La política. Curso, 1962

Curso para ingresantes a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Presentación

LUIS ALBERTO ROMERO

Cursillo de seis clases dictado como parte del Curso de Ingreso de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires entre setiembre y noviembre de 1962.

En la primera parte se desarrollan de manera conceptual las características de la acción política y su relación con la sociedad y sus cambios. En la segunda se aplican estos conceptos al caso de la democracia griega entre los siglos VI y V a. C., y de manera más general al caso de Florencia entre los siglos XIV y XVI, el desarrollo de las comunas burguesas y su relación con los estados monárquicos. Este ejemplo se completa con la Revolución Francesa y su relación con la Ilustración, Finalmente, se explican los cambios sociales originados por la Revolución industrial en el siglo XVIII y sus repercusiones políticas, un tema que no alcanzó a desarrollar completamente.

Para verlo desarrollado de modo más amplio, pueden verse los tres cursos para graduados, dictados en la UBA entre 1960, incluidos en la sección Textos Inéditos de las Obras Completas.

Este texto es una versión corregida de la transcripción de las clases grabadas y distribuidas entre los alumnos por el Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras.  Se procuró mantener las huellas de la oralidad.

Agradezco a Nicolás Iñigo Carrera, alumno de ese curso, que conservó las clases.


JOSÉ LUIS ROMERO

A mí me toca dentro del plan previsto hablar de la política, una de las maneras en que se manifiesta la acción del hombre en sociedad, y también la creación humana.

Este tema se puede desarrollar de múltiples maneras. Yo voy a dedicar las dos primeras clases – de las seis que voy a dictar – a un planteo de carácter general, tratando de caracterizar lo que se puede llamar la actitud política: en qué consiste esta forma de comportamiento del hombre y cuáles son sus rasgos tal como se han dado en la historia. Y voy a dedicar las cuatro clases siguientes a analizar unos cuantos casos particulares, tratando de mostrar en ellos cómo se ha desarrollado este tipo de actividad y como se ha cumplido este esquema general que yo voy a presentar.

Me voy a ocupar de la experiencia de Atenas en el siglo VI y V a.C., de la experiencia de Roma en el siglo II y I a. C, de la experiencia de Florencia desde la Edad Media hasta el siglo XVII, de la experiencia inglesa en el siglo XVII, de la experiencia española en el siglo XVI y XVII, y de la experiencia europea en el siglo XIX y XX, después de la revolución industrial.

La actitud política

Comienzo entonces con la actitud política, tratando de señalar en qué consiste este modo peculiar de comportamiento que se relaciona sustancialmente con la forma de la convivencia humana dentro de áreas restringidas: las áreas de poder.

 La palabra es confusa y tiene innumerables e implicaciones que no siempre están claras. Se entiende que la palabra política se refiere a la manera de comportarse los ciudadanos en la polis, la manera de reglar la convivencia de los ciudadanos en un área cerrada de poder cuya soberanía coincide con los límites de la ciudad y su área circundante. Quizá por eso dijo Aristóteles, que el hombre era un “animal político”, y parecía entenderse que esta definición de hombre, como un hombre que quiere vivir en una organización perfectamente regulada y dentro de un mecanismo de poder perfectamente organizado, parecía referirse exclusivamente a esta peculiaridad. Nosotros más bien tendemos a traducir la expresión “animal político” por la de “animal social”, entendiendo que se trata de una caracterización del hombre en cuanto a su tendencia a vivir en sociedad, pero no de una manera imprecisa, sin vínculos regulados.

La palabra política define pues, una forma de comportamiento cuya primera reflexión parece haberse dado, de una manera sistemática y metódica, en el pensamiento griego. En realidad, no es la primera reflexión ni mucho menos. Se pueden encontrar innumerables fuentes mucho más antiguas y mucho más remotas en el tiempo y en el espacio. Pero quienes le dieron un delineamiento riguroso fueron los griegos, que entre el siglo VI, V y IV antes de Cristo empezaron a ocuparse de una manera sucesiva pero cada vez más implicada.

Ante todo, conviene distinguir que lo que llamamos con el nombre de política, puede comprender varias cosas y sobre todo dos. Una es la experiencia política que cada hombre hace en su tiempo y que puede enriquecer refiriéndola a la vasta experiencia histórica. La política se vive, la política es una manera del hombre de comportarse en relación con sus semejantes, relacionada con los problemas de poder, con ciertos sistemas de fines.

Quién se ocupa de la política es quién vive en sociedad. Pero no quiere vivir en un sistema dentro del cual le sea ajeno el problema de la conducción de la colectividad. Esta experiencia política es la que tiene el hombre en cada instante; quiere saber si lo mandan, o si es mandado, quiere saber si presta su conformidad o no con respecto a las medidas que corresponden a la totalidad de su comunidad, quiere saber si su opinión tiene algún peso, quiere saber sobre todo, y esto es lo fundamental en la política, si su voluntad forma parte de lo que Rousseau llamo la voluntad general.

El destino de la colectividad debe regirse por la voluntad general, que es la suma de las voluntades individuales, de modo que cada uno siente en cada instante, en una cierta medida, si su voluntad significa o no significa algo en el conjunto de la voluntad general.  Quién tiene inquietud sobre si su voluntad cuenta, tiene inquietud por saber de qué manera puede hacer para que su voluntad cuente. Quién tiene inquietud de transformar su voluntad en acción, ese tiene una actitud política.

Y ese que tiene actitud política naturalmente descubre en su propia experiencia cuáles son los modos del comportamiento político y lo que puede averiguar analizando el sistema político dentro del cual vive, el mecanismo político, las orientaciones. Y también lo puede analizar comparando su experiencia contemporánea con todo lo que la historia puede enseñar acerca de las formas sucesivas y diversas que esta experiencia ha tomado. Además, puede estudiar lo que se ha hecho sobre la política, las teorizaciones sobre las distintas experiencias políticas. Todo este examen puede conducir a ciertos sistemas de ideas acerca de lo que es la política. 

Hay tres palabras que conviene tener presente para establecer su relación: política, sociedad y convivencia. La sociedad es una palabra que designa a los conjuntos humanos de una manera genérica, pero cuando tratamos de acercar el foco a una sociedad cualquiera, descubrimos que está constituida por lo que llamaríamos en principio un grupo humano. Aunque tenemos que corregirnos inmediatamente y descubrir que una sociedad no se constituye por un grupo sino cuando la consideramos una manera física. Pero cuando atendemos al conjunto de relaciones internas que se establecen por dentro de un grupo, descubrimos que una sociedad histórica, una sociedad real, no se compone de un grupo, sino que la integran numerosos grupos. Son múltiples las relaciones entre esos grupos: relaciones de tipo económico, social, político. Hay innumerable cantidad de vínculos que establecen la conexión entre unos grupos y otros y crean una cierta unidad entre estos. A son puramente yuxtapuestos y otras veces están muy compenetrados.

Pero si se observa un minuto esta sociedad histórica o real – que no es una abstracción, como cuando decimos “la sociedad” – advertimos que hay una serie de grupos en contacto e intercomunicados y nos preguntamos cuál es el vínculo que hace que esos grupos, que son distintos entre sí, se mantengan unidos de cierta manera. Descubrimos que el vínculo más visible es un vínculo de poder. Este vínculo de poder ha sido definido de muchas maneras. Por ejemplo, esa sociedad afirma que en su seno reside la soberanía. Todos estos son los que dicen ‘nosotros somos unos y decidimos sobre nuestro destino y no le permitimos a nadie que no sea uno de nosotros que venga a influir sobre nosotros’. Este es un acto de voluntad política.

Esos grupos históricos reales no son compactos. Se caracterizan por estar compuestos de sub-grupos innumerables, clasificables de mil maneras. Y esos sub-grupos tienen una serie de vínculos de distinto estilo. Pero el vínculo que asegura la relación estable entre estos grupos es sobre todo un vínculo de poder. 

De modo que la sociedad se compone de grupos. Esos grupos naturalmente tienen intereses diversos, cada grupo tiene su manera peculiar de ser y sus tendencias naturales. Cada uno de esos grupos, sin embargo, busca la manera de convivir con los demás. Solo en situaciones críticas -situaciones de guerra civil, diríamos – emprende una acción destinada a eliminar al adversario. Lo normal en la historia es que los grupos que tienen intereses contradictorios en el seno de una sociedad real tiendan a convivir. Y para convivir hay que encontrar una serie de normas, de reglas, en virtud de las cuales esos grupos con distintas tendencias pueden convivir. La actitud que permite crear esta manera de ejercer un poder en función del cual los distintos grupos puedan convivir es la política.

La actitud política no se da siempre de la misma manera. Está, por lo pronto, la actitud política del que casi no tiene ningún poder; un miembro del grupo más huérfano, más pobre, de menos prestigio. Y está la actitud política de quién tiene todo el poder. Es decir: entre el rey y un siervo, había en la Edad Media una diferencia fabulosa. Lo que caracterizaba al siervo era sobre todo que no tenía voluntad, que no formaba parte del grupo político, es decir que a él le era ajena la voluntad que era capaz de imponer una norma a la totalidad del grupo social. El rey por el contrario tenía la totalidad de la posibilidad. Su voluntad era ley, según la forma romana clásica.  La política del siervo podría consistir en acercarse a un señor, rogarle que consiguiera cierta cosa y poner funcionamiento, a través de ese humilde ruego, un factor político, que era el señor. El señor podía funcionar en el juego de las fuerzas políticas y operar, pero el siervo no. De modo que su experiencia política tendrá un rasgo muy particular muy distinto de aquel de los rasgos que tiene la actitud de quién sabe que su voluntad pesa de alguna manera.

Pero independientemente de las múltiples diferencias que tiene la actitud política, hay una diferencia que hace al fondo del problema, que podemos observar históricamente.

Podríamos decir como hipótesis de trabajo que la actitud política es aquella propia del hombre que quiere contribuir de alguna manera a decidir sobre el destino colectivo. Pero esta actitud propia del hombre que no quiere ser un ente pasivo no se ve históricamente siempre de la misma manera. Y aquí sí podemos hacer una división bastante clara que nos va a ayudar a comprender que cosa es la experiencia política y la teoría política.

En una sociedad muy estabilizada, donde permanentemente subsisten las mismas condiciones de vida, donde se ha establecido por la fuerza de la costumbre un cierto sistema de convivencia, donde ese sistema de convivencia tiene un sistema administrativo y de poder que se considera inalterable y a veces se considera sagrado; en una sociedad este estilo, que vamos a llamar tradicionalista, naturalmente el hombre tiene muy pocas ocasiones de ejercer su voluntad política. Yo diría que en las poblaciones indígenas que descubrió Solís en el Río de la Plata, en donde el sistema económico estaba fundado en la pesca y solo ocasionalmente en el trabajo de la tierra, con una organización tribal tradicional y milenaria y con un tipo de poder ejercitado por un cacique, cuya autoridad no era de tipo político sino religioso, ninguno de los miembros podía tener esperanza, o lo que es más importante, preocupación por influir en el destino colectivo.

Este ejemplo tope de una sociedad elemental, primaria como lo era una pequeña tribu del Río de la Plata antes del siglo XVI, puede ser generalizado. Hay muchas sociedades que durante un cierto período se manifiestan con un alto índice de inmovilidad. Puede ser una sociedad mucho más desarrollada que esta sociedad aborigen; puede ser inclusive una gran nación europea. Puede ocurrir que en cierto momento haya estabilizado su situación económica, reduciéndola a la explotación de tres, cuatro aspectos fundamentales que se perpetúan sin que aparezcan posibilidades de innovación o de cambio, y que sobre tal organización de los medios de producción se organice una sociedad estable. También están los que se benefician con este sistema general de la riqueza, y los que sirven a ese sistema de una cierta manera y se consideran más o menos felices dentro de su situación más o menos mediocre. 

Esta circunstancia de inalterabilidad del orden económico y social crea un principio de estabilidad política. Entonces puede ocurrir que aparezca un rey que tenga cierta aureola por esta especie de equilibrio que la sociedad ha encontrado. En esta sociedad tampoco hay muchas posibilidades de ejercitar la voluntad política. La voluntad política está concentrada en el que representa este equilibrio y puede ocurrir que durante un tiempo no haya ninguna tendencia fuerte a romper este equilibrio, que nadie quiere romper sino en beneficio propio.

En consecuencia habría un tipo de sociedad, que vamos a llamar tradicionalista, ejemplificado en los dos extremos – una tribu aborigen, en el Río de la Plata, y una gran potencia europea, como era la España del siglo XVI y XVII, donde se advierte una etapa de equilibrio, que no es eterna ni muy duradera, pero es un fenómeno histórico de alguna extensión. Esta es en ese momento una sociedad estabilizada.

Este equilibrio en un momento se rompe, y de pronto se entra en lo que técnicamente se llama un período de cambio. El primer signo que aparece es que se pierde el tipo de mando que había asegurado la homogeneidad del grupo social. Entonces la necesidad de mantener la unidad del grupo deja de imponerse como problema fundamental, y empieza a aparecer la necesidad de afirmar y definir la tendencia de cada uno de los sub-grupos que constituyen este orden social.

En las etapas de equilibrio, hay una especie de consenso colectivo, que tiende a que cada uno de los sub-grupos coadyuve a algo que parece más importante, que es el orden y la armonía de la totalidad de los grupos. En época de cambio ocurre exactamente lo inverso: cada uno de los subgrupos cree que es más importante que el todo. Empieza por definirse a sí mismo diciendo:  ‘nosotros somos los puritanos, los papistas…’, es decir cualquiera de los innumerables grupos, partes o facciones en que se ha dividido la humanidad. Aparece el grupo como una tendencia, y el sistema de fines que ese grupo se propone inmediatamente cuaja en una actitud política.

Esta actitud política consiste en decir: ‘el sistema que nos une está caduco y yo propongo este otro nuevo’. La primera formulación de este sistema es la que corresponde a la forma más intemperante de la tendencia de cada grupo. El principio de la convivencia se rompe. Cada grupo se segrega, se separa, afirma su independencia, formula sus objetivos y esos objetivos se traducen en una política.

Por ejemplo Revolución Francesa. En la monarquía de los Capeto había en Francia un tipo de poder que antes de 1789 no se discutía. Se decía que era de fundamento sagrado, y que en consecuencia, atacar al poder real no solo era alta traición sino también sacrilegio. Había un cierto orden económico, que parecía eterno, y había un orden social que se correspondía. Todo ello parecía que funcionaba, con mucho descontento, pero más o menos bien. En muy pocos días, en 1789, en lo que va de la reunión de los Estados Generales hasta el día del asalto a la Bastilla, se ve que de pronto cada grupo se separa del resto y afirma su decisión de constituirse en grupo segregado.  El grupo de la burguesía francesa dice “nosotros queremos limitar el poder del rey”, y de pronto ese grupo se opone a los viejos grupos privilegiados y empieza un conflicto político que va a dar lugar a la revolución.

Resumiendo, podríamos decir que la actitud política es una actitud que se manifiesta sobre todo en la época de cambio, en tanto que, en las épocas de estabilidad, esa actitud se debilita.

La actitud política es siempre militante, es afirmación de una tendencia contra otra. La afirmación política, aun buscando la conciliación, tiene siempre un elemento militante.

El hecho que nos pone en la pista de en qué consiste en forma concreta la actitud política es precisamente este delineamiento de los grupos, de la segregación de una unidad social en distintos elementos parciales. Esos elementos parciales pueden llamarse de muchas maneras -partidos políticos, clases sociales- y la lucha se da en muchos planos y en distintos estilos.

Pero lo importante es averiguar cómo aparece este fenómeno que se segrega, pero nunca del todo. Segregarse del todo es un fenómeno que se ha dado alguna vez, pero que cada vez es más difícil y además no es la tendencia general. Nadie quiere segregarse completamente. La tendencia de los grupos es la de imponer su voluntad sobre la totalidad, e imponer sus propios objetivos a los que ya lo tienen. La voluntad política es siempre una voluntad de poder. El problema de la voluntad política es el problema de la decisión de determinado sector; en la jerga corriente, se dice un partido político.

Esto se da siempre en situaciones críticas. Por ejemplo, hasta el año 1890 en la Argentina no había más que un vago partido político, que no se sabía bien cómo se llamaba, que era el Partido Autonomista Nacional. Era el partido que se había constituido después de Caseros, con todos los caudillos provinciales. Y de pronto en 1890, se produce la crisis de ese partido. Aparecen simultáneamente la Unión Cívica Radical, poco después el Partido Socialista y otros partidos menores. Es decir que ha llegado el instante en que todo el orden tradicional se satura. Cuando se rompe el equilibrio inestable en que vivía, cada uno de los grupos se pregunta si coincide con el sistema general que se estaba desarrollando y este es el momento en que cada grupo dice “no”.

La primera etapa del ejercicio pleno de la actividad política es solo una expresión de deseos. En cada caso el objetivo, el lema, resulta de una serie de circunstancias históricas. Todo el inconformismo que se ha notado durante mucho tiempo de pronto se concentra en una orientación; ésta de pronto adquiere un líder; pero de pronto se transforma en una teoría y requiere que alguien la desarrolle, la estudia fondo, para poder defenderla contra los argumentos de los demás.

Entonces la experiencia política empieza a referirse cada vez más a una doctrina y aquí llegamos al segundo de los puntos claves de este tema.

La lucha política

En la clase anterior he comenzado a señalar, de una manera muy simple y elemental, lo que puede considerarse el germen de la actitud política. El objeto de esa explicación era en síntesis desarrollar una idea que me parece importante como punto de partida. Si distinguimos sociedades tradicionalistas y sociedades en proceso de cambio, la actitud política propiamente dicha corresponde a esta última. En la sociedad tradicional, la actitud política no tiene horizontes, y este es el instante en que se produce una curiosa confusión, entre política y moral.

El problema de las relaciones entre la moral y la política ha sido muy discutido. Hay un caso significativo: el del desprestigio que le cabe al ilustre escritor florentino Nicolás Maquiavelo, que es más conocido por una palabra que se deriva de su nombre, el “maquiavelismo”, que por su propia doctrina. Maquiavelo es una de las mentes más lúcidas que ha conocido la política, y representa una singular actitud en un momento muy particular de cambio: él es uno de los representantes de esa etapa del pensamiento político en el que la política se desprende de la moral.

Una sociedad tradicionalista se caracteriza porque el comportamiento social está fundado en la tradición. La tradición adquiere un fundamento de tipo absoluto. Se dice: ‘estas son las costumbres de nuestros padres, de nuestros antepasados’, y el solo paso del tiempo parece darle a esa costumbre un aire de cosa inmutable. Pero a veces hay más: la costumbre de pronto adquiere un fundamento religioso. En Grecia, en Roma, ciertas ideas que hacen a la convivencia se sostenían con un respaldo religioso. De tal modo que violar la costumbre, o alterar el orden político, se transforma en una agresión contra un orden sobrenatural, contra algo que se considera absoluto. En una sociedad tradicionalista, la política se confunde con la moral. La política se rige según cierto tipo de costumbres que son tradicionales, al mismo tiempo que la moral es también tradicional y deriva de esas mismas costumbres, de modo que hay un acuerdo absoluto entre política y moral.

En las sociedades en proceso de cambio el problema es mucho más complejo, porque el cambio que origina nuevas actitudes políticas altera también la estructura de las costumbres, y al alterarlas pone en tela de juicio determinados conceptos considerados morales. En consecuencia, puede ocurrir que un comportamiento político no corresponda a la moral tradicional, pero no porque esté necesariamente apartado de la moral sino porque está buscando su nueva formulación moral. Es decir, una nueva formulación que corresponda a la situación creada por el cambio mismo.

Hay sociedades tradicionalistas en donde esto es claro. Quién lea por ejemplo La Ilíada, se encuentra con una sociedad tradicionalista típica, una sociedad en dónde lo que nosotros llamamos “el político” lo reemplaza lo que en La Ilíada se llama “el sabio” o “el prudente”. Este personaje en La Ilíada se personifica en la figura de Néstor, que es el prudente, el que sabe cómo se hacen las cosas, es decir, el que tiene experiencia, el que puede prever. Esto puede ocurrir nada más que cuando ese comportamiento es continuo, cuando no ha habido cambios.

En una sociedad en cambio, la prudencia es una cosa absolutamente imposible, ya que, fundada en la experiencia, es prácticamente inútil, en la medida que no se puede prever lo que va a ocurrir. Hay pues una circunstancia muy particular en este planteo de la política como vinculada a las situaciones de cambio, y es que todo planteo político, toda actividad política nueva, ha comenzado siempre como una revisión de la moral tradicional.

Entre los casos de que nos vamos a ocupar hay algunos en que este problema está sumamente claro. Por ejemplo, la sociedad ateniense en los siglos Vi, V y IV a.C., y la florentina de fines de la Edad Media y primeros tiempos de la Edad Moderna. Se trata de casos de crisis políticas, correspondientes a crisis totales.

Si una sociedad en proceso de cambio plantea el problema de las relaciones entre política y moral, de la misma manera plantea el de las relaciones entre política y utopía. Hay todo un género de pensamiento político que se refleja en lo que se llama tradicionalmente “las utopías”. Ejemplo típico es Platón en la República: también -y quizá más accesible- es Tomás Moro, que escribe en el principio del siglo XVI en Inglaterra un libro que llamó así: Utopía; también Campanella en La ciudad del sol, y otros muchos que no vale la pena citar.

Este tipo de obra refleja una singular actitud de observación del cambio. Platón se propone – en cuánto percibe ese fenómeno -, no solo un análisis de la situación real, que siempre es una situación confusa, caótica, difícil. Sino que se propone la postulación de un sistema de fines nuevos, es decir, ofrecer una salida a esa situación de crisis, y entonces idea un plan, un sistema. Propone un conjunto de ideas que a él le parece que resolverán los problemas de su tiempo y comienza a girar alrededor de ellas. Puede ocurrir que, si se trata de un utopista típico y no de un político, empiece a girar en el vacío y comience a proponer un sistema de soluciones. A medida que lo va desarrollando se va alejando cada vez más de las situaciones reales y termine por ofrecer una teoría totalmente ajena a la realidad, que aunque podría ser quizá lo más deseable, se ha apartado tanto de lo real que se transforma en un proyecto absolutamente impracticable. El utopista no es un político, a la vez que un político no es un utopista. De modo que al juzgar por esta contraposición tenemos que deducir que la posición del político, en cuanto se aleja de la utopía, se relaciona estrechamente con las situaciones reales.

Esas situaciones reales se caracterizan porque no llaman la atención mientras se mantienen estabilizadas, con lo cual no engendran una actividad política, sino que llaman la atención cuando entran en un proceso de cambio. Lo característico de la actividad política es que es siempre polémica, porque toda actitud política se relaciona con otra actitud política distinta. La actitud política es beligerante; surge como resultado de la diversidad de las interpretaciones de la realidad, y esta aparece y se acentúa como tal diversidad cuando lo que se diversifica son las situaciones reales.

Una vez que tenemos delimitado este fenómeno primigenio, que llamamos la aparición de una actitud política, corresponde que observemos cómo se manifiesta y cómo opera esa actitud política.                

La manera de operar es lo que puede llamarse la lucha por el poder. Fenómeno político, es un fenómeno de poder. Obsérvese que hay otras actitudes que no conducen necesariamente a esto; una actitud polémica de pronto puede satisfacerse, por ejemplo, en la búsqueda de prestigio, fenómeno que sociólogos temporáneos han estudiado muy cuidadosamente.   

Lo que queda del prestigio es una típica actitud social, pues la actitud política no admite limitaciones. La actitud política tiene un objetivo posible y una finalidad única: la conquista del poder. Porque el poder es el instrumento en virtud del cual se impone a la totalidad de la colectividad lo que constituye un punto de vista que puede ser de un individuo o de un grupo. El poder es, pues, el objetivo de la actitud política. Y como la actitud política se da polémicamente y surge de la diferenciación de los grupos, no conduce al poder sino a través de la lucha.

Esto es lo que la historia estudió tradicionalmente. Hasta hace poco, la ciencia histórica ha tenido como único objetivo el estudio de las luchas por el poder. Es un tema fundamental sin duda alguna, pero en los últimos cien años se ha descubierto que no es el único tema de la historia; porque el hombre tiene otras muchas dimensiones, además de la actitud política. Pero como nuestro tema es analizar solo esto, me constriño al análisis de la lucha por el poder, recordándoles que no puede ser considerado como un fenómeno absorbente, dominante. Es solo uno entre varios fenómenos que son característicos de la vida de las sociedades.

La lucha por el poder es el resultado de lo que llamaríamos los enfrentamientos de grupos. Este fenómeno tiene una dinámica especial, muy compleja. El carácter que esta lucha por el poder va a tener depende de cuáles sean los protagonistas, porque no siempre es la misma.

En una historia muy simplificada se puede decir, por ejemplo: en determinada época de la historia Pompeyo luchó contra César, hubo una guerra civil en Roma. Aquí, el fenómeno político ha sido reducido a una especie duelo individual, pero esto es un resabio de la concepción heroica de la historia. Hoy sabemos muy bien que la lucha entre Pompeyo y César no es la lucha entre dos campeones, sino que había detrás de cada uno muchas cosas y para los estudios contemporáneos de la historia, mucho más importante que analizar las ambiciones personales, es analizar qué es lo que se mueve detrás de Pompeyo y de César.

Se trata de descubrir cuáles son los grupos que se enfrentan. A veces nos vamos a encontrar con que son dos grupos bien definidos y de fisonomía absolutamente precisable, o nos vamos a encontrar con que son lo que llamaríamos hoy dos frentes, es decir dos vastas aglutinaciones, en dónde por diversas razones, diversos grupos se han aliado unos en un frente y otros en otros.

Si la lucha por el poder resulta del enfrentamiento de los diversos grupos sociales, para averiguar cuál es la mecánica de este proceso lo primero que tenemos que hacer es identificar claramente cuáles son estos grupos sociales. Una sociedad se divide de muchas maneras; algunas divisiones son permanentes, y otras ocasionales. Hay algunas que tienen una influencia directa en los enfrentamientos de tipo políticos, y otras, influencias indirectas.

Sin duda alguna lo que más caracteriza a una sociedad es que lo que se llama técnicamente en sociología, la estratificación. Los grupos sociales más característicos en toda sociedad, son lo que llamamos clases. Estas clases, que se pueden definir de muchas maneras. tienen fundamentalmente una raíz de tipo económico; a veces se introducen matices de tipo ocupacional, pero fundamentalmente son sectores socio-económicos. Estas clases constituyen los factores fundamentales en determinado instante de la lucha por el poder: hay fenómenos de enfrentamiento político que son típicamente enfrentamiento de clases sociales.

Pero las clases sociales son conjuntos un poco imprecisos en sus límites, y así naturalmente hay sectores de cada clase que son linderos con las clases vecinas; es decir, dentro de cada clase hay sub-clases. Además, dentro de las clases hay sectores que han sido politizados y hay sectores que no están politizados. De modo que para que las clases sociales se enfrenten políticamente tienen que darse ciertas condiciones que no son necesarias permanentemente.

Al lado de este enfrentamiento político, que resulta del enfrentamiento de las clases, puede haber enfrentamientos que resulten de otros grupos; por ejemplo, pueden ser el resultado del enfrentamiento de lo que llamaríamos grupos de opinión.

Un grupo de opinión es un grupo tan indeciso, tan impreciso como la clase social. Se constituye por el mero asentimiento que se presta a cierta idea, cosa que puede hacer un ciudadano en su casa, sin comunicar su opinión a su vecino; se nota porque compra ciertos periódicos, pero no es un grupo que tenga cohesión física, ni que tenga un elemento activo que le dé al enfrentamiento un carácter radical, como tiene siempre el enfrentamiento político.                         

Estos grupos de opinión se pueden formar sobre ideas fundamentales y duraderas o sobre ideas ocasionales. De pronto puede ser una circunstancia ocasional lo que enfrenta a los grupos de opinión. Por ejemplo, estalla la Guerra Mundial de 1914, y se polariza lo que se llama el grupo de los aliadófilos y los que se llamaban los germanófilos y constituyen dos movimientos de opinión. Estos dos movimientos también se manifiestan en fenómenos como la concurrencia de sus miembros a una manifestación. Pero puede ocurrir que estos grupos también un día se enfrenten, como las clases sociales, siempre que aparezca otro ingrediente más, como en el caso de las luchas sociales.       

Hay también otros grupos que tienen otros caracteres, como los llamados grupos de poder. En toda sociedad diferenciada aparece de pronto un grupo de personas que monopoliza o que controla ciertos tipos de fuerzas, cierto tipo de resortes, y quién posee esos recursos puede imponer a la sociedad una opinión sin consultarla, sin preguntarse si es mayoría o es minoría y sin influir de una manera precisa sobre la opinión.

Un grupo de poder son, por ejemplo, las fuerzas armadas. En Roma las fuerzas armadas estaban cerca del poder imperial; lo que se llamaba la guardia pretoriana, tenía una fuerza particular que no tenía ninguna otra corriente de opinión pero que tampoco tenían los otros sectores del ejército. Un ejército que estaba estacionado sobre el Rin no tenía de ninguna manera la capacidad que tenía la guardia pretoriana, que podía deponer y asesinar al emperador. Yen el momento en que lo asesinaba, cualquiera fuera la significación social de la guardia pretoriana, había creado un hecho político, puesto que creaba la vacancia del poder imperial y desataba un temible problema alrededor de las posibilidades de su reemplazo.

Otro grupo de poder puede ser un monopolio financiero, que controla una riqueza que es decisiva en un país; pueden ser de muy pocas personas y tener la capacidad de provocar un hecho político, por ejemplo, una crisis de la Bolsa.

También se pueden distinguir los llamados grupos de presión, grupos de opinión que, en lugar de ser completamente impotentes, tienen por alguna circunstancia, el monopolio de algo que les permite gravitar. Se ha hablado por ejemplo en Estados Unidos, como un ejemplo muy característico, de la Legión Americana, una agrupación de ex combatientes de la Primera Guerra Mundial. Durante todo un período que sigue a la Primera Guerra Mundial, este sector tiene una fuerza casi inexplicable. Consiste en ser los que, por haber sufrido la guerra, se transforman en los defensores del orden constituido con motivo de la victoria. Entonces ese orden está constituido por un elemento social: el respeto que le tiene esta colectividad a quiénes han sido sus defensores, a los que son las víctimas de una necesidad colectiva. En consecuencia, quienes custodian esta opinión de pronto tienen una fuerza para opinar que no la tiene otro grupo social. En un determinado instante, este grupo puede constituirse en uno de los elementos posibles de un enfrentamiento entre dos sectores.

Todos estos tipos de grupos tienen posibilidades de enfrentarse. Pero a todos ellos les falta una cosa: la voluntad de acción, cierto tipo de cohesión orientada y dirigida no solo hacia determinados fines sino hacia la realización de los pasos que hay que dar para conseguir esos fines. Cuando aparece este designio, cualquiera de estos grupos o clases se transforma en lo que se llama un partido político.

Finalmente, cuando hay un enfrentamiento en la lucha por el poder, los grupos que se constituyen son los que se llaman partidos políticos, constituidos por cualquiera de estos grupos, unidos de una manera sistemática y con fines definidos, con la decisión de conseguir esos fines, con una cohesión interna que le permite dar los pasos necesarios. Este elemento de voluntad le da a esta aglutinación un aire singular.

Un partido político puede relacionarse con cualquier otro grupo. Un partido político puede ser en cualquier instante expresión típica de una clase social, pero no toda clase social puede convertirse en un grupo político. Una clase social en determinado momento puede galvanizarse y convertirse en un grupo político, pero no está en su esencia. Se requiere un proceso de politización, es decir un proceso en virtud del cual se precisan con absoluto rigor los fines y se delimitan los medios para llegar a esos fines, introduciéndose un elemento de voluntad decidida y resuelta.

¿Como se da la lucha por el poder? Hay una manera extrema, que es la fuerza. Es ultima ratio; cuando no queda nada que argumentar se recurre a la violencia. El ejemplo romano es típico. Durante la época del Imperio no pudo resolverse jamás el sistema institucional; jamás se estableció en Roma cual era el mecanismo por el cual el emperador era elegido.

¿Porque no había un sistema que regulará la función imperial? Porque faltaba un consentimiento general de la sociedad, del cuerpo político que constituía el Imperio, que pudiera ofrecer la posibilidad de que alguien ideara una institución. ¿Porque era imposible? Existe una circunstancia local.  Roma era la ciudad conquistadora; primero había conquistado Italia, y luego las diversas provincias. A ningún romano se le hubiera ocurrido pensar que un miembro de una provincia, pudiera ser elector de un emperador.

Recién se encontró una solución en el siglo XVIII, a través del llamado sistema representativo. Este ha sido un ardid jurídico, y no puede funcionar sino cuando toda la colectividad está de acuerdo en consentir que quién sea elegido de esa manera va a ser considerado legítimo. Si no hay consentimiento no hay otra solución que la violencia.

Este fenómeno no termina en sí mismo, y no puede explicarse por si mismo. Cuando existe esta situación, es porque hay disgregación de la sociedad y falta la tendencia de todos los grupos a integrarse. De tal modo que el enfrentamiento armado no es de por sí un hecho final y decisivo. El enfrentamiento es el signo de un hecho social más profundo que es la disgregación social.

Pero los enfrentamientos sociales, no tienen por qué darse necesariamente bajo esta forma. En una sociedad existe la posibilidad de establecer un sistema en el cual, aún habiendo sectores privilegiados, se establezca algún acuerdo que a los no privilegiados les parezca tolerable. Cuando aparece esa situación, se caracteriza por una cierta tendencia a la integración y los conflictos políticos no adoptan la forma de conflicto armado sino otras formas.

Una de ellas es la lucha política. Es una lucha de presión, de un partido contra otro. En la sociedad se agrupan determinados sectores, que se organizan, postulan sus finalidades y toman todas las precauciones para presionar hasta imponerse a los demás. A veces con el designio de imponerle a todos los demás sectores su pensamiento; a veces con la tendencia a la conciliación. De modo que cuando hay lucha política y no enfrentamiento armado es porque está funcionando un principio de cohesión social, de acuerdo en cuanto al sostenimiento de la estructura básica en que la sociedad se funda.

Y todavía hay otras formas, como la lucha por las ideas. En períodos de equilibrio, los enfrentamientos toman la forma de discusión de ideas. Esto se da en las situaciones de estabilidad, como para que las soluciones propuestas signifiquen una garantía con respecto a esos principios básicos. Cuando uno de los sectores en conflicto propone un sistema que afecta a la totalidad del basamento de la sociedad, entonces los otros sectores no admiten el diálogo.

Podríamos decir que estas son las maneras de plantearse la lucha política, una lucha de ideas basada en el principio del convencimiento. Otra es el ejercicio del poder a través de fuerzas organizadas y la tercera es el enfrentamiento armado.

La institucionalización del poder

Voy a concluir en la primera parte de esta clase con las observaciones de conjunto con las que tratamos de definir y caracterizar la actitud política.

Recordaran ustedes que hemos analizado sucesivamente en la última clase cuáles son las razones de lo que llamamos la lucha por el poder y hemos girado alrededor del tema de las formas de la acción política. Ahora quiero señalar brevemente cuál es el desenlace de la acción política que se desenvuelve en el terreno de la lucha por el poder y que termina con el triunfo de uno de los grupos o de una tendencia conciliatoria, que en la práctica es un grupo nuevo.

La lucha política pone en situación de enfrentamiento a diversos grupos y suscita una acción que consiste en buscar por el camino de la conquista de la opinión pública o la conquista de las mayorías dentro de un régimen institucional, o por otro lado la victoria en la guerra civil, si se piensa que es finalmente la última etapa posible, la ultima ratio en la lucha por el poder.

Producido el triunfo, adviene otra etapa de la vida política, que supone otra actitud política. Es la etapa que llamaríamos de institucionalización de la situación creada por el acto político. El triunfo de un grupo político significa el designio de llevar hasta sus últimas posibilidades la doctrina, la actitud, la oposición que se grupo ha representado. Obtenido el triunfo, hay que institucionalizar esa situación, es decir, hay que operar de modo que las instituciones reflejen el sistema político que ha sido creado.

Todo sistema político de jure, es decir, todo sistema jurídico institucional, según el derecho, finalmente consolida una situación de hecho. Es el triunfo de un partido, de un grupo, de un sector de la opinión, que constituye el punto de partida de una situación que a partir de ese momento se va a institucionalizar. Es decir, va a cuajar en un sistema de normas del que, a partir de ese instante, se supone la perennidad, se supone la estabilidad. Este sistema de normas no es un sistema cualquiera, ni un sistema puro, objetivo, de normas. Es un sistema de normas que corresponde a determinadas situaciones que están en los antecedentes de la lucha por el poder y en las situaciones peculiares que se han dado con motivo de la lucha por el poder.

Por ejemplo: si ustedes leen la Constitución Nacional y de pronto se encuentran con una disposición que dice taxativamente que no habrá aduanas interiores, ustedes no tienen por qué suponer que esta fórmula corresponde a una situación eterna y permanente que se ha dado en todas partes del mundo. A pesar de que la Constitución tiende a ser un sistema de normas permanentes, se adivina que las distintas disposiciones que la integran están respondiendo a las situaciones que se desencadenaron en determinado momento, que fueron resueltas de cierta manera y que ahora quedan formuladas de una manera explícita. En las guerras civiles que ensangrentaron a la Argentina desde la época de la emancipación en adelante, uno de los problemas fundamentales fue el de la lucha entre Buenos Aires y el interior, y en muy buena parte porque había problemas con la aduana. Esta disposición institucionaliza la opinión que, sobre este problema, tiene el grupo triunfante. El grupo triunfante basa su idea del equilibrio político argentino sobre esta concepción y sobre otras muchas. Pero el ejemplo debe servir para que nos demos cuenta de a qué llamamos institucionalizar un proceso de lucha por el poder.

Terminando el proceso de lucha por el poder, un principio, una norma, que puede ser una norma constitucional, un principio legal, se transforma en el instrumento mediante el cual aquello por lo cual se había luchado se ha transformado en un principio estable y que desde ese momento deja de ser un tema de confrontación.

La lucha por el poder termina siempre en un sistema institucional. Este sistema institucional quiere tener de alguna manera un principio que sea indiscutible, algo que esté fuera de la polémica, algo que no se pueda relativizar sino que sea tomado como un principio básico, indiscutible y que sea punto de partida para las situaciones futuras.

Lo mismo ocurre con innumerable cantidad de instituciones. Pongamos por caso lo que ocurre en Inglaterra en 1688: el mecanismo político que se inventa cuando triunfa la revolución. Lo analizaremos en su momento, porque es uno de los casos característicos y más influyentes en el desarrollo de la política europea. Cuando termina la revolución de 1688, se crea en Inglaterra el sistema de la monarquía limitada y parlamentaria. Entonces aparece una serie de instituciones. La más típica es el Parlamento. Existía desde hacía mucho tiempo, pero se crea una serie de normas en virtud de las cuales el Parlamento empieza a funcionar de una manera que parece ser absoluta, intemporal. El orden jurídico de Inglaterra reside sobre estas instituciones, que tienen un origen perfectamente definido. La organización que adopta el Parlamento inglés después de la revolución de 1688 contiene una serie de características y de singularidades que se corresponden extensamente con las opiniones, con las tendencias de los grupos que habían suscitado la revolución.

Para defender las ideas de ese grupo, primero se había desatado la guerra civil, encabezada por Cromwell, que le cuesta la cabeza al rey Carlos I en 1649.  Se produce este acto terrible y fundamental: el regicidio. La situación creada a partir de ese momento es la que quiere llegar a establecer definitivamente un cierto grupo social que se ha organizado en un nuevo partido. Ese sector social y ese partido tiene sus opiniones, sus tendencias. Quiere evitar que ocurran ciertas cosas, quiere que otros sectores sociales alcancen ciertas posiciones. Entonces idea todo un sistema institucional muy complicado y muy fino, que se funda en el principio de la convivencia de todos, pero sobre la base de garantizar los principios que rigen la concepción del grupo que ha sido triunfante. 

Toda la legislación electoral tiene este mismo sentido en todas partes. Un ejemplo sumamente curioso es el de la revolución de 1848 en Francia, que establece el sufragio universal. Este sufragio universal era, aparentemente, la expresión de una concepción plenamente democrática y sin embargo no fue así. Fue un ardid sumamente fino de ciertos sectores que en Francia en 1848 descubrieron que los grupos avanzados que habían provocado la revolución del 48 eran pequeños grupos urbanos y especialmente de París, en tanto que la opinión media francesa, que evidentemente formaría mayoría si había sufragio universal, correspondía a la sensibilidad política y a las opiniones políticas de los sectores del campesinado francés. Estos de ninguna manera compartían los puntos de vista de los grupos urbanos y especialmente de los grupos proletarios de Francia en ese momento. De tal manera que el sufragio universal era una garantía para la defensa de ciertos sectores que querían neutralizar a otros.

Lo mismo puede decirse, inversamente, de toda la legislación censitaria, es decir, toda ley electoral que dice que para ser elector hay que ser propietario. Es evidente que se trata de un instrumento jurídico destinado a consolidar una determinada situación social y política cuando se dice que para ser elector hay que tener una renta de tanto. Toda la historia electoral inglesa en el siglo XIX está caracterizada por tres grandes leyes electorales, cada una de las cuales fija un determinado monto de la renta que debía tener el elector; y naturalmente atrás de cada uno de estos movimientos hay toda una concepción política. Cuando se dice: ‘para ser elector hay que tener una suma de tanto’ -digamos de 100.000- hay una concepción política detrás de esta manera de seleccionar el electorado. Pero cuando a fines del siglo XIX se dice finalmente, la renta tiene que ser tanto y ese tanto equivale al salario de un pequeño empleado o un obrero, evidentemente la concepción política y la que está detrás de esas se ha modificado.

En resumen, el proceso de la lucha política, el proceso de los enfrentamientos por el poder, cuaja un día en un conjunto de normas, es decir, se institucionaliza, y el sistema de normas y preceptos que constituyen cada una de las instituciones hay que entenderlo en relación al proceso histórico que ha contribuido a crear la situación que ese sistema de normas trata de fijar. Este es el gran problema de la vida política.

La vida política tiene una efervescencia y un dinamismo constante pero las instituciones tratan de fijarla cada cierto tiempo y hay una especie de lucha entre estas instituciones que han sido elaboradas en un determinado momento y las nuevas tendencias que empiezan a aparecer. Por eso constituye un acto de gran sabiduría política el día que empezó a establecerse en las propias instituciones el principio de cómo había que reformar la constitución, puesto que todo precepto tiende naturalmente a hacerse caduco en la medida en que la vida histórica, que fluye constantemente, crea situaciones nuevas.

Un rasgo singular de la vida política es esta especie de contradicción o de lucha entre la normal conformación de las relaciones económicas, sociales y políticas con el sistema de normas, que han sido constituidas en un determinado momento para corresponder a una determinada situación, y que al cabo de cierto tiempo se encuentra inadecuado a la nueva situación que, con el correr del tiempo, se va creando.

Se podrían repetir los ejemplos: diferencias entre regímenes monárquicos y republicanos; diferencias entre regímenes en los que aparece un Senado en el que, como el caso de la República Argentina, la elección no es directa sino indirecta. Todas estas distintas formas que adoptan los instrumentos jurídicos, institucionales, corresponden a este propósito de fijar, de consolidar ciertas situaciones muy fluidas, muy complejas, que en determinado momento son fijadas, lo cual no obsta para que sigan desenvolviéndose históricamente de distinta manera.

Las doctrinas políticas

Nos queda una nueva etapa. Esta institucionalización obsérvese bien, es el resultado de un esfuerzo, muy sutil y muy fino, que consiste en precisar en unas pocas fórmulas: ‘el elector hará esto, aquello y lo de más allá, el poder ejecutivo funcionará de esta manera, la contribución se hará de esta manera, el régimen impositivo será de esta manera’. Es decir, un conjunto de normas muy precisas y muy exactas con las cuales se da solución a un problema que es muy complejo y generalmente muy difuso.

De ahí que, entre el proceso de la lucha por el poder y el proceso de la institucionalización hay una etapa que conviene tener muy presente, qué es lo que llamaríamos el delineamiento progresivo, el afinamiento progresivo de las ideas fundamentales que caracterizan las tendencias de cada grupo o partido. Así, por este proceso, se constituye lo que llamaríamos las doctrinas políticas.

¿Qué es una doctrina política? Una doctrina política puede ser en su primer origen una intuición. Es evidente que cuando los esclavos se sublevan en Roma no tienen una idea muy clara acerca de qué es lo que quieren. Lo que quieren es que no los maltraten, que les den de comer, trabajar un poco menos, ser tratados como seres humanos; o directamente lo que quieren es expresar un sentimiento de odio, de resentimiento feroz que tienen contra la humanidad. Entonces un día se sublevan y hacen una especie de guerra que es reprimida finalmente, como saben ustedes.

Aquí no había nada más que una especie de actitud primaria, una especie de movimiento casi instintivo de un determinado grupo social que buscaba una salida a su situación. Pero de ahí a tener una doctrina política hay un camino que es bastante largo.

Cosa curiosa; en este problema particular, los esclavos que se sublevaron en Roma en el último siglo de la República no llegaron a tener una doctrina, que quizá hubiera tenido alguna fuerza. Pero en cambio, poco a poco, en el ámbito de los estudios filosóficos y jurídicos empezó a surgir una idea: la idea del derecho natural. El derecho natural en última instancia se opone a la esclavitud, niega la esclavitud, es decir supone la existencia en todo ser humano, cualquiera sea su condición social dentro de las situaciones de cada época, de una serie de derechos que le son propios nada más que por ser un ser humano.

Esto es lo que intuía ese esclavo que se sublevaba en Roma en el último siglo de la República. Intuía que había una cierta cosa a la cual él tenía derecho, que no podría formular, que no sé atrevía a formular, porque si la hubiera formulado habría sido una revolución. Pero los filósofos y los juristas empezaron a enunciar el principio del derecho natural y crearon algo que pudo ser considerado la antítesis de esta actitud primaria instintiva, y que ahora es una doctrina.

Ese proceso que yo ejemplifico en este caso muy simple de los que se van dando finalmente en toda la lucha por el poder. Los grupos se enfrentan a veces por razones muy primarias, muy elementales. Los gauchos del Litoral tenían una especie de resentimiento contra los “doctorcitos” de la ciudad de Buenos Aires y acaso esto fue lo que había fundamentalmente en este movimiento de irrupción que se desencadenó hacia 1813, y terminó en la terrible guerra civil, especialmente alrededor del año 20, y luego en lo que llamamos la anarquía.

Originariamente quizá no hubiera nada más que un pequeño, un vago sentimiento de hostilidad; pero inmediatamente ese sentimiento empezó a precisarse: ¿Por qué nos sentimos tan hostiles? ¿Qué hay detrás? ¿Por qué nos quieren mandar? ¿Por qué quieren ser ellos los que gobiernan? ¿Cuáles son los intereses que ellos representan y ellos defienden? ¿De qué manera esos intereses nos son adversos? Y luego la parte positiva: ¿Qué es lo que nosotros debemos tratar de imponer para que no ocurra esto sino para que ocurra lo contrario? Y poco a poco unitarios y federales se van transformando de dos grupos que solo tienen una sensación de enfrentamiento vago y difuso, en dos partidos que empiezan a tener una doctrina.

Un día alguien dice: ‘queremos un gobierno propio para cada uno de nuestras provincias’. Y empieza a decirse: ‘Sí, a imitación de lo que ocurre en Suiza; pero además queremos un régimen rentístico e impositivo y un régimen de aduanas que haga que esta autonomía provincial no sea una cosa absolutamente ficticia’.

Y de pronto se da un paso más y se dice: ‘no solamente queramos gobernarnos nosotros, cada uno dentro de nuestra provincia; queremos algo más. Este país tiene una conformación geográfica de tal estilo que la aduana de Buenos Aires juega un papel fundamental para todo el país. Entonces no es solo cuestión de que Buenos Aires nos deje en paz a los tucumanos, a los santafesinos, a los entrerrianos: necesitamos algo más. Necesitamos que la aduana de Buenos Aires no sea propiedad de la provincia de Buenos Aires: necesitamos nacionalizar la aduana de Buenos Aires’. Y esto sigue creciendo, sigue creciendo, y se va haciendo toda una doctrina y finalmente el partido tiene un pensamiento que puede expresarse coherentemente, que tiene fundamento filosófico, fundamentos económicos, fundamentos jurídicos. Es exactamente una doctrina política.

Cada doctrina política, de las muchas que han sido expresadas, puede tener dos aspectos: por una parte, se descubre en el fondo de toda doctrina política una cierta teoría general con respecto al hombre y a la convivencia humana. Pero también hay una serie de opiniones y respuestas a situaciones que son rigurosamente contemporáneas. En el momento en que Rousseau escribe El contrato social, emite una opinión acerca de cuál es el origen de la soberanía, dónde reside el poder. Lo que él sostiene -que por lo demás no es el primero en sostenerlo- se opone fundamentalmente a la teoría del poder divino de los reyes.

La teoría que sustentaba la monarquía tradicional en Europa era la teoría del origen divino del poder. El rey era rey por derecho divino y así efectivamente se comprobaba, diríamos objetivamente, en las ceremonias rituales con intervención de la Iglesia, como la consagración del nuevo rey por la imposición de los santos óleos.                                                                                           

¿Dónde reside el poder? ¿Cuál es el origen del poder? Dicho técnicamente, ¿dónde está, dónde reside la fuente de la soberanía? Esto es toda una teoría filosófica, es toda una teoría jurídica. Pero al mismo tiempo es una teoría que sobreviene a raíz de situaciones concretas de carácter económico y social. Esta teoría del “contrato social”, esta teoría de la soberanía del pueblo en oposición a la soberanía del rey de origen divino, corresponde a la aparición y fortalecimiento de los grupos de la burguesía europea. Son estos grupos burgueses, que se consideran ya aptos para el poder, los que empiezan a decir que el poder no puede residir exclusivamente en esta personalidad más o menos sacralizada y sacada de la historia que es el rey, sino que tienen que provenir de fuerzas sociales que son las que verdaderamente están actuando y operando.

Para este grupo social conviene esta teoría, y este grupo social la defiende, la estimula, la desarrolla. Los hombres que salen de este grupo social son los que extreman los términos de esta teoría; son los que la desarrollan, los que la exponen, los que la estudian, y finalmente, son los hombres de estos grupos los que constituyen el soporte de esta teoría. Esta teoría es la que mueve a uno de los grupos que se enfrentan por el poder, y cuando este grupo triunfa -si triunfa- es esta doctrina la que busca la manera de formularse en proposiciones de carácter jurídico estricto, que garanticen de una manera segura el cumplimiento de estos designios y la realización de una forma de convivencia tal como corresponde a esta opinión. Esto es lo que se ve más o menos en Montesquieu. Cuando escribe El espíritu de las leyes está tratando de encontrar el sistema institucional que corresponde a esta nueva idea.

Para quienes sostienen la nueva idea, el poder no es cosa divina: el poder de los reyes tiene una fuerza histórica, que corresponde al apoyo que le presta la aristocracia, y la aristocracia es una clase social que se ha caracterizado durante mucho tiempo por ser la que monopolizaba la tierra, que era la riqueza por excelencia. Nosotros sostenemos ahora que el origen del poder es el pueblo, que lo que constituye y da la fuerza al poder político es el contrato entre todos los hombres, considerados todos igualmente libres y dueños de una razón que es capaz de entrar en contacto, decidir y expresarse bajo la forma de una voluntad. Esta es la idea. El fundamento de esto es el derecho natural; esto es una doctrina filosófica, una doctrina jurídica.

Pero hay que encontrar la fórmula jurídica en virtud de la cual esto puede funcionar. Montesquieu encuentra la solución: es la división de los poderes. Dice: ‘puesto que el rey no es de origen divino, puesto que el poder reside en el pueblo, yo divido el poder. Puedo tolerar que el rey siga siendo quién ejecuta el acto político, con la condición de que la ley no emerja del rey’. Esta separación del poder ejecutivo y el poder legislativo se complementa con la organización de un poder judicial que controla las maneras en virtud de las cuales todas estas normas se cumplen entre los individuos del país, y entre los individuos y el poder público. Lo que ha hecho Montesquieu es encontrar la fórmula jurídica que da expresión a una doctrina política. Y esta relación entre doctrina y sistema institucional es uno de los elementos que caracterizan más estrechamente, más profundamente la peculiaridad de la vida política.

Diremos para terminar que estas doctrinas podrían clasificarse de muchas maneras. Hay doctrinas que son típicamente de clase o de partido y tienen cierto principio de perennidad.  Si pensamos en esta controversia entre partidarios del poder absoluto o del poder limitado de los reyes, descubrimos que al mismo tiempo que hay temas contemporáneos, hay una teoría general acerca del origen del poder político. Pero luego hay doctrinas que son puramente ocasionales, surgidas con motivo de problemas del momento. Son doctrinas que naturalmente pasan al cabo de poco tiempo y dejan de tener importancia.

Un caso típico son las doctrinas en materia de política económica. La primera mitad del siglo XIX ha visto en toda Europa teorías sociales muy complejas, muy densas y que pueden defenderse y sostenerse en cualquier parte del mundo con argumentos absolutamente abstractos. Pero la controversia entre proteccionismo y librecambismo en la primera mitad del siglo XIX no tiene nada de abstracto: no son teorías elaboradas en el gabinete; son teorías que surgen a raíz de las primeras crisis provocadas por la revolución industrial.

Efectivamente, el proteccionismo es una actitud que empezaron a defender determinados sectores económicos en Inglaterra; el librecambismo lo empezaron a defender otros sectores. Si se analiza un poco de cerca se ve que la actitud que tenía cada uno de estos grupos dependía de dónde hubiera que comprar y dónde hubiera que vender, y transformaba en teoría general librecambista o proteccionista una tendencia que estaba muy directamente unida a sus intereses fundamentales.

Estas doctrinas se transformaron en la doctrina de los partidos políticos, que se definieron como proteccionistas o librecambistas, y mientras el régimen económico obligaba a que estas dos políticas fueran contradictorias, estos dos partidos fueron los que personificaron fundamentalmente la lucha política. En determinado instante el juego de la economía hace que se encuentre una especie de acuerdo entre las dos políticas y en ese momento estas dos doctrinas dejan de inspirar a los partidos políticos. Y estos partidos políticos empiezan más bien a buscar otros aspectos que son los que les interesan según nuevas circunstancias.

De tal manera que hay doctrinas que se caracterizan porque se fundan en un planteó general que puede ser de raíz filosófica, jurídica, y que corresponden a situaciones permanentes de la historia, fundamentalmente problemas de relaciones entre grupos sociales, entre clases sociales. Y hay doctrinas políticas que corresponden a partidos más o menos ocasionales según las situaciones que se plantean en la vida de una comunidad en relación con cosas que ocurren en determinado instante y que al caducar, al desaparecer, invalidan naturalmente las teorías que han suscitado y que han enfrentado a los grupos políticos en lucha.

La democracia en Atenas

En los casos particulares que voy a analizar, estos criterios van a ser puestos en movimiento y espero que así sean más fácilmente perceptibles. El primer caso al que quiero dedicarme en lo que me queda de esta hora es el caso de la crisis ateniense en el siglo VI y el siglo V a.C.

Es un caso muy singular por dos razones. Primero porque fue una curiosa experiencia económica, social y política que fue afrontada por los atenienses sin experiencia anterior, sin que pudieran poner en funcionamiento ideas, opiniones, criterios ya formados; fue afrontada directamente sobre la marcha y tratando de resolver cosas cuya novedad les sorprendía. En segundo lugar, el caso es fundamental porque el sistema de reacciones que los atenienses tuvieron frente a estas circunstancias se transformó al cabo de poco tiempo, como todo lo que hace a la historia griega, en algo que pudo considerarse un paradigma, un ejemplo, un modelo.

De manera que influyó enormemente, primero por ser la primera experiencia de un tipo que se repitió muchas veces, y segundo porque fue resuelta de cierta manera que se transformó en el modelo. Se lo analizó en su momento, y puede ser analizado muchas veces todavía, a medida que se conoce el proceso y que se tienen en cuenta mayor número de detalles y de aspectos del problema.

Atenas era una pequeña ciudad como tantas otras de Grecia. Esta pequeña ciudad tenía un régimen patriarcal. En un país relativamente pobre, la tierra estaba en manos de unas pocas familias, y estas pocas familias eran, casualmente, las que también ejercían el poder.

Pero a partir del siglo VIII a.C. se produce un formidable e inesperado proceso que se conoce en la historia griega con el nombre de la colonización. Esto significó que a partir del siglo VIII mucha gente de toda Grecia, y también de Atenas, empezó a emigrar de estas pequeñas ciudades a las costas del Mar Negro, y otros a las costas del Asia menor. Otros fueron a las islas, otros se fueron al norte del África, otros s a Sicilia y otros al sur de Italia, y todavía algunos llegaron a la costa de Francia y España.

En cada uno de estos lugares surgieron pequeños núcleos, las llamadas “colonias griegas”. Pequeños grupos de personas encontraron allí tierra disponible, poca población, buena acogida; formaron una pequeña comunidad, se gobernaron a su modo, empezaron a trabajar la tierra intensamente, y  empezaron a exportar, sobre todo a sus ciudades de origen. Ciudades como Atenas empezaron a comprar trigo, y a comprar aceite y lino. Naturalmente había que pagarlo. Entonces la plata y el oro que estaban acumulados empezaron a circular y a salir para pagar estas importaciones.

Esto ocurrió en el siglo VIII, en el siglo VII, en el siglo VI a.C. Muchos de la gente que recibían este dinero y que empezaron a enriquecerse en las colonias volvían a su patria de origen, y cuando llegaban comenzaron a descubrir que tenían una fuerza nueva frente a los viejos poseedores de la tierra.

Esta puerta nueva era el dinero. No solo lo tenían ellos; también lo tenían los intermediarios, y también toda la gente con quién ellos se relacionaban, para comprar y vender. De modo que el fenómeno económico y social más importante de Grecia del siglo VIII, VII y VI a.C. es que, al lado de las viejas familias y como consecuencia de la colonización, empezó a aparecer una clase de ricos en dinero que comenzó a desafiar al viejo grupo patricio de ricos en tierra.

Esto es lo que está detrás de una enorme cantidad de fenómenos de carácter político, de carácter social, de carácter económico.                                                                                      Todos ustedes han oído hablar de las leyes de Solón. Todos han oído hablar de las reformas de Clístenes, de las leyes de Dracón, de la reforma de Pericles. Todos han oído hablar de la organización de la democracia ateniense. Pues toda esa democracia, toda esa organización política, todas esas crisis, todos esos fenómenos tormentosos, como la famosa dictadura de Pisístrato, todo eso proviene de este curioso fenómeno que empieza a darse cuando en el siglo VI ya está constituida esta clase de ricos en dinero, que se sienten con fuerza, con autoridad, con poder como para intervenir en la vida política de la ciudad, desalojando naturalmente a los que hasta entonces tenían el monopolio. Este es el fenómeno que empieza en ese instante.

El fenómeno toma características muy singulares: el viejo régimen aristocrático comienza a ser inútil y comienza a ser reemplazado por lo que se llama el régimen democrático. A partir de aquí lo primero que va a ocurrir es que las clases sociales, en la clasificación que hace Solón, tienen una designación y un fundamento totalmente distintos. Antes de Solón las clases sociales se diferenciaban por el nacimiento. El que era “eupátrida”, o sea bien nacido, es decir de familia noble, lo era por su nacimiento, por su origen y no podía dejar de serlo. Y el que era de la clase media lo era por su origen y no podía dejar de serlo, y el que era un trabajador de campo o de la ciudad no podía dejar de serlo y estaba condenado a mantenerse dentro de ese sector en el que había nacido.

Pues la reforma de Solón consiste fundamentalmente en dividir a los ciudadanos por el monto de su riqueza. Esta modificación institucional significa el fin de una revolución. Esa revolución empieza en un hecho sordo, de poco relieve, que no puede fecharse, que es la paulatina formación de una nueva clase social. Cuando esa clase social se ha constituido, poco a poco, por pura presencia entra en conflicto. Ese conflicto a veces toma forma muy insignificante. Por ejemplo, a la tierra se le empieza a asignar nuevo valor, y se le pone precio. El hombre de origen oscuro que ha hecho su fortuna aspira a consolidarla socialmente. Y el eupátrida, el que el dueño de la tierra, cuando se siente un poco débil económicamente, cede a la tentación y la tierra pasa a poder del nuevo rico.

Esto ha ocurrido cientos de veces en la historia. Pero la experiencia ateniense, la experiencia griega, es la primera y empieza a crearse una situación novedosa entre la aristocracia tradicional y la nueva clase de ricos. Cuando esta situación empieza a ser más tensa, cuando muchos nuevos ricos están afincados, ya son poseedores de tierra y ya no trabajan con sus manos, sino que usan su dinero para hacer trabajar a los demás, entonces todo este sector se transforma en un grupo que aspira al poder.

¿Por qué aspira al poder? En principio porque desde el poder se regula la vida económica; quiere un poder político que tome esta medida y la otra, y la otra, todas las cuales van a favorecer los intereses de estos sectores. Necesitan un poder político que les asegure que las importaciones se van a hacer de tal manera, que van a pagar tantos derechos. Que se va a mantener la paz con tal lugar que a mí me conviene, porque es donde me proveo materias primas o cosa parecida. Y no quieren un gobierno que proceda de una manera radicalmente diferente.

El poder político es una cosa imprescindible para este grupo, para su supervivencia, para su desarrollo y crecimiento y luego finalmente para que brinde la posibilidad de que esta clase en ascenso tenga lo que les parece un premio a un ascenso social: son los hombres del poder.

Todo esto junto -intereses, honores, deseo de control económico- va creando progresivamente una mecánica política que consiste en el enfrentamiento de dos sectores. El sector nobiliario naturalmente se refugia en las tradiciones. Dicen: ‘nosotros siempre nos hemos regido de esta manera, y y allí está Homero que lo cuenta. Y como no podemos declinar esto – si no traicionaríamos a la patria- defendemos las instituciones tradicionales’. Y los otros dicen: ‘Sí; pero nosotros somos los que tenemos ahora la fuerza, somos los que creamos la riqueza; nosotros tenemos derecho al poder. Y además, nosotros somos hombres exactamente iguales a ustedes’.

La lucha política empieza a enconarse y se empieza a buscar fundamentos Quienes defienden el poder tradicional dicen que todo este sistema de instituciones que los gobierna es de origen divino.  Y de pronto resulta que las leyes y principios que ha creado el viejo rey Teseo, como las que había creado para Esparta Licurgo según la tradición, habían sido inspiradas por la divinidad. Licurgo, que paseaba por el bosque, oyó a alguien que le dijo: Esparta debe ser organizada de esta manera, como Moisés recoge en el Sinaí la voz divina que le inspiró los principios que debían organizar al pueblo. El grupo tradicional sostiene que todas las instituciones son de origen divino; en consecuencia, variar o alterar ese sistema tradicional no solo es un delito contra la patria, sino, lo que es más importante, es un sacrilegio.

La revolución democrática en Atenas se hace contra un sistema tradicional que los griegos -pero muy especialmente las clases tradicionales- creían que era un sistema de origen divino. De allí la violencia de la lucha que encabezó Solón, la que encabezó Pisístrato, la que encabeza Clístenes.  Fue una lucha destinada a hacer comprender que todos estos nuevos sectores tenían derecho a la vida y tenían derecho a compartir el poder político, en la medida en que eran miembros de la comunidad. Esta idea empieza a cuajar poco a poco. ¿Sobre la base de qué? Sobre la idea de que eran hombres libres.

Una circunstancia les fue muy favorable: la guerra contra los persas. Cuando los atenienses derrotar on a los persas afirmaron que el ejército del rey de los persas era un ejército de esclavos, un ejército de siervos, de súbditos del rey, que iban a la guerra porque cumplían órdenes del rey pero que eran gentes que no tenían amor a los suyos, amor a la patria, como era propio del ateniense.

Este nuevo sentido de la comunidad empieza a desarrollarse en Atenas. Cuando la lucha política se encona y los enfrentamientos terminan en fenómenos de un tipo revolucionario, y cuando finalmente la revolución conduce hacia la formación de nuevas instituciones, aparece la nueva doctrina. La formulan unos filósofos que aparecen en Atenas, que se llaman los sofistas.

Son los que empiezan a desarrollar la teoría de que el régimen institucional de Atenas no es de origen divino. Inclusive algunos de ellos llegan a negar la existencia de los dioses.  “Lo que ha existido siempre es el derecho del más fuerte”; así dice uno de ellos en un pasaje famoso: el derecho del más fuerte. El más fuerte es el que ha triunfado, es el que se ha impuesto, es el que finalmente ha conseguido imponer a todos sus conciudadanos un sistema de normas y de principios que está respaldado por su propia fuerza, pero que además corresponde a sus intereses.

Una vez que ha sido impuesto, dicen los sofistas, una manera de asegurarlo consiste en afirmar que ese principio ha sido, no la aspiración directa del jefe, del político: ha sido la inspiración de Apolo, de una deidad que ha dicho al oído de aquel que tenía es ese instante que legislar, qué es lo que debía hacer. Pero eso es falso, dice el filósofo.  Entonces aparece una larga disquisición sobre lo que llamaríamos la historicidad del sistema institucional. Esto no es sino la teoría, el fundamento de la tendencia que estaban manifestando estos sectores de nuevo ricos que querían un nuevo régimen que no correspondiera al privilegio tradicional de las familias de eupátridas que poseían la tierra. Creo que el caso es bastante significativo y pone muy de manifiesto los elementos primarios que entran en el juego.

Recapitulemos.

Lo observado en el fenómeno ateniense del siglo VI son las primeras consecuencias de un cambio económico-social, que se produce con motivos de los fenómenos de colonización desde el siglo VII hasta el siglo VI a.C. Esa colonización supone una dispersión de la población de la metrópolis hacia zonas más ricas y más importantes, donde empieza a surgir una clase comerciante y con esto la posibilidad de un activo intercambio mercantil.

Esta clase mercantil es rica en dinero, lo que constituye un fenómeno nuevo en la vida de las ciudades atenienses. Antes de esto, la griega era una sociedad tradicionalista o patriarcal. Tal como lo encontramos en los poemas homéricos, es un verdadero arquetipo de la sociedad tradicionalista y patriarcal. En esa sociedad el poder pertenece a pequeños grupos que son poseedores de la tierra y apenas hay allí posibilidades de cambio. Constituyendo la tierra la única fuente de riqueza, las relaciones entre los dueños de la tierra y los que la trabajan son bastante fijas y no ocasionan mutaciones en el orden de la política. Hay una larga estabilidad que anula las posibilidades de innovación. Este es el momento en que la norma política coincide con la norma moral y esta es la etapa que en ningún momento se puede prescindir de la experiencia, que permite predecir el futuro a la luz del pasado.

Las clases predominantes se encuentran expresadas por los hombres maduros de experiencia, por los sabios, por los prudentes; es el caso del “Néstor” de los poemas homéricos. Esta situación corresponde a una sociedad estabilizada con escaso cambio -porque cambio siempre hay alguno-. Esta situación se disloca, se altera cuando se produce un cambio de tipo económico-social, como en el caso de Grecia entre el siglo VIII y el siglo VI, con motivo de la expansión colonial y la aparición de la clase mercantil rica en dinero.

Cuando se produce el cambio, acarrea también una activación política. Las clases tradicionales mantienen su teoría acerca de cómo debe ser la vida de la comunidad. Con mucha frecuencia es compartida por las clases que les están sometidas; en parte porque participan de las mismas ideas tradicionalistas, porque se resisten al cambio y se resisten a salir del mundo donde se han criado. Hacerlo supone una aventura, y siempre hay alguien que lo hace; este es el que quiebra el orden tradicional.

Frente a todos los sectores adheridos al orden tradicional se opone este nuevo sector que ha surgido al compás del cambio. En este caso de Grecia son las clases ricas en dinero, que surgen en todas las ciudades, que se han lanzado a la colonización, salvo algunas excepciones como por ejemplo Esparta, que prohibió la actividad comercial para evitar el cambio de la estabilidad tradicional.

En Atenas, ciudad marítima, la tentación era demasiado fuerte y se produjo el éxodo hacia las regiones fértiles; el éxito económico de estos grupos que habían emigrado fue lo que constituyó con el tiempo la clase rica en dinero en virtud del cambio comercial.

Lo primero que sucede es una gran conmoción de carácter social y político; la de carácter social se observa cuando aparece un enfrentamiento entre los distintos sectores. Estos enfrentamientos encuentran una voz que representa a cada uno de los sectores, una orientación que es distinta en cada caso y detrás de cada una de ellas, una doctrina.

Una actitud fue la de los grupos tradicionalistas que quisieron perpetuar el orden tradicional. Pero entonces no se trataba solamente de dejarse estar, ni de decir simplemente “este es el orden que corresponde”, sino que había que defenderlo porque había quien lo atacaba.

Frente al primer grupo mencionado aparece este nuevo, formado por ricos en dinero, que tienen una posición distinta. Una figura representativa es Solón, quien es llamado un día para legislar e instaurar la paz social en Atenas. Él pone en funcionamiento una teoría política que corresponde a los intereses de este grupo y combate violentamente al grupo tradicionalista. Una de sus leyes fue la de suprimir las hipotecas que pesaban sobre las tierras, con lo cual se dio un golpe fundamental a la economía que llamaremos raíz, a la economía de la tierra. Pero esto no fue suficiente y se tomaron muchas medidas a favor de las actividades de tipo manufacturero comercial y también medidas legales y políticas. En el mundo tradicional el gobierno pertenecía a cierto sector; ahora el gobierno va a ser patrimonio de todos: pero no de todos de la misma manera, ya que este sector de ricos que acaba de aparecer no es partidario de la repartición equitativa del poder, sino que considera que el mismo debe ser proporcionalmente distribuido en razón directa de la fortuna. Este fue el concepto establecido como principio en las llamadas “leyes de Solón”: los ciudadanos se diferenciaban de acuerdo a su fortuna, que se calculaba en base a sus rentas, que podían oscilar entre 500, 300, 200 y 100 “medidas”. Los que no tienen nada también son considerados ciudadanos y hay un cuerpo general donde pueden entrar, pero no pueden ser elegidos, ya que este derecho se lo reservan las clases superiores.

Pero no había nada escrito acerca de que si la fortuna habría de lograrse por medio de la actividad mercantil, de modo que se produjo una alianza entre la clase tradicionalista, formada por los que obtenían su renta de la tierra, y la clase de quienes su fortuna era producto de su actividad mercantil. De esa manera se produjo una fusión que paulatinamente unificó a las clases terratenientes y a las integradas por los comerciantes más poderosos y ricos, originando así una nueva aristocracia. Pero como las actividades comerciales continuaron se produjo, como siempre ocurre en estos casos, un fenómeno de intensa movilidad social.

También los que no poseían nada tratan de superar su estado para tener una mayor participación en el poder público y esto hace que durante los siglos V y IV a.C se produzca una constante conmoción. La Ecclesia, la asamblea pública, se compone de gentes entre las que predominan los que no tienen nada. Aparece entonces ese curioso personaje político, tan intensamente criticado por el famoso comediógrafo Aristófanes: el demagogo. Éste es quién quiere conseguir la polarización de la mayoría en la Ecclesia y lo consigue; esto significa que la movilización social era cada vez más intensa, porque si el político se transforma en demagogo es porque hay una opinión que conmover y polarizar. Esta se halla dispersa, y la puede fascinar con ciertas acciones, consignas y eslóganes atractivos para un conjunto de personas que están en proceso de ascenso social, que no tienen opinión definida ni saben muy bien a qué clase pertenecen, ni las opciones que poseen, ni cuáles deben elegir, ni pueden elegir el camino más seguro para el ascenso de clase, para el ascenso social: están buscando todo eso y escuchan naturalmente a quién les ofrece una promesa y una posibilidad para el futuro.

En este cuadro es cuando la política ateniense empieza a definirse y precisarse. Y es en ese momento que encuentra a sus teóricos: quién le ofrece a cada grupo su doctrina, quién fórmula en términos lógicos y racionales las ideas predominantes en cada grupo. Todo el pensamiento político griego en los siglos V y IV a.C está impregnado con la influencia de los diversos grupos, separados por sus intereses antagónicos.

En la enseñanza de Sócrates, se halla una teoría política, expuesta principalmente en el Diálogo de Platón llamado “Critón” o “Los deberes del ciudadano”; no es muy extenso ni apasionante, pero les aconsejo su lectura. Allí se puede leer la “Apología de Sócrates”, que es una de las páginas más hermosas que se han escrito en el mundo. El contenido de los diálogos políticos, en los que predomina el pensamiento de Sócrates, tal como lo transcribe su discípulo Platón, es este: Sócrates ha sido acusado injustamente. Sus amigos le aconsejan que huya para escapar a la pena de muerte que los jueces le darán, a lo que el filósofo contesta: no huiré; no puedo huir, pues hacerlo probaría mi culpabilidad, porque aunque no me reconozca culpable del delito que me achacan, probaría que no me interesa la comunidad a la que pertenezco, probaría que yo me considero aislado y no formó parte de mi comunidad, que no me siento consustanciado con ella. Y yo me siento – agrega- un hombre a la antigua, que cree que un ateniense no puede vivir sino dentro de la comunidad ateniense. Se resiste a escapar y es ajusticiado, pero ha sentado un principio político: el de la comunidad como algo que es previo al individuo.

Sin embargo, otros aspectos del pensamiento de Sócrates no coincidían con esto, ya que le inducían rápidamente a una concepción típicamente individual. Los que sacaron las inferencias políticas de lo que había de pensamiento individualista en Sócrates fueron unos hombres expertos en el uso de la palabra, cosa de gran importancia, ya que tanto la política como la justicia se resolvían en grandes asambleas.                                                         Estos recibían el nombre de “sofistas”. Los sofistas desarrollaron una de las líneas del pensamiento múltiple y complejo de Sócrates, y la llevaron hasta sus últimas consecuencias en el terreno de la política. Sócrates había formulado un planteo individualista en relación con el conocimiento, pero no lo había llevado hasta sus últimas consecuencias. Son los sofistas quiénes desarrollan este punto de vista en el sentido de la política y crean una doctrina nueva.

El pensamiento de los sofistas lo conocemos casi exclusivamente a través de los Diálogos de Platón, denominados “El Sofista”, “Protágoras” y “Gorgias”; y aparece luego el pensamiento de los sofistas insertos en dos o tres obras más de Platón, especialmente en “La República”. En ellos desarrollan los sofistas su punto de vista y Sócrates el suyo, que es el antagónico o punto de vista tradicional.

El punto de vista de los sofistas es el del individualismo: ‘tú eres un ciudadano y te debes a la ciudad, pero hay una serie de cosas que tú puedes hacer como hombre particular, como individuo singular, que no te los puedes regir nadie; tú eres capaz de hacer muchas cosas y debes tentar todas las cosas que creas que puedes hacer’. El argumento era el siguiente: ‘¿Quién puede contenerte y fijarte en la situación actual en que estas?’.                                               Este es uno de los secretos del pensamiento político de los sofistas, porque revela lo que hoy llamaríamos con términos sociológicos un tipo de pensamiento que asume el cambio. Y cuando un tipo de pensamiento asume el cambio, descubre rápidamente que lo que constituye al grupo, la clase, el sector, es cosa que está en revisión, en crisis; y que la única realidad originaria y valedera es la del individuo, que es un ente biológico indisoluble: el grupo, la clase, el partido se rehace.

Los sofistas perciben que la separación de los grupos no es definitiva, ya que estos se constituyen en otros grupos. El vínculo que los une al Estado, que los une a la República, es histórico: esto quiere decir que ha nacido en cierta época y corresponde a cierta situación. Si la situación ha cambiado, los vínculos han de cambiar también: este es el planteo terriblemente revolucionario de los sofistas. Y por ser revolucionario no es una invención arbitraria, es un tipo de pensamiento rigurosamente adherido a una situación nueva. El cambio estimula una actitud individualista.

Si el cambio disuelve lo que constituyen los vínculos tradicionales, cada individuo podía reconstituir su situación, según el juego de las posibilidades que el cambio ofrece. Y esto es efectivamente lo que había acaecido en Grecia en los siglos V y IV a.C. Había surgido un tipo de posibilidad abierta, y cada uno se ha lanzado, según su buena estrella, a aprovechar de esta circunstancia. Todo consistía en que el barco en que había embarcado su aceite no sufriera tempestades y arribase a buen puerto, si era factible en época de escasez. Venderlo luego a buen precio y si todo esto daba resultado, se repetía exitosamente. Aquel que había empezado sin nada, terminaba haciéndose rico, y esto no en muchas generaciones, sino en pocos años. La economía dineraria había abierto las posibilidades de la fortuna individual, y en consecuencia la disolución de los vínculos tradicionales. Los sofistas transforman todo esto en una teoría política, y la teoría en el orden social no es inmutable ni tradicional; el orden social es histórico, es decir mutable en función de las situaciones.

Esta teoría inspiró la política de todos los nuevos ricos. Inspiró a los demagogos, como Pericles o Cleón, y de hecho fue la teoría dominante. Frente a este aparece la respuesta dada por Platón, que es un típico nostálgico y los acusa de inmorales.

¿Qué contesta la sofistica? ‘Esta política es inmoral sí juzgamos su moralidad según la norma tradicional, pero yo niego la validez de la norma tradicional porque también la considero histórica’. El de los sofistas es un típico relativismo. ‘También la norma moral la considero histórica -dicen-, si me juzgan con respecto a esa regla moral. Efectivamente soy inmoral, pero yo niego el derecho de que se me juzgue de acuerdo con esa norma moral’.

Pero Platón no se queda en eso, y sostiene que la cosa es mucho más grave e importante; tiene que combatir el principio de la movilidad social, el derecho de cada individuo a liberarse de la norma tradicional y del mundo tradicional y entonces emite una teoría que luego va a tener un largo camino por delante. Esta es: ‘cada individuo tiene una función social por naturaleza’, y entonces dice: ‘el gobierno le corresponde a los filósofos’. Pero ¿quién es el filósofo? En la República y las Leyes, él cuenta cómo se forma el filósofo, ya que considera que el filósofo es un hombre dotado de ciertas aptitudes, que son elaboradas y cultivadas durante un largo proceso de educación, y quién tiene por naturaleza ciertas aptitudes y las ha cultivado suficientemente, constituye una aristocracia. Luego están las gentes que se dedican a las artes, que han de tener otras aptitudes naturales, y luego están las gentes que por naturaleza no tienen ninguna aptitud y que constituyen la clase de los que trabajan. Con lo cual fijan las clases sociales, las categorías sociales de acuerdo a su principio que es el resultado de lo que llamaríamos una secularización de la concepción sagrada de lo social. Lo que en la concepción homérica poseía un fundamento religioso, tiene ahora un fundamento natural; pero la naturaleza juega como lo absoluto de igual manera que antes jugaban los Dioses.

Según esta tesis, no por razones religiosas sino por motivos de orden natural, el orden social es inmutable, no es histórico. Esta teoría es la que luego desarrolla Aristóteles cuando sienta el principio de la “esclavitud por naturaleza”; es decir, que el esclavo probablemente sea un vencido de guerra, pero hay algo que hace a este vencido de guerra merecedor de esta condición. Una vez establecida, esta condición es inmutable; ser cobarde podría ser una explicación, o también puede suceder que hayan sufrido lo que los griegos llamaban “la cólera o el celo de los Dioses”. De todas maneras, la situación de cada individuo se consideraba en razón directa de sus características personales, y dado que estas son necesariamente invariables, también lo sería su condición social, consecuencia natural de aquellas.

La mecánica de todo este proceso la cuenta Aristóteles en un precioso estudio que se llama “La Constitución de Atenas”, donde cuenta el proceso económico-social que conduce a la llamada revolución democrática, y explica el mecanismo institucional. Sobre esta base ya saben ustedes que se ha fundado, en muy buena parte, la experiencia política y sobre los fundamentos y las ideas que Platón y los sofistas y de Aristóteles se ha constituido, en muy buena parte, la teoría política moderna.                  

La política de la burguesía y la monarquía en la Edad Media

Tratábamos en las primeras clases de establecer cuáles eran los caracteres de la actitud política, y la relación entre la actitud política y la relación entre los distintos grupos que se diseñaban en una sociedad, cuando esa sociedad entraba en un proceso de cambio.

Ahora es de considerar a la ciudad de Florencia, una ciudad que puede considerarse arquetipo de un proceso que aparece en muchas ciudades europeas, en una época que los manuales llaman la “Edad Media”.

En una cantidad de ciudades europeas occidentales explota la situación social que va a generar todo el desarrollo del capitalismo moderno. Lo circunscribo a Florencia porque fue allí que, por algunas circunstancias, el fenómeno se ve con más claridad desde el punto de vista político, y porque finalmente en Florencia apareció el primer gran teórico de la política moderna, que es Maquiavelo, cuya teoría política no es más que la exposición sistemática y ordenada de un conjunto de principios que se han ido elaborando en este proceso.

En Europa occidental debemos incluir, además de Italia, la España cristiana -porque la España árabe tenía otro carácter-, la actual Francia, la actual Holanda, la actual Alemania y algunas otras regiones más. En el siglo X o en el siglo XI se caracteriza por una organización social que se llama la sociedad feudal. Esta sociedad feudal se caracterizaba por la existencia de un sector privilegiado, la nobleza o la aristocracia, que poseía la tierra y la fuerza militar, y en consecuencia el poder político: y por debajo, una clase de gente que trabajaban para esta aristocracia militar.

Esta gente se dividía jurídicamente en dos grupos: los colonos libres y los siervos. El matiz era muy escaso; el siervo, que no podía moverse de la tierra en donde había nacido, se llamaba siervo de la “gleba” y la tierra se transfería con sus siervos incluidos. El colono jurídicamente podía moverse, pero prácticamente no podía hacerlo porque no había dónde ir. El horizonte económico estaba encerrado en este tipo de economía exclusivamente agropecuaria, en donde no había posibilidad de cambiar la situación social, y beneficiaba nada más que a aquél que poseía la tierra.

Desde fines del siglo X, y principios del siglo XI se produce una verdadera revolución. Los historiadores de la economía la llaman la revolución mercantil. Las causas de esa revolución son largas de explicar y no hace mucha falta, pero para orientarlos voy a decir algunas cosas al respecto.

Recuerden ustedes que en la parte occidental del antiguo Imperio romano, desde el siglo VII había habido invasiones de los árabes, de los normandos, de los eslavos y de los húngaros; todo esto terminó más o menos en el siglo X. Todos estos grupos de la periferia, que habían fluido sobre la Europa occidental cristiana, un día perdieron esta capacidad expansiva. Hacia mediados del siglo X estas invasiones se detuvieron, y comenzó entonces un movimiento inverso, un movimiento de expansión de la Europa hacia la periferia.

En el Mediterráneo unos obtienen ventajas en los territorios árabes sobre el Mediterráneo, se apoderan de ellos y comienzan a explotar actividades comerciales. En el continente, esta expansión sigue a lo largo de muchas ciudades hasta llegar al corazón de Rusia, a dónde van a buscar pieles, miel, maderas, seda. Inclusive por Rusia hacen un fabuloso viaje -que pueden ustedes después mirar en el mapa- por el río Duina, que desemboca en el golfo de Riga, luego pasaban al río Dnieper y llegaban al Mar Negro y por este a Constantinopla. De allí se traían objetos de lujo, telas finas, perlas, aceites. Y de la misma manera hay otros que se extienden sobre la zona eslava, otro sobre la zona húngara, y así sucesivamente.

Como respuesta a estas invasiones se produce una expansión hacia la periferia, que significó expansión territorial para los señores, pero también la aparición de cantidad de oportunidades de tipo económico, que no se le ofrecieron a los que eran antiguos propietarios de la tierra, sino a aquellos que no tenían nada que perder y que emigraban del lugar de dónde eran solamente siervos y colonos, miserables trabajadores de la tierra, y escapaban o aprovechaban las oportunidades. O eran llamados por la gente que había conquistado otras tierras, para que las poblaran. Se comienza así a vivir de otro modo, a ganar dinero, y empieza a parecer una nueva etapa de desarrollo económico, que es lo que se ha llamado la revolución comercial o mercantil.

Las nuevas rutas comerciales que se abren fueron aprovechadas por aquellas gentes que deseaban la aventura, sabiendo que no tenían nada que perder, pero en cambio sí mucho que ganar. Se comerciaba con cosas pequeñas con posibilidad de ganancias extraordinarias; el señor que se animaba a viajar en un barco y se venía con 20 puñados de pimienta, 20 puñados de nuez moscada y 20 puñados de canela, pues bien, ese señor había resuelto el problema de la riqueza para toda su vida y la de sus hijos y la de sus nietos. Porque eran productos que se vendían a precios fabulosos, como las perlas, el aceite perfumado, el trabajo de orfebrería, que usaban para el culto de los Reyes, Y todo esto era traído de los países de Oriente, hecho por las tradicionales artesanías. 

Esta expansión extraordinaria se acompañó con una expansión local en los países europeos. El primer adelanto local fue el desarrollo de la industria textil, cuyos productos eran transportados a Venecia, donde se distribuía. Otros llevaban sal de Alemania a la Escania, que es la parte meridional de Suecia, donde había mucho arenque, y se creaba un artículo de exportación formidable, que era otro de los grandes negocios.

Como consecuencia de esta proliferación de negocios, surgieron industrias subsidiarias de vital importancia, como las construcciones de barcos, la hospedería, que creo en algunas ciudades una industria y una clase social. Esta nueva clase social recibe ya en el siglo X, un nuevo nombre, se la llama la burguesía.

Esta aparición es el contexto social de la revolución mercantil (siglo X – XI). Para ellos se crea una nueva forma de vida; antes el señor vivía en el castillo, y la gente en la choza, que estaba aislada o a veces reunida en pequeñas aldeas. El lugar donde se concentraba a núcleos que podrían ser futuros compradores, o donde se realizaban las operaciones de compra y venta, se lo llamó el “mercado” o la “plaza del mercado”, y allí se reunían hasta tres veces por semana, y fue así como la ciudad empezó a crecer, a extenderse. Esto se sabe por los muros de las ciudades se han hecho sucesivamente. Así decimos: este es del siglo X y aquel del siglo XII. 

Esta es la ciudad que comienza a levantar las catedrales románicas y góticas, que son todas del siglo XI – XII y XIII; estas catedrales no las encargo ningún señor ni ningún príncipe; ellas eran en el orgullo de la ciudad y la pagaban entre todos. La pagaba el albañil que ponía un día de trabajo por semana, la pagaba el fabricante que ponía la piedra, y la pagaba el carpintero con su trabajo, y luego estaba el rico burgués, que ponía su dinero para comprar otras cosas.

Con todos estos adelantos el pequeño manufacturero alfarero pudo llegar a tener una casa, su hogar, con tantas o más comodidades que un castillo feudal, en ambientes más reducidos lógicamente.

Las ciudades crecen y crecen, porque hay mayor demanda, mayor trabajo, porque crecía el mercado internacional. Comienzan a surgir los créditos de una manera muy sumaria primero, pero que después se desarrollan, y surge así el banco de pago internacional, es decir las casas que tienen agentes en otras ciudades y empiezan a no pagar con monedas, sino con letras o cartas. Así es como un señor lo escribía a otro: no me envíes los 500 florines que me debes, porque yo he de comprar mercaderías por ese importe al señor tal, que te los debe a ti. Fue así que el dinero metálico comenzó a dejar de circular. 

En el siglo XI, y sobre todo en el siglo XII estalla en todo Europa un movimiento llamado “de las comunas”. Son verdaderas revoluciones burguesas contra el arzobispo o el conde de la ciudad; las ciudades eran o eclesiásticas o seculares, lo que significa que el señor de la ciudad era o un arzobispo o era un conde.  Contra cualquiera de los dos surgieron conflictos armados, cuya descripción sorprende hoy por la movilidad. Numerosos conflictos, como hemos dicho, se pueden observar entre el siglo XI y el siglo XIII, todos iguales con respecto a sus características de motines populares. 

Los movimientos comunales eran las revoluciones de los burgueses que aspiraban a formar una comuna, entendiéndose por una comuna un gobierno municipal que rigiera el destino de la ciudad, especialmente en cuanto convenía a los intereses económicos de esta clase. Es decir, convenía que el señor que tenía el castillo más allá no tuviera guerra con aquel otro señor que vivía un poco más acá, pues si esto ocurría ya no se podría salir o vender en tal época o tal otra, o no se podía vender a tal o cuál aldea porque pertenecía los dominios del otro señor.

Ellos querían paz, porque esto aseguraba a los mercaderes que iban por los caminos; y no querían que se cobrara tal o cuál impuesto, o que se cobrara una tarifa por cruzar un puente o determinado camino.  Querían también que la ciudad tuviera una administración que correspondiera a la nueva situación preponderante en la ciudad, y esto es lo que motiva esos movimientos o revoluciones, para el logro de esta situación que favorezca ese tipo de actividad por ellos desarrolladas. Estos motines fueron a veces muy sangrientos, terribles. Tirar al señor por una ventana era una cosa frecuente. Esto lo cuentan las crónicas muy elocuentemente. Otras veces, el derecho a la comuna se obtenía pacíficamente, en una negociación con el señor

En virtud de estos movimientos la naciente burguesía empezó a procurar que los designios políticos y sus designios económicos y sociales triunfarán contra la clase que mantenía el poder. Y así quedó inaugurada una nueva actitud, la actitud política de la burguesía. Y sucede entonces que la corona comienza a ver a la burguesía, y descubre que podría ser su aliada contra la clase feudales.

Efectivamente la burguesía es un extraordinario apoyo, ya que en los siglos IX, X y XI las monarquías están completamente limitadas por las clases feudales, pues el rey no tiene más ejército que los señores feudales. Son ellos los que mandan y toman las decisiones respaldados por la fuerza superior. En realidad la sociedad feudal es un régimen aristocrático.

La monarquía carece de poder independiente. No tiene ejército, no tiene ni fuerza ni dinero para imponer su voluntad, porque el rey es un señor como los otros señores, tiene sus tierras, las trabaja, pero los señores feudales no pagaban impuestos de ninguna manera. Al surgir el nuevo impuesto, denominado del peaje, el rey vio en esto una nueva posibilidad de ingreso de divisas a su reino, y es así como decide favorecer la actividad mercantil, declarando la paz del reino, asegurando así el normal desenvolvimiento de los mercaderes y la tranquilidad del “mercado”.

La monarquía fue más elástica que los señores, porque descubrió que participando en parte de las ganancias de la clase burguesa podría llegar a tener un fisco real, un tesoro real que lo empezó a independizar de los señores feudales. Y saben ustedes en que fue que utilizó este fisco real: en la creación de un ejército mercenario. Comenzó a aparecer la infantería de ballesteros y de arqueros. En el momento en que el rey tuvo un tesoro real y un ejército mercenario no feudal, la monarquía comenzó a crecer, y la alianza entre la burguesía y la monarquía se estableció un día contra el poder feudal.

Y sucedió que los burgueses, que se rebelaban hasta entonces contra los reyes, los señores feudales, los arzobispos, los condes, comprendieron que no debían de enfrentarse contra el rey o los señores feudales que comenzaban a tomar una actitud parecida a este, de paz y armonía, con este razonamiento: yo no los persigo, yo me asocio, los estimulo y gano bajo la forma de impuestos.

Así comenzó a aparecer esta nueva política. La primera política de la burguesía era una política de enfrentamiento general; la segunda y más estudiada, fue la de ver qué amigo podían tener en las clases poderosas. Y el sector al cual más se adhirió fue a la monarquía. El enemigo sigue siendo más bien la clase feudal y esto sigue durante mucho tiempo.

La burguesía crece y llega a su auge en los siglos XII – XIV, y la monarquía tuvo su principal apoyo en ella. Y llegó una época en la que sucedió un fenómeno mucho más extraño todavía. Esta burguesía, a medida que va enriqueciéndose, se cansa de serlo y aparta de su seno a los sectores de la burguesía que no conseguían enriquecerse y que se transforman en pequeña y media burguesía o directamente en clase asalariada. Al observar que a algunos burgueses les va mal con sus telares, porque no consiguen vender sus telas o por cualquier otra causa, los toma de operarios de sus fábricas. Este esquema multiplicado crea una nueva situación y aparece una alta burguesía que tiende a concentrar capitales, y una pequeña burguesía, una mediana burguesía, y una clase asalariada, que pertenecen también a la zona urbana.

Entonces la monarquía se asocia con la alta burguesía. Esa burguesía tiene una política propia, que coincide con la del rey, quien, cuando quiere proceder de una manera realista, se apoya en la burguesía. Fue entonces que no faltó quién dijera: esto va contra la tradición, el rey debe rodearse con los nobles por su nacimiento, por su virtud, por la carrera de las armas.

Comienza a operarse entonces una transformación fundamental de la política. La política tradicional de la edad feudal está caracterizada, por una identificación entre política y moral. La política como la entendía el santo rey Luis IX de Francia, San Luis, era ‘el poder ejercido por el rey, para hacer triunfar la virtud de acuerdo con las enseñanzas de Jesucristo”. Este era el esquema de la política feudal. El poder político estaba en manos de una clase que estaba tan segura de sí misma, que lo único que le interesaba era reservarse la vigilancia del primado de la moral, en toda la comunidad de los privilegiados y no privilegiados. 

Cuando aparece la burguesía, de pronto los problemas se complican. La monarquía descubre que no puede estar dedicada a esta sola cosa, que su misión no es la de predicar, que su misión no es la de imponer las buenas costumbres. Su misión es gobernar, y en primer lugar, construir el poder de la monarquía.

Todo ello se expone en la gran obra de Maquiavelo, El príncipe, donde se explaya en todo lo que sus largas observaciones le hicieron conocer, y de allí deduce un nuevo pensamiento: no hay que confundir política con moral. Son dos cosas completamente distintas. Sostiene que el poder le es dable a cualquiera y que no es en cambio un regalo divino. Y todo esto le surgía de sus observaciones del gran movimiento de estabilidad social, que en aquel entonces acontecía en Florencia.

Maquiavelo nunca afirmó que lo que él decía era lo único. Nunca aconsejo; simplemente dijo: así es cómo se hace, y lo hacen así los que dicen que actúan según la moral.  Y examinando los fenómenos que se venían observando desde hacía dos o tres siglos dijo: ‘esto es lo que ocurre; ni lo aconsejo, ni lo dejó de aconsejar’. Así que Maquiavelo nunca fue maquiavélico. No era ni un moralista, ni un consejero; era un teórico del “Príncipe supuesto”. Es decir: quién quiera serlo, que lo haga así y que no lo intente de otra manera, pues le será imposible lograrlo.

La revolución industrial: Inglaterra a fines del siglo XVIII

Sería largo que yo les explicara, por qué debe considerarse la Revolución Francesa de la misma manera que la revolución de la independencia de los Estados Unidos, o las revoluciones emancipadoras de los países hispanoamericanos, todo lo cual ocurre en una época cercana, como el final de lo que llamamos la Edad Moderna, mucho más que como el principio de lo que llamamos la Edad Contemporánea.

Estos movimientos políticos fueron la culminación de un proceso -al que yo aludí en clases anteriores- de formación de la burguesía, que finalmente encontró su teoría política en Montesquieu y Rousseau, en la tesis del contrato social y en la tesis de la división de poderes, y que finalmente culminó cuando la burguesía conquistó el poder político en casi todos los países del mundo con esa doctrina, imponiendo en el gobierno este tipo de pensamiento a fines del siglo XVIII, a principios del siglo XIX.

De modo que utilizar la Revolución Francesa como signo del cambio que se produce a fines del siglo XVIII no es muy justo, porque este fenómeno político es la culminación de un proceso. Lo que en cambio produjo verdaderamente una crisis no fue eso, sino algo que ocurrió simultáneamente de una manera muy oscura, poco visible, pero que tuvo influencias tan extraordinarias que hoy estamos todavía sumidos en las circunstancias que este fenómeno creó. Este fenómeno se llama la Revolución Industrial.

Éste es un fenómeno de tipo técnico y económico, que recibe tradicionalmente ese nombre pero que debería llamarse de alguna otra manera, pues no fue exactamente una revolución sino algo más complicado. Sin embargo algo de revolución tuvo, en un momento que podemos identificar con bastante precisión, y en un país que podemos señalar, porque se dio en ese y no en otro durante mucho tiempo. Ese país fue Inglaterra y el fenómeno ocurrió aproximadamente desde 1760 en adelante, hasta hoy, porque el proceso es el mismo. Pero con caracteres de verdadera revolución se da en Inglaterra en los últimos 40 años del siglo XVIII aproximadamente.

Es allí cuándo y dónde se produce lo que llamamos la Revolución Industrial. Se trata -vuelvo a repetirlo- de un fenómeno técnico y económico. Es el resultado de todo el desarrollo de la ciencia y la técnica moderna: la Revolución Industrial no se explica sin Newton y sin Galileo. Es por otra parte el resultado de un largo proceso de acumulación de capital en Inglaterra, que no en balde es el país que termina monopolizando el comercio marítimo internacional desde la época del descubrimiento de América o poco después. Es el resultado de ciertos fenómenos singulares de Inglaterra, que no se si ustedes conocen.

Inglaterra es un país que hace, un siglo antes, la revolución burguesa que Francia hizo en 1789. La hizo cuando le cortaron la cabeza al rey Carlos I en 1649. Es la revolución que encabeza Cromwell, que crea la República, una de las más vetustas repúblicas de que tengamos noticias en el mundo europeo. Luego la República termina, pero en 1688 se crea el sistema de la monarquía limitada. Desde entonces, según la frase clásica, la monarquía “reina pero no gobierna mares que ha saqueado”.

Se refiere a que, asociada con particulares, como los corsarios F. Drake y W. Raleigh, la monarquía inglesa se había instalado en las ciudades de varios continentes, había atrapado los galeones que llevaban el oro y la plata desde América hasta España, y había creado con todo eso, y además con el tráfico comercial legítimo, un vasto e inmenso capital, controlado por comerciantes y empresarios. Esa clase, que constituye la burguesía británica, es la que hace la revolución a fines del siglo XVII.

Ese dinero acumulado se suma al desarrollo científico, que en ninguna parte había tenido tanto desarrollo como en Inglaterra Allí se había fundado a principios del siglo XVII la Royal Society, que es la primera sociedad científica importante que se fundó en el mundo. Además, las circunstancias de que el gobierno estuviera en manos de una clase emprendedora, acostumbrada al manejo de los negocios, con el deseo y la aspiración de extender el área de sus emprendimientos, todo eso hizo que a fines del siglo XVIII concurrieran una serie de circunstancias para producir este fenómeno que llamamos la Revolución Industrial.

Había hombres de ciencia que desarrollaban el principio del conocimiento del vapor, de la mecánica, de la óptica, los rendimientos de la química moderna y de innumerable cantidad de disciplinas. Había innumerable cantidad de artesanos, sumamente expertos porque era un país que comerciaba mucho, y en consecuencia traficaba mucho a la manera artesana. Doy un ejemplo típico: los relojeros y los cerrajeros. Los relojeros eran gente acostumbrada a este curioso fenómeno de cambiar el sentido de las fuerzas mecánicas. Así, en un reloj un resorte se transforma en una palanca, en un péndulo.

Y además había dinero, y había una red formidable de comercio internacional, puesto que Inglaterra era el país que monopolizaba prácticamente las rutas mercantiles del Atlántico desde el siglo XVII por lo menos.

Además, en el gobierno no había una aristocracia tradicionalista y ajena al desarrollo económico, como era el caso de Francia, con una nobleza cortesana que estaba totalmente ajena al desarrollo económico del mundo. Había una clase que estaba muy vinculada a esos negocios, que tenía una gran capacidad de iniciativa y de organización.

Todo eso junto hizo que un día apareciera una preocupación sumamente sostenida, e inmediatamente aparecieran las posibilidades de responder a esa preocupación. La preocupación podría haberse expresado de esta manera: ‘Puesto que Inglaterra es el país que acumula la mayor cantidad de materias primas; puesto que las trae en sus barcos y puesto que se producen en sus colonias; puesto que Inglaterra es el país que controla el comercio internacional, que tiene los barcos que van de una parte a otra; puesto que Inglaterra controla el mayor número de mercados internacionales; puesto que el gobierno está en las manos de hombres de empresa. Dado todo eso,  podemos concluir que nuestro mejor negocio consiste en tratar de desplazar nuestra economía de la simple producción y transporte de las materias primas a la producción y transporte de productos manufacturados. Para ello se necesita cambiar los métodos de transformación de materias primas en productos manufacturados, reemplazando el viejo sistema artesanal de la producción de pieza por pieza, por un método que permita producir en serie. Para ello es imprescindible aplicar al sistema de producción una serie de mecanismos que sin duda pueden aplicarse, como los del reloj o la cerradura, o los que están estudiando los físicos o los químicos de la Royal Society, que saben a que velocidad se desplaza un móvil sobre un plano inclinado o como se mueve el péndulo, o como es la relación de fuerzas entre los brazos de la palanca y muchas cosas más. Aprovechando todo esto, pueden dedicarse grandes masas de materias primas a la producción y transporte de productos manufacturados, infinitamente más valiosos por unidad. Esto es lo que empezó a hacerse, y al cabo de poco tiempo este designio comenzó a dar resultados extraordinarios. Prácticamente desde el Neolítico, el hombre no conocía otra energía que la energía animal y la hidráulica. En el siglo XVII aparece el vapor por primera vez, manejado por los físicos como Denis Pampin, quien en 1680 diseñó su famosa marmita. De pronto empieza a pensarse no en cuáles son las propiedades de expansión de los gases para expresarlo en un teorema, sino de qué manera puede aprovecharse la expansión de los gases como fuerza motriz para aplicarla a la producción de los productos manufacturados. Y esto empieza a hacerse.

De la misma manera aparecen muchas otras preocupaciones.  ¿Cómo pueden aplicarse todos estos conocimientos de la mecánica a la producción de materias primas, de productos manufacturados? En términos concretos: la industria textil, que ya era muy importante en Inglaterra, había producido durante mucho tiempo tejidos de lana, a la manera tradicional, pero en los últimos tiempos había aprendido en la India a trabajar el algodón, que se producía en grandes cantidades en la India, y también en el sur de Norteamérica.

Con esta fibra no tiene sentido fabricar, al modo artesanal, un producto caro, pues no lo justifica. Pero se puede producir en gran escala, porque hay muchas cosas que aseguran que ese producto se va a vender en gran escala. Ahora toda esa creciente burguesía europea empieza a vestirse de otra manera. Ya no se viste bien solo la pequeña aristocracia noble. Toda esta burguesía que ha crecido desde el siglo XI hasta el XVI, cada vez tiene mejor nivel de vida y cada vez quiere vivir mejor y vestir mejor, es más higiénica, le gusta cambiar de camisa con más frecuencia.

La producción de tejidos de algodón provoca una de las grandes revoluciones del vestido porque es un tipo de producción para grandes masas, masas burguesas de clase media que, en relación con el mercado tradicional, conforman un mercado mucho más extenso. Hay que producir en gran cantidad. Inglaterra tiene todo el algodón que le da la gana; lo trae de la India, del Egipto, del Sudan, de América. Lo que no puede hacer es trabajarlo con igual técnica a la empleada con la seda o el lino, porque esos eran productos de lujo que valían algo que justificaba el trabajo que necesitaban

Un día a alguien se le ocurre empezar a reemplazar una pieza en la producción de las telas por otra que funcione mucho más rápidamente, sin el esfuerzo humano y se inventa la lanzadera automática. Es una pieza que corre sola: hay un resorte que la empuja, un mecanismo que la detiene y esto ahorra un obrero, dos obreros en el primer telar. Siguiendo este camino, año tras año empiezan a producirse transformaciones extraordinarias. Al cabo de poco tiempo puede decirse que del viejo telar primitivo no se reconoce nada sino el esquema fundamental; todo había empezado a ser mecanizado.

Un día empezó a usarse la energía del vapor. Simultáneamente esta energía se utilizó en otras cosas. Por entonces, las minas solo se podían utilizar unos pocos días en el año, especialmente en la zona carbonífera de Inglaterra, porque venían las heladas y las lluvias y las galerías se inundaban. Un día se descubrió que se podía hacer una bomba, movida a vapor, que extrajera el agua del pozo de la mina, lo que permitió también avanzar más profundamente, e incluso acceder a otros minerales.

En este momento la innumerable cantidad de invenciones, la innumerable cantidad de transformaciones y perfeccionamientos introducidos en los instrumentos que producían artículos manufacturados fue innumerable.

Pero en cuanto empezó a producirse este fenómeno -debido a la concurrencia del gran desarrollo técnico y la gran concentración de capital- naturalmente empezaron a advertirse una serie de consecuencias inesperadas, imprevisibles. Por ejemplo, el vapor requería una gran instalación; esa instalación no podía estar en cualquier parte. Quién ponía una usina a vapor para producir esto, aquello y lo demás allá atraía la producción hacia esa fuente de energía.

Al cabo de muy poco tiempo empezó a producirse una revolución. De un sistema totalmente disperso, como era la producción artesanal, empezó a producirse un fenómeno de concentración industrial. Los grupos de producción empezaron a atraerse unos a otros, y al cabo de 20 años habían aparecido en Inglaterra ciudades como Manchester, como Birmingham, que en el breve plazo de dos decenios se había transformado en grandes, terribles ciudades industriales, con feroces chimeneas, que ennegrecían a todas las ciudades, que le habían hecho perder toda la fisonomía. En cuanto lugar había se habían instalado tejedurías en unos talleres, y fundiciones de hierro en otras, y esto transformó naturalmente la fisonomía de tantas ciudades inglesas.

Este fenómeno en el orden de la fisonomía de las ciudades se produjo de una manera mucha más honda en cuanto a la población de la ciudad. Porque todo este desarrollo industrial se hizo sobre la base de mano de obra industrial. ¿Qué era la mano de obra industrial? No eran los viejos artesanos que cambiaban de oficio, porque eso pasó en muy poca escala. Los viejos artesanos estaban orgullosos de su habilidad y ganaban mucho haciendo una sola pieza de cada cosa; haciendo una copa, una silla, una montura, una espada, con un grado extraordinario de perfección, como una pequeña obra de arte. 

Estos no dejaron su oficio para ir a la naciente fábrica, al naciente taller. La naciente fábrica o taller no quería esta mano de obra que sabía hacer otra cosa, necesitaba un sujeto que realizarse la tarea de alimentar la máquina, lo que no requería un alto grado de especialidad. Era mucho más barato conseguir un campesino que se había quedado sin tierra o que quería ganar un poco más o que no sabía qué hacer, y conchabarlo para este trabajo, y se le asignaba un jornal. Luego no fue necesario uno sino 10 y luego 100 y luego 200.

La sociedad y la política luego de la Revolución Industrial

¿Se dan cuenta a dónde conduce esto? A una de las grandes revoluciones que se producen en la historia, que inicia en cierto modo lo que llamamos el mundo contemporáneo. Lo que apareció con motivo de esto fue la civilización industrial, que es el ambiente en que vivimos hoy. Y como fenómeno social, lo que se desencadena es la aparición de lo que es llamado el proletariado industrial. Esta es la gran revolución, esto es lo que abre una nueva etapa porque modifica sustancialmente la situación social y en consecuencia la política.

En la sociedad feudal la mano de obra consistía fundamentalmente en campesinos sujetos a servidumbre, en siervos, jurídicamente dependientes, es decir que no eran libres. Luego, desde el siglo XI se había ido formando esta clase media, de hombres libres, esta clase burguesa de los artesanos, de los mercaderes, de los comerciantes, de los hombres que cumplían los servicios públicos. Ese era el esquema tradicional que caracterizó toda la Edad Moderna. Este esquema es el que termina en la Revolución inglesa de 1648 y es el que termina en la Revolución Francesa de 1789. Es esta burguesía la que reemplaza a la nobleza. Es Robespierre o Danton que reemplazan al duque de Orleans. Esta es la revolución burguesa del siglo XVIII.

Pero cuando se produce, y la burguesía llega al poder, en ese mismo instante se está desprendiendo de su seno un sector que adopta caracteres distintos, actitudes económicas distintas, actitudes sociales distintas y que al poco tiempo se caracterizan como una clase radicalmente diferente. Seguía habiendo una aristocracia terrateniente; seguía habiendo una clase media con muchos matices, clase media financiera, clase media profesional, clase media burocrática, clase media de pequeños comerciantes, de tenderos, clase media de artesanos; todo eso seguía habiendo y también seguía habiendo clase media campesina. Pero ahora se crea una variante: la aparición de un sector social de caracteres nuevos, que es el proletariado industrial. De esto no había ninguna experiencia. En Inglaterra se lo vio de una manera repentina, en el plazo de 20, 30, o 40 años.

Era un sector social con caracteres muy definido. Hay una serie de cosas que lo caracterizaban en Inglaterra en esos primeros años; luego tomó otros caracteres o delineó con más exactitud estos mismos del principio. Eran ante todo sectores sociales caracterizados por la concentración. Obsérvese bien este rasgo singular. Las clases campesinas se caracterizaban por estar dispersas, prácticamente incomunicados los unos con los otros, porque cada uno vivía en la parcela que trabajaba. Las clases burgueses se caracterizaban porque cada uno de sus miembros tenía intereses muy importantes y competían entre ellos. La clase artesanal se caracterizaba porque todo consistía en el trabajo de uno mismo. Pero la clase del proletariado industrial se caracterizaba porque fue concentrada en torno de la fábrica. No podían vivir más que en las zonas cercanas a las fabriles. Trabajaban juntos 8 horas, 10 horas, 12 horas. Salían todos al mismo tiempo y habitaban en los mismos barrios y cuando terminaba el trabajo iban todos a las mismas tabernas. O sea que hablaban todo el día. Durante todo el día iban constituyendo una clase de vínculo que contribuía a identificarlos y a darle más fuerza interior como clase de la que tenían todas las otras clases sociales.                       

Este rasgo ya fue sumamente perceptible en Inglaterra a fines del siglo XVIII y ese fenómeno se difundió luego, a medida que la Revolución Industrial se fue difundiendo por toda Europa. Después de 1815 o 1820 se produce esta transformación en Francia y en Bélgica. Hacia 1840, 1850 y 1860 se produce en los Estados Unidos, en Alemania, en Austria, en algunos de los países bálticos, y un poquito hacia el 60 en el norte de Italia. Pero sobre todo a partir del 70 se produce la gran expansión industrial alemana y en todos los países, aunque con distintos matices se produce el mismo proceso.

El desarrollo industrial generó un sector social singular, que suele denominarse proletariado industrial. Y naturalmente llegó el momento en que se tratará de poner al día todo lo que constituía el sistema de las ideas políticas tradicionales. Si se piensa un poco en la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”, es decir el preámbulo de la Constitución Francesa de 1791; si se piensa en los documentos de carácter político y jurídico de la Revolución inglesa de fines del siglo XVII, por ejemplo el famoso “Tratado del Gobierno Civil” que escribe John Locke, el gran teórico de la revolución burguesa de Inglaterra a fines del siglo XVII; si se examina la Constitución de Estados Unidos. Si se examina en conjunto todo eso, se descubre que hay un rasgo que es característico: tal como se dice en la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”, los principios que rigen esa Constitución son: libertad, igualdad, fraternidad. Todos los hombres son iguales.

Cuando a fines del siglo XVIII un Rousseau, un Montesquieu, o los juristas que redactan la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”, y hablan de: “todos los hombres son iguales”, están refiriéndose a una situación que tiene varios siglos de antigüedad, y que no se había resuelto. ¿Saben ustedes que es lo que quiere decir eso, en la cabeza de un hombre de fines del siglo XVIII? Eso quiere decir: ‘no reconocemos más la existencia de una clase privilegiada como lo es tradicionalmente la nobleza. A la nobleza la expulsamos del poder. Así como le hemos cortado la cabeza a Luis XVI y le cortamos simbólicamente la cabeza a toda la nobleza, no reconocemos más sus privilegios’. Es decir: ‘ellos, que tienen privilegios seculares, desde ahora no los tienen más y son iguales a nosotros’. “Nosotros” significa la burguesía que había ganado la revolución; que -observen ustedes bien- no tenían tierra pero tenían bienes en dinero; eran mercaderes, comerciantes, abogados, médicos, banqueros. Estos no eran nobles; estos hablaban de igualdad con respecto a la clase que les era superior y a la que acababan de liquidar. Esta era la igualdad en que ellos pensaban.

Igualdad quiere decir supresión de derechos tradicionales. Pero cuando escriben eso, de pronto se produce esta erupción de la clase de los trabajadores industriales, que dejan de ser gente anónima, dispersa por los campos, para convertirse en una fuerza social formidable. Porque ahora son elementos vivos en las ciudades, son masas en las ciudades, son grupos grandes, importantes. Son grupos que cuando se ponen a romper vidrios hacen una verdadera calamidad, cuando se declaran en huelga crean problemas espantosos, cuando salen en manifestaciones asustan a todos el mundo. Es un sector que antes no contaba y de pronto empieza a contar.

Lo primero que ocurre cuando se produce este fenómeno es que la gente empieza a preguntarse: ‘¿en esto de la igualdad, hay que incluirlos a estos también?’ Esta es la gran pregunta planteada a fines del siglo XVIII y principios del XIX: ¿Hay que incluirlos también? Porque si hay que incluirlos, hay que empezar a pensar en una cosa. Quiénes dicen que somos hermanos, iguales, partimos de la base de que somos iguales desde el punto de vista jurídico. Es decir que jurídicamente se nos reconoce la igualdad a todos. Pero cuando se trata de poner en cuenta este elemento, por ejemplo, en el campo electoral: ¿vale lo mismo el voto de un hombre que está lleno de influencias, de prestigio, de fuerza, de ascendiente, por ejemplo un viejo hacendado rural que tiene más de 30 generaciones en ese condado, que tiene 500 familias a las que protege, que hay 1000 familias cuyo trabajo depende de él, y el de aquel obrero, a quien lo pone y lo saca aquel capataz, que atiende ese ruego y desatiende ese otro? ¿Es igual el voto de este y del que no tiene nada excepto su fuerza de trabajo? Entonces todo el planteo político tradicional del siglo XVIII resulta puesto en tela de juicio frente a una nueva situación, que no había sido prevista ni podía haber sido prevista, puesto que todo este pensamiento, toda esta organización constitucional de fines del siglo XVIII es la culminación del ascenso de la burguesía pero no responde a la situación que se crea en ese momento.

Entonces se plantea una situación radicalmente nueva y empieza a plantearse una especie de terrible contradicción. Es decir, empieza a aparecer otra política. ¿Cómo se plantea la aparición de esta otra política?

En ese momento, en el siglo XVIII y principios del siglo XIX, en todos los países no existen nada más que dos partidos, con distintos nombres a veces. Esos dos partidos se llaman, genéricamente, conservadores y liberales.

Los partidos de ideología conservadora querían volver a las épocas en que las aristocracias tenían privilegios; los partidos liberales querían que la burguesía fuera equiparada a las clases nobles. Querían que se realizará lo que llamaban el progreso, que consistía fundamentalmente en que estas clases medias terminaran por equipararse finalmente con las aristocracias. Pero cuando aparece este nuevo sector social, los dos partidos empiezan a preguntarse: ¿este sector social será partidario de los conservadores o de los liberales? Y los nuevos sectores sociales también empezaron a preguntarse: ¿nosotros de quién seremos partidarios, de los conservadores o los liberales? Porque es evidente que estos dos partidos corresponden a sectores que tradicionalmente tenían algún privilegio o alguna fuerza, y este grupo no tenía ningún privilegio ni ninguna fuerza y tuvieron que optar. Pero también tuvieron que optar los otros.

Un ejemplo muy típico es lo que pasó en Inglaterra. En el curso del siglo XIX, del partido conservador, los tories,surgieron varios de sus primeros ministros más distinguidos, y especialmente uno: Benjamin Disraeli. El partido Tory fue el primero que se preocupó por ofrecer mejoras de salario y de trabajo, e inclusive privilegios políticos, a ese nuevo proletariado industrial. Sus rivales liberales formaban en partido Whig, integrado fundamentalmente por esa burguesía mercantil que ahora empezaba a hacerse burguesía industrial. Y esta clase era la que tenía que pagar todas las ventajas que se le daba al proletariado industrial. De manera que la clase más progresista, que era el partido liberal, se negó a este nuevo tipo de progreso.

Lo mismo ocurrió en Alemania con Bismarck y el naciente proletariado industrial. Bismarck, que era un aristócrata, un junker, estableció el sufragio universal masculino y algunos beneficios sociales. Lo hizo para favorecer los intereses militares y políticos del Imperio que estaba organizando, pues al favorecer a esta clase social obtenía -o esperaba obtener- su apoyo en las elecciones. En cambio las clases medias industriales, que eran liberales, eran tremendamente enemigas de esa reforma electoral, que reducía su peso político. En resumen, se produjo una distorsión en la relación tradicional entre los partidos que representaban hasta esos momentos el juego de las fuerzas económicas y sociales.

Pero además, comenzó a aparecer otra política, que es la de los movimientos obreros. El movimiento obrero inglés había inaugurado en 1840 una nueva política, con el llamado movimiento cartista, sumando el apoyo de los sindicatos y el de sectores liberales progresistas, unidos por el proyecto de ampliar el número de personas con derecho al voto.

Pero el movimiento obrero desde el principio se pone en contra de los partidos tradicionales, y procura formar su propio partido. Eso que ocurre en Inglaterra a principios del siglo XIX, se ve muy clarito en Francia en la revolución de 1848 y en toda Europa después de mediados del siglo, cuando el movimiento obrero alcanza importancia considerable.

¿Cuál es el planteo de este movimiento? Sostienen que los problemas políticos son problemas secundarios. ‘Los partidos tradicionales -piensan- disienten por detalles sobre quién va a ejercer el poder, conservando el orden establecido. Pero a nosotros no nos interesa quién ejerce el poder manteniendo el orden establecido. Nos interesa modificarlo. Porque solo modificando el orden establecido pueden cambiar de raíz nuestras condiciones de vida’. De ahí que, junto con sus sindicatos, formen sus propios partidos, que en general se denominaron socialistas

El ejemplo podría, llevado hasta las últimas consecuencias, conducir hasta fenómenos mucho más recientes, ya en el siglo XX, en dos grandes variantes. Una de ellas son los movimientos fascistas. Estos se producen en el momento en que ese gran sector social adquiere una gran importancia en la vida de un país. Entonces a los trabajadores se les ofrece una opción entre los partidos tradicionales, que quieren reducir todo el movimiento a su esquema, o la alternativa de una solución fácil: alguien que, sin romper los viejos esquemas, les dice que les van a dar un lugar. Los fascismos proponen una especie de nuevo reparto de los bienes, sin modificar el esquema tradicional.

Frente a eso, los grupos revolucionarios proponen una solución opuesta. Sostienen que cualquier transacción con ese tipo de fuerza tradicionales significa meterse en un callejón sin salida, y que hay que ir a soluciones de fondo, que son las que proponen sus partidos.

Estas dos grandes opciones se plantean en el siglo XX de innumerables maneras en cada parte del mundo y en diferentes momentos. Dependen de circunstancias sociales, económicas, y también de ciertas coyunturas que se dan y que precipitan o no precipitan cierta situación. Pero desde el punto de vista de nuestro planteo inicial, solo en relación con las crisis, con los cambios en la ordenación económica social, aparecen actitudes radicalmente diversas en el orden de la política. Aparecen actitudes políticas, que se traducen en programas con soluciones adecuadas a las nuevas situaciones.

En relación con este punto de partida el ejemplo del mundo creado por la revolución industrial es quizás el más claro de todos, aunque corresponde al mismo esquema que hemos visto hasta ahora. Se ha producido un cambio económico sustancial, y ese cambio económico ha producido una readecuación del conjunto social donde han aparecido sectores con intereses radicalmente distintos a los que en ese momento ejercitaban el poder. Para ellos la política no es entrar en el juego de las clases tradicionales, sino salir de ese juego y tratar de definir su propio juego.

En ese sentido es una política. Como fue una política la de la burguesía en los siglos XI, XII, XIII, que no quiso entrar en el juego entre los señores y los campesinos, sino en el propio juego que le correspondía a un sector basado en la economía monetaria. O como lo fue la que surgió en Atenas en los siglos V y IV a.C., como consecuencia de los cambios producidos por la colonización. Esta es la idea que me propuse desarrollar en este curso.