JOSÉ EMILIO BURUCÚA
Luis Alberto Romero fue quien primero llamó la atención sobre el uso que del concepto de “encubrimiento” social e ideológico hizo JLR, a la hora de describir algunas etapas del despliegue de la mentalidad burguesa en occidente. En el prefacio al libro Estudio de la mentalidad burguesa, Luis Alberto señaló, como tema primordial de las primeras fases de aquella larga evolución, el proceso de encubrimiento que siguió muy pronto a las manifestaciones francas y desembozadas del mundo eidético-emocional de la burguesía entre los siglos XIV y XVIII: “esta idea del encubrimiento, una de las más sugestivas que se desarrollan en el texto, había sido esbozada en obras anteriores, en Maquiavelo historiador y La cultura occidental, y también en un sugestivo artículo, ‘La ópera y la irrealidad barroca’.”[1]
En Maquiavelo historiador, la idea que exploramos despunta indirectamente, cuando nuestro autor atribuye al Florentino una de las mayores virtudes de un historiador o un sociólogo avant la lettre, esto es, “proclamar lo que todos habían comenzado a callar prudentemente”, llamar “a las cosas por su nombre precisamente en el momento en que triunfaba el compromiso de omitirlo.” Vale decir que Maquiavelo habría desvelado, desenmascarado lo cubierto, en los antípodas de lo que ha dado en llamarse el maquiavelismo. Romero destaca allí mismo tal paradoja.[2] Por otro lado, en La cultura occidental y en el artículo acerca de la ópera, JLR prefirió utilizar el verbo “enmascarar” más que “encubrir”. El libro se refiere a la “elusión de la realidad” que prevaleció en las culturas aristocrática y burguesa, al mismo tiempo, durante la época confusa de la constitución de las monarquías modernas en el siglo XVI.[3] Dicho eludir se convierte, a pocas páginas de distancia, en “enmascaramiento” y “escapatoria”.[4] El siglo XVIII fue el de la declaración pública, sin simulaciones, de los fines del programa burgués. Sin embargo, el Romanticismo fue todavía una “mutación enmascarada”.[5] En cuanto al escrito sobre la ópera,[6] el verbo asociado con la máscara es el prevaleciente. Y, si bien parecería que, también entonces, el nacimiento de aquel género del teatro musical y los primeros dos siglos de su historia hasta Mozart (excluido este) coinciden con ocultamientos acometidos por burgueses y aristócratas al unísono, no hay duda de que, en el sucederse de la argumentación y del relato, las operaciones de enmascaramiento se tornan cada vez más acciones de una nobleza abroquelada en sus ilusiones moribundas. De la burguesía, hay una sola mención: “aunque algunos de los miembros de los sectores burgueses enmascararan también su personalidad bajo la muy barroca y empolvada peluca que trasmutaba las cabezas de los seres humanos”. A la nobleza y el régimen absolutista corresponden otras dos: la primera usa uno de los términos de nuestro encabezamiento, “la imagen del monarca absoluto enmascaraba el ejercicio pragmático del poder para defender un orden social cada vez más cuestionado, como la imagen del cortesano de empolvada peluca disimulaba la personalidad del aguerrido defensor de sus privilegios”; la segunda opta, finalmente, por “encubrir”: “Las cortes aristocráticas fueron los escenarios de ese vasto esfuerzo para encubrir la imagen realista de la realidad, y entre las primeras fue la más vehemente la corte borgoñona del siglo XV, instalada unas veces en Dijon pero cada vez más en poderosas ciudades burguesas de sus dominios, como Lila, Brujas o Bruselas.”
Sin embargo, lo cierto es que el topos explorado aquí despuntó en textos primerizos y póstumos de Romero en palabras distintas a las dos comprendidas por este artículo, pero que comparten sus campos semánticos por sinonimia o desenvolvimiento de sus definiciones. El ciclo de la Revolución contemporánea, por ejemplo, un libro de 1948 que se ocupa de la cultura burguesa en el filo de los siglos XIX y XX, destaca los caracteres “intencionalmente falseados” de la estética que gobernaba el art nouveau[7] y se explaya acerca de la cultura de “evasión”, creadora de “la ilusión de un mundo imposible”, que habría alcanzado su clímax en la literatura de Oscar Wilde.[8] En el extremo opuesto, tanto del arco de la vida académica de JLR cuanto del devenir histórico que él estudió, otros nombres y nociones convergen hacia el mismo horizonte de significación. Porque Crisis y orden en el mundo feudo-burgués fue un texto editado sólo en 1980, por un lado, y, por el otro, fue su tema el desastre al que las calamidades del siglo XIV lanzaron a la sociedad europea después del florecimiento feudo-burgués en la era de las catedrales góticas. Y allí se señala hasta qué punto las cortes señoriales puras de más allá de los Alpes y las cortes feudo-burguesas italianas coincidían en una atmósfera cultural caracterizada por la “artificiosidad” de la vida (las primeras)[9] y por la “enajenación”, el “pasatiempo banal” y el “ocultamiento del trasfondo burgués” (las segundas).[10]
Esta ampliación lingüística nos es útil a la hora de preguntarnos sobre las fuentes de nuestros conceptos iniciales. La primera que se nos cruza en la búsqueda es, desde el punto de vista historiográfico, la obra monumental de Huizinga, El Otoño de la Edad Media. Romero la citó en abundancia, reprodujo y enriqueció sus itinerarios documentales: las historias de Froissart, Chastelain y Commines, la poesía de Guillaume de Lorris, Jean de Meung, Christine de Pisan y François Villon, los fabliaux, las pinturas de los hermanos Van Eyck y Hans Memling, piezas a las que el autor argentino agregó el corpus literario italiano desde Dante y Boccaccio hasta Castiglione. Tres son los capítulos del Otoño, del octavo al décimo, donde nuestro vocabulario ampliado despuntó con frecuencia (aunque no los verbos “enmascarar” ni “encubrir”): “La estilización del amor”, “Las formas del trato amoroso” y “La imagen idílica de la vida”.[11] Los adjetivos “artificioso”, “ilusorio”, “soñado” aparecen una y otra vez. El otro autor fundamental es el sociólogo Georg Simmel, cuyo ensayo El conflicto de la cultura moderna proveyó tempranamente a Romero de una categoría clave para el análisis de la civilización burguesa, a saber: la esclerosis inevitable de las formas de la creación cultural, por más dinámica que ésta haya sido en el momento de su despuntar, una rigidez que afecta a los objetos más ricos, multiformes o extraordinarios de la vida intelectual y emotiva, cuando la dialéctica histórica impone su agotamiento o su desgaste para dar lugar a lo nuevo, lo inédito, lo imprevisto y necesario en el movimiento perpetuo del devenir humano. En un texto filosóficamente denso de 1933, La formación histórica, JLR vinculó la idea de Simmel con la caducidad del espíritu burgués, su relicto fantasmal, y la expectativa de una construcción pletórica de vida en el marco de un sistema naciente no capitalista: “Yo no espero sino un nuevo sistema de relaciones dentro de un mismo nivel de aspiraciones y deseos. Creo, eso sí, en la posibilidad de que dentro de ese sistema el espíritu logre levantarse, como dentro del sistema burgués es casi seguro que no podrá ya hacerlo. Es, pues, evidentemente necesario que se rompa aquel fantasma, aquella forma caduca de que hablaba Simmel, y que es para nosotros la estructura capitalista burguesa. Pero eso es nada al lado de la obra de construcción que hay que hacer, y para la cual no hay determinismos fáciles que acorten el camino.”[12] Claro que la raíz última de la propia sociología de Simmel y del marco teórico de Romero fue, tanto en aquella época y cuanto en las bambalinas de tiempos posteriores, la noción fortísima de ideología que Carlos Marx identificó con el ocultamiento filosófico de lo real. También en La formación histórica, Romero escribió: “Si ha sido capaz de vencer la ciudadela del espíritu, nada debe extrañarnos que la forma capitalista haya arrastrado también las formas sociales. Sin que, a mi juicio, pueda deducirse de allí una teoría general de estructuras y superestructuras, como lo hace Marx, es evidente que el capitalismo ha arrastrado tras de sí todos los postulados éticos, y ha creado un orden social según sus principios; su quiebra significa, pues, la quiebra de la moral burguesa que es hoy apenas un fantasma, sin contenido alguno.”[13] Esta incidencia de lo político coetáneo en la perspectiva historiográfica pudo haber sido una de las más radicales en toda la carrera de JLR.
Importa destacar que la palabra “decadencia” no aparece en ninguno de los pasajes reseñados. El encubrimiento es un Jano: por un lado, apunta al escapismo inevitable de una clase que siente cómo su poder está amenazado (la nobleza durante la crisis del siglo XIV; la burguesía de finales del siglo XIX, sitiada por la rebelión obrera) o bien cómo llega a escurrírsele de las manos (la misma nobleza europea herida de muerte por la Revolución francesa y sus vástagos; la burguesía, en cuanto clase global, no parece haber ingresado nunca en la etapa terminal). Por otra parte, una clase en ascenso mira hacia un futuro donde es factible la realización de un programa revolucionario y disimula las intenciones planificadas. Ocultamiento dialéctico como auto-defensa ante lo nuevo e impredecible o como simulación de lo porvenir. En tal sentido, Romero abrió un camino rumbo a lo que ha dado en llamarse, sobre la huella de Edward Said, la “intransigencia, la dificultad y la contradicción irresuelta” de los estilos o períodos tardíos de las civilizaciones.[14] Los textos que examinamos, redactados para relatar lo acontecido con las cortes feudo-burguesas del Renacimiento o el nacimiento y la evolución de la ópera europea hasta Mozart, iluminan de modo inesperado el presente y sus opacidades, este período de bloqueo cultural en que vivimos. Mediante los big data, la hipertrofia de la información en desmedro de la comunicación auténtica, el narcisismo rampante en las redes sociales, nuestra civilización no haría sino disfrazar, encubrir, enmascarar su impotencia frente a la auto-explotación que el capitalismo financiero tardío impone a los trabajadores.
Notas
1 Romero, Luis Alberto, “Prefacio”, en Romero, José Luis: Estudio de la mentalidad burguesa, Buenos Aires, Alianza, 1999, p. 9.↩
2 Romero, José Luis: Maquiavelo historiador, Buenos Aires, Signos, 1970, p. 18.↩
3 Romero, José Luis: La cultura occidental, Buenos Aires, Alianza, 1994, p. 44.↩
4 Ibidem, pp. 48-49.↩
5 Ibidem, p. 60.↩
6 Romero, José Luis: “La ópera y la irrealidad barroca”, en Ayer y hoy de la Ópera, nº 1, noviembre de 1977.↩
7 Romero, José Luis: El ciclo de la Revolución contemporánea, Buenos Aires, Argos, 1948.↩
8 Ibidem, pp. 90-91.↩
9 Romero, José Luis, Crisis y orden en el mundo feudo-burgués, Buenos Aires, Siglo XXI, 1980, p. 262.↩
10 Ibidem, pp. 279 y 285.↩
11 Huizinga, Johan: El Otoño de la Edad Media. Estudios sobre las formas de la vida y del espíritu durante los siglos XIV y XV en Francia y en los Países Bajos, Madrid, Revista de Occidente, 1965, pp. 168-211.↩
12 Romero, José Luis: La formación histórica, Santa Fe, Instituto Social de la Universidad Nacional del Litoral, 1933.↩
13 Ibidem. El subrayado es nuestro.↩
14 Said, Edward: On Late Style: Music and Literature Against the Grain, Nueva York, Vintage, 2007.↩
Textos de José Luis Romero
– 1933a. La formación histórica, Santa Fe, Instituto Social de la Universidad Nacional del Litoral.
– 1943h. Maquiavelo historiador, Buenos Aires, Nova.
– 1948c. El ciclo de la Revolución contemporánea, Buenos Aires, Argos.
– 1953d. La cultura occidental, Buenos Aires, Columba.
– 1954d, “¿Quién es el burgués?”, en El Nacional. Papel Literario, Caracas, 18 de marzo.
– 1960b. “Burguesía y renacimiento”, en Humanidades, Mérida, año 2, t. 2, julio-diciembre.
– 1969d. “El destino de la mentalidad burguesa”, en Sur, nº 321, noviembre-diciembre 1969. ().
– 1969l. “Maquiavelo, ideologías y estrategias”, en Raíces, nº 10, setiembre.
– 1977b. “La ópera y la irrealidad barroca”, en Ayer y hoy de la Ópera, nº 1, noviembre.
– 1980e. Crisis y orden en el mundo feudo-burgués, Buenos Aires, Siglo XXI.
– 1987a. Estudio de la mentalidad burguesa, Buenos Aires, Alianza.