En una reunión prevista para hoy el Comité Ejecutivo Nacional del Partido Laborista inglés decidirá la suerte de Aneurin Bevan, jefe del ala izquierda de la agrupación, a quien el grupo parlamentario acaba de excluir de su seno. Diversas circunstancias prestarán a esta resolución acentuada trascendencia. Por el innegable prestigio del Sr. Bevan, por la significación de las posiciones que representa y por las singulares circunstancias políticas en que se ha desencadenado la crisis del laborismo, la decisión que se adopte influirá considerablemente en el curso de la vida británica.
Como es sabido, Aneurin Bevan interpeló enérgicamente al primer ministro Sir Winston Churchill, en la sesión de los Comunes del 2 de marzo, mientras se discutía el problema de la fabricación y el uso de la bomba de hidrógeno por Gran Bretaña. Disconforme con la enmienda propuesta por el jefe de su partido, Sr. Attlee, a su juicio insuficientemente clara, el Sr. Bevan le exigió que puntualizara la posición del laborismo frente a tal grave problema. “Si Attlee dice que las armas nucleares se usarán con el apoyo de los laboristas contra cualquier clase de agresión -dijo el Sr. Bevan-, no votaré la enmienda”. Así las cosas, sus partidarios negaron su apoyo a la proposición presentada por el grupo parlamentario y pocos días después este excluyó de su seno al jefe del ala izquierda, transfiriendo el problema de su posible expulsión del partido al órgano que estatutariamente debe resolverla.
La ruptura entre los dos grupos del laborismo británico ocurre en circunstancias de singular relieve. Al esperado abandono de la dirección partidaria por el Sr. Attlee, a causa de su edad, se suma el inminente retiro de Sir. Winston Churchill de la vida pública y el anuncio de la convocatoria a elecciones generales aproximadamente para octubre. En tales condiciones, la crisis Laborista amenaza seriamente las perspectivas del partido en la próxima contienda electoral; es, pues, necesario admitir que el conflicto debe tener raíces profundas y que está destinado a gravitar en el futuro político de Gran Bretaña.
No es la primera vez, en los últimos tiempos, que se habla de la expulsión del Sr. Bevan del seno del Partido Laborista. Durante el año último en más de una ocasión denunciaron sus partidarios -especialmente en “Tribune”- que las altas esferas del partido, controladas por el Sr. Attlee y los miembros del ala derecha, abrigaban la intención de llegar a resoluciones extremas. La misma actitud fue anunciada con respecto al Congreso de Trade Unions, en cuyos puestos de comando están los partidarios del Sr. Attlee. Pero la sospecha de que pudiera adoptarse una medida tan radical no disminuyó la energía del Sr. Bevan y de sus partidarios, ni entibió la defensa de sus posiciones. Si la discusión del problema de la bomba de hidrógeno sirvió para que se pusiera de manifiesto la disidencia, esta se venía evidenciando desde hace mucho tiempo a través de otros asuntos no menos fundamentales. En efecto, es posible observar diferencias de fondo entre las dos alas del partido en relación con los problemas más importantes que han debido enfrentar en los últimos años el gobierno y el parlamento británicos.
En el ámbito de la política interior, reprocha el ala izquierda del laborismo a la dirección del partido su escasa fe en la posibilidad de realizar una acción socialista más intensa. Convencido de la solidez y eficacia de la política sostenida por los laboristas desde el gobierno, el Sr. Bevan ha luchado por mantener en el seno de su partido la confianza en la necesidad de defender y acrecentar las conquistas realizadas.
Pero la disidencia fundamental entre ambos grupos reside en la conducción de la política exterior. El Sr. Bevan y sus partidarios han acusado reiteradamente al gobierno conservador de una actitud demasiado sumisa frente a Washington, hasta el punto de haber afirmado aquí que han sido indicaciones del gobierno norteamericano las que han vedado a Sir Winston Churchill proseguir con sus planes de entendimiento entre los dos bloques. Convencido de que “el mundo ha llegado un punto en que las dificultades internacionales tienen que ser negociadas, si no se quiere que la humanidad perezca”, el Sr. Bevan insiste en las perspectivas favorables que podrían derivarse de un entendimiento con los estadistas que dirigen las grandes potencias del Este. Por ello reprochó a Sir Winston que no hubiera usado su autoridad para procurarlo.
La gravedad de tal planteo proviene de que el Sr. Bevan acusa a la dirección de la política exterior británica de una dependencia que juzga particularmente peligrosa. En su propaganda ha hablado abiertamente de lo que llama “el partido de la guerra”, refiriéndose a ciertos grupos influyentes de los Estados Unidos que parecerían sostener la necesidad de la guerra preventiva. Ante la sospecha de que esos grupos influyan en las decisiones del gobierno norteamericano y, por intermedio de este, en las del gobierno británico, el Sr. Bevan declara formalmente que Gran Bretaña debe adoptar una política exterior autónoma, precisamente como la que adoptó el gobierno laborista cuando resolvió reconocer al régimen comunista chino.
Ahora bien, el Sr. Bevan considera que la dirección del partido laborista se ha complicado en exceso con la orientación que el gobierno conservador ha impreso a la política exterior británica. Si bien no se opone a la alianza occidental, el grupo del Sr. Bevan rechaza cualquier solución que comprometa demasiado a Gran Bretaña, y que la comprometa, sobre todo, con gobiernos que, como el del Dr. Adenauer, han sido categóricamente repudiados por los socialistas de su país. En el caso particular de Alemania Occidental, el Sr. Bevan se ha manifestado resueltamente opuesto a su rearme, en parte por las razones apuntadas y en parte por el temor de favorecer la política militar de los Estados Unidos. Por la misma razón ha rechazado últimamente la decisión de su partido de autorizar el uso de la bomba de hidrógeno “contra cualquier clase de agresión”.
La actitud del Sr. Bevan no difiere, pues, de la del señor Attlee y de la dirección de su partido, sino en cuestiones de matiz. Pero, sin duda, dentro de la vida institucional inglesa estos matices son muy importantes, pues una actitud más resuelta de la oposición hubiera podido influir decisivamente en las resoluciones del gobierno, sobre todo cuando está conducido por estadista tan sensible como Sir Winston. Al enfrentarse con la dirección del partido, el jefe del ala izquierda subraya la necesidad de una acción que afirme lo que juzga el punto de vista auténticamente socialista. Y sus reproches hacen blanco en los hombres que controlan la organización dificultando su acción parlamentaria y acaso comprometiendo en alguna medida su situación directiva dentro de aquella.
En este aspecto, es innegable que el cisma no carece de motivos de índole personal. El creciente prestigio del Sr. Bevan lo autoriza a aspirar a la dirección del partido, aspiración que, seguramente, estaría respaldada por buena parte de los afiliado. Independientemente de las posiciones que representa, esa aspiración contraría la de los partidarios del Sr. Attlee, que preven el próximo retiro de su jefe, y entre los cuales no faltan los que cuentan también con sólido prestigio en las filas de su partido. El conflicto está dirigido, pues, en alguna medida, hacia la eliminación de un candidato cuya jefatura sería incompatible, por ejemplo con la actuación de hombres como Morrison, Gaitskell, Phillips o Deakin.
El árduo problema se ha planteado hoy en la sesión del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Laborista. Quizá de su solución dependerá el éxito o el fracaso de la agrupación en las próximas elecciones, en las que deberá enfrentarse con un Partido Conservador del que se alejara una figura de tan inmenso prestigio como la de Sir Winston Churchill. Un nuevo quinquenio del gobierno conservador acaso comprometa fundamentalmente lo que aún subsiste de la obra del gobierno laborista. Por ello hay quienes creen que estas consideraciones y la presión que los simpatizantes del Sr. Bevan están ejerciendo sobre la opinión partidaria pueden todavía gravitar en el seno del Comité Nacional del laborismo, incitándolo a buscar una fórmula que evite la agravación del conflicto.