La historia universal de las artes plásticas de J. Romero Brest. 1946

Aquel a quien la historia se le presenta, ante todo, como historia de la cultura, y a quien, por afinidad y por vocación, atraen los problemas nacidos del juego inagotable de las ideas, suele hallarse con harta frecuencia ante un renovado problema de iniciación. Ante los llamados de la curiosidad intelectual, que le llegan desde las más lejanas regiones, está obligado, si quiere lograr nuevos datos y nuevos puntos de vista, a comenzar en cada caso cierta forma de aprendizaje. Quien llega a la historia de las ideas, por ejemplo, desde el limitado campo de las ideas estrictamente historiográficas y filosóficas, puede descubrir cierto día que hasta ese instante le ha sido vedado un vasto panorama, y a partir de entonces comprende que no le debe ser ajeno si quiere totalizar su visión. Y entonces, después de tener que afrontar la dura tarea de corregir más de un criterio de los que condicionan el campo que le es más familiar, se ve precisado a empezar con heroica humildad el aprendizaje de muchas cosas que son imprescindibles para poder afirmar, en ese nuevo territorio, aun la más somera noción.

Hay en estas reflexiones el fruto de una experiencia personal. En busca de materiales para la historia general de las ideas, he llegado hasta este nuevo libro de Jorge Romero Brest, porque prometía un panorama general de las artes plásticas con referencia a los problemas conceptuales y una visión orgánica de su desarrollo en estrecha conexión con los fenómenos generales de la cultura. Sin duda, también porque sabía qué calidades lo caracterizan como hombre de investigación y sensibilidad. Pero sobre todo porque esperaba hallar lo que no es frecuente que las historias del arte den al lector no especializado: la visión de los fenómenos de creación estética en relación con las otras formas de actividad histórica. La curiosidad se ha visto satisfecha, porque, en efecto, Romero Brest ha logrado lo que prometía. Mi experiencia —la del hombre que descubre un panorama que no le era familiar sino muy fragmentariamente— me ha servido para cotejar viejas convicciones, y en esta labor he aprendido muchas cosas en cuyo aprendizaje he medido la calidad de este libro como guía eficaz. Por eso, y aun juzgando que es algo temerario escribir sobre un tema que empieza a descubrirse, me he atrevido a dar cuenta de la aparición de la Historia de las artes plásticas de Romero Brest, para señalar lo que más y mejor descubro en ella: su significación en el campo de la historia de las ideas.

Es difícil que un libro americano cause fuerte y decisiva impresión en un lector hecho a los productos de la ciencia europea, sobre todo si su tema es, como en este caso, el examen de un problema universal. Quien suele citar autores franceses, ingleses o alemanes para apoyar sus opiniones sobre la pintura de Leonardo, se resiste a invocar un nombre americano. No hay en ello, sin duda, sino un prejuicio injusto, largamente justificado acaso, pero falso en sí mismo. Ante la obra que comienza a publicar Romero Brest puede afirmarse que estamos en presencia de un esfuerzo original de alto valor, que soporta el cotejo más severo; y acaso corresponda decir que siendo una de las pocas que sobre este tema han aparecido en América, ha alcanzado su objetivo con una dignidad que justifica el elogio, sobre todo, por la escasa tradición que tienen en nuestros países estos estudios. Acaso pueda disentirse —y no hay libro análogo del que no pudiera decirse lo mismo— con una opinión o con un juicio de valor de los que el autor expone. Pero el lector que quiera lograr una visión panorámica y coherente de la evolución de las artes plásticas hallará en este libro una guía profunda y clara, afirmada en la vasta experiencia visual del autor, en su fina sensibilidad para lo plástico y, sobre todo, en la amplitud de su cultura, requisito este último que no es el más frecuente en los especialistas.

Decía Élie Faure, justificando su posición estética ante las críticas que suscitaba su concepción del desarrollo artístico, que no alcanzaba a concebir una historia del arte que no fuera una transposición poética del poema plástico creado por la humanidad. Con ello confesaba lo absoluto de su punto de vista, erigido por él en sistema inexcusable de toda interpretación del desenvolvimiento universal de las artes. Romero Brest nos proporciona un ejemplo de otra posibilidad. Las artes aparecen en su Historia referidas constantemente a criterios de valor, y esos valores se nos aparecen destacados en cuanto tienen de universales y perennes, pero también en cuanto tienen de históricos y de determinados por la concepción peculiar de cada época y cada cultura. De ese modo, Romero Brest procura realizar una transposición de los hechos artísticos no al plano poético, sino a un plano conceptual, desde donde desciende hasta el de la comprensión histórica, en el que la temporalidad de las realizaciones del valor estético ni oculta ni esquiva su integración en un coherente proceso universal. Así considerada, la historia de las artes plásticas resulta ser un conjunto de capítulos de la historia general de la cultura, pero, al mismo tiempo, toda una historia del espíritu creador en cuanto se expresa bajo formas plásticas. He aquí por qué, a mi juicio, la historia de la cultura se enriquece con este aporte de Romero Brest más de lo que lo hiciera con otros similares, más extensos y minuciosos muchos, más sensibles, quizás, otros a ciertas calidades poéticas, pero casi todos menos ajustados a una idea directriz que de sentido al proceso histórico del desenvolvimiento de la creación.

De la Historia de las artes plásticas de Romero Brest solo han aparecido ahora dos volúmenes. El primero es una Introducción a la historia de las artes plásticas; el segundo, una Historia de la pintura. El autor promete completarla, en breve plazo, con tres nuevos tomos: La arquitectura y la escultura, Las artes derivadas y Las artes plásticas contemporáneas. A través del primer volumen puede lograrse una idea acabada del punto de vista teórico desde donde el autor enfoca el panorama; a través del segundo, de cómo realiza su plan, analizando el proceso de la pintura según ese punto de vista. Estamos ya, pues, en presencia de un sistema interpretativo de las artes.

Aparentemente extensa, la obra de Romero Brest es, más bien, un apretado ensayo. El autor —él mismo nos lo declara— no comparte la opinión tan frecuente de que la historia del arte deba ser solamente historia de los hechos artísticos; cree, en cambio, que debe ser, más bien, un intento de comprensión parcial y total a un tiempo de esos hechos, en estrecha conexión con el vasto panorama de la cultura que le sirve de fondo. A eso se debe que no cubra sus páginas la larga enumeración de nombres de artistas y de obras; solo los que en la exposición de sus caracterizaciones de conjunto resultan imprescindibles aparecen citados y analizados. En cambio, por sobre la mera mención de los hechos artísticos Romero Brest coloca la exposición de las ideas estéticas que los nutren, las circunstancias que los explican, el sistema de ideas dentro del cual vive el artista o contra el que se revela el genio creador. Esta radical complejidad con que percibe el hecho artístico no es, sin duda, su menor mérito.

Pero como su visión es, ante todo, un cuadro coherente y regido por un sistema de ideas, Romero Brest comienza por presentar al lector cuáles son los supuestos que, a su juicio, obran en los fondos oscuros de la inspiración plástica y cuáles son, en consecuencia, las claves que pueden guiar al espectador contemporáneo. A eso está dedicada la primera parte del primer volumen de su obra, que él titula Los principios. Allí explica con una claridad sin concesiones las nociones fundamentales de la teoría de los valores —espina dorsal de su pensamiento—, especialmente en sus relaciones con la plástica, y en cuanto interesa para distinguir entre valores absolutos y realizaciones históricas de los valores. Este planteo lo conduce a señalar con marcada finura cuáles son los caracteres de la estimativa estética, y la significación del problema de si existe o no un juicio objetivo frente a la obra de arte. Por la misma vía, llega a plantearse el problema conceptual de la histórica del arte, que solo cree posible resolver por el camino de la doctrina axiológica. “Para realizar su investigación —dice— el historiador necesita un criterio, una dirección que le permita forjar esas categorías formales, las cuales no deben ser forjadas solamente por el intelecto, sino también por la intuición sensible y la emoción. Tal criterio no puede ser otro que el del valor; por esto la estética, la ciencia y la sociología del arte, puesto que son las disciplinas que estudian el problema del valor artístico desde diferentes puntos de enfoque, son las que proporcionan al historiador el criterio de estimación, basadas aquellas en la teoría general de los valores” (I, pág. 57).

Cuáles son esas categorías formales de la historia del arte es el problema que Romero Brest se plantea luego en un capítulo de notable penetración. Romero Brest señala la endeblez de la estructura conceptual que implica la contraposición entre realismo e idealismo, y analiza con sumo cuidado el fenómeno de la transposición metafórica que entraña la creación artística. De este análisis deduce la existencia de tres formas categoriales que afirma son fundamentales: la alegoría, la forma naturalística y el símbolo. A la luz de este principio, descubre Romero Brest dos formas antitéticas de la creación, encarnadas en el naturalismo absoluto y en el geometrismo. En cierto equilibrio entre ambas cree descubrir el secreto de lo clásico, descartando, de paso, el romanticismo como categoría formal, por considerarlo —con toda exactitud— caracterizado más por sus referencias al contenido que a las formas.

Un capítulo sobre la caracterización, clasificación y jerarquización de las artes y de los géneros cierra esta primera parte, en la que el lector atento descubrirá un rico manantial de nociones formativas.

En seis grandes ciclos agrupa Romero Brest —en lo que llama Esquema histórico y constituye la segunda parte del primer volumen— el desenvolvimiento de las artes plásticas. En un esfuerzo de síntesis que revela su ágil captación de los fenómenos históricos, el autor procura proporcionar al lector cuanto considera necesario saber para entender las circunstancias temporales dentro de las que se desenvuelven los hechos artísticos, indicando luego algunos de estos, los más significativos para fundamentar sus esquemas. En vasto repertorio, los hechos políticos, económico-sociales y culturales desfilan para llamar la atención del lector y recordarle lo que es menester tener en cuenta para evitar los peligros del realismo ingenuo en la apreciación de la obra de arte. Así completa una guía eficaz para el análisis de las formas particulares en que se manifiesta la creación plástica, llena de sugestivas referencias al panorama general de la historia del espíritu.

El segundo volumen es una historia de la pintura. Un minucioso análisis del índice proporcionará al futuro lector un hilo conductor de suma utilidad para la lectura que le espera; porque la arquitectura del libro no es su menor mérito. Romero Brest utiliza, en efecto, un esquema cronológico ajustado, producto de su conocimiento de la buena bibliografía histórica moderna, dentro del cual encuadra las épocas y las etapas culturales sin falsas contorsiones y con una rigurosa periodización. El lector advertirá que la delimitación de épocas no está determinada exclusivamente por las etapas de las artes occidentales, sino que trata de acomodarse al fenómeno universal; así, junto a las áreas geográficas del Occidente aparecen otras que no suelen verse comprendidas en ensayos de este tipo: el Oriente lejano, la India, el mundo islámico, la Persia, de las que no solo analiza su propia significación sino también las influencias que ejercieron sobre otras culturas. Esta periodización y esta integración de la historia de la pintura proporcionan una visión panorámica de la universalidad del fenómeno plástico —aspecto en el que Romero Brest no deja de insistir— que atrae la atención por la multiplicidad de sugestiones que provoca.

Dentro de cada uno de los ciclos que estudia —la Antigüedad, la Edad Media, los siglos XV, XVI, XVII, XVIII y XIX— Romero Brest realiza un vigoroso esfuerzo de comprensión y caracterización de la totalidad del hecho artístico. Con juicios categóricos y seguros procura determinar las esencias y los atributos que tipifican un momento histórico cultural, una tendencia estética, una escuela pictórica, un artista singular. La adjetivación puramente sentimental le es ajena, porque sus observaciones raramente aluden a las resonancias subjetivas que produce el goce estético sino que tratan más bien de apoyarse en los caracteres más objetivamente determinables. A veces, ante un artista o ante una obra, el adjetivo aparece en su léxico, pero es preciso y mordiente, y corresponde, generalmente, a una dimensión observada con profundidad y medida con rigor conceptual para que adquiera categoría de apreciación objetiva.

En la consideración de las épocas en general y de las tendencias y escuelas en que, en forma orgánica, se manifiesta la inspiración plástica, es donde Romero Brest manifiesta su vasta capacidad de comprensión y sus dotes de auténtico historiador del arte. Ninguna circunstancia, ninguna característica, ninguna conexión que pueda contribuir a perfilar la concepción general de la época y su influencia en la obra singular escapa a su esfuerzo de síntesis. Cada capítulo comienza con una visión de conjunto en la que los datos históricos se combinan hábilmente con las referencias al cuadro general de la cultura para ofrecer un esquema armónico dentro del cual la personalidad del artista destaca tanto lo que tiene de común como lo que tiene de original. Allí se ponen de manifiesto todos los elementos que enmarcan la inspiración creadora, y gracias a esta característica la obra de Romero Brest no es una historia de artistas sino una historia del vasto proceso de la creación plástica. El autor cuida celosamente no omitir los rasgos que caracterizan la concepción del mundo y de la vida vigente en la época, las condiciones sociales, económicas y políticas que la caracterizan, y las influencias que una y otras han ejercido sobre el impulso creador. Las clases sociales hegemónicas, los gustos predominantes, las ideas en vigor, todo ello actúa de uno u otro modo sobre el artista y condiciona su labor, sea forzando su vocación, sea deformándola insensiblemente. Dentro de ese marco, Romero Brest destaca lo que cada tendencia y cada escuela tiene de específico, y puede luego, con apretado análisis, señalar en qué medida ha obrado sobre la vocación del artista creador; pero, sobre todo, le permite señalar qué es lo que el artista creador trae como mensaje personal, aquello en que se independiza de las circunstancias que lo coaccionan, aquello con lo cual, por impulso del genio, se impone sobre ellas para marcar rumbos a la posteridad, que reconocerá, a su vez, su inspiración como circunstancia coactiva. Este juego de coacción y libertad en la realización de la voluntad de arte aparece en más de una ocasión descrito con una acertada visión que aclara, además de los fenómenos plásticos, otros que están emparentados con ellos.

Porque Romero Brest no es hombre que se ate a sus esquemas. Por el contrario, tan precisos como sean los que ha trazado, procura, con disciplinado método, apartarse de ellos cada vez que la singularidad de la creación le señala su toque original. Es muy significativo, por ejemplo, cómo caracteriza dentro del siglo XVII —magníficamente dibujado— las dos grandes figuras que lo rebasan, Rembrandt y Velázquez, en las que destaca los elementos intemporales del genio creador, unas veces esclavo y otras señor de los estímulos de su época. Otro tanto podría decirse de la etapa de transición entre los siglos XVIII y XIX y de la caracterización de Goya, ejemplo de singular calidad para probar la capacidad de comprensión estética y psicológica del autor.

He aquí, pues, un esfuerzo maduro y profundo, pese a su brevedad y a las posibilidades que oculta para futuros desarrollos, destinado a ofrecer una interpretación conceptual de la historia universal de las artes. Realizado en América, ajeno en consecuencia a las banderías que suelen dividir a los historiadores europeos del arte y cuya pasión invalida más de un sutilísimo juicio, el ensayo de Romero Brest es, al mismo tiempo que una promesa, una realización llena de sugestiones y enseñanzas. No se desengañará el lector, aunque pueda disentir con él —vuelvo a repetirlo— en más de una apreciación estética. Pero hay en este libro una arquitectura, un sistema interpretativo, una concepción estética e histórica tan firmes y rigurosos que, por sobre toda las observaciones parciales que pudieran hacérsele, queda en pie su fortaleza conceptual.

No podría terminarse esta reseña del libro de Romero Brest sin señalar la importancia del índice que trae el tomo sobre historia de la pintura. Para colmar los vacíos que, necesariamente, deja su apretada exposición de épocas y escuelas, el autor agrega un meticuloso repertorio de artistas, agrupados de acuerdo con la arquitectura del libro. De cada uno de ellos se señalan los datos biográficos fundamentales, la filiación estética, las obras fundamentales. Del mismo modo, sería injusto omitir una mención del rico material ilustrativo que completa la obra. Si puede afirmarse que las ilustraciones son dignísimas desde el punto de vista gráfico, debe hacerse notar la pulcritud de la selección, mediante la cual se han ofrecido reproducciones no demasiado vulgares y destinadas a cumplir la finalidad general de caracterizar con lo sustancial y no con lo episódico a cada artista y a cada escuela.