París, marzo (Por avión)
Cuando un francés cruza bajo el Arco del Triunfo y, respetuosamente, se quita su sombrero ante la tumba del soldado desconocido, cumple un rito simbólico que la nación ha implantado y que París cultiva con unción auténtica. Siempre encontrará allí una corona que ha colocado con diplomática emoción algún ilustre visitante y ese sentimiento de solidaridad ante el recuerdo anónimo, tanto como su propio sentimiento, provocará una reflexión en su ánimo, que el viajero desea desentrañar.
No se equivocará mucho quien diga que en el fondo de esa reflexión se esconde sobre todo un sentimiento de piedad, de compasión amarga y desilusionada; y acaso suscite la evocación de ese capote azul que da un aire tan juvenil, tan despreocupado y sobre todo tan civil al soldado francés. El caminante se acuerda entonces de un muchacho cualquiera que como tantos otros, abandonó su vida cotidiana, para cumplir un deber en el cual encontró la muerte. Y esta imagen producirá en su espíritu un sentimiento de lástima profunda por una vida malograda.
Y el que advierte ese pensamiento en la expresión del caminante, se pregunta: ¿Qué significa esa actitud?
Esta actitud traduce con claridad ejemplar la típica reacción de nuestro tiempo con respecto a la guerra. Ante un soldado muerto en la acción, o se olvida su propia personalidad para exaltar el heroísmo de una muerte en holocausto de una causa trascendental, o se olvida toda consideración heroica para pensar en el dolor de cada hombre ante la angustia de la guerra, para pensar en las trun¬cadas posibilidades de cada ser humano desaparecido.
La postguerra, con su abundante literatura, ha mostrado en forma categórica que la masa no ha logrado explicarse los motivos que pueden justificar la guerra y es lo absurdo, lo injustificable, lo que roba altura heroica a la muerte y produce en cambio una enternecida sensación de conmiseración humana; lo que hace descubrir a un hombre bajo cada capote.
Hay un hondo significado –un significado que hubiera alarmado a Napoleón o a Bismarck y que Hitler y Mussolini se empeñan en combatir– en este mito moderno del soldado desconocido. ¿Es el héroe? Sin duda alguna el hombre que respetuosamente pasa por su tumba y se quita el sombrero no piensa ni por un momento en el héroe; el soldado desconocido es la víctima de una trama cuyo secreto no alcanza, en quien se recuerda una juventud, una vida humana –fueron millones– sacrificada por una inconciencia culpable.
Hay una crisis de la idea del heroísmo porque se la ha visto al servicio de causas sospechosas y sobre todo de engaños colectivos. Y Europa ha reaccionado como correspondía a ese sentimiento, llorando sobre tumbas ante las cuales, en otros tiempos, se hubieran cantado himnos heroicos.
La Plaza de la Estrella muestra esa profunda divergencia de los tiempos. Bajo un Arco del Triunfo una tumba de un soldado desconocido. Bajo una soberbia exaltación de la gloria, una llama azul para llorar la muerte de un hombre.