Coincidiendo con la celebración del décimo aniversario de la victoria de los aliados sobre las fuerzas de la Alemania nacionalista-socialista, los bloques en que ahora se dividen los que antaño se aliaron frente a Hitler prepáranse para consolidar su organización, primero, y para pactar las condiciones de la coexistencia pacífica, después. Constituye un motivo de regocijo, sin duda, comprobar que comienzan a iluminarse algunos de los senderos que pueden conducir a la paz, pero no es posible ocultarse que, entretanto, se delimitan y precisan las fronteras de dos mundos hostiles. Acaso estemos en vísperas de la concertación de una tregua; mas era menester tener presente que los esfuerzos en favor de la paz deberán tender a disolver aquella hostilidad, que promete tiempos sombríos para un futuro no muy lejano.
Diversas gestiones buscan en este instante resolver las situaciones de mayor apremio. Mientras el delegado de la India entre las naciones unidas, el Sr. Menon, viajar a Pekín para proseguir las conversaciones de su gobierno con el Sr. Chou En-lai, ha reiterado este al encargado de negocios británicos su decisión de facilitar la concertación de negociaciones directas con el gobierno de Washington. Pero repentinamente la tensión ha vuelto a desplazarse de los problemas asiáticos a los problemas europeos, con motivo de análogas gestiones para una conferencia de paz entre Moscú y las potencias occidentales. Diversas circunstancias confieren a este hecho una extraordinaria significación.
Pese a algunos entorpecimientos y dilaciones, las reuniones de los embajadores en Viena parecen haber alcanzado un resultado satisfactorio y se espera con suficiente fundamento que a fines de la semana puedan los ministros de Relaciones Exteriores de las cuatro potencias ultimar el problema de Austria. Entretanto, el de la Unión Soviética, por una parte, y los de Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña, por otra, trabajan activamente por afianzar la organización de sus respectivos bloques. Cuando se encuentren en Viena y cuando conferencien ulteriormente en la esperada reunión de los jefes de gobierno, sus palabras estarán respaldadas no solo por la fuerza de sus propios países, sino también por la de las alianzas que representan.
En París se han celebrado en los últimos días algunos actos de gran trascendencia. Finalmente, y tras largos esfuerzos, se logró constituir la Unión Europea Occidental con la participación de la República Federal Alemana, que la víspera había recuperado su soberanía. Dos días después se la incorporó a la alianza del Atlántico Norte, en un acto solemne en el que se reafirmó la solidaridad de sus integrantes. Y al deliberar sobre la política a seguir en lo futuro, se convino en la necesidad de provocar una reunión de los jefes de Gobierno de las cuatro grandes potencias, para lo cual acaba de cursarse la correspondiente invitación a Moscú.
Tal paso, de innegable trascendencia, solo ha sido posible al cabo de diversas gestiones y luego de delicados reajustes de los puntos de vista de cada uno de los gobiernos interesados. Sin duda fueron Francia y Gran Bretaña quienes más insistieron en la necesidad de una conferencia tan pronto como se ratificaron los Acuerdos de París. A la insistencia del entonces jefe de gobierno inglés, Sir Winston Churchill, opuso el presidente Eisenhower ciertos reparos derivados de la política que por entonces seguía el gobierno norteamericano; pero ante nuevas presiones británicas, el presidente de los Estados Unidos ha terminado por ceder. Sin duda no han sido esas las únicas razones que han movido al general Eisenhower. El mismo había manifestado una actitud menos rígida en los últimos tiempos y especialmente después de la llegada del mariscal Bulganin al poder; pero, además, parece haber gravitado en su ánimo la certidumbre de que esta vez es posible tratar con el gobierno soviético con mayores garantías que en otras ocasiones, y que las conversaciones podrían dar buenos resultados. Además, el aire más franco y explícito que parece predominar en los círculos gubernamentales de Moscú ha estimulado una decisión cuyas perspectivas parecen halagueñas.
Ciertamente, el gobierno soviético había dejado entrever que aceptaría la invitación. Su actitud frente al problema de China y al de Austria reveló un viraje fundamental con respecto a su política de los últimos tiempos, y es lícito suponer que algunos problemas internos de imprevisible gravedad lo predisponen a aligerar la tensión internacional. De ese modo, obtenida la anuencia de los gobiernos de Washington y Moscú, es previsible que la proyectada conferencia se celebre próximamente.
Pero las perspectivas de la conferencia -con ser satisfactorias- no llegan a disipar las sombras que rodean la situación internacional. La invitación de las potencias occidentales ha surgido de una reunión del Consejo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, en la que, además, se han estudiado otros muchos puntos relacionados con la seguridad militar del bloque occidental. En ella ha declarado el secretario de Estado norteamericano que “la política básica de la Unión Soviética no ha cambiado”, y los demás oradores se han regocijado de la incorporación de Alemania a causa del apoyo que significa para la defensa del oeste de Europa y la causa de la libertad. Seguramente por eso, por la sensación del peligro y por la certidumbre de que ya es posible afrontarlo con más calma, los estadistas occidentales han formulado la invitación al jefe del gobierno soviético para la celebración de una conferencia destinada afianzar la paz.
Pero el jefe del gobierno soviético no recibirá la invitación en su despacho del Kremlin sino en Varsovia, donde se encuentra reunido con los jefes de los gobiernos de los países satélites para deliberar acerca de las perspectivas militares que se ofrecen al bloque oriental. Las mismas intenciones agresivas que los gobiernos occidentales atribuyen a los orientales, adjudican estos a aquellos. De la conferencia de Varsovia saldrá constituido el ejército único y sin duda quedará establecido el cuartel general y el nombre del comandante en jefe, cargo que ya se da por adjudicado al mariscal Konev. Y mientras se realizan estas deliberaciones y se escuchan discursos como el que ayer pronunció Bulganin en la capital polaca o el que dijo el domingo en Berlín el mariscal Zhukov, resolverá el jefe del gobierno soviético acudir a la cita ofrecida por los estadistas occidentales, dispuesto sin duda hacer valer las fuerzas que lo respaldan a no ceder sino en cuestiones de detalle. La conferencia dará seguramente algunos frutos, pero es necesario que se haga aún mucho más si se quiere prevenir la explosión de una guerra absurda.
Fuera de los problemas del desarme -en relación con los cuales ha comenzado a circular un proyecto británico de ensayo aplicado ambas zonas de Alemania-, ocupará la tensión de los estadistas el problema de la unificación de Alemania y el de la situación de los países satélites de la Unión Soviética. La aparición de este último asunto en el temario rebelaría, si se confirma, la posibilidad de un nuevo planteo en lo que concierne a la seguridad europea. Desde el comienzo de las negociaciones sobre Austria ha empezado a entreverse una salida mediante la creación de una zona neutralizada entre ambos bloques. De constituirse el acuerdo de Viena, quedaría Austria en situación de neutral, condición esta que se trataría de extender a otros territorios. No sería difícil que por esa vía pudiera llegarse a una efectiva disminución de la tensión.
Cuando la conferencia de los “cuatro grandes” se realice habrá llegado el momento de estimar el alcance de la tregua que pueda lograrse. Pero es de desear que la opinión mundial se compenetre de la necesidad de superar el presunto conflicto entre los bloques, más allá de las soluciones parciales, pues su afianzamiento significará inevitablemente, más tarde o más temprano, la guerra. Bien venido, por consiguiente, este esfuerzo en favor de la paz, sobre todo si es el primer paso de una larga acción constructiva.