Asia y el tratado de defensa. 1954

A pocos días de haberse suscrito el tratado de defensa del sudeste de Asia, parece confirmarse la impresión de que su carácter es fundamentalmente decorativo. Mientras se realizaban las negociaciones en Manila, los aviones y la artillería de las dos Chinas hacían escuchar sus bramidos en una zona relativamente próxima y, entretanto, el señor Dulles se preparaba para visitar al generalísimo Chiang Kai-shek en Taipei. Empero, el tratado constitutivo de la SEATO ha establecido con loable prudencia que queda fuera de la zona de seguridad la región del Pacífico al norte del paralelo de los 21 grados 30 minutos, con lo cual se excluye expresamente la isla de Formosa, guarnecida, como se sabe, por la VII flota norteamericana. Resulta, pues, evidente que diversas circunstancias han forzado a las partes contratantes a no acentuar ningún rasgo que trasluzca una intención francamente ofensiva contra China comunista.

Estas circunstancias provienen de la distinta situación y de los diferentes puntos de vista de los países signatarios del nuevo tratado, que se pusieron de manifiesto ya en las primeras etapas de su gestión. El gobierno de Washington moderó el alcance de su proyecto originario en razón, sobre todo, de las observaciones británicas, y el resultado ha sido, por una parte, la inesperada celeridad con que se han desarrollado las conversaciones de Manila y, por otra, la relativa circunspección del acuerdo firmado; en efecto, se ha suprimido la caracterización de “comunista” referida a la agresión que eventualmente pondría en movimiento a los países signatarios, y se ha establecido un mecanismo legal que evita la posibilidad de una acción automática en caso de producirse un ataque contra alguno de los firmantes.

Con todo, el Sr. Dulles acaba de firmar en Tokio que considera importante la resolución adoptada en la Conferencia. Lo es, sin duda alguna, porque las circunstancias ajenas al tratado -como la existencia de bases norteamericanas- permitirán la reacción inmediata de los Estados Unidos en caso de agresión, de acuerdo con la política que el propio Sr. Dulles definió hace algún tiempo como “acción de represalia instantánea”. Pero sobre todo porque ha tomado estado público el designio de las potencias signatarias de operar mancomunadamente en caso de peligro, lo cual ha de bastar seguramente para evitar un intento de las potencias comunistas contra ellas.

Sorteando el problema de Formosa, no se ve, por lo demás, una posibilidad inmediata de que China comunista opere sobre países tan distantes como Filipinas o Australia. El peligro sigue siendo la aparición de movimientos internos de orientación comunista que eventualmente requieran y obtengan apoyo de las grandes potencias. A este problema se han referido, precisamente, el Sr. Dulles y algunos estadistas orientales, señalando que recibe allí la mayor gravedad del problema.

El Sr. Nehru, portavoz de la posición neutralista, a quien acompaña, sobre todo, Indonesia, ha criticado el pacto que acaba de firmarse, al que ha calificado de “sumamente desafortunado”; igualmente se manifestó contra él con anterioridad, el primer ministro de Ceilán, Sr. Kotelawala, aunque por distintas razones, pues en tanto el primero no considera verosímil una agresión comunista, el segundo la ve como una posibilidad inmediata, bajo la forma de acción interna de grupos de esa tendencia con eventual apoyo extranjero. De acuerdo con su punto de vista, el Sr. Nehru tiende a establecer tratados con las potencias asiáticas, comunistas o no, en tanto que su colega de Ceilán proyecta y apoya una alianza de países asiáticos no comunistas.

Así se ha escindido el grupo llamado de las potencias de Colombo, una de las cuales -Pakistán- acaba de incorporarse a la SEATO. Es evidente que en poco tiempo se ha trastornado la coincidencia de opiniones que parecía advertirse entre ellas con respecto al problema comunista, y no hay duda de que la diferenciación se produce precisamente como consecuencia de la manera de entender ese riesgo.

Para los estadistas orientales, en general, la amenaza proviene de grupos internos, a los que parecería más justo llamar “anticolonialistas”, que unas veces se revisten con los colores del nacionalismo y otras con los del comunismo. Serían las condiciones de vida y la aversión a las potencias extranjeras las que explicarían la actitud de esos grupos, que puede desencadenar la violencia. Pero en tanto que coinciden casi todos los estadistas orientales en este planteo, disienten en cambio en cuanto a la perspectiva de que las grandes potencias comunistas presten automáticamente su apoyo a cualquier intento de adueñarse del poder que realicen aquellos grupos. Mientras que el Sr. Nehru niega esa posibilidad, otros políticos sospechan que es inevitable y que, en consecuencia, es menester prepararse para la eventualidad. En este último caso, también dos perspectivas se presentan, pues en tanto unos piensan que es imprescindible la alianza con las grandes potencias occidentales, creen otros que esta unión con los países colonialistas contribuirá a acentuar el sentimiento de rebeldía que caracteriza a los grupos políticos más inquietos.

El Sr. Dulles acaba de salir al paso de estos problemas. En la sesión inaugural de la conferencia de Manila manifestó: “el comunismo internacional emplea el “nacionalismo” como lema para obtener dominio e imponer entonces su propia y brutal forma de imperialismo, que es precisamente la negación del nacionalismo. Pero las potencias occidentales deben cuidar de que su celo no las ciegue ante las sensibilidades de aquellas que todavía relacionan el colonialismo con Occidente. Debe evidenciarse con suficiente claridad que todos y cada uno de nosotros procuramos afianzar la independencia de las nuevas naciones y promover los procesos por los cuales los otros pueblos podrán conquistar y retener la independencia que desean. Solamente entonces podrán Oriente y Occidente trabajar en común, con sincera asociación”.

El planteo del Sr. Dulles es justo y proporciona un excelente punto de partida para buscar las fórmulas políticas que aúnen los intereses en conflicto. No será una tarea fácil, pero es imprescindible realizarla si se quiere evitar verdaderas catástrofes.