Una vez más, el gobierno soviético ha considerado oportuno dirigirse a los de las potencias occidentales para promover la reunión de una conferencia general europea destinada a organizar un sistema colectivo de seguridad. La nota entregada el 13 del actual al gobierno francés reitera en términos generales los puntos de vista expresados en sus anteriores propuestas sobre conferencias de paz, aunque es posible advertir en aquella algunos aspectos novedosos. Pese a ello, la reacción suscitada en los destinatarios ha sido la misma que la que provocaron los documentos similares enviados con anterioridad y puede descontarse que la invitación será rechazada. Con todo, los términos de la propuesta soviética, así como los comentarios que la han acompañado a uno y otro lado de la “cortina de hierro”, permiten suponer que pueda derivarse del estado de ánimo de los estadistas orientales algún nuevo planteo de la situación internacional.
Como es sabido, el gobierno soviético inició su ofensiva contra la alianza occidental en la conferencia de Berlín del mes de febrero, oponiendo a los planes de las potencias democráticas un proyecto de alianza europea. La propuesta fue reiterada luego de tres oportunidades, sosteniendo los países occidentales que nada había en los repetidos proyectos soviéticos que modificara la situación actual, pues no se descubría la decisión de solucionar la de Austria y Alemania en términos satisfactorios para ellos. En efecto, las sucesivas notas soviéticas se mantenían en un plano declarativo de buenas intenciones, sin que se aportaran soluciones prácticas para las difíciles circunstancias creadas en el centro de Europa. Asimismo, el hecho de que su presentación coincidiera con ciertos momentos críticos en el seno de la alianza occidental movía justificadamente a pensar que su finalidad era fundamentalmente estratégica, pues además del objetivo general de propaganda que se advertía era fácil comprobar que estaban destinadas a dificultar la solución de aquellas situaciones.
Afortunadamente, la firma del Acta de Londres y luego de los Pactos de París ha puesto fin a las pequeñas disidencias que dificultaban la concertación de lo que hoy es la Unión Europea occidental, cuya ratificación se da por asegurada. Es, precisamente esa certidumbre la que ha conducido al gobierno soviético a emprender el 13 del actual, una gestión que seguramente ha juzgado decisiva. Ante la inminencia de la formalización de la alianza occidental, que incluye a la República Federal Alemana, el gobierno de Moscú ha querido intentar un último movimiento para disgregar las fuerzas ahora agrupadas y justificar, si no lo consigue, la conclusión de una alianza militar con sus satélites. En tal sentido, las declaraciones de la nota soviética, comentadas por los funcionarios y por la prensa, no dejan lugar a duda, pues prevén que la reunión proyectada para el 29 del actual se realizará “con los países que acepten la invitación”; no serán estos, naturalmente, sino los que tienen ya una situación de dependencia frente a Moscú y que constituirán, claro está, un bloque militar para responder a la amenaza occidental”.
Dicha situación de dependencia de las llamadas “democracias populares” es tan notoria que la formación de tal bloque con ellas no significa novedad alguna, excepto en cuanto manifiesta públicamente la decisión del gobierno soviético de regularizar su sistema de alianzas. Pero esa situación carece de novedad, pues las potencias occidentales descontaban la existencia de este bloque, y precisamente porque temían su amenaza han realizado el sostenido esfuerzo diplomático que acaba de fructificar en la Unión Europea Occidental. La única novedad consistiría, en todo caso, en la intención, ahora evidente, de rearmar Alemania Oriental, que por otra parte poseía ya fuerzas considerables y estará en condiciones de militarizarse rápidamente bajo la protección del secreto que prevalece en toda la región oriental de Europa.
Teniendo en cuenta esas circunstancias, los gobiernos de las potencias occidentales han anticipado directa o indirectamente su firme decisión de no concurrir a la reunión proyectada por Moscú para el 29. Todos ellos han convenido que sería nefasto emprender conversación alguna con las potencias orientales antes de la ratificación de los Pactos de París, y parece seguro que estos, aprobados por la Cámara de los Comunes, lo serán también por los demás parlamentos. Acaso para entonces los países del bloque oriental hayan realizado su proyectada reunión y quizá se haya anunciado la decisión de las “democracias populares” de constituir una alianza militar análoga a la del Tratado del Atlántico. De ser así, la situación diplomática y política de Europa habrá entrado en una nueva fase.
En efecto, cabe preguntarse si el gobierno de Moscú volverá a repetir sus ofrecimientos de “coexistencia pacífica” una vez que tenga que tratar con un bloque fuerte y organizado, inmune a los sorpresivos ataques y a las maniobras inescrupulosas. Porque ese sería, en rigor el momento de comenzar a tratar el problema de la paz, precisamente cuando ambos contendientes se hallen en igualdad de condiciones. Son varios ya los estadistas occidentales que se han manifestado dispuestos a iniciar conversaciones con el gobierno soviético después de la aprobación de los pactos de París. Prácticamente, todos los jefes del gobierno europeo han admitido esa posibilidad como muy deseable, y no hay duda de que Sir Winston Churchill encabezaría la campaña para lograr una reducción de la tensión internacional, solucionando, de acuerdo con su conocido punto de vista, los distintos problemas parciales que componen el complicado sistema de resistencias recíprocas. Pero queda por ver si, para entonces, la política de los que se denominan “pueblos amantes de la paz” mantiene los mismos términos que cuando el bloque occidental se presentaba dividido.
No es, sin embargo, imposible que ello ocurra. Si, como suponen muchos estadistas europeos, el móvil principal de la ofensiva diplomática de Moscú ha sido el deseo profundo de mejorar sus relaciones con Occidente, puede admitirse que, perdida esta ocasión que consideró óptima, se avenga a negociar en otras menos favorables. No es imaginable que Moscú haya abrigado la certidumbre de que las potencias occidentales se preparaban para atacarla; y es posible que, con su proverbial realismo, acepte las nuevas circunstancias para replantear el problema de la tensión internacional. Los países democráticos, por su parte, son naturalmente “amantes de la paz” -por principios y por temperamento- y sin duda harán todos los esfuerzos necesarios para lograrla, una vez alcanzado el mínimo de seguridad que aconsejaba la experiencia. Es lo que, a mayor abundamiento, se deduce de manera inequívoca del discurso pronunciado ante la UN por el Sr. Mendès-France, al propiciar una reunión de los “cuatro grandes”, pero después de ratificar los pactos de París. Tal contraofensiva diplomática, que halló enseguida el apoyo de Washington y de Bonn y contaba por adelantado con el de Londres, ayudará, sin duda, a aclarar perspectivas y definir actitudes.