José Luis Romero editorialista: un recuerdo personal *

LUIS ALBERTO ROMERO

José Luis Romero se ganó la vida con la historia de muchas maneras, pero esta de editorialista fue excepcional. En 1946, con el inicio del gobierno peronista, perdió todos sus cargos en la enseñanza. Desechó la posibilidad de trabajar en Estados Unidos y se mantuvo, con dificultad, con trabajos editoriales. En 1948, cuando la situación se tornaba desesperada, obtuvo un cargo de profesor viajero en la Universidad de la República, en Montevideo, Uruguay, a dónde viajaba cada quince días. Por las diferencias en el tipo de cambio, el salario era excelente y la familia vivió unos años de holgura económica. En Montevideo vivía un grupo de exiliados argentinos, y la ciudad era, como en tiempos de Rosas, un centro de activismo opositor. En 1953 el gobierno argentino restringió los viajes, estableciendo un permiso especial de salida, que debía gestionarse ante el ministro del Interior Ángel Borlenghi, algo que los opositores principistas se negaron a hacer. Pese a que mantuvo alguna relación laboral a la distancia con la Universidad montevideana, el dinero volvió a escasear. En 1954 Juan Valmaggia, jefe de la redacción de La Nación y antiguo colega suyo en el Colegio Libre de Estudios Sujperiores, le propuso redactar los editoriales sobre política internacional del diario. La condición era recordar que, a través de esos textos sin firma, hablaba La Nación, algo que en tiempos de un compartido anti totalitarismo, no era demasiado difícil.

Ese ingreso permitió equilibrar las finanzas familiares. Pero escribir una nota cada una o dos semanas exigió un esfuerzo especial, en el que toda la familia colaboró como pudo. Mi hermana mayor llevaba notas al diario y retiraba los cheques. Mi madre recortó y organizó las primeras páginas del diario -que entonces estaban dedicadas a las noticias internacionales-, armó gruesas carpetas y marcó las cosas fundamentales. Yo tenía once años por entonces, algo había leído de historia del siglo XX, y colaboré buscando información sobre cada país -gobernantes, fechas, episodios salientes y algunos otros datos- que extraía de una serie de Almanaques internacionales. Encontrar el nombre del primer ministro de un país exótico era tan emocionante como conseguir una figurita difícil. También conversaba con mi padre sobre las notas, que él me explicaba, y así terminaba de darles forma. Me divertía ver como todo eso finalmente se plasmaba en un texto de tres carillas, que mi madre mecanografiaba. Esta experiencia terminó en 1955, una semana antes de la Revolución Libertadora y la deposición de Perón. Poco después mi padre fue nombrado rector interventor de la Universidad de Buenos Aires.

* Ver José Luis Romero: Editoriales en La Nación de la Argentina, 1954-1955.