tocaría con mucho gusto, pero no sé en qué violín.
CARDENAL: Os proporcionaremos uno, acaso indigno del vuestro. ¿Qué violín es el vuestro, señor Paganini?
PAGANINI: Un Guarneri, Monseñor, un incomparable Guarneri.
PORTALLA: Un Guarneri mágico, un Guarneri diabólico… En fin, por hoy tocad con éste. Será más mérito el vuestro si lo hacéis sonar.
PAGANINI: ¿Corelli?
CARDENAL: Corelli.
Cortina musical: Corelli (obra corta entera).
PORTALLA: Insuperable señor Paganini. Os esperamos en Viena. Decid que os ha invitado el Gran Duque de Portalla. Tenéis abiertos todos los caminos de Europa. Con sólo insinuar que me habéis visitado en Roma, podréis cruzar la ruta de los Alpes.
PAGANINI: Ha sido un insigne honor para mí haberos conocido, Excelencia, y os agradezco vuestra invitación. ¡Monseñor…!
Cortina musical: Corelli.
ANTONIA: ¿Te ha recibido bien, Nicolás?
PAGANINI: Es curioso, pero el Cardenal me ha tratado mucho mejor que todos los abades y sacristanes de Roma.
ANTONIA: Monseñor es un exquisito diletante. Pero aún no me has dicho si has tocado.
PAGANINI: Toqué un horrendo violín. Pero aun así le ha gustado mucho a un Duque de Portalla que estaba con el Cardenal y que me ha invitado a ir a Viena.
ANTONIA: ¡El Duque de Portalla! ¿Pero estaba en Roma el Duque de Portalla?
PAGANINI: Yo sé que acabo de dejarlo ahí dentro.
ANTONIA: ¿Pero tú no sabes quién es? El Duque de Portalla es el Canciller Metternich.
Cortina musical: Corelli.
CONDE: De modo, señor Paganini, Caballero de la Orden de la Espuela de Oro, que ya tenéis autorización para realizar vuestro viaje al norte. Esto, a despecho de vuestra descortesía: ya podría habérseos ocurrido escribir algunos himnos litúrgicos y ejecutarlos en la Iglesia.
PAGANINI: ¡Señor…!
CONDE: La voz angelical de vuestra esposa os ha servido de ayuda esta vez, y la benevolencia de Su Alteza el Duque de Portalla, Príncipe Metternich y Príncipe Kaunitz, os asegura una buena acogida en la capital de Su Majestad apostólica el Emperador Francisco. Mas, nada de pasos imprudentes, nada de lectura de libros peligrosos. Sacaos de la cabeza la peligrosa idea de que vuestro genio musical os hace ciudadano del mundo.
PAGANINI: ¡Señor…!
CONDE: En la región lombardo–veneciana no sois más que un súbdito de Su Majestad, y en Roma, estáis bajo la vigilancia del Cardenal–Jefe de Policía. En fin, aquí tenéis vuestros documentos. Buen viaje y no olvidéis mis recomendaciones.
Cortina musical: Corelli.
RELATOR: Paganini tocó en Viena en medio del entusiasmo general y subyugó a los amantes de la música con su virtuosismo inigualable. Pero muy pronto comenzaron a aparecer las insidias y a difundirse los antiguos rumores. Se lo llamaba carbonario, ateo, liberal, y se contaba de él, con horror, que se había opuesto resueltamente a que un sacerdote sumergiera su Guarneri en agua bendita para alejar al diablo. Pero el público le seguía fiel, aunque compartiera cierto extraño temor. Al fin, terminada su temporada, Paganini abandonó Viena y comenzó a recorrer diversas ciudades del Imperio. Poco después de haber salido Paganini de ella entraban en Viena…
Cortina musical: Beethoven, “Sonata a Kreutzer”.
Un coche en marcha y se detiene.
PELLICO: (Con respiración asmática.) ¿Dónde estamos, señor Noe?
NOE: Es la Dirección General de Policía. Pero no os preocupéis. Acordaos de que ahora sois huéspedes del gobierno de Su Majestad y no presos.
PELLICO: Yo creo más bien que soy un muerto.
MARONCELLI: Valor, Silvio, es sólo un poco de asma que pasará pronto. Entremos.
Pausa. Puertas.
NOE: ¡Walter! Avise al Director de Policía que he llegado con los detenidos italianos: Silvio Pellico y Pietro Maroncelli. Pero apresúrese, por favor. El señor Pellico viene muy enfermo y hay que disponer un alojamiento apropiado para él, mientras se llama con urgencia al Doctor Singer para que lo atienda.
PELLICO: ¡Ay!
NOE: Acompáñeme.
Pausa. Puertas.
NOE: Aquí puede usted recostarse un rato, señor Pellico. Yo volveré dentro de un instante con un médico.
PELLICO: Muchas gracias, señor, muchas gracias.
Puerta.
PELLICO: ¿Estaremos realmente en libertad, Pietro?
MARONCELLI: Estoy seguro, tranquilízate. Aquí se formalizará nuestro indulto. Dentro de poco volveremos a Italia.
PELLICO: ¡Italia…! ¡Italia…!
Cortina musical: Beethoven, “Sonata a Kreutzer”.
26. 1830 – EL ROMANTICISMO CONQUISTA PARÍS
Cortina musical:
RELATOR A: París, 1830. En los espíritus y en las calles, signos de tormenta.
Cortina musical: íd.
RELATOR B: “Preferiría aserrar madera antes que reinar a la manera del Rey de Inglaterra…”
RELATOR A: Éste era Su Majestad el Rey de Francia, Carlos X. Era ultramontano y se consideraba sacrosanto. Quería el absolutismo y el retorno a las tradiciones de la Edad Media, y por eso se hizo coronar en la Catedral de Reims. Pero entre la Edad Media y su tiempo mediaba… la Revolución Francesa. El pueblo llegó a odiarlo, pero odió aún más a su ministro, el Duque de Polignac.
Cortina musical:
RELATOR A: Los periódicos liberales agitaban el ambiente. Thiers y Guizot pregonaban que estaban vivos los principios defendidos por la revolución de 1789 y cantaban a la libertad con encendidas frases. Por su parte los periódicos realistas vociferaban contra esa libertad, que siendo tan escasa, parecíales excesiva. Los ánimos se caldeaban y la opresión se hacía intolerable. La censura se mostraba severa.
Cortina musical breve.
RELATOR A: Precisamente, Víctor Hugo acaba de toparse con ella. Son ya muchos los que admiran sus odas y los que descubren un aura renovadora en el largo drama sobre Cromwell que acaba de escribir. Son casi todos jóvenes como él, que no alcanzan a los treinta años, pero no falta algún hombre maduro entusiasmado de las tendencias románticas que representa. Sin embargo, la mayoría se resiste a las innovaciones y sigue prefiriendo la tragedia al gusto del siglo XVIII…
Cortina musical:
RELATOR A: Ahora prepara Víctor Hugo un nuevo drama basado en un episodio de ambiente español –muy romántico– de la época de Carlos V. Se llamará “Hernani”.
Cortina musical breve:
RELATOR A: Pero la censura funciona. El gobierno no puede tolerar un verso que dice:
“¿Crees tú, pues, que los reyes son para mí sagrados?”
Porque, ciertamente, Carlos X se creía sagrado después de haber sido ungido con los Santos Óleos en la Catedral de Reims, y el Duque de Polignac adivinaba la intención sacrílega de la frase. Sólo como una concesión especial se le permite que llame al Rey de España “indolente”, “insensato” y “mal rey”. Era todo un triunfo para los románticos. El drama se estrenará pronto… el 25 de febrero.
Cortina musical:
Desayuno. Cartas y papeles.
F: Víctor, aquí tienes Le Quotidienne y la correspondencia.
VÍCTOR HUGO: Anda, léeme esas cartas mientras termino el desayuno…
F: Ésta es de Benjamin Constant… (Lee pasando por encima.) Eeee… “¿Habrá manera de tener un palco, o al menos dos asientos en un palco? … Recibid el homenaje de mi admiración…”.
VÍCTOR HUGO: Pues ya van dos docenas de cartas pidiendo lo mismo…
F: Y hay más… El señor Thiers también quiere entradas para el estreno. Eso significa que están agotadas las localidades. Será un éxito, Víctor…
VÍCTOR HUGO: Sí, un éxito con muchos silbidos… ¿No se ocupa el periódico del estreno?
F: Sí, sí, mira lo que dice: (Lee.) “Se anuncia para mañana la primera representación de “Hernani”. No sabemos si las personas que, antes de ver y oír, se han declarado contra la obra, han formado una liga para precipitar su caída; pero es cierto que los amigos del autor se ocupan activamente de preservar de toda dificultad el éxito del drama. Es comprensible: consideran este asunto como una cuestión de vida o muerte para el romanticismo…”
VÍCTOR HUGO: (Riendo.) No están mal informados… No faltará ninguno, a pesar de que los han obligado a entrar al teatro cuatro horas antes de la función.
RELATOR A: Y no faltó casi ninguno. Encabezados por Teófilo Gautier, reconocible por la melena y el chaleco escarlata que ostentaba, se han situado estratégicamente Gerard, Borel, Balzac, Présult, Bouchardy, Laviron, Tolbecque y muchos otros…
TEÓFILO GAUTIER: Oye,,, No encuentro a Berlioz…
VOZ: Temo que no vendrá. Su sinfonía lo tiene absorbido, y está preparando la cantata para optar al Premio de Roma.
TEÓFILO GAUTIER: Pues él se lo pierde…
RELATOR A: Todos los demás están presentes, y dispuestos para la lucha. Ya es la hora y se apagan las luces. “Hernani” comienza. Ahora le toca entrar a Mademoiselle Mars que encarna a Doña Sol. Don Carlos está escondido en un mueble y poco después llega Hernani representado por Firmin. La expectación aumenta. El Rey descubre el idilio de Doña Sol con el jefe de los conspiradores, y ahora entra el noble Ruy Gómez, enclenque y enamorado de Doña Sol, con quien se propone casarse. Ahora descubre todo aquello… ¡Qué confusión! El Rey se da a conocer. El telón cae y los amigos aplauden a rabiar y se apaga un silbido que llegaba de la platea.
Aplausos y algún silbido.
RELATOR A: Ahora, comienza el segundo acto… Ésa es la casa de Doña Sol. Ése es el Rey, que deja apostados a sus hombres para que intercepten el paso de Hernani, mientras él se introduce en el aposento… ¡Atención!
Escena II
Don Carlos – Doña Sol
“DOÑA SOL: (Desde el balcón.) ¿Sois vos, Hernani?
DON CARLOS: (Aparte.) ¡Diablos! ¡No hablaré! (Da otra palmada.)
DOÑA SOL: Ya desciendo. (Cierra la ventana, de la que desaparece la luz. Un momento después se abre la pequeña puerta y sale Doña Sol con una lámpara en la mano y una manta sobre los hombros.) ¡Hernani!
Don Carlos baja el sombrero sobre el rostro y avanza precipitadamente hacia ella.
DOÑA SOL: (Dejando caer la lámpara.) ¡Dios mío! ¡Ése no es su paso! (Quiere entrar. Don Carlos corre hacia ella y la retiene por el brazo.)
DON CARLOS: ¡Doña Sol!
DOÑA SOL: ¡Ésa no es su voz! ¡Ah, desgraciada!
DON CARLOS: ¿Qué voz queréis, que sea más amorosa? Es también la de un amante y es un amante real.
DOÑA SOL: ¡El Rey!
DON CARLOS: Desea, ordena, ¡un reino para ti! Pues éste cuyos dulces lazos quieres romper, es el Rey tu señor; ¡es Carlos, tu esclavo!
DOÑA SOL: (Tratando de desprenderse de sus brazos.) ¡Socorro! ¡Hernani!
DON CARLOS: ¡Justo y digno espanto! ¡No es el bandido quien te tiene, es el Rey!
DOÑA SOL: No, ¡el bandido sois vos! ¿No os avergonzáis? ¡Ah! ¡Por vos me sube el rubor al rostro! ¿Son éstas las hazañas que harán hablar del Rey? ¡Venir de noche, a robar una mujer por la fuerza! ¡Mi bandido vale cien veces más! Rey, si el hombre naciera donde lo sitúa su alma, si Dios ordenara los rangos según la altura de sus corazones, seguramente vos seríais el ladrón y él el Rey!
DON CARLOS: (Tratando de atraerla.) Señora…
DOÑA SOL: ¿Olvidáis que mi padre era conde?
DON CARLOS: Yo os haré duquesa…
DOÑA SOL: (Rechazándolo.) ¡Idos! ¡Esto es una vergüenza! (Retrocede algunos pasos.) Nada puede existir entre nosotros, Don Carlos. Mi viejo padre derramó su sangre a mares por vos. Soy una hija noble y estoy celosa de esa sangre. ¡Demasiado para ser vuestra concubina, y demasiado poco para ser vuestra esposa!
DON CARLOS: ¿Princesa?
DOÑA SOL: Rey Carlos, a mujerzuela dedicad vuestros amoríos, de lo contrario, podré probaros muy bien, si osáis tratarme de una manera infame, que soy una dama.
DON CARLOS: Y bien, compartid, pues, mi trono y mi nombre. ¡Venid! ¡Seréis reina, emperatriz!…
DOÑA SOL: No, eso es un engaño. Y, por otra parte, Alteza, francamente, no se trata de vos, es necesario que lo diga: amo más vivir con él, con mi Hernani, mi rey, errante, fuera del mundo y de las leyes, teniendo hambre, sed, huyendo todo el año, compartiendo día a día su pobre destino: abandono, guerra, exilio, duelo, terror y miseria, que ser emperatriz.
DON CARLOS: ¡Qué feliz es ese hombre!
DOÑA SOL: ¡Pobre y hasta proscripto!
DON CARLOS: Qué bien hace siendo pobre y proscripto, puesto que le amáis. ¡Yo soy solo mientras que un ángel acompaña los pasos de él! ¿Me odiáis pues?
DOÑA SOL: No os amo.
DON CARLOS: (Tomándola con violencia.) Y bien, no importa que me améis o no. ¡Vendréis! Mi mano es más fuerte que la vuestra. ¡Vendréis, yo lo quiero! ¡Veremos si de nada vale ser Rey de España y de las Indias!
DOÑA SOL: (Debatiéndose.) ¡Oh, por piedad señor! ¡Vos sois Alteza, sois Rey! No tenéis más que elegir: condesas, marquesas o duquesas. Entre las mujeres de la corte siempre encontraréis un amor dispuesto a vuestro amor. Pero a mi proscripto, ¿qué le ha dado el cielo avaro? ¡Vos tenéis Castilla, Aragón y Navarra, León y Murcia y diez reinos más! ¡Los flamencos, y la India con sus minas de oro! ¡Tenéis un imperio mayor que el de ningún rey, tan vasto que en sus dominios jamás se pone el sol! ¡Y teniéndolo todo, queréis vos, el Rey, ¡pobre de mí!, separarme de él, siendo su única posesión!
Se arroja a sus pies. Él trata de arrastrarla.
DON CARLOS: Ven, no te escucho. ¡Ven! Si me acompañas te doy cuatro de mis Españas. Dí, ¿cuáles quieres? ¡Escoge!
Ella se debate en sus brazos.
DOÑA SOL: Por mi honor, ¡sólo quiero de vos este puñal! (Le arranca el puñal del cinto. Él la suelta y retrocede.) ¡Avanzad ahora! ¡Dad un paso!
DON CARLOS: ¡Ah, la hermosa! ¡Ya no puede extrañarme de que améis a un rebelde!
Quiere dar un paso y ella levanta el puñal.
DOÑA SOL: ¡Un solo paso y os mato y me mato! (Retrocede más. Se vuelve y grita con fuerza.) ¡Hernani! ¡Hernani!
DON CARLOS: Callaos.
DOÑA SOL: (El puñal levantado en alto). ¡Un paso y todo ha terminado!
DON CARLOS: Señora, ya que mi dulzura os ha llevado a este exceso, tengo, para forzaros, tres hombres de mi séquito…
HERNANI: (Surgiendo de pronto, tras él.) ¡Os olvidáis de otro!
El Rey se vuelve y ve a Hernani, inmóvil, detrás suyo, en la sombra, los brazos cruzados bajo la larga capa que lo envuelve y alzada la ancha ala del sombrero. Doña Sol da un grito, corre hacia Hernani y lo abraza.
Escena III
Don Carlos – Doña Sol – Hernani
HERNANI: (Inmóvil, los brazos siempre cruzados, los ojos resplandecientes fijos sobre el Rey.) ¡Ah! ¡El cielo es testigo de que de buena gana os hubiera ido a buscar más lejos!
DOÑA SOL: ¡Hernani, salvadme de él!
HERNANI: ¡Estad tranquila, amor mío!
DON CARLOS: ¿Qué hacen, pues, mis amigos en la ciudad? ¡Haber dejado pasar a este jefe de vagabundos! (Llamando.) ¡Monterrey!
HERNANI: Vuestros amigos están en poder de los míos, no reclaméis sus espadas impotentes… Por cada tres de ellos acudirán sesenta de los míos, cada uno de los cuales, vale por cuatro de los vuestros. Así, pues, arreglemos nuestra querella entre los dos, aquí. ¡Poner la mano sobre esta doncella! ¡Eso es de un imprudente, señor Rey de Castilla, y de un cobarde!
DON CARLOS: (Sonriendo con desdén.) ¡Señor bandido, de vos a mí no caben reproches!
HERNANI: ¡Os burláis! ¡Yo no soy rey, pero cuando un rey me insulta y además se burla de mí, mi cólera aumenta y me pone a su altura! ¡Cuidaos, el que me hace una afrenta teme el rubor de mi frente más que a una cimera de rey! ¡Sois un insensato si alguna esperanza os engaña! (Le coge el brazo.) ¿Sabéis cuál es la mano que os ciñe en este instante? Escuchad. Vuestro padre ha hecho morir al mío, ¡os odio!; me habéis desposeído de mis títulos y bienes, ¡os odio!; los dos amamos a la misma mujer, ¡os odio! ¡Os odio con toda mi alma!
DON CARLOS: Está bien.
HERNANI: Sin embargo, esta noche mi odio estaba ausente. Yo no tenía más que un deseo, una pasión, una necesidad: ¡Doña Sol! Acudía lleno de amor y os encuentro, infame, procurando raptarla. Os olvidaba y os ponéis en mi camino. ¡Señor, os lo repito, sois un insensato! ¡Don Carlos, habéis caído en vuestra propia trampa! ¡Ni huida, ni socorro! ¡Yo te tengo y te asedio! Solo, y rodeado de enemigos encarnizados, ¿qué harás?
DON CARLOS: (Con altivez.) ¡Vamos! ¡Me interrogáis!
HERNANI: No quiero que un brazo desconocido te lastime. No está bien que pierda la ocasión de vengarme. Nadie te tocará, a no ser yo. ¡Defiéndete, pues! (Saca una espada.)
DON CARLOS: ¡Soy el Rey, vuestro señor! ¡Heridme, no me bato!
HERNANI: ¡Señor, recuerda que aun ayer tu daga se cruzó con la mía!
DON CARLOS: Ayer lo podía hacer. Ignoraba vuestro nombre, ignorabais mi título. Hoy, compañero, sabéis quien soy y yo sé quien sois vos.
HERNANI: Quizá.
DON CARLOS: Nada de duelo. ¡Asesinadme! ¡Hazlo!
HERNANI: ¿Crees que para mí los reyes son sagrados? ¿Te defenderás?
DON CARLOS: ¡Me asesinaréis! (Hernani retrocede. Don Carlos fija sus ojos de águila sobre él.) ¿Creéis, bandidos, que vuestras viles gavillas podrán andar impunemente por las ciudades? ¿Que tintos en sangre, cargados de crímenes, podréis después haceros los generosos, y que nosotros nos dignaremos, víctimas engañadas, ennoblecer vuestros puñales con el choque de nuestras espadas? No. El crimen os posee y lo arrastraréis por todas partes. ¡Nosotros, duelos con vosotros! ¡Atrás! ¡Asesinad!
Hernani, sombrío y pensativo, aprieta algunos instantes con la mano el puño de su espada. Después se vuelve bruscamente hacia el Rey y rompe la espada contra las piedras del camino.
HERNANI: ¡No! ¡Vete! ¡Antes rompo mi espada! (El Rey se vuelve a medias hacia él y lo mira con altivez.) ¡Tendremos mejores encuentros! ¡Vete!
DON CARLOS: Está bien señor. Dentro de algunas horas entraré yo, vuestro Rey, en el palacio ducal: mi primer cuidado será buscar al fiscal. ¿Se le ha puesto precio a vuestra cabeza?
HERNANI: Sí.
DON CARLOS: Desde hoy os tengo por sujeto rebelde y traidor. Os advierto que os perseguiré por todas partes. Os haré desterrar del reino.
HERNANI: Ya lo estoy.
DON CARLOS: Bien.
HERNANI: Pero Francia está junto a España. Es un refugio.
DON CARLOS: Voy a ser Emperador de Alemania. Os haré desterrar del Imperio.
HERNANI: Como quieras. Tengo el resto del mundo desde donde os desafiaré. Hay más de un refugio donde no tienes poder.
DON CARLOS: ¿Y cuando el mundo sea mío?
HERNANI: Entonces me quedará la tumba.
DON CARLOS: Sabré descubrir vuestros insolentes complots.
HERNANI: La venganza es coja, viene a pasos lentos, pero viene.
DON CARLOS: (Riendo a medias, con desdén.) ¡Cortejar a la dama que adora este bandido!
HERNANI: (Vuelven a encenderse sus ojos.) ¿No piensas que aún estás en mi poder, débil y pequeño? ¡No me hagas acordar, futuro César romano, que si apretara esta mano demasiado noble, aplastaría antes que saliese del huevo tu águila imperial!
DON CARLOS: ¡Hacedlo!
HERNANI: ¡Vete! ¡Vete! (Se quita la capa y la arroja sobre los hombros del Rey.) Toma esta capa y huye, pues temo que los míos te apuñalen. (El Rey se envuelve en la capa.) Ahora parte tranquilo. Para mi venganza, alterada por todos menos por mí, tu cabeza es sagrada.
DON CARLOS: Señor, vos que así me habláis, ¡no me pidáis mañana gracia ni perdón!”
RELATOR A: Al día siguiente, el drama recién estrenado era el tema de todas las conversaciones. Unos optaban decididamente por la nueva escuela romántica y otros defendían a capa y espada la tradición académica. La resistencia a las nuevas ideas era vehemente, pero cuando Víctor Hugo se levantó a la mañana siguiente, leyó esta carta que lo colmó de orgullo:
VÍCTOR HUGO: “He visto, señor, la primera representación de Hernani. Ya conocéis mi admiración por vos. Mi vanidad se abraza a vuestra lira, vos sabéis por qué. Yo me voy, señor, y vos llegáis. Me encomiendo al recuerdo de vuestra musa. Una piadosa gloria debe orar por los muertos.” Chateaubriand…
Cortina musical.
RELATOR A: Durante cuarenta y cinco noches siguió representándose “Hernani”, y cada día se acentuó más y más la hostilidad de los partidarios de los académicos y reaccionarios contra Víctor Hugo, contra la estética romántica y contra el liberalismo. El poeta descubrió que estas dos cosas estaban unidas profundamente, y quiso destacarlo cuando escribió el prólogo a la edición de “Hernani”:
VÍCTOR HUGO: (Leyendo.) “El romanticismo, tantas veces mal definido, no es, después de todo, y ésta es la definición real, si no se lo considera más que bajo su aspecto militante, otra cosa que el liberalismo en literatura. Esta verdad ha sido ya comprendida por casi todos los buenos espíritus, y el número de ellos es grande; y muy pronto, pues la obra está ya avanzada, liberalismo literario no será menos popular que el liberalismo político. La libertad en el arte, la libertad en la sociedad, he ahí el doble fin al cual deben tender, con un mismo paso, todos los espíritus consecuentes y lógicos; he ahí la doble enseña que reúne, salvo muy pocas inteligencias (las cuales ya comprenderán) a toda esa juventud tan fuerte y tan paciente de hoy; y, junto a la juventud, y a su cabeza, la élite de la generación que nos ha precedido, todos esos sabios ancianos que, pasado el primer momento de desconfianza y de examen, han reconocido que lo que hacen sus hijos es una consecuencia de lo que ellos mismos han hecho, y que la libertad literaria es hija de la libertad política. Este principio es el del siglo, y prevalecerá. Los ultras de todo género, clásicos o monárquicos, inútilmente se prestarán socorro para rehacer el antiguo régimen en todas sus piezas, sociedad y literatura, pues cada progreso del país, cada desarrollo de las inteligencias, cada paso de la libertad, hará que se desplome todo cuanto ellos han construido. Y, en definitiva, sus esfuerzos reaccionarios habrán sido útiles. En revolución, todo movimiento hace avanzar. La verdad y la libertad tienen esto de excelente: que todo cuanto se hace en favor de ellas y todo cuanto se hace en contra de ellas, les sirve igualmente. Ahora bien, después de tantas grandes cosas que nuestros padres han hecho y que nosotros hemos visto, henos aquí libres de la vieja forma social; ¿cómo no habíamos de salir de la vieja forma poética? A pueblo nuevo, arte nuevo. Sin dejar de admirar la literatura de Luis XIV, tan bien adaptada a su monarquía, esta Francia actual, esta Francia del siglo XIX, cuya libertad trazó Mirabeau, cuya potencia creó Napoleón, sabrá encontrar su literatura propia, personal y nacional.”
RELATOR A: Los liberales colmaban el teatro… y la calle. El odio por Polignac y por el Rey crecía día a día, y desbordó cuando se promulgaron –el 25 de julio– las ordenanzas contra la libertad de prensa. El clamor se difundió durante el día siguiente y el 27 París amaneció sembrado de barricadas. Ese día Víctor Hugo comenzaba a escribir “Nuestra Señora de París”, mientras los Campos Elíseos se transformaban en campos de batalla.
Fondo de estampidos.
RELATOR A: Tres jornadas gloriosas pusieron fin al absolutismo de Carlos X, y un gobierno democrático se instaló en la Municipalidad de París.
Fin de los estampidos.
Cortina musical perdiéndose en murmullo de multitud.
VOCES: (Gritando.) ¡Viva la República! ¡Viva los Orléans! ¡Abajo Polignac! ¡Muera el absolutismo!
De pronto, silencio y aplausos generales. Más gritos.
VOZ A: Mira… Mira… ¿Quién es ése que sale ahora?
VOZ B: El Duque de Orléans, Luis Felipe, el hijo de Felipe Igualdad…
VOZ A: Mira… Ahora abraza al General Lafayette… Viva…
Cortina musical.
RELATOR A: Eugène Delacroix, en el que luego se encarnaría el romanticismo, tomaba los apuntes para su cuadro de la jornada del 28 de julio. Víctor Hugo seguía componiendo “Nuestra Señora de París”, y entre tanto Hector Berlioz procuraba que se estrenara su “Sinfonía Fantástica”, que tenía compuesta desde abril. El París de la Revolución tardaba en serenarse, y la temporada avanzaba. Al fin, el maestro Habeneck consintió en hacerse cargo de la partitura y anunció su estreno para el 5 de diciembre. En el salón del Conservatorio se dieron cita ahora otra vez todos los espíritus apasionados por la nueva estética, extravagantes algunos en sus vestimentas, entre las que llamaba la atención alguna capa española como las que llevaban los personajes de “Hernani”.
Una gran expectación reinaba en la sala, cuando a las dos en punto empuñó Habeneck la batuta y comenzó la ejecución de la “Sinfonía Fantástica”, de Hector Berlioz.
Ejecución de la “Sinfonía Fantástica”. Duración: 8’.
Aplausos, movimiento de gentes y murmullo.
VOZ A: ¿Qué os parece la sinfonía de Berlioz?
VOZ B: Es la extravagancia más monstruosa que pueda imaginarse…
VOZ A: ¿Os atrevéis a decir eso de esta obra piramidal, fosforecente, y verdaderamente volcánica? Ha sido un triunfo horrendo y furioso…
Cortina musical con los últimos acordes de la “Sinfonía Fantástica”.
RELATOR A: Franz Liszt premió al joven músico con sus mejores elogios. El romanticismo triunfaba en el París de 1830 sobre todos los frentes, mientras Luis Felipe, el Rey burgués, gobernaba pacíficamente aconsejado por los jefes del movimiento liberal. La burguesía respiraba tranquila y colgaba de sus chalecos cadenas de oro con vistosos dijes. El año 1830 concluía y una nueva era parecía comenzar.
Cortina musical: “Sinfonía Fantástica”.
27. 1854 – LAS FUERZAS ANGLOFRANCESAS SITIAN SEBASTOPOL
Cortina musical: Berlioz.
RELATOR: Londres, diciembre de 1854, mientras truena el cañón en Crimea.
Cortina musical: Berlioz.
RELATOR: Desde hace diez meses, Inglaterra está en guerra con Rusia. El Zar ha querido una vez más acorralar a Turquía, pretextando la defensa de los súbditos cristianos del Sultán, y se han levantado contra él Francia e Inglaterra. La guerra ha comenzado en marzo, y los contingentes aliados han aparecido poco después en las costas del mar Negro, dispuestos a entrar en acción.
Cortina musical: Berlioz (bélica).
RELATOR: Turquía es débil, pero las potencias occidentales protegen su debilidad para asegurar su propia expansión en el Mediterráneo oriental. Y les resulta intolerable que, por su parte, también el Zar quiera aprovecharse de su debilidad. La guerra era inevitable.
Cortina musical: Berlioz (bélica).
RELATOR: Tropas anglo–francesas desembarcaron en Crimea en septiembre y derrotaron poco después a los rusos a orillas del río Alma. Entonces comenzó el sitio de Sebastopol. Dos veces quisieron quebrarlo los rusos y atacaron las posiciones de los sitiadores en Balaklava y en Inkerman. Inútil. El sitio continúa. ¿Hasta cuándo?
Cortina musical: Berlioz (bélica).
RELATOR: La opinión pública comienza a inquietarse en Inglaterra. Llegan noticias inquietantes del frente y aún peores de la retaguardia. Hay disentería y cólera. Los políticos responsables se alarman. He ahí a Richard Cobden, miembro de los Comunes, que recibe una visita inesperada.
Cortina musical: Berlioz.
WHITE: ¿El señor Cobden?
COBDEN: El mismo. ¿En qué puedo servirlo?
WHITE: Soy Arthur White, del Times, y acabo de llegar de Constantinopla.
COBDEN: Ah… Encantado, señor White. Me complace mucho su visita. Siéntese, por favor.
WHITE: Gracias. ¿Conocerá usted al señor MacDonald?
COBDEN: ¿Se refiere usted al periodista del Times que ha llevado a Constantinopla los fondos recolectados para ayudar a los heridos?
WHITE: Exactamente. Yo soy su ayudante.
COBDEN: Ah…
WHITE: Hemos viajado con la señorita Nightingale y sus compañeras hasta Constantinopla, donde llegamos el 4 de noviembre.
COBDEN: Precisamente el día de la batalla de Inkerman…
WHITE: La víspera, mejor dicho.
COBDEN: ¿Y ya está usted de vuelta? Me gustaría saber qué ha ocurrido.
WHITE: Es exactamente lo que quería informarle, señor Cobden. El señor MacDonald, con quien he permanecido hasta fines de noviembre, consideró oportuno que volviera a Inglaterra para informar a la opinión pública sobre la trágica situación de nuestra retaguardia, y la señorita Nightingale apoyó su opinión. Por eso estoy aquí, y me he apresurado a visitarlo porque se anuncia una exposición de usted en los Comunes mañana.
COBDEN: En efecto. Mañana hablaré sobre la guerra de Crimea. Es un desatino que hay que corregir. Seguramente usted podrá proporcionarme algunas informaciones útiles.
WHITE: Es lo que quiero hacer, precisamente, si usted quiere escucharme.
COBDEN: Estoy impaciente por oírlo.
WHITE: La situación es pavorosa. Los servicios de intendencia han fracasado totalmente, y no hay alimentos ni medicinas. Esto es lo más grave. Nuestros soldados se mueren de manera alarmante. Es necesario hacer algo.
COBDEN: ¿Pero tan grave es la situación?
WHITE: Mil veces peor de lo que yo podría describirle. Cuando llegamos a Constantinopla nos entrevistamos con Lord Stratford –usted lo conoce, nuestro Embajador–, y la señorita Nightingale y MacDonald salieron desolados. Ignoraba lo que pasaba y quería destinar los fondos de la suscripción pública para erigir un templo protestante en Pera. Lo único que lo conmovía era la carga de la brigada ligera en Balaklava. Una desilusión. La señorita Nightingale resolvió no perder tiempo y nos fuimos todos a Escútari, donde está instalado el hospital más próximo al frente. Usted sabe, es un suburbio de Constantinopla, y con buen tiempo los heridos podrían llegar en cuatro o cinco días, pero nunca llegan antes de quince o veinte. El espectáculo es horroroso. Las autoridades turcas ni se ocupan ni sabrían hacerlo si se lo propusieran. Y las británicas…
Cortina musical: Berlioz.
FLORENCE: Doctor Hall, ¿podríamos visitar el guardarropas y el depósito de drogas? Esos serán nuestros principales puestos, yo creo…
HALL: Usted es un poco ilusa, señorita Nightingale. Ropas no tenemos excepto unas pocas sábanas de lona. Pero no se debe exagerar. El soldado no está acostumbrado a esas comodidades…
FLORENCE: Pero tiene frío. Hay enfermos graves, Doctor Hall. Yo los he visto tiritar. Y además, Doctor Hall, están sucios, horriblemente sucios. El hedor que despiden esas salas sórdidas colmadas de enfermos es insoportable, y nadie puede curarse en este ambiente. ¿No cree usted que muchas de esas cosas pueden remediarse con un poco de buena voluntad?
HALL: Es su juventud, señorita Nightingale, lo que le hace confiar tanto en sus fuerzas. Con el tiempo se acostumbrará. Si usted hubiera estado tanto tiempo como yo en el servicio sanitario vería que no es posible modificar estas cosas. Estamos en tierra extranjera, y el gobierno turco no se ocupa de nosotros. Y Londres está tan lejos…
FLORENCE: ¿Y no intentará usted nada, aunque siga viendo morirse a la gente…?
HALL: ¡Señorita Nightingale, le ruego que no olvide que soy el Jefe de los Servicios Sanitarios del ejército en campaña, y que usted está a mis órdenes!
FLORENCE: Exactamente, Doctor Hall. Pero para trabajar, no para resignarme a ver este horror con los brazos cruzados. (Cambiando el tono.) Doctor Hall, usted es un hombre bueno. Sólo le pido que nos facilite el trabajo a mis compañeras y a mí. Estamos dispuestas a todos los sacrificios y tenemos medios para mejorar la situación de estos desgraciados con los fondos reunidos en Inglaterra por suscripción pública. ¿Nos prestará su ayuda?
HALL: Haga usted lo que quiera, pero le ruego que no olvide los reglamentos ni las jerarquías. ¡Usted se las entienda con estas fieras!
Cortina musical: Berlioz.
WHITE: Comprenda usted, señor Cobden, cómo debe actuar la señorita Nightingale, y piense que es la única que procura mejorar esta horrible situación. A juzgar por lo que he visto durante estos veinte días, le sobran energías para superar las dificultades, pero surgirán otras nuevas, y es necesario ayudarla para que lleve a cabo la obra humanitaria que puede transformar los hospitales de Escútari, que hoy son un infierno.
COBDEN: Su propósito es muy noble, aunque tiene algunos inconvenientes por el momento. Ya sabe usted cómo se ha dividido la opinión británica con respecto a la guerra de Crimea. Yo creo que la alianza con Turquía es perjudicial desde todo punto de vista. Sus informaciones me serán muy útiles para apoyar mi proposición, que será concluir la guerra y apartarse de la alianza con Turquía. Cuando la ocasión sea propicia –acaso antes de un mes– solicitaremos el nombramiento de una comisión investigadora, y el gobierno tendrá que dar cuenta de sus actos.
Cortina musical: Berlioz.
RELATOR: Al día siguiente, Richard Cobden pidió la palabra en la Cámara de los Comunes y atacó con energía la política del gobierno frente a la situación de Oriente. Era un orador eficaz y vigoroso.
Sonido de ambiente de la Cámara. La voz de Cobden va subiendo de volumen hasta hacerse normal. Eco.
COBDEN: Eso es lo que se hace por el procedimiento que ahora seguimos en Turquía. Me atrevo a decir que estamos obligados a tomar el comando totalmente en nuestras manos porque no veo ningún poder ni ninguna autoridad administrativa en ese país en el que se pueda confiar. Si Turquía envía un ejército a Crimea, los enfermos son abandonados a la disentería y al cólera, y por carecer de servicios de intendencia sus soldados están obligados a mendigar un mendrugo en las tiendas de nuestros hombres. Menciono estas cosas como una prueba de que la cuestión de Oriente descansa sobre todo en la degeneración de esa raza. Nuestras tropas no tendrían que estar allí si la anarquía y la barbarie no reinaran en Turquía.
En Escútari hay un hospital donde se alojan algunos millares de nuestros enfermos. Son ingleses enfermos traídos desde Crimea, adonde han ido para defender a los turcos. ¿No podría esperarse que cuando esos miserables llegaran a la capital turca recibirían el cuidado fraternal y generoso de ellos? El pueblo inglés ha sido groseramente engañado acerca del estado de Turquía. Y jamás estado alguno ha provocado una decepción como esto.
Aplausos.
COBDEN: Si esto es cierto, ¿no estamos malgastando nuestro dinero y las preciosas vidas de nuestros hombres delante de Sebastopol, en una empresa que ni siquiera ayuda a solucionar las verdaderas dificultades?
VOCES: ¡Muy bien! ¡Muy bien!
Aplausos.
COBDEN: ¡Es extremadamente absurdo proseguir el sitio de Sebastopol, que nunca resolverá las dificultades, pero que en cambio envenena las relaciones con Rusia, que es el estado con el que hay que compartir el protectorado de esa región! ¿No sería mucho mejor, soñar que se planteara la solución sobre la base de la paz, que no dejarlo librado a la guerra, con la que no se puede avanzar una pulgada?
Aplausos.
COBDEN: Ya he aducido un ejemplo de la historia de este país… (La voz se va perdiendo.)
Cortina musical: Berlioz.
RELATOR: Los partidarios de la paz no pudieron imponer sus puntos de vista; pero la comisión investigadora que se nombró en enero del año siguiente dio en tierra con el gobierno y poco después era designado Primer Ministro el Vizconde Palmerston.
Entretanto, la señorita Nightingale seguía trabajando con tenacidad en el hospital de Escútari, pese a la resistencia de todos. Introdujo el orden y sobre todo los principios fundamentales de la higiene. El jabón y las toallas le importaban tanto como los medicamentos.
Cortina musical breve: Berlioz.
HALL: Pero, ¿puede explicarme, señorita Nightingale, para qué hacen falta a los enfermos esos cepillos…?
FLORENCE: Doctor, ¡para lavarse los dientes!
Cortina musical breve: Berlioz.
RELATOR: Hubo mejores alimentos y una atención más cuidadosa, hasta tal punto que en poco tiempo se notó una considerable disminución de la mortalidad. Pero su tarea no se limitó a Escútari. Cuando consideró que las cosas estaban allí bien encaminadas, Florence Nightingale decidió recorrer los hospitales de Crimea, próximos al teatro de la guerra. Muy pronto se notó su acción entre las tropas que sitiaban Sebastopol, la plaza rusa que resistía con heroico denuedo.
Sebastopol compendiaba entonces todos los intereses de Rusia. La ciudad sufría intensamente los efectos del sitio, pero sus defensores no abandonaban los baluartes desde los que se hacía fuego contra las posiciones enemigas. En uno de ellos está dirigiendo el tiro de una pieza el Subteniente León Tolstoy.
Cortina musical: Glinka. Fondo ininterrumpido de cañones.
TOLSTOY: Oye, Kaluguín, ¿habrá algo esta noche?
KALUGUÍN: Parece que se prepara una salida. Habrá que estar alerta.
TOLSTOY: ¡Mira, parece que empiezan a tirar de firme contra los alojamientos!
KALUGUÍN: Es un hermoso espectáculo. Muchas veces no se pueden distinguir las estrellas de las combas.
TOLSTOY: Sí, es verdad. Ésa la había tomado por una estrella; pero ahora va cayendo. Mira… ahí revienta… Y aquel lucero, allá abajo… ¿cómo se llama? Tengo ya tanta costumbre de ver esto que cuando vuelva a casa en el cielo estrellado me parecerá contemplar constelaciones de estrellas.
Arrecia el fuego. Luego, voces lejanas.
VOCES: Hurra, hurra.
KALUGUÍN: Mira, la cosa va de firme. Este ruido de la fusilería me sacude. Gritan ‘hurra’.
TOLSTOY: ¿Quienes gritan ‘hurra’, ellos o nosotros?
KALUGUÍN: No lo sé, pero seguramente se están batiendo cuerpo a cuerpo. No se oye ya la fusilería. Mira, ahí viene el ayudante del General.
GALTZIN: (Muy agitado.) ¿Dónde está el General, Subteniente?
TOLSTOY: En su despacho, mi Capitán. ¿Qué ha pasado, por favor?
GALTZIN: Han atacado los alojamientos y han comenzado a ocuparlos. Los franceses han hecho avanzar sus reservas, atacando a los nuestros… sólo había dos batallones nuestros.
TOLSTOY: ¿Y se han retirado?
GALTZIN: No; ha llegado a tiempo un batallón y los hemos rechazado, pero el Coronel ha muerto; y varios oficiales.
Cortina musical: Glinka.
RELATOR: En la retaguardia de los baluartes comenzaban a recibirse los heridos. En el hospital de sangre los heridos eran depositados en el suelo, mientras los médicos los revisaban y dictaban su diagnóstico a un escribiente.
MÉDICO: Iván Bogosef, fusilero de la 3° Compañía del Regimiento IV. Fractúra fémuris complicáta. (Pausa.) Dadle vuelta.
SOLDADO: ¡Ay, padre mío! Dejadme en paz.
MÉDICO: Vaya, vaya… A ver… Simón Neferdof, Teniente Coronel del Regimiento VIII. Perforatio cápitis. Tenga usted un poco de paciencia, Coronel. No hay medio, habrá que sondarle…
TENIENTE CORONEL: ¡En nombre del cielo, concluya usted de una vez!
MÉDICO: A ver, Sebastián Sereda. ¿Qué regimiento? Este no contesta. Escriba usted: Peforatio péctoris. No, no lo inscriba usted. Moritur. Llevárselo. A ver…
Cortina musical trágica: Glinka.
RELATOR: Sangre y dolor, de una y otra parte. El Conde León Tolstoy guardó un recuerdo imperecedero de aquella angustia de los días de Crimea, y supo inscribirlo en los relatos que publicó con el título de “El sitio de Sebastopol”, que le valieron rápida nombradía. Toda su obra fue luego un vigoroso clamor en favor de la paz y del amor humano.
Cortina musical: Glinka.
RELATOR: Y tras las líneas franco–inglesas, Florence Nightingale removía con energía insuperable cuantos obstáculos se oponían a su obra humanitaria. Ahora el gobierno inglés la apoyaba decididamente y sus esfuerzos rendían cumplidos frutos. Después de la paz, a mediados de 1856, volvió a Inglaterra donde fue acogida con veneración por todos.
Cortina musical: Berlioz. Murmullos de vivas y aplausos como detrás de una ventana cerrada.
VOZ FEMENINA: Mira, Florence… Una carta con el sello real… ¿Será posible?
FLORENCE: Déjame… Sí, es de la Reina… “Usted sabe cómo aprecio la devoción cristiana que usted ha demostrado durante esta guerra sangrienta, y no necesito repetirle la cálida admiración que despiertan sus servicios, que son equivalentes a los de mis queridos y valientes soldados, cuyos sufrimientos usted tuvo el privilegio de aliviar en forma tan piadosa. Sin embargo, estoy ansiosa de demostrarle mis agradecimientos, y por eso mando, junto con esta carta, un broche que conmemora su bendito trabajo y que espero que usted recibirá como prueba de la alta estima en que la tiene su soberana. Será una gran satisfacción para mí conocer a la mujer que ha dado tan gran ejemplo a nuestro sexo… Victoria.”
VOZ FEMENINA: Oh, Florence… (Sollozos.)
Cortina musical: Berlioz.
RELATOR: El broche representaba una cruz de San Jorge y la insignia real rodeada de diamantes. Una inscripción decía: “Benditos sean los piadosos.”
Cortina musical: Berlioz.
28. 1870 – EL ESPÍRITU ALEMÁN TRIUNFA EN EUROPA
Cortina musical: Wagner, “Muerte de Isolda” (fragmento prolongado). Luego aplausos, disminuyendo.
RELATOR (En primer plano): Así llega a su fin el estreno del drama lírico de Ricardo Wagner titulado “Tristán e Isolda”. Munich, 1865. En el pequeño estado bávaro, el Rey Luis II –sensible y sentimental– protege al músico desterrado y errante, al revolucionario de 1848. En su cartera hay ya abundantes partituras, pero empresarios y directores desconfían de sus concepciones revolucionarias. Franz Liszt cree en él, pero más cree Wagner en sí mismo. Es tenaz y tiene opiniones maduradas sobre la misión del teatro. He aquí lo que escribía algunos años antes en un ensayo titulado “La obra de arte del porvenir”:
“En el teatro se halla la semilla y el núcleo espiritual de toda cultura nacional poética y ética, ninguna otra rama artística puede florecer verdaderamente, ni menos cooperar en la educación del pueblo, mientras no se haya reconocido y garantizado el omnipotente auxilio del teatro.”
El teatro… Sobre la escena de Munich acaba de despertar la vieja leyenda de Tristán e Isolda.
Cortina musical: Wagner, fin de la “Muerte de Isolda”.
RELATOR: Aquella leyenda comenzó a animarse en el espíritu de Wagner cuando descubrió el encanto y la fuerza del sentimiento germánico, la belleza de sus tradiciones, el incontenible vigor de su impulso. El espíritu alemán despertaba…
Cortina musical: Wagner, fin de la “Muerte de Isolda”.
RELATOR: Pero aquella leyenda sólo se impuso a su espíritu cuando él mismo comenzó a sentirse víctima de un amor imposible y fatal como el de sus héroes. Protegido por los Wesendonk, Wagner se enamoró de Matilde; pero le repugnaba traicionar a su amigo y abandonó Zurich atribulado y dolorido. A la fuerza mágica del filtro todo debía rendirse, pero al amor humano debía resistir la voluntad moral, la capacidad de renunciamiento.
WAGNER: “Adiós mi bienamada… Me voy tranquilo. Dondequiera que esté seré eternamente tuyo. Haz de manera que puedas conservarme el Asilo. Adiós, amada mía…”.
Marcha de un coche.
COCHERO: Ya estamos en Ginebra, señor; dentro de poco llegaremos a vuestro alojamiento.
Pasos; una puerta que se cierra; una silla que se acerca a la mesa.
WAGNER: “Ayer me sentía profundamente desgraciado. ¿Por qué vivir aún? ¿Por qué vivir, pues? ¿Es cobardía, o es valor? ¿Por qué esta inmensa dicha para ser infinitamente desgraciado? La noche siguiente dormí con sueño tranquilo, y hoy me hallaba mejor. He encontrado una bonita cartera en la que conservaré tus cartas y tus recuerdos; lo que entre en ella no saldrá jamás; nada te será devuelto… sino después de mi muerte, a menos que me permitas encerrar todo conmigo en mi tumba. Mañana salgo para Venecia. Un deseo loco me atrae hacia ella y espero allí gozar el reposo absoluto…”
Diligencia.
WAGNER: “Hice el trayecto por el Simplón. Las montañas, sobre todo el valle de Wallis, me causaron una sensación de agotamiento. He pasado instantes bellísimos sobre la terraza de la Isola Bella. Una calma absoluta se apoderó de mí. Pasé la tarde en Milán y el 29 de agosto llegué a Venecia…”
Remos. Canción lejana.
WAGNER: “Estaba transportado, soñando que aquí no había prosperidad moderna, y por lo tanto tampoco bulliciosa trivialidad. La plaza de San Marcos me hizo una impresión magnífica. Nada produce aquí la sensación de la vida real: todo obra objetivamente, como una obra de arte. Quiero quedarme aquí, y esta voluntad se cumplirá. Aquí se acabará el Tristán, a pesar de las tormentas del mundo. Y con él, si puedo, volveré para verte, para consolarte, para hacerte dichosa. ¡Vamos, valeroso Tristán! ¡Vamos, valerosa Isolda! Asistidme, venid al socorro de mi ángel. ¡Aquí cesará de correr vuestra sangre; aquí curarán y se cerrarán las heridas!”
Cortina musical: Wagner, “Muerte de Isolda”.
RELATOR: Tristán e Isolda aguardó seis años para ser estrenado; en ese tiempo se curaron las heridas que el amor de Matilde Wesendonk había inferido en el corazón de Ricardo Wagner, y a su término comenzaron a abrirse otras nuevas. Fue como una nueva aurora en la vida del músico, apasionado a pesar de sus 52 años. Esta vez la luz irradiaba de la figura de Cósima Liszt, hija del músico y amigo de Wagner, a la que conoció en Munich. Y esta vez el filtro mágico obró su encantamiento fatal.
Cortina musical: Wagner, “Los Maestros Cantores”.
RELATOR: Wagner está instalado en Triebschen, cerca de Lucerna. Suiza le es cara y la aldea asomada al lago de Cuatro Cantones tiene un aspecto apacible. Cósima se ha reunido con él y asiste como embelesada a su creación. Pasean por el jardín seguidos por un hermoso perro de Terranova, y luego el artista se sumerge en su vasto mundo sonoro en el que “Los Maestros Cantores” están adquiriendo forma definitiva.
Cortina musical brevísima: Wagner, “Los Maestros Cantores”.
CÓSIMA: “Cuando contemplo nuestra pacífica existencia que, en vista del genio del Maestro puede muy bien ser llamada sublime, y siento al mismo tiempo que los sufrimientos que hemos padecido antes están grabados indeleblemente en nuestras almas, me digo a mí misma que la mayor alegría en la tierra es la visión, y que esa visión nos ha caído en suerte a nosotros, pobres criaturas.”
Cortina musical brevísima: Wagner, “Los Maestros Cantores”.
RELATOR: Esa visión dibuja ante los ojos de Ricardo Wagner formas dramáticas. Hasta hace poco era el tema de amor y de muerte de los viejos juglares, el del amor inexorable. Pero ya entonces se entrecruzaban con él las imágenes heroicas de otras viejas leyendas. ¿Cuál es el enigma del anillo de los nibelungos? El artista busca en su espíritu las notas predilectas, y el murmullo de la selva se entremezcla con el argentino son de las espadas de los guerreros germánicos.
Cortina musical: Wagner, “Sigfrido” (tema de la espada). Estampido de cañones, que se va perdiendo.
RELATOR: Pero los guerreros germánicos de 1866 usan también otras armas. El cañón truena en los campos de batalla, porque el ejército de Prusia se ha lanzado contra Austria. El Canciller de Prusia se llama Otón de Bismarck y es él quien inspira la acción del reino de Prusia que quiere sacudir la tutela austríaca. Es el 3 de julio de 1866.
Cañonazos.
RELATOR: En la batalla de Sadowa, el viejo imperio de Francisco José sufre un contraste militar, y el espíritu alemán –representado por Prusia– triunfa y florece en la nueva Confederación Germánica del Norte, dirigida por el César berlinés llamado Guillermo I de Hohenzollern. El espíritu alemán triunfa anunciándose con el estruendo de los cañones y el argentino son de las espadas.
Cañonazos, disminuyendo. Reaparece el tema musical de “Sigfrido”.
RELATOR: Wagner procura expresar las íntimas raíces del espíritu alemán en la tetralogía de “El Anillo de los Nibelungos”, en cuya creación trabajó con ardor en la pacífica aldea de Triebschen, cerca de Lucerna, y asomada al lago de Cuatro Cantones. Cósima –encajes y rosas bordadas– contempla al genio que suscita acordes antes no oídos. Pero no es su único testigo. Los visitantes acuden a Triebschen y entre todos…
Cortina musical: Wagner, tema de la “Cabalgata de las Walquirias”.
RELATOR: Entre todos hay uno que llama particularmente la atención, por sus ojos hundidos y su mostacho un poco extraño. Parece polaco, y se llama Federico Nietzsche. Ahora es asiduo visitante de los Wagner, porque reside en Basilea, donde ha comenzado a enseñar filología clásica, y desde allí se encamina con frecuencia a contemplar al genio y a conversar con él sobre altos problemas del espíritu. El tema suele ser el teatro, y Wagner asombra al joven profesor con su locuacidad y su saber, con sus opiniones arraigadas y definidas. Y cuando Nietzsche vuelve a su cuarto, se hunde en el estudio de los trágicos griegos y reflexiona sobre sus secretos, para desentrañar en ellos el sino del espíritu dionisíaco. Ahora lo busca en los orígenes de la tragedia… pero cuando lo escucha a Wagner le parece hallarlo pujante y amenazador envuelto en el espíritu alemán, flamígero, estentóreo…
Cortina musical: Wagner, tema de “Sigfrido”. Luego cañonazos.
RELATOR: 1870. El cañón prusiano comienza otra vez a escucharse, por inexorable designio de Otón Bismarck, Canciller de Prusia, a quien llaman ‘el Canciller de hierro’. Esta vez se dirigen hacia Francia, la Francia de Napoleón III y Eugenia de Montijo. Bismarck quiere hacer de la Confederación Germánica del Norte un imperio, el ‘Imperio Alemán’, pero necesita para eso algo más que un pretexto, una causa que haga de Prusia el paladín de todos los estados germánicos, una causa sagrada cuya bandera pueda enarbolar Prusia por intermedio de Guillermo I de Hohenzollern. El imperio debe advenir lleno de gloria, como una fatalidad inexorable, como un Apocalipsis anunciado por los cañones…
Cortina musical: Wagner, “Tannhäuser”.
RELATOR: ¡Wotan lo ha querido! La ocasión se presenta de improviso, gracias a la torpeza diplomática del Embajador francés en Berlín. Napoleón III apenas conoce su debilidad, y con motivo de un entredicho suscitado por la provisión del trono español, faculta a su Embajador para que exija garantías de prescindencia al César prusiano. Pero las pide torpemente, como si fuera fuerte y el adversario débil, cuando la realidad es exactamente la inversa. El César germánico rechaza la demanda y da por terminado el incidente, pero ‘el Canciller de hierro’ parece pensar otra cosa… Piensa, precisamente, que el incidente sólo acaba de comenzar. Un incidente providencial…
Murmullo de reunión.
BISMARCK: Señores, mi decisión está tomada. Ante la actitud de Francia, el sentimiento del honor nacional nos obliga, según mi opinión, a la guerra. Y si no escuchamos las exigencias de ese sentimiento, habremos perdido en el camino emprendido para lograr nuestro desarrollo nacional, todas las ventajas obtenidas en 1866, y volverá a entibiarse aquel sentimiento que se ha vigorizado con nuestros triunfos de ese año al sur del Main.
Estoy convencido de que el vacío creado durante el transcurso de la historia por las diferencias entre el sur y el norte, tanto en el sentimiento dinástico como en las costumbres, sólo puede llenarse mediante una guerra nacional contra un pueblo vecino que es, además, nuestro enemigo secular.
MOLTKE: Pero no nos ha agredido todavía, señor…
BISMARCK: No os preocupéis, Mariscal Moltke, porque ha de agredirnos, sin duda, en cuanto el Emperador reciba este telegrama que el Rey me ha autorizado a enviar. Vos conocéis el texto, pero leedlo para que lo conozcan vuestros camaradas…
MOLTKE: (Lee por encima, susurrado. Luego sube la voz.) Pero éste, señor, no es el texto que recibisteis de Su Majestad…
BISMARCK: Leed, os digo. El telegrama ha sido modificado ligeramente por mí, y se transmitirá en estos términos a París. Mañana es 14 de julio. Quiero agitar un trapo rojo delante del toro galo.
MOLTKE: (Lee.) “Ems, 13 de julio de 1870. Después que el gobierno español comunicó al gobierno imperial francés la renuncia del príncipe heredero de Hohenzollern, el Embajador francés en Ems ha presentado a Su Majestad el Rey la demanda de que lo autorizase para telegrafiar a París que S.M. el Rey se comprometía en lo futuro a negar su consentimiento en caso de que los Hohenzollern volviesen a presentar su candidatura. En vista de eso, S.M. el Rey se ha negado a recibir nuevamente al Embajador francés, habiéndole hecho comunicar por su edecán de servicio que S.M. no tenía nada más que participar al Embajador.” (Repite.) ¡Por el edecán de servicio…! Esto, señor, significa la guerra.
BISMARCK: Exactamente, Mariscal. Ahora comienza vuestra parte…
Cortina musical: Wagner, “Tannhäuser”.
RELATOR: El toro galo respondió como esperaba ‘el Canciller de hierro’. Las gentes exigieron la guerra en las calles. Y el Emperador, muy a su pesar, movilizó su ejército. Pero la Confederación germánica tenía ya sus tropas en la frontera: medio millón de hombres perfectamente preparados y organizados según un plan que el Estado Mayor de Moltke había elaborado en sus menores detalles. Todo estaba previsto, y las fuerzas alemanas ocuparon sus posiciones sorpresivamente, porque estaba en los cálculos del Estado Mayor transportarlas con ayuda de nuevos elementos que los ejércitos apenas habían usado: el ferrocarril…
Locomotoras y cañonazos.
RELATOR: El General Mac Mahon fue derrotado en Alsacia; el General Bazaine en Lorena; y las reservas del Emperador fueron deshechas en Sedan, cuando trataban de levantar el sitio de Metz. Todo en el mes de agosto de 1870. Sólo París resiste. La insurrección ha triunfado y han proclamado la Comuna. Pero están hambrientos los defensores y les faltan armas. El águila imperial empieza a agitar las alas y emprende vuelo hacia Versalles. Y en el salón que vio antaño el esplendor del Rey Sol, los príncipes, reyes, duques y margraves proclaman el 18 de enero de 1870 al Rey de Prusia, Guillermo I de Hohenzollern, Emperador de Alemania. Triunfa en Europa el espíritu alemán.
Cortina musical, Wagner, “Cabalgata de las Walquirias”.
RELATOR: Por entonces, o muy poco después, Nietzsche, el contertulio de Ricardo Wagner en Triebschen, escribía: “El espíritu alemán soberbio y sano, intacto de su profundidad y fuerza dionisíacas, reposa y sueña como un caballero echado y dormido en el fondo de un abismo inaccesible. De este abismo se eleva hasta nosotros la canción dionisíaca, para darnos a entender que aún hoy este caballero alemán sueña, en visiones bienhechoras y graves, su mito dionisíaco secular. Que nadie crea que el espíritu alemán ha perdido su patria mítica, si comprende tan claramente aún el canto de los pájaros que nos habla de esta patria. Un día se encontrará despierto y sentirá el fresco vigor de la mañana después de un sueño inusitado; entonces matará dragones, aniquilará los pérfidos gnomos y despertará a Brunilda, ¡y ni siquiera la lanza de Wotan podrá detenerle en su camino!
Cañones. Luego cortina musical: Wagner, tema de “El Crepúsculo de los Dioses”.
RELATOR: ¡La lanza de Wotan…! Pocos años más tarde, en el teatro construido ex profeso en la ciudad de Bayreuth, Ricardo Wagner estrenaba la sublime tetralogía de “El Anillo de los Nibelungos”. La representación duró cuatro días y concluyó el 17 de agosto de 1876 con “El Crepúsculo de los Dioses”. La lanza de Wotan…
Cortina musical: Wagner, “El Crepúsculo de los Dioses” con cañonazos de fondo.
29. 1873 – HEINRICH SCHLIEMANN RESUCITA LA ANTIGUA TROYA
Cortina musical.
SOFÍA: ¿Muy fatigado, Heinrich…?
SCHLIEMANN: Mucho, y muerto de calor… Por favor, dame un poco de agua fresca, y dispón que me preparen el baño. Este verano parece superior a mis fuerzas.
SOFÍA: Lo noto aquí más cruel que en Atenas… creo que la niña sufría mucho, sin embargo.
SCHLIEMANN: No podíamos traerla de ninguna manera. La pequeña Andrómaca está mejor en Atenas que en este desierto inhospitalario.
SOFÍA: A veces pienso si vale la pena el sacrificio que estás haciendo…
SCHLIEMANN: ¿Cómo no ha de valer? Sólo con lo que ya he hecho está justificado, y aún me queda mucho por hacer. Aunque no aquí. Eso está resuelto. Los turcos son insufribles y las posibilidades de estas excavaciones parecen agotadas. Troya quedará como está. Nosotros nos vamos a tu patria, y allí, en suelo griego, empezaremos a trabajar en Micenas. Todo irá mejor…
SOFÍA: Me alegra volver a mi patria, pero… ¿no te apena dejar este trabajo a medio hacer? Tu gran ilusión era, precisamente, esta sagrada ciudad que está bajo nuestros pies…
SCHLIEMANN: Esa era, sí, mi ilusión. Pero… basta ya. Hemos trabajado en la colina de Hisarlik durante tres años con 150 obreros; hemos descubierto la mitad de la ciudad antigua y la mayoría, si no todos, los monumentos de la Troya homérica. Hemos sacado 25.000 metros cúbicos de escombros e instalado un museo de maravillosas antigüedades en las profundidades de Ilión. Creo que es bastante. Ahora tú y yo estamos fatigados… y hartos de lidiar con el gobierno turco. Como hemos conseguido nuestro objeto, en parte al menos, podemos dejar esta labor sin pesadumbre.
SOFÍA: ¿Pasado mañana, entonces?
SCHLIEMANN: Pasado mañana, 15 de junio. Ya he dado las órdenes para que empiecen a embalar, y mañana será nuestro último día de trabajo en el palacio de Príamo…
Cortina musical.
RELATOR: El 15 de junio de 1873 debían terminar los trabajos de Heinrich Schliemann y de su esposa Sofía Spiro en la colina de Hisarlik, donde el entusiasta admirador de Homero buscaba afanosamente desde hacía tres años la sagrada ciudad de Ilión, la Troya bajo cuyos muros habían luchado tres milenios antes los héroes griegos que escucharon la voz del mensajero divino:
“Atiéndeme que soy de Zeus mensajero,
quien de lejos te observa con amor y piedad:
‘Que armes a los aqueos melenudos, y aprestes
íntegras a tus huestes: que la hora es venida
de sojuzgar a Troya, la espaciosa ciudad;
pues la junta de dioses lo otorga, persuadida
a los ruegos de Hera, y un espantable duelo
cierne ya su amenaza sobre el troyano suelo.’
Tal es su voluntad, y grábalo de suerte
que no se te disipe al punto que despiertes.”
Incendiada y destruida; sepultada luego por otra construida sobre el mismo solar, la Troya homérica había comenzado a resucitar al reclamo de la piqueta de Heinrich Schliemann, movida por un intenso amor, un humano deseo de gloria y un noble afán de demostrar el fondo histórico oculto en los poemas homéricos. Tres años de intenso trabajo habían dado como fruto el descubrimiento de impresionantes restos, que Schliemann se ufanaba de mostrar al curioso visitante.
Cortina musical.
SCHLIEMANN: Por aquí… ¡Cuidado…! Hay que triscar como cabras por entre estos escombros…
VISITANTE: Estamos pisando tierra sagrada, señor Schliemann.
SCHLIEMANN: Y venerables restos, que sin ser de la época homérica tienen muchos siglos de edad. Pero no había más remedio que demolerlos si queríamos llegar a la Troya de Príamo y Héctor. Por aquí, ahora… Le mostraré las ruinas en el orden en que fueron apareciendo.
VISITANTE: Me parece bien… Será la mejor manera de comprender su labor.
SCHLIEMANN: Ahora, estamos ya en el punto donde hinqué la piqueta por primera vez…
VISITANTE: Esta muralla me hace acordar…
SCHLIEMANN: Esta muralla es romana… En el primer momento, y llevado por mi entusiasmo, me cegué y supuse que estaba ya a la vista del palacio de Príamo. Pero pronto me convencí de mi error. Dé la vuelta por aquí… Aquí puede verse un nivel más bajo… La muralla que usted miraba descansa sobre esta otra… Fíjese… Fíjese qué construcción… Seis pies de espesor…
VISITANTE: Es maravilloso…
SCHLIEMANN: No se apresure a maravillarse porque estamos en los comienzos… No pierda de vista la muralla y sígame con cuidado… Baje por aquí, y verá… ¡Cuidado! (Pausa.) Bueno… ya estamos. Mire: La segunda construcción reposa a su vez sobre este otro muro…
VISITANTE: ¡Oh…!
SCHLIEMANN: Este muro tiene ocho pies y medio de espesor… y ahora creo que estamos en la Troya homérica… ¿No es subyugante esta labor?
VISITANTE: Me explico que le apasione su trabajo, porque ya comienza a apasionarme a mí también. Los restos… Pero… fíjese en ese pedruzco…
SCHLIEMANN: ¿Cuál? ¿Ése? No, no es un pedruzco, es un fragmento de vasija… Observe la decoración… Esto es la parte superior de una cabeza de lechuza… Palas Atenea nos acompaña…
VISITANTE: Este es mi primer hallazgo personal…
SCHLIEMANN: Pero no se envanezca… De éstos tengo centenares, algunos en muy buen estado de conservación. Pero lo que yo quisiera encontrar es algo mejor y más tentador… ¿Sabe usted…? Yo he sido minero, y el oro me atrae… ¿Sabe usted que en algún lugar bajo esta colina está enterrado el tesoro de Príamo? Si pudiera encontrarlo…
VISITANTE: Confío en que no interrumpirá los trabajos…
SCHLIEMANN: Se equivoca. Ha llegado usted el penúltimo día de mi estada en Hisarlik. He decidido proseguir mis investigaciones en Micenas. Esto no ofrece ya muchas esperanzas… Mire… Allí viene mi mujer. ¡Pobre Sofía…! No sabe usted con qué abnegación me ayuda en esta empresa. Pero es griega, y la mueve no sólo el afecto que me tiene, sino cierto secreto orgullo… ¡Hola, Sofía…! Nos alcanzaste…
SOFÍA: Estaba vigilando los preparativos de marcha. El armenio quiere revisar todo lo que hay en los fardos…
SCHLIEMANN: ¿Sabe usted? El gobierno turco nos ha puesto un inspector para que no nos llevemos nada… Pero el pobre infeliz se contenta con que yo le pague un sobresueldo de veintitrés piastras, y no molesta mucho… Ahora está disimulando delante de los demás obreros…
SOFÍA: Pues disimula con mucho disimulo, porque no deja bulto sin meter la nariz…
SCHLIEMANN: No te inquietes, y déjalo por mi cuenta. Peores cosas hemos tenido que pasar con otros funcionarios. Pero, sigamos… Sofía, le estaba mostrando a Míster Pack las ruinas del tercer muro…
VISITANTE: Ese es ya propiamente homérico…
SCHLIEMANN: No podría asegurarlo… La determinación precisa está llena de dificultades, y… usted sabe… yo no tengo a quién consultar… con quién discutir… fuera de mi buena Sofía… Pero mi único guía es Homero… ¿Ve usted? No me separo nunca de él y lo recorro todos los días… Donde estoy seguro no es aquí, pero cuando llegué a cierto punto… vamos, sígame por aquí… Este sendero es bastante bueno. Sofía, dame la mano… Así… Ahora, por aquí… Bien… No avancemos…
VISITANTE: Allí hay un muro…
SCHLIEMANN: Ya estamos en el punto neurálgico. Este muro lo descubrió un día uno de los guardas… ¿Quién fue, Sofía?
SOFÍA: Fotíadis, creo…
SCHLIEMANN: Sí, Fotíadis fue. Pues un día, Fotíadis descubre una trinchera de piedra caliza construida sin cal ni cemento. Yo creí que era del período helenístico y supuse que fuera el muro de Lisímaco… Pero tuve un presentimiento y comencé a dirigir mi atención sobre este punto. Empezaron aparecer urnas funerarias, vasijas de barro… Un día, una lanza de bronce… Entonces redoblé los esfuerzos. Esto fue hace poco, a principios de mayo. Un día aparecieron esas dos puertas…
VISITANTE: Aquellas de la izquierda…
SCHLIEMANN: Ésas… separadas entre sí por unos seis metros. Atrás empezaron a aparecer los restos de una casa… miles de objetos… cerraduras, vasijas, figuras de lechuza… Y cuando estudiamos esos restos… Avancemos un poco más… Allí… Entonces descubrimos que la primera construcción se asentaba sobre otra aún más antigua… Fíjese, ¿Ve…? He aquí los muros. ¿Observa bien esas manchas…? ¡Una casa incendiada…! ¿Se da bien cuenta, Míster Pack, de lo que le estoy diciendo…?
VISITANTE: Creo que alcanzo a comprender, pero…
SCHLIEMANN: Pues ahora va a comprender usted todo. Vamos, Sofía… Vamos a sentarnos debajo de esa encina y a su sombra vamos a descansar un rato sin perder de vista lo que acabamos de mostrarle a Míster Pack. ¿Así…? ¿Está usted cómodo…?
VISITANTE: Oh, muy bien… Se divisa todo perfectamente en su conjunto… Las puertas, la casa, el muro incendiado…
SCHLIEMANN: Pues entonces, escuche usted un poco… Sofía, comienza a leer el Canto VI de “La Ilíada”, desde el verso… 244. Toma…
SOFÍA: Ya está aquí… (Pausa.)
“En las Puertas Esceas, donde crece la encina,
se agolpan las mujeres e hijas de troyanos
pidiendo a Héctor nuevas de sus hijos, hermanos,
amigos y maridos. Pero él sólo atina
a encargarles que imploren a los dioses lejanos:
¡tal duelo les aguarda!
Llegado al opulento palacio del rey Príamo –los
pórticos bruñidos,
el ala de cincuenta alcobas, con pulidos
muros de cantería, que daban aposento
a sus cincuenta hijos y sus cincuenta esposas;
y al atrio, doce cámaras de techados y losas
donde sus castas hijas dormían con sus yernos–
halló a su noble madre que venía buscando
a su hija Laódice, la hija más hermosa.
Asiólo de la mano, y con afán materno:”
VOZ FEMENINA:
“¿Por qué dejaste, hijo, el combate nefando?
Sin duda los aqueos de nombre aborrecido
el cerco han reducido, y tu gran corazón
te mueve a recurrir con manos implorantes,
en lo alto de la Acrópolis, al augusto Cronión.
Yo el melífero vino traeré cuanto antes.
Brindarás a los dioses la sacra libación
y beberás el resto, pues vienes extenuado
de luchar por los tuyos, y en el vino hay virtud
que devuelve a los hombres la fuerza y la salud.”
VOZ MASCULINA:
“–No, madre honrada, apártame ese vino de miel,
que el valor y los ímpetus puedo dejarme en él,
y al Amo de las Nubes desparramar no debo
con las manos impuras las negras libaciones,
ni puedo presentármele mostrando estos manchones
del fango y de la sangre, que así yo no me atrevo.
Tú junta las matronas del pueblo; las esencias
aprontad e id al ara para implorar clemencia
de Atenea, señora del saqueo. Te humillas
ante la diosa de almas crenchas, y en sus rodillas
depositas el peplo de más estimación
que tengas en tus arcas, aquel que tú prefieras,
y doce añales vacas indemnes de aguijón
le ofreces, en espera de que nuestra ciudad,
las esposas, los niños, merezcan su piedad,
y se digne librar a la sagrada Ilión
del que así nos derrota, del sangriento Tidida.
Ve, pues, al santuario de la diosa guerrera.
Pausa con algún sonido (?).
VISITANTE: Las encinas… Aquellas son las Puertas Esceas… Aquel el palacio de Príamo… Los pórticos bruñidos…
SOFÍA: Cincuenta alcobas… doce cámaras…
SCHLIEMANN: Y allí la Acrópolis, y el Templo de Palas Atenea… Pero, la verdad, tengo algunas dudas acerca de la identificación de ciertos puntos. A veces me desaliento. Frank Calver afirma categóricamente que Troya pudiera estar situada en esta colina. Pero de esto sí estoy convencido… Y de que aquí está el palacio de Príamo. Pero, en fin, por el momento estas excavaciones quedarán interrumpidas después de mañana… ¿Qué les parece si volvemos a casa? Un poco de agua fresca sería muy grata ahora…
VISITANTE: Sí, ya es hora de que emprendamos el regreso. Yo tendré que volver a Atenas mañana mismo…
Cortina musical.
RELATOR: Esa noche, Heinrich Schliemann y su esposa descansaron en su humilde casa frente a la colina de Hisarlik, en cuyo techo anidaban las golondrinas. Estaban decididos a abandonar los trabajos dos días después, pero aún se prometían trabajar al día siguiente en el gran foso que habían hecho abrir, con un pequeño grupo de obreros que debía apuntalar y dejar en buenas condiciones las ruinas exploradas. Al amanecer del 14 de junio de 1873, se dirigieron a su trabajo y comenzaron la labor de la última jornada…
Cortina musical. Se oyen algunos golpes de pico y martillo en segundo y en tercer plano.
SCHLIEMANN: Ahora hay que sujetar bien aquel extremo… Quizá no sea suficiente un solo puntal. ¿Qué te parece…?
SOFÍA: Asegúrate sobre todo de que queden firmes las jambas de las puertas… Me parece que no tienen buen apoyo…
SCHLIEMANN: Ahora iré allá, pero antes quiero que terminen con este muro… Creo que por aquí… A ver… espera… Esto…
Cortina dramática.
SCHLIEMANN: (Voz nerviosa y baja.) ¡Sofía! ¡Sofía…!
SOFÍA: ¿Qué ocurre?
SCHLIEMANN: ¿Ves…? Eso es… oro.
SOFÍA: ¿Tú crees?
SCHLIEMANN: Estoy seguro… ¡Sofía…! No digas una palabra. Ahora, te alejas un poco y gritas: ‘¡Descanso!’.
SOFÍA: ¿A media mañana?
SCHLIEMANN: Es imprescindible que no quede nadie aquí. Gritas ‘¡descanso!’, y luego, como al descuido, le explicas al armenio que habíamos olvidado que hoy era mi cumpleaños. No se te olvide: hoy se pagará a todo el mundo sin que trabaje… Pronto…
SOFÍA: Está bien… (Se aleja y se la oye un poco lejos gritar ‘descanso’ dos o tres veces, alejándose.)
Pausa.
SOFÍA: No ha quedado uno. El tiempo les ha faltado para dejar las herramientas y encaminarse a sus tiendas.
SCHLIEMANN: Pues entonces, ven. Mira… Esto es oro… Con este cuchillo se puede sacar con cuidado. Pero… habrá más, más cosas… Estoy seguro… Sofía, corre a casa y tráete el chal grande, el rojo o el más grande que haya… Yo empezaré a cavar…
Pausa. Se oyen golpes de azadón en tierra, con cuidado.
SOFÍA: (Vuelve.) Ya está aquí…
SCHLIEMANN: ¿Ves? ¡Un vaso! ¡Un vaso de oro! Ponlo ahora en el chal y comienza a cavar por aquí. Por aquí…
Pausa.
SCHLIEMANN: Sofía… Mira… sortijas… sortijas… de oro… ¿Ves? De oro todas, docenas de sortijas… Sigue, por Dios, no toques nada ahora… ¿Tocas algo…?
SOFÍA: Por aquí, ayúdame…
SCHLIEMANN: Sí… por aquí… ¡Ah! Más sortijas… plaquetas… saca la urna, con cuidado… Destápala y vuélcala en el chal… ¡Oh…!
SOFÍA: Mira esta diadema, Heinrich… Este collar… ¡Oh, Heinrich… tengo miedo!
SCHLIEMANN: Ahora no es tiempo de temer, Sofía. Ya temblaremos luego, cuando el oro esté oculto en nuestra casa y oigamos el graznido de las cornejas. Yo he temblado en Holanda y en Rusia más que en California… Sigue ahora… pero, ¿qué es eso?
SOFÍA: Parece un vaso… Sí, un vaso, pero de cobre…
SCHLIEMANN: Déjame ver. Un vaso de cobre aquí… Claro… ¿Te das cuenta, Sofía? El vaso está lleno… Mira… Ídolos de oro, sortijas, collares, diademas… Sigue, Sofía, sigue…
La voz se va perdiendo. Luego, cortina musical. Ruido de platos y vasos.
SCHLIEMANN: Apenas tengo ganas de comer. El chal rojo me obsesiona…
SOFÍA: Esta noche no podremos dormir…
SCHLIEMANN: El oro no deja dormir. Pero habrá que pensar bien qué hacemos con él. Esto es la riqueza y la gloria, Sofía… Hemos descubierto el tesoro de Príamo…
SOFÍA: ¿Estás seguro, Heinrich?
SCHLIEMANN: Segurísimo. Esta tarde, cuando volví al lugar del hallazgo, encontré una llave… Aquella… El tesoro ha estado, sin duda, encerrado en una caja de madera… Mira… En el canto vigésimo cuarto de “La Ilíada”, verso 228… (Lee.)
“Dijo así, y levantando las bellísimas tapas
de las arcas, sacó de ellas diez talentos de oro,
dos relucientes trípodes y cuatro áureas calderas,
y una copa bellísima, presente de los tracios
que antaño en su comarca de aquellos recibiera…”
Es cuando Príamo prepara el rescate del cadáver de Héctor…
SOFÍA: El tesoro habría sido ocultado cuando el incendio de la ciudad…
SCHLIEMANN: Y seguramente abandonado luego, o enterrado adrede… De todos modos, he aquí el tesoro de un rey de hace tres mil años, cuyo infortunio cantó Homero… ¿No te conmueve esto, Sofía? El viejo Homero me ha guiado para llegar al recinto de la sagrada Ilión. Podría decir que me ha salvado la fe en él…
SOFÍA: Has cumplido uno de los ideales de tu vida…
SCHLIEMANN: Y colmaré los otros, volviendo a Homero. Hoy el viejo vate se yergue ante mis ojos casi como una deidad…
Pausa.
SCHLIEMANN:
“Canta, diosa, la cólera de Aquiles el Pelida,
funesta a los aqueos, haz de calamidades,
que tantas fieras almas de guerreros dio al Hades,
y a los perros y aves el pasto de su vida
–en tanto que de Zeus las altas voluntades
iban adelantando por su propio camino –
desde que la disputa enemistó al Atrida,
príncipe de los hombres, y a Aquiles el divino.
¿Qué Dios pudo mezclarlos en tan atroz contienda?
El hijo de Latona y del Cronión que, airado,
lanzó por los ejércitos una peste tremenda.
Y morían los hombres, por haber ultrajado
al sacerdote Crises el poderoso Atrida.
Pronto a dar un tesoro por su hija redimida,
Crises llegó a las flotas y al campamento aqueo,
y al cetro de oro atadas las ínfulas de Apolo
el Flechero, a las huestes no imploraba tan solo
sino a los dos caudillos, los vástagos de Atreo:
–Atridas y soldados de las lucientes grebas:
Así os den los olímpicos rendir la altiva plaza
de Príamo y tornar sin duelo a vuestras casas,
que me deis a mi hija contra el rescate, en prueba
A voces los aqueos lo dan por otorgado…”
La voz se va perdiendo. Pausa.
RELATOR: La historia de los Atridas sugería en el pensamiento del afortunado descubridor de la Troya homérica la borrosa imagen de las prometedoras ciudades de la Argólida. Micenas, Argos y Tirinto se ofrecían ante sus ojos como fecundo terreno para su insaciable curiosidad. Y su piqueta resucitaría un día, como las de Troya, las ruinas de la antigua Micenas. El mundo homérico ascendía de la leyenda a la historia.
30. 1876 – INGLATERRA CONCLUYE EL EDIFICIO DE SU IMPERIO
Cortina musical. En primer plano, murmullos de reunión social.
LADY BRADFORD: ¿Más té, Lord Derby?
LORD DERBY: No, muchas gracias. Ya sabe usted que soy muy parco…
LADY BRADFORD: Gracias a Dios. En estos momentos conviene que un Ministro de Asuntos Extranjeros sea parco.
LORD DERBY: Sobre todo en palabras. Pero sospecho que desearía que fuera más explícito.
LADY BRADFORD: Cierto. La política me apasiona. Es de las pocas cosas que no me hastían. Y acaso usted no sepa todas las cosas que yo sé…
LORD DERBY: Sé que sabe muchas, muchas más de las que a mí me pregunta… y sé también a quién se las pregunta.
LADY BRADFORD: O quién me las dice espontáneamente… ¿Por qué supone usted que soy tan preguntona?
LORD DERBY: No supongo nada. Por lo demás, usted tiene razón. Nuestro querido Disraeli es amante de hablar… especialmente con mujeres hermosas.
LADY BRADFORD: No pretenderéis que me hace el amor. Disraeli es hombre de imaginación exaltada. Los asuntos de estado lo obsesionan y vive pensando en ellos. ¿Qué tiene, pues, de extraño que en una tertulia como ésta se solace discurriendo en voz alta sobre lo que tiene preocupada su imaginación?
LORD DERBY: Nada tiene de extraño, en efecto. Y si viene esta tarde le oirá usted otra vez, y siempre aprenderá alguna cosa. Yo mismo, cuando le llevo algunas novedades de mi ministerio –que es casi el suyo, por lo que le interesa la política exterior– me sorprendo de la sutileza de su imaginación y la rapidez con que relaciona los hechos.
LADY BRADFORD: ¿Cree usted que vendrá?
LORD DERBY: Lo he visitado esta mañana en su despacho y me aseguró que vendría aquí…
Se oye un ligero murmullo.
LADY BRADFORD: Pues entonces…
LORD DERBY: Ahí lo tiene usted.
LADY BRADFORD: Oh, Míster Disraeli, cuánto gusto en verle. Creí que no vendría usted ya.
DISRAELI: ¿Por qué iba a privarme de ese placer? Es cierto que estoy fatigado y mi salud cada vez peor… pero lo último que deje de hacer será privarme de su compañía, Lady Bradford.
LADY BRADFORD: Pues yo lo veo de magnífico aspecto, y siempre encantador. Por aquí, por favor…
DISRAELI: (Saludando a varias personas.) Mucho gusto, señor… Encantado… Oh querido amigo… Ah, está aquí Lord Derby… y Salisbury. Esto parece una reunión de gabinete. ¿Cómo están ustedes? Supongo que no vamos a hablar de política…
LORD DERBY: (Sonriendo.) Si usted no empieza…
DISRAELI: Empezará Lady Bradford, estoy seguro. Yo estoy bastante harto, por hoy. Vengo de hablar con la Reina una hora larga. Pero permítanme que me siente, porque mis piernas se fatigan pronto. Por lo demás… la Reina, que está tan cariñosa conmigo, me ha invitado a sentarme en su presencia, lo cual es un honor desacostumbrado, de modo que bien puedo sentarme ante ustedes.
LORD DERBY: Ciertamente que es desusado. Mi padre contaba que una vez que la visitó siendo ministro, con un terrible ataque de gota, se tuvo que quedar de pie porque la Reina le dijo que, aun lamentándolo, la etiqueta le impedía ofrecerle una silla.
DISRAELI: Je, je… Sí, la Reina está cada vez más cariñosa conmigo, lo cual me envanece terriblemente. Oh, cómo está usted Míster Arnold, dispénseme que no me levante… Matthew Arnold es un viejo amigo y no se ofenderá por eso, ¿no es verdad?
ARNOLD: De ningún modo, Míster Disraeli. Al contrario, hubiera querido que ni siquiera se interrumpiera.
DISRAELI: Les decía a estos buenos amigos que me envanecen las distinciones de la Reina. Ya ven ustedes, a un viejo… Je, je… Pero, aquí en privado, les diré que me lo merezco. He hecho de mi trato con la Reina Victoria una especie de arte: Jamás contradigo, nunca rechazo… y algunas veces olvido.
ARNOLD: Vamos, Míster Disraeli. Si lo oyera Gladstone diría que es un adulador.
DISRAELI: Y es verdad. Todo el mundo es sensible a la adulación, y cuando se trata de una persona real, hay que aplicar esa adulación con pincel.
LORD DERBY: Como un artista…
DISRAELI: Exactamente. Pero, ¿qué soy yo sino un artista metido a político?
LADY BRADFORD: Pero os habéis metido tanto…
DISRAELI: ¡Qué había de hacerle! Y ahora, los pocos años que me quedan no podré ocuparlos en otra cosa. Hay tanto que hacer en esta Inglaterra…
LORD DERBY: Y fuera de ella…
DISRAELI: ¿Me tiráis de la lengua?
LORD DERBY: Cumplo instrucciones de Lady Bradford para haceros hablar.
LADY BRADFORD: ¡Qué embuste, santo Dios! Es increíble que un diplomático…
LORD DERBY: Lo normal, señora, lo normal. En este oficio…
DISRAELI: Se da usted de cabeza contra la pared en cuanto olvida ese precepto de cautela. Ahí tiene usted a Bismarck …
LORD DERBY: Señora… ¡he cumplido sus órdenes!
LADY BRADFORD: Es usted un traidor, Lord Derby. Pero sobre todo, ¿por qué interrumpió a Míster Disraeli cuando empezaba a hablar? Sospecho que debe ser la envidia. Le aseguro, Míster Disraeli, que su Ministro de Asuntos Exteriores se niega a hablar en mi presencia. Por favor, ¿qué iba usted a decir de Bismarck?
DISRAELI: Oh, casi no puedo decir de Bismarck nada de lo que pienso… Pero ahora me limitaba a decir que nos tiene a mal traer con su intervención en los Balcanes. Pero si no me muero antes, le demostraré que ya no hay asunto en el continente que pueda tratarse prescindiendo de Inglaterra.
LADY BRADFORD: ¿Se refiere usted a la insurrección de Bosnia y Herzegovina?
DISRAELI: Claro. Ahora empezamos a ver claro en el asunto, ¿no le parece a usted, Derby?
LORD DERBY: Sin duda. Las noticias de ayer son concluyentes…
LADY BRADFORD: ¡Noticias de ayer!
DISRAELI: Ja, ja, ja… De ayer… ¿Qué más quiere usted? Las sabrá al día siguiente. Pues… lo que hoy sabemos con exactitud es que también esta vez la insurrección balcánica está movida por los rusos. Una cofradía ortodoxa llamada de Cirilo y Metodio es la que agita la insurrección contra Turquía.
ARNOLD: (Con intención.) Nuestro fiel aliado…
DISRAELI: No se sonría usted. Ya conoce mi punto de vista. El gobierno de la Sublime Puerta es musulmán, y además es atrasado y a veces sanguinario, pero Inglaterra necesita una Turquía amiga para asegurar la ruta a la India y a Australia. Y esto es más importante para nosotros que ninguna otra cosa.
LADY BRADFORD: De modo que Rusia…
DISRAELI: Rusia no hace sino lo que ha hecho otras veces. Pero lo que me alarma –y esto también es una noticia fresca, Lady Bradford– es la solidez que estamos descubriendo en la alianza entre Rusia, Alemania y Austria. Los tres imperios se han propuesto gobernar a Europa y están tendiendo sus redes como si Inglaterra no existiera. Y nosotros les vamos a demostrar que existimos. ¿No es verdad, Lord Derby?
LORD DERBY: Mañana nos inquietaremos por eso. Míster Disraeli…
DISRAELI: No, Derby, no… Esto es problema de cada instante. Inglaterra ya no es sólo Inglaterra. Es Inglaterra y sus colonias. Es… el Imperio. Y no hay Imperio sin el control de la ruta imperial. ¿Quién nos garantizará el uso del Canal de Suez si Rusia y Austria pasan a ser las potencias interesadas en el Mediterráneo oriental? Suez es vital para nosotros, y hay que defenderlo a toda costa.
LADY BRADFORD: ¿Ve usted algún peligro en la situación?
DISRAELI: No inmediato, pero hay un peligro. He sabido que en la segunda quincena de noviembre el Canciller ruso visitará a Bismarck en Berlín para discutir el problema. Pero no lo van a resolver solos, que se lo quiten de la cabeza… Y a propósito Derby, mañana lo querría ver temprano en mi despacho para conversar de todo esto…
Cortina musical. Puerta que se abre y cierra. Pasos.
LORD DERBY: ¿Está el Primer Ministro en su despacho?
SECRETARIO: Sí, Lord Derby. Esta mañana ha bajado temprano y está trabajando desde entonces. Sólo ha recibido a Lord Salisbury.
LORD DERBY: Hágame el favor de anunciarme. Míster Disraeli me espera.
Pausa. Pasos que se alejan. Pausa. Pasos que se acercan.
SECRETARIO: El Primer Ministro le ruega que pase enseguida.
LORD DERBY: (Entrando.) Buenos días, Míster Disraeli. ¿Cómo está usted?
DISRAELI: Muy bien, gracias. El trabajo me reanima. Y estos días hay mucho trabajo…
LORD DERBY: Pues yo vengo a darle a usted más. ¿Era de mucho apuro lo que tenía que conversar conmigo esta mañana?
DISRAELI: Sí, sin duda. Pero veamos qué lo trae tan inquieto y luego discutiremos el orden de preferencia.
LORD DERBY: Pues, al grano entonces. Ayer a última hora me ha visitado en mi despacho un periodista, Míster Greenwood, y me ha dado una noticia estupenda.
DISRAELI: ¿De qué se trata?
LORD DERBY: Pues nada menos que de esto: Un financista cuyo nombre reservó, asegura que el jedive de Egipto está en un grave aprieto de dinero y ofrece en venta las 177.000 acciones de la compañía del Canal de Suez que posee.
DISRAELI: ¿Qué dice…!
LORD DERBY: Lo que oye, Míster Disraeli. La posibilidad de controlar el Canal está casi al alcance de la mano.
DISRAELI: Pero… esto es estupendo. No hay un minuto que perder… Tenemos que confirmar la noticia de inmediato y proceder sin perder un minuto. ¿No comprende usted, Derby, que es lo que necesita Inglaterra? Hágame el favor, telegrafíe de inmediato a nuestro agente en El Cairo para que confirme la noticia y trate de obtener una entrevista con el jedive para anticipar nuestra oferta cuanto se pueda.
LORD DERBY: ¿Pero sabe usted cuánto puede importar la operación?
DISRAELI: No he hecho cuentas… Será mucho, pero vale la pena y yo me encargo de todo. Por favor, no pierda usted tiempo y vuele aquí en cuanto tenga respuesta a nuestro telegrama. Ah, y al salir dígale a mi secretario que entre. Hasta pronto…
Cortina musical. Toques de morse. Cortina musical.
LORD DERBY: Míster Disraeli, aquí está la respuesta de nuestro agente…
DISRAELI: (Impaciente.) Léala, por favor… léala…
LORD DERBY: El texto es largo y se lo dejo para que lo estudie. Pero puedo resumírsela. El jedive ha dado opción a un grupo financiero francés hasta el martes para que compre las acciones. Parece que, sin embargo, trataría con nosotros. Pero exige de inmediato cuatro millones de libras esterlinas.
DISRAELI: Es negocio…
LORD DERBY: Pero no las tenemos y el Parlamento está en receso.
DISRAELI: No importa. No hay tiempo que perder. Dentro de un instante escribiré a la Reina pidiendo su autorización para iniciar enseguida las negociaciones. Derby, hágame el favor de llamar a su despacho enseguida al Embajador francés, y trate de sondearlo para ver si apoyaría nuestra intervención en este asunto. Déjele entrever que nuestro apoyo frente a la presión alemana… ¿Entiende? Rápido, amigo mío, rápido… Hasta pronto… (Al secretario.) ¡Brown!
SECRETARIO: ¡Señor!
DISRAELI: Haga citar al gabinete para mañana a las ocho de la mañana.
Cortina musical. Luego se empieza a oír murmullo de reunión.
DISRAELI: Bien, señores ministros; la respuesta favorable de la Reina y la noticia de que el gobierno francés no se opone a nuestra gestión me han decidido totalmente a empeñarme para tratar de adquirir las acciones de la Compañía del Canal. Sería inútil que perdiéramos tiempo en discurrir sobre la importancia de esta operación. Cada día me convenzo más de que la India es el corazón de nuestra potencia colonial, y toda nuestra política debe estar dirigida a asegurarnos el control de la ruta marítima imperial.
LORD DERBY: ¿Sería la ocasión, Míster Disraeli, de informar al gabinete sobre las noticias obtenidas sobre la presión rusa en los Balcanes?
DISRAELI: Preferiría que tuviéramos una reunión especial para tratar ese asunto, mañana si fuera posible… Pero hoy querría estar libre para llevar a término cuanto antes la gestión de compra de las acciones. De cualquier modo, quiero anunciar a los señores ministros que las noticias a que se refiere Lord Derby no hacen sino acentuar mi convicción de que debemos proceder rápida y enérgicamente en el Mediterráneo oriental, donde está el nudo de nuestras comunicaciones imperiales.
Sólo me queda, pues, solicitar la aprobación de ustedes para continuar la gestión de compra de las 177.000 acciones de la Compañía del Canal de Suez, por un valor de cuatro millones de libras esterlinas.
Vago rumor de conversaciones.
SALISBURY: Señor Primer Ministro: el planteo político que acaba de hacer me parece inobjetable, y ya sabe usted que coincido totalmente con usted en este punto. Pero la inversión es demasiado fuerte…
DISRAELI: ¿Cómo puede hablarse de una inversión demasiado fuerte si lo que se nos ofrece es la llave maestra del Imperio?
SALISBURY: Sin duda, pero es demasiado fuerte para nuestro presupuesto. No contamos además con la autorización del Parlamento que, por lo demás, está en receso.
DISRAELI: El problema no me sorprende. He conversado sobre el particular con Su Majestad la Reina, y estoy autorizado para arbitrar los recursos mientras llega el momento de dar cuenta al Parlamento.
SALISBURY: De todos modos, no es fácil sacar de un momento a otro cuatro millones de libras…
DISRAELI: Estoy seguro de obtenerlos si el gabinete me presta su apoyo… Por eso vuelvo a plantear la cuestión, rogándoles que me autoricen a hacer las gestiones necesarias para obtener el dinero a título de anticipo en la banca privada.
SALISBURY: Bien, si el Primer Ministro está tan seguro de obtener esos fondos, yo por mi parte apoyo su gestión…
VOCES: Yo también… apoyado… apoyado… yo también… yo también…
DISRAELI: Muchas gracias, señores, por la confianza que me dispensan. Dentro de poco sabré si mis planes dan resultado. Entretanto, queda levantada la reunión. Y con permiso de ustedes, vuelvo a mi despacho…
Pausa. Puertas que se abren y se cierran.
DISRAELI: ¡Brown! Que pase Míster Montagu Corry…
SECRETARIO: Enseguida, señor.
Pausa. Puerta que se abre y se cierra.
DISRAELI: Adelante, Míster Corry… No hay tiempo que perder. El gabinete me ha autorizado para hacer la gestión en la banca privada para conseguir los cuatro millones que necesitamos. Usted se irá inmediatamente a casa de Míster Rothschild y le planteará la cuestión en los términos que le anticipé.
CORRY: Entendido, señor. Vuelo para allá…
DISRAELI: Pues, tacto… y buena suerte.
Cortina musical. Ruido de un coche. Cortina musical.
CORRY: ¿Míster Rothschild?
CRIADO: En este momento está almorzando.
CORRY: Pero el asunto que me trae es de la mayor urgencia. Le ruego que le pase mi tarjeta, de parte del Primer Ministro…
CRIADO: Enseguida, señor.
Pausa. Puerta que se abre y se cierra.
ROTHSCHILD: Adelante, pase usted Míster Corry. ¿Qué lo trae por aquí a estas horas? Ya ve usted, estoy almorzando… ¿Quiere acompañarme?
CORRY: Imposible. El Primer Ministro me ha pedido que despache este asunto con la mayor urgencia y que regrese a Downing Street cuanto antes. Pero, por favor, siga usted comiendo mientras hablamos…
ROTHSCHILD: Encantado. Lo escucho…
CORRY: Míster Rothschild, el problema es sencillo. El jedive de Egipto ha ofrecido en venta las 177.000 acciones que posee de la Compañía del Canal de Suez, y Míster Disraeli sostiene que es ésta una ocasión única de proporcionar al Imperio Británico el sistema de seguridad que necesitan sus vías de comunicación.
ROTHSCHILD: Evidente… Me parece muy bien pensado.
CORRY: Para cumplir ese propósito –tan bien pensado–, Míster Disraeli necesita tener mañana cuatro millones de libras esterlinas, de que carece para hacer la operación…
ROTHSCHILD: (Con sobresalto.) ¿Cómo dice usted?
CORRY: (Sonriendo.) Como lo oye, Míster Rothschild. Míster Disraeli necesita para mañana cuatro millones de libras esterlinas…
Pausa.
ROTHSCHILD: Bueno… Esta comida… (Sonríe.) Míster Disraeli es audaz… Bien… ¿qué garantía me ofrece Míster Disraeli?
CORRY: El gobierno británico.
ROTHSCHILD: Perfecto. Mañana tendrá Míster Disraeli los cuatro millones.
CORRY: Gracias, Míster Rothschild, gracias. El país le agradecerá este gesto. Corro a comunicarle la noticia al Primer Ministro. Buenos días, señor…
ROTHSCHILD: Buenos días, Míster Corry… Bien… ¡Jarvis! Este pollo está frío. Tráigame una presa caliente…
Cortina musical. Ruido de coche. Cortina musical.
CORRY: (Excitado.) ¡Míster Disraeli!
DISRAELI: (Excitado también.) ¿Cómo le ha ido, Míster Corry?
CORRY: Exactamente como usted había previsto. Míster Rothschild acepta prestar los cuatro millones con la garantía del gobierno y mañana los tendrá usted a su orden.
DISRAELI: (Respirando con satisfacción.) Perfecto, Míster Corry, perfecto… (Firme.) ¡Brown!
SECRETARIO: ¿Señor?
DISRAELI: ¿Queda algún ministro en antesalas?
SECRETARIO: Sí, señor, cuatro o cinco se han quedado conversando.
DISRAELI: Allá voy…
Se abre una puerta y se oye un murmullo que cesa de inmediato.
DISRAELI: Señores, celebro que no se hayan retirado. Quiero darles una buena noticia… Mañana, la banca Rothschild pondrá a mi disposición los cuatro millones que necesitamos.
Murmullo fuerte y aplausos.
DISRAELI: Gracias, señores. Todo andará como sobre rieles. Mañana –según mis informes– se celebra en Berlín la reunión del canciller ruso con Bismarck para trazar el plan de operaciones de los tres imperios en el Mediterráneo oriental, a espaldas de Inglaterra. Haremos que el Timestelegrafíe la noticia en el momento oportuno… Bismarck se pondrá verde… Ja, ja, ja…
Cortina musical.
RELATOR: La operación se llevó a cabo. Y para completarla, Disraeli propuso que la Reina de Inglaterra adoptara los títulos de ‘Defensor de la fe’ y ‘Emperatriz de las Indias’.
El Parlamento resistió débilmente, pero cedió al fin a los convincentes argumentos del Primer Ministro, insinuante y sutil. En 1876, el Imperio Británico adquirió con ello su fisonomía exacta y fortaleció su estructura. Victoria se sintió orgullosa de su nuevo título, pero más aún de su Primer Ministro, tan eficaz y diligente en la defensa de los intereses de la nación. Para celebrar el acontecimiento, la Reina ofreció un banquete en el palacio de Buckingham, y a los postres…
Discreto murmullo y algún leve ruido de copas.
DISRAELI: Señoras y señores… Séame permitido, en mérito a la inconmensurable devoción que siento por la persona de Su Majestad, violar por un instante nada más las severas reglas de la etiqueta, para proponeros que nos unamos en un delicado homenaje a nuestra soberana, esencia pura de la nación y del Imperio, delicada y femenina musa de esta noble tierra. Señoras y señores, brindemos por la salud y la gloria de Su Majestad, Victoria, Reina y Emperatriz.
Ruido de sillas que se corren al ponerse la concurrencia de pie. Brindis y aplausos.
VICTORIA: (Dulcemente y muy bajo.) ¡Gracias…!
Cortina: God save the king.
31. 1881 – TRES DESGARRONES EN EL ALMA ESLAVA
Cortina musical: Mussorgsky, “Jovánchina”.
RELATOR: 1880. Rusia tiembla. En el Palacio de Invierno de San Petersburgo, el Zar Alejandro II siente que la muerte lo acecha. ¿Dónde está el enemigo? La policía política trabaja incansablemente para averiguarlo. Se llama Zhelyabof, se llama Khalturin… Unos pocos –nada más que unos pocos– acechan la vida del Zar, pero son innumerables los que están oprimidos y descontentos, los que no lamentarían que el Zar cayese. Por eso tiembla toda Rusia, hasta sus cimientos.
Cortina musical: Mussorgsky, “Jovánchina”.
RELATOR: Y sin embargo, Alejandro II es un hombre bienintencionado que querría la paz y el progreso de Rusia. En cierto modo es liberal, pero las tradiciones y los prejuicios lo ahogan. A poco de comenzar su reinado otorgó la libertad a los siervos y dictó otras medidas que revelaban su amplitud de miras. Pero la libertad produjo algunos excesos y el Zar se sintió otra vez autócrata: la represión comenzó de nuevo.
Luego comenzó la guerra con Turquía, y Rusia fue humillada en Berlín por las grandes potencias occidentales, que le arrebataron todas sus conquistas. La insatisfacción fue general, la oposición asomó la cabeza, y el gobierno no supo sino golpear a diestra y siniestra. No se podía hablar ni escribir. Unos pocos decidieron obrar por todos los demás, con el arma en la mano. Se denominaron a sí mismos ‘La voluntad del pueblo’.
Cortina musical: Mussorgsky, “Jovánchina”.
RELATOR: ‘La voluntad del pueblo’ estaba representada por unos pocos terroristas. Zhelyabof la dirigía, Sofía Perovsky la estimulaba, Kibalchich, Khalturin, Bogdanovich, Rysakof, servían a sus fines con obstinada audacia. Los conjurados espiaban los pasos del Zar y tras cada fracaso comenzaba la preparación de una nueva celada. ‘La voluntad del pueblo’ era inquebrantable.
Una explosión lejana.
RELATOR: Afortunadamente para el Zar, la etiqueta sufría en palacio algunas modificaciones circunstanciales. El 17 de febrero de 1880, Alejandro II tardó un poco más que de costumbre en llegar al comedor del palacio de invierno, y no estaba allí cuando estalló la mina que Khalturin había preparado pacientemente dos pisos más abajo. El Zar se salvó y en Rusia redobló el temblor.
Cortina musical: Mussorgsky, “Jovánchina”.
RELATOR: Entre tanta inquietud, se inauguraba en Moscú la estatua de Pushkin. El insigne poeta era como la fuente viva de la nueva Rusia. Glinka había extraído de sus páginas la inspiración que le moviera a renovar la música rusa, y sus sucesores, los cinco de la ‘poderosa kuchka’, retornaban a él cuando querían comulgar con el alma eslava.
Hace ahora 43 años que ha muerto, pero su recuerdo es cada vez más vivo. Es la patria rusa, el genio anónimo de una raza vibrando a través de la voz de un poeta. Y ese genio anónimo de la raza eslava se ofrece abierto a la humanidad para contribuir a su salvación. Eso dice en ese instante un famoso escritor con cuyo discurso se inaugura la estatua del poeta. Dentro de poco saldrá a luz su última novela, titulada “Los hermanos Karamazof”. Se llama Fedor Dostoiewsky.
Cortina musical: Mussorgsky, “Jovánchina”.
RELATOR: Él mismo –como Pushkin– expresa acabadamente el alma rusa. Y como ellos, procuran expresarla los cinco maestros de la ‘poderosa kuchka’: Balakiref, Mussorgsky, Borodin, Cui y Rimsky Korsakof. Ese mismo año sometía Mussorgsky al juicio público una primera versión de la que sería su última obra “Jovánchina”, en la que trabajaba hacía ya algunos años. Pero el músico estaba consumido por la bohemia y el alcohol y su estado de ánimo era cada vez más sombrío. La triste historia de la Princesa Jovánchina resonaba en su corazón atormentado.
Cortina musical: Mussorgsky, “Jovánchina” (preferiblemente canto femenino).
RELATOR: La historia de Jovánchina transcurría en la época gloriosa de Pedro el Grande, pero la gloria de los zares se había ensombrecido mucho. Rusia temblaba hasta sus cimientos, y ‘La voluntad del pueblo’ acechaba los pasos del Zar para acabar con él. Alejandro II se siente acorralado, pero procura hacer algo en favor de la pacificación del país. Ahora ha confiado una especie de dictadura al general Loris Melikof para que reprima el terrorismo y busque a la vez qué modificaciones podrían establecerse en el régimen.
Cortina musical: Mussorgsky, “Jovánchina”.
ZAR: Supongo, General, que estos pocos días de actividad os han bastado para haceros una idea de la situación y diseñar vuestro plan…
MELIKOF: En efecto, señor, si he solicitado audiencia de Vuestra Majestad ha sido, precisamente, para solicitaros que aprobéis definitivamente algunas medidas que deseo proponeros.
ZAR: Ya sabéis cómo confío en vuestra prudencia. Ahora, además, nuestras esperanzas están puestas principalmente en vos.
MELIKOF: Si es así, os ruego que me permitáis, ante todo, introducir algunas modificaciones en el gabinete y en algunos órganos del gobierno que entorpecen mis planes.
ZAR: ¿En qué consisten?
MELIKOF: Señor, estoy convencido de que es imprescindible sustraer a la policía política esa autonomía de que goza y la hace omnipotente. Ella es la responsable de muchas de las quejas que se formulan contra el gobierno. Si Vuestra Majestad lo aprueba, pasará a depender del Ministerio del Interior, y confío en que Phleve sabrá contener sus excesos sin disminuir su eficacia.
ZAR: No me opongo, sobre todo si vos vigiláis a Phleve. ¿Qué más?
MELIKOF: Ruego a Vuestra Majestad que escuche con paciencia lo que voy a decir. También considero imprescindible separar del Ministerio de Hacienda a Greg y, sobre todo, eliminar del de Instrucción Pública al Conde Demetrio Tolstoy.
ZAR: No me repugna la idea, pero… ¿no creerán los liberales que les concedemos demasiado?
MELIKOF: Será necesario concederles, si queremos que la nación rodee al trono frente al terrorismo de los nihilistas. ¿No considera Vuestra Majestad que sería oportuno traer al gobierno algunos liberales? Yo he pensado en Abaza para Hacienda y en Saburof para Instrucción Pública.
ZAR: Pero Saburof es un exaltado…
MELIKOF: Dele poder Vuestra Majestad y lo verá moderarse al instante… bajo mi dirección.
ZAR: En fin, General, nada puedo negaros. Confío en vos y apruebo vuestras disposiciones. Mañana me traeréis a la firma el úcase.
MELIKOF: Si Vuestra Majestad consiente en seguir escuchándome unos instantes, me atrevería a solicitar autorización para otras medidas que juzgo igualmente oportunas…
ZAR: Naturalmente, sólo que ya me parecía bastante…
MELIKOF: Sin embargo, estoy persuadido de que es menester poner en libertad a las personas que la policía política tiene detenidas sin proceso, y suprimir gradualmente las trabas puestas a la prensa.
ZAR: Lo dicho, General. Todo bajo vuestra responsabilidad. Dais un paso arriesgado ciertamente, pero es necesario hacer algo para pacificar el país. Os digo más, General Melikof. Os queda confiada la misión de estudiar un procedimiento de consulta a la opinión pública, que mantenga, naturalmente, la intangibilidad del trono.
MELIKOF: Yo os prometo servir vuestro designio con lealtad, y en pocas semanas tendré el honor de elevaros una memoria con los resultados de mis estudios sobre el particular.
ZAR: Confío en vos, General Melikof, para restaurar la paz de la patria rusa.
Cortina musical: Mussorgsky, “Jovánchina”.
RELATOR: La paz de la patria rusa… Melikof no podría, con aquellas medidas, contener el movimiento terrorista de ‘La voluntad del pueblo’; pero sí pudo calmar a los liberales que constituían una considerable masa de opinión. Y cuando el 12 de febrero de 1881 se celebraron los funerales de Fedor Dostoiewsky, el gobierno pudo asociarse al duelo público sin que se produjeran incidentes. Había muerto un hombre en el que toda Rusia veía latir su propia sangre.
Fondo de murmullo. Salmodia lejana, acercándose y perdiéndose.
Escena desde un balcón (voces opacas):
JUAN: Nunca he visto la Avenida Nevsky como hoy. Todo San Petersburgo está en la calle…
JOSÉ: O mucho me equivoco, o más de 20.000 personas acompañarán los restos de Dostoiewsky hasta el cementerio de Alejandro Nevsky. ¡Es imponente!
JUAN: Mira cuántas banderas, cuántas cruces… Entremezcladas con las coronas, parecen formar un bosque por sobre las cabezas.
JOSÉ: Y hay de todo: clérigos, estudiantes, mujiks, mercaderes, lacayos y mendigos.
JUAN: Y en la iglesia esperarán al cortejo, los príncipes de la casa imperial, ministros y dignatarios de la Iglesia. Toda Rusia llora la muerte de Fedor Dostoiewsky.
Salmodia.
RELATOR: Aquel día estuvieron unidos en San Petersburgo grandes y pequeños, conformistas y revolucionarios. Había callado una voz potente y profunda, una voz que había sabido decir lo que muchas callaban. Los humillados y los ofendidos habían revelado a través de esa voz su corazón atormentado; y por esa voz habíanse expresado las pobres gentes despavoridas por las violentas fuerzas que las oprimían. Todos eran hombres, y Fedor Dostoiewsky había sabido hablar por todos. Y todos cabían en la vieja Rusia, en la que palpitaba un alma eslava capaz de acoger todos los sueños, y que suspiraba anhelante de amor y paz.
Cortina musical: Mussorgsky, “Jovánchina”.
RELATOR: Amor y paz para la vieja Rusia. Treinta y dos días después…
Cortina musical breve: Mussorgsky, “Jovánchina”. Luego clarines y tambores.
RELATOR: San Petersburgo, 13 de marzo de 1881. El Zar Alejandro II sale de la Escuela de Equitación de Michael, y se dirige en su carruaje al Palacio a lo largo del Canal de Catalina. Una escolta lo sigue.
Caballos y ruedas de coche (escena dentro del coche).
ZAR: Buenos jinetes, ¿no te parece?
ZARINA: Excelentes, pero no supuse que lo hubieras advertido, Alejandro. Toda la tarde has estado preocupado y abstraído.
ZAR: Es cierto. Hoy me he decidido a firmar el proyecto del General Melikof sobre consulta a la opinión pública. Antes de salir para la Escuela de Equitación lo he suscripto.
ZARINA: ¿No es peligroso, Alejandro?
ZAR: Me parece que están tomadas todas las precauciones. El anteproyecto será preparado por el gobierno, y será sometido a una comisión de representantes oficiales y representantes de las ciudades y los consejos rurales. Luego redactará el decreto el Consejo de Estado.
ZARINA: Me imagino que el documento producirá buena impresión en la opinión…
ZAR: Demostrará a Rusia que le concedo todo lo que es posible conceder.
Explosión. Ruidos.
VOCES: ¿Qué pasa? ¡El Zar! ¡Aquel…! ¡Aquel…! ¡Sujetad los caballos! ¡Los heridos…! ¡Los heridos…! ¡El Zar!
ZAR: ¿Hay heridos? Hay que llevarlos de inmediato. Pobre gente… ¿Quién es aquel?
OFICIAL: Es el que ha arrojado la bomba, Majestad.
ZAR: ¿Es posible? ¡Vive Dios! Si es un hermoso muchacho… ¿Cómo te llamas?
RYSAKOF: ¡’La voluntad del pueblo’!
SOFÍA PEROVSKY: ¡Ahora, Grinovetsky!
Otra explosión. Ruidos.
VOCES: A esa, allí, ese es… ¡El Zar está caído! ¡Señor, señor…!
ZAR: Estoy herido… Llevadme a casa… a casa… quiero morir en el palacio…
Cortina musical: Mussorgsky, “Jovánchina”.
RELATOR: La muerte de Alejandro II causó espanto en Rusia. Se entreveía que quedaba interrumpida la vía de una transformación intentada por el Zar en la vida rusa. Y en cambio, Alejandro III, espantado por el asesinato de su padre, debía llamar a su lado a los más decididos sostenedores de la autocracia. El duelo fue general en Rusia.
Cortina musical: Mussorgsky, “Jovánchina”.
RELATOR: El duelo interrumpió por algún tiempo la vida rusa y, entre otras cosas, interrumpió los conciertos de la Escuela Libre de Música. Sólo alcanzó a darse el primero, y en él se ejecutó “La derrota de Senaquerib” de Modesto Mussorgsky. El músico asistió al concierto que dirigía su amigo Rimsky Korsakof, y todos se entristecieron al verlo agobiado, envejecido y con el cabello prematuramente encanecido. Sólo tenía 42 años, pero el alcohol había minado su naturaleza y languidecía rápidamente. Sólo los estimulantes lo exaltaban, pero tan sólo para hacerlo caer luego más bajo. Poco después del asesinato del Zar, Mussorgsky cayó enfermo. Un ataque de delirium tremens obligó a internarlo en el Hospital Militar Nicolás, donde pasó los últimos días. Lo rodeaban algunos de los camaradas de la ‘poderosa kuchka’, la kuchka de los cinco que había renovado la música rusa. Borodin y Rimsky Korsakof, sobre todo, permanecieron a su lado, hasta que el 28 de marzo se extinguió aquella existencia atormentada que había expresado todos sus secretos a través de la música. Pocos días después sus restos fueron depositados en el cementerio de Alejandro Nevsky, donde lo había precedido el autor de “Crimen y Castigo”.
Cortina musical: Mussorgsky, “Jovánchina”.
RELATOR: 1881. El alma eslava ha sufrido tres desgarrones dolorosos. Un sino oscuro parece aguardar a la vieja Rusia.
32. 1894 – CONDENACIÓN DEL CAPITÁN DREYFUS
Cortina musical: Debussy, “Après Midi d’un Faune”.
RELATOR: Francia, octubre de 1894. La República comienza a consolidarse, pero las fuerzas opuestas que luchan en su seno se combaten con furia. Liberales y ultramontanos. Frente al liberalismo se levantan, simultánea o sucesivamente, los partidarios de la monarquía, los entusiastas de la dictadura militar, los clericales fanáticos, los antisemitas. Se ha luchado por la educación laica, por la separación de la Iglesia y el Estado, por la República misma. La reacción está siempre en acecho.
Cortina musical: Debussy, “Après Midi d’un Faune”.
RELATOR: En este momento, la reacción da un brinco y se lanza sobre su presa. Se dice que han sido sustraídos documentos militares de las oficinas del Estado Mayor; se sospecha que alguien está en relación con las Embajadas de Alemania e Italia. Y un periódico antisemita, Libre Palabra, fundado por Drumont, que se había hecho célebre por un libro de combate que tituló “La Francia judía”, se lanza a la lucha contra los oficiales judíos del ejército. Hay duelos y rectificaciones. Pero la campaña prosigue, mordaz y venenosa.
Cortina musical: Debussy, “Après Midi d’un Faune”.
RELATOR: Octubre de 1894. He aquí un incidente grave. Es algo que se relaciona con los documentos secretos que desaparecen del Estado Mayor. El Presidente del Consejo de Ministros, Monsieur Dupuy, ha convocado a cuatro ministros para celebrar una reunión previa a la del Consejo. El Ministro de Guerra, General Mercier, debe hacer revelaciones sensacionales.
Antesala, murmullo de pocas personas.
DUPUY: Señores, ya estamos todos. Cuando gustéis, podemos pasar a mi despacho privado. ¡Blanchard! Ya sabe usted que la reunión es absolutamente reservada. No debo ser interrumpido, ni se dará indicación alguna de esta reunión. De más está decirle que no debe aproximarse nadie a esta puerta. ¡Caballeros!
Pasos. Puerta que se cierra.
DUPUY: Bien, señores ministros. He reunido a ustedes para comunicarles una gravísima novedad. El señor Ministro de Guerra, aquí presente, me ha revelado una situación extremadamente delicada que se ha planteado con respecto a ciertos documentos secretos; y luego de conversar con el Presidente de la República, hemos convenido en que era necesario poner los hechos en conocimiento de los ministros a cuyas carteras afectaba de una u otra manera el problema: los de Interior, Justicia y Relaciones Exteriores. Esta es la razón por la cual estamos aquí reunidos; y ahora, el General Mercier hará a ustedes la exposición del asunto en forma resumida.
MERCIER: Procuraré ser breve, señores. Cuando tomé posesión del Ministerio de Guerra –en diciembre de 1893, apenas hace un año–, el jefe de la sección Estadística –ustedes saben, es la sección Informaciones–, me informó que la situación era cada día más grave en lo que al espionaje se refería, y que había un vasto sistema organizado a nuestro alrededor. Se me informó que existían oficinas centralizadoras de informes en París, Bruselas y Estrasburgo. Y he de añadir muy reservadamente que Su Majestad el Emperador de Alemania parece dirigir personalmente la actividad de espionaje, tanto que alguno de los agentes se dirigen directamente a él sin intervención de las embajadas.
TRES VOCES: ¡Ah…! ¡Es inaudito!
MERCIER: En diversas ocasiones he informado al señor Presidente sobre esta situación, a fin de que se tomaran las providencias del caso en el orden diplomático, y estimo que el señor Hanoteaux ha estado al corriente de estas gestiones.
HANOTEAUX: Efectivamente, General. Hemos conversado al respecto con el señor Presidente.
MERCIER: Pero, como se imaginarán ustedes, mi actividad no se ha limitado a esa información. He intensificado la gestión del contraespionaje, y la colaboración del Coronel Sandherr ha sido inestimable. Se ha rodeado de gente eficaz, y por conducto de ella hemos podido establecer un hecho de suma gravedad, que quiero comunicar a ustedes. El servicio de espionaje del enemigo trabaja en connivencia con una organización francesa, y ahora, señores, prepárense para oír la más grande ignominia: esa organización francesa está radicada en el seno del Estado Mayor del Ejército.
VOCES: ¡Oh! Es horrible… Inconcebible… Inaudito… ¡Qué vergüenza!
MERCIER: Así es, señores. Pero no es lo peor. Hay cosas más graves, sobre las cuales parece que comienza a hacerse la luz. Hace aproximadamente un mes, uno de nuestros agentes ha conseguido obtener de la oficina del Coronel Schwartzkoppen, jefe del espionaje alemán en París, un documento excepcional. Un oficial francés le envía cuatro informes concretos sobre diversos puntos reservados de nuestra organización militar, y le promete un quinto sobre el manual de tiro de artillería. Observen ustedes cómo termina la carta: (Leyendo.) “Este último documento es muy difícil de conseguir y sólo puedo tenerlo a mi disposición por muy pocos días. El Ministerio de Guerra ha mandado a los cuerpos un número fijo de ejemplares, de los que son responsables. Todos los oficiales que los utilizan deben entregar su ejemplar después de las maniobras. Por consiguiente, si quiere usted tomar de él lo que le interesa, lo tomará, siempre que me lo devuelva enseguida. A menos que usted desee que lo mande copiar por extenso y que le envíe la copia. Voy a salir de maniobras.”
VOCES: ¡Canalla! ¡Es inconcebible! ¡Un oficial francés! ¡Canalla! ¡Traidor!
MERCIER: Bien. Nos pusimos en campaña. El autor era un oficial de Estado Mayor. Del arma de Artillería. De los auxiliares que trabajan en varias secciones. El círculo se reducía. En esas condiciones los oficiales son cinco. Se compulsaron las letras. He aquí el resultado; observen ustedes, por favor.
Pausa. Despliegue de papeles.
MERCIER: Este es el oficial que ha escrito aquella carta. ¿No es evidente?
HANOTEAUX: ¡Parecería a primera vista…!
VOZ: ¿Cómo ‘parecería’ señor Hanoteaux? ¡Es!
VOCES: Es evidente, evidente.
Pausa.
HANOTEAUX: ¿Y bien, General?
MERCIER: Pues bien, señores, estamos en posesión del nombre del autor de la traición. Es el Capitán de Artillería… Alfred Dreyfus.
VOCES: ¡Ah…!
HANOTEAUX: ¿Judío?
MERCIER: En efecto.
HANOTEAUX: ¿Me permite otra vez los documentos?
Pausa.
HANOTEAUX: ¿Hay semejanza…? ¿Los peritos están totalmente de acuerdo?
MERCIER: En lo fundamental, sí; pero hay objeciones y algunas reticencias. Debo prevenirles que yo no las comparto.
HANOTEAUX: ¿Qué otras pruebas tiene contra ese oficial, General? ¿Se sabe algo de su vida que lo comprometa?
MERCIER: Por el momento no, señor Hanoteaux, pero estamos investigando.
HANOTEAUX: Si me permite, señor Presidente…
Pausa.
HANOTEAUX: Dada la gravedad del asunto, habría que proponerse tomar todas las precauciones para no dar un paso en falso. Y en este caso, hay que convenir, señores, en que las pruebas son, por el momento, absolutamente insuficientes.
MERCIER: ¿No exagera usted un poco, señor Hanoteaux?
HANOTEAUX: No, General Mercier. Dada la gravedad del caso, no. Si usted acusa al Capitán Dreyfus levantará usted a Libre Palabra y a todos los grupos antisemitas y nacionalistas. Tendrá usted que explicar de alguna manera cómo ha llegado a manos del Ministro ese documento, lo cual no es fácil. Y sobre esta hazaña –muy meritoria, pero muy indefendible públicamente– tendré yo que plantear la cuestión diplomática. ¿No os parece preferible acentuar la vigilancia y suprimir, en cambio, el escándalo?
MERCIER: Yo sólo pienso en que hay que hacer justicia.
HANOTEAUX: Yo no la rehuyo si logro estar seguro.
DUPUY: Bien. señores. Nuestro objeto era informar a ustedes. Creo que no debe hacerse público nada de todo esto hasta que no se reúnan mayores pruebas. ¿No opina usted, General?
MERCIER: De acuerdo, si tal es la opinión de los señores ministros.
VOCES: Es mejor, indudablemente mejor. Es más prudente.
DUPUY: Entonces la reunión ha concluido, señores.
Cortina musical: Debussy, “Après Midi d’un Faune”.
RELATOR: En los días subsiguientes se complementaron las informaciones sobre la vida privada del Capitán Dreyfus y, por testarudez o por maldad, se alcanzó la convicción –absolutamente infundada– de que era un hombre sin recursos y dado a la vida disipada. Falso de toda falsedad. Pero un nuevo peritaje caligráfico desvaneció toda sospecha y afirmó la idea de la culpabilidad de Dreyfus.
Cortina musical: Debussy, “Après Midi d’un Faune”.
RELATOR: Discretamente, el 14 de octubre de 1894 el Capitán Dreyfus es detenido. Comienzan toda clase de peritajes e indagaciones que, a veces, se contradicen. La duda comienza a aparecer en el Ministro de Guerra y en algunos funcionarios. Pero el 1º de noviembre, la prensa nacionalista y ultramontana se echa encima con furia y comienza a hostigar al gobierno violentamente. El gobierno cede, y el 3 se abre el proceso bajo la más brutal presión de la opinión pública.
Cortina musical: Debussy, “Après Midi d’un Faune”.
RELATOR: Un mes y medio después, y agotadas –al parecer– las indagaciones, se aboca al caso el Consejo de Guerra. La acusación y los testigos deponen circunstanciadamente, mientras el acusado y su defensor, Demange, procura deshacer los argumentos. Llegado cierto momento toca el turno al Jefe de la Oficina de Informaciones, el Comandante Henry –cuya conciencia debía ser muy turbia–.
Escena en el Tribunal. Leve murmullo. Luego silencio.
PRESIDENTE: Puede continuar, Comandante Henry.
HENRY: Quería agregar nada más que esto. Una persona de honorabilidad indiscutible me ha asegurado que un oficial del Ministerio de Guerra hacía traición, y en el mes de marzo la misma persona ha reiterado sus afirmaciones, añadiendo que se trataba de un oficial del segundo departamento. Dreyfus estaba en ese departamento en el primer semestre de 1894. (Pausa. Solemne.) Por mi parte, ¡afirmo que el traidor es ese!
DREYFUS: Miente, mi Coronel. Es una calumnia.
DEMANGE: (Al mismo tiempo.) ¡Es una afirmación infundada, señor Presidente! ¡El Comandante Henry no tiene derecho a hacer apreciaciones personales! ¡Protesto, señor Presidente!
Tres golpes de martillo en la mesa.
DEMANGE: Pido la palabra.
PRESIDENTE: ¡Silencio! Tiene la palabra la defensa.
DEMANGE: ¡Exijo, señor Presidente, que se diga el nombre de esa persona honorable! ¡En nombre del juramento que ha prestado el Comandante Henry, debe decir la verdad, toda la verdad! ¡Descubra el nombre de esa persona!
HENRY: Señor Presidente: cuando un oficial guarda un secreto grave no se lo confía ni a su kepis. (Pausa. Solemne.) ¡Juro que el traidor es el Capitán Dreyfus!
DREYFUS: Es una calumnia, señor Presidente. ¡Soy inocente, absolutamente inocente!
DEMANGE: (Al mismo tiempo.) Es intolerable, señor Presidente. Es una apreciación personal…
Pausa. Tres golpes de martillo sobre la mesa.
PRESIDENTE: Silencio.
Cuchicheo entre los miembros del Tribunal.
PRESIDENTE: Comandante Henry, puede retirarse.
DEMANGE: ¡Señor Presidente…!
PRESIDENTE: (Un golpe.) Silencio. Hago notar a la defensa que debe guardar compostura. El Tribunal pasa a deliberar.
Cortina musical: Debussy, “Après Midi d’un Faune”.
RELATOR: La deliberación duró una hora, y al comenzar, recibió el Presidente del Tribunal un sobre lacrado del Ministro de Guerra en el que se agregaban nuevas piezas de convicción que la defensa no pudo conocer. Una vez decidida la sentencia volvió el Tribunal a la sala y, en ausencia del acusado, se leyó el acta de acusación.
Murmullo. Tres golpes de martillo sobre la mesa.
PRESIDENTE: “En nombre del pueblo francés:
Hoy, 22 de diciembre de 1894, el primer Consejo de Guerra permanente del gobierno militar, a puerta cerrada, da, en audiencia pública, el fallo cuyo texto dice así:
Sometida a los miembros del Consejo la única pregunta siguiente: ¿Es culpable el Capitán Alfred Dreyfus, francés, de 35 años de edad, de haber entregado en París, en 1894, a una potencia extranjera o a sus agentes, cierto número de documentos secretos o confidenciales de importancia para la defensa nacional, manteniendo, de esta suerte, inteligencia con dicha potencia o con sus agentes para procurar a la primera medios de hostilizar a Francia o de emprender la guerra contra ella?
Recogidos los votos conforme a la ley, comenzando por el grado inferior y emitiendo el suyo el Presidente en último lugar, el Consejo declara por unanimidad que SÍ el acusado es culpable.”
Murmullo.
PRESIDENTE: “El Tribunal condena a Alfred Dreyfus, por unanimidad, a la pena de deportación en recinto fortificado. Decreta también la destitución del Capitán Dreyfus y ordena que se proceda a la degradación de este oficial en la primera formación de la guarnición de París. Lo declara exonerado de todas sus condecoraciones y privilegios, así como del derecho a volver a vestir nunca el uniforme.”
Murmullos. Tres golpes de martillo sobre la mesa.
PRESIDENTE: Queda levantada la audiencia.
Cortina musical: Final de Debussy, “Après Midi d’un Faune” (fragmento largo).
Aplausos. Murmullo de entreacto.
GASTÓN: ¿Le ha gustado el poema de Debussy, Monsieur Philipp?
PHILIPP: “La siesta del fauno” está deliciosamente orquestada, y me siento feliz de haber asistido a su estreno. Pero busca uno inútilmente un alma, un vigor… Es precioso, sutil e indefinido, como la obra de Mallarmé.
GASTÓN: ¿Y qué le habrá parecido a Mallarmé? Allí está. Preguntémosle…
MALLARMÉ: No esperaba una cosa como esta. Esta música extrae la emoción de mi poema y le da un fondo más cálido que el color.
GASTÓN: Yo creo en Debussy. Triunfará… Un día triunfará.
Murmullos.
VENDEDOR DE PERIÓDICOS: (En primer plano.) ¡Libre Palabra…! ¡Con la condena del Capitán Dreyfus! ¡Libre Palabra…!
VOCES: Aquí, periódico… ¡Aquí…!
VOCES: ¡Mueran los judíos!
Cortina musical: Debussy, “Après Midi d’un Faune”.
RELATOR: Debussy estrenaba “La siesta del fauno” el mismo día que condenaban al Capitán Dreyfus. La gloria asomaba para el uno cuando la angustia de la más terrible injusticia carcomía el corazón del otro. Pero el via crucis de Dreyfus apenas comenzaba. El 5 de enero de 1895…
Marcha Militar. Al finalizar, paso de una compañía.
JEFE: (En segundo plano.) ¡Al…to! (Pausa.) ¡Vuelta a dereee…cha! ¡Fir…mes!
Toque de clarín o redoble de tambor.
JEFE: ¡Dreyfus! ¡Sois indigno de llevar el uniforme! ¡En nombre del pueblo francés, os degradamos!
DREYFUS: ¡Soy inocente! ¡Juro que soy inocente! ¡Viva Francia!
AYUDANTE: Su espada. (Se la quita y la rompe.)
DREYFUS: ¡Soy inocente! ¡Soy inocente!
Redoble.
JEFE: ¡Vuelta a izquier…da! ¡De frente…! ¡Mar!
Pasos de una compañía. Clarín.
RELATOR: La injusticia –la más espantosa injusticia del siglo– ha quedado consumada en la Escuela Militar. Poco después, el Capitán Dreyfus emprendía el viaje hacia la Isla del Diablo.
Cortina musical: Debussy, “Après Midi d’un Faune”.
33. 1896 – SUEÑO Y MUERTE DE UN FAUNO
Cortina musical: Mussorgski, ‘Una noche en el Monte Calvo’.
RELATOR: (En primer plano.) 1889. París está de fiesta. Sobre la orilla del Sena, el Ingeniero Eiffel ha levantado una maravillosa torre de hierro, símbolo del progreso y la industria. La torre Eiffel…
Cortina musical: Mussorgski, ‘Una noche en el Monte Calvo’.
ALICIA: ¿Pasamos por debajo, León?
LEÓN: No seas imprudente, mujer… ¿No has oído decir que no está muy segura? No puedo explicarme cómo han permitido este adefesio que constituye un verdadero peligro para los turistas…
Cortina musical: Mussorgski, ‘Una noche en el Monte Calvo’.
RELATOR: Porque París está de fiesta, y tenía que ponerse un vestido nuevo. La Exposición Universal ha tenido resonancia en todas partes del mundo, y acude tanta gente al Palacio del Trocadero que hay horas en que no es posible andar. ¡Qué magníficos pabellones! Quien los vea no tendrá duda ninguna de que hemos avanzado tanto en este siglo como en todo el resto de la historia de la humanidad…
Cortina musical: Mussorgski, ‘Una noche en el Monte Calvo’.
ALICIA: ¿Sabe usted lo que se dice? ¡Pues que van a construir un tranvía subterráneo…!
LEÓN: Ya lo he oído, pero no seré yo quien viaje en él. En cuanto pase un carretón cargado por encima del túnel se vendrá todo al suelo.
ALICIA: Lo que ocurre es que es usted un espíritu retardatario. Los ingenieros piensan que podrán hacer pasar el túnel por debajo del Sena.
LEÓN: ¡Horror…! Maldigo el tiempo en que me ha tocado vivir.
Cortina musical: Mussorgski, ‘Una noche en el Monte Calvo’.
RELATOR: La Exposición Universal de París es un elocuente testimonio del progreso que ha alcanzado nuestro siglo. Quienes tengan la suerte de contemplarla no olvidarán jamás el espectáculo de tanta maravilla. Vale la pena entrar…
Cortina musical: Mussorgski, ‘Una noche en el Monte Calvo’.
Fondo de murmullo de gente. Gritos como de anuncios.
VOCES: Adelante, señores, pasen a…
A medida que transcurre el diálogo, los interlocutores cruzan distintos pabellones en los que se ejecuta distinta música: javanesa, húngara, española, negra, etc., que crece y decrece en volumen para dar idea de la aproximación y alejamiento de los interlocutores.
ARTURO: Llegaremos tarde… ¡Cuánta gente! Mira, Claude, ahí va Gastón. ¡Gastón!
GASTÓN: ¡Hola! Tenía que venir a la Exposición para encontrarte…
ARTURO: Te presento a mi amigo Claude Debussy, un músico que está empeñado en hacerme escuchar al ruso…
GASTÓN: Encantado. Yo también quiero escucharlo, pero me temo que lleguemos tarde. ¡Hay tanta gente…! ¿Cómo se llama el ruso?
ARTURO: ¿Te acuerdas tú, Claude, que estuviste en Rusia?
CLAUDE: Sí, se llama Rimsky Korsakof. Un gran músico…
ARTURO: Será curioso oírlo… Pero aquí no se oye más que música rara… ¿Oyes, Claude?
CLAUDE: Sí, en cada pabellón tocan música de su país. Es una atracción más de la Exposición. Fijaos bien, creo que ésta es música de Polinesia o de Australia…
Cortina musical: Música australiana (BBC).
GASTÓN: Pues a mí me gusta la música francesa…
ARTURO: Eres un patriota, Gastón… Oye, ¿no serás partidario del General Boulanger?
GASTÓN: Pues claro que lo soy… O crees que es preferible que nos ahoguemos en esta república infecta, llena de podredumbre y sin Dios. No sé cuándo, pero si Dios no nos ha dejado de su mano, el General Boulanger nos sacará de males y mandará al infierno toda esta roña…
ARTURO: ¿Se espera algo, Gastón?
GASTÓN: Creo que sí… Pero este maldito Constans parece que quiere ponerse fuerte. Se dice que someterán a Boulanger a un tribunal militar…
ARTURO: Pues habrá que apurarse y echar por tierra a Carnot antes que sea tarde…
CLAUDE: Tarde ya ha de ser para el concierto… Pero no, parece que no ha empezado aún… Aquí está el cartel: (Lee.) “Una noche en el Monte Calvo de Modesto Mussorgski. Con esto empezamos…”. Es un músico admirable.
Cortina musical: Mussorgski, ‘Una noche en el Monte Calvo’.
RELATOR: Los dos conciertos que dirigió Rimsky Korsakof produjeron enorme impresión en París, y neutralizaron en cierta medida la influencia dominante que empezaba a ejercer Richard Wagner. Debussy tenía por entonces 27 años y se mostró sensible a la música de aquellos maestros un poco excéntricos, y acaso más aún a esa otra, primitiva y extraña, que oyó en los distintos pabellones de la Exposición Universal. Pero su estilo personal se insinuaba ya con bastante firmeza, particularmente en sus composiciones para canto y piano, en las que se valía de textos de los poetas que amaba: Bainville al principio, Bourguet luego, Baudelaire, Verlaine…
Cortina musical: Debussy, ‘Après Midi d’un faune’.
CLAUDE: ¿Qué hay de Verlaine, Pierre?
PIERRE: Pauvre Lèlian! Hace pocas semanas fui a visitarlo a su casa de la calle Vaugirard. Era miércoles, el día que suele recibir… Pero una vez más ha debido internarse en el Hospital Broussais. Es un hombre acabado.
CLAUDE: Pero yo acabo de ver un libro aparecido hace poco…
PIERRE: Sí, “Parallèlement”; y ahora sale otro, “Dédicaces”; pero es cosa escrita en los últimos tiempos. Ahora escribe poco… y su vida es más inexplicable cada vez. Ya no es el de antes…
CLAUDE: Y sin embargo, antes nadie lo conocía, y ahora…
PIERRE: Ahora sí se lo conoce bien. Es un poeta excepcional, acaso uno de los grandes poetas de Francia. Debías visitarlo; yo he ido con André Gide. Le gusta que lo acompañen. Alrededor de su cama están siempre Maurice Barrès, Jean Moréas, Anatole France, Stephane Mallarmé, mucha gente… ¿Sabes? Una americana le ha enviado un ramo de orquídeas… ¿Por qué no le pones música a algún poema suyo?
CLAUDE: He estado pensando… Quizá a alguno de “Fêtes Galantes”…
PIERRE: Sería delicioso. He sabido que Carrière le está haciendo un retrato. Todos se vuelcan hacia él… ¿Quieres oír un poema de él que tengo aquí? Escucha:
Lassitude
“¡Dulzura! ¡la dulzura de tu boca liviana!
suavízame tus besos, adorable fogosa,
reclíname en tu seno con arrullo de hermana.
Atempera tus ojos en amable sosiego;
vale más tu caricia de pasión veleidosa
que las vívidas noches de tus brazos de fuego.
En mi pecho ferviente, en mi pecho sonoro
los amores conciertan una música ufana…
-¡Deja, deja que suenen sus clarines de oro!
Abandona tus sienes, con tu mano en la mía;
jura los juramentos que jurarás mañana,
y en mudo llanto unidos aguardemos el día.”
Cortina musical: Debussy, ‘Après Midi d’un faune’.
RELATOR: Cuando alguien preguntaba a Verlaine algo de su poesía, solía contestar que era un poeta místico. Y acentuaba la frase con una palabrota. Extraña mezcla la que manifestaba aquel poeta, de fauno y santo, de sátiro sacudido por el milagro. Y desde que se había convertido, se mostraba conservador, nacionalista, ultramontano, hasta el punto de hacerse partidario del General Boulanger, que por entonces amenazaba hacer añicos la República… Pero ahora el General Boulanger ha perdido su oportunidad, y dicen que acaba de suicidarse en Bruselas, sobre la tumba de su amada. ¡Era tan romántico!
Cortina: Debussy, ‘Après Midi d’un faune’.
RELATOR: Cuando sale del hospital, Verlaine vuelve a su antigua vida. La sensualidad domina su cuerpo medio destruido. Es el fauno a punto de rendirse. Pero aún le queda tiempo para reunirse con sus amigos en la mesa de algún café, o en el cuchitril donde se hospeda. Muchos acuden a conocer al fauno poeta, al bohemio incorregible…
Cortina: Debussy, ‘Après Midi d’un faune’.
RELATOR: Pero Debussy no suele participar de esas reuniones. Más le agrada concurrir los martes a la casa de la calle de Roma donde Stephane Mallarmé recibe a sus discípulos y amigos. Es un poeta límpido y severo, cuyos ejercicios poéticos tienden a depurar la poesía y a situarla en un ámbito de resonancias puras y perennes. Allí oyó hablar Debussy de otro fauno que atrajo la atención del músico: el fauno que reposaba durante la siesta y soñaba acerca de la enigmática realidad de sus amores:
“Estas ninfas quisiera perpetuarlas. Palpita
su granate ligero, y en el aire dormita
en sopor apretado. ¿Quizá yo un sueño amaba?
Mi duda, en oprimida noche, remota, acaba
en más de una sutil rama que bien sería
los bosques mismos, al probar que me ofrecía
como triunfo, la falta ideal de las rosas.
Reflexionemos… ¡Si la mujer que glosas
un deseo prefigura de los sentidos magos!
Se escapa la ilusión de aquellos ojos vagos
y fríos, cual llorosa fuente, de la más casta:
mas la otra, en suspiros, dices tú que contrasta
como brisa del día cálida en tu toisón.
¡Que no! Que por la inmóvil y lesa desazón
-el sol con la frescura matinal en reyerta-
no murmura agua que mi planta no revierta
al otero de acordes rociado; sólo el viento
fuera de los dos tubos, pronto a exhalar su aliento,
en árida llovizna derrama su conjuro;
es, en la línea tersa del horizonte puro,
el hábito visible y artificial, el vuelo
con que la inspiración ha conquistado el cielo.”
Cortina breve: Debussy, ‘Après Midi d’un faune’.
RELATOR: Así comenzaba el poema sinfónico que inspiró a Debussy el poema de Stephane Mallarmé “La siesta del fauno”.
Cortina: Debussy, ‘Après Midi d’un faune’.
RELATOR: En 1892 el poema sinfónico estaba ya compuesto, pero tardó algún tiempo en ser estrenado. El 22 de diciembre de 1894 lo ejecutó por primera vez la orquesta de la Sociedad Nacional de Conciertos, y no fueron muchos los que descubrieron su profunda belleza o las posibilidades que abría a la música de Francia.
Murmullo de entreacto.
GASTÓN: ¿Le ha gustado el poema de Debussy, Míster Philipp?
PHILIPP: Está deliciosamente orquestado… pero busca uno inútilmente un alma, un vigor… Es precioso, sutil e indefinido, como la obra de Mallarmé…
GASTÓN: ¿Y qué le habrá parecido a Mallarmé? Allí está… Preguntémosle…
MALLARMÉ: No esperaba una cosa como ésta. Esta música extrae la emoción de mi poema y le da un fondo más cálido que el color…
GASTÓN: Yo creo en Debussy. Triunfará… Un día triunfará…
Murmullos. Y sobre el “triunfará”, un vendedor de periódicos.
VENDEDOR: Con la condena del Capitán Dreyfus… Libre Palabra… Con la condena del Capitán Dreyfus…
Remolino de gente y murmullos.
VOCES VARIAS: Aquí… Periódico… Aquí…
VOZ: ¡Abajo los judíos…!
GASTÓN: Han condenado al Capitán Dreyfus por alta traición… (Lee.) Degradación… Destierro a la Guayana… ¡Miserable…!
ARTURO: ¿Pero tú crees que está probado?
GASTÓN: ¡No dudarás de un tribunal militar…!
El murmullo de fondo se resuelve con el vendedor de periódicos.
VENDEDOR: Libre Palabra, con la condena del Capitán Dreyfus… Libre Palabra… (La voz se va perdiendo.)
Cortina: Debussy, ‘Après Midi d’un faune’.
RELATOR: Claude Debussy le había puesto música, entretanto, a los poemas de las “Fiestas Galantes” de Verlaine. El poeta declinaba. Del hospital salía para refugiarse en albergues innobles, junto a mujerzuelas del arroyo, y luego retornaba al hospital acosado por las lacras que castigaban su cuerpo, víctima del desorden y el vicio. Un día, en fin, se alojó definitivamente en el zaquizamí de Eugenia Krantz, una entre tantas de aquellas en quienes el fauno depositaba sus últimos sueños eróticos. La muerte rondaba ya de cerca a aquel cuerpo innoble en el que se alojaba un inmenso poeta.
Y el 8 de enero de 1896 encontraron, exánime, su cuerpo desnudo –el desnudo y horrible cuerpo del fauno– tendido en el suelo delante de un retrato de su padre al que el poeta solía herir con la punta de su bastón como castigo por el delito de haberlo engendrado.
Cortina: Fin del ‘Après Midi d’un faune’.
RELATOR: La muerte del fauno… Volaba la leyenda del poeta saturniano, mientras se extinguía su vida miserable. Y talló en piedra su gloria y su miseria otro poeta, Rubén Darío, cuando cantó en su tumba el “Responso a Verlaine”.
34. 1906 – REHABILITACIÓN DEL CAPITÁN DREYFUS
Cortina musical: Debussy, “El Mar”.
RELATOR: Octubre de 1905. Claude Debussy acaba de estrenar su poema sinfónico titulado “El Mar”. La obra ha sorprendido a todos, y la polémica ha comenzado con violencia.
Cortina musical: Debussy, “El Mar”.
LALO: Yo no oí, ni vi, ni sentí el mar…
CARRAUD: Es indudablemente el genuino Debussy, es decir, la más individual, la más preciosa y la más sutil expresión de nuestro arte. Pero sugiere también la posibilidad de que algún día tengamos un Debussy americanizado.
LALO: Pero, en fin, ¿es usted debussista o d’indyista?
CARRAUD: ¿Sabe usted que hace quince años predijo Edmond Bailly que un día se abriría esta polémica? Debussy contestó que esperaba que nadie hablara de d’indyistas.
LALO: Sólo en eso se equivocó porque se habla bastante…
Cortina musical: Debussy, “El Mar”.
RELATOR: Tiempo de polémicas, y las polémicas artísticas eran las menos violentas. La República sostenía un terrible duelo con la Iglesia, y las fuerzas de la izquierda pugnaban por obtener un resultado favorable a sus demandas. El 9 de diciembre Briand consiguió que las Cámaras aprobaran la separación de la Iglesia y el Estado, y poco después ponía en funcionamiento la ley desde el Ministerio de Culto. Entretanto, una tenaz resolución de republicanizar el ejército y de aplastar la hidra de la reacción había dado poco a poco sus frutos. La opinión pública había comenzado a acostumbrarse a una república ‘republicana’, y el progreso social no la asustaba.
Cortina musical: Debussy, “El Mar”.
RELATOR: En ese ambiente se esclarecería definitivamente el asunto Dreyfus. Condenado en 1894, el Capitán Dreyfus había permanecido recluido en la Isla del Diablo hasta junio de 1899. Ese año, el Tribunal de Casación ha invalidado el fallo condenatorio y ha abierto de nuevo la causa, que habría de verse en Rennes. Dreyfus es traído a Francia y asiste al juicio ante el Tribunal Militar, cuya sentencia volvió a reconocer la culpabilidad de Dreyfus, pero en circunstancias que no convencieron ahora a la opinión pública. El Presidente Loubet, movido por Millerand, indulta a Dreyfus en septiembre de 1899, y desde entonces los partidarios del oficial injustamente perseguido luchan por su rehabilitación definitiva.
Cortina musical: Debussy, “El Mar”.
DREYFUS: El gobierno de la República me ha devuelto la libertad. Ésta nada representa para mí sin el honor. Desde hoy seguiré persiguiendo sin tregua la reparación del espantoso error judicial de que soy víctima. Quiero que Francia entera sepa, por obra de una sentencia definitiva, que soy inocente.
JAURÈS: No se inquiete, Capitán, piense cómo ha cambiado la opinión de las gentes sobre este problema. Obtendremos su rehabilitación.
DREYFUS: Mi corazón no descansará hasta que no quede un solo francés que me impute un crimen cometido por otro.
Cortina musical: Debussy, “El Mar”.
DREYFUS: ¿Ha llegado el momento?
JAURÈS: No, aún no…
Cortina musical: Debussy, “El Mar”.
RELATOR: Pero el tiempo obra en favor de Dreyfus. Los verdaderos implicados en la estratagema del espionaje han dejado escapar parte de su secreto. Uno se ha suicidado. Otro se enreda en sus propias mentiras. El ex–Ministro Mercier declama y los presuntos documentos secretos a que se aludía desde hacía varios años se desvanecen y pierden su presunto valor probatorio. Pero al mismo tiempo el nacionalismo reaccionario palidece y las fuerzas liberales ganan terreno. Un día, en abril de 1904, el Capitán Dreyfus se decide a solicitar una nueva información sobre su proceso, y el Ministerio la concede.
Cortina musical: Debussy, “El Mar”.
RELATOR: Mientras la información avanza, la situación política se torna cada vez más favorable a los revisionistas. En las elecciones parlamentarias de 1906 son elegidos sus principales representantes: Jaurès, el líder obrero, Reinach y Laborit, los tenaces defensores de la ley, Viviani, Brisson y muchos otros, resueltos a restaurar la verdad. En esa atmósfera parece oportuno exigir la declaración de la inocencia del acusado.
Cortina musical: Debussy, “El Mar”.
REINACH: Los términos de la información le son absolutamente favorables, Dreyfus; el único obstáculo siguen siendo los intereses creados y la absurda preocupación del Estado Mayor, que cree que la verdad atenta contra su prestigio. Debemos llevar el caso ante el Tribunal de Casación.
DREYFUS: Ya les he dicho que me opongo categóricamente. Estoy definitivamente resuelto a solicitar que se me juzgue nuevamente ante un nuevo Consejo de Guerra.
JAURÈS: Pero es absolutamente insensato, Dreyfus. El ejército está comprometido y no debemos prestarnos para que consiga una nueva oportunidad de movilizar sus recursos.
DREYFUS: Yo soy ante todo un soldado, y estimo que habiendo consagrado mi vida a mi patria, puede ella disponer de mí e infligirme dolores inmerecidos.
REINACH: Ya han sido suficientes, Dreyfus.
DREYFUS: He soportado todas las angustias y penalidades de la Isla del Diablo como hubiera soportado los sufrimientos de una campaña atroz. No quiero más que mi honor íntegro e inmaculado.
REINACH: Su posición es absurda, Dreyfus. El caso debe ventilarse ante las dos Cámaras reunidas del Tribunal de Casación. ¿O es que acaso dudáis de la dignidad de los tribunales civiles de la República?
DREYFUS: De ningún modo, pero para un soldado los siete oficiales del Consejo de Guerra…
JAURÈS: Es absurdo, Dreyfus. Yo lo conmino a que acepte la autoridad de los cuarenta y ocho jueces del Tribunal de Casación.
Cortina musical: Debussy, “El Mar”.
RELATOR: 15 de junio de 1906. En audiencia pública, el Tribunal de Casación inicia la vista del caso Dreyfus.
Tres golpes de martillo sobre la mesa.
PRESIDENTE: ¡Silencio! (Pausa.) Tiene la palabra el Procurador General de la República.
PROCURADOR: Los sucesos que desde hace doce años se han desencadenado en torno a este proceso, lo han transformado en una causa universal. Un error judicial es, por sí mismo, un motivo de duelo. Es la desesperación de la gente honrada, pero que el error no se repare una vez reconocido, es tanto como la inversión del orden social.
Señor Presidente: La inocencia del Capitán Dreyfus era probable en 1898, y es ahora absolutamente indiscutible.
PRESIDENTE: ¿Cuál considera el Procurador General que es la situación del Comandante Esterhazy?
PROCURADOR: Debo repetir los términos, señor Presidente. La culpabilidad del Comandante Esterhazy ha quedado totalmente probada en el transcurso de la información sumaria, y es evidente no sólo que el Capitán Dreyfus es inocente, sino que el Comandante Esterhazy es el autor responsable de la minuta que sirvió como pieza de convicción para condenar a aquél.
Murmullos. Tres golpes de martillo sobre la mesa.
PRESIDENTE: ¡Silencio!
PROCURADOR: Si el Tribunal admite que la minuta no constituye nada más que un acto de traición ficticia; que Esterhazy la ha escrito –según él mismo declara– por orden del Coronel Sandherr, la acusación cae totalmente por su base. No hay crimen, ni delito in rem. Puesto que el Capitán Dreyfus ha sido condenado siendo inocente, es preciso anular la sentencia que lo condenó. No cabe la menor dilación.
Murmullos fuertes.
VOCES: (Gritando.) ¡Viva Dreyfus!
Tres golpes de martillo sobre la mesa.
PRESIDENTE: Recuerdo a la sala que debe abstenerse de hacer manifestaciones. De lo contrario el Tribunal la hará desalojar de inmediato.
Silencio.
PRESIDENTE: Continúa el Procurador General.
PROCURADOR: Si por el contrario el Tribunal admite que la minuta es un acto real de traición, se encuentra en presencia, a la vez, de la inocencia palmaria del Capitán Dreyfus, y de la culpabilidad probada de Esterhazy, que se declaró autor de la minuta, y de todos los actos que de la falsificación se derivan. Y, en ese caso, Dreyfus ha sido condenado a pesar de ser inocente.
Murmullos. Tres golpes de martillo sobre la mesa.
PROCURADOR: Tras vicisitudes sin cuento, después de haberse desencadenado luchas sin tregua ni piedad que alcanzan a la vida entera de la Nación y han sembrado la discordia y el odio, gravitando sobre la conciencia pública y la organización judicial, ha sonado, señor Presidente, la hora del triunfo y ante nosotros se levanta la verdad invencible.
Murmullos. Algunos aplausos. Chistidos. Golpes de martillo sobre la mesa.
PRESIDENTE: ¡Silencio! Tiene la palabra el abogado defensor.
ABOGADO: Por cuarta vez, señor Presidente, me presento ante los tribunales para defender la inocencia del Capitán Dreyfus, y ahora ante los cuarenta y ocho jueces supremos de la República Francesa. Son conocidas las condiciones en que hemos debido realizar esa defensa, en una atmósfera de odio y de violencia capaz de desencadenar sobre nosotros la agresión personal. El abogado Demange ha pronunciado su discurso de defensa, tan henchido de gallardía y de razón, bajo amenazas de muerte continuamente repetidas. La bala de un asesino ha hecho presente al abogado Laborit que en Francia está prohibido defender a un oficial judío. No soy yo el llamado a decir cuántas veces, y por qué procedimientos muy frecuentemente crueles, me ha sido notificada durante ocho años esa misma prohibición.
Murmullos.
ABOGADO: El trueno de Zola, su viril acusación, no ha bastado para sanear semejante atmósfera. En vano se han alzado en medio de la tormenta algunos hombres de corazón que han pasado estos años negros haciendo resonar su clamor ansioso de justicia. Algunos han caído en la lucha. Pues bien, ya es hora de que acabe ese régimen de desmoralización. La defensa suscribe totalmente las conclusiones del señor Procurador General y solicita, como él, la casación sin más demora.
Murmullos.
ABOGADO: La sentencia que pide la defensa a vuestras conciencias no es sólo una declaración suprema que restablezca el reino del derecho por tanto tiempo ultrajado, sino también un piadoso homenaje a la justicia eterna.
Murmullos. Algún aplauso. Golpes de martillo sobre la mesa.
PRESIDENTE: ¡Silencio! El Tribunal se retira a deliberar.
Cortina musical: Debussy, “El Mar”, perdiéndose.
Ruido de pasos y murmullos. Movimiento de sillas.
Luego golpe de martillo sobre la mesa.
PRESIDENTE: El Tribunal ha deliberado sobre los hechos sometidos a su juicio y ha considerado los alegatos de la parte fiscal de la defensa, tras de lo cual ha fallado en los siguientes términos:
“El Tribunal de Casación de la República francesa anula la sentencia del Consejo de Guerra de Rennes, que el 9 de setiembre de 1899 condenó al Capitán Dreyfus a diez años de presidio y a la degradación militar.
Declara que esa sentencia fue dictada por error e injustamente.
Hace constar la renuncia expresa del Capitán Dreyfus a la indemnización pecuniaria que el artículo 446 del Código de Instrucción Criminal permitía conceder.
Ordena, conforme al citado artículo, que esta declaración sea fijada en París y en Rennes e insertada en el diario oficial, así como en cinco periódicos de París y de provincias a elección de Dreyfus.
Ordena igualmente…”
Aplausos. Gritos, perdiéndose. Cortina musical: Debussy, “El Mar”.
RELATOR: Así epilogaba el proceso Dreyfus. Al día siguiente de pronunciada la sentencia el gobierno lo ascendía al grado de comandante y poco después le otorgaba la Legión de Honor, cuyo distintivo debía entregársele en una ceremonia pública que lo vindicara de su pública degradación.
El 20 de julio de 1906, en la plaza pública donde doce años atrás fuera degradado…
Marcha Militar. En primer plano, paso militar de una compañía.
JEFE: (En segundo plano.) ¡Al…to! (Pausa.) ¡Vuelta a dereee…cha! ¡Fir…mes!
Toque de clarín, redoble de tambores.
JEFE: (En segundo plano.) ¡Presenten… arms!
Toque de clarín (llamada de atención).
GENERAL: Comandante Dreyfus: En nombre del Presidente de la República os hago Caballero de la Legión de Honor. (Pausa.) Habéis servido en otro tiempo en mi división. Me siento dichoso de que se me haya encomendado la misión que acabo de cumplir.
DREYFUS: Gracias, mi General.
Clarín y tambores. Aplausos, perdiéndose. Luego cortina musical: Debussy, “El Mar”.
RELATOR: Doce años después de su condena, tras haber padecido los rigores de la Isla del Diablo y los rigores aún más duros de la afrenta hecha a su honor, el Comandante Dreyfus conquistaba su rehabilitación con la ayuda de los espíritus generosos y combativos que, como Emile Zola y Jean Jaurès, habían luchado por desentrañar la verdad. Poco después Georges Clemenceau llegaba por primera vez a la Presidencia del Consejo de Ministros y orientaba una firme política de concentración republicana.
De las peripecias del proceso Dreyfus salía robustecido el espíritu liberal de la Tercera República.
35. 1915 – EL FUEGO ILUMINA LAS TRINCHERAS
Cortina musical. Cañoneo lejano.
BARBUSSE: 1916. Tiros de fusil. Cañoneo. Por encima de nosotros, por todas partes, crepita el bombardeo en rápidas ráfagas o en disparos aislados. El sombrío y flamígero huracán no cesa jamás… jamás. Desde hace más de quince meses, desde hace quinientos días, en este lugar del mundo donde estamos, la fusilería y los bombardeos no se han detenido desde la noche hasta la mañana, desde la mañana hasta la noche… Está uno enterrado en el fondo de un eterno campo de batalla…
Cortina musical.
RELATOR: La guerra en las trincheras… Los aliados consiguieron detener la ofensiva alemana en septiembre de 1914 en las gloriosas jornadas del Marne y completar su línea de defensa en territorio belga. Desde entonces ha comenzado la guerra de posiciones, y las tropas han comenzado a cavar sin descanso kilómetros y más kilómetros de trincheras y a levantar kilómetros y más kilómetros de alambrada de púas. A pocos centenares de metros, las dos líneas de trincheras se observan y se atacan eventualmente. La pala y el pico son tan importantes como la ametralladora y el fusil.
Una pregunta está en los labios de todos: ‘¿Qué esperamos?’
Cortina musical.
RELATOR: En París, el gabinete Briand procura –sin éxito– agilizar la administración para servir a los intereses de la guerra. Clemenceau azuza al gobierno y, de vez en cuando, pone una pica contra los derrotistas, los tibios y los perezosos de la retaguardia. Joffre, entretanto, tienta de vez en cuando una salida de las trincheras, y los ingleses procuran evacuar en orden los efectivos transportados a Galípoli y derrotados. Hasta los alemanes parecen desorientados. Pero comienza a sospecharse una nueva ofensiva germánica.
Entretanto, las tropas se vigilan desde las trincheras. En una de ellas, Henri Barbusse se sumerge en el fango y soporta el fuego con sus camaradas. Pero Henri Barbusse observa y reflexiona.
BARBUSSE: “Está uno enterrado en el fondo de un eterno campo de batalla…”
Cortina musical. Cañonazos lejanos.
BARBUSSE: Los de la escuadra de Bertrand nos hemos agrupado en un recodo de la trinchera. Aquí es un poco más ancha que en su parte recta, donde es preciso, cuando se cruzan dos soldados, aplastarse contra el muro, frotando con la espalda la tierra y con el vientre al camarada.
Por la noche se nos emplea en los trabajos de terraplenado a vanguardia; pero durante el día no tenemos nada que hacer. Amontonados los unos sobre los otros, no nos queda sino esperar la noche como podamos.
Cortina musical.
PLUMET: ¡Las ocho…! ¡Y esa cocina… qué demonios hace que no nos cuida…!
LAMUSE: Y yo que tengo hambre desde ayer a mediodía…
PLUMET: Bichos ruines… esos rancheros…
COCÓN: Estoy seguro de que es el puerco de Pepére el que retrasa a los demás. Como necesita dormir diez horas…
LAMUSE: Ya le daría yo, al tal Pepére… Lo despertaría a patadas…
COCÓN: Además, es un tragón insigne. No os imagináis el número de kilos que se echa al coleto cada día… Me gustaría calcularlo…
LAMUSE: Todo te gusta calcularlo, a ti. ¿Qué calculabas esta tarde, con esos papeles del furriel…?
COCÓN: Era un plano-guía. Están dibujadas las trincheras. ¿A que no sabéis cuántas líneas de trincheras hay en este sector? Quince, solamente en la posición de nuestro regimiento. Unas invadidas por la hierba y casi niveladas, y otras en servicio y llenas de tropas. Los ramales que las comunican dan vueltas y hacen lazos como las calles de las ciudades viejas. La red es más completa de lo que creemos los que vivimos en ellas.
LAMUSE: ¿Y qué fue de tu cálculo?
COCÓN: Mirad, en los 25 kilómetros de ancho que forma el frente de nuestro ejército, se pueden contar mil kilómetros de líneas cavadas: trincheras, ramales, uniones… Y como las fuerzas francesas están compuestas de diez ejércitos… Hay del lado francés diez mil kilómetros de trincheras, y otro tanto del lado alemán. Y el frente francés no es sino la octava parte del frente mundial…
LAMUSE: Así se ve lo que representamos nosotros…
PLUMET: Un soldado no es nada. Ni muchos… tampoco son nada.
LAMUSE: Aquí viene el pienso… ¡A comer!
COCÓN: Ya era hora… ¿Qué hay para mascar?
LAMUSE: Judías con aceite, carne cocida y café… ¡Pufff!
PLUMET: Maldito sea… ¿Otra vez sin vino…?
COCÓN: No, allí está el vino… Vamos, mejor comer…
Cortina musical.
RELATOR: Así se arrastraba la vida, día tras día, en las trincheras. Sin horizonte, sin estímulos. Joffre era responsabilizado del estancamiento de las acciones, y el gobierno debía responder a los ataques que se lanzaban contra él por la ineficacia de los preparativos y dispositivos de guerra. Un senador a quien llamaban ‘el Tigre’, Georges Clemenceau tronaba en el Senado.
Cortina musical.
CLEMENCEAU: (En el Senado.) “Aquellos que hacen los preparativos de guerra son los designados para conducirla, y si el curso de las operaciones trae a la luz faltas más o menos serias –como ha ocurrido con nuestra artillería liviana y con la creación de nuestra artillería pesada– es una empresa terrible efectuar un cambio. Una burocracia que se considera infalible, si por desgracia fiscaliza la censura, considerará como enemigo del bien público a cualquiera que abogue por una reforma inmediata, necesaria para salvar a la nación.
En la organización nacional existe, por definición, una voluntad superior a la burocracia. Ella reside en el gobierno. El gobierno tiene tan solo que decir: ‘lo haré’, y habiéndolo dicho, proceder. En teoría, se observa, nada más simple. La dificultad capital reside en que la mayoría de esos gobiernos sólo ven por los ojos de la administración, escuchan sólo por sus oídos, juzgan sólo según sus facultades. ¿No es el principal mérito de una burocracia, en la opinión de mucha gente, el que piense, quiera y actúe sin ocasionar al ministro más incomodidades que la de escribir su firma? Si los hombres que están nominalmente en el poder y se creen en él, pero cuya primera preocupación es abandonar su autoridad a una irresponsable burocracia, hubiesen tomado las riendas con mano firme, nunca hubiéramos conocido los males de la administración, pues ella, restringida a los límites de sus funciones, sería un sirviente en lugar de un amo.”
Cortina musical.
RELATOR: A principios de 1916, la situación comenzó a cambiar en el frente europeo. Galípoli había sido evacuada y Serbia había sucumbido. Se imponía la acción, y Joffre decidió emprender una ofensiva general aliada. Pero la noticia se filtró a través de los servicios de espionaje, y el Estado Mayor alemán quiso anticiparse y lanzar sus fuerzas a un ataque del mismo estilo. Las operaciones podían ser decisivas. El punto elegido fue Verdun.
Entonces se conmovió la vida en las trincheras.
Cortina musical. Cañoneo próximo.
COCÓN: Ahora aprieta. Esos son shrapnels del 77.
LAMUSE: A mí no me asustan.
COCÓN: El casco te protege bien de las balas de plomo. Pero esto te ataca por la espalda y te tumba. No hay que hacerse el valiente con ellos. No conviene sacar la mano para ver si llueve mientras llueve el 77.
PLUMET: Hay otros además del 77. Los hay de todos los pelajes.
Bombardeo muy fuerte.
COCÓN: Mirad éste… son 150.
PLUMET: Asno… Este es 210. ¿Y los nuestros?
Cañoneo muy próximo.
COCÓN: Ahí están. La batería está a menos de doscientos metros a nuestra espalda. ¡El 75…!
PLUMET: Muchachos… El Cabo dice que hay que estar atentos…
LAMUSE: ¿Y no estamos…? ¡Maldito sea…! Oye… ¿No hueles…?
COCÓN: Sí… ¡Atención…! (Fuerte.) ¡Gases…! ¡Gases…!
LAMUSE: ¡Cochinos…! ¡Eso es desleal…!
PLUMET: No seas estúpido… Cuando se ha visto hombres cortados en dos de arriba a abajo y cráneos metidos en el pulmón como por un golpe de maza, se ve que no hay nada leal ni desleal… Es la guerra…
COCÓN: Basta de majaderías. Las caretas…
PLUMET: ¡Oye…! ¿Gritan…?
VOZ: (Lejos, luego acercándose.) ¡Alerta, la 22! ¡Alerta, la 22! ¡A las armas…!
PLUMET: ¡Ya decía yo…! ¿Hay una salida, Cabo?
CABO: ¡Alistarse! Sale todo el sector para asaltar la trinchera enemiga. ¡Hay ofensiva general de los boches! Estar atentos.
VOZ: ¡A las armas…! ¡Mochila a la espalda…! ¡Atentos al silbato…!
CABO: Vamos, ligero… ¡Qué hacéis…! Tú… ¡La bayoneta…! Tomar posición en las escalas… ¡Atentos todos…!
VOZ: ¡Dos granadas por hombre…! ¡Atentos! ¡Cada hombre, dos granadas…!
CABO: Atención, soldados. Tomad las granadas… Dos cada uno. Atentos…
Cañoneo muy próximo.
CABO: La artillería bate las trincheras. Ya falta poco. ¡Atentos todos…!
Silbato estridente.
CABO: (En primer plano.): ¡Adelante…!
Pasos sordos. Carrera.
CABO: Fusil… Fusil y bayoneta… ¡Las granadas para último momento! Por aquí… ¡Dirección: al tronco delante de las alambradas boches…!
Fuego de ametralladoras.
PLUMET: ¡Ay…!
Ruido de cuerpo que cae.
LAMUSE: ¡Plumet…! ¡Oye…!
CABO: ¡Adelante…! ¡Adelante, soldado…! No detenerse… Al tronco delante de las alambradas boches…
LAMUSE: (Jadeante.) Me ha rozado una bala…
CABO: Lamuse… ¿Ves al Teniente…?
LAMUSE: No, lo he perdido de vista… Allí… en esa nube de polvo… Allí está, Cabo.
CABO: A la derecha… ¡No perder de vista la dirección!
COCÓN: ¡Los boches! ¡Ahí asoman! ¡Van a saltar de la trinchera!
CABO: ¡Cuerpo a tierra! Avanzar cuerpo a tierra… ¡Fusilería!
Cortina musical. Cañones en primer plano.
PERIODISTA: ¿Vuelve optimista de su visita, señor Clemenceau?
CLEMENCEAU: Sí, confío en la victoria. Estoy seguro. Francia saldrá victoriosa y fortalecida de esta prueba. Pero vuelvo triste…
PERIODISTA: ¿Triste, señor Clemenceau? No comprendo…
CLEMENCEAU: Sí, amigo mío. El espectáculo de la guerra moderna me entristece. El esfuerzo es enorme, ciclópeo, pero en este trágico conjunto, el hombre no es más que un átomo perdido. Ofrecemos el sacrificio de nuestra juventud, pero el amo… es la máquina.
PERIODISTA: ¿Qué opina, señor Clemenceau, de nuestro armamento?
CLEMENCEAU: He visto mucho en esta visita. Y bueno, muy bueno. Llegamos temprano y muy cerca de las líneas de combate. Cruzamos los campos y nos reunimos con la batería de 75, cuyo fuego se había apresurado. Pero donde esperábamos hallar el tumulto y la gritería del combate, encontramos a mudos artilleros accionando como autómatas. En la inmensa planicie, entenebrecida por las alas de la muerte, no se veía, no se comprendía nada. El cañón encogía sus hombros como en un juego y un tenue resplandor blancuzco aparecía un instante. La voz del 75 es algo hermoso, habla con acento alegre, decisivo, como el chasquido de una bandera azotada por el viento. Mas en derredor siéntese la presencia de una implacable energía convergiendo de todas partes, madurando sus oscuros propósitos en secreto, como el destino de un drama clásico, para el fin más oprimente.
PERIODISTA: ¿Y nuestros hombres, señor Clemenceau?
CLEMENCEAU: El francés ha emergido en esta hora como una sola pieza, más fuerte, más resuelto, silencioso, sonriente, brillantes los ojos con un fuego invencible que afirma que la leyenda de Francia no será frustrada.
Cortina musical.
RELATOR: Tras de cada salida, la trinchera vuelve a su rutinaria quietud, a su falsa paz. Todo es espera y hastío para aquellos hombres que no saben cuándo van a morir, pero que entretanto se tornan inhumanos, animalizados por el hedor de los cadáveres, por la necesidad de matar. En la trinchera, Henri Barbusse observa y medita.
Cortina musical.
CONÓN: Oye, Barbusse, tú que escribes, ¿escribirás después sobre nosotros, sobre los soldados?
BARBUSSE: Sí, hijo. Hablaré de ti, de los compañeros, de nuestra existencia…
CONÓN: Dime, ¿te puedo preguntar una cosa…?
BARBUSSE: Claro, pregunta…
CONÓN: Cuando hables de los soldados en tu libro… ¿los harás hablar como ellos o arreglarás lo que dicen? Me refiero a las palabrotas… Porque aunque seamos camaradas, y sin que nadie se moleste por eso, el caso es que no habrás oído hablar a dos soldados un minuto sin que digan cosas que no se pueden decir en los libros… Entonces… ¡qué…! Si no lo dices, el retrato no resultará parecido…
BARBUSSE: Pondré las palabrotas en su sitio, no te preocupes; las pondré porque así se habla en las trincheras.
CONÓN: Pero si las pones, los que lean, sin ocuparse de la verdad… ¿no van a decir que eres un puerco…?
BARBUSSE: Es probable, pero lo haré sin ocuparme de ellos.
CONÓN: ¿Quieres mi opinión? Aunque no entienda una palabra de libros. Es valiente eso, porque no es costumbre, y será bueno si te atreves… Pero a última hora no te decidirás… ¡Eres demasiado bien educado! Es uno de los defectos que te he notado desde que te conozco. Ése y el de usar el aguardiente para limpiarte la cabeza en vez de bebértelo, o dárselo a un compañero si no te gusta… Es lástima…
Cortina musical.
RELATOR: La guerra continuó largo tiempo. Los submarinos echaron a pique a muchos barcos mercantes y los cañones destruyeron muchas ciudades. En Francia, Clemenceau llegó al poder y transmitió a Francia su tenacidad y su inquebrantable fe en la victoria. Foch fue designado luego Comandante en Jefe de las fuerzas aliadas y desencadenó una poderosa contraofensiva que decidiría la guerra en favor de los aliados. La paz.
Volvieron los soldados a sus hogares, y se encendió una llama en recuerdo del soldado desconocido. El hombre de las trincheras, el del esfuerzo anónimo, el que se había quemado en el intenso fuego de la guerra, se inmortalizaba ahora en una llama tenue que ardía bajo el Arco de Triunfo levantado en honor de Napoleón.
36. 1918 – LAWRENCE EN ARABIA
Cortina musical: Música árabe.
SMITH: Eran los camelleros del ejército árabe regular, señor.
LAWRENCE: Bien. Entonces ya está toda la fuerza. Por favor, ruéguele al Jerife Nasir que venga un momento.
SMITH: Está en la puerta, esperando.
LAWRENCE: Ah, que pase entonces.
Pausa.
NASIR: (Sonriendo.) Esperaba que me llamara, Lawrence. Ya sé que querrá hacer un recuento de las fuerzas.
LAWRENCE: Y habrá que situarlas en posición de emprender la marcha mañana mismo. Veamos. Usted tiene su escolta, y el escuadrón regular, con cuatrocientos cincuenta hombres. Delante de usted marchará la Compañía de Destructores del Cuerpo de Camelleros egipcio y los ‘gurkas’ en camello. Adelante de todo, los tres coches armados. Yo lo seguiré atrás con la artillería y mi escolta. ¿Le parece bien?
NASIR: Exactamente como había yo pensado.
LAWRENCE: Tome todas las precauciones para que no le falten municiones. Nos las repartiremos equitativamente. El General Allenby me ha asegurado que nos aprovisionará en el camino. Lo que me preocupa es la gasolina.
NASIR: Esos dos aviones la consumen toda…
LAWRENCE: Pero nos prestan servicios incalculables, Nasir. Ya no se podrá hacer la guerra sin ellos.
NASIR: De todos modos, las jornadas serán cortas…
LAWRENCE: Hasta el día indicado… después habrá que deslomar los camellos. Ahora hay que hacer descansar a los hombres.
NASIR: También descansará usted un poco…
LAWRENCE: Usted y yo no podemos descansar. En cuanto tome sus medidas, tendrá que volver aquí para conversar conmigo sobre un problema delicado que tenemos entre manos.
NASIR: Está bien, Lawrence, volveré.
Cortina musical: Música árabe.
RELATOR: 12 de septiembre de 1918. Las fuerzas aliadas habían tomado la iniciativa en el frente occidental, y Alemania se derrumbaba aceleradamente. Entretanto, en Arabia, comenzaba la última fase de las operaciones destinadas a aniquilar el poderío turco en esa región.
Dirigía la campaña el General británico Allenby, pero la inspiraba y le inspiraba su singular carácter Thomas Edward Lawrence, arqueólogo inglés que había sabido cambiar de oficio y había asumido la responsabilidad de suscitar y dirigir la acción de las tribus árabes.
Desde octubre de 1916, Lawrence se mezcló con ellas y se ganó la confianza del Emir Feisal, hijo del Rey Hussein, que encabezaba teóricamente la rebelión árabe. Les prometió –con toda la sinceridad de su corazón– la independencia, y luchó por ella contra los turcos primero y contra sus propios compatriotas después. Un inmenso prestigio le permitió a Lawrence inspirar la acción de las díscolas tribus que buscaban su independencia sin conocer bien los caminos.
Cortina musical: Música árabe.
RELATOR: Ahora, Lawrence está al fin de su campaña. Los árabes y los ingleses han expulsado a los turcos de la Arabia y tienen por objetivo la capital tradicional: Damasco. El alto mando inglés ha preparado la operación, pero Lawrence ha obtenido del General Allenby la promesa de que si los árabes ocupan la ciudad, les será dejada a ellos para que la gobiernen. Todo su prestigio está comprometido en la operación de que sus beduinos entren en Damasco antes que las tropas inglesas.
Cortina musical: Música árabe.
RELATOR: 12 de septiembre de 1918. Lawrence y el Jerife Nasir han concentrado sus fuerzas en el oasis de Azrak, y se disponen a obrar.
Cortina musical: Música árabe.
LAWRENCE: Nasir, tiene que ayudarme.
NASIR: ¿Qué puedo hacer, Lawrence?
LAWRENCE: Hemos convenido con el General Allenby que haremos correr la voz de que nuestro objetivo es Amman. Debemos estar tranquilos cuando nos lancemos sobre Deraa. De modo que usted hará decir (sonriendo) ‘confidencialmente’, ¿eh…?,a Mithgal que nos proporcione cebada para nuestras cabalgaduras y las de la fuerza inglesa, en vista del ataque de Amman. Esta información confidencial bastará para que los turcos se concentren sobre el ferrocarril.
NASIR: ¿Es lo único que debo hacer?
LAWRENCE: Por el momento, lo único. Mañana nos pondremos todos en marcha y haremos volar el puente del kilómetro 149 del ferrocarril de Damasco a Medina. Pero esta operación correrá por mi cuenta… Ya sabe que es mi especialidad… Luego habrá que hacer otras voladuras, hasta el día indicado para el ataque general.
NASIR: ¿Me informará previamente, señor?
LAWRENCE: Esté tranquilo, Nasir. Ese día se necesitará el esfuerzo de todos.
Cortina musical: Música árabe.
RELATOR: En el kilómetro 149, un puente espera a Lawrence.
Cortina musical: Música árabe. Luego, motores de autos.
LAWRENCE: (Al aire libre, gritando a los ocupantes de los coches de atrás.) Alto…
Paran los motores.
LAWRENCE: (Con voz natural.) Aquí es. ¿Vieron los aviones? Allenby bombardeará Deraa. Vamos a hacer nosotros nuestra parte. Smith, hay que pasar la mitad de los explosivos al auto blindado. (Pausa.) Bueno. Ahora, situarse en posición de tirar. Yo voy al volante. Estar atentos. Ahora nos lanzamos sobre la patrulla. Listo.
Se pone el motor en marcha. Poco después, tiroteo rápido.
LAWRENCE: Por allí, Smith… Vivo… a tierra…
SMITH: Ese… ese… ¡Nadie se mueva!
LAWRENCE: Perfecto… No queda nadie… Desarmarlos y trasladarlos al puesto hasta la vuelta. Ya veremos luego. Ahora comenzamos a trabajar. Vamos, White. A poner el algodón de pólvora en los desagües del puente, en el nacimiento de los arcos. Por aquí…
WHITE: ¿Así…?
LAWRENCE: Eso es… Así… De ese modo los estribos del puente quedan en pie y las cuadrillas tienen que perder tiempo en demolerlas. Ahora en el otro… Así…
WHITE: ¿El cable para el detonador está bien así…?
LAWRENCE: Sí… Un poco más largo… Ahora iré uniendo las puntas… Así…
WHITE: Esta ya está…
LAWRENCE: Bueno… Ahora empezamos a alejarnos…
Suena un tiro.
WHITE: ¿Oyó…? ¡Allí hay una nube de polvo…!
LAWRENCE: Una patrulla… Hay que extender el cable a toda prisa y retroceder.
Empiezan a correr.
LAWRENCE: (Corriendo.) En cuanto estemos a cien metros lo hacemos explotar y tratamos de llegar al automóvil. Desde allí… fuego graneado.
WHITE: (Corriendo.) Ya están a la vista.
Tiros sueltos.
WHITE: ¿Seguimos…?
LAWRENCE: Un poco más… Aquí está bien. Atención… ¡Ahora…!
Explosión.
LAWRENCE: (En primer plano.) Al coche… ¡Fuego ahora mientras escapamos…!
Fuego intenso. Luego, cortina musical: Música árabe.
RELATOR: Las sucesivas operaciones desarrolladas contra el ferrocarril de Damasco a Medina pusieron en difícil situación a las fuerzas turcas que defendían Siria, asesoradas por jefes alemanes. Lawrence se lanzó con los árabes sobre Deraa y dos días después, el 19 de septiembre, el General Allenby comenzaba su ofensiva final contra el cuarto ejército turco. Aviones y artillería prepararon el terreno, que fue luego ocupado poco a poco por las fuerzas inglesas que perseguían al ejército turco en retirada, mientras Lawrence y los árabes las precedían en su marcha hacia el norte. Deraa fue tomada y cuando llegaron las tropas inglesas, Lawrence se permitió el lujo de mostrar los servicios públicos reorganizados y el orden restablecido. Poco después, el guerrillero volvía a partir con sus hombres hacia el norte para encabezar el asalto de Damasco.
Cortina musical: Música árabe.
NASIR: Ya empieza a aclarar… Esos resplandores me inquietan…
LAWRENCE: Los muy bárbaros se habrán atrevido a incendiar la ciudad…
Pausa.
NASIR: Sin embargo… parecen distinguirse las cúpulas blancas…
Pausa.
LAWRENCE: Sí… no parece que se hayan hecho grandes destrozos…
VOZ: Señor… Parte para usted.
LAWRENCE: ¿Quién es?
VOZ: No sé. Viene de Damasco…
LAWRENCE: Que venga.
MENSAJERO: ¡Señor…! De parte de Abd el-Kadir, tengo que comunicarle que la rebelión árabe ha triunfado en Damasco. Mustafá Kemal ha abandonado la ciudad y hemos enarbolado el pabellón árabe. Shukri el-Ayubi ha proclamado al rey de los árabes… pero Abd el-Kadir se ha hecho cargo del gobierno civil…
LAWRENCE: Está bien. Ya sé lo que tengo que hacer. Nasir… ¿oyó? Los argelinos se han apoderado del gobierno. Pero esto no puede seguir. A primera hora entraremos en la ciudad con las fuerzas, y usted comunicará a Abd el-Kadir que, en nombre del Emir Feisal, designo a Shukri el-Ayubi como Gobernador Militar de la plaza.
NASIR: Perfecto. Pero ya ha aclarado. ¿Qué inconveniente hay en que nos pongamos inmediatamente en marcha?
LAWRENCE: Tiene razón, Nasir. Dé las órdenes, y vamos enseguida a Damasco. Las tropas inglesas tardarán todavía cuatro días en llegar.
Cortina musical: Música árabe, perdiéndose. Luego, gritos de la multitud, entre los que se destacan:
VOCES: (En primer plano.) ¡Aurens, Aurens…!
Ruidos de motores.
LAWRENCE: ¿Ha visto, Nasir? Algunos lloran…
NASIR: Yo también tengo que hacer esfuerzos para no llorar… Ya estamos en la residencia…
LAWRENCE: Hágame el favor, Nasir. Invite a Shukri el-Ayubi a subir al auto…
Pausa. Luego redoblan los aplausos.
LAWRENCE: ¡Señor Gobernador Militar…!
Cortina musical: Música árabe.
RELATOR: Instaurado el gobierno árabe en Damasco, Lawrence se dedicó a trabajar febrilmente para restablecer el orden en la ciudad. Durante cuatro días se ocupó de las más diversas tareas. Se limpiaron los escombros, se sepultaron los cadáveres, se repararon los servicios de aguas corrientes y las usinas eléctricas, se habilitaron servicios médicos, se normalizó el aprovisionamiento, y hasta hubo tiempo para disponer una emisión de sellos postales recordatorios de la liberación de la ciudad. Cuando llegó el General Allenby con las fuerzas regulares inglesas, todo parecía en orden.
Cortina musical: Música árabe.
ALLENBY: Usted ha hecho prodigios, Lawrence. Me imagino que la ciudad no estaba así cuando usted entró en ella, hace cuatro días…
LAWRENCE: Excelencias de la administración árabe, mi General…
ALLENBY: Acepto su declaración, Lawrence. Yo, por mi parte, mantengo y cumplo mi promesa. Lo que los árabes han conquistado, quedará en sus manos. Desde Mahan hasta Damasco es jurisdicción árabe. Comuníquelo así en mi nombre al Emir Feisal. ¿Está satisfecho…?
LAWRENCE: Mucho, mi General.
Cortina musical: Música árabe.
RELATOR: Lawrence estaba satisfecho por la labor cumplida, por la misión que le había deparado el destino y que él había sido capaz de cumplir. Pero su extraordinaria personalidad acusó entonces una crisis singularísima. El cumplimiento de su misión significaba acabar con una etapa de su vida. Varios problemas lo atormentaban.
Cortina musical: Música árabe.
LORD: No entiendo por qué ha abandonado usted Siria, mi querido Lawrence. Creo que aquí, en El Cairo, no tiene usted nada que hacer.
LAWRENCE: En efecto, mi propósito es dirigirme a Inglaterra… pero me temo mucho que en Inglaterra no tenga tampoco gran cosa que hacer.
LORD: No entiendo qué quiere decir… Es su país…
LAWRENCE: ¿Mi país? Ya no estoy seguro. Por tres años he estado tratando de pensar como un árabe, y el verme de repente en medio de una conversación entre ingleses me es tan doloroso que estoy continuamente tomando la decisión de acabar con esta situación.
LORD: Vamos, mi querido Lawrence. Usted puede retornar a su antigua profesión como tantos otros, en cuanto termine la guerra, lo cual, según parece, es cuestión de días. ¿Usted era arqueólogo, verdad?
LAWRENCE: Arqueólogo, sí. He explorado atentamente la alta Siria, y trabajé con Woolley en las ruinas de Karchemish. (Transición brusca.) Pero me pregunto qué harán las potencias occidentales con los árabes.
LORD: ¿Cómo dice usted?
LAWRENCE: ¡Ah…! Disculpe usted. Seguía el hilo de mis pensamientos. En realidad mi misión no ha terminado. ¿Piensa usted que todo mi trabajo entre los árabes ha estado basado en la promesa de que Inglaterra y Francia reconocerían su independencia?
LORD: Usted prometió algo que estaba fuera de su alcance, Lawrence…
LAWRENCE: ¿De qué otro modo hubieran hecho lo que hicieron? En cierto modo, las autoridades inglesas me autorizaban indirectamente a prometer eso. Y ahora que todo ha concluido, me pregunto qué harán con los árabes cuando se ajuste la paz.
LORD: Usted sabe que el Medio Oriente es una zona vital para el Imperio…
LAWRENCE: Pero que Inglaterra quizá no poseería ahora sin el apoyo árabe… De todos modos, esta conversación me ha sido útil. Ahora descubro que mi misión no ha terminado. Me queda luchar en Londres y en París por el cumplimiento de las promesas que he hecho a Feisal. Por un poco de tiempo todavía, parece que mi vida tendrá sentido.
LORD: ¿Qué piensa hacer, Lawrence?
LAWRENCE: Aprovecharé la autorización del General Allenby para ir a Inglaterra, y me pondré en contacto con el gobierno para luchar por la causa árabe, por la independencia árabe. ¡No he de fracasar…!
Cortina musical: Música árabe.
RELATOR: Lawrence cumplió sus planes. Feisal llegó a Francia a bordo de un crucero británico y comenzó una sorda lucha contra quienes querían asentar la autoridad de las potencias occidentales en la Siria. Feisal obtuvo el apoyo británico contra Francia, y de ese modo pudo sentarse en la mesa de la paz, en Versalles. Allí, según se dice, se limitó a recitar los versículos del Corán cuando le tocó hablar, y Lawrence traducía sus palabras transformándolas en un discurso vehemente en favor de la independencia árabe.
Finalmente, sus esfuerzos lograron algunos resultados gracias al apoyo de Churchill. Feisal obtuvo el reino del Irak, y el problema árabe comenzó a ser tenido en cuenta.
Cortina musical: Música árabe.
RELATOR: ¿Y Lawrence…? Un libro extraordinario, titulado “Los Siete Pilares de la Sabiduría”, condensó sus subyugantes experiencias, las experiencias realizadas sobre la realidad y las que se habían operado en el fondo de su propia conciencia. Luego, misteriosamente, desapareció. Algunos sabían que se había incorporado como voluntario a la Real Fuerza Aérea en calidad de simple soldado. ¿Qué pasaba por su espíritu? Una extraña mezcla de grandeza y fracaso se manifestaba en aquel espíritu superior que había llenado con su acción una curiosa y brillante página de la historia.
37. 1918 – TOMÁS MASARYK VISLUMBRA Y FUNDA LA REPÚBLICA CHECOESLOVACA
Cortina musical: Se oye el final de alguno de los poemas sinfónicos de Smetana de la serie ‘Mi Patria’. Al final, aplausos.
MANES: No… no crean ustedes… no me avergüenza llorar…
HIJA de MASARYK: No sé quién podría avergonzarse de llorar en estas circunstancias al escuchar la música de Smetana.
MANES: Vamos saliendo… Allí está su padre… ¡Señor Masaryk…!
MASARYK: ¡Ah…! No te había visto durante el concierto, hija…
HIJA: Estaba con el señor Manes. Al concluir la orquesta… me decía que lloraba… y que no se avergonzaba de ello.
MASARYK: También yo he tenido que contenerme para no llorar… Smetana ha sabido recoger el folklore checo y devolvérnoslo con admirable frescura. Era un espíritu singular…
MANES: Yo he oído hablar mucho de él a mi padre…
MASARYK: Yo… como soy más viejo, alcancé a conocerlo… Murió en 1884, cuando yo era ya un hombre… y tenía casi la mitad de la edad que tengo ahora…
Sonríen.
HIJA: La mitad justamente, papá. Tú tenías 34 y ahora tienes 68…
MASARYK: Esas cuentas… Pero, en fin, el pobre Smetana estuvo recluido en una casa de salud durante sus últimos meses: había trabajado mucho durante aquellos diez años… luchando con su sordera.
MANES: Pero nos ha dejado este legado inapreciable…
MASARYK: Por este legado y por otros como este, pervive la tradición checa… Si hay justicia, tendremos patria…
HIJA: Papá… estos compatriotas quieren saludarte…
MASARYK: Adelante, amigos…
Se cambian saludos.
MASARYK: Celebro verlos… Creo que en estos días he saludado a todos los checos de los Estados Unidos…
VOZ A: Profesor Masaryk… Para nosotros es un momento solemne… Desde que empezamos a oír que estaba usted desterrado organizando el ejército checo y la propaganda en favor de nuestra patria, lo hemos acompañado con todo fervor. Después… cuando comenzaron a llegar noticias de su actuación en Rusia nos decidimos a organizar la ayuda desde los Estados Unidos, y nuestro entusiasmo no tuvo límites al saber que emprendía usted el viaje a este país a través de la Siberia y el Pacífico. Su peregrinación era como un sacrificio hecho a la patria oprimida… algo sublime…
MASARYK: No exageren, señores… un sacrificio en favor de la libertad, sí… Pero del que me ha recompensado ver a la colectividad checa de los Estados Unidos agrupada en torno a nuestra bandera y dispuesta a apoyar nuestra causa. Creo que estamos próximos a la victoria…
VOZ B: ¿Entrevistará usted al presidente Wilson?
MASARYK: A eso he venido particularmente. Espero que me reciba y tengo la esperanza de que comprenda nuestros puntos de vista. Y ahora, los dejo…
Cortina musical.
SECRETARIO: Señor Masaryk… El señor Presidente de la República lo recibirá dentro de un momento. Lo aguardaba, pero ha tenido que recibir a una persona por un asunto urgente…
MASARYK: Por favor… esperaré… (Sonríe.) ¡Hace tanto tiempo que espero…! (A la hija.) Tendrás que esperar un buen rato… Nuestro amigo me ha dicho que Wilson aceptó de buen grado escucharme sin prisa…
HIJA: Oh, papá… ojalá sea larga esta espera. Todo depende ahora de tu elocuencia…
MASARYK: De mi verdad, más bien…
SECRETARIO: Señor Masaryk… ¿Quiere usted pasar…?
MASARYK: Adiós, hija… y que Dios nos ayude…
Pasos. Puertas que se abren y se cierran.
MASARYK: Señor Presidente, es un honor para mí saludarlo y no sé cómo expresarle mi reconocimiento por el tiempo que ha querido concederme.
WILSON: No se preocupe por eso, señor Masaryk. Tengo verdadero interés en conocer sus puntos de vista sobre el problema checo… y sobre el problema general de Europa. Ya ve usted… si las cosas siguen como hasta ahora, la paz es un hecho. Esta guerra nos consume… Pero parece seguro que llegamos al último acto, y Dios quiere que la victoria sea nuestra…
MASARYK: Una victoria muy costosa, señor Presidente, muy costosa… y que abre nuevos interrogantes, acaso más difíciles que los de la guerra misma.
WILSON: Sin duda. Pero… yo querría conocer su opinión sobre esos problemas. Todo hace pensar que mi país va a tener un papel importante en la mesa de la paz, y yo querría hacer cuanto estuviera a nuestro alcance para hacerla duradera y firme. Pero temo…
MASARYK: ¿Qué teme usted, señor Presidente…?
WILSON: Muchas cosas, mi querido amigo… Me alegra que haya usted venido, y que podamos hablar tranquilamente de todo esto. En el fondo, yo no soy sino un historiador y un sociólogo, y usted es un profesor de filosofía… No tengo duda de que nos entenderemos.
MASARYK: Ojalá, señor Presidente… ¡pero ya sabe usted que mis puntos de vista son definidos y categóricos!
WILSON: Un filósofo… metido a político… (Sonríe.) Como yo… Bien. He leído su memorandum sobre el problema ruso. Me interesa. ¿Cuál es la impresión que usted tiene de la revolución de octubre?
MASARYK: Contradictoria, naturalmente, como todo lo que se refiere a Rusia. Traté primero con el gobierno de Kerensky, y fui muy ayudado. Luego presencié la revolución y he llegado a algunas conclusiones que son las que le he presentado a usted en mi memorandum. No comparto la opinión que hoy predomina en todas las cancillerías europeas acerca del régimen de Lenin. El nuevo gobierno es fuerte y será de larga duración. Pero para nosotros los checos, Rusia no constituye un problema. Nosotros no tenemos más que un problema…
WILSON: El Imperio Austrohúngaro…
MASARYK: Naturalmente. Los aliados especulan con la conservación del Imperio Austrohúngaro como una pieza en el tablero, mirando hacia Alemania. Pero esta tesis nos resulta inaceptable a los que pertenecemos a nacionalidades secularmente subyugadas por él…
WILSON: Quizá exagere usted. Austria ha conservado durante el largo reinado de Francisco José una política autocrática que desentonaba con estos tiempos. Era la tradición de Metternich… Pero creo que las cosas pueden cambiar con el Emperador Carlos… Ya ve usted. En la reunión del Consejo del Imperio, el año pasado…
MASARYK: Si me permite, señor Presidente… discutiremos como colegas. Un hombre acostumbrado a escrutar de cerca los entretelones de la historia, no puede confiar demasiado en las intenciones de un Habsburgo… Si nada ocurre en el Imperio, la monarquía volverá tarde o temprano a sus viejos carriles. Acaso desde aquí, desde los Estados Unidos, eso se vea menos claramente, pero desde Europa resulta innegable… Ya ve usted… hemos convencido a todas las cancillerías…
WILSON: Sí… sin duda… Cuando recibí la nota de las potencias que incluía la liberación del país checoeslovaco, medité mucho… Pero no me he atrevido a incluir la disolución del Imperio Austrohúngaro en los puntos que he enviado a las cancillerías europeas, porque temo que el equilibrio europeo…
MASARYK: ¡El equilibrio europeo…! ¿Pero acaso puede montarse el equilibrio sobre la angustia de pueblos que no cejarán en la lucha por su libertad? Fíjese, señor Presidente, que nadie podrá devolverle al Imperio su fortaleza, su organización, después de la derrota. Y en un estado débil, todos los gérmenes nacionalistas se desarrollarán y alcanzarán la fuerza necesaria para insurgir contra Viena. Créame, señor Presidente, que si no se reconoce esta realidad, el edificio de la paz estará permanentemente amenazado…
WILSON: ¿Amenazado…?
MASARYK: Naturalmente… y amenazado por quienes tienen en su favor todo el derecho que nace de la contemplación de la injusticia. Nos levantaremos en nombre del derecho natural, y esgrimiremos los ideales que ustedes han esgrimido para lanzarse contra los imperios centrales. ¿Quién podrá sojuzgarnos…? ¿Austria…? ¿O las potencias triunfantes al lado de las cuales ha luchado mi ejército…?
WILSON: Usted habla en nombre de su ejército…
MASARYK: ¿Cómo no he de hablar…? ¡Yo lo he creado, lo he organizado, lo he dirigido en Rusia, y lo he lanzado para que dé la vuelta al mundo a fin de que se incorpore de nuevo en el frente occidental…! ¿No tengo derecho…?
WILSON: Ciertamente… Su labor ha sido admirable… y revela una fe indestructible…
MASARYK: Como es indestructible la nación checa, sojuzgada durante siglos y floreciente siempre… Por lo demás… aun en el caso de que el Emperador Carlos –como se dice– proponga la formación de una monarquía federativa, ¿no cree usted que tengo razón afirmando que nadie podrá asegurar la perduración de esa organización política, que nadie desea, fundada en la derrota, y seguramente hipócritamente proyectada para ocultar secretos designios? Una paz duradera…
WILSON: La paz duradera es lo único que me preocupa, señor Masaryk… Otra guerra como ésta sería una catástrofe para nuestra civilización. (Pausa.) Acaso tenga usted razón… Volveré a pensar en el problema…
Cortina musical.
HIJA: Papá… un periodista de International News quiere hablar contigo…
MASARYK: Dile que pase… Sabrá algo… Cada hora que pasa…
Pausa. Pasos. Puertas que se abren y se cierran.
MASARYK: Adelante, caballero… ¿Cómo está usted…?
PERIODISTA: Muy bien, gracias… Ya sabe usted que soy de International News. Me habían mandado que lo entrevistara para pedirle su opinión sobre los disturbios que han estallado en Praga… Pero en el momento de salir, me han dicho que le adelante esta noticia que acaba de llegar a la agencia…
MASARYK: ¿Qué pasa?
PERIODISTA: El Presidente Wilson acaba de dirigirse a la Cancillería de Viena aconsejando que entre inmediatamente en negociaciones con el gobierno revolucionario de Yugoeslavia y… Checoeslovaquia…
Cortina musical.
MASARYK: ¡Oh…! ¿Usted comprende, amigo mío, lo que eso significa?
PERIODISTA: Lo sospecho, señor Masaryk. Significa…
MASARYK: El fin de los Habsburgo…
PERIODISTA: Permítame, señor Masaryk… Precisamente yo venía para hacerle un reportaje sobre ese problema. La colectividad checa es grande en todas partes y se nos ha indicado desde Londres que hay interés por conocer su opinión sobre los últimos acontecimientos de Praga.
MASARYK: Pues no es mucho lo que hay que decir… Ya saben ustedes que hace tres días, el 15 de octubre exactamente, estalló la huelga general en Praga. Los grupos interiores del movimiento han estado trabajando activamente, y esto es el principio del fin. Hasta ahora, la opinión estaba dividida en dos grandes grupos: uno, de los moderados o autónomos, que sólo aspiraban a un estatuto liberal dentro de la monarquía, y otro, representado especialmente por los emigrados, que aspiraban a la separación y a la independencia. Hasta ahora había sido un obstáculo esta divergencia de opinión. Pero hace pocos días, en cierto lugar de Europa, representantes de esos dos grupos se han entrevistado y se ha adoptado por todos la segunda tesis, esto es, la independencia. Tengo razones para suponer que la huelga general es el primer paso del movimiento conjunto.
PERIODISTA: De modo que la proposición del Emperador Carlos…
MASARYK: El Emperador se ha apresurado a transformar el Imperio en una monarquía federativa, pero… (Sonríe.) …la huelga general sigue y las palabras del Presidente Wilson acabarán por desvanecer las esperanzas del Emperador. Si no me engaño, dentro de pocos días, en Praga…
Cortina musical. En primer plano, ruidos de pasos y carreras. Gritos. (Se trata de un grupo que se apodera sin sangre ni tiros del Palacio del Gobernador, en Praga.)
VOZ A: Dos hombres en aquella puerta. Nadie debe entrar ni salir… ¡Subert!
SUBERT: ¡Señor!
VOZ A: Aprisa por la escalera principal, antes de que se dé señal de alarma. Tiene que encerrar a todo el mundo en el segundo piso.
VOZ B: ¡Señor…! La guardia ha sido copada sin disparar un tiro. El oficial se ha entregado y los hilos del teléfono han sido cortados.
VOZ A: Magnífico. En cuanto Subert haya despejado la gente del segundo piso, subimos al despacho del Gobernador.
Pausa.
VOZ A: Perfectamente: no ha habido resistencia. Ahora, amigos, pistola en mano. Pero ya saben la consigna: no usarla sino en caso de extrema necesidad. ¡Vamos!
Ruido de muchos pasos en la escalera, muy apresurados. Gritos de algunos. Voces imponiendo silencio y puertas que se abren.
VOZ A: Abran esa puerta.
GOBERNADOR: ¡Qué es esto…! ¡La guardia…!
VOZ A: Señor Gobernador, no grite ni pierda el tiempo en llamar a la guardia. El castillo está en nuestro poder y desde este momento usted cesa en sus funciones de Gobernador.
GOBERNADOR: ¡Qué insolencia…! ¿Quiénes son ustedes?
VOZ A: Nosotros somos el pueblo checo y eslovaco… Usted es el representante de un imperio al que no queremos pertenecer más…
GOBERNADOR: ¡Es inconcebible…! Su Majestad el Emperador…
VOZ A: Desde este momento Su Majestad el Emperador ha dejado de oprimir a nuestro pueblo. Bohemia y Moravia están ya en nuestro poder, y el pueblo entero está dispuesto a defender nuestra independencia apoyado por las naciones libres. Pero no perdamos más tiempo. Hágame el favor de pasar a esa habitación, donde quedará bajo vigilancia hasta que resuelva el Comité Nacional.
Murmullos. Pasos. Puertas que se abren y se cierran.
VOZ A: Subert, comunique que el castillo está en nuestras manos y verifique si hay novedad en el exterior. Si todo está en orden, el nuevo gobierno podrá instalarse aquí inmediatamente.
Cortina musical.
RELATOR: La noticia de la toma del poder por los revolucionarios conmovió en todas partes a la colectividad checoeslovaca y a la opinión independiente. Pero más que en ninguna parte, en los Estados Unidos, donde el patriarca del naciente estado había trabajado tanto y eficazmente para preparar la independencia. Masaryk leyó el anuncio de independencia en el mismo local de la ciudad de Filadelfia donde se constituyeron los Estados Unidos de América, y tres semanas después se celebró un gran banquete en honor del anciano profesor de filosofía y jefe del movimiento emancipador checoeslovaco. A los postres, Masaryk pronunció un discurso que todos acogieron con aplausos.
Aplausos. Luego, murmullo.
VOZ A: Espléndido discurso, señor Masaryk. Usted ha contado nuestra historia, ha hecho nuestro retrato…
VOZ B: Y ha trazado el plan de nuestro destino para varios lustros.
MASARYK: Qué quieren ustedes… No he pensado sino en eso durante tanto tiempo que sería imperdonable que no pudiera hablar con claridad. Sospecho, en cambio, que si mañana tuviera que exponer en mi clase la “Crítica de la razón pura” me vería obligado…
MENSAJERO: (Interrumpiendo.) Señor Masaryk… Un cable para usted.
MASARYK: Con permiso, señores… (Lo abre y lee.) Decía que si mañana tuviera que reiniciar mis cursos de filosofía, tendría que volver a pensar como si fuera un novato en la cátedra… Pero, en fin… Por ahora habrá que ocuparse de otras cosas en nuestra nueva patria… Por ejemplo, señor Manes… ¿Usted ha pensado en el problema de las fábricas Skoda? Yo creo que para nuestro país…
MANES: Perdóneme, señor Masaryk, pero nos morimos de impaciencia… ¿Había alguna novedad importante en ese cable que acaba usted de recibir?
MASARYK: ¡Oh, no…! Me comunican que me han elegido Presidente de la República, pero…
MANES: (Con brío.) ¡Oh…! Señor Masaryk…
MASARYK: (Rogando.) Por favor, señor Manes… Cállese usted…
MANES: Señores… Señores… Un momento, por favor… Tienen ustedes que saberlo… El Profesor Tomás Masaryk acaba de ser elegido por la Asamblea Nacional reunida en Praga, Presidente de la República Checoeslovaca.
Salva de aplausos y vivas. Cortina musical.
Murmullo en calle abierta.
VOZ A: ¿Usted sabe por qué está esa tropa de marina ahí…?
VOZ B: Sí… En ese hotel vive el nuevo Presidente de Checoeslovaquia, que se embarca hoy para Europa… Esta tropa le rendirá honores a la salida…
VOZ A: Ahí salen…
CAPITÁN: ¡Presenten… arm!
SARGENTO: ¡Con permiso, mi Capitán! Me he equivocado al indicar la llegada del señor Presidente… Su secretario ha venido a decirme que acaba de salir por la puerta trasera para que nadie lo vea.
Risas. Cortina musical. Luego ruido de un barco, en cubierta.
HIJA: ¿Qué piensas, papá…?
MASARYK: Nada… miro el mar… y miro hacia Europa… Estos son nuestros últimos días de reposo… Después habrá que trabajar de firme…
HIJA: ¿Te parece reposo…? Desde que embarcamos no haces sino trabajar en tus papeles, y no los dejas sino para comer y dormir…
MASARYK: Y ni siquiera entonces los dejo… Querría llevar resueltas las cosas fundamentales de los primeros momentos. Hace tanto tiempo que falto del país… Aunque yo sé que amigos como Benes me ayudarán a resolver todo… Pero… es mucha responsabilidad…
HIJA: Pero estás contento…
MASARYK: ¿Cómo no estarlo…? He resuelto el principal problema que me había planteado… Ahora quedan los otros… La Constitución… Los colaboradores… las situaciones creadas… Pero creo que llevo solución para muchos de ellos… Espero que en Praga…
Cortina musical. Luego vivas y aplausos en calle abierta.
VOCES: ¡Viva Masaryk…! ¡Viva la República…! ¡Viva Checoeslovaquia…!
Las voces se van perdiendo. Diálogo en el automóvil.
MASARYK: Ahora tome para el sanatorio. No puedo aguardar más… Supongo que mi hija estará ya allí.
MANES: Seguramente… Partió directamente desde la estación… Ya estamos…
Bajan del auto. Puerta que se abre y se cierra. Pasos.
VOZ: Ésta es la habitación, señor Presidente…
Pasos suaves.
MUJER: (Tenuemente.) ¡Oh, Tomás…!
MASARYK: Oh… (Pausa larga.) ¿Cómo te sientes…? ¡Han pasado tantos años…!
MUJER: Estoy bien… mejor… y este día es el más feliz de mi vida a pesar de mis dolores… Tú estás fuerte y sano…
MASARYK: Fuerte y sano… El trabajo me ha tenido en pie… Pero ahora estaremos juntos…
MUJER: Oh… no… Tú tendrás que residir en el castillo… Yo no podré salir del sanatorio…
MASARYK: Sí, ya verás cómo arreglamos todo… Juntos en nuestra patria… en la vieja Praga… a orillas del Moldava… en un país libre…
Cortina musical: Smetana, ‘El Moldava’.
38. 1939 – ESTALLA EN EUROPA LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Cortina musical.
RELATOR: El señor Dupont, alto empleado de la Noticiosa Internacional, ha sido trasladado a Inglaterra como jefe de la agencia en Londres, a mediados de agosto de 1939. Allí estaba ya el 23 de ese mes, cuando se recibió la noticia de la firma del pacto ruso–alemán, suscripto en Moscú por los señores Von Ribbentrop y Molotov. Y desde ese día, seguro de que se aproximaban acontecimientos definitivos, extremó su diligencia para obtener información directa de la radio alemana; el gobierno del Reich practicaba el principio del ‘hecho consumado’, y era más seguro captar las noticias transmitidas por las broadcastings nazis que esperar las informaciones oficiales cursadas por la cancillería.
En sendas cabinas, y atendidas por taquígrafos, varios receptores sintonizaban permanentemente las radios extranjeras, mientras las teletipos funcionaban incansablemente transmitiendo el servicio de cables.
En su despacho, con tres o cuatro teléfonos sobre su escritorio y otros tantos secretarios a su alrededor, el señor Dupont aguarda los acontecimientos con no disimulada inquietud. Es el 1° de septiembre de 1939.
Cortina musical.
DUPONT: Por favor, Jack, dígale al señor Douglas que quiero hablarle.
Pausa.
DOUGLAS: ¿Me llamaba, señor Dupont?
DUPONT: Sí, Douglas. Prepare un despacho de trescientas palabras resumiendo las diversas tentativas de mediación entre Polonia y Alemania, que han hecho en los últimos días los distintos gobiernos. Que sea como un balance de la crisis… más bien pesimista. Pida los despachos de Roosevelt, del Papa y de los Reyes de Bélgica y Holanda. Quiero cursarlo enseguida, antes que las líneas se abarroten, si es que hay noticias graves hoy. No olvide que hay un despacho de ayer a las 22 horas dirigido por Halifax a los Embajadores en Berlín y Varsovia sobre la mediación del Papa. Y puede hacer alusión a los dieciséis puntos del mensaje del gobierno alemán comunicado anoche.
DOUGLAS: Muy bien, señor. Prepararé el texto enseguida. ¿Se esperan novedades?
DUPONT: Stanley me ha hablado desde el Ministerio de Relaciones advirtiéndome que se espera algo grave. Parece que Von Ribbentrop acababa de recibir al Embajador polaco antes de transmitir los dieciséis puntos de sus proposiciones, y que luego el gobierno alemán cortó las comunicaciones con Polonia sin aguardar respuesta. Es un mal signo.
DOUGLAS: Entonces me apresuraré a preparar el texto.
Cortina musical, perdiéndose. Luego, teléfono.
DUPONT: (Por teléfono.) ¿Hola? Sí… ¿Radio Berlín? Póngala enseguida en mi receptor. (A Jack.) Van a transmitir un mensaje de Hitler…
Se empieza a escuchar el discurso en alemán, que luego se va perdiendo.
LOCUTOR: (En primer plano.) ¡Atención…! ¡Atención…! Habla Radio Berlín, transmitiendo la proclama lanzada por el Canciller y Führer del Reich al Ejército Alemán en campaña. Dice así:
“El Estado Polaco ha rehusado el establecimiento pacífico de relaciones que yo deseaba, y ha apelado a las armas. Los alemanes son perseguidos en Polonia con furia sanguinaria y arrojados de sus casas. Una serie de violaciones de la frontera –intolerable para una gran potencia– prueba que Polonia no quiere seguir respetando las fronteras del Reich.
Para poner fin a esta locura, no tengo otra posibilidad que la de oponer la fuerza a la fuerza de aquí en adelante. El Ejército Alemán afrontará la lucha por el honor y los derechos vitales de la renacida Alemania con enérgica determinación. Espero que cada soldado, atento a la gran tradición de las armas alemanas, recuerde siempre que representa a la gran Alemania Nacional–Socialista. ¡Viva el pueblo y el Reich Alemán! Adolph Hitler, Canciller y Führer del Reich Almán.”
Cortina: Música alemana, perdiéndose.
DUPONT: ¡Esto es la invasión! ¡Jack! Comuníqueme con Stanley en el Ministerio de Relaciones.
Pausa breve.
DUPONT: (Por teléfono.) ¿Hola, Stanley? Escuche… Radio Berlín acaba de transmitir una proclama de Hitler al Ejército Alemán que parece suponer la guerra. ¿No hay noticias por allí? (Pausa.) ¿Nada todavía? Bien, téngame al tanto, y procure averiguar si hay noticia oficial polaca de movimientos de tropas y qué decisión ha tomado…
JACK: Un radio de Varsovia, señor…
DUPONT: Espere un momento, Stanley, no corte… Hay un radio de Varsovia. Las tropas alemanas han cruzado la frontera y han comenzado a bombardear las ciudades próximas. Han bombardeado Vilna y Grodno. Hay aviones sobrevolando Lodz. ¡Jack! Hay que cursar el radio enseguida. (Por teléfono.) ¡Hola, Stanley…! ¿Oyó, verdad? Téngame al tanto de qué hay por ahí. Este es el primer radio que se recibe hoy de Varsovia, y no sé nada de Henderson desde anoche. Procure confirmar si… ¿Cómo? ¡Sí! Corto y espero su llamada. (A Jack.) Los corresponsales han sido llamados al despacho del Subsecretario. Cuando vuelva a llamar Stanley, póngalo al dictáfono y taquigrafíe la información.
Cortina musical, perdiéndose. Luego, teléfono.
DUPONT: Hola… ¿Stanley? Diga…
STANLEY: (Por el dictáfono.) Acaba de reunirnos el Subsecretario. El gobierno polaco acaba de comunicar oficialmente al Foreign Office que fuerzas alemanas motorizadas han cruzado la frontera polaca, mientras aviones comienzan a bombardear las ciudades fronterizas. Parece que el avance es rapidísimo. El ejército polaco ha tomado ya contacto en algunos lugares con el enemigo, y resiste eficazmente. El gobierno acaba de enviar un ultimátum a Berlín. Chamberlain hará conocer el texto esta tarde en los Comunes. No tengo más información.
DUPONT: Está bien, Stanley. Téngame al tanto. Hasta luego. ¡Webb! Hay que establecer comunicación con la agencia de Varsovia por cualquier circuito. Quiero hablar yo personalmente, y taquigrafíen la información.
WEBB: Bien, señor; pero hasta ahora no he podido comunicarme en ningún momento con Varsovia.
DUPONT: Hay que probar por París. Alemania ha interrumpido sus comunicaciones con Polonia, pero creo que por Francia…
Teléfono.
DUPONT: Hola… Sí. ¿Otra vez Radio Berlín? ¡Ah! En cuanto empiece, conecte con mi receptor. (A Jack.) Dentro de un momento hablará Hitler en el Reichstag sobre la situación internacional. Llame a Grete, para que taquigrafíe y traduzca enseguida el texto. Hay que cursarlo en cuanto esté traducido.
Teléfono.
DUPONT: Sí… ¡Conecte!
LOCUTOR: “Durante varios meses hemos sufrido bajo la tortura creada por el ‘Diktat’ de Versalles, que ha originado un problema ya intolerable para nosotros. Danzig fue y es una ciudad alemana. El Corredor polaco fue y es alemán. Danzig fue separado de nosotros y el Corredor anexado a Polonia. Las minorías alemanas han sido maltratadas y más de un millón de personas de sangre alemana tuvieron que dejar su patria.
Como siempre he tratado de modificar esta intolerable situación por métodos pacíficos. Por mi propia iniciativa, no una sino varias veces he hecho proposiciones de revisión. Como sabéis, todas han sido rechazadas. Conocéis las proposiciones que he hecho para restaurar la soberanía alemana sobre territorios alemanes; conocéis los intentos sin fin que he hecho en favor de una pacífica solución del problema de Austria, de los Sudetes, de Bohemia, de Moravia. Todo fue en vano.
Paralelamente, he intentado resolver el problema de Danzig y el Corredor polaco. He discutido con los estadistas de Polonia las ideas que he expuesto en mi último discurso en este Reichstag. Formulé entonces las proposiciones alemanas, y debo repetir que no hay nada más modesto y leal que ellas. Querría decir esto al mundo. Sólo yo podría hacer estas proposiciones, aunque al hacerlas me atrajera la oposición de millones de alemanes.
Esas proposiciones han sido rehusadas. Se respondió a ellas con la movilización, con la persecución de nuestros compatriotas alemanes y últimamente con el lento estrangulamiento de la Ciudad Libre de Danzig.
En los últimos días han aumentado las fricciones. Hace tres semanas informé al Embajador polaco que si Polonia continuaba enviando ultimátums a Danzig, oprimiendo a los alemanes y tratando de arruinar el comercio de Danzig, el Reich no permanecería inactivo. Estoy determinado a resolver la cuestión de Danzig, la cuestión del Corredor, y a eliminar de la frontera alemana los elementos de inseguridad que crean una atmósfera semejante a la guerra civil. He ordenado a mi Fuerza Aérea limitarse a los objetivos militares. Pero si el enemigo cree que por su parte puede tener carta blanca, recibirá una respuesta que lo privará de ver y de oír.
Esta noche por primera vez fuerzas regulares polacas han hecho fuego sobre nuestro propio territorio. Desde las 5.45 a.m. hemos comenzado a contestar al fuego, y desde ahora se responderá con bombas, a las bombas. Continuaré esta guerra, no importa contra quién, hasta que estén garantizados la seguridad y los derechos del Reich.
Si algo me ocurriera en la lucha, mi primer sucesor es el camarada Goering; mi segundo sucesor el camarada Hess. Es obligación vuestra guardarles a ellos la misma ciega lealtad y obediencia que a mí mismo y quiero terminar con la declaración que hice una vez cuando comencé mi lucha por el poder. Dije entonces: Si nuestra voluntad es tan fuerte que ninguna penalidad o sufrimiento pueda dominarla, entonces prevalecerán nuestra voluntad y el poder de Alemania.”
Aplausos fuertes y sostenidos. Luego música, perdiéndose.
DUPONT: ¡Es inconcebible…! ¡Polonia atacando al Reich alemán…!
JACK: ¡No hubiera podido imaginarme que llegara a tanto su cinismo!
DUPONT: Pero no sé de qué nos sorprendemos… No ha hecho otra cosa que lanzar mentira sobre mentira para confundir a la opinión y ocultar sus designios. Jack, averigüe a qué hora es la sesión en los Comunes. Quiero ir personalmente a escuchar la declaración de Chamberlain.
JACK: Ya ha comenzado hace un rato, porque han comenzado a llegar fragmentos de la versión taquigráfica.
DUPONT: Es lástima; pero quiero ver si es posible comunicar con Polonia. ¿Dónde está Webb?
JACK: Está en la cabina, señor, tratando de establecer comunicación.
Teléfono.
DUPONT: Sí… ¿Hay comunicación? ¡Ah…! Con Lodz… ¿Quién es el corresponsal?
JACK: Un instante. Es… Sidersky.
DUPONT: Ah… sí, ya sé. Estuve con él en Belgrado… Comuníqueme, Webb, y pase por el dictáfono para que taquigrafíen la información. Hola, hola… Sí, Sidersky, ¿es usted? Dupont, de Londres. ¿Qué hay, Sidersky?
SIDERSKY: (A través del teléfono.) ¿Cómo está, Dupont? Hace tres horas que estamos bajo la acción de la aviación nazi. Se han sucedido seis raids con bombas pesadas. La ciudad arde en varios lugares. Muchas víctimas.
DUPONT: ¿Qué se sabe del frente, Sidersky?
SIDERSKY: Poco, muy poco, el avance es irregular, con columnas motorizadas, sin formar línea. Hay caminos por los que se han introducido muchos kilómetros hacia el interior. Aquí la situación es terrible. Ha habido seis raids, la ciudad arde en muchos lugares y en el hospital… En este momento vuelven a oírse los aviones. Ya están cerca… Hola… Dupont, estamos otra vez bajo el bombardeo… Son doce escuadrillas de bombarderos pesados y ya han comenzado…
Explosión remota y fin de la transmisión.
DUPONT: ¡Hola, hola, Sidersky…! ¿Qué pasa, Webb? ¿Será posible?
WEBB: Han bombardeado la estación, no hay duda.
DUPONT: ¡Es horrible…! ¿Usted cree que Sidersky…?
WEBB: Quién puede saber…
DUPONT: Es horrible… Pero hay que restablecer la comunicación… Webb, vuelva a comunicarse con París a ver si desde allí pueden restablecer el circuito…
Cortina musical.
RELATOR: Entre tanto, y después de muchas horas, el señor Dupont abandonó su despacho de la Noticiosa Internacional para acudir a la Cámara de los Comunes, donde el Primer Ministro había comenzado su exposición. En el Palacio de Westminster había una atmósfera de serena dramaticidad, y apenas podía hallarse a nadie por sus corredores. Dupont se dirigió al palco de los periodistas,…
Desde aquí, murmullo del palco de periodistas.
RELATOR: … y a medida que se acercaba se distinguía más claramente la voz de Chamberlain, que explicaba la situación con palabra calma y segura, aunque era evidente que estaba terriblemente fatigado.
CHAMBERLAIN: (La voz con eco.) Anoche, el Embajador polaco en Berlín se entrevistó con el Ministro alemán de Relaciones Exteriores señor Von Ribbentrop. Una vez más le expresó que, en efecto, el gobierno polaco había dicho ya públicamente que estaba dispuesto a negociar con Alemania acerca de sus diferencias, sobre una base de igualdad.
DIPUTADO A: ¿Puede saberse, señor Ministro, qué contestó el gobierno alemán?
CHAMBERLAIN: La respuesta fue que, sin más palabras, las tropas alemanas cruzaron la frontera esta mañana temprano y han comenzado después a bombardear las ciudades abiertas.
DIPUTADO A: ¿Se han lanzado gases?
CHAMBERLAIN: No podría contestarle al honorable miembro. En estas circunstancias sólo nos quedaba un camino. El Embajador de Su Majestad en Berlín y el Embajador francés han recibido instrucciones para entregar al gobierno alemán el siguiente documento:
“Esta mañana el Canciller alemán ha lanzado una proclama al ejército alemán que indicaba con absoluta claridad que estaba a punto de atacar a Polonia. Las informaciones que obran en poder de los gobiernos de Gran Bretaña y Francia indican que las tropas alemanas han cruzado la frontera polaca y que han comenzado los ataques contra las ciudades polacas. En estas circunstancias los gobiernos de Gran Bretaña y Francia consideran que el gobierno alemán ha realizado un acto de fuerza contra Polonia que amenaza su independencia, lo cual obliga al cumplimiento de las obligaciones contraídas con ese país por Gran Bretaña y Francia.
Debo informar a su Excelencia que, a menos que el gobierno alemán esté dispuesto a dar las más satisfactorias seguridades de que retirará sus fuerzas del territorio polaco, los gobiernos de Gran Bretaña y Francia cumplirán sin vacilación sus obligaciones de ayudar a Polonia en la emergencia.”
DIPUTADO B: ¿Cuál es el plazo máximo que se ha fijado?
CHAMBERLAIN: El gobierno procederá en caso de que se conteste desfavorablemente a esta advertencia, y el Embajador de Su Majestad ha recibido instrucciones para que pida los pasaportes. En este caso, estamos listos. Esta mañana hemos ordenado la movilización total de la Flota Real, del Ejército y de la Real Fuerza Aérea, y hemos tomado las primeras providencias para asegurar el aprovisionamiento y el orden.
Entraremos en la guerra con clara conciencia, con el apoyo de los dominios y del Imperio Británico y la aprobación moral de la mayor parte del mundo. Si logramos restablecer en el mundo las reglas del buen gobierno y abatimos el predominio de la fuerza, todos los sacrificios que padezcamos estarán absolutamente justificados.
Aplausos sostenidos.
DUPONT: (A un colega.) Podríamos interrogar al Primer Ministro…
VOZ: Ya lo intentamos hace un instante, pero nos confesó que estaba muy fatigado y que prefería postergar la conferencia de prensa.
DUPONT: Entonces trataré de ver a Halifax en Downing Street.
Cortina musical.
RELATOR: Pero ese día no pudo ver al Ministro de Relaciones Exteriores, ni aun el siguiente. Los miembros del gabinete estaban absorbidos por las múltiples tareas del momento, y rehusaban recibir a los periodistas. Fue sólo el día 3 de septiembre cuando el señor Dupont logró verlo, pues el propio Halifax llamó a su despacho a los corresponsales para entregarles, a fin de que los publicaran, los documentos relacionados con la declaración de guerra entre Gran Bretaña y el Reich alemán.
El ultimátum inglés –presentado por Míster Henderson en Berlín– terminaba así: “En consecuencia, tengo el honor de informar a usted que, a menos que antes de las 11 de la mañana de hoy, 3 de septiembre, haya dado el gobierno alemán seguridades satisfactorias al gobierno de Su Majestad, se entenderá que existe estado de guerra entre los dos países a partir de esa hora.”
La respuesta alemana terminaba así: “Responderemos a cualquier agresión inglesa con las mismas armas y en la misma forma.”
El señor Dupont –como los demás periodistas– cursaron esas noticias a todos los diarios del mundo, y por todas partes sonaron las sirenas y se agolparon las multitudes frente a las pizarras de los periódicos para devorar las noticias que se sucedían con nuevos detalles.
Había comenzado la Segunda Guerra Mundial.