MANUEL SELVA
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José Luis Romero surge – para los que no lo conocemos en absoluto – como inteligente crítico que descubre con acierto el mérito de la obra del criticado y profundiza el detalle señalando lo que para otros pasara desapercibido. Puede decirte que ninguno ha resaltado con tanta precisión las características culminantes de «Alcorta» y «Mendoza». Lástima que tan fino crítico se haya dejado llevar en algún momento por una observación cuya banalidad es tan evidente: «que Groussac no haya intentado nunca escribir una obra integral». ¿Qué ha querido decir el autor? ¿Tal vez qué Groussac debió escribir una “Historia Argentina” ya fuera un manual ya una obra a lo López en 30 o 40 tomos? ¿Ha pensado un instante siquiera el señor Romero lo que significaría una historia general para quien trabajaba cada punto con la intensidad con que Groussac lo hacía? Una obra de esa extensión hecha por él hubiese requerido la duración de muchas vidas. Piénsense que, si cada personaje no ya de igual, sino de mayor relieve que Liniers, Garay o Mendoza fuera a tratarse con la profundidad que lo hizo Groussac para con ellos, la obra no tendría fin. Y no olvidemos que Groussac no sabía trabajar de otra manera. Odiaba «la afirmación al aire», el alegato no documentado hasta el exceso. Tenemos un palpable ejemplo en el trabajo inconcluso sobre Palermo que la revista «Nosotros» da como modelo. En realidad, lo que se transcribe no es una parte ni siquiera ínfima de la investigación. Más de un año revolviendo Archivos nacionales, copias de los extranjeros, toda nuestra documentación colonial, todos los viajeros desde los contrabandistas holandeses… etc.., etc. Y todo ese trabajo, él me lo dijo varias veces, era sólo para poder afirmar “en una nota que ocuparía un par de líneas” de la novela histórica que preparaba sobre Juan Manuel Rosas, que el nombre de Palermo era muy anterior a él y que, desde Juan Domínguez, poblador con Hernandarias, hasta la fecha, aquellas chacras se han venido llamando «de Palermo». Cualquiera otro, y digo cualquiera porque no sé de ninguno capaz de hacer en esa forma un trabajo para sacarle tan poco provecho, se hubiese limitado a insinuar que existió en otros tiempos un tal Juan Domínguez del pueblo de Palermo en Italia y que podría ser que de él viniera el nombre. Esta forma dubitativa de decir las cosas, tan usual en los que no quieren trabajar intensamente, repugnaba a Groussac y por eso, cualquier afirmación suya, llega detrás una insospechada labor de investigación.
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