La pasión por la historia. 1970

Pregunta: Profesor Romero, ¿qué le ha movido a presentarse para optar por la adjudicación de la beca Guggenheim?

Respuesta: Yo ya había obtenido una vez la beca Guggenheim —hace ya casi veinte años—, y gracias a ella pude pasar un año trabajando en la biblioteca de la Universidad de Harvard. Fruto de esa investigación comenzada allí es mi libro sobre La revolución burguesa en el mundo feudal . Ahora, al encarar la continuación de ese trabajo, tropecé con la dificultad de que el tema me exigía una larga estancia en Europa. Pensé entonces en volver a solicitar la misma beca, no sólo porque es generosa sino también porque se otorga a investigadores formados y no requiere ninguna formalidad.

P.: ¿Quiere decir que le ha sido concedida la beca sin compromiso alguno de su parte?

R.: Un becario Guggenheim no tiene que rendir cuentas de su trabajo, ni presentar informes, ni justificar cómo empleó su tiempo. Se supone que es una persona de extremada responsabilidad. En mi caso, sería muy difícil justificar el uso de mi tiempo. Yo me propongo estudiar el desarrollo de las culturas urbanas, y el libro que preparo —continuación del que he citado—, quizá se titule De la ciudad gótica a la ciudad barroca. Es un tema que estudio hace veinte años, sobre el que sé ya muchas cosas e ignoro otras tantas.

P.: Hay que reconocer no obstante que una beca en esas condiciones, si bien implica una gran libertad, por otra parte compromete al beneficiado a una gran responsabilidad moral…

R.: Es que no puede ser de otra manera, pues sería tonto que se me exigieran precisiones acerca de lo que voy a hacer. En algunos casos voy solamente a mirar, porque lo que vea constituirá un fundamento inestimable de las ideas que quiero elaborar. No se puede hablar de ciudades sin haberlas visto, independientemente de toda la investigación que pueda hacerse en el gabinete sobre ellas. La beca Guggenheim me permite trabajar libremente, llenar todos los huecos de mi experiencia visual y enriquecer mi conocimiento con esa experiencia.

P.: Usted ya ha viajado al exterior varias veces. Las tareas que desarrolló entonces ¿constituyen el antecedente o tienen alguna relación con las que se propone efectuar ahora?

R.: En rigor, siempre he viajado como un estudioso. Mi campo es el de la investigación social y cultural de la historia europea, con un fuerte énfasis en la Edad Media, y en estos momentos con un vivo interés hacia los procesos que entonces se generan y se desarrollan en los siglos subsiguientes hasta hoy mismo. He visitado en Europa alrededor de doscientas ciudades, pero hace poco descubrí que siempre las he mirado como un medievalista. Ahora quiero mirar cómo evolucionó la ciudad gótica. Pero estas observaciones no podría hacerlas sin la larga experiencia que en viajes anteriores he acumulado sobre la ciudad medieval.

P.: ¿Cuáles han de ser la temática o cuestiones concretas cuyo desarrollo constituye el objeto de la beca que le ha sido adjudicada?

R.: No es fácil responder sintéticamente a su pregunta. Mi punto de partida es la formación de las burguesías urbanas, que creo haber estudiado a fondo en mi libro sobre La revolución burguesa Mi pregunta actual es cómo evolucionaron esas burguesías. Por una parte tuvieron un comportamiento uniforme frente a la tradicional estructura socioeconómica de tradición feudal: lucharon contra ella tratando de introducirse en su seno para compartir su control y sus beneficios, y simultáneamente crearon una estructura paralela, fundada en la economía de mercado que controlaron plenamente. En este sentido puede decirse que las burguesías tuvieron un comportamiento uniforme en toda Europa.

P.: ¿Quiere significar entonces que en ese comportamiento uniforme no cabían las diferenciaciones?

R.: Por supuesto que las hubo, y muchas, ya que por otra parte, las burguesías constituyeron grupos sociales locales muy cerrados dentro de sus ciudades y muy celosos de sus tradiciones urbanas. Desde este punto de vista las burguesías tuvieron comportamientos muy variados. Cada una de ellas se constituyó de manera singular a través de diversas luchas con las clases tradicionales dentro de ciertas posibilidades de desarrollo, y con determinadas tendencias internas que unas veces conducían a la formación de sociedades abiertas y otras a sociedades cerradas con escasa movilidad y grupos privilegiados y exclusivistas.

P.: Lo que, resumiendo, quiere decir que existieron dos clases fundamentales de comportamiento en la burguesía.

R.: En efecto, y mi preocupación —y el punto de partida de mi investigación— es hallar las relaciones entre los comportamientos uniformes de las burguesías y sus comportamientos locales. La burguesía mediterránea —la de Barcelona, la de Génova, la de Marsella— coincidía, en líneas generales, en cuanto a la actitud frente a la estructura señorial, con la burguesía de Arras, con la de Lübeck, con la de Praga. Pero sus estilos de vida eran profundamente distintos. Yo quiero profundizar esos estilos de vida para enriquecer la imagen del comportamiento burgués a través de sus variantes reales, de sus diversos matices, de sus polos. Por eso procuro indagar los alcances de la crisis religiosa del mundo moderno, en la que veo un principio de polarización de las dos formas mayores del comportamiento burgués.

P.: ¿Qué ciudades visitará durante su viaje?

R.: En algunos casos voy a ver ciudades que no conozco. Quiero observar Dakar, como tipo de ciudad negra, y luego un grupo de ciudades musulmanas: Casablanca, Marakesh, Fez, Tánger, Túnez. Estas últimas constituyen un tipo urbano muy definido y de importante influencia en las ciudades mediterráneas. En una segunda etapa visitaré las ciudades italianas, belgas, holandesas e inglesas, especialmente algunas como Edimburgo y Bath, que no conozco. En la tercera recorreré Augsburgo, Munich, Viena, Budapest, Praga, Cracovia, Danzig, Estocolmo, Oslo, Copenhague. Y finalmente, en setiembre, viajaré a Nueva York.

P.: La exclusión de Jerusalem de su itinerario, ¿a qué se debe?

R.: Jerusalem no está excluida sino postergada. Es un problema de circuito. Pero tengo la esperanza de visitarla en mi próximo viaje. Yo visité en 1957 la ciudad moderna. Pero ahora tengo la obsesión de conocer la vieja ciudad. Espero que en 1972 pueda llegar hasta ella, porque es un arquetipo urbano que ha gravitado mucho en la idea misma de la ciudad.

P.: Hemos analizado extensamente la índole de sus colaboraciones para “HEBRAICA”. Pero, ¿cómo expresaría usted, a modo de síntesis y anticipo, el espíritu de sus futuras notas?

R.: Si he aceptado enviar a “HEBRAICA” estas notas es porque confío en que algo tendré que decir, como para que algunas de ellas pueda interesar a un público general, culto y curioso. Pero no me he hecho todavía un plan, ni sé si se ajustarán todas a un plan único. Quiero dar una imagen de aquellas ciudades que encarnen un prototipo, y destacar esos rasgos tal como se ofrecen al observador contemporáneo. Quizá lo más llamativo sean siempre las formas de vida, no por lo que tengan de pintoresco sino por lo que tienen de representativo de actitudes profundas. Por lo demás, no faltarán las ob-servaciones sobre los grandes problemas del mundo contemporáneo que —en el mundo occidental, al menos— son problemas urbanos.

P.: ¿Se podría sostener entonces que, en la civilización a la cual nosotros pertenecemos, “hechos urbanos” y “hechos sociales” prácticamente son una misma cosa?

R,: En el sentido expresado sí. Los hechos de la política, inclusive, tienen una fisonomía que sólo se explica por el contorno urbano en que se desenvuelven. La violencia, los hippies, el disconformismo, son problemas urbanos. Pero también lo son los de la política de masas, puesto que las masas constituyen un fenómeno de las ciudades. Creo que, de estas últimas, de las que elija podré dar una visión en la que se combine lo antiguo y lo moderno, puesto que, en rigor, una ciudad es eso: una forma de vida histórica continua en la cual la coherencia termina siempre por predominar sobre las irrupciones de factores aparentemente heterogéneos.

P.: Dentro de ese contexto, ¿cómo aprecia usted los problemas de la ciudad de Buenos Aires, al comienzo de 1970?

R.: El problema que me propone es muy arduo. Yo he estudiado mucho algunos aspectos de la historia de Buenos Aires, pero no he logrado el grado de objetividad que he podido alcanzar con respecto a otras ciudades que conozco, naturalmente, menos. Yo no soy un urbanista, y no puedo atenerme a planteos que ponen el acento en los problemas físicos de la ciudad, con una marcada preocupación por los hechos actuales y una predominante preocupación por las consecuencias prácticas del examen de la vida urbana. Yo soy nada más que un historiador social.

P.: Permítame que insista, profesor Romero, en rogarle una definición más amplia aún.

R.: Trataré de ser más explícito. Para mí Buenos Aires, como cualquier otra ciudad, es la expresión de un sistema social, cuyas formas locales se expresan en un hábitat. Si yo tuviera que profundizar la historia de Buenos Aires —e indirectamente el análisis de sus problemas físicos actuales— pondría el acento, primero, en el estudio de la formación de esa extensa clase media urbana, que es la protagonista del proceso de formación y trasformación de la ciudad, y luego, en la trasformación de los estratos populares que han contribuido a los cambios masivos que hoy advertimos. Y, como en todos los casos de análisis urbano, no perdería de vista los problemas regionales y nacionales que se vuelcan sobre la vida urbana porteña, y en los que residen las causas ocultas de fenómenos que la ciudad opera por razones ajenas a su misma evolución.

P.: Su aceptación para colaborar en exclusividad durante este año en la revista “HEBRAICA” nos honra y satisface profundamente. Acentúa aún más nuestras responsabilidades periodísticas e importa una suerte de juicio sobre nuestra publicación. Inclusive así, sería alentador conocer su apreciación acerca de esta labor nuestra.

R.: Usted me pregunta algo que ya sabe. Tengo una vieja debilidad por la Sociedad Hebraica Argentina, que cumple una obra ejemplar. Hoy es una de las mejores tribunas de Buenos Aires, y es un modelo de amplitud de espíritu, de libertad y de inquietud por todos los problemas de la sociedad y la cultura. Es una tribuna donde un hombre dispuesto a no ocultarse nada de lo que pasa se encuentra cómodo y es bien recibido. Ahora, la revista “HEBRAICA” expresa esa actitud de otra manera. La he leído con cuidado y la encuentro singular, porque es ágil como una revista y severa como un vehículo de difusión de pensamiento. Tenemos una vasta experiencia de revistas en Buenos Aires, y “HEBRAICA””, con sus dos primeros números, la ha enriquecido con un tipo de publicación que se acerca a los semanarios informativos en cuanto a frescura y agilidad, pero que los sobrepasa por la seriedad y profundidad de su intención.

P.: Por último Prof. Romero ¿podríamos conocer las motivaciones que lo han decidido ha elegir a “HEBRAICA” para trasmitir las conclusiones inmediatas de su amplio e importante viaje?

R.: Usted me pregunta por qué he elegido a “HEBRAICA” para proponerle estas glosas, y yo le respondo que no sé en que otra revista hubieran podido tener cabida, sabiendo yo que no poseerán un interés periodístico inmediato. Compondrán un material para lectores curiosos y sin apremio de tiempo, pero no lucirán la pasajera novedad que los hombres de prensa suelen exigir al autor de notas de viaje. Yo no tengo el oficio de los profesionales de la noticia ni la aguda percepción de lo cotidiano. Los hechos se me proyectan en profundidad y no podría aceptar el compromiso de escribir crónicas de actualidad. Mas no porque no la sienta, sino porque la traduzco enseguida en procesos significativos. Las notas exhibirán, estoy seguro, tal carácter, y con él, sólo esta singular revista podrá acogerlas sin que se me reproche de que son “poco periodísticas”.