“Historia social y “Escuela de los Annales”

NORBERTO GALASSO

“Historia social y “Escuela de los Annales”

La Historia Social nace bajo el gobierno de la llamada “revolución libertadora”, “en el contexto de la modernización intelectual posterior a 1955”, según la opinión de Luis Alberto Romero[1]. Uno de sus propulsores es José Luis Romero, quien se desempeña como interventor de la Universidad de Buenos Aires, bajo dicho gobierno (1955/56). Asimismo, Tulio Halperin Donghi, quien se constituirá en el principal referente de esta corriente, ocupa el cargo de Decano de la Facultad de Filosofía y Letras y rector de la Universidad [Nacional] del Litoral (1957). [N. del E. T. Halperin D. no fue rector de la UNL]

En primera instancia, sorprende que esta nueva corriente -de perfil socialdemócrata- emerja en ese marco político donde no sólo el gobierno proscribe al partido que expresa a la mayoría de los trabajadores, sino cuando en el área educacional prepondera el ministro Atilio Dell’Oro Maini, quien años atrás lideraba grupos de choque antiobreros, como la Asociación Nacional del Trabajo. Sin embargo, esta aparente paradoja resulta explicable a la luz del amplio frente antiperonista construido entre la clase dominante y la clase media que permite convivir en ese gobierno al socialista Alfredo L. Palacios, como embajador en la República Oriental del Uruguay, con el Alte. Rojas en la vicepresidencia de la Nación, cuyo fascismo palpita por debajo de la máscara “liberal y democrática” de “Mayo-Caseros”.

La aparición de la Historia Social se produce, bajo la acción del interventor Romero, cuando se crean los Institutos de Sociología, a cargo de Gino Germani y de Economía, a cargo de Julio Olivera, al tiempo que nace la cátedra de Historia Social General. Poco después, el libro Argentina, sociedad de masas, constituye una de las primeras expresiones de esta corriente. [N. del E. J .L. fue rector interventor de la UBA en  1955-56. La cátedra de Historia Social se crea en 1958]

Esta corriente historiográfica se halla signada por la fuerte influencia de la escuela de Annales d’histoire economique et social,  iniciada [N. del E. Nombre de la revista fundada por]en Francia en 1929, por Marc Bloch y Lucien Febvre y enriquecida, luego, con los aportes de Fernand Braudel. Dicha escuela renovó los métodos de investigación aportando el bagaje de otras disciplinas para alcanzar una comprensión más completa y rica del fenómeno histórico: la geografía, la demografía, la estadística, la economía, etc. Lucien Febvre sostuvo: “La historia se hace con documentos escritos. Pero también puede hacerse, debe hacerse, sin documentos escritos si éstos no existen. Con todo lo que el ingenio del historiador pueda permitirle utilizar para fabricar su miel, a falta de las flores usuales. Por tanto, con palabras, con signos, con paisajes y con tejas. Con formas de campo y malas hierbas. Con eclipses de luna y cabestros. Con exámenes periciales de piedras realizados por geólogos y análisis de espadas de metal, realizados por químicos. En una palabra: con todo lo que siendo del hombre, expresa al hombre, significa la presencia, la actividad, los gustos y las formas de ser del hombre”[2].

Esta nueva manera de “hacer historia” alcanza gran importancia en Europa y gana espacios académicos en la postguerra. Sin embargo, desde 1968, sus adeptos tienden a caer en la microhistoria, desdeñando los grandes relatos y volcándose hacia una óptica fragmentada de los problemas (posmodernismo). Desde otro punto de vista, si bien la escuela tomó elementos del Marxismo (por ejemplo, reduce la importancia del rol de los individuos), en buena parte de sus integrantes prevalece la influencia del biologismo social y la sociología norteamericana, de donde resulta que el conflicto y la contradicción dejan paso a la búsqueda de la adaptación y el equilibrio como constante del proceso histórico.

Bajo esta influencia se desarrolla, en la Argentina, la Historia Social. Por esta razón, implica una renovación metodológica (al incorporar la sociología, la economía, los cuadros estadísticos, etc., enriqueciendo la información y facilitando la interpretación). Asimismo, en el campo hermenéutico, lima las aristas más irritantes de la vieja Historia Oficial, reconociendo defectos a algunos próceres liberales, así como admitiendo algún mérito a figuras anteriormente denigradas.

La Historia Social -si nos atenemos a ese enriquecimiento metodológico- constituye la gran oportunidad para una profunda revisión de la Historia Oficial y su variante, la Nueva Escuela. Pero varios factores se conjugan para que los nuevos instrumentos, tan afinados, en vez de ser abocados a esa tarea, se utilicen al servicio de la ideología de la clase dominante. Entre otros, dos factores inciden para que ello ocurra: el clima antipopular reinante en el momento en que surge esta corriente (1955) y por otro lado, la pertenencia de sus principales propulsores a la pequeña burguesía liberal atada ideológicamente a la minoría dominante. Así incorpora nuevos análisis, enriquece la información, atempera algunos desmesurados juicios de valor, pero concluye respetando lo esencial del viejo relato, en tanto legitimación de la oligarquía y descalificación de los hombres y procesos que expresan a las masas populares. Es decir, da una versión más elaboradas, más “científica”, menos ingenua de la vieja historia fabricada después de Pavón, una versión remozada, con nuevos cosméticos, bajo los cuales se resguardan los viejos íconos.

Una prueba de esta subordinación reside en que no sólo perpetúa la apología de Mitre, exaltándolo como historiador y político, sino que cultiva el mismo odio o el mismo desdén hacia figuras como Felipe Varela o el Chacho. Ese empecinamiento de Halperin Donghi por destruir la imagen de José Hernández, rescatar a Sarmiento o encontrar aspectos positivos en el gobierno del Gral. Agustín P. Justo, empalma aceitadamente con su “furibundo antiperonismo”, según juicio textual de Jorge Castañeda[3]. Por esto, las profesoras Hilda Sabato y María T. Gramuglio sostienen que Halperin no vacilaría en coincidir con Borges en preferir la “civilización” propuesta por Sarmiento en Facundo, a la “barbarie” del Martín Fierro[4].

El mismo Halperin, en un comentario sobre la obra de José Luis Romero, admite que la nueva corriente trata de “ilustrar y enriquecer, pero no poner en crisis a la línea tradicional”, pues “el país debe enriquecer pero también reivindicar la tradición política- ideológica legada por su siglo XIX”[5], en buen romance, el mitrismo.

No resulta pues, una mera casualidad que la Historia Social impere hoy en la Universidad de la Argentina, justamente cuando sobre el país impera toda la fuerza del interés extranjero, imponiendo un siniestro modelo económico en perjuicio del pueblo y “las relaciones carnales” en política exterior. Seguidamente se analizan los aspectos más importantes relativos a los tres principales exponentes de la Historia Social: José Luis Romero, Tulio Halperin Donghi y Luis Alberto Romero.

José Luis Romero (1909-1977)

Como se comprobará a lo largo de este trabajo, Romero (padre) presenta caracteres singulares que lo distinguen de los actuales popes de la Historia Social, especialmente su vocación por los “grandes relatos”, el compromiso político parejo con la investigación histórica, así como una mayor amplitud de criterio y suficiente capacidad para replantear posiciones, con modesta perseverancia y rechazo de pontificaciones desdeñosas.

Romero es, por sobre todo, un especialista en cuestiones históricas europeas (la Edad Media y la aparición de los burgos), con preferente interés por los aspectos culturales.

“Empecé a escribir en 1932” -recuerda- pero “ya en 1926 ó en 1927 empecé a leer historia griega y eso fue lo que me apasionó y lo que me cautivó. Y seguí trabajando en historia griega bastante… Siendo joven realicé un trabajo que se llama El Estado y las facciones en la antigüedad. Luego, hice mi tesis sobre historia romana (Los Gracos y la formación de la idea imperial)… Finalmente, recalé en la Historia Medieval que es en lo que vengo trabajando desde 1938 ó 1939 y ese es mi oficio”[6].

Hacia 1942 alcanza la docencia en La Plata, luego de dictar algunos cursos en el Colegio Libre de Estudios Superiores. Alberto Ciria señala que “en 1946 el régimen peronista lo privó de sus cargos en la enseñanza” y que esos años “definieron en Romero su temprana madurez de investigador… trabajando en fuentes medievales en Harvard (1951-52), durante su primera beca Guggenheim”[7]  y también dictando clases en Uruguay. Por entonces, publicó: Maquiavelo historiador (1943), Sobre la biografía y la historia (1945), El ciclo de la Revolución Contemporánea (1948), La Edad Media (1949), De Herodoto a Polibio (1952) y La cultura occidental (1953). Dirige asimismo, entre 1953 y 1956, la revista Imago Mundi, de historia de la cultura. Durante esa época, sólo publica, referido a la Argentina, el folleto Mitre, un historiador frente al destino nacional (1943) y el libro Las ideas políticas en Argentina (1946).

Se trata, pues, cuando ejerce la intervención de la UBA, de un historiador que ya ha realizado una importante obra especializada en la época medieval y en el período de surgimiento de la burguesía, con especial preocupación por los temas de la cultura occidental. En cambio, poco ha escrito sobre nuestro país. El mismo sostiene, en 1956, al publicar Argentina: imágenes y perspectivas: “Me apresuro a declarar que no soy especialista de historia argentina… Quizás conozca mejor los textos medievales que los documentos de nuestros archivos”[8]. Veinte años después cuando Félix Luna le pregunta :”¿Por qué fuera de su libro Ideas Políticas en Argentina”, usted se ha dedicado tan poco a la historia argentina?”, contesta: “- Mi oficio fue otro… Recalé en la historia medieval… lo que he hecho sobre historia argentina siempre ha sido movido más por una vocación ciudadana que por una vocación intelectual. Yo digo siempre que soy un medievalista, pero, en realidad, soy un especialista en historia occidental”[9]. “Su tema era, en realidad, la burguesía -comenta su hijo Luis Alberto-. Él fue un historiador de la burguesía y el mundo burgués… Las ideas políticas en Argentina fue un encargo signficativo porque era joven y no tenía tradición como historiador argentinista, pero lo seleccionaron a él los del Fondo de Cultura Económica[10]. Señala además: “Él era un historiador social y cultural, en una época en la que predominaba la Nueva Escuela Histórica, mal llamada positivista. Era europeísta cuando aquí se pensaba que la única investigación consistía en ir al Archivo General de la Nación y abocarse a la historia argentina. No era que no lo respetaran pero decían que era un filósofo de la historia”[11].

De este modo, cuando crea la cátedra de Historia Social General (1956) [N.del E. 1958], el objetivo de Romero consiste en modernizar la enseñanza y la investigación y no proviene de cuestionamiento alguno a la Historia Oficial. Su único libro dedicado a Historia Argentina: –Las ideas políticas… (pues el trabajo sobre Mitre es apenas un folleto que resume dos conferencias)- no manifiesta corte, ni ruptura alguna, con la historia argentina difundida hasta ese momento por los distintos niveles de la enseñanza y dominante en los medios. Dado su ideología social-demócrata o liberal de izquierda, su interpretación se aproxima a algunos textos de lo que llamamos “mitromarxismo”, aunque denota mayor seriedad en algunos enfoques y originalidad en otros (la era aluvial: el tema de la inmigración).

La labor desarrollada posteriormente por Romero continúa dando preferencia a los temas de la cultura occidental y en segundo término a cuestiones latinoamericanas, manteniendo la inquietud por lo argentino en nivel inferior. Entre 1963 y 1965 se desempeña como decano de la Facultad de Filosofía y Letras y luego -señala Ciria- “largas temporadas en Europa lo llevaron a dictar cursos magistrales en la École Pratique des Hautes Études (París, 1965) y a profundizar su conocimiento sobre las burguesías emergentes y en general, acerca de las culturas urbanas. Esta posición fue prolongada en viajes por América Latina y una segunda beca Guggenheim, lo acercó a los más importantes centros universitarios de los Estados Unidos[12]. Así, en 1967 publica La Revolución Burguesa en el mundo feudal; Crisis y orden en el mundo feudo-burgués y Latinoamérica: situaciones e ideologías (1968). En 1970, lanza El pensamiento político de la derecha latinoamericana, en 1972 dirige La gran historia de Latinoamérica y en 1976, publica Latinoamérica: las ciudades y las ideas. En esos años, sólo reincide en la historia argentina cuando amplía las Ideas políticas en Argentina en un nuevo libro: El desarrollo de las ideas políticas en la sociedad Argentina en el siglo XX (1965). A su muerte, producida en febrero de 1977 en Tokio (adonde había concurrido en su carácter de miembro del Rectorado de la Universidad de Naciones Unidas) deja dos trabajos: uno, inconcluso; La estructura histórica del mundo urbano y otro, corregido, que se editó en 1978: Breve historia de la Argentina. Asimismo, en 1978, la Editorial de Belgrano publica Conversaciones con José Luis Romero (grabadas por Félix Luna en Octubre de 1976).

Más allá del reconocido prestigio de Romero como historiador de temas europeos, es necesario aquilatar su labor en la historiografía nacional por sus obras, rectificaciones y replanteos, como así también por su compromiso político que él juzgaba indisolublemente ligado a la labor historiográfica. “Todo su trabajo -recuerda su hijo- estaba organizado en torno a la idea de un gran relato, en el sentido de que no hay cortes entre el pasado, presente y futuro… él era un académico pero también un militante”[13]. “La historia era -para él- iniciadora de la acción”[14]. En un artículo publicado en Clarín, Halperin refiere la iniciación política de Romero: “En 1930, Alejandro Korn, consciente de que el rumbo del proceso argentino no podía eludir una redefinición, había pedido a la etapa que se abría que enriqueciese el programa alberdiano, integrando en él dos nuevas metas: las consignas de la nueva hora debían ser cultura nacional y justicia social. Romero estaba convencido de la justicia de ese diagnóstico que era a la vez un programa, y para apoyarlo iba a formar en 1931, en las filas de la alianza civil (acuerdo de los partidos Demócrata Progresista y Socialista). Pero, como es sabido, las consignas que ésta había enarbolado en vano, iban a ser recogidas en lo sustancial e instrumentadas con vista a finalidades políticas del todo opuestas, por el movimiento que todavía hoy (1997) gravita con fuerza incomparable en la vida nacional”[15]. (Más allá del gratuito estallido antiperonista, cabría señalarle a Halperin que esas banderas teóricas de los demo-socialistas se vaciaban a través de su conducta política al legitimar el fraude de 1931, en vez de acompañar a la “resistencia radical” en su abstención).

Esta inserción del joven Romero (22 años) en el viejo partido socialista explica que en la década siguiente milite en el antiperonismo, así como que su libro Las Ideas Políticas en Argentina pueda equipararse a otros ensayos provenientes de la izquierda liberal donde la Historia Oficial queda indemne. Así exalta, por ejemplo, al período rivadaviano: “Rivadavia y García emprendieron una labor de renovación profunda. Rivadavia fue el cerebro de ese gobierno, siguiendo las inspiraciones de los pensadores liberales. Su obra de progreso quedó indeleble y justificó que Mitre lo llamara el más grande hombre de los argentinos”[16]. Del mismo modo, elogia el período mitrista iniciado en 1862 como “de afirmación nacional” y “política de principios”[17], y sostiene que “la guerra del Paraguay contribuyó eficazmente a asentar el principio de la unidad nacional, pues “al cabo de cinco años de lucha había surgido una idea más viva de la comunidad argentina”[18]. Señala también que “en el período comprendido entre 1862 y 1880… Mitre, Sarmiento y Avellaneda… llevaron al triunfo dos ideales fielmente arraigados en su ánimo: el de la afirmación de la unidad nacional y el de la afirmación de la política de principios”[19], legitimando así la subordinación del país al imperialismo inglés. Con relación al peronismo, Romero cae en la clasificación de “fascismo”[20], denomina “lumpenproletariat” a la clase trabajadora argentina[21] y concluye sus reflexiones citando a Américo Ghioldi para demostrar que “el partido socialista es la izquierda del país”[22], sin olvidarse de brindar elogios al Partido Comunista[23] y concluir señalando que “el socialismo argentino ha procurado compenetrarse con la tradición liberal que anima las etapas mejores de nuestro desarrollo político”[24] (A pesar de estos juicios, característicos de la izquierda liberal, en diversas partes del libro, Romero marca matices importantes para con ella).

Los freplanteos de José Luis Romero

Veinte años después, en El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX (1965), Romero evidencia cierto distanciamiento de las posiciones asumidas en Las ideas… Por ejemplo, reconoce la importancia del yrigoyenismo como fenómeno de masas, define al grupo “Sur” como elitista, reproduce un texto de Lisandro De La Torre de fuerte tono antibritánico, critica el Pacto Roca-Runciman, distingue entre el intervencionismo de F. Pinedo y el posterior intervencionismo del peronismo (diferencia que muchos años después, Halperin persiste en negar) y reproduce un texto importante de Perón de 1944, aunque mantiene su posición antiperonista. Además de predominar en el libro una mayor madurez para juzgar los procesos políticos y las posiciones ideológicas, Romero, con gran honestidad intelectual, menciona allí al revisionismo histórico, destaca la labor del grupo FORJA e incluso se detiene a analizar a figuras “malditas” para la clase dominante como Manuel Ugarte, Raúl Scalabrini Ortiz y Carlos Astrada. Tan importante resulta el cambio que Halperin Donghi -para quien Ugarte, Scalabrini, Forja y el revisionismo de cualquier pelaje son simplemente despreciables- sostiene que “los últimos capítulos de ese libro se resienten… en parte porque Romero aparece por una vez trabajando por el deber de solidaridad con los amigos y de honrada cortesía con los adversarios. El resultado es que su dibujo de figuras y posiciones es poco incisivo y el que debía ser cuadro rico en claroscuros arriesga a ratos reducirse a desvaída fotografía de un grupo endomingado”[25].

También en 1976, en sus conversaciones con Félix Luna, Romero toma distancia de la concepción sarmientina, manifestando que la oposición “ciudad-mundo rural” constituye una agudeza de Sarmiento pero que él (Romero) no comparte la calificación y juicio de valor sostenida por el sanjuanino[26].

Resulta interesante observar, asimismo, que en sus últimos años modera la admiración por Bartolomé Mitre sostenida en su juventud. En 1943, había publicado Mitre, un historiador frente al destino nacional, constituido por dos conferencias leídas en el Colegio Libre de Estudios Superiores, editadas como folleto por el diario “La Nación” y luego, incorporado a Argentina: imágenes y perspectivas, en 1956. Este trabajo, el primero dedicado a la Argentina por el joven historiador atrapado por la ideología dominante, constituye una abrumadora apología de Don Bartolo: “Espíritu poderoso y creador… (de) inalterable convicción de demócrata… patriarca de la nación… Murió un día -un día memorable por la profundidad del duelo público- como muere un padre amado, cuya voz no se querría dejar de oír y cuya leyenda ya comienza a enturbiar su historia humana… el luchador de las buenas causas, arquitecto de una nación”[27].

Para aquel Romero, en Mitre “se ajustan”, “coexisten”, “se unifican” el historiador y el político, “con un sistema de ideas compacto y coherente para explicar el pasado y guiar su conducta política hacia el futuro argentino”[28]. El reconocimiento de esta unidad (la ideología que preside la acción política de Mitre colorea, asimismo, su relato histórico) es correcto sólo que Romero no la entiende como la consolidación política ideológica de la oligarquía porteña asociada al capital inglés sino como “expresión de la libertad y la democracia”, de la misma lucha “de Belgrano, San Martín, Rivadavia y Lavalle” de “repulsión hacia las autocracias”, de “condenación a los caudillos”[29]. Esta posición se reitera en Las ideas políticas en Argentina, donde reivindica tanto la Historia Oficial como la guerra llevada “contra el dictador López”. Sin embargo, en las conversaciones con Félix Luna, en 1976, si bien Romero ratifica su respeto por Mitre, amengua su identificación: “Tengo gran respeto por la obra de Mitre. Veo una pasión que es vital, intelectual, política y racional. Creo que él quiso crear la estructura intelectual de la Nación, darle a la Nación una estructura en la que entren todos sus elementos y en la que se viera que esa comunidad argentina es algo que tiene fisonomía, personalidad y estilo. Y lo hizo con verdadera pasión y mucho rigor…”. Pero agrega: “Si esa vocación que él descubrió es la justa, si para definir esa vocación desdeñó ciertas cosas (es posible, no tiene por qué ser perfecto) el esfuerzo fue, sin embargo, inmenso… Hay una enorme cantidad de objeciones posibles. Yo resumiría lo que usted está pensando de la colonización española, de la tradición hispánica y de su perpetuación en el movimiento de la montonera. Lo resumiría diciendo que el defecto de la concepción de Mitre es la ignorancia del interior. Desde ese punto de vista, tiene que haber otro Mitre un día… Es urgente escribir una historia del país en la que Buenos Aires y el interior jueguen de una manera armónica y en la que el destino del país sea la suma de las dos cosas”[30].

Coincidente con este replanteo, en su trabajo póstumo Breve historia…, ya no califica a Solano López como “dictador”, ni juzga que “la guerra del Paraguay contribuyó eficazmente a asentar el principio de la unidad nacional”, como lo había sostenido en 1946, en Las ideas….

Cabe observar, sin embargo, que Halperin Donghi desprecia estos replanteos de Romero para filiarlo férreamente a la Historia Social, en tanto ratificación y remozamiento del mitrismo.

Así, en 1996, toma ese ensayo sobre Mitre y el libro Las ideas políticas para colocar  el prestigio internacional de Romero al servicio de la Historia Social y del mitrismo: “Las ideas políticas en Argentina razona y continúa la interpretción del pasado nacional propuesta por los clásicos de la historiografía argentina y sobre todo por Mitre, incorporando armoniosamente a esa versión del pasado nacional los aportes de la Nueva Escuela… Ello explica la fortuna alcanzada bien pronto por el libro que (reconoce Halperin) irritaba un poco a su autor, que hubiera querido ser conocido por obras en que estaba poniendo más de sí mismo. Al inscribirse deliberadamente en una línea tradicional que se propone ilustrar y enriquecer, pero no poner en crisis con sus aportes, Romero continúa en su trabajo de historiador actitudes que eran las suyas en el campo político: “…el país debe enriquecer pero también reivindicar la tradición política-ideológica legada por su siglo XIX”[31]. Después de usar a Romero para alcanzar su objetivo -poner a la Historia social a los pies del mitrismo, a través de un historiador de prestigio internacional- Halperin completa el círculo recurriendo al viejo trabajo juvenil de Romero sobre Mitre: “Esa legítima continuidad entre esfuerzo de reconstrucción histórica y definición de objetivos políticos es explorada en el escrito quizás más feliz entre los dedicados a temas argentinos –Mitre, un historiador frente al destino nacional– en donde subraya la unidad de inspiración entre la obra historiográfica y la actividad política de Mitre y proporciona, de la primera, una interpretación admirable de justeza y riqueza de perspectivas[32].

Otro de los aspectos interesantes para evaluar la evolución de Romero (p.) reside en su vida política, especialmente por su convicción de que la pasión por la historia debe constituirse en guía para la acción política. Después de adherir al socialismo reformista, en los años ’30, y desde allí sostener una dura posición antiperonista, Romero se convierte hacia 1956/7 en el intérprete de las posiciones de la juventud dentro del partido en abierta oposición a la derecha encabezada por Américo Ghioldi, Juan Antonio Solari y Nicolás Repetto. Su hijo Luis Alberto lo recuerda así: “Mi padre participó en la dirección del Partido Socialista con el grupo de personas que se abrirían de alguna manera a los peronistas y acompañó a la corriente interna de izquierda en la penúltima división. Me refiero a la de 1956, cuando en el partido estaba Alfredo Palacios y Alicia Moreau de Justo. No querían dialogar ni con Perón ni con el peronismo doctrinario, pero sí con los trabajadores peronistas. Luego, mi padre acompañó al Socialismo de Vanguardia y llegó hasta 1961 en la fracción interna más a la izquierda. Se alejó porque el partido decidió apoyar la candidatura del peronista Framini”. Luego, agrega: “Fue siempre un opositor, un antiperonista”[33].

En la conversación con Luna, Romero (p.) ratifica su juicio crítico respecto al peronismo -sustentado también en su Breve historia de la Argentina- pero, sin embargo, se observa que esa posición se morigera, acentuando la óptica social. Así, señala que hay que indagar “el problema del mestizaje” y agrega: “Aquí se produjeron migraciones internas en la década del ’30. Los porteños, siempre tan vivos, enseguida les llamamos ‘cabecitas negras’, a nuestros ‘hermanos del interior’. Los miramos con sorna, pero son la historia viva del país y nadie sabe quienes son, ni ellos mismos. El proceso de cruza, no se conoce ni en lo étnico, ni en la aculturación”[34]. Se refiere, asimismo, al avance social alcanzado, “en los últimos treinta años (1946/76), en la dignificación de los sectores populares: “Mi adolescencia y juventud han transcurrido en una época en que se tuteaba al mozo. Yo lo he hecho (cabría aclarar que hoy, cuando se produce, alcanza reciprocidad y no, en aquella época). Algo negativo, horrible. Me parece horrible, pero era normal. Se lo he visto hacer a mi padre, a mis amigos y parecía normal. Después descubrimos que no se podía hacer. Y creo que hemos ganado mucho, pero mucho… ¿Quién llama ahora al mozo golpeando las palmas?… Ese sentimiento de la dignidad ha crecido de una manera notable”[35].

En otra parte, sostiene: “Se ha realizado un proceso muy agudo de toma de conciencia social por parte de las clases populares. Creo que este es el hecho básico. Esto ha ocurrido al compás de la obra política de Perón pero debajo, por encima y al costado de la obra política de Perón”[36].

Alberto Ciria, en Redacción, reproduce un texto de Romero (p.) donde se ratifica que su posición respecto al peronismo resultaba cada vez de mayor comprensión y que también, en este aspecto, se distingue del “furibundo antiperonismo” de Halperin: “… El problema no consistió fundamentalmente en lo que Perón pudo sugerir a unos y a otros, sino en el caudal de los anhelos insatisfechos que la sociedad argentina puso al descubierto después de tantas frustraciones. En eso consistió el carisma de Perón, en lo que todos le otorgaron con la esperanza de que él lo encarnara (en 1973). Sólo en pequeña parte fue responsabilidad suya el defraudarlos, volviendo a lo que había sido el peronismo histórico, aquel esquema político en que creía el núcleo primigenio del movimiento y cuyo despliegue había otorgado, sin duda, beneficios concretos a vastos sectores de las clases populares”[37].

Evidentemente, estos replanteos no alcanzan a la comprensión de la cuestión nacional, ni al cuestionamiento de la Historia Oficial, pero lo colocan a Romero (p.) a estimable distancia política e historiográfica de Halperin, como de Luis Alberto Romero.


[1] Luis Alberto Romero: “Todo es Historia”, octubre 1990, Nº 280.

[2] Lucien Febvre: Combates por la Historia. Edit. Ariel, Barcelona, 1970, pág. 232.

[3] Jorge Castañeda: La vida en rojo. Espasa, Bs. As., 1997, pág. 57.

[4] Hilda Sábato y María T. Gramuglio: “Punto de Vista”, Nº 26, Abril de 1986.

[5] Tulio Halperin Donghi: Ensayos de Historiografía. Ediciones El cielo por asalto, Bs. As., 1996, pág. 93.

[6] José Luis Romero en Félix Luna: Conversaciones con José L. Romero, Editorial de Belgrano, 1978, pág. 29.

[7] Alberto Ciria: Revista “Redacción”, Marzo de 1978

[8] José Luis Romero: Argentina: imágenes y perspectivas. Edit. Raigal. Bs. As., 1956, pág. 7.

[9] José Luis Romero en Félix Luna: Conversaciones…, pág. 29.

[10] Luis Alberto Romero: “Radar”, suplemento de Página/12, 23/02/1997.

[11] Ídem.

[12] Alberto Ciria: Revista “Redacción”, Marzo de 1978.

[13] Luis Alberto Romero: “Clarín” del 20/02/1997.

[14] Luis Alberto Romero: “Todo es Historia”, Nº 336, Julio de 1995.

[15] Tulio Halperin Donghi: “Clarín”, 24/02/1997.

[16] José Luis Romero: Las ideas políticas en Argentina. Fondo de Cultura Económica, 1956, Segunda edición, pág. 93.

[17] Ídem, pag. 156.

[18] Ídem.

[19] Ídem.

[20] Ídem pág. 247.

[21] Ídem.

[22] Ídem, pág. 255.

[23] Ídem.

[24] Ídem, pág. 259.

[25] Tulio Halperin Donghi: Ensayos de Historiografía, Ediciones El cielo por asalto. Bs. As., 1996, pág. 100.

[26] José L. Romero en Conversaciones…, pág. 50/51.

[27] José L. Romero: Mitre, un historiador frente al destino nacional, en Argentina, imágenes y perspectivas, ob. cit., pág. 217 y sigtes.

[28] Ídem.

[29] Ídem.

[30] José Luis Romero en Conversaciones…, ob. cit., pág., 26/27.

[31] Tulio Halperin Donghi: Ensayos de historiografía, ob. cit., pág. 93.

[32] Ídem.

[33] Luis Alberto Romero: “Clarín”, 20/02/1997.

[34] José Luis Romero en Conversaciones…, ob. cit., pág. 105, 106.

[35] Ídem, pág., 177.

[36] Ídem, pág., 125.

[37] Alberto Ciria: “Redacción”, Marzo 1978.