El viaje del primer ministro de la India a Moscú constituye uno de los acontecimientos más trascendentales de la actividad diplomática de los últimos tiempos. La opinión mundial sigue con extrema curiosidad el desarrollo de las gestiones que el Sr. Nehru viene cumpliendo hace ya varios meses en favor de la paz, y la Unión Soviética parece haber atribuido a su visita una importancia excepcional, a juzgar por el desusado recibimiento que sus autoridades le han hecho. “Tengo la convicción -ha declarado el Sr. Nehru- de que mi viaje será útil para las relaciones entre nuestros dos países”; pero es obvio que el objeto de las conversaciones que el estadista indio se propuso mantener el Moscú es más amplio de lo que da a entender esa manifestación.
En efecto, las gestiones que ahora emprende personalmente en la capital soviética el Sr. Nehru no pueden aislarse de las pacientes y prolongadas negociaciones que viene realizando en las últimas semanas su asesor para cuestiones internacionales, Sr. Krishna Menon. Como se recordará, este último fue invitado por el Sr. Chou En-lai, en ocasión de la conferencia de Bandung, a trasladarse a Pekín con el objeto de cambiar opiniones acerca del candente problema del estrecho de Formosa. El viaje del estadista indio se extendió algo más de una semana y tuvo como corolario la liberación de cuatro de los aviadores norteamericanos que estaban prisioneros en la China comunista. Poco después el Sr. Menon se dirigió a Londres, donde sostuvo prolongadas conferencias con los Sres. Eden y Macmillan, luego de las cuales acaba de emprender viaje con destino a Ottawa y Washington. Así, los dos más autorizados representantes de la política exterior india estarán conversando aproximadamente en los mismos días con los jefes de las dos grandes potencias, cuya mutua desconfianza y cuya virtual hostilidad comprometen la paz del mundo.
La diplomacia india se ha propuesto facilitar el camino para un entendimiento entre los países que encabezan los dos bloques en conflicto, afrontando los problemas concretos que en Asia y en Europa los oponen y sugiriendo soluciones reales. Pero el procedimiento seguido parece ser singularmente sutil. Tras muchos esfuerzos vanos, el Sr. Nerhu parece haberse convencido de que cualquier fórmula carecerá de valor mientras cada una de las partes en conflicto no se persuada de que la otra obra de buena fe y se dispone a cumplir los compromisos que acepta contraer. En consecuencia, su propósito, y el de su diplomacia, consiste fundamentalmente en afianzar la convicción de que es falso el principio de que “es imposible negociar”, y de que, por el contrario, hay muchas posibilidades de establecer puntos de coincidencia entre las potencias hostiles. El papel del negociador, del intermediario, parece ser, a los ojos del gobierno indio, no el del experto diplomático que propone fórmulas aceptables para ambas partes, sino el del autorizado justiciero que procura demostrar a los dos litigantes que ninguno de ellos posee la totalidad de la razón, predisponiéndolos, en consecuencia, adoptar actitudes menos radicales y más conciliatorias. Cada una de estas que se logre, vale a sus ojos más que cualquier sugerencia más o menos equívoca, porque contribuye más al restablecimiento de la confianza, último y fundamental objetivo de su gestión.
Se ha definido la política internacional de la India como “una acción catalizadora”, y la caracterización parece justa. Un enorme esfuerzo se ha realizado ya para preparar el camino de ciertas soluciones; otros igualmente denodados están efectuando en estos instantes los Sres. Nerhu y Menon. El hecho es significativo, sobre todo si se piensa que nada, sino el beneficio colectivo de la paz, puede perseguir un país como la India, abismado por sus inmensos problemas internos y constitutivamente alejado de todo propósito de hegemonía material. Y no sería hacerle un reproche poder decir de él que aspira a una suerte de hegemonía moral, pues con ello se haría, por el contrario, su mejor elogio.
Cabría abrigar el temor de que una conducta tan desinteresada y magnánima como la que ha adoptado el Sr. Nerhu pecara de utópica y se manifestara a través de una estrategia equivocada. Pero lo cierto es que la política de pacificación -más que de neutralización- que persigue parece imponerse poco a poco gracias a esa actitud y a la justeza de los procedimientos. El sentimiento que Gandhi poseía de la inmensa fuerza escondida en la buena fe se ha transmutado de curiosa manera y ha teñido los procedimientos de la cancillería de nueva Delhi.
Sin duda, la diplomacia india ha comenzado a hallar un terreno mejor preparado que antes para su acción. Las actitudes últimas del presidente Eisenhower y de los demás responsables de la política exterior norteamericana han empezado a mostrar una flexibilidad que antes no exhibían, y que parece ser compatible con la firmeza de ciertas posiciones defensivas. Por su parte, Gran Bretaña y Francia se han mostrado bien dispuestas para las gestiones de acercamiento, en tanto que en el otro extremo la Unión Soviética y la China comunista han comenzado a sorprender al mundo con gestos que parecían inconcebibles en ellas. Así, la solución del problema austríaco, la aproximación a Yugoslavia, la incitación a Rumania y Bulgaria para que busquen la alianza con los demás países balcánicos y, finalmente, la invitación al Sr. Adenauer para que visite a Moscú, son hechos que muestran a la Unión Soviética en un juego político más abierto, destinado sin duda defender sus intereses, pero por una vía que no es aquella a que habituó al mundo y que se caracterizaba por una mezcla de arrogancia y de mala fe. La China comunista, que ha sido siempre más sinuosa en su política, declaró en la conferencia de Bandung que estaba dispuesta al diálogo con el gobierno de Washington, y acaba de dar -con la liberación de los cuatro aviadores- un paso muy significativo para establecer la confianza en sus procedimientos.
Así, la línea de la diplomacia india comienza triunfar, en parte por obra de ella misma y en parte gracias al lento avance de sus puntos de vista. Acaso el gobierno de Nueva Delhi tenga que convencer a algunos todavía de que su aproximación a la China comunista es solo un paso para ajustar cierto equilibrio que, en su opinión, no correspondía a la realidad. Piensa resueltamente el Sr. Nerhu que es imposible mantener la ficción en virtud de la cual el gobierno de Pekín está ausente de las Naciones Unidas. Pero esta idea, que ha sido apoyada por Gran Bretaña y que cuenta a su favor con muchas otras opiniones, no debe ser considerada necesariamente como un ataque a los Estados Unidos. El gobierno indio cree que apoyar a la China comunista es, a la vez, un acto de justicia y un acto de sabiduría. Quizá no se tarde en comprender en todas partes, y acaso coincida ese descubrimiento con una repentina distensión de muchas actitudes que demoran la ansiada terminación de la compleja situación actual.