La situación crítica que ha alcanzado el conflicto de Indochina y el deseo unánimemente expresado de hallarle una rápida solución han movido a las partes interesadas a manifestar ampliamente sus opiniones para dejar públicamente establecidas sus posiciones en la batalla diplomática que acaba de comenzar. Esta se libra en Ginebra y ya se insinúan los movimientos estratégicos que responden a aquellas manifestaciones y aun los que parecen responder a otros designios menos fácilmente inteligibles. Es innegable la importancia capital de estas deliberaciones: pero el observador no puede dejar de asignar un particular relieve a la conferencia que en Colombo, capital de Ceilán, ha reunido con el primer ministro de ese país a los de Pakistán, India, Birmania e Indonesia. Como se sabe, estas tres últimas naciones son las consideradas “neutralistas” por las potencias occidentales, caracterización que ellas, por su parte, rechazan. Corresponde innegablemente al señor Nehru la orientación política y espiritual de esta corriente de opinión que comparten muchos millones de hombres. Resulta muy sugestivo contraponer las opiniones que sostienen en Ginebra los dos bloques beligerantes con el punto de vista específicamente asiático que exteriorizan los países representados en la conferencia de Colombo.
La larga preparación que ha precedido a la reunión de Ginebra y la amplia discusión a que se han sometido las opiniones vertidas por los principales responsables de la política internacional de las potencias occidentales y comunistas permiten acoger sin sorpresa sus primeras manifestaciones. Mientras la situación de la fortaleza de Dien Bien Phu se torna cada vez más difícil, Francia procura acelerar la tramitación de una tregua, al tiempo que trata de obtener -hasta ahora sin éxito- el efectivo apoyo militar de Gran Bretaña y los Estados Unidos y hace pública su decisión de otorgar la independencia al Vietnam. Es evidente que la posición francesa en el sudeste de Asia se debilita rápidamente, pero se comprende muy bien que, en las actuales circunstancias, los gobiernos de Washington y Londres se abstengan de intervenir en un conflicto que, teóricamente al menos, no ha comprometido aún a las grandes potencias.
Por razones de política interna, el gobierno francés necesita lograr rápidamente una tregua que evite mayor pérdida de vidas, necesidad cuya urgencia comprenden sus aliados; pero en tanto que Gran Bretaña parece dispuesta a apoyar las gestiones del señor Bidault con la sola condición de que se obtengan suficientes garantías militares sobre el terreno, los Estados Unidos cree necesario medir sus pasos para no comprometer la ulterior posesión de las potencias occidentales frente al problema de la expansión del comunismo.
Estos puntos de vista han aparecido ya expuestos en las primeras reuniones, así como también los de las potencias comunistas, destacándose las manifestaciones del señor Chou En-lai, que reiteró el principio de que Asia debía ser para los asiáticos y esbozó una interpretación de la historia de los últimos años como caracterizada por el propósito de los Estados Unidos de desencadenar la guerra en Asia y especialmente contra China, tesis a la que prestó luego su apoyo el Sr. Molotov.
Entretanto, la conferencia de Colombo se ha propuesto concertar y poner de manifiesto un punto de vista que, aunque en parte coincide con el de la China comunista, sepárase de él en muchos aspectos y configura una opinión de acusados perfiles. Su abanderado es el primer ministro de la india, Sr. Nehru, quien, en vísperas de la reunión de Ginebra, acaba de negar autorización para que crucen su territorio los aviones norteamericanos que conducen refuerzos franceses a Dien Bien Phu. Esta actitud, acendradamente criticada en Washington, responde a la interpretación que el estadista indio da a los sucesos de Asia.
Poco antes de emprender viaje para Colombo, el señor Nehru expresó, en un discurso pronunciado ante el parlamento de Nueva Delhi, que era necesario crear un ambiente de paz en la conferencia de Ginebra, prescindiendo de las actitudes de fuerza. Para colaborar en ese propósito enunció un plan de cinco puntos consistente, en lo fundamental, en la eliminación de Francia y las potencias que la apoyan y en la gestión de un libre acuerdo entre los dos grupos indochinos que combaten en tierras del Vietnam. Un senador republicano, comentando en Washington tal propuesta, manifestó que equivalía a una invitación a la agresión comunista, opinión que parece haber sido compartida por otros parlamentarios norteamericanos.
Pero acaso esta opinión subestime el valor de las palabras del Sr. Nehru. Es evidente que las potencias occidentales tienen su propio planteo del problema y resulta razonable que actúen de acuerdo con él. Mas como el núcleo de la situación es la cuestión asiática, sería razonable también que se considerará atentamente la opinión de un estadista tan experimentado y de tan noble espíritu como el primer ministro de la India, tratando de penetrar sin prejuicios en su intención. El Sr. Nehrú rechaza la calificación de “neutralista” que le han adjudicado algunas voces pero sostiene con vehemencia el derecho de los países asiáticos a mantenerse fuera de los bloques de naciones. Ha manifestado en diversas ocasiones que Asia no quiere la guerra y que la tendencia general es un nacionalismo que, en algunos casos, ha tomado un tinte comunista, aunque no demasiado grave a sus ojos. Quizá por eso no cree el Sr. Nehru el peligro de la expansión comunista en Asia, interpreta los hechos de los últimos años de una manera distinta a la de los Estados Unidos. Esta circunstancia lo ha separado en alguna medida de ese país, pero más lo ha separado la convicción que sustenta que carecerá de valor cualquier solución de los problemas asiáticos que no empiece por reconocer a la China comunista como potencia decisiva en el Pacífico. Es notorio que Londres comparte esta última opinión, fruto sin duda de su larga experiencia en Asia. Entretanto, y dadas las graves responsabilidades que tienen sobre sus espaldas las potencias occidentales, parece necesario preguntarse si es correcto aplicar a los problemas asiáticos el mismo tipo de soluciones que se han juzgado apropiadas para Europa. Es, desde luego, indudable que en el fondo de todo, a los efectos de la defensa de un tipo de civilización que es nuestro orgullo, la situación suscita planteos generales y acaso requiera, también, soluciones de igual clase. Pero ¿no será posible hallar un punto de coincidencia que ponga término la tensión de estos días, un terreno de entendimiento que no deje de lado el punto de vista asiático, tan esencial en la cuestión?