Maquiavelo historiador

F.G.R.

En aquel Renacimiento, crisol de las edades, transido de la magia de alquimista y venero inagotable de la audacia creadora del espíritu moderno, Huizinga adivinó un mundo que volvía en si como si despertara del sueño profundo de los años. Y agreguemos ahora, que en el claro amanecer de sus promesas, Florencia, sin desoír del todo al silfo astuto de la historia, brindaba el espectáculo aleccionador de una incesante lucha por el ideal de un Estado armónico, primera conquista de los tiempos modernos.

‘‘En la historia de Florencia —advierte Jacobo Burckhardt— se encuentran unidos el pensamiento político más elevado y las más variadas formas del desarrollo humano. En ella la gente se ocupa de lo que en las ciudades despóticas es asunto de una sola familia. Ese admirable espíritu florentino, a la vez agudamente critico y artísticamente creador, transformaba ininterrumpidamente la condición social y política del Estado, describiendo y juzgando los sucesivos cambios con la misma asiduidad”. Mas, el conocimiento que se nutre de la experiencia reveladora sólo madura en épocas de crisis, de cambios profundos, y más particularmente, en lo histórico sólo del drama puede surgir la estrella de una esperanza salvadora; así, el conocimiento de la teoría política desde Platón y Aristóteles, Polibio y Cicerón, Hobbes y Locke, hasta Burke, Tocqueville y Sorel no parece ser sino hijo de las crisis profundas y de la desgarradora experiencia del hombre en su dimensión histórico-social. Así también, las vicisitudes políticas que atravesó aquella ejemplar república florentina dejaron en el alma de su insigne secretario, Nicolás Maquiavelo, las huellas de una experiencia fecunda que, en la soledad nocturnal de su retiro, la meditación y el trato frecuente con los clásicos harían frutecer en la obra a que estaba destinada tanto su clarividencia de político como su definida vocación de historiador.

José Luis Romero, que une a su especialización como historiador de las épocas antigua y medieval una permanente inquietud por los problemas de la gnoseología histórica y de la historia de la historiografía, nos ofrece en Maquiavelo historiador otra muestra de su capacidad investigadora que esta vez cristaliza en un libro medular y erudito, no exento de agudas intenciones criticas, donde desfilan en bien lograda sistematización las categorías que informan la obra y concepción del mundo histórico-político-social de aquel renombrando secretario florentino que midió su ingenio con el desconcertante mutismo de un Lorenzo el Magnífico y con la fría —iba a decir pérfida— inteligencia de un César Borgia.

Romero persigue con preferencia el tema historiográfico, mas no sin antes presentar el cuadro de la época que va del Cuatrocientos al Quinientos y la situación política de Italia por aquel entonces. En nuestra opinión, esta es la parte más débil del libro, por la abundancia de pormenores y aspectos circunstanciales de las luchas por el poder, si bien éstos son necesarios para dar una visión siquiera esquemática de la época.

Tocante al apartado segundo que presenta el cuadro de la vida espiritual italiana de aquellos tiempos tampoco es todo lo feliz que era de esperarse, pues sólo ofrece una visión de conjunto, pero conviene decir en descargo del autor que tema tan vasto e incitante, no puede ser tratado, dadas las limitaciones naturales de la obra, más que recurriendo a la síntesis.

Pero a partir del segundo capítulo la obra de José Luis Romero se recobra totalmente y una vez entrado en el tema preciso, de evidente signo historiográfico, sale a la luz el nítido perfil de Messer Niccolò, su cultura clásica y las fuentes historiográficas en que abreva su sed de conocimiento; la importancia de su obra y su peculiar concepción de la historia que sigue, pero que también disputa, a Aristóteles y a Polibio; el sentido finalista que para él tiene la historia —ajena a la teleología cosmológica aristotélica— que anticipa el moderno principio de la Raison d’État.

Están bien vistas las virtualidades que entraña la concepción maquiavélica de la historia y de la política como coincidentes y el sentido terrenal, temporal y finito de la existencia humana que contrasta con la concepción escolástica del hombre para un destino supraterrenal, así como también se discrimina sagazmente en lo que respecta a los aspectos metodológicos implícitos en la obra del autor de El Príncipe, en función de los cuales se demuestra cómo el realismo empírico resulta criterio eficaz en la interpretación de los hechos contemporáneos (política) pero no ofrece la misma seguridad como criterio de interpretación de los hechos pasados de la humanidad (historia).

En suma, Maquiavelo historiador es un libro de indiscutible valor, bien informado y lleno de incitantes sugestiones que enriquece la cultura historiográfica en el país y que acusa, tanto una encomiable probidad intelectual cuanto al índice de una seria autoridad, en la persona de José Luis Romero.