Con la sesión celebrada el viernes en el palacio Anunda Samajom, en Bangkok, ha finalizado la conferencia de la Organización del Tratado del Sudeste del Asia (SEATO), reunida para poner en ejecución las decisiones adoptadas en Manila en septiembre de 1954. La ocasión parece haber sido propicia para que los estadistas de las principales potencias occidentales confronten sus puntos de vista acerca de los principales problemas asiáticos, y puede esperarse que el intercambio de ideas favorezca el desarrollo de una política justa y equilibrada frente a ellos, sin perder de vista las otras posiciones que se han manifestado y que constituyen datos importantísimos para el desenvolvimiento del proceso.
El comunicado expedido al término de las sesiones de la conferencia de Bangkok demuestra que, en lo fundamental, los países participantes han llegado a un acuerdo. Gran Bretaña se ha manifestado decididamente partidaria de la constitución y funcionamiento de un consejo permanente de embajadores, junto al cual funcionará un comité militar encargado de estudiar el problema de la defensa contra la agresión armada. Todos los delegados, y especialmente el de Pakistán, han destacado la necesidad de dedicar preferentemente atención a las formas de ayuda económica, sosteniendo que solo un acelerado progreso en ese terreno y la consiguiente elevación de las condiciones de vida pueden asegurar el éxito de la campaña contra la infiltración comunista. Puede admitirse que han quedado diseñadas las líneas de acción con respecto a esos problemas fundamentales.
Para estimular la diligencia de los participantes se hizo notar en Siam el peligro que constituye para su independencia la existencia de un ejército comunista siamés en la frontera china. Pero, sin duda, la situación más grave en relación con los objetivos de la SEATO es la de Vietnam. Los Estados Unidos acaba de hacerse cargo de la reorganización del ejército de Vietnam meridional, en tanto que ambos grupos indochinos -el Vietnam septentrional, comunista, y el Vietnam meridional, democrático- se preparan para afrontar en las mejores condiciones posibles la consulta popular prevista para 1956 por los convenios suscritos en Ginebra el año pasado. Las derivaciones posibles de esa situación de expectativa han sido estudiadas atentamente y su análisis condiciona la política a seguirse en el sudeste de Asia.
Frente a esta nueva afirmación de la política de bloques, el grupo de Colombo ha reiterado su posición de prescindencia. Mientras se prepara activamente en la conferencia afroasiática de Bandung (Indonesia), organizada para el próximo mes de abril, a la que se aprestan a concurrir países comunistas y no comunistas, el primer ministro de Birmania, Sr. U Nu, ha declarado categóricamente en Rangún que “sería una locura” que su país se pusiera al lado de uno u otro bloque. Excepto Pakistán, las naciones del grupo de Colombo comparten esta opinión, y el Sr. Nehru ha repudiado enérgicamente la política de la SEATO. Esta circunstancia debilita considerablemente la fuerza del Commonwealth británico, otros de cuyos miembros -especialmente Australia y Nueva Zelandia- son partidarios de una acción enérgica, en estrecha comunidad con los puntos de vista del Sr. John Foster Dulles.
La actitud de China comunista y la Unión Soviética frente al problema del sudeste del Asia es ahora menos categórica. Aunque se denuncia enérgicamente lo que llaman propósitos ofensivos de las potencias occidentales, no incluyen dentro de su cotidiana acción de propaganda la situación de Indochina, que parece haber pasado a un segundo plano de interés. Por lo demás, los movimientos que pudieran desencadenarse contra Siam o Laos no podrían tener la lejana justificación del movimiento del Vietmin, que tenía una larga historia; y fijados con precisión los puntos de vista de la SEATO, es verosímil que solo en condiciones muy favorables se reiterara una ofensiva que contara con el apoyo de los comunistas chinos en esa región.
Un hecho singular, sin embargo, debe destacarse entre las que menciona el cable: la negativa del Sr. Eden a que figurara la palabra “comunismo” en el comunicado expedido al fin de la conferencia de Bangkok. Gran Bretaña quiere asignar caracteres del proceso nacional al que se desarrolla dentro de cada uno de los países y procura evitar las connotaciones de cruzada ideológica que pudieran comprometer su política.
Sin duda se relaciona esta actitud con la que su gobierno ha adoptado frente al problema chino, en términos tales que suponen una franca oposición al criterio sustentado por el gobierno de Washington. Indudablemente esperaba el gobierno de Londres que, en vísperas de su viaje a Bangkok, demostrara el Sr. Dulles una posición más flexible en relación con el problema de las islas costeras de China. Por el contrario, en el discurso que pronunció el secretario de Estado norteamericano en la Asociación de Política Internacional de Nueva York el día 16 dio a entender que quedaba abierta la posibilidad de que los Estados Unidos defendieran las islas de Quemoy y Matsu. Al justificar los puntos de vista de su gobierno, manifestó: “Si las poblaciones no comunistas del Asia llegan a pensar algún día que sus aliados de Occidente están dispuestos a retirarse cada vez que el comunismo amenaza a la paz, entonces toda la región podría llegar rápidamente a hacerse indefendible. En la situación actual no se verían beneficiadas ni la causa de la libertad ni la defensa de los Estados Unidos, como tampoco la paz y la seguridad mundiales, si se debilita la fe de los pueblos libres del Asia respecto a nuestro poderío y nuestra voluntad de emplear ese poderío para frenar a quienes amenazan la libertad violentamente. Por conducto del Congreso, el pueblo norteamericano ha hecho constar su decisión. El poder ejecutivo la considera lógica y la ejecutará cumplidamente”.
Tales declaraciones han causado desaliento en Londres, donde se siguen buscando las fórmulas para llegar a una cesación del fuego en China. No constituye un hecho insignificante el que, en estos mismos días, haya concluido sus gestiones en Pekín una misión comercial británica, que ha formalizado contratos por un valor de cuatro millones de libras esterlinas. Se trata de hechos vinculados entre sí, en cuanto revelan la firme convicción británica de la posibilidad de establecer acuerdos duraderos y provechosos para ambas partes, con la condición de que se tornen más flexibles las actitudes de cada una de ellas.
Todo hace suponer que, al margen de la conferencia de Bangkok, se han desarrollado conversaciones entre los señores Eden y John Foster Dulles, destinadas a aclarar y defender los respectivos puntos de vista. El hecho de que las esferas oficiales británicas hayan permitido que se trasluzcan las objeciones que el gobierno de Londres formula al punto de vista norteamericano revela que está dispuesto a echar todo el peso de su influencia en favor de soluciones transaccionales, que podrían concluir en una paz de hecho en China. Sabe la diplomacia británica que no es peligroso dejar en pie las reclamaciones de derecho cuando las situaciones de hecho son sólidas. Y para lograr una solución negociada, recurrirá a todos sus medios de persuasión frente al secretario de Estado norteamericano.
Solo cabe esperar que las propuestas británicas quepan dentro del planteo estratégico de los Estados Unidos, que es, sin duda, el que orienta y dirige su posición diplomática.