La actitud del Parlamento de la República Federal Alemana con respecto al proyecto de organización militar presentado por el canciller, Sr. Adenauer, y las reticentes manifestaciones del Sr. Molotov en relación con la cuestión alemana, vuelven a poner sobre el tapete el grave problema del destino inmediato de una nación cuya potencialidad y situación constituyen elementos fundamentales con los que debe contar cualquier reajuste de la situación general de Europa. En vísperas de la conferencia de Ginebra, anunciada para el 18 del actual, el problema alemán, que parecía haberse orientado hacia una solución, ha tornado a oscurecerse, erigiéndose otra vez como un difícil obstáculo para el aflojamiento de la tensión internacional.
Como es sabido, la República Federal Alemana obtuvo su soberanía a raíz de los pactos de París, y contrajo entonces la obligación de incorporarse al sistema de defensa occidental. Ingresó en la Organización del Tratado del Atlántico Norte y fué autorizada para rearmarse, comprometiéndose a reclutar una fuerza de medio millón de hombres. Pero el Sr. Adenauer no logró fácilmente en el Parlamento la ratificación de los tratados, pues a la decidida oposición de los socialdemócratas se sumó la de algunos de sus propios partidarios, que manifestaron serios escrúpulos frente a las responsabilidades que el Estado alemán contraía. El canciller alemán logró entonces sortear las dificultades, pero sin duda crecieron las reticencias entre los hombres de su propio partido, preparándose así la crisis que acaba de presentarse.
En efecto, para afirmar su política dentro del bloque occidental y consolidar la orientación internacional de su gobierno, el Sr. Adenauer apresuró, la organización del ejército alemán mediante un proyecto por el cual se creaba, antes de llegar al servicio militar obligatorio, un ejército de voluntarios. De ese modo pensaba poner en marcha un plan que había merecido serias objeciones y contaba con la opinión adversa de una fuerte minoría opositora y aun de algunos sectores de los partidos que constituyen la alianza gubernamental. Estas fuerzas políticas confiaban acaso en que se demorara el rearme y tal vez esperaban que el tiempo desvaneciera el proyecto del canciller; pero ante la decisión con que éste abordó el problema y buscó el procedimiento para llevarlo a la práctica dentro de los límites posibles, han vuelto a reagruparse y han afirmado su opinión frente al proyecto gubernamental.
En términos generales, son imprevisibles las consecuencias que puede tener la decisión adoptada por el Parlamento, de acuerdo con la cual debe volver a comisión la proposición del primer ministro. Frente a quienes prevén que podría desencadenarse una grave crisis política, que llegara a comprometer la estabilidad del gobierno mismo, hállanse los que tienen fe en la habilidad y el talento táctico de Adenauer y creen que en definitiva, tras el nuevo examen del proyecto, éste dará al canciller germánico la fuerza a que aspira. Pero mientras esto ocurra, si ha de ocurrir, lo más molesto puede ser la repercusión del hecho en la orientación de la política internacional de la República Federal Alemana, y aun en la situación general que deben analizar en su entrevista de Ginebra los jefes de gobierno que se reunirán el 18 del actual.
Invitado por el gobierno de Moscú a visitar la capital soviética, el Sr. Adenauer mantuvo últimamente algunas entrevistas importantes con los estadistas occidentales que se reunieron con motivo de la celebración del décimo aniversario de las Naciones Unidas. Todo hacía suponer que el canciller de Alemania Occidental podía garantizar la posición del bloque a que se había incorporado con respecto a la actitud y al destino de su país. Pero la decisión del Parlamento deja en descubierto, aunque sea temporariamente, al jefe del Gobierno y lo obliga a un nuevo esfuerzo para mantener su posición.
Lo que mayor gravedad presta a esta situación es el peculiar giro que han tomado las negociaciones con respecto a Alemania en vísperas de la conferencia de Ginebra. No hace mucho, se tuvo la certidumbre de que el gobierno soviético se había hecho cargo de la tesis de la neutralidad alemana, tesis que estaba incluida dentro de otra más general en el mismo sentido y a la que el gobierno soviético concedía especialísimo interés. Pero la opinión del gobierno alemán occidental se manifestó claramente en contra de aquella solución, y encontró apoyo resuelto en los demás gobiernos del bloque occidental, que consideraron ilusoria, injusta y peligrosa la neutralización de un país como Alemania. Justamente, no hace muchos días, el canciller francés, Sr. Pinay, refirmó en San Francisco el repudio de su gobierno a esa política.
Entretanto, y acaso como una respuesta, el gobierno soviético adoptó frente al problema alemán una extraña postura, que llenó de sorpresa a los estadistas occidentales. De manera indirecta comenzó a restar importancia al asunto, en tanto que —valiéndose de la circunstancia de no preverse temario para la reunión de Ginebra— volvía a destacar la significación y urgencia de la cuestión asiática. Todo hizo pensar que el Sr. Molotov se preparaba para silenciar el problema alemán en la futura reunión de jefes de gobierno, y no han bastado para disipar esa suposición algunas vagas indicaciones hechas con posterioridad a su discurso de San Francisco. Frente a esa actitud, el señor Dulles acaba de declarar no sólo que considera de la mayor importancia el análisis de las posibilidades de unificación de Alemania, sino también que cualquier intento de soslayarlo por parte de la Unión Soviética ha de constituir una prueba irrecusable de insinceridad con respecto a la declarada decisión de contribuir a aliviar la tensión internacional.
En tal situación, la actitud del Parlamento de la República Federal Alemana dilatando la formación del ejército voluntario constituye un impacto gravísimo sobre el frente de las potencias occidentales. Sería exagerado considerar esa medida como un éxito diplomático indirecto de Moscú, puesto que es innegable que han contribuido a su adopción decisivas razones de política interna alemana. Pero, de cualquier manera, será imprescindible reordenar la estrategia de la conferencia con respecto al problema alemán, cuya solución está destinada inevitablemente a robustecer o a debilitar la posición de los bloques, según el sesgo que la solución tome. Los contactos, por lo demás, prosiguen y la alternada exposición de las ideas respectivas va esclareciendo el sentido de las actitudes hasta cuando intentan disfrazarse de uno u otro modo. La misma subordinación de la visita de Adenauer a Moscú a gestiones previas, según la respuesta de Bonn, y el deseo de no hacerla antes de la reunión de Ginebra, ya evidente, permiten confiar en que no sea posible eludir por mucho tiempo el arduo problema que nos ocupa.