Las entrevistas realizadas en Washington y Nueva Delhi a partir del día 25 -cuya simultaneidad no es, por cierto, obra del azar- han polarizado la atención pública durante los últimos días, a causa de las posibles decisiones que era dado esperar de ellas. No parece, sin embargo, que se hayan producido, a juzgar por las declaraciones que sus protagonistas han hecho, y puede admitirse que, en efecto, no las hubo, pues las circunstancias que precedieron a ambas reuniones y la posición de los participantes mueven más bien a pensar que se haya tratado, sobre todo, de aclarar los puntos de vista contrapuestos de unos y otros. El problema de las relaciones entre Oriente y Occidente -que es, en último término, lo que se discute- se manifiesta a través de diversas cuestiones localizadas, de las cuales son las más importantes la situación del sudeste de Asia y el ejército europeo; pero el problema es uno, y las potencias interesadas no podrán adoptar frente a él una actitud definida hasta tanto se conozcan con claridad, todas las implicaciones que esconde.
Sería ingenuo suponer que la visible y vigorosa oposición de puntos de vista deriva de la mera incapacidad de los estadistas para lograr un acuerdo. Es necesario hacerse a la idea de que el problema en discusión es inédito y tiene múltiples aspectos aún no suficientemente analizados ni siquiera por los que hoy deben afrontarlos, pues a diferencia de lo que ocurría en vísperas de las dos guerras mundiales, la situación internacional proviene ahora de una mutación profunda no solo en el sistema de las relaciones mutuas, sino también en cuanto al valor y carácter de todos los elementos en conflicto. A cada instante parece que están ya a la vista todos los datos necesarios para fundamentar una opinión definitiva sobre la situación, pero con frecuencia se comprueba que han aparecido inesperadamente nuevos elementos de juicio que modifican los esquemas preconcebidos. Así ha ocurrido en los últimos días con el brusco ascenso logrado en el panorama internacional por la China comunista, cuyo jefe de gobierno y ministro de Relaciones Exteriores, Sr. Chou En-lai, ha comenzado a demostrar una autonomía antes insospechada, a partir del momento en que la Conferencia de Ginebra pareció naufragar, a mediados de junio.
Decididas las entrevistas de Washington y Nueva Delhi, se produjeron, antes de que comenzaran, dos hechos de singular importancia: la reunión del primer ministro chino con el nuevo jefe del gobierno francés, Sr. Mendès-France, en Berna, y el discurso del ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña en la Cámara de los Comunes. En la citada entrevista parece haberse llegado a un acuerdo general con miras a un armisticio aceptable para Francia; en la exposición del señor Eden se hizo público, a su vez, el plan británico de trabajar por un acuerdo de seguridad asiática que incluya no solo a las potencias occidentales, sino también a las llamadas potencias neutrales de Colombo -Birmania, Ceilán, India, Pakistán e Indonesia- y a la China comunista, proyecto que ha sido calificado como “un nuevo Locarno” y que ha dado lugar a que en Washington vuelva a hablarse de “un nuevo Munich”.
En esas circunstancias se produjo la reunión de los señores Nehru y Chou En-lai en Nueva Delhi y de los Sres. Churchill y Eisenhower en Washington. Las declaraciones formuladas a su término revelan que no se ha hecho sino reafirmar los puntos de vista de cada parte; pero puede entreverse que se ha tomado una buena nota de los nuevos elementos de juicio que es menester tener en cuenta para decidir el problema.
En Nueva Delhi, el Sr. Chou En-lai ha proclamado cinco puntos fundamentales que deberán servir de base a toda negociación, a través de los cuales puede suponerse que estaría dispuesto a negociar con el Occidente sobre la base de que se reconozca la legitimidad de su gobierno y comprometiéndose por su parte a no inmiscuirse en la política interna de los demás países asiáticos. Este plan está sustentado en una incisiva declaración de confianza en la posibilidad de una “convivencia pacífica”.
Tal posibilidad ha sido sostenida también por el Sr. Eden en su discurso de la Cámara de los Comunes la víspera de su viaje a Washington. La han expuesto antes el Sr. Nehru y luego las naciones de Colombo, y seguramente ha sido sostenida por el Sr. Churchill en sus entrevistas con el presidente de los Estados Unidos. Antes y ahora respondía al peculiar enfoque británico de la política asiática, frente a la cual el gobierno laborista del Sr. Attlee señaló ya un rumbo que no ha sido corregido por el gobierno conservador. Pero es significativo que tal tesis se haya abierto camino en Asia misma, en términos de constituir uno de los puntos de vista expresados ahora en Nueva Delhi.
En las entrevistas de Washington no se ha llegado, ciertamente, a sortear las disidencias que separan a los gobiernos de Gran Bretaña y los Estados Unidos. El párrafo del comunicado que se refiere al sudeste de Asia es elusivo y solo afirma que ambos estadistas siguen estudiando el problema. Tan lamentable como sea, este resultado no puede extrañar si se piensa en la diferente situación de los dos países, y es previsible que se necesitará un largo intercambio de opiniones y una marcada buena voluntad para superar las disidencias, que están determinadas por razones profundas.
Podrían resumirse diciendo que los Estados Unidos -basados en las enseñanzas de la guerra de Corea- saben que tendrán que asumir la principal carga en cualquier conflicto que se desencadene, cualquiera sea la política que se haya seguido hasta entonces. La “
Gran Bretaña, en cambio, habla de China en un tono muy diverso. No solo reconoce al gobierno comunista, sino que piensa en la posibilidad de tratar con él sin comprometerse necesariamente en igual medida con la Unión Soviética. Para Europa, apoya el ejército europeo frente a la posible agresión rusa. Pero respecto al Asia, admite la posibilidad de negociar y se aproxima cada vez más al punto de vista de la India.
En los términos actuales, los Estados Unidos parecen haber aceptado la conveniencia de postergar el estudio del tratado de defensa de Asia hasta ver los resultados de las negociaciones directas que se realizan en Ginebra. Acaso en el ínterin se aclare aún más el panorama y logre Gran Bretaña reducir las incompatibilidades existentes entre el gobierno de Washington y el de Pekín, si este último da nuevas pruebas de que, como opina el gobierno británico, está decidido a demostrar la posibilidad de una coexistencia pacífica.