Con las decisiones adoptadas por el Partido Laborista británico y el Partido Socialista francés acerca de los acuerdos de Londres y París, autorizando a los respectivos grupos parlamentarios a votar su ratificación, se han salvado dos escollos de alguna importancia en el camino de la formalización definitiva de la Unión Europea Occidental. Parece, además, clara la situación de los Estados Unidos, Canadá, Italia y los países del Benelux, de modo que puede abrigarse la esperanza de que se aprueben definitivamente aquellos pactos. Solo se interpone ahora la dificultad que ha surgido en Alemania Occidental, con motivo del desacuerdo para algunos partidos políticos con los términos convenidos en París entre el gobierno del Sr. Adenauer y del Sr. Mendès-France para solucionar el viejo y espinoso problema del Sarre. El asunto concentra ahora toda la atención del primer ministro de la República Federal Alemana, y es de esperarse que el anciano estadista logre sobreponerse a esta crisis interna, la más grave, sin duda, que ha debido arrostrar su gobierno.
Puede decirse del problema del Sarre que pertenece a aquella clase de cuestiones que no consiguen ser resueltas nunca de un modo totalmente satisfactorio. Se trata, como es sabido, de un pequeño territorio cuya población -de cerca de un millón de habitantes- es predominantemente de habla alemana. Pero por su situación y por su riqueza forma parte de una unidad económica en la que Francia tiene intereses fundamentales. Su producción de carbón ha sobrepasado los quince millones de toneladas anuales, que se incorporan al acervo de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, sosteniendo Francia que deben considerarse como parte de la cuota de producción francesa.
El problema del Sarre proviene de su importancia económica y de su peculiar situación, especialmente a partir de la primera guerra mundial. Dentro del plan de reparaciones por los daños sufridos en esa contienda por las minas francesas del carbón, el territorio del Sarre fue puesto entonces bajo la administración de la Liga de las Naciones y se autorizó a Francia a explotar su riqueza hullera durante un plazo de quince años. Al cumplirse este debía realizarse un plebiscito para que la población decidiera si el territorio se uniría definitivamente a Francia o a Alemania, y a llevarse a cabo en enero de 1935 -en la época de mayor efervescencia del nazismo-, la votación favoreció por una inmensa mayoría al Reich, que, en consecuencia, inició su administración en el Sarre el 1 de marzo de dicho año.
Pero el estado de ánimo de la población sarrense parece haber sufrido un cambio. Luego de terminada la segunda guerra mundial, en octubre de 1947, una abrumadora mayoría apoyó al partido que favorecía la unión económica del territorio con Francia. Al año siguiente se estableció un gobierno autónomo, garantizado por este último país y sometido a leyes económicas y financieras francesas; nuevos acuerdos alcanzados posteriormente acrecentaron la jurisdicción del gobierno local, pero Francia obtuvo el arriendo de la explotación de las minas de carbón por el término de cincuenta años.
En tales condiciones, quedaba por resolver el problema de fondo. Frente a las tesis de Francia y Alemania surgió una tercera que, como después de la primera guerra mundial, sostuvo la necesidad de internacionalizar la región. Esta solución, que en la práctica se ve facilitada ahora por el funcionamiento relativamente eficaz de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, recibió el apoyo del 87.3% de los votos sarrasenses en las elecciones de noviembre de 1952; pero la República Federal Alemana opuso a esas cifras no solo lo que considera su derecho histórico a la soberanía sobre el territorio en discusión, sino también una impugnación acerca de la significación real del pronunciamiento, pues no habían podido actuar libremente en la campaña preelectoral los partidos germanófilos.
El problema del Sarre está vinculado a todas las gestiones encaminadas a lograr la unificación alemana y a convenir finalmente los tratados de paz entre las potencias que fueron beligerantes en la segunda guerra mundial. También ha estado sobre el tapete en todas las discusiones relacionadas con lo que hubo de ser la Comunidad Europea de Defensa y, naturalmente, volvió a aparecer durante las últimas conversaciones de Londres y París. Mientras se daban los toques finales a los documentos que debían firmarse en esa capital en octubre último, el Sr. Adenauer llamó a la capital francesa al jefe del Partido Socialdemócrata, Sr. Ollenhauer, para conferenciar con él acerca de los términos en que Alemania Occidental había de plantear el problema del Sarre en ocasión de suscribir los tratados que le devolvían la soberanía y la incluían en los Pactos de Bruselas y del Atlántico, y seguramente como resultado de esas conversaciones intentó el primer ministro de la República Federal Alemana reabrir la discusión sobre el tema. Tal novedad motivó la instantánea reacción del gobierno francés, que se negó a suscribir los pactos si el gobierno de Bonn no aceptaba la situación convenida para el Sarre. Ante la presión de las circunstancias -y muy especialmente la de Gran Bretaña y los Estados Unidos-, el Sr. Adenauer cedió, y así se dio cima a la larga tramitación que debía conducir a la constitución de la Unión Europea Occidental.
Pero el problema se ha planteado ahora dentro de Alemania en términos análogos a los que caracterizaron la situación francesa en agosto último. El gobierno de Bonn, que sin duda ha cedido en París a la fuerza de las circunstancias, se enfrenta ahora con una activa resistencia de importantes grupos de la opinión pública alemana y de ciertos partidos políticos a la ratificación de los acuerdos de París, a menos que se revean los términos ajustados para el Sarre. Como se sabe, convínose en la capital francesa en europeizar el territorio disputado, designando un comisario bajo la vigilancia del Consejo de Ministros de la Unión Europea Occidental y manteniéndose la situación económica actual, caracterizada por la presencia de Francia en la explotación del carbón; el Sarre sería sometido más adelante a un plebiscito, pero entretanto tendría un parlamento local, participaría en la defensa europea y se permitiría así la actuación de las agrupaciones germanófilas.
Encabeza la oposición radical a este acuerdo el Partido Socialdemócrata, uno de los más poderosos dentro del panorama electoral de Alemania Occidental. Pero lo más grave es que coinciden con él dos de los partidos que constituyen la coalición que apoya al Sr. Adenauer: el Partido Demócrata Libre y el Partido de los Refugiados, manteniéndose adictos al primer ministro otros dos: el Demócrata Cristiano y el Alemán.
A pesar de la obstinación de sus oponentes, el Sr. Adenauer sigue teniendo fe e intenta en París nuevas gestiones. Si no tuviera éxito, la Unión Europea Occidental estaría otra vez al borde de una crisis, que acaso desencadenarían también los partidarios de que se extremen ahora, antes de la ratificación definitiva de los pactos, las gestiones para un entendimiento con las potencias del Este.