LUCAS RUBINICH
UBA
I
Los títulos anticipan o pretenden anticipar sobre todo en los textos de pretensiones argumentativas, ya sea con una figura descriptiva o simbólica, el núcleo central de la cuestión a tratar. Si estas notas hubieran anunciado “José Luis Romero en la sociología argentina”, la tarea hubiese sido más simple, aunque quizás no menos interesante, porque podría detenerse de manera minuciosa en la relevante presencia de Romero como funcionario y profesor de la modernizada y modernizante Universidad de buenos Aires de fines de los años cincuenta y allí referir a su papel en el proceso de creación de la carrera de sociología que incorporaría esta disciplina al sistema académico internacional. La efectiva elección, aunque pueda tener un aire generalista, está fundada en cuestiones bien concretas. Básicamente lo que se sostiene aquí es que, en la obra de Romero, ya sea la que se ocupa del mundo feudoburgués o de las ideas en América Latina, hay aspectos valiosos que contribuyen a complejizar la teoría social cuando se trata de analizar procesos sociales. Sobre alguna dimensión de esos aspectos intentaran dar cuenta estas notas.
Y, en verdad, el abordaje propuesto no pretende dejar de lado la concreta familiaridad que existió entre José Luis Romero en el momento de la refundación de la sociología argentina moderna, porque quizás esa presencia le otorgue más fuerza a la pregunta implícita que acompaña a estas notas que puede enunciarse de la siguiente manera: ¿por qué desde nuestra comunidad académica– la de la sociología–, no hemos reflexionado, o lo hemos hecho tímidamente, sobre los aspectos teórico metodológicos que están presentes en la obra de Romero y forman parte de nuestras preocupaciones permanentes?
II
Porque es cierto que Romero está incluido en nuestra historia en las charlas y los comentarios informales que sin lugar a dudas son relevantes en el armado de la memoria de una comunidad. Y también es verdad que esa pertenencia a la historia común se manifiesta de manera clara y contundente, por lo menos, de dos maneras: en la reivindicación en tanto intelectual preocupado por la cosa pública y en el reconocimiento como un gran profesor.
En lo relativo a su papel intelectual, claramente en el recuerdo de su decanato en la Filosofía y Letras portador de nuevos aires que resultó en la creación de la Carrera de Sociología de la UBA. Pero también en su decidida implicación en las luchas civiles, en la militancia cultural antiperonista y posteriormente en la conocida disputa en defensa de la educación laica, conocida como la lucha de la laica y libre en Buenos Aires. Y entonces la foto– más que observada directamente, objeto de múltiples relatos–, en la que puede verse una camioneta de manifestantes en cuya cabina están Amanda Toubés, quien había sido dirigente estudiantil y era en ese momento una de las directoras del departamento de extensión de la UBA, junto a José Luis Romero. En la caja de la camioneta, en primer plano parados y agitando los brazos dos estudiantes de sociología: Gerardo Andujar y Juan Carlos Lito Marín. En segundo plano y menos activos corporalmente, otro estudiante de sociología, Edmundo Sustaita y el estudiante de Química Alberto Gellón. Al costado se observa la leyenda “Laica” pintada desprolijamente en un transporte colectivo de la época de los que eran llamados trolebús.1
En su papel de profesor de la materia historia social, materia curricular de la nueva Carrera de Sociología, eran permanentes los recuerdos valorizadores de quienes fueron sus estudiantes algunos de los cuales serán figuras de la sociología argentina, y participes centrales en la construcción de la cultura de la nueva izquierda sensibilizada por la revolución cubana y entonces por la posibilidad de la lucha armada. Por ejemplo, Juan Carlos Portantiero, que no dudaba en contestar José Luis Romero cuando le preguntábamos quien había sido el profesor que lo había conmovido cuando pasó por la naciente experiencia universitaria conducida por Gino Germani. Por su parte, Juan Carlos Marín, desde su cercanía a Romero cuando era un joven militante del partido socialista y fuerte activador estudiantil en la creación de la Carrera de Sociología, siempre lo consideró una figura relevante del mundo intelectual. Los conflictos que partieron al socialismo luego de derrocado el peronismo los pondrían en trincheras diferentes, pero en cada una de las veces en la que Marín refería a Romero, ya sea en una charla informal o en una clase, era evidente, el afecto y gran respeto intelectual que solo se tiene hacia quien se considera un maestro. Oscar Terán, profesor e intelectual destacado, estudiante de filosofía en el período, uno de los jefes de la guerrilla guevarista Comandos populares de liberación que se integró a Montoneros, recordaba de su cursada de Historia social la “deslumbrante capacidad para comunicar temas históricos, y para arrojar una mirada epocal a partir de un dato aparentemente trivial” (Terán, 2006 p. 14).
III
Hay entonces presencia concreta en la memoria de la Carrera de Sociología de la UBA sobre la figura intelectual de Romero, pero es escasa la reflexión sobre el valor sociológico de su obra. Claro que prestigiosos historiadores dieron cuenta de estas cuestiones que deberían llamar la atención de la teoría social. Sobre la manera no reduccionista de pensar los procesos sociales y las formas de concebir la conflictividad, Ruggiero Romano sostuvo que había que “agradecer a José Luis Romero el hecho de no haber cedido a la tentación de ver cortes, rupturas, prepotentes nacimientos, y de habernos relatado llanamente la historia complicada de una evolución” (Romano,1989 p.7) Por su parte Legoff ,le reconoce un carácter pionero entre los historiadores en lo que hace a trabajar con representaciones, con imaginarios, y observa también que su concepción fundamental de la evolución histórica “es la de un perpetuo cambio, palabra omnipresente en su obra” (Legoff, 2003 p. X). En el mismo sentido, Carlos Astarita sostendrá que la apuesta de Romero es “el estudio de una totalidad en movimiento” (Astarita, 2003 p. XXIII) que posibilita dar cuenta de la complejidad de una sociedad en transición. Será Astarita también el que afirmará que la entera obra está orientada por un interrogante fundamental que es el de explicar “el origen de la civilización burguesa,” y se verá en la necesidad de subrayar, advirtiendo con irónica sutileza sobre la obviedad del énfasis, que constituye” un tema clásico de las ciencias sociales” (Astarita, 2003 p. XIV). Son estas preocupaciones, al fin, la que lo hacen reflexionar sobre la afinidad entre la obra de Romero cuando se ocupa de la sociabilidad aristocrática relacionada con las formas culturales y con la dinámica política, y el tan celebrado libro de Norbert Elías, “El proceso de la civilización”. Libro recién leído por la comunidad académica internacional a partir de los años ochenta del siglo XX. En este número de 7 ensayos, Astarita argumenta sobre la existencia de esas afinidades y además sobre las características de cada obra.
No obstante, y como se ha dicho, consideraciones sobre estos aspectos no se manifiestan en la sociología. Quizás contribuiría al intento de entender este relativo silencio, el hecho de que los textos de Romero no hagan demasiado evidente algún tipo de anuncios teóricos conceptuales sobre cómo se va a hacer lo que se está haciendo, sino que su concepción de lo social y lo cultural se expresa en la construcción del relato, en los hechos, en los elementos que se elige priorizar, en las maneras en que se integran a distintos aspectos objetivos y subjetivos del proceso social. Una cuestión relevante sobre la que se insistirá en estas notas. No habría que subestimar tampoco el peso de la división burocrática de las disciplinas que terminan influyendo en las posibilidades de comunicación productivas. También es pertinente mencionar, por fin, que en Argentina es más evidente esta ausencia, porque seguramente no hay persona de la sociología y también por supuesto de las humanísticas además de historia, que no haya leído con atención, por lo menos, algún texto de José Luis Romero.
Estas notas entonces se proponen desacomodar, aunque sea mínimamente, esa tranquila indiferencia del mundo de la sociología frente a aspectos relevantes de la teoría social presentes en la obra de Romero. Y el intento se vale más que de elucubraciones abstractas, de la concreta experiencia de quien esto escribe como profesor de sociología con estudiantes que cursan la primera materia de la carrera denominada Sociología General. Una experiencia que apuesta a explicar desde el inicio, problemas relevantes de la teoría social, intentándolo a través de análisis de situaciones de vida cotidiana o de fragmentos de textos que analizan con ejemplos las distintas formas que adquieren las relaciones sociales. Los textos obligatorios son textos clásicos, y los que surgen para aclarar una explicación que resulta del diálogo productivo de la clase– y que no están en la bibliografía de la materia–, tienen un valor particular porque se entabla una relación vital con ellos. Eso es lo que ocurre habitualmente. Y me ocurrió en algunas ocasiones con textos de Romero que quiero recordar aquí, si es que puedo reconstruir e intentar relatar más o menos ordenadamente, las cuestiones tratadas en ese clima de feliz espontaneidad.
IV. Sobre el surgimiento de lo nuevo. Dos tipos ideales: caballeros y comerciantes
En una de esas clases– creo que la primera en que recurrí a Romero– respondí a un uso forzado de los conceptos con una expresión coloquial. Dije– En los procesos sociales, dos más dos no es cuatro. Introducía de esta manera para demostrar cómo una perspectiva teórica que informa una determinada caracterización de una situación social, debe ser, más que un corset que aprisione la compleja y conflictiva vida social, una ventana que dé cuenta de los elementos predominantes, tanto como de los que– manifiestamente o no– se oponen desde sentidos diferentes, o de aquellos que sobreviven o se crean con diferencias que no alteran ese predominio. Claro que dicho lo anterior sentía la necesidad urgente de tirar del hilo para que quedase claro que no se trataba solo del golpe de efecto introductorio de una frase corriente, seguido de una definición abstracta, sino que era imprescindible darle contenido.
En ese momento que seguramente era posterior al año 2006, año en el que se había reeditado El Ciclo de la revolución contemporánea, de José Luis Romero, en una colección de 70 grandes títulos, conmemorativa de los 70 años de la editorial mexicana Fondo de Cultura económica. Había leído, quizás como todas las personas de mi generación que pasaron por Filosofía y letras de la UBA, el clásico “La revolución burguesa en el mundo feudal” (1989). También “Latinoamérica, la ciudad y las ideas” (2001), Ensayos sobre la burguesía medieval (1961), y acababa de leer el, para esa época, reciente, Crisis y orden en el mundo feudoburgués (2003). Pero nunca me había detenido en El ciclo de la revolución contemporánea, cuya primera edición era de 1948 y los conocedores decían que se trataba de un programa, un verdadero plan de la obra que se construiría posteriormente. Cargaba esa edición en mi portafolio en el momento de esa clase y el libro, que no había terminado, tenía distintos párrafos subrayados. Mientras mi argumentación parecía concluir, e intuía que no muy satisfactoriamente, recordé lo subrayado, saqué el libro y afirmé con una mezcla de alivio y entusiasmo que con el ejemplo que veríamos todo resultaría más claro.
Se trató entonces de presentar un problema: el de la complejidad de dar cuenta en términos analíticos de un proceso de transición. Y acercar algunos elementos que permitieran ver cómo lo hacía el autor José Luis Romero. El comienzo supuso poner pisos obvios pero imprescindibles, como plantear que es imposible trazar una línea clara que marque la división entre un momento histórico que muere y otro que nace. Se insistió, como se hace en la oralidad cuando se necesita reafirmar algo, en que no hay un” hasta acá es el mundo feudal y desde acá es el mundo burgués”. El relato de Romero acerca de cómo “en el seno del mundo feudal y durante los últimos siglos de la Edad Media ciertos grupos sociales comenzaron a entrever la posibilidad de vivir de una manera diferente de aquella a que se veían forzados por su dependencia con respecto a los poderosos señores terratenientes”, fue un prólogo decididamente amable para esos estudiantes. Y la respuesta a la pregunta que se desprende del párrafo citado, que básicamente es quiénes eran y cómo se fueron conformando, la encontraba– aunque por supuesto no se agota allí, pero posee una potente fuerza introductoria– en un par de frases siguientes que apenas ocupan cuatro o cinco renglones: “Dedicándose a la artesanía y al comercio, muchos antiguos colonos y hasta siervos lograron independizarse de sus antiguos señores bajo la eventual protección de los reyes. Algunos llegaron a acumular pequeñas fortunas, y de entre ellos hubo quienes fueron capaces de transformarlas en respetables capitales al cabo de algunas generaciones” (Romero, 2006 p. 24). La ciudad sería el espacio en el que estos grupos se desarrollarían a partir del siglo XI.
Con estos elementos como base se iba directamente al ejemplo a trabajar. La manera de dar cuenta de los cambios en las sociedades a partir del prestigiamiento de determinado tipo de prácticas sociales, de experiencias que de hecho y de acuerdo a complejas configuraciones del mundo social, algunas de ellas por determinados períodos merecen el reconocimiento, a veces la gloria para quienes las llevan adelante, y en otros, ese reconocimiento se atenúa oscurecido por formas nuevas que logran presencias más vitales. Romero afirma que en estos momentos de transición que estudia, “la aventura caballeresca” es reemplazada por lo que llama “la aventura Burguesa”. Y lo explica valiéndose de construcciones que se obtienen, para decirlo con Weber (2001 p.79), “mediante el realce conceptual de ciertos elementos de la realidad”: los conceptos típicos ideales. Dos tipos ideales en este caso: El héroe Rolando, el de “La chanson de Roland”, el cantar de gesta escrito en el siglo XI que estuvo en la boca del pueblo y de los soldados en muchas batallas. El cantar que narra las hazañas del conde Rolando, héroe de la cristiandad, su lucha contra los sarracenos, combatiente de la fe. El otro tipo ideal se construye a partir de la figura de un comerciante de la ciudad de Bourgues, Jacques Coeur. Coeur se había convertido en el siglo XV en un hombre poderoso económicamente e influyente en la corte, por haber extendido el comercio de Francia en todo el Mediterráneo hasta lo que se llamaba el levante. “Si Rolando”, dice Romero, “había alcanzado excelsa gloria contra la innumerable caterva de los infieles del otro lado del Pirineo, su compatriota Jacques Coeur supo exaltar la imaginación de sus contemporáneos con sus audaces aventuras comerciales en varios mares, gracias a las cuales llegó a acumular una fortuna inmensa. “Su ‘heroismo’ suplantaba al antiguo heroísmo de los caballeros y seguramente él lo sabía porque había dicho alguna vez: ‘Sé que el Santo Grial no se puede ganar sin mi ayuda’; y era notorio que su jactancia no suponía la decisión de entrar lanza en ristre en el combate” (Romero, 2006 p. 26). Y más allá de la relevancia política obtenida por los favores del rey Carlos VIII, romero sostendrá que lo que lo hace “un ejemplo significativo”, un tipo ideal “es su afán de vivir según su riqueza” (Romero, 2006 p.26).
Esto será evidente para los argumentos de Romero ante la contemplación del imponente palacio de Coeur en Bourges, pero también en obras como el Decameron de Bocaccio, en Los cuentos de Canterbury de Chaucer, o en el libro del buen amor de Juan Ruiz el arcipreste de Hita. “Todos ellos son, cronológicamente, hombres de la Edad media” sostendrá Romero reafirmándolo de la siguiente manera: “y lo son por ciertos inequívocos rasgos de su actitud frente a la vida”. Claro que esa reafirmación se relativizará en el párrafo siguiente con la utilización, como es frecuente en su escritura, de alguna conjunción adversativa. Entonces dirá: “Pero la conciencia burguesa se insinúa ya en ellos.” (Romero, 2006 p. 27).
Y entonces se insiste sobre lo nuevo. Y lo nuevo se presenta en una frase decidida, contundente, armada para expresar la confrontación con lo viejo subrayando la imposición de lo nuevo. En el lenguaje oral la forma” entre aquello y esto: se elige esto”, habiendo señalados características de lo primero y lo segundo, y pronunciadas las últimas tres palabras con énfasis para dar por sentado la obviedad de la elección, suele ser de uso corriente y posee fuerza simplificadora. Romero se vale de este recurso con soltura introduciendo una diferencia no menor porque le otorga coherencia a su mirada. Dirá: “Entre las promesas de una felicidad absoluta y eterna y las posibilidades de una felicidad relativa y pasajera, empezaron a preferir estas últimas” (Romero, 2006 p.27). El uso del pretérito perfecto simple del verbo empezar, que en la lengua oral sería pura ironía, aunque no la excluya, responde aquí a la perspectiva procesual que informa el relato. Y entonces inmediatamente se hará una mención explícita a eso nuevos placeres de la vida cotidiana de este grupo en conformación, habiendo sugerido ya en la misma forma del relato que no surgen de la nada. Son los placeres que ya habían sido anticipados indirectamente al presentar como indicadores una obra arquitectónica (el palacio de Coeur) y las tres obras literarias: “felicidad relativa y pasajera era la hermosa ragazza, el abundante vino, o desde otro punto de vista, el lienzo de Van Eyck o los sonetos de Petrarca; distintas vías para proporcionar satisfacción a los sentidos entre las que era dado elegir las más sublimes o las más groseras.“ El remate del párrafo refuerza la argumentación con la oposición entre las prácticas sociales que se van imponiendo contra estilos de vida que las censuraban. “Y esa apetencia por todo lo que fuera placer comenzaba a hacer olvidar las imprecaciones de Santa Catalina de Siena, o las meditaciones de Ruyusbroeck o las admoniciones de Passavanti.” (Romero, 2006 p 27)
Allí están entonces las nuevas prácticas que son también atisbos de maneras de mirar el mundo, generadas sin que reflexionen sobre ellas sus protagonistas, porque son expresiones–germen de un mundo nuevo que todavía no lo es, que no tiene banderas explícitas que lo anuncien porque no son parte de un programa. Estas nuevas prácticas van tornándose reconocidas, o por lo menos no censuradas de manera unívoca, habilitando a los inseguros en condiciones potenciales de llevarlas adelante, a implementarlas efectivamente. Y se comienzan a realizar sobre un mundo que no solo no ha muerto, sino que sobrevive de manera activa alterado por las múltiples pequeñas grietas por las que se van delineando estas nuevas formas. Sobrevive y cuenta con defensores que al describir la situación que evalúan como decadente, pueden advertir la crisis.
V. Dante. La nostalgia por un orden y la anomia
La clase en la que azarosamente recurrí a algunos párrafos de El ciclo de la revolución contemporánea era, en verdad, una clase sobre los problemas que presenta La construcción del objeto sociológico. Los estudiantes a tal efecto leían algunas páginas del libro El oficio del sociólogo de Bourdieu, Chamboredón y Passeron (1987), en las que se trabajan párrafos de textos de Marx Durkheim y Weber y se localizan problemas que pueden ser obstáculos fuertes para construir conocimiento sobre el mundo social. La intervención a partir del texto de Romero había ocupado la totalidad de la clase y creí que era no solo posible sino necesario persistir en el próximo encuentro con algunos elementos que permiten acercarse al complejo problemas de dar cuenta de los múltiples aspectos que intervienen en una sociedad en transición. Había sugerido al fin de esa clase la lectura de “Dante Alighieri y el análisis de la crisis medieval”. El texto que Jacques Le Goff llama hermoso ensayo, está incluido en el libro Ensayos sobre la burguesía medieval publicado en 1961 (Romero, 1961). Pude leer ese libro recién a cuarenta años de publicado cuando lo encontré una madrugada de inicios del siglo XXI mientras ayudaba a ordenar folletos, revistas, y libros en la inagotable y escenográficamente extemporánea biblioteca anarquista de la calle Brasil, en el barrio de Constitución. Quizás la dificultad que presentaba este imaginativo ensayo de José Luis Romero es que el autor presupone un lector con familiaridad con la obra de Dante y también algún conocimiento de las tensiones político culturales del período y no estaba seguro de que estas posibilidades se presenten en mis estudiantes. Sugerí, ante la duda, que recuerden quienes habían cursado historia, el conflicto entre Güelfos y Gibelinos y que leyeran algún estudio introductorio de cualquiera de las múltiples ediciones de La Divina Comedia. De todos modos, el profesor sería el encargado de sortear los obstáculos que se pudiesen presentar ante el desconocimiento de una bibliografía no obligatoria.
Retomé en el comienzo la cuestión central que se intentaba abordar recurriendo productivamente a algunos textos de Romero reparando muy específicamente en aspectos que se podrían llamar metodológicos. Dije entonces, que la totalidad cambiante que analiza Romero alejándose tanto de un teoricismo especulativo, como de un empirismo vulgar, se construye con distintas herramientas teóricas implícitas que consideran a los procesos sociales siempre conformando una relativa heterogeneidad en movimiento en las que es posible localizar visiones del mundo más predominantes que otras, algunas de las cuales, de distintos modos, tensionan esa predominancia con intensidad variante de acuerdo a los momentos. Procesos en los que hay conflictos, diferencias de intereses económicos y culturales de los distintos grupos que participan de una sociedad determinada. Visiones del mundo que, claro, no son abstracciones. Se encarnan en prácticas, que implican maneras de relacionarse en la vida cotidiana, en las creencias estructuradas y en formas de las sensibilidades que pueden parecer naturales como los sentimientos, los deseos. Y claro, en rituales, en instituciones políticas, económicas y religiosas, en bienes culturales consumidos y en los producidos por las poblaciones.
Y lo que Romero hace en este ensayo es tomar un punto en el espacio social de la época como singular indicador de la crisis medieval, y ese punto es una obra, o mejor, un autor, un poeta tomado como un pensador: Dante Alighieri. Una obra porque, aunque son importantes las citas de Monarquía y hay referencias al Convivio y a La vida nueva, la fuente fundamental es La divina comedia. La Comedia, que así es el título original, pensada como un producto social (y allí Dante, su trayectoria y la conformación de su mochila sociocultural) como la forma singular de un complejo y conflictivo entramado histórico y que en tanto así, sociológicamente entendido, puede tener valor explicativo. Porque hay, dirá Romero “una vibración histórica en el pensamiento de Dante”, pero sobre todo remarcará, hay “certeza de la realidad cambiante que lo rodea” (Romero, 1961 p. 57)). Por supuesto esto no quiere decir, ni mucho menos que vea en Dante un analista objetivo de la realidad de su época. Romero sabe y da por descontado que sus lectores cuentan con la información básica, que permite caracterizar a Dante como un hombre profundamente implicado con los conflictos de su época y de su región. Y no solo es un hombre de ideas, sino que participa activamente de los conflictos de Florencia su ciudad natal. En la lucha entre los partidarios de los emperadores del Sacro imperio romano germánico y aquellos que defienden al papado, Dante Alighieri esta entre estos últimos, los Güelfos, contra los llamados Gibelinos. Estas luchas adquirían por momentos la forma de decidida guerra civil.
Cuando Dante contaba con apenas un año, en 1266, tuvo lugar la batalla de Benevento en las que los güelfos derrotaron a los Gibelinos. Apenas comenzado el sigo XIV, Dante es parte del Concejo de Florencia, momento en que se produce una división entre los güelfos gobernantes, una facción decididamente partidaria del papado, los Güelfos negros y otra, los Güelfos blancos que, como Dante, son partidarios del papado ma non troppo, en tanto reivindican una relativa autonomía de las ciudades y son críticos de la corrupción papal. En 1301 Dante es enviado en su carácter de funcionario de la comuna a dialogar con el papa Bonifacio VII para intentar acordar un tratado de paz y evitar así que el Papa no envíe un representante del papado a resolver el conflicto. Durante su estancia en Roma Bonifacio VII lo retiene y en Florencia los Güelfos negros que se han hecho del poder emiten una orden que impide a Dante su regreso a la ciudad fundado esto en diversas acusaciones. De volver será condenado a muerte. Y es así que Dante inaugurará a partir de ese momento su condición de exiliado que no abandonará hasta morir en Ravena en el año 1321, apenas luego de terminar El paraíso, el último tomo de la Comedia.
Dante vive como experiencia directa una situación de crisis política en la que los conflictos de su ciudad son la expresión de una crisis mayor que es la pérdida de autoridad de quienes comandan el Sacro imperio romano germánico. Paralelamente los Papas han ido abandonado su papel de pura jefatura espiritual para disputar políticamente regiones al imperio, aliados con casas reales francesas que gobernaban también en el sur de Italia. Es por ello que el Güelfo Dante va adquiriendo progresivamente y ante lo que evaluará como corrupción del papado, una posición gibelina. Porque su ideal es la integración del imperio con una autoridad espiritual fuerte como bien lo manifiesta en su tratado Monarchia escrito en latín también durante su exilio. Para Dante la crisis que bien observa es política, es una situación anómica en términos de institucionalidad política, pero es también y sobre todo una anomia que puede ser pensada como una crisis moral– para insistir con Durkheim. Crisis espiritual que se expresa crudamente en los Papas con actitudes simoníacas llamadas así por remitir a un personaje de los Hechos de los Apóstoles, Simón el Mago, que quiso comprar el poder de San Pedro para realizar milagros. La expresión es usada para designar la pretensión de la compra o venta de lo espiritual por medio de bienes materiales. Y esto ocurre en el centro de la espiritualidad y los protagonistas son aquellos que deben regir sobre la dimensión espiritual: los Papas. Crisis, al fin, sin ambigüedades. Y es entonces que, frente a la crisis y a la dimensión de la crisis, dirá Romero, Dante “opta por defender polémicamente el orden que se derrumba”, y para que no queden dudas que su fuente expresa una posición parcial y apasionada se verá en la necesidad de aclarar que ese orden, “por lo demás, carecía en la realidad de la perfección que él le atribuía.” E inmediatamente se valdrá como es familiar en su escritura de una conjunción adversativa afirmando:” Pero eso no obsta para que su apreciación de la crisis se dirija con precisión a sus puntos vitales y descubra en ellos exactamente la mutación que se opera.” (Romero, 1961 p.57)
Un indicador cualquiera del cual el que analiza se valga para dar cuenta de un problema en una determinada época, puede ser este un texto reflexivo, memorias, la transcripción de testimonios, o como en este caso, una obra poética, valen, en tanto se vean como lo que son: productos históricos determinados por las respectivas trayectorias de sus productores realizadas en un entramado social conflictivo y cambiante. La condición es ver en ellos “no la explicación del comportamiento sino un aspecto del mismo que debe explicarse (Bourdieu, Chamboredon Passeron, 1987 p. 58). Porque efectivamente, “los seres humanos hacen su propia historia, pero no la hacen a su propio arbitrio, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado (Marx, 1995 p.9) Esto resulta en una compleja mochila social y cultural que es necesario considerar para entender el sentido de las distintas formas de esa acción humana. Cuando Romero se vale del concreto Dante pensador y/o del Dante personaje de la Divina comedia lo hace considerando su condición de productos históricos en el sentido mentado. Claro que eso no debería sorprender a una mirada sociológica. Es lo que hay que hacer, por ejemplo, cuando se analiza un sindicato y sus dirigentes en el marco de la debilitada clase obrera del siglo XXI, o cualquiera de otras posibles instituciones contemporáneas y sus agentes; con el problema adosado en estos casos de que la contemporaneidad puede generar alguna ilusión de transparencia.
Y es así que en este breve ensayo Romero ordena el fenómeno de la crisis de postrimerías del siglo XIII percibida con apasionada sensibilidad y a la vez con “precisión” por Dante en dos grandes dimensiones. Una que atiende al desarme de formas institucionales de un orden político anhelado e idealizado y los cambios que sin lugar a dudas implican muy visiblemente a nivel local del deterioro del lazo social y la presencia constante de la conflictividad; otra, el resquebrajamiento a distintos niveles de concepciones del mundo– dicho esto en el sentido más abarcador que incluye desde sentidos prácticos actuantes en lo cotidiano hasta creencias orgánicas y sistematizadas. Romero las nombrará como crisis en el orden del mundo y en el orden del trasmundo, valiéndose de una especie de indirecto libre que empatiza con la época analizada y con la sensibilidad del pensador.
En relación a la crisis en “el orden del mundo” Romero dirá que “Dante proyecta sus esquemas hacia los órdenes más vastos en que aquél se incluía: Italia, el imperio, el papado, el mundo entero concebido con cierta doble y heterogénea calidad de unidad ideal y de conglomerado real.”( Romero, 1961 p. 58) Lo que alienta y hace precisa la percepción de Dante sobre “el conglomerado real”, será la “unidad ideal” que no es lo que el mundo efectivamente fue, sino el que Dante construye desde un presente de desacomodamientos que incentiva la nostalgia. No es, como se ha dicho, una mirada objetiva entonces la que es usada como recurso para indagar sobre la crisis, sino una fuertemente implicada con las disputas de su tiempo, pero que sin embargo puede ser una fuente en un doble sentido, dando cuenta de aspectos objetivos de esa crisis y a la vez siendo una expresión significativa de esa crisis tanto por lo que dice por lo que omite. Porque como bien afirma Romero, “las nuevas realidades que se constituían —estados territoriales, reinos— no alcanzan a atraer suficientemente su atención inteligente.” (Romero, 1961 p.58).
Y en lo que hace a la crisis en el orden del “trasmundo” Romero atiende a aspectos que le posibilitan dar cuenta de este desacomodamiento de las creencias, pero sobre todo se preocupa por fundamentar porqué la mirada de Dante es legítima y sensible para dar cuenta de ese cambio en las creencias que el poeta, sin dudas, evaluara como un negativo desacomodamiento moral.
Como en todo el ensayo, Romero acompañará sus argumentos con citas de Textos de Dante, principalmente de la Comedia. Y en este punto hay una cita que me interesa particularmente subrayar. Porque lo corriente es sostener que “las cosas son así” y rematar con una cita que repite bajo otra forma que “las cosas son así”. Y no es improcedente valerse de ellas porque el testimonio de un personaje real o de ficción o de un texto analítico puede poseer un valor particular para el caso que se estudia y así justificar su relevancia. En este caso, que se aleja de la forma corriente, es el testimonio y la descripción que se hace de un personaje histórico, que Dante Alighieri transforma en un personaje de La comedia que dialoga con Dante personaje narrador. Se trata de Farinata degli Uberti un señor Gibelino, miembro de una de las grandes familias de la comarca que fue uno de los comandantes de un heterogéneo ejército de Gibelinos que participó en la batalla de Montaperti. En las colinas de Montaperti, los Gibelinos que tenían predominio en la ciudad de Siena, se enfrentaron con los Güelfos de Florencia. Ocurrió en el año 1260. Cinco años antes del nacimiento de Dante Alighieri. Y allí los Güelfos entre los que se contaba la familia de Dante fueron derrotados. Seis años después, el 26 de febrero de 1266, ocurre la batalla de Benevento en la que se enfrentarían los sicilianos de Manfredo de Hohenstaufen de la familia del emperador, con los franceses de Carlos de Anjou aliados del papado. En este caso la victoria correspondió a los partidarios del papado y así el poder de los güelfos que habían sido derrotados en Montaperti se restituyó. La Florencia de Dante sería entonces una Florencia Güelfa. La batalla de Montaperti estaba atrás en el tiempo pero para el Dante poeta recordar ese hecho era recordar el destierro de sus mayores de la ciudad. Pero, sobre todo, Farinata expresaba la posición que reivindicaba la confrontación del poder político con el poder religioso, y más preocupante aun, encarnaba la figura del réprobo que duda sobre la inmortalidad del alma.
Es por ello que Farinata degli Uberti se hallará en La comedia en el sexto círculo del infierno habitado por los herejes y dialogará con Dante en el canto X del Infierno. A esto es a lo que refiere Romero hablándole a su lector que es un conocedor de La Comedia en apenas un párrafo. Sin embargo es muy significativo porque sostendrá que la “incredulidad acerca de la otra vida esconde el último secreto de la crisis que Dante contempla.” Y agregará que la” larga línea de la incredulidad medieval —o de una credulidad harto tibia incapaz de incidir sobre la radical actitud ante la vida— adquiría una notable significación tras el ejemplo de Federico II” (Romero, 1961 p.72). Y aquí se refiere a Federico de Hohenstaufen que murió en 1250, emperador del sacro imperio romano germánico, rey de Sicilia. Modernizador, heterodoxo, fundador de la Universidad de Nápoles en 1224, promotor del estudio de las ciencias y alentador de la poesía. Caracterizado por los partidarios del papado como cismático. Es decir que para Dante no era extraña esa “tibia incredulidad medieval” Pero, solo ahora, dirá Romero “descubría las proyecciones que esa actitud entrañaba”. Y esto es el centro de la cuestión que aquí interesa abordar, porque le otorga importancia a esa herejía al hacer una descripción de su enemigo como un creyente digno, honorable. Así lo dirá Romero en apenas una frase, pero con palabras que posibilitan comprender claramente la densa significación del problema. Porque el “símbolo elocuente de esa actitud era el grande y noble Farinata degli Uberti a quien, aun sometido al tormento, concede el poeta la entereza de perseverar en su incredulidad.” (Romero, 1961 p.72) La concreta palabra de la que se valdrá Dante en el verso 73 del canto X del Infierno para caracterizar a su enemigo a quién había expulsado de Florencia a sus mayores, el que desconfía de la inmortalidad del alma, el que sufre los horrores del infierno, será magnánimo (Alighieri, p 185 T 1). Grande de ánimo literalmente, el que posee grandeza de espíritu, que actúa noblemente. Y eso es claramente un indicador de la crisis, porque el poeta, el pensador que se alarma ante las formas de transgresión del viejo orden, no se le ocurre, ni mucho menos, subestimarlas. Por supuesto que para encontrar en un par de tercetos de la comedia un fuerte indicador de la crisis hay que conocer los grupos las instituciones, las luchas políticas y culturales de la época, y hay que saber por supuesto quién es Dante Alighieri. Saber quién es en el sentido de conocerlo con sensibilidad de historiador, conocerlo sociológicamente diríamos nosotros. Conocer cuál es la trayectoria poética y política de Dante, y cómo esa parte significativa de la biografía ha ido conformando y modificando un conjunto de disposiciones que forman parte de su mochila cultural.
Y eso está incorporado en Romero como miradas teóricas que ordenan el heterogéneo mundo de esa crisis medieval de determinada manera en términos generales y también en particular, cuando se analiza al Dante Alighieri concreto. Es por ello que en el ensayo creerá necesario para reforzar su argumentación hacer mención a algunos aspectos de su carrera poética. Se da cuenta entonces de las transformaciones en las creencias del poeta, de los desacomodamientos en la “experiencia personal” que resultan en marcas fuertes en sus objetos artísticos, y que fundamentalmente posibilitan entender su fuerza para resistir los cambios. Y allí se mencionará la transformación del poeta del amor sensual al del amor absoluto, y por fin al pensador que escribe la Comedia. Cuando escribe un libro llamado La vida nueva que consiste en una serie de poesías del propio Dante comentadas, está la imagen de la mujer que será personaje de La Comedia, Beatriz, como amada con un amor que va más allá de las pasiones humanas, la mujer angelical (donna angelicata) que pertenece a la esfera de lo celeste. Luego de esta obra Dante lee filosofía con especial atención en los espacios conventuales de la época en los que se podían acceder a textos clásicos y más o menos contemporáneos escritos en latín, el lenguaje culto de la época. Dirá al respecto Romero que Dante se sumerge entonces “en la sabiduría, introduciéndose “nelle scuole de religiose e alle disputazioni de filosofanti” (Romero, 1961 p.70). Durante su exilio de Florencia que durará el resto de su vida, Dante escribe entre 1304 y 1307 un tratado llamado Convivio que significa banquete en latín. Está escrito, como se decía en la época, en lengua vulgar, y se propone ofertar un banquete de sabiduría a quienes desconocían la lengua de transmisión del conocimiento que era el latín. Dante es lo nuevo escribiendo este tratado en lengua vulgar, lo es también escribiendo una reivindicación de la lengua vulgar escrita en latín, específicamente De vulgari eloquentia y, por supuesto, lo es por escribir una obra, con la obsesiva voluntad clasificatoria de la escolástica, pero que no se agotará en ese aspecto sino que le dará un marco a profundas innovaciones El esquematismo y el formalismo que en la escolástica “con frecuencia llegó a ser ridículo” como sostiene Panofsky (1986 p. 40), en la Comedia, escrita en lengua vulgar, será uno de los elementos que contribuirá a convertirla rápidamente en una gran obra poética. La Comedia será también el germen de un aspecto no menor de lo nuevo que es el surgimiento de una lengua nacional, el italiano que hasta el momento no existía como tal.
Dante, si se quiere paradójicamente, produce las grandes transformaciones que produce porque su apuesta es la defensa de un orden ideal que ve desmoronarse. En esa trayectoria que culmina en la comedia es que Dante, dirá Romero, realiza” un pasaje desde la experiencia poética hacia la experiencia cognoscitiva y una segunda transfiguración del amor, concebido ahora como estudio y forma de la filosofía.” Y es entonces que reafirmará su convicción de que “el orden del trasmundo”, es la “condición necesaria del orden mundanal” (Romero, 1961 p. 71). Con esa sofisticada mochila cultural Dante construirá La Comedia, que es muchas cosas por supuesto, pero es también la defensa militante de ese orden añorado. Defensa militante ya que el poeta “clama a sus semejantes desnudando su corazón para que su propia experiencia sirva de ejemplo a los extraviados. Y cuando percibe que “el desierto comienza ya a constituirse alrededor de su clamor” es que Dante dirá Romero” empieza a pensar, como otros por entonces, en la necesidad del hórrido castigo para los pertinaces. La era de la misericordia terminaba” (Romero, 1961 p.71). Y es necesario insistir que es esa dureza, esa apasionada parcialidad, como sostiene el ensayo, la que lo convierte en quien puede advertir puntos centrales y profundos de esa crisis medieval.
VI.
A la pregunta acerca de cómo construir un objeto de conocimiento sobre la complejidad de un proceso social cuando se observa una sociedad en transición, se podría responder, simplificando, que la primera condición es contar con pertrechos conceptuales o, si se quiere, con una mirada teórica que pueda dar cuenta de esa complejidad. Porque como dirán los autores de El oficio del sociólogo, lo “real no tiene nunca la iniciativa puesto que solo puede responder si se lo interroga” (Bourdieu y otros, 1987: p 55). El modo de concebir los procesos sociales en Romero, como se ha dicho, no está previamente explicitado, pero está hecho objeto analítico. Y ese modo contempla cuestiones de la teoría social como la respuestas a los residuos mecanicistas para pensar la determinación social, y entonces la atención a diversos espacios significativos como mediadores para pensar esa determinación; la relativa autonomía de las variables culturales que producto de la acción humana pueden a su vez influir en ella; la posibilidad de pensar la literatura como trabajo de la forma, como condensación singular de experiencias, posible de convertirse en un recurso denso para pensar el mundo que la produjo; el entrecruzamiento productivo entre biografía e historia; la relación de mínimos aspectos de la vida cotidiana con cuestiones macrosociales, etc. Cuestiones que en el último tercio del siglo veinte pudieron ser abordadas sintetizadoramente en la sociología a través de la relectura productiva de textos clásicos, fundamental, aunque no exclusivamente, los de Marx, Weber y Durkheim. Y en ese caso el papel relevante de Pierre Bourdieu y Norbert Elías quienes pudieron no solo reflexionar sobre estas cuestiones, sino aplicarlas con imaginación en investigaciones concretas.
Al respecto es pertinente entonces mencionar entonces otra condición no menos importante para abordar la complejidad de los procesos sociales que es, más que la explicitación de las definiciones de las herramientas derivadas de esa mirada, lograr su aplicabilidad. Y esto incluye por supuesto el particular tratamiento y selección de los elementos considerados relevantes para responder a las preguntas que se plantearon. Pero también encontrar la forma narrativa que de algún modo intente adecuarse a la manera en que se concibe esta mirada que da cuenta de la complejidad de lo social. Quizás no sea necesario imaginar esto como un problema si es que hay una internalización tal de esta manera de concebir lo social que la mano escribe sin reflexionar como lo hace. Pero lo hace. Lo cierto es que el sentido de lo que se está diciendo es mucho más potente cuando el relato que se construye para decir algo sobre esa sociedad en particular en un momento particular, está de alguna u otra manera, sensible y fuertemente informado por esa mirada teórica. Esto supone que el relato sea la encarnación de esa manera de pensar, de concebir, en este caso, los procesos sociales. Y eso es lo que ocurre de manera ejemplar en los textos mencionados y por supuesto en toda la gran obra de José Luis Romero.
Al abordar el interrogante sobre las formas de aplicabilidad de la teoría social, es necesario considerar la mencionada serie de cuestiones evaluadas hoy por la sociología como relevantes, pero sobre todo, se trata de que se expresen en el concreto hacer. En una amplia zona campestre de la pampa argentina es corriente el uso del refrán “en la cancha se ven los pingos” originado en el marco de las carreras de dos caballos llamadas cuadreras. Y refiere a que la imagen, la presencia del caballo (pingo) podrá decir algo, pero sobre todo hay que verlo correr. Todas esas mencionadas cuestiones referidas a la teoría social que tienen el sello de la contemporaneidad, sin dudas, se ven en la cancha, cuando Romero despliega su escritura, que es su pensamiento. Y aunque no sea esta una manera habitual de abordar las felicidades e infelicidades en la construcción de un objeto analítico y quizás se necesite reflexionar más sobre la cuestión, a mis estudiantes y a mí no bastó con atender a como se trabaja permanentemente para evitar definiciones reduccionistas. Compartimos el entusiasmo al observar su profunda mirada sociológica expresada en cómo se aborda, en este modesto par de ejemplos, el tratamiento de cualquier fenómeno social que al ser un constructo complejo está conformado por diversos elementos. Es por esta razón que, para otorgarles una forma, casi siempre termina definiéndose exclusivamente, y quizás de manera certera, por los elementos predominantes. Romero en cambio, y como se ha mencionado a lo largo de estas notas, atiende a ese elemento predominante, sin dejar de considerar otros que ocupando un papel secundario en ese momento continúan teniendo alguna productividad que es significativa cuando lo que se está analizando es, para volver a la feliz expresión de Carlos Astarita, una “totalidad en movimiento”. De allí el uso recurrente de los “sin embargo”, los “no obstante”, como una forma concreta de decir que “las cosas” del mundo social son así, pero irremediablemente, no del todo así.
Notas
La foto mencionada puede verse en la película “Los modernos” documental de 2019, dirigida por Guillermo De Carli y con guión de quien esto escribe. La película indaga en la vida cultural y política de la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires con entrevistas a referentes de distintas generaciones de la disciplina. Puede verse en la plataforma Cine ar. ↩
Bibliografía
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