La traducción de la Historia de regibus Wandalorum et Suevorum de san Isidoro de Sevilla que hoy ofrecemos —como la de los reyes godos que, con un estudio analítico, publicaremos en el próximo número— no aspira a ser un trabajo de erudición filológica: ni es esa nuestra especialidad ni nos lleva a ello nuestra personal concepción de la labor historiográfica. Su finalidad es, solamente, ofrecer un texto claro y correcto de una fuente cuya poca difusión entre los estudiosos de habla hispana es lamentable, especialmente si se recuerda que es relativamente fácil encontrar traducciones en francés o en inglés de la Historia de los francos de Gregorio de Tours o de la Historia eclesiástica de Inglaterra de Beda.
En efecto, de acuerdo con el carácter que los Cuadernos de Historia de España asignan a esta sección de traducciones, nos hemos propuesto tan solo acercar al público culto a una fuente latina medieval que es preciosa para el conocimiento de ciertos aspectos de la historia de la alta Edad Media española y que es, al mismo tiempo, un valioso testimonio de la singular situación espiritual de ese período; esta fuente, como otras semejantes, es, por la escasa difusión de estos estudios en nuestro país, casi inaccesible para muchos curiosos y aun para muchos investigadores que no tienen acceso a las escasas bibliotecas donde puede encontrarse el original latino; lo es también —y acaso sea lo que más nos interesa y nos preocupa— para muchos profesores de historia que querrían y podrían utilizarla con evidente provecho para su enseñanza, que ganaría con el contacto directo de un testimonio tan significativo. Las obras históricas de San Isidoro de Sevilla, efectivamente, cuyo texto latino es menester buscar en la edición de Faustino Arévalo (S. Isidori Hispalensis opera omnia, Roma, 1797-1803), en los apéndices al tomo VI de la España Sagrada del Padre Flórez (1747 y ss.) o en la edición de Teodoro Mommsen (Monumento Germania Histórica, Auctores Antiquissimi, Tomo XI, Berlín, 1894), todas ellas de difícil acceso en la Argentina, no son conocidas fuera del estrecho círculo de los especialistas ya que no existe una traducción española accesible, fuera de la que Marcelo Macías hizo de la Historia de los suevos, y que está publicada en sus Aportaciones a la historia de Galicia (Madrid, 1939). Vale, pues, la pena hacer esta labor de divulgación de una obra histórica fundamental, característica, por muchos conceptos, dentro de la historiografía medieval, y cuya lectura proporcionará, fuera de cuanto ofrece como fuente de datos, un testimonio indirecto de la cultura de la alta Edad Media en España.
Señalemos someramente algunos datos que ubiquen al autor y a algunas de sus ideas fundamentales. San Isidoro vive en la España visigoda, entre 560, aproximadamente, y 636, esto es, antes y después de la conversión de los reyes visigodos al catolicismo. Pertenece a una familia ilustre: su padre, Severiano, era un patricio de Cartagena, que debió abandonar su ciudad cuando el levante español fue ocupado por los bizantinos en 552; desde entonces vive con su familia en Sevilla, donde su hijo mayor, Leandro, llega o ocupar la sede episcopal y donde nace su hijo menor, Isidoro.
San Leandro, cuya participación en la conversión de Recaredo al catolicismo y cuya altísima alcurnia intelectual son conocidas, fue el mentor espiritual de su hermano menor por quien tenía entrañable amor; a él debió San Isidoro los estímulos que despertaron en él esa sostenida vocación por el estudio que fue su característica esencial. Esta afición conducía su interés indistintamente hacia el conocimiento de los autores sagrados y los profanos; su biblioteca fue riquísima y allí nutrió su insaciable apetito de lectura, al tiempo que organizaba la copia de los códices cuyo conocimiento creía beneficioso divulgar. Así, guiado por el piadoso ejemplo de su hermano mayor, posibilitado por su rica colección de obras de todo género, estimulado por su celo pedagógico, que encontraba propicia ocasión de manifestarse en la escuela monacal que había fundado San Leandro y donde él enseñó, San Isidoro dedicó su vida al aprendizaje y a la enseñanza de cuanto era posible saber en su tiempo: digamos desde ahora que su obra fundamental, las Etimologías, constituyen un testimonio asombroso de ese vasto saber y un documento inestimable para conocer el alcance de la cultura de su tiempo, que él resumió en un esfuerzo que hoy nos parece inverosímil. Por ello se tornó legendaria su sabiduría y fue llamado doctor egregius.
Su obra revela —ha sido señalado muchas veces y acaso sea peligroso que la apreciación se esquematice— más capacidad de información, más riqueza de conocimiento adquirido, que no singular originalidad de pensamiento. Sus numerosas obras sobre derecho, teología, liturgia, física, ciencias naturales, etnografía y tantas otras materias, demuestran, en efecto, una curiosidad universal, una capacidad extraordinaria de lectura y de síntesis y, sobre todo, un acendrado celo por la difusión del saber, en una época en que la ignorancia amenazaba con apoderarse aun de las clases superiores de la sociedad hispano-goda: se trataba, pues, de aprender y de conservar, de salvar, digamos, del olvido definitivo, el acervo de la cultura occidental mediante su transmisión y divulgación. Acaso no poseyera San Isidoro una forma mentis rigurosamente original, pero es indudable que una misteriosa pasión lo inducía a volcar su vigoroso espíritu en esta obra de apuntalamiento de una tradición espiritual que amenazaba derrumbarse; logró su objeto y es sabido cuánto debió la cultura medieval a su ingente esfuerzo de enciclopedista.
Semejantes características tienen sus obras históricas. Integran este grupo la Chronica Maiora, el Liber de viris illustribus, y la Historia de regibus Gothorum, Wandalorum et Suevorum; acaso sea útil tener presente que hay en las Etimologías (Libro I, cap. 41-44) un pasaje en el que San Isidoro establece los caracteres de la historia. El contenido de aquellas ha sido estudiado, entre otros, por el sabio editor de los Monumenta, Teodoro Mommsen, y por el erudito historiador español Eduardo de Hinojosa; convienen ambos en que San Isidoro no hace sino compendiar a otros autores —Eusebio de Cesarea, San Jerónimo, Eutropio, Julio Africano, Víctor de Tunnuna, Hidacio— y en señalar la escasa crítica que ejercita el doctor hispalense en la elección de sus materiales, agregando, en cambio, Hinojosa que hay en San Isidoro una encomiable preocupación por destacar los aspectos civiles y espirituales de los períodos históricos que estudia. En cuanto al texto que ofrecemos hoy, las fuentes primordiales han sido Víctor de Tunnuna para la historia de los vándalos e Hidacio para la de los suevos, autores a los que sigue con bastante fidelidad, razón por la cual su interés es menor que el que nos ofrece la Historia de los godos, para la cual su testimonio es fundamental.
Para esta traducción se ha seguido el texto, ya citado, de Mommsen, al que pertenece la numeración de los parágrafos que figura al margen.
HISTORIA DE LOS VÁNDALOS
71. En la era 444 [1] , dos años antes de la invasión de la ciudad de Roma, los pueblos alanos, suevos y vándalos, incitados por Estilicón, se lanzan sobre las Galias después de haber cruzado el Rin, arrollan a los francos, y, en un impulso, llegan directamente hasta los Pirineos; rechazados de España durante tres años en aquella mole por (dos) hermanos romanos muy nobles y poderosos, Dídimo y Veriniano, vagaban por las provincias vecinas de Galia. Pero después que dichos hermanos, que defendían los desfiladeros de los Pirineos con fuerzas propias, fueron muertos —inocentes y sin culpa alguna— por el césar Constancio por sospechas de tiranía [2], los pueblos citados irrumpen en las provincias de las Españas.
72. En la era 446, los que ocupaban España —vándalos, alanos y suevos— cometen muertes y devastaciones por los caminos ensangrentados, incendian ciudades, agotan los recursos saqueados, a tal punto que, a causa del hambre, fueron devoradas por el pueblo carnes humanas; las madres comían a sus hijos, y también los animales, acostumbrados a los cadáveres de los que morían por obra de la espada, del hambre o de la peste, se lanzaban aun sobre los vivos; y de ese modo, azotada toda España por cuatro plagas, se cumplió la predicción de la ira divina escrita antiguamente por los profetas.
73. En la era 449, después del terrible exterminio de aquellas plagas con que España fue herida, los bárbaros, tornados al fin, gracias a Dios misericordioso, hacia la paz, se dividen por suertes, con miras a su posesión, las provincias. Así, pues, los vándalos y suevos ocupan Galicia, los alanos la provincia lusitana y la cartaginense, y, a su vez, los vándalos llamados silingos obtienen la Bética. Por otra parte, los españoles, abatidos en las ciudades y en los castillos restantes por las plagas, se someten en servidumbre a los bárbaros dominantes. Por entonces Gunderico, rey de los vándalos, subió el primero al poder en España, reinando en las regiones gallegas durante dieciocho años.
Gunderico, que había sitiado al pueblo suevo —roto el pacto de paz— en los montes Erbassos, abandonando el asedio, saquea las islas Baleares de la provincia tarraconense. Después, destruida Cartago Espartiaria, pasó con todos los vándalos a Bética, destruyó Hispalis, y, cumplida la matanza, se lanzó al saqueo. Gunderico, al poner irreverentemente la propia mano, con la autoridad de la potestad regia, en la basílica del mártir Vicente, de la misma ciudad, murió súbitamente por el juicio de Dios, arrebatado por el demonio delante del templo.
74. En la era 467, Genserico, hermano de Gunderico, subió a reino por espacio de cuarenta años; se dice de él que, apóstata, fue el primero que de católico pasó a la perfidia arriana. Genserico, que dejó España, cruzó desde la costa de la provincia de Bética a Mauritania y África con todos los vándalos y sus familias. Valentiniano el joven, emperador de Occidente, no pudiendo oponérsele, le concedió la paz y otorgó pacíficamente a los vándalos la parte de África que habían poseído, después que aquel aceptó la condición del juramento de que no invadirían nada más allá.
75. Sin embargo, Genserico, de cuya amistad ya nada se dudaba, violando lo sagrado del juramento, invade Cartago con el engaño de la paz y, después de atormentar a los habitantes con diversos géneros de tormento, toma en provecho de su propia autoridad sus recursos. Después saquea Sicilia, sitia Palermo, introduce el veneno arriano por toda el África, expulsa a los sacerdotes de las iglesias, hace gran número de mártires, y, conforme a la profecía de Daniel, habiendo pervertido los misterios de los santos, entrega las iglesias de Cristo a los enemigos y ordena que no sean ya más lugares de culto divino sino residencias de ellos.
76. Teodosio el menor, emperador de Oriente, se aprestaba para la guerra contra él, que no se llevó a cabo, pues, como los hunos estaban devastando la Tracia y la Iliria, el ejército que había enviado contra los vándalos fue llamado de Sicilia para defender a los tracios e ilirios.
Por otra parte, el emperador Mayoriano se dirigía desde Italia a España. Cuando preparaba algunas naves en la provincia cartaginense para cruzar contra los vándalos, estos, advertidos por medio de delatores, las arrebatan de la costa cartaginense; y así, frustrado Mayoriano en sus planes, vuelve a Italia y es muerto, cercado mediante engaños por Ricimero.
77. Al saber esto Genserico, —no contento con la devastación del suelo del África—, entra en Roma llevado por las naves, y, después de haber saqueado las riquezas de los romanos por espacio de catorce días, tomó consigo a la viuda de Valentiniano, a sus hijas y a muchos miles de cautivos. En seguida volvió a Cartago, y, después de pedir la paz por medio de legados al emperador, envió a Constantinopla a la viuda de Valentiniano, una de cuyas hijas unió en matrimonio legal con su hijo Hunerico; y así, tras la devastación de muchas provincias y las expoliaciones y matanzas de muchos cristianos, muere en el cuadragésimo año de su reinado.
78. En la era 506, después de Genserico, reina su hijo Hunerico durante siete años y cinco meses, unido en matrimonio con la hija de Valentiniano, a la que Genserico había llevado cautiva con su madre de Roma. Hunerico, enardecido también él por el furor arriano y más cruel que su padre, persigue a los católicos por toda el África, destruye iglesias, envía al destierro a sacerdotes y clérigos de todas las jerarquías, relegó también al más duro exilio alrededor de cuatro mil monjes y laicos, hizo mártires; cortó las lenguas de los confesores, quienes, con las lenguas cortadas, han hablado perfectamente hasta el fin.
79. Por entonces se corona gloriosamente con el martirio Leto, obispo de Noepte, quien, como no pudo ser manchado con la infamia del contagio arriano, aun con diversos castigos, victorioso, obtuvo de improviso los cielos. En cuanto a Hunerico, terminó miserablemente su vida en medio de los innumerables estragos de las impiedades que había cometido entre los católicos, desparramadas sus entrañas todas, como Arrio, su padre, en el octavo año de su reinado.
80. En la era 514, sucedió a Hunerico Guntamundo, quien reinó por espacio de doce años; Guntamundo, restaurando al instante la paz de la iglesia, llamó del exilio a los católicos.
81. En la era 526, muerto Guntamundo, reina Trasemundo durante veintisiete años y cuatro meses. Este, invadido plenamente por la locura arriana, persigue a los católicos, cierra iglesias, envía exilados a Cerdeña a ciento veinte obispos de toda la iglesia africana. Muere en Cartago; en su época, Fulgencio, obispo de Ruspe, brilló en nuestro dogma.
82. En la era 553, después de Trasemundo, reina Ildrix, hijo de Hunerico, nacido de la hija del emperador Valentiniano, durante siete años y tres meses. Este, obligado por su predecesor Trasemundo por medio del juramento a no restituir los privilegios a los católicos en su reinado ni abrir sus iglesias, para no violar lo sagrado de aquel juramento, antes de reinar mandó que llamaran del exilio a los sacerdotes católicos y que abrieran sus iglesias. Cuando Gilimero asumió la tiranía, lo priva de su reino y lo echa en custodia a la cárcel con sus hijos.
83. En la era 560, Gilimero se apodera tiránicamente del reino aniquilando cruelmente a muchos de los nobles de la provincia de África y apropiándose de las riquezas de muchos. El emperador Justiniano — a causa de una visión del obispo Leto, que fuera hecho mártir por el rey de los vándalos Hunerico— envía un ejército contra él con Belisario, magister militum, como jefe; e, iniciado el combate, el mismo Belisario mata a los hermanos del rey, Guntimero y Gebamundo, a los que venció en el primer encuentro; después toma al propio Gilimero cuando fugaba hacia África, en el nonagésimo séptimo año de la entrada de los vándalos.
84. Por otra parte, a la llegada misma de Belisario y antes que se produjera el encuentro, el tirano Gilimero mata al rey Ildrix con algunos de su familia. Así, pues, Belisario toma al tirano Gilimero y lo lleva a Constantinopla ante el emperador Justiniano, con las riquezas reunidas mediante el saqueo de las provincias y de África. Y de este modo, en la era 563, fue destruido con su pueblo y su raza el reino vándalo, que duró ciento trece años desde el rey Gunderico hasta la muerte de Gilimero.
HISTORIA DE LOS SUEVOS
85. En la era 446, los suevos, bajo el príncipe Hermerico, entraron en las Españas en compañía de los alanos y los vándalos y, con estos últimos, ocupan toda Galicia. Ahora bien, cuando pasaron los vándalos al África los suevos obtuvieron para ellos solos Galicia; a ellos los gobernó en España Hermerico, por espacio de treinta y dos años; sin embargo, los gallegos ejercían, en parte, el gobierno de la provincia.
Hermerico, que los asolaba con asiduas devastaciones, al fin, abatido por la enfermedad, hizo la paz con ellos.
Lo substituyó en el reino su hijo Rechila quien, enviado con gran parte del ejército, aniquiló a Andevoto, jefe de las fuerzas romanas, con muchas tropas, habiéndose iniciado el combate junto al río Singilio en la provincia de Bética, y tomándole mucho oro y plata. Desde allí entra en Emerita que estaba sitiada, y, una vez tomada, la agrega a su propio reino. Hermerico, su padre, que sufrió durante siete años una larga enfermedad, muere.
86. En la era 478, muerto Hermerico, reina su hijo Rechila por espacio de ocho años, el cual, después de la muerte de su padre, una vez obtenida Hispalis, redujo a su autoridad la provincia cartaginense y la Bética. Y en Emerita, terminó su vida, según dicen, en el culto de la gentilidad.
87. En la era 486, Requiario, hijo de Rechila, que se hizo católico, lo siguió en el reino durante nueve años. Este, que aceptó en matrimonio a la hija de Teodoredo, rey de los visigodos, y que comenzó muy felizmente su reinado, devasta las Vasconias. Parte en seguida al encuentro de su suegro Teodoredo, y, al volver en auxilio de los godos, saquea la región casaraugustana. Invade la provincia tarraconense que estaba sometida al Imperio Romano. Entrega al saqueo las regiones cartaginenses que Rechila, su padre, había restituido a los romanos. Finalmente, habiendo entrado en España Teodorico, rey de los godos, comienza la lucha contra él, y, puesto primeramente en fuga es luego tomado prisionero y muerto.
88. En la era 495, muerto Requiario, los suevos, que permanecieron en las regiones extremas de Galicia, hacen rey a Maldras, hijo de Massila. En seguida, divididos en dos partidos, unos designan rey a Frantan y otros a Maldras. Muerto Frantan, los suevos que estaban a su lado siguen sin demora a Rechimundo y, después de concertada la paz con Maldras, saquean juntos la Lusitania. En el tercer año de su reinado, Maldras es degollado por los suevos.
89. En la era 498, muerto Maldras, surge una disensión acerca de la autoridad real entre Frumario y Rechimundo. Pero Frumario, con tropa de los suevos que tenía, devasta con gran destrucción el convento jurídico de la ciudad de Flavia. Rechimundo devasta igualmente las inmediaciones de los auregenses y las costas del convento jurídico lucense.
90. En la era 502, muerto Frumario, Remismundo, convocados los suevos, bajo su autoridad por derecho real, restablece la paz con los gallegos, envía legados con miras a una alianza al rey de los godos Teodorico, de quien, además, recibió, por medio de enviados, armas y a la que sería su esposa. De allí pasó a Lusitania, y saqueó Conimbrica engañada por la paz. También ocupó Olisipona por medio de la traición de Lusidio, un ciudadano de la misma que gobernaba allí. En ese tiempo, Alax, gálata de origen, que —entre los suevos y con el auxilio de su rey— se hace apóstata y arriano, enemigo de la fe católica y de la divina trinidad, salió de la región gallega de los godos llevando ese virus pestífero y corrompe a todo el pueblo de los suevos con ese contagio mortal. Después que muchos reyes de los suevos permanecieron en la herejía arriana, finalmente recibió la potestad real Teodimiro, quien, inmediatamente después de destruir [91] el error de la impiedad arriana, recondujo a los suevos a la fe católica, con el apoyo de Martín, obispo del monasterio de Dumio, ilustre por su fe y su ciencia, por cuya dedicación no solo se extendió la paz de la iglesia sino que también se hicieron muchas creaciones dentro de la organización eclesiástica en las regiones de Galicia.
Después de Teodimiro es hecho príncipe de los suevos Miro, que reina por espacio de trece años. Este llevó la guerra contra los rocones en el segundo año del reinado. Después, en auxilio de Leovigildo, rey de los godos, y contra su hijo rebelde, va a asaltar Hispalis; y allí cerró el término de su vida.
92. A este sucede en el reino Eborico; todavía adolescente, es privado del reino por Audeca que asume la tiranía, y, después de hacerlo monje, lo condena a un monasterio. Pero la sentencia no se prolongó mucho tiempo pues Leovigildo, rey de los godos, que lleva la guerra contra los suevos, inmediatamente después de ganar aquel reino, depuso a Audeca y, después de tonsurado, tras los honores reales lo sometió a los deberes del presbiteriado. Así, fue justo que lo que él había hecho con su rey, lo sufriese él mismo por su parte con análogas vicisitudes. Así, pasa a los godos el destruido reino de los suevos que duró, según ha sido escrito, ciento setenta y siete años.
[3]
Notas
1 La era hispánica debe reducirse a la era vulgar reduciendo 38 años.↩
2 “Tiranía” es usado en el sentido de autoridad ilegal.↩
3 Me complazco en agradecer a la Srta. Castagnino la resolución de las dudas que me ha planteado esta traducción.↩