Dos posibilidades en Asia. 1954

Al cabo de un mes de inauguradas, las deliberaciones de Ginebra parecen no haber sobrepasado la etapa de los escarceos estratégicos. El análisis de las proposiciones presentadas por los delegados de los distintos países deja en el ánimo la certidumbre de que sus autores, al enunciarlas, no han perseguido otra finalidad que suscitar la reacción del contrario para medir su intensidad y observar su carácter. Mientras tanto, llama la atención la actitud de los Estados Unidos en el curso de las deliberaciones, caracterizada por su falta de iniciativa, en tanto que Washington ha comenzado a dar señales de haber radicado allí nuevamente el estudio del problema indochino. Todo hace suponer, pues, que de esas posiciones resultarán dos posibilidades diferentes y casi opuestas respecto al problema asiático, que, por lo demás, ha variado sustancialmente en sus términos desde el día en que comenzaron las discusiones destinadas a solucionarlo.

Tan graves como fueran las perspectivas militares a fines de abril, aun los más pesimistas admitían que cabía la posibilidad de contener la ofensiva vietminesa en Dien Bien Phu. Francia y el Vietnam esperaban la intensificación de la ayuda de sus aliados y algunos de estos confiaban en que las grandes lluvias contendrían la presión del enemigo sobre la disputada fortaleza. Bajo el signo estas esperanzas se iniciaron las conversaciones de Ginebra, turbadas muy pronto por la certidumbre del fracaso de la defensa franco-vietnamesa y por el embarazo que tal situación creaba en las potencias occidentales. Cuando el 7 del actual cayó Dien Bien Phu, los Estados Unidos seguían sosteniendo, por su parte, la necesidad de una “acción conjunta” en el sudeste de Asia, en tanto que Francia e Inglaterra acariciaban la esperanza de llegar a una transacción con las potencias comunistas que respaldan a Corea del Norte y al Vietmin. Esta divergencia de criterios parece no haber cambiado en lo sustancial y corresponde a las posibilidades que ofrece la política asiática entre las cuales deberá elegirse en plazo muy breve.

No bien concluido el episodio de Dien Bien Phu, las partes en conflicto comenzaron enunciar sus distintos puntos de vista para llegar a un rápido armisticio. Francia fue la primera en ofrecer un plan con dicho objeto, cuando solo habían transcurrido veinticuatro horas del desastre militar; y aunque parecía dispuesta a transigir sobre algunos puntos, los términos de su proposición no eran exactamente los que correspondían a la realidad de la situación militar, pues pretendía fijar las tropas allí donde se encontraban en ese momento, precisamente cuando el Vietmin tenía expedito el camino hacia el delta del río Rojo. Era evidente que Francia no esperaba que se aceptara su proposición. Por su parte, el Vietmin respondió exigiendo prácticamente el control de la situación vietnamesa y, finalmente, el gobierno de Bao Dai exigió que las tropas triunfantes se sometieran a su autoridad en calidad de rebeldes, con el compromiso de que se las incorporaría al ejército regular vietnamés. Planes de tal estilo solo podían tener como finalidad fijar los objetivos máximos de cada una de las partes.

Sin embargo, parecía lícito suponer que, puesto que habían aceptado concurrir a la conferencia, las partes en conflictos tenían en alguna medida el deseo de llegar a un acuerdo. A partir de sus objetivos máximos podrían conducirse las conversaciones hasta alcanzar algunos puntos de coincidencia que permitieran, en primer lugar, convenir la cesación del fuego. Tal era la esperanza que, a pesar de ciertos signos negativos, siguieron acariciando los negociadores; y al cabo de un mes, los escarceos diplomáticos parecen robustecer esa esperanza, a juzgar por algunos síntomas que han podido ser puntualizados. En efecto, hay indicios de que en las conversaciones sostenidas al margen de la conferencia se confía en haber allanado algunas dificultades y se tiende a convenir en la ventaja de poner fin a las hostilidades, quedando limitado el problema al acuerdo de los términos básicos de la negociación. En relación con este nuevo estado de cosas, se ha visto resurgir el proyecto británico de participación territorial del Vietnam y, mientras el Sr. Molotov insinúa un plan menos intransigente que los anteriores, se ha observado con curiosidad la presencia en Ginebra de un representante oficioso del Sr. Nehru. Todo ello permite suponer que acaso pronto pudieran quedar sentadas las bases de una solución de la situación inmediata.

Pero es digno de observarse que el término de esa situación inmediata ha dejado de interesar a los Estados Unidos. Tras asistir llenos de escepticismo al juego de propuestas y contrapropuestas, sus delegados han evitado intervenir activamente en la conferencia de Ginebra. El problema de Indochina ha comenzado considerarse otra vez en Washington, donde el señor Dulles ha retornado a su primitivo proyecto de “acción conjunta”, quizá con mayor convicción y firmeza que antes. Se descuenta que Gran Bretaña se resistirá a seguir una política tan arraigada y es posible que el Departamento de Estado deba vencer una gran resistencia antes de que quede incluida en el sistema defensivo del sudoeste de Asia; pero cuenta ya, en cambio, con la tácita aprobación de Francia, antes reticente y ahora decidida a secundar una acción enérgica de los Estados Unidos. Descuéntase asimismo en Washington la resistencia de los países neutralistas del sur de Asia y aun el escaso entusiasmo de lo que están convencidos de que no pueden mantenerse al margen de los grandes bloques de naciones. No obstante, el Departamento de Estado parece más firme que nunca en su actitud, como si se hallara cada vez más convencido de que no es posible tratar con las potencias comunistas. Seguramente considera útil que se procure en Ginebra poner fin a la guerra de Indochina. Mas también tiene la convicción de que su misión es de más vasto alcance y ha comenzado a poner en movimiento el plan del señor Dulles, frustrado en vísperas de la inauguración de la conferencia de Ginebra por oscuros motivos y hoy enarbolando de nuevo como instrumento de seguridad del mundo occidental. Una vez más, los Estados Unidos afirman así su decisión de oponerse la expansión del comunismo en todos los terrenos, evitando cualquier actitud que pueda ser considerada como expresión de la política de apaciguamiento. Entretanto, la expectación del mundo sigue atada a las difíciles gestiones en trámite.