Las alternativas del conflicto entre Israel y Egipto ha vuelto a poner sobre el tapete el complejo y peligroso problema del Cercano Oriente, sembrado de amenazas y oscurecido po las dificultades que se oponen a su solución. Aunque sólo se han producido escaramuzas fronterizas, las tensiones que se adivinan son tales, que no es posible desatender las formas incipientes del conflicto sin riesgo de que se desencadene dentro de límites imprevisibles. Tales tensiones provienen de las conexiones que el problema local tiene con otros de carácter más general que están eslabonados en la cadena del juego internacional.
En la situación actual, y con independencia de los motivos que cada uno de los beligerantes pueda alegar en su favor, el problema del Cercano Oriente no puede sino referirse a la situación relativa de los grandes bloques de potencias que se alinean para consolidar su seguridad mutua e imponer sus posiciones. Los países árabes han tomado su lugar al lado de las potencias que suelen llamarse “neutrales”, pues indudablemente se hallan en una etapa de su desarrollo en la que la suerte del conflicto mundial interesa menos que el despertar nacional y la reordenación de su vida económica y política, tan liberada como sea posible de los intereses coloniales que hasta hace muy poco gravitaban decisivamente en esa zona. Pero tal neutralidad es muy difícil de mantener, y más en una región que ambos bloques consideran, con razón, fundamental para sus intereses y verdaderamente crítica para su estrategia.
La consecuencia es que, en el juego alterno de aproximación hacia uno u otro bloque, los países árabes parecen haberse dividido. La profunda crisis sufrida no hace mucho por la liga que los agrupa con motivo de la firma del tratado turco-iraquí, reveló que algunos de aquéllos tendían a acercarse a las potencias democráticas; éstas trataron de apresurar la inclusión del Irán en la alianza, pues de ese modo la línea de seguridad dibujada por el Tratado del Atlántico Norte se completaba y fortalecía; pero el gobierno de Teherán se ha mostrado vacilante y hasta anunció un viaje del sha a Moscú que, postergado luego, el Kremlin quiso reemplazar en sus efectos políticos por una invitación a los parlamentarios iraníes para visitar la capital de la Unión Soviética. Entretanto, el coronel Nasser, jefe del gobierno egipcio, ha anunciado a su vez su propósito de ir a Moscú, al tiempo que diversas fuentes de información afirmaron días atrás que la Unión Soviética ha ofrecido armas a Egipto. En una reunión de prensa del 30 de agosto, el secretario de Estado norteamericano, Sr. Dulles, dió estado público a esa información, que Egipto confirmó luego por intermedio del viceprimer ministro, Sr. Gamel El Din Salem, cuyas declaraciones, formuladas en Calcuta, fueron terminantes: “Estamos dispuestos a tomar esas armas si los países europeos que prometieron suministrarlas no cumplen sus contratos”.
Si se relaciona esa actitud egipcia con la solidaridad que los países árabes han demostrado cuando se trata de actuar frente a Israel, o últimamente en el caso de Marruecos, y se trae a la memoria la crisis que en las relaciones anglo-egipcias han suscitado primero el problema de Suez y luego el del Sudán, es fácil advertir que la aproximación de ese y acaso otros países árabes hacia el bloque oriental constituye una posibilidad que no debe dejar de vigilarse.
Así parecen haberlo entendido las potencias occidentales, que a partir de la interrupción de las conversaciones egipcio-israelíes, el 24 de agosto, han comenzado a prestar una mayor atención a los asuntos del Cercano Oriente. Dos días después de ese hecho, el Sr. Dulles dedicó su discurso ante el Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York a considerar tal cuestión de manera concreta. Señaló el secretario de Estado norteamericano que su país tenía una actitud igualmente amistosa para con ambos grupos en conflicto, y destacó tres puntos de rozamiento para los que ofreció soluciones y ayuda. El primero es el de los refugiados árabes, a los que Israel debe compensaciones y para cuya instalación se requiere fuerte ayuda técnica; el segundo es el de las desconfianzas recíprocas, especialmente grave para Israel, que ve formarse a su alrededor una cintura militar, y el tercero es el de la demarcación de las fronteras definitivas, en reemplazo de las que provisionalmente estableció el armisticio de 1949. Para cada uno de esos problemas sugirió ciertas bases a partir de las cuales podrían desarrollarse las conversaciones entre los adversarios, bajo la vigilancia de las potencias occidentales y de las Naciones Unidas.
La creciente gravedad de los choques fronterizos que desde entonces se sucedieron en la región de Gaza y sin duda los inequívocos signos de la acción soviética en los países árabes, decidieron a Gran Bretaña y Francia a expresar su caluroso apoyo al plan Dulles. Mientras tanto, la reunión de la Liga Arabe realizada en El Cairo el 5 del actual parece haber servido para que los países que la integran llegaran a un acuerdo sobre su estrategia conjunta frente al proyecto del secretario de Estado norteamericano. Igualmente, el jefe del gobierno israelí ha fijado sus posiciones, destacando, como los estadistas árabes, que de ninguna manera cedería en la defensa de sus derechos fundamentales. Pero no faltan signos de que las palabras pronunciadas por los funcionarios autorizados de las grandes potencias han tenido ya alguna gravitación en el problema del Cercano Oriente, y que podría hallarse una vía para encarrilar la situación. Es de desear que así sea, para que se ponga fin a los dolorosos incidentes fronterizos y a los peligros de alcance generalizado que pueden derivarse de ellos. Entretanto, según se ha visto, el jefe de la comisión de vigilancia del armisticio, general Burns, ha informado a la UN acerca de los episodios recientes, sugiriendo disposiciones prácticas enderezadas a evitar su repetición mientras se llega a la solución definitiva del pleito de fronteras. El Consejo de Seguridad del organismo internacional tiene ahora a su cargo el examen inmediato del asunto, que ha de repercutir bien pronto en la inminente asamblea, general de las Naciones Unidas. Esperemos, pues, que de los nuevos estudios surja la equitativa y pacífica solución de fondo anhelada por todos.