La Conferencia de Londres. 1954

En un discurso que pronunció hace pocos días en su distrito electoral de Beamington, resumió el ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña las opiniones de los estadistas con quienes acaba de cambiar impresiones en su viaje por las capitales europeas. Dijo el Sr. Eden: “Todos coinciden, incluso los franceses, en que no se puede esperar que Alemania acepte una posición de inferioridad en Europa. De la misma manera, todos están de acuerdo, incluso los alemanes, en que los ejércitos y los armamentos en el continente deben estar sujetos a un sistema general de fiscalización y limitaciones. Todos convienen en que tanto la Organización del Tratado del Atlántico Norte como la Organización del Tratado de Bruselas son instrumentos que podrían ser adaptados para servir a esos dos principios”.

Quedan así enunciados los problemas fundamentales que debe afrontar la conferencia de nueve potencias que se reunirán hoy en Londres con el objeto de hallar una fórmula que reemplace a la Comunidad Europea de Defensa, anulada por la decisión de la Asamblea Nacional francesa. Como señala el canciller británico, parece haber acuerdo general en torno a los objetivos sustanciales, pero las dificultades comienzan en el momento en que se entra a buscar soluciones concretas para alcanzar dichos objetivos.

Según es sabido, el gobierno británico tomó la iniciativa de hallar una nueva fórmula que organizara la acción conjunta de las potencias occidentales, una vez fracasada la CED. El nudo de la cuestión era el problema alemán, pues en relación con él se habían suscitado las resistencias francesas; y entendiéndolo así, los gobiernos de Londres y Washington se manifestaron acordes en declarar que era urgente devolver la soberanía a la República Federal Alemana y permitir su rearme. Tratábase, pues, de hallar la manera de cumplir estas dos finalidades, pero en tanto que Londres procuraba hacer lugar a las objeciones francesas, Washington acusó una marcada tendencia a prescindir de ellas. Las gestiones que se iniciaron inmediatamente revelaron la gravedad de esta disidencia entre los Estados Unidos y Gran Bretaña. Mientras esta, fiel a sus planteos políticos y estratégicos tradicionales, seguía considerando fundamental el papel de Francia en la defensa del occidente europeo, los Estados Unidos parecían haber desplazado su interés hacia la Alemania Occidental, considerada clave del problema. Un plan de cuatro puntos fue presentado por el Sr. Eden a los gobiernos de los países que debían formar la CED. Se establecía en él la devolución de la soberanía a la República Federal Alemana, el establecimiento en su territorio de fuerzas militares de las tres potencias occidentales, su incorporación al Tratado de Bruselas y el rearme alemán dentro del control de la NATO. Esta última cláusula, complementada con el compromiso británico de intervenir activamente en la organización militar, estaba destinada a calmar los temores que Francia ha manifestado acerca de un posible renacimiento del militarismo en su tradicional adversaria.

Tal plan mereció, en principio, el apoyo de los países del Benelux, de Italia y de Alemania Occidental. Pero se levantaron contra él dos objeciones fundamentales. Por una parte, insistió Francia en que los límites del rearme alemán debían fijarse teniendo en cuenta que, en tanto que ella mantiene importantes compromisos en ultramar Alemania es solamente una nación continental, de modo que el potencial militar alemán no debía sobrepasar al que Francia pudiera alcanzar en el continente; agregó a esto el requerimiento de que Gran Bretaña tomara parte activa en la organización que se gestaba, cosa que el gobierno de Londres, por lo demás, parecía dispuesto a hacer. Y por otra parte, los Estados Unidos rechazaron en principio toda limitación de rearme alemán, juzgando imprescindible el máximo esfuerzo de la República Federal para colaborar en la defensa de Occidente.

Tras los contactos personales de los cancilleres británico y norteamericano con los estadistas europeos, el gobierno de Londres reiteró su propósito de reunir en esa capital una conferencia destinada a hallar una fórmula de transacción entre los distintos puntos de vista. Y obtenido el consentimiento de las otras cancillerías, aquella ha de inaugurarse hoy con la participación de los países del Benelux, Alemania Occidental, Italia, Francia, los Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá. Ninguno de los estadistas participantes ha podido ocultar la gravedad de las disidencias que los separan ni la dificultad que existe para hallar un acuerdo, pues obran en cada caso circunstancias capaces de entorpecer los movimientos de quienes lo procuran.

El señor Dulles parece haber abandonado en los últimos días la frialdad que manifestó poco antes con respecto a Francia, y se afirma que no llevará a Londres ninguna proposición concreta, sino que ha de limitarse a estimular el acuerdo entre los gobiernos europeos. Pero es innegable que los puntos de vista que ya ha enunciado influirán en la actitud del señor Adenauer, permitiéndole actuar con mayor firmeza en favor de sus aspiraciones. El Sr. Eden, por su parte, está obligado a conciliar la defensa de su plan no solo con las ideas divergentes de Francia y los Estados Unidos, sino también con las exigencias de la posición británica respecto a sus dominios y aun con la oposición que al rearme alemán han manifestado algunos grupos de opinión, especialmente el ala izquierda del laborismo. Y en cuanto a Francia, la experiencia del reciente debate parlamentario obligará al Sr. Mendès-France a extremar sus precauciones en el momento de adquirir nuevos compromisos internacionales.

En última instancia, el problema que se ha puesto sobre el tapete entraña la posibilidad de una revisión esencial de los términos políticos y militares de la defensa de Europa occidental. Parece evidente que los Estados Unidos consideran ahora que sus puntos de apoyo fundamentales en Europa se hallan en la República Federal Alemana y en España, de modo que la consolidación de esos baluartes sería a sus ojos más importante que toda otra cuestión. En la Conferencia de Londres que hoy se inicia, Francia y Gran Bretaña representarán el punto de vista tradicional y, por lo que son y por lo que significan, puede esperarse que logren llamar la atención de su poderoso e insustituible aliado acerca de las consecuencias que tendría dar fuerza de hecho a un plan que, a la larga, colocaría ambas potencias en una situación harto difícil.