José Luis Romero. Itinerarios, trayectos y territorios

RAFAEL RUBIANO MUÑOZ[1]

“No deja de ser sintomático que el intelectual, que tantos libros ha dejado sobre otros intelectuales, sólo esporádica y fragmentariamente haya escrito sobre el status social de su profesión, sobre sus derechos y sus deberes, sobre las condiciones objetivas y subjetivas de la creación intelectual… Ha sido la deflagración de una dura realidad política la que ha dado al intelectual conciencia de que él, como tal, constituye un problema; que hay entre él y su medio social un desencuentro que le arrastra a pensar sobre el destino inmediato de su profesión. Al intelectual, familiarizado con la duda por hábito y por método, no le resulta difícil llegar entonces hasta la pregunta más inquietante” (Sergio Bagú, Defensa y Acusación del intelectual, 1959, p. 9).

Estas palabras de Sergio Bagú, el reconocido sociólogo argentino de la historia latinoamericana, sirven de colofón para situar la perspectiva que sobre Latinoamérica erigió José Luis Romero. Como muy bien lo asevera Bagú, son muy ocasionales los registros que los intelectuales latinoamericanos han dejado sobre sí mismos, es decir, son escasas sus observaciones autocríticas acerca de su función y labor en la sociedad e incluso sobre sus singularidades personales e intelectuales propiamente dichas y, sin embargo, en el espejo – como lo afirma una vez más Bagú – la ruda realidad, con sus contrastes y complejidades, ha sido la que los ha empujado a enfrentarse a los problemas más agudos, así también, a las preguntas más turbadoras, sobre su quehacer y su papel social, que suelen verse traslucidas a través de sus obras.

Resalta Bagú que, a diferencia de Latinoamérica, en Europa los intelectuales por condiciones sociales e históricas han tenido reconocimiento y se sabe de su incidencia política; además se les ha legitimado dándoles lugar y ocupando un status de importancia. Por el contrario, en nuestras sociedades, las situaciones de crisis o de cambio, cuando no de turbulencia social, han permitido visualizar la injerencia social o política de los intelectuales, pero son las situaciones excepcionales, las de una ruda realidad, la que los ha puesto a pensar sobre sí mismo. Pero justamente, para desentrañar el rol social y descubrir el velo de las relaciones del intelectual con la política y la sociedad latinoamericana urge pensar los contextos sociales, históricos y culturales, desde los cuales poder descifrar su función social. Es el medio social e histórico el que se hace necesario investigar y junto a las ideas de los intelectuales, se debe interrogar – según Bagú – su accionar político y su influencia en el desarrollo de las sociedades. Uno de los problemas latinoamericanos constituye en desentrañar a los intelectuales, el modo en que han llegado en su conexión con la política a ser influyentes, pero en la era de las tecnologías y de la globalización, se pregunta Bagú, cómo descifrar esta figura cuando parece su papel político cada vez más opaca e invisible, ya que en el siglo XX:

“Reconozcamos que le toca vivir una dramática paradoja histórica, no la primera, pero quizá la que más íntimamente le hiere, porque los hechos contradictorios se precipitan sobre él como ráfaga traicionera. Ninguna época, ni aún aquélla del siglo 19 con los inventos, el evolucionismo y la fe en la ciencia, pudo haberle ofrecido una perspectiva inmediata de evolución más radical. Pero, a la vez, en pocas ha sentido más viva la restricción de su libertad intrínseca, que es la de pensar y expresarse, no porque otrora pecara menos el poder político en este terreno, sino por­que el intelectual y todos los hombres de nuestro siglo tienen una conciencia más acabada de su necesidad de libertad”[2].

Añade Bagú que los momentos de crisis o de cambio son propicios investigarlos, cuando se toca la relación que tiene el intelectual con la sociedad. Incluso aclara que esa relación ha de desempañarse y es deber de una sociología de los intelectuales hacer discurrir el velo que la cubre. En los últimos tiempos se ha hecho un gran esfuerzo por darle carta de ciudadanía científica al campo de los intelectuales en América Latina[3]. No obstante, como advierte Bagú, la investigación sobre el papel de los intelectuales en nuestras sociedades es una de las tantas aristas o caminos por recorrer que nos han de permitir censar qué tanto hemos podido avanzar o retroceder, en una época o tiempo específico[4]. La capacidad de censura o de tolerancia de la sociedad frente a la opinión crítica de los intelectuales, o el umbral de tolerancia frente a su pensamiento, es un índice – entre muchos más- que consiente examinar los niveles democráticos o no, de la sociedad, entre otros problemas.

Frente a la obra de José Luis Romero en retrospectiva, las observaciones de Bagú resultan admonitorias, pues con toda certeza las singulares de sus cuitas personales se entrelazaron con una especial connotación con su obra y producción, porque su creación, sostenida por una sólida heterodoxia con el oficio del historiador y los temas o problemas que analizó estuvieron ligados con el carácter comprometido de su función y papel social como intelectual[5]. Sin embargo, es nuestro interés cuando acudimos a los reclamos de Bagú entre muchos argumentos que esgrime, indicar que son escasos los registros que dejó Romero – y que es un sino de los intelectuales, en especial los latinoamericanos-, enfocados especialmente sobre la elaboración de sus obras, su formación intelectual o a un mismo tiempo, estos aspectos vinculados con las circunstancias de la vida.

Por lo tanto y siguiendo una vez más, las demandas de Bagú, lo que se requiere que para una sociología de los intelectuales en nuestro territorio, es un estudio e investigación que debe contemplar a un mismo tiempo al personaje, sus obras y el entorno en el que se desenvuelven. El paso de una historia a una sociología de los intelectuales exige orientar la mirada del investigador no solamente en las ideas o la producción en sí; no en exclusiva en su vida personal, sino en el proceso material y en las articulaciones sociales de las ideas con su trayectoria individual[6]. De ahí, que dentro de los márgenes de la óptica anterior, el problema que plantea la pregunta por la imagen de América Latina en José Luis Romero pasa por algunos requerimientos – ya esgrimidos – que no son de fácil solución. La ruta está compuesta de algunos itinerarios, que implican varios trayectos y dibujan algunos territorios como también paisajes o perspectivas.

Con relación al tema de este capítulo, el propósito será entonces atar esos tres escenarios propuestos; los itinerarios, las trayectorias y los territorios en los que fincó Romero su apasionada y rigurosa concepción de la historia universal y latinoamericana. El curso que se asume será entonces aquel en el que se acople la experiencia de vida del intelectual y el diálogo o comunicación que tuvo con su tiempo, incluyendo sus avatares personales, al menos los más sobresalientes. El objetivo central de esta senda es trazar las fronteras y a su vez desmarcar los linderos en los que se hacen patentes el historiador en todas su dimensiones, teóricas, metodológicas, prácticas y existenciales con el mundo, la argentina, y obviamente, la experiencia latinoamericana.

A partir de lo anterior tendríamos un primer trayecto – frente a muchos otros – y es el que busca situar sus obras publicadas y los nexos que ellas tienen enfocadas al tema específico – en este caso particular el de América Latina. De lo anterior se colige el poder reconstruir las perspectivas que arroja, o ha dejado a través de sus obras y los territorios que dominó en ellas, dándole sentido o significado. Además es importante recabar en la interpretación que expertos o conocedores de su obra le han brindado al público lector, en especial la abundante información sobre el viaje de esta aventura intelectual que bosquejó el historiador argentino.

Inicialmente se puede aseverar que en los pocos los registros[7] existentes que dejó Romero desde los cuales poder señalar con exactitud y conclusivamente, las consideraciones que tuvo a la hora de asumir el desafío de pensar la historia del continente como objeto de estudio, hay dos que son muy relevantes o pertinentes; el de su introducción al libro sobre Latinoamérica: las ciudades y las ideas (1976), donde habla de la otra historia, esto es, aquella que ofrece – dice Romero – una mirada no localizada en la historia política irrestrictamente, como solía ser el hábito recurrente de los historiadores latinoamericanos, sino más bien, de la historia social y cultural en la perspectiva de una unidad[8], la latinoamericana; y los capítulos 2 y 3 de su libro Situaciones e ideologías en América Latina (1980), en cuyos contenidos resalta Romero la perspectiva de la historia social y cultural y a través de ellos plantea el problema de cómo establecer el análisis de las transformaciones culturales y los causes que asumen en las ideas e ideologías de los grupos sociales en nuestro territorio[9].

Pero estos dos referentes y registros son comprensibles en una trayectoria más amplia que va desde sus iniciales momentos de formación en los años 30 como historiador hasta antes de su intempestivo deceso en 1977. En este arco de tiempo Romero atizó su percepción  historiográfica fundamental, al trazar la idea de unidad desde una concepción innovadora historiografía a partir de los tiempos, las épocas, los territorios y las sociedades. Es por lo anterior, como lo han indicado muchos estudiosos de Romero, que su excepcionalidad se debió a una concepción de la historia en que es plausible ir de Grecia a Roma, del Renacimiento a la Revolución Francesa, de la modernidad burguesa a las independencias latinoamericanas, del siglo XIX al XX, de las guerras mundiales y los totalitarismos a las sociedades masificadas del siglo XX en el continente y el mundo en un recorrido que pese a los saltos, o a los sobresaltos, ni se desperdigaba, ni se deshacía, ni se desagregaba en generalidades o en artificios fastuosos. Como ningún otro en su tiempo, supo “ir de un lugar a otro y estar íntegramente en cada uno”, como lo diría Borges de Alfonso Reyes en su homenaje a su muerte.

Más adelante observaremos cómo estos recorridos se conectan con su obra entera y fueron concebidos en su visión de América Latina en un contexto de crisis y de transformaciones políticas y sociales. Ahora, de hecho, muchas de sus publicaciones llevan el nombre o en su contenido aparece Latinoamérica; o de fondo se refieren a los problemas continentales. Sin embargo, lo que ha de desentrañarse es cómo construyó esa percepción de nuestra tierra objeto de su investigación; cuáles fueron los entretejidos analíticos, en qué momentos los concibió y cuáles fueron sus fines y metas. Nos es dado afirmar que con la sola referencia a Latinoamérica no se enriquece la posibilidad de suscitar una relectura de la obra de Romero y por el contrario se empobrece la magnitud del legado que dejó en su amplia y generosa obra.

Con todo, algunas claves permiten aproximarse a la imagen que construyó y a los temas o problemas que encaró sobre Latinoamérica; por ejemplo, se resaltan con insistencia, los viajes[10] que hizo, el exilio[11], las redes y sociabilidades intelectuales[12] y una sed inquebrantable de conocimiento[13]. Ahora bien, para quienes lo conocieron de cerca fueron ineludiblemente los problemas argentinos[14], los que en mayor medida alentaron su curiosidad sobre los asuntos latinoamericanos. En la biografía intelectual de Romero escrita por Omar Acha se indica esta circunstancia de modo constante en todo el libro, por ello expresa que:

“La concepción historiográfica de Romero tuvo una escansión propia, irreductible al devenir de la disciplina histórica en la Argentina de entreguerras. Fue el suyo, más precisamente, el clima ideológico de una nueva generación  que advenía al ejercicio intelectual en una era de incertidumbres. La exigencia romántica de vincular vida, historia y conocimiento ante un mundo que había perdido inteligibilidad. La realidad había extraviado su aplomo y era imprescindible  reorganizar desde parámetros diferentes a los que proveía, hasta entonces, una cultura burguesa gobernada por el cientificismo y el positivismo”.

Y agrega una vez más sobre esa experiencia donde el saber y el conocimiento, la vida y la sensibilidad social están mediadas y no separadas, se compenetran en la conciencia de la formación y de la labor intelectual, con una capacidad sintética de unir ciencia y existencia cotidiana, como muy pocos lo podrían hacer; por eso reitera Acha:

“Esta concepción de la historia obedecía a dos motivos fundamentales. En primer lugar era una reacción a la práctica erudita que – como ideal metodológico – preponderaba en la historiografía argentina. En segundo lugar, como respuesta a la percepción de una situación crítica de la cultura occidental y de la coyuntura política argentina, contexto en el cual la historia podía funcionar como guía preferencial de ilustración hacia tiempos mejores. Romero denostaba la historia fáctica, desinteresada de su entorno y literariamente reseca, incapaz de insertarse activamente en la vida y de autorizarse a intervenciones públicas”[15].

De otro lado, en su diálogo con Félix Luna, de modo reiterativo destaca Romero su distancia con el documentalismo- el positivismo historiográfico – del que rehuyó desde muy temprano, en los años 30 cuando era estudiante en la Universidad de la Plata[16], y a consecuencia de esta actitud, ella le significó el desprecio cuando no el recelo y prevención de no pocos de sus colegas y conocidos. Si soslayó el determinismo histórico – del positivismo y el marxismo dominantes en el discurso científico de la época, en específico en Latinoamérica – que exigía el objetivismo empírico y entonces no se adscribió a una línea demarcada de los paradigmas en boga, fue acaso como lo muestra Acha en el desarrollo del libro, por su inusitada búsqueda de autonomía, independencia y una cierta vehemencia intelectual[17].

Una vez más se reitera que no deja de ser incidente en la obra de Romero la circunstancia argentina. Y fueron no pocos los dilemas sociales y políticos de su tierra natal y la disyuntiva entre la entrega a lo académico o a la militancia socialista la que dieron un sello particular a esta experiencia, a su errante diálogo humanista fundado en el contacto con prestigiosas y reconocidas personalidades latinoamericanas y su resistencia no solamente ideológica política sino también reflexiva frente a una era de colonialismo, imperialismo, autoritarismos y dictaduras [18].

Dos circunstancias cincelaron el carácter de Romero. El oficio del historiador se desempeñaba y era válido en su forma congelada de ver el pasado sin diálogo con el presente; y la historia argentina se construía bajo la camisa de fuerza de un nacionalismo que en ocasiones lindaba con el fanatismo o la idolatría desde la izquierda o la derecha. Frente a estos dos entornos reaccionó con consistencia reflexiva Romero. En el primer límite, que ha sido común incluso de las ciencias sociales en nuestro medio, el del empirismo puro y seco, la historia se piensa a partir de un tiempo, sin capacidad de comunicación e intercambio con el presente y el futuro. No cabe duda cómo combatió Romero desde sus años de formación este prejuicio con un esfuerzo intelectual que rompía las cadenas rígidas y las formas petrificadas de investigar la historia, atada férreamente a los archivos, los documentos con una mirada que se entumecía en el pasado.

Superó la inclinación positivista de la historia[19], enclaustrada y clausurada de modo obstinado en los hechos, sucesos o personajes, sin conexión con lo social o con la actualidad. Frente a la segunda adversidad, hubo una tendencia del oficio del historiador a separar el científico y el académico de los compromisos políticos, o profundizar la brecha de las fronteras del intelectual y la política, desdibujadas por actitudes que acentuaban los extremos, esto es, el voluntarismo, el exotismo y el dogmatismo o la indiferencia, la neutralidad y la indolencia. Ante esta instancia, por el contrario, el oficio de historiador y el compromiso y las convicciones políticas en Romero no reñían ni menos aún se contradecían, porque supo conjugarlas con serenidad, sin apologías, sin baladronadas y con la entereza de la hondura del trabajo analítico y reflexivo, sin caer valga repetirlo en la propaganda ideológica o en la manipulación política desde la ciencia.

Unido a las exigencias de las convicciones o de los compromisos con el ámbito público y la esfera política se han destacado desde otros ángulos, algunos referentes desde los cuales en Romero se fueron conformando las tramas de los problemas de Latinoamérica en una larga duración. Ineludiblemente, la imagen de Europa, sus contornos y procesos desde el siglo XI al XX, matizaron su óptica que se enfocaría a los territorios de nuestro continente. Es por ello, que fue dentro de esta experiencia intelectual – un historiador heterodoxo – se resalta su peculiar y acendrado profesionalismo como historiador de las mentalidades[20] y del mundo burgués urbano[21], o la modernidad burguesa, en strictu sensu, su formación en el mundo medieval europeo[22]; etapas de investigación y creación que sellaron el modo de asomarse a los asuntos americanos.

Con certidumbre, todos estos horizontes entran en el haber del recorrido intelectual y cada uno de ellos se ajusta en su particularidad a una trayectoria que compone un ritmo, una cadencia, que hace específico el pensamiento del historiador argentino. De hecho, como se ha indicado aquí, son muchos los conocedores de la obra de Romero que señalan el lugar o ubican dentro de su vida y producción, cómo se vinculan esos aspectos ya mencionados. Ahora, si algo se ha distinguido sobre la personalidad historiográfica de Romero – al referirse a Latinoamérica – y se ha subrayado hay que reiterarlo, es que fue por la vía de los problemas argentinos, lo que volcó su atracción por Latinoamérica[23], e incluso se insiste en la influencia que tuvo de prestigiosos y reconocidos latinoamericanos, como fueron su hermano Francisco Romero[24], Alfredo Palacios[25], Alejandro Korn[26], Pedro Henríquez Ureña[27] o sus maestros de historia en la Universidad de la Plata.

El rostro del continente apareció en el trasfondo de sus preocupaciones argentinas. Más motivado por su compromiso de socialista y de ciudadano e influido por los dilemas sociales y políticos en una etapa significativa de su vida, los años que van del 40 al 70, en una época de golpes de Estado, de crisis de la democracia y de dictaduras militares en su tierra natal[28]. Por lo anterior, es plausible decir que la crisis antes que el cambio fue el sino de sus desvelos intelectuales y la experiencia que obtuvo sobre ella – la crisis-, fue la mediadora de su creatividad innovadora[29], en particular de su mirada sobre nuestro territorio.

En uno de los esfuerzos analíticos por esclarecer los vínculos de la vida y la obra de Romero, Omar Acha considera que fue en el entramado de los problemas sociales y políticos de Argentina, el contexto privilegiado que movió a Romero a considerar los problemas latinoamericanos que asumió reflexivamente, por ello afirma que:

“El desmoronamiento político entroncaba con fallas quizá más graves en la formación económico social argentina en construcción. Al evidente derrumbe de la economía mundial se unía una sensibilidad que bajo el ropaje de una reacción antipositivista cuestionaba las certezas culturales de las elites argentinas. El ánimo de revisión radical de la realidad recorría a la juventud intelectual por lo menos desde el año 1918, cuando el movimiento de la Reforma Universitaria, primero argentino y luego continental, declaró su extrañeza ante las autoridades del saber académico y reclamó nuevos maestros. Más allá del jaleo ideacional que habitaba a los reformistas, había una creencia compartida: la nueva generación estudiosa deseaba participar en la construcción de otra realidad”[30].

Lo corrobora Francisco Ayala, el español exiliado en Buenos Aires, cuando se refiere a Romero como el hermano de Francisco – el emérito filósofo argentino – frente a quien debido a su inmensa sombra, el menor quería imponerse con un esfuerzo denodado y con una enorme curiosidad por el entorno[31]. No solamente los obstáculos atizaban el interés de una generación ávida de cambios y de incidencias ante la degradada sociedad como lo admite Acha, quien además agrega que Ariel (1900) de José Enrique Rodó y la Reforma Universitaria de Córdoba (1918) fueron los estimulantes para una juventud ávida de transformaciones. Igualmente, las tragedias propiciadas por las crisis en el siglo XX y un escenario mundial y continental amenazado por los extremismos políticos – nacionalismos de derecha y de izquierda – en una época de abusos del poder y de autoritarismos, alentaba la imaginación y la acción como diques ante los desastres sociales que se avenían.

Así mismo, el impacto de los procesos de masificación y de transformación urbana, la “sociedad aluvial”[32] como peculiaridad de la argentina de los años 20 al 30, o la emergencia de las clases obreras y proletarias, además de las innovaciones tecnológicas que derruían las visiones del mundo tradicional, fueron entre otros, los encuadres de una inestabilidad de la sociedad del siglo pasado que hacía tambalear sus cimientos y sus estructuras, lo que constituía el acicate que demandaba nuevos referentes de reflexión y análisis en la investigación social. Pero este impulso analítico no era plausible asumirlo como lo reitera Romero a partir del oficio tradicional de la historia – y de otras ciencias sociales en el continente en vías de institucionalizarse – endurecida en el documentalismo, la erudición y fosilizada en una apología del pasado sin diálogo con la actualidad[33].

En ese sentido, vida y obra establecen una comunión que constituye un primer itinerario de acceso para perfilar la figura del intelectual, que como fue el caso de Romero, están estrecha e intensamente ligadas, como lo hemos referido siguiendo el trabajo de Omar Acha. Ahora, sin duda, no fue el campo de la historia en Romero y en específico, los problemas latinoamericanos, un andar en el vacío o en el desierto. Contando con el esfuerzo de reconocidos latinoamericanistas, Romero fue heredero de los esfuerzos que a principios de siglo hicieron Juan Agustín García[34], José María Ramos Mejía[35] y Jorge Basadre[36]. Como lo afirma en el prólogo Rafael Gutiérrez Girardot sobre las obras de estos tres historiadores sociales de América Latina:

“Las obras de Ramos Mejía, Juan Agustín García y Jorge Basadre abrieron involuntariamente el camino hacia una nueva historia de Hispanoamérica, hacia una historia social. Tienen las virtudes y los defectos de toda obra fundacional: imprecisión terminológica, manejo de conceptos determinados por las corrientes de la época. Los historiadores que nos las tuvieron en cuenta pasaron por alto una riqueza que ellos mismos les hubieran correspondido rectificar, acrecentar y perfilar. Esa omisión es aún recuperable. Pero la recuperación sólo es posible cuando se tenga una visión transparente de nuestro pasado cultural y de nuestra historia, es decir, una visión que no sólo censure y que cuando lo haga no confunda la censura con la condena; una visión que no crea que la generosidad en la apreciación de una obra del pasado es necesariamente apología o ignorancia de la última moda. Las creaciones  literarias y científicas son inevitablemente efímeras, pero el reconocimiento de la fugacidad no puede inducir a creer que lo que es pasado para una o dos generaciones carece de suscitaciones para las generaciones posteriores, de las que se supone que tienen una perspectiva más amplia”[37]

Estos precursores, citados por Romero en sus obras latinoamericanas, abrieron la brecha y ampliaron el camino de la historia social del continente; se constituyeron incluso – como el mismo Romero – en un referente para generaciones de estudiantes en los que la heterodoxia estimulaba romper con las rutinas o hábitos de los oficios científicos enmohecidos y deletéreos, hartos inmóviles y domados hasta la agonía. En los años 40 y 50, estas trayectorias como la que ya Romero consolidaba con sus estudios sobre Grecia, Roma, el mundo medieval o el feudal y burgués, en la línea de combatir el determinismo positivista o marxista en la historiografía, fructificó con uno de los maestros de la sociología latinoamericana[38], Sergio Bagú, quien como colega de Romero que fuera en la Universidad de Buenos Aires indicaba la necesidad de una historia latinoamericana sin fragmentaciones, particularismos o fraccionada en regiones o países disgregados. Justamente es importante recabar en esa percepción que será el derrotero principal de la imagen de América Latina de Romero, por ello Bagú afirma que:

“El estudio de nuestros pueblos desde el ángulo de la historia comparada arroja una luz reveladora sobre sus problemas actuales, todos los cuales tienen alguna lejana raíz pretérita. Es por ello que la mejor comprensión de un proceso histórico jamás deja de tener cierta proyección contemporánea. Por otra parte, el método comparativo, aunque a veces puntualice diferencias más que semejanzas, vigoriza siempre el sentimiento de proximidad entre los pueblos, en particular entre los que existe un obvio paralelismo histórico, como es el caso de los de América Latina”[39].

Es menester asegurar que tanto Bagú[40] como Romero, quienes entrabaron amistad en la Universidad de Buenos Aires, tuvieron que salirse de los márgenes que imponía el trabajo científico habitual, destrozando lo rutinario del oficio y acaso resistiendo al desprecio, la vindicación o la apatía e indiferencia de sus colegas. De todas formas, la concepción de pensar a Latinoamérica bajo la perspectiva de la unidad no era nueva obviamente. Ensayada con creces por Bagú, naturalmente el camino recorrido por Romero, si bien se sitúa bajo otros panoramas y perspectivas, seguía los senderos que ya había trazado el dominicano Pedro Henríquez Ureña, en particular en su “Seis ensayos en busca de nuestra expresión”[41] (1928). Para algunos estudiosos, estas dos personalidades intelectuales – y otros argentinos – fueron faros constitutivos de la formación del historiador argentino y esta es una vía de enlace al reconstruir los atajos posibles para hacer comprensible la trayectoria que recorrió Romero en su ruta hacia el estudio de nuestro continente.

Como se expresa en la entrevista con Félix Luna ya citada, Romero no declinó en su empeño por hacer de la investigación histórica la herramienta fundamental de la razonabilidad humana y la concibió también como un arma del progreso y del desarrollo humano en general[42]. Pero estas capas de la formación intelectual del argentino, su humanismo e ilustración no reñían con sus variadas preocupaciones con el continente latinoamericano, ya que, en su concepción histórica hay una exigencia de diálogo entre el pasado y el presente con una obsesión rigurosa por atisbar las opciones, alternativas y posibilidades del futuro. Lo social y lo histórico no los concibió como espacios que determinaran o condicionaran las acciones de los hombres, sino por el contrario, eran escenarios propicios de la acción humana, de la alternatividad y la opción del accionar de los sujetos históricos.

De ahí, que al trazar la imagen que de América Latina se hizo el historiador argentino no sea propiciamente lo más diligente y de fácil acceso, por el contrario, la pregunta sobre Latinoamérica en Romero genera en el lector una obligada sensación de incomodidad, pero ante todo, de exigencias reflexivas. Si hubiese un corto sendero, diríamos que lo más sencillo del tramo para explicar el sentido que existe en Romero del continente americano, es indudable reseñar, su obra clásica Latinoamérica: las ciudades y las ideas (1976). Este libro ha sellado su prestigio y es de la mayor significación en ese terreno. Pero la elección sin embargo, reduciría el trayecto al límite de lo escueto porque al darle al lector una aproximación reflexiva de esta obra y obviamente el puesto que ocupa en los estudios sobre el continente; es decir, el poder explicar su contenido y sus componentes, sería obviamente una alternativa, pero ese ejercicio no agotaría la riqueza analítica de Romero sobre el continente y sería apenas un ángulo marginal que no brindaría todo el dominio como la plenitud de su esfuerzo intelectivo tan amplio como generoso sobre los asuntos de nuestro territorio en varios siglos.

Inicialmente, lo que se puede expresar es que el tema de los vínculos de José Luis Romero con Latinoamérica exige recorrer variados parajes y diferentes accesos de interpretación, así mismo de análisis. Una de esas vías es acercarse a la obra misma, y por tanto se puede decir que incluida su obra mencionada sobre las ideas y las ciudades latinoamericanas, Romero afrontó otros problemas de las realidades históricas del continente, como fueron el proceso de emancipación independentistas, las ideologías en el siglo XIX y XX y los procesos sociales y culturales que encuadraban el desarrollo de las ideas en nuestro continente. Podemos destacar entre sus obras principales frente a los anteriores temáticas, su obra publicada póstumamente titulada Situaciones e Ideologías en Latinoamérica (1980) y sus compilaciones con prólogos y estudios preliminares, de los libros El pensamiento político de la emancipación (1986) y El pensamiento conservador (1986); a los que se debe añadir su sesudo análisis sobre El pensamiento de la derecha latinoamericana (1970). No cabe duda que sea necesario incluir muchos de sus ensayos sueltos publicados en revistas y los que competen al mundo de la historia argentina. Más adelante haremos referencia a estas producciones del argentino.

Pero por ahora trataremos de escarbar un poco más sobre los itinerarios y trayectos que tiene esta imagen de América Latina en el historiador porteño. Un rodeo más, quizás otro de los rumbos a seguir se encuentra en el conglomerado de ensayos y escritos publicados sobre su obra y su vida, en los que es posible hallar algunas de las claves desde las cuales poder acercarse a la imagen que se hizo del continente. En el sentido anterior, sobresalen los dos libros homenajes[43] que se le hicieron, porque ellos están compuestos de estudios diversos desde los cuales se indican los aportes y las contribuciones de Romero – no solamente referidos a América Latina – a las ciencias sociales en el siglo XX y en específico, se resaltan su producción referida a la historia argentina y a la del continente americano.

Pero para lograr descifrar con cierta prestancia el lugar que ocupó América Latina en la obra de José Luis Romero es necesario indicar muchos de los aspectos de su vida que se fueron entrelazando con sus inquietudes y preocupaciones intelectuales, tan amplias como generosas y contrastantes. No obstante, es un camino pedregoso recorrer este aspecto, por la vastedad y por la heterogeneidad de información y de conocimiento que tenía este insigne representante de la inteligencia americana. Por ello, es en el carácter mismo intelectual y en el contexto social y político que vivió, la vía más expedita para hallar algunas de las claves para lograr aproximarse a la constitución de lo que fue el continente para este reconocido historiador; de este modo lo plantea Fernando Devoto cuando afirma:

“José Luis Romero fue uno de los referentes mayores de la cultura savant argentina en el siglo XX. Su influencia en ella se desplegó en muchas direcciones y desde múltiples lugares. Fue a la vez historiador, político, pedagogo, organizador cultural, ensayista, académico, docente y tantas cosas más. En suma un intelectual que ni quiso privarse de ningún instrumento en su vocación, no solo de comprender la atormentada Argentina que le tocó vivir, sino de intervenir en los debates intelectuales que surcaron su espacio público…¿Cómo  reconstruir su horizonte intelectual, más aun considerando el carácter tan original y autodidáctico del mismo? Por otra parte, la tarea es aún más ímproba dado el estado de las fuentes disponibles”

Así como lo advierte Devoto sobre las fuentes, las semblanzas sobre la obra y vida de Romero, contando con el límite de las fuentes son aproximaciones apenas, que el lector debe completar en la medida en que se acceda a sus libros y que aquí apenas se insinúan algunas de las claves de lectura. Es obvio, como lo exponen abiertamente los estudiosos y conocedores de Romero, que un estudio de mayor profundidad o calado se podría completar o llevarse a plenitud cuando algunas de las fuentes como su epistolario, o su biblioteca, o sus anotaciones y borradores, estén disponibles para lograr hacer una arqueología intelectual del modo arquitectónico como Romero construyó muchas de sus elaboraciones acerca de la historia occidental o del mundo latinoamericano[44]. Estas fuentes no se conocen y aún falta mucho material, como los cursos o las anotaciones al margen de los libros que den pistas de cómo concibió y cuál fue el engranaje desde cual desplegó su ilimitada curiosidad para considerar – en este caso específico – a Latinoamérica como un objeto de estudio e indagación.

Para los versados de la obra y vida de Romero y en ello coinciden la mayoría, es imposible poder recrear la imagen de Latinoamérica que construyó si se hace caso omiso al desarrollo y evolución de su obra en su totalidad. Por lo tanto, otros de los derroteros es analizar cómo se concatena y en qué medida existiría una hilación a lo largo de sus libros e investigaciones elaboradas con aquellas otras obras ligadas específicamente al mundo latinoamericano. Desde otro ángulo, fue en el panorama de los problemas sociales y políticos – como se ha reiterado – donde se pueden hallar las cartas de navegación de su arribo al complejo escenario de América Latina. Inclusive llama la atención que se señala conforme a lo anterior, las fuertes influencias de preeminentes y reconocidos latinoamericanistas, a quienes ya se han indicado.

Naturalmente constituyen esos escenarios las travesías obligadas para darle adecuada respuesta al interrogante sobre cómo se erigió la imagen de Latinoamérica en Romero y es imposible prescindir de esas vías. De todos modos, un trayecto obligado para poder desvelar cómo apareció en el horizonte de Romero Latinoamérica es acudir a algunos de los escritos ya clásicos de versados y reconocidos intelectuales, quienes han desentrañado las peculiaridades y las especificidades de lo que constituyó este diálogo enriquecido y contrastante.

Es justamente en el primer libro homenaje publicado en el año de 1982 donde se hayan dos ensayos que pulsan y brindan una primera inspección sobre el recorrido que marcó el viaje latinoamericanista del argentino. Se destacan allí los ensayos de Sergio Bagú bajo el título de “José Luis Romero: Evocación y Evaluación” y el de Rafael Gutiérrez Girardot titulado “Sobre el problema de la definición de América. Notas sobre la obra de José Luis Romero”, y éste último se publicó de nuevo con mayor extensión y con su acendrada ironía de argumentaciones con el título “La significación continental de José Luis Romero”[45]

Naturalmente, muchos otros escritos en el primer libro homenaje hacen alusiones y apreciaciones sobre esa comunicación[46]; pero los dos ensayos reseñados, se dirigen de modo directo y estricto a mostrar las singularidades de los lazos de Romero con Latinoamérica. Inicialmente Sergio Bagú se enfoca en el carácter humanista e ilustrado y enfatiza sobre las condiciones de la formación intelectual desde la historiografía que constituyó Romero. Asevera como otros, que su ambición intelectual estuvo orientada a conectar la historia universal desde la perspectiva argentina e hispanoamericana, cuando no, a la inversa[47]. Desde otro ángulo, enfatiza su colega y amigo Bagú que Romero se esforzó por desentrañar la historia medieval y pretendió con un esfuerzo inusitado para la época – y para el oficio hasta entonces rutinario del historiador – contemplar el proceso social, político y cultural de inclusión de la vida latinoamericana bajo la metodología que permite descubrir las discontinuidades de la vida y los procesos históricos[48]

Una de las tesis que fundamenta el trabajo tan específico de Romero en el estudio del continente asevera Bagú fue el modo como afrontó analíticamente las relaciones culturales y lo que implicaba este dominio analítico en el horizonte de las tensiones entre sociedad, política e ideologías. En el impulso de los problemas culturales desde el mundo griego, romano o medieval, comprendió Romero el drama singular de Latinoamérica, esto es, el proceso de inclusión – de choque o confrontación – con la cultura occidental. En dicho sentido, Bagú expone que el carácter de historiador de Romero compuso una personalidad que combinó el rigor conceptual con la comprensión de los fenómenos sociales de cambio bajo la presión de la innovación y la creatividad a partir de las reflexiones sobre la cultura. Señala además que generó tres grandes vuelcos para la historiografía latinoamericana; el primero su libro El ciclo de la Revolución contemporánea (1948); el segundo La Revolución burguesa en el mundo feudal (1967) y el tercero Latinoamérica: las ciudades y las ideas (1976). A través de ellos, expresa Bagú:

“He dicho que la primera definición temática fundamental dentro de toda su obra es la historia de la cultura…lo que quiero señalar, al insistir en sus tres vuelcos vocacionales, son grados de preocupación dominante y, a la vez, etapas acumulativas en el transcurso de su propia capacidad perceptiva. Yo creo, en efecto, que por la vía – que nunca abandonó – de la historia de la cultura llegó Romero a la historia social. Hizo allí un aporte interpretativo extraordinario y, sin abandonar ese terreno – sobre el cual siguió trabajando -, entró después en una temática latinoamericana, como producto de dos convicciones ya bien delineadas: una, la de que se mantenía en las grandes líneas interpretativas de la historia social; otra, la de que en América Latina era, al fin y al cabo, su propia residencia en la tierra, su raíz y su horizonte inmediato”[49].

Argentino por nacimiento, latinoamericano por convicción y compromiso, europeísta y contemporáneo, hijo de la modernidad de su tiempo, Romero desafió los cánones y las convenciones tradicionales de su época, rompió con el lastre que lo ataba a un oficio cercado y con los límites donde no se puede establecer el lazo de lo propio y de lo ajeno a un mismo tiempo. Hizo de la historia un armazón para entender a los sujetos, las acciones y las estructuras sociales a la vez, y bajo ese rasero compuso un dominio sobre su tierra natal en conversación con la cultura occidental, transitando de la historia cultural a la social y de allí a la historia política. Sus libros sobre argentina en conexión con los problemas latinoamericanos son dicientes de este esfuerzo que señala Bagú y que se dibujan en sus obras: Las ideas políticas en Argentina (1946); Breve historia de la Argentina (1965); El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX (1965) y las ya citadas sobre las independencias, el conservadurismo y la derecha.

De otro lado, en los dos ensayos de Rafael Gutiérrez Girardot se destacan otros acentos y territorios dominados por Romero sobre Latinoamérica. La discusión que se ha planteado en siglos sobre la esencia de América Latina entre naturaleza e historia, es reflexionada y superada por Romero, con serenidad, con rigor y ante todo renovando la tradición que va de Andrés Bello[50] y Domingo Faustino Sarmiento[51]a Alfonso Reyes[52], Pedro Henríquez Ureña[53] y Baldomero Sanín Cano[54], por citar los más relevantes. Para Gutiérrez estos “arquitectos de América” forjaron una imagen latinoamericana que no se plegaba a la idea de América como “naturaleza pura”, sino más bien, el desafío fue descifrar los complejos contenidos de la historia universal y occidental vertidos en el proceso de conquista y colonización. Romero no solamente enriqueció esta tradición sino ante todo, la potencializó analítica y científicamente. Señala con detalle Gutiérrez que en una época como la de los años 40 y 50, en la que no existían ni trabajos ni menos esfuerzos por pensar nuestro territorio en tiempo y espacio como una unidad, y además embelesados por las reivindicaciones históricas en los extremos, es decir, la historia utilizada ideológicamente para la propaganda, la de los hispanistas o la de los antihispanistas convertidos en los indigenismos; en fin desde los linderos de los estrechos nacionalismos que conducían a los totalitarismos, la tarea de Romero fue derrumbar esos prejuicios y erigir una nueva interpretación.

En una época de fundamentalismos históricos en Latinoamérica, Romero le dio base y propiedad científica no solamente al oficio del historiador sino también al análisis del proceso histórico. Enaltece Gutiérrez que ya los libros de Romero sobre Maquiavelo Historiador (1945) y La Biografía y la Historia (1945), junto con Las ideas políticas en Argentina (1946) abrían una compuerta desde la cual superar los determinismos y los prejuicios en la interpretación del ser americano, porque en esos libros el llamado era a practicar y reflexionar la historia en conjunto, como totalidad y en conexión íntegra con los problemas humanos, y agrega Gutiérrez que desde la óptica de Romero una historia latinoamericana no era solamente de territorios o al compás de los intereses políticos de las regiones del continente, sino más bien, la historia es una ciencia que debe resolver los dilemas humanos, enfrentar los desafíos que se le colocan al hombre en todos los tiempos[55].

Con esta perspectiva, aseguró Gutiérrez, erigió Romero una mirada continental sin especulaciones vagas y ligeras, utilizando para ello conceptos y categorías que hacían posible la investigación histórica en la perspectiva de la unidad continental en relación con los conflictos o dilemas de la cultura occidental, sin afecciones como era lo corriente, el de la apelación a las razas, las etnias o las clases sociales, tan cargadas de irracionalidad así mismo de acentos intransigentes, tan parcializados como el del telurismo o de los indigenismos en boga. A su vez, no cargaba la mirada a una apología de Europa ni declinaba en la observación de la defensa de América como simple naturaleza. A esa tarea de el equilibro interpretativo, sin adolecer de las polarizaciones elaboró Romero con la firmeza de la reflexión, la imagen de América.

Gutiérrez explica cómo se enlazaron en esa imagen de América sus obras sobre el mundo europeo occidental y de qué modo ellas ya llevaban integradas una noción del ser latinoamericano. La concepción histórica de Romero, revela Gutiérrez una vez más, unía a un mismo tiempo, la crítica al empirismo o al positivismo histórico y ensayaba – sin adolecer de la reflexividad sólida – un estilo diverso en la concepción metodológica que aplicó en su estudio histórico, toda vez que era su talento una manera específica de acudir y tratar las fuentes para la interpretación histórica. En contravía de la historia oficial y tradicional, que tenían como prevalencia los datos o sea la validación del archivo a partir del documentalismo, como lo hemos referido aquí muchas veces, luchaba Romero contra la especulación y la propaganda, contra la ambigüedad y por eso acudió a diversas fuentes, como las de la literatura, las biografías, los epistolarios, los relatos de viaje, la prensa y las revistas, como documentos de la cultura que así mismo daban cuenta del entorno y de las condiciones sociales o políticas de una época.

Contra la obsesión con que muchos historiadores latinoamericanos se empeñaron a establecer apologías empíricas de los procesos económicos, o políticos sin mediaciones, Romero varió el proceso metodológico, tratando de reconstruir los fenómenos históricos del continente desde la perspectiva social y cultural. Modificó él este acento y por eso uno de sus mayores esfuerzos fue el desvelar la historia de nuestra identidad interpretando desde otro enfoque, por ejemplo, desde la literatura, los problemas latinoamericanos. Lo anterior se hace claro en el prólogo a su libro de las ciudades y las ideas, que según Gutiérrez:

“José Luis Romero dejaba de lado la conciencia de marginalidad histórica heredada de la España contrarreformista y cultivada por los criollos y latinoamericanos del “nuevo patriciado” en su diverso beneficio. Pero esa inclusión de Latinoamérica en la historia universal nada tenía de la fanfarronada con la que provincianos semicultos proclaman la superioridad de sus anemias sobre la cultura europea…La obra de José Luis Romero constituyó de por sí la demostración magistral y ejemplar de la insubstancialidad del complejo de marginalidad inferior. La conciencia de esa pertenencia o la convicción de que, como escribió Borges, “nuestra tradición es Europa y tenemos derecho a esa tradición”, exige la capacidad de reflexionarla y examinarla e interpretarla, y para ello, cumplir con el postulado de Andrés Bello”[56].

En su ensayo sobre el problema de la definición de América, reitera Gutiérrez, que ya formado en los problemas de los contactos culturales y luego de haber transitado en sus obras desde diversos territorios y épocas del mundo europeo occidental, Romero depuró su concepción de Latinoamérica y una vez más su metodología se abasteció de inusitadas fuentes y encaró desde dispositivos analíticos diversos para desentrañar las relaciones entre las ideas y los grupos sociales, las ideologías y los problemas políticos, sin parcializarse y menos sin fragmentar la imagen continental, porque, como lo expresa de nuevo Gutiérrez:

“Con Latinoamérica: las ciudades y las ideas (1976), José Luis Romero no sólo rescató a la ciudad latinoamericana del “presentismo” que la ahogaba, ni sólo le devolvió el papel histórico-social que se había olvidado, sino, además, presentó una nueva interpretación de la historia latinoamericana que ofrecía el marco para colocar en un contexto social amplio y preciso los numerosos fragmentos, muy frecuentemente abultados, de las “microhistorias” políticas, económicas, municipales, culturales, de épocas y regiones, que habían acarreado valioso material sin otro propósito que el de satisfacer la curiosidad documental o demostrar la verdad de su ideología. La interpretación implicaba la consideración de un presupuesto para situar al Nuevo Mundo en el horizonte de la historia europeo –occidental, y tenía como consecuencia un cuestionamiento tácito de las especulaciones originalistas que deslindaban la historia latinoamericana de la historia sin conocer a ésta o que invertían el tópico ilustrado (Buffon, De Paw) de la degeneración innata de los hombres y la naturaleza del Nuevo Mundo en la afirmación de una América que sólo era auténtica porque era naturaleza paradisiaca. A esta imagen europea de América, que dominó hasta los años 40 de este siglo y que transmitió a los “intraexotistas” latinoamericanos el Conde de Keyserling con sus Meditaciones sudamericanas (1932), es preciso contraponer la que trazó José Luis Romero en esta obra fundamental. La elaboración de este libro es ejemplar y magistral en el sentido de que enseña a trabajar con rigor intelectual, en general, y sobre las ciudades en particular”[57].

Al centrarse en las ciudades como referente histórico, el compás reflexivo de su investigación adquirió una variación sustancial que no obligaba a Romero a describir como era lo usual, o a clasificar, el mundo urbano en una escala de niveles, físicos, arquitectónicos e infraestructurales, sino por el contrario, el “Mundo Urbano” era la pieza clave, el peldaño de un armazón en el que podía analizar el continente latinoamericano como una unidad, es decir, en su integridad continental en un largo y extenso proceso que está conectado a los problemas de la historia occidental. No se desagregaba Latinoamérica como una unidad insular, como una porción desterrada del globo, porque se dimensionaba su especificidad, sin perder los lazos como las distancias y las diferencias con los trazos que heredó del mundo europeo occidental.

¿Por qué el mundo urbano? La ciudad era un referente analítico entonces que le permitía a Romero, la unidad dentro de la diversidad, la especificidad en medio de la generalidad, en un diálogo entre lo universal y lo particular a un mismo tiempo, en la que podía construir los ritmos de un proceso histórico sociológico que le permitía además, encontrar las continuidades como las rupturas de los problemas que tras los grandes eventos históricos como la conquista, la colonización, las independencias y la formación de las repúblicas, entre muchos otros, definieron la personalidad del continente americano, en diversos planos de la configuración de la vida social, sin inclinarse a las actitudes apologéticas o a las nociones reactivas frente a la integración mundial de los latinoamericanos.

Como lo indica Rafael Gutiérrez Girardot, los particularismos que dominaron la interpretación de la historia latinoamericana, los hispanizantes, los anti-hispanizantes, los americanistas o los indigenistas, ellos constituían una concepción parcial de la historia, que como expresión segmentada, ya se había configurado en el mundo occidental también, en los momentos en que Romero consolidaba su labor intelectual. En la misma historia europea se expresaron esos particularismos bajo los diversos totalitarismos, los nacionalismos extremos o los fascismos, es decir, bajo la bandera de reivindicar un sector, un grupo, una clase, o una etnia o raza, que se delataba con la misma intención pero tuvo otras motivaciones en América Latina, por ello arguye Gutiérrez:

“Con esta otra discriminación política y cultural que se tradujo con el nombre demagógico de Indoamérica vino la otra irracionalidad, tan de origen europeo como la del indigenismo, esto es, el telurisrmo, el culto a la madre tierra. La euforia indigenista o telurista acentuó el provincianismo de la historiografía latinoamericana aunque decenios más tarde historiadores corno el chileno Mario Góngora o el peruano Jorge Basadre dieron impulso a la historia social y asimilaron modernas teorías historiográficas francesas y alemanas, lo cierto es que en todos ellos se echa de menos una concepción y praxis universales de la historia y una fundamentación teórica que acompasa y se configura en el trabajo práctico”[58].

Los particularismos latinoamericanos reivindicaron con la política o la propaganda ideológica, momentos fragmentados de la historia del continente, aislando o marginando como era su intención, sectores o grupos sociales, eludiendo “la trama histórica”, parcializando su complejidad, o a veces simplificándola, hasta reducirla a retazos que caían bajo el dominio irracional. Lo interesante es, cómo al calor de esas disputas ideológicas entre un mundo de izquierdas y derechas preferentemente, o bajo las banderas de los dogmatismos políticos parcializados del momento en Europa y Latinoamérica, la misión de Romero dio un giro insospechado en la historiografía latinoamericana de la época, a la que no se eximieron otros intelectuales del continente, como lo resume de nuevo Rafael Gutiérrez Girardot refiriéndose al ilustre argentino:

“Para hacer historia sobraban las ideologías; era, en cambio, preciso tener en cuenta que “sin duda no todos los procesos históricos son de igual jerarquía, pero acaso ninguno carezca de esa encanto sutil- propio de la historia – que reside en la mutabilidad de las cosas”, como apuntó en el prólogo a ese libro titulado – Sobre la Biografía y la historia – . Con ello, José Luis Romero postuló una serenidad que desvirtuaba la pétrea crispación con la que la mayoría de los historiadores de entonces contemplaba el pasado latinoamericano: los hispanizantes, como el peruano José de la Riva Agüero, y los nacionalistas de diverso cuño comoRicardo Rojas. Los unos elogiaban con nostalgia el pasado colonial y aseguraban que la Independencia había sido inspirada por los teólogos españoles de los siglos XVI y XVII; los otros culpaban ese pasado español de las desgracias presentes y afirmaban lo “criollo” o lo “indígena” como substancia de la verdadera historia y del futuro latinoamericano. En esa disputa se pasaba por alto toda diferenciación y se recibía la literatura histórica europea como composición ideológica respectiva”[59].

Volviendo a la centralidad del proyecto intelectual de Romero, la ciudad como referente transversal, fue un escenario esencial para periodizar los problemas latinoamericanos, que entre otras cosas, constituía un objeto de investigación imprescindible para descifrar temas o problemas referidos al desenvolvimiento del continente en varios siglos. La construcción de las naciones latinoamericanas eran pensadas a partir de las “Guerras de Independencias”, como acontecimientos políticos unilaterales sin recabar adecuadamente en los rasgos culturales que los acompañaban, como el de las “ideas” generadas y constituidas a través de prácticas sociales e instituciones que fueron definidas por las la conquista o la colonización española, que vertieron en estilos de “mentalidad”, la percepción del mundo y sus instituciones.

Era común el que los historiadores en ese contexto de la formación de las nacionalidades latinoamericanas, rehuyeran las complejidades históricas como los procesos acumulados que en diversas etapas – desde la conquista o la colonización – determinaron la construcción de la identidad latinoamericana. Romero estableció una periodización disímil, ya no detrás de la obsesión por las fechas, sino más bien, encarando los procesos sociales y culturales como también las mentalidades que componían los estratos o las estructuras históricas en un largo tiempo. En este punto merece Romero, su mayor atención. Él mismo lo indicó de manera clara cuando aseguró en su libro Las ideas políticas en Argentina, lo que se proponía, esto es, lo expresaba de manera enfática: “Elaborar un estudio comparativo del desarrollo de las ideas en Latinoamérica, o al menos un ensayo en busca de las categorías que pudieran permitir la comparación”[60]

La utilización de la historia como móvil ideológico en su manipulación o en su neutralidad, caracterizó a las generaciones latinoamericanas en el siglo XX, en el sentido en que sus interrogantes y sus preguntas ya estaban respondidas bajo las banderas de una ideologismo tan voluntarista como tan puerilmente reaccionario, tan revanchista como vengativo, de modo que, conservadores históricos, nacionalistas históricos, indigenistas históricos, fascistas históricos, todos ellos, tras la argucia del discurso exaltado y del transcendentalismo fanático, que era una reminiscencia de los “Romanticismos europeos del siglo XVIII y XIX ”[61] , se ubicaron en estas líneas históricas, con actitudes recurrentes, utilizaron pues la historia según los oportunismos como las conveniencias políticas, además de sus intereses y ambiciones.

Romero se dedicó a la cultura occidental, tratando de ubicar en ese espacio, los procesos que en un largo, pero muy largo y lento proceso, se decantaron en Latinoamérica, como en su tierra natal. Pero en este juego, de tiempos como de contornos geográficos, la audacia de Romero fue la comparación y el contraste, la diversidad en la unidad, es decir, desde este criterio, erigió de manera provechosa y rica su metodología de investigación. El descubrimiento histórico del mundo griego no era para Romero, la especialización y la erudición a ultranza, ni la Edad Media constituía huida, evasión o escapismo como queda dicho, ni menos aún refugio nostálgico, sino era un tránsito a descubrir analíticamente el problema central latinoamericano, el contacto cultural y lo que implicaba el mestizaje.

En esos terrenos o campos históricos tenía un sentido analítico su proyecto intelectual, esto es, enfocar reflexivamente el problema de los contactos culturales, las implicaciones y las consecuencias que generaban para la sociedad y la política. Justamente ya en el año de 1944, se dedicó a explorar como a descubrir ese territorio en su libro titulado Bases para una morfología de los contactos de cultura, que tiene un apéndice significativo: “Escolio sobre las relaciones de España con Hispanoamérica”[62]. Por el contrario, a través del mundo griego y la Edad Media, Romero trazaba un horizonte de preguntas, no estáticas sobre el pasado, sino más bien, eran sus trabajos suscitadores de una aventura sobre los procesos históricos en los que el lector de lengua española y por supuesto, el latinoamericano, podría encontrar las claves para comprender, analizar, reflexionar y entender las encrucijadas latinoamericanas; la principal, era el mestizaje, pieza clave y fenómeno histórico, político, cultural y social, a la que no escapaba indudablemente Latinoamérica, en especial referido a las ideas e ideologías de los grupos sociales.

Romero hacía de la historia o de la vida histórica, algo plenamente vivo, la restituía para el presente y no la ahogaba para la posteridad a través de la aflicción o de la melancolía. Hacer viva la vida histórica era al mismo tiempo, preguntarse desde la historia por las encrucijadas y los dilemas de Latinoamérica, de ahí su esfuerzo ingente y descomunal en sus obras,  para desde ellas hacer un ejercicio analítico que aplicaría sin exageración y sin extremismos, como era lo habitual, al descifrar los enigmas de la historia latinoamericana.

Para alcanzar esa comprensión histórica y lograr la capacidad de síntesis requirió Romero el esfuerzo histórico de la asimilación de los muchos problemas de la cultura occidental desde el mundo griego a  la modernidad del siglo XX, para con una plasticidad inusitada revertirlos no miméticamente, ni menos aun imitativamente, a la investigación de Latinoamérica. Con   destreza y versatilidad de unir al mismo tiempo, problemas genérico universales con problemas particulares y específicos, esa fue entonces la metodología que desarrolló y que era una capacidad de reflexividad magistral de la vida histórica, esencial para el redescubrimiento de los problemas latinoamericanos en los siglos XIX y XX. Por lo anterior es menester recordar lo que decía en su prólogo al libro de Latinoamérica: las ciudades y las ideas:

“Sin duda, suele pedírsele a la historia sólo lo que puede ofrecer y dar la historia política: es una vieja y triste limitación tanto de los historiadores como de los curiosos que piden respuesta para el enigma de los hechos desarticulados. Pero este estudio se propone establecer y ordenar el proceso de la historia social y cultural de las ciudades latinoamericanas; y a esta historia puede pedírsele mucho más, precisamente porque es la que articula los hechos y descubre su trama profunda. Acaso en esa trama profunda estén las claves para la comprensión de la historia de las sociedades urbanas e, indirectamente, de la sociedad global”[63].

Pero justamente Romero no solamente aprendió de los problemas culturales sino que aplicó un enfoque sobre la periodización histórica que se sustraía de la temporalidad habitual, de las fechas y del calendario. La noción del tiempo histórico unilateral y lineal fue combatida por Romero con inusitada creatividad. Frente a la idea de la historia bajo la presión de lo continuo, revirtió Romero esa percepción para Latinoamérica pensando en la discontinuidad. Frente a esa actitud corriente Romero le dio una variación sustancial. Frente a las peripecias de la historiografía dominante del continente todavía ancladas en lo nacional, en lo local y en lo regional, se añadía por tanto, el problema de pensar de forma lineal los problemas históricos del continente, es decir, más en la percepción de los procesos de cambio, en su agitación y voracidad, en la velocidad, la aceleración, lo precipitado y la celeridad, sin que se pudieran explorar como investigar otros ritmos cómo otros fenómenos históricos más lentos, de mayor alcance y aliento, los que el mismo Romero denominó como los fenómenos de no cambio.

En ese contexto, la percepción que dominó en Latinoamérica era aplicar un estilo de la  investigación que privilegiaba con preferencia los fenómenos de cambio, a su vez, sometió la historia política y con ellas a las ideologías, bajo este modelo metodológico, que acentuado tras las independencias a principios del siglo XIX, facilitaron las labores de legitimación de los Estados nacionales latinoamericanos, con una demanda a parcializar la historia, vaciando su complejidad. A contravía Romero ahondó en otras formas del tiempo histórico. Sus estudios sobre el conservadurismo y las derechas latinoamericanas constituían no solamente un referente que permitía analizar la naturaleza de nuestra composición político cultural – el fracaso continuo de las ideologías del cambio, como el liberalismo, el socialismo, el positivismo u otras – sino la arraigada tendencia a la regeneración o la restauración del pasado que en ocasiones lleva el sino de la apelación a España o cuando no a las tradiciones más vernáculas e inveteradas. Por lo anterior, admite y expone Romero que:

“Más aún que en otras áreas, predominó en Latinoamérica después de la Independencia ya todo lo largo del siglo XIX una concepción de la ciencia histórica – muy difundida y de inequívoca estirpe iluminista – según la cual sólo parecen tener significado los procesos de cambio, y mayor significación mientras más acelerados e intensos sean. De hecho sólo de ellos se ha ocupado la ciencia histórica habitualmente, limitada como se veía por tradición a los fenómenos de la vida política… Empero es bien sabido que la vida histórica no se compone sólo de lo que cambia aceleradamente, y ni siquiera de lo que cambia en el mediano plazo. También forma parte de ella lo que cambia lentamente, y, sobre todo, lo que parece no cambiar a fuerza de ser insignificantes sus transformaciones a lo largo de extensísimos plazos. En rigor, sólo la justa percepción del juego que se produce entre esos componentes permite una exacta y rigurosa comprensión del conjunto de la vida histórica y ninguno de ellos puede ser olvidado”[64]

 El pensamiento conservador y las derechas constituyeron entre muchos otros temas, o mejor problemas histórico políticos explorados por Romero, la muestra de la importancia para nuestras sociedades de la investigación de los fenómenos llamados como “de no cambio”, o fenómenos de larga duración, que con insistencia impulsó en la investigación latinoamericana Romero. El orden, la autoridad, la moral, las elites, la conservación, la moral, el poder, los cambios lentos y las estructuras sociales, la vigencia de los prejuicios o el mantenimiento de las clases sociales, el estatismo de la estratificación, como los privilegios, entre otros elementos de análisis se configuraron de manera versátil, en el historiador argentino, como lo expone en detalle en su obra “EL pensamiento político de la derecha latinoamericana” (1970). Eran objetos esenciales en los estudios o las reflexiones que se articulaban a propuestas innovadoras en una reflexión aguda sobre las relaciones entre las elites políticas y las masas latinoamericanas desde el siglo XIX y XX en nuestro continente.

Pero la capacidad investigativa de Romero con los conservadurismos o las derechas se debía indudablemente a la profundización como al conocimiento que tenía del pensamiento liberal, o si se quiere racional liberal, ilustrado y moderno. Dicho conocimiento se lo brindó sus años de trabajo y de estudio con uno de sus temas predilectos, el de la mentalidad burguesa, de la cual se derivaban otras nociones no menos importantes, el progreso, la libertad, la igualdad, el desarrollo, la modernización, el avance o adelanto de las sociedades, todas ellas en medio de temporalidades problemáticas si se las aplicaban a Latinoamérica, siendo ellas juzgadas de manera plana en la historiografía tradicional del continente.

Estos problemas eran novedosos bajo la óptica que le imprimió Romero, porque abría nuevos interrogantes como novedosas consideraciones a la metodología histórica latinoamericana. Nociones como burguesía, mentalidad burguesa, capital, capitalismo, industrialización o tecnicismo entre otras, eran consideradas por sectores intelectuales ligados a las izquierdas,  lo mismo que en las derechas, como fenómenos con los mismos sentidos y significados. Su semejanza sin distinción se debía a la recepción acrítica que les imponían los historiadores como a su vez, se divulgaban por los prejuicios dominantes por la ideologización particular de los procesos históricos latinoamericanos. Parecían todas ellas lo mismo, se las asociaban al imperialismo, al colonialismo o a la dominación global, lo que era en parte cierto, pero no exacto.

Estas interpretaciones eran propio de los dogmatismos bajo los cuales se  colocaba en un receptáculo o en un valija los fenómenos como los hechos, los procesos como los problemas, en fin, era una tendencia común que uniformaba el lenguaje como constituía un acervo de las formas reaccionarias de percibir los dilemas como las contradicciones latinoamericanas. Oponerse a este uniformación lingüística en las ciencias sociales latinoamericanas, pero en especial en las ciencias históricas teñidas de positivismo o marxismo, no era una intención revanchista o vengativa de Romero, por el contrario, fue su mayor riqueza como su patrimonio a los estudios latinoamericanos bajo una concepción heterodoxa de la investigación y de los estudios en nuestros territorios

Desde este marco, en una sociedad como la latinoamericana donde las ideologías en especial, las políticas no provenían de una base de originalidad, donde la estratificación social había experimentado el mestizaje, donde, la sociedad había igualmente pasado por abruptos procesos de transformación desde la conquista hasta el siglo XX, el interrogante era: ¿Cómo lograr construir la unidad dentro de esa diversidad para pensar como totalidad Latinoamérica según sus ideas políticas? ¿Cómo apreciar desde el trabajo histórico lo propio de lo ajeno, lo particular de lo general, lo local y regional de lo nacional o continental según las ideologías políticas? Fueron interrogantes que no podían responderse bajo esquemas rígidos ni menos bajo modelos verticales e impuestos foráneamente, o reaccionarios como los extremismos de los indigenismos o los hispanismos, entre otros.

El esquematismo y la imposición de los modelos foráneos, la recepción acrítica como el diletantismo en las fuentes históricas, la repetición insulsa de citas extranjeras, así mismo la publicación de una bibliografía aparatosa como engañosa fue lo común entre los intelectuales latinoamericanos del siglo XX. Ofrecía este aspecto una situación en la que sin mayor reparo se aplicaban metodologías o lenguajes ajenos a realidades que como la latinoamericana desbordaban con mucho la interpretación como la explicación de los procesos sociales e históricos, haciendo de la dependencia intelectual y cultural un rasgo más de los prejuicios en los que se sustentaba la supuesta originalidad o se exaltaba la vanidad de los científicos en esos años.

Desprejuiciar y deshabituar fueron dos actitudes que en complemento con las de innovar, o emular pero no imitar, se trenzaron en el avance del proyecto intelectual del historiador argentino. Sus obras ya señaladas aquí de la Edad Media y la mentalidad burguesa, constituyeron un horizonte de trabajo intelectual cuya riqueza en el fondo abrían las puertas de la reflexión al problema de la modernidad en Latinoamérica, que se asociaba con capital, industria o capitalismo de manera común, pero que Romero vinculaba al debate sobre la cultura y las mentalidades, lo que brindaba ponderar como igualmente enfrentar, los acertijos como los dilemas de las sociedades latinoamericanas, preñadas de prejuicios frente a esas nociones y conceptos.

La obra de José Luis Romero, más que un aporte a los temas o problemas latinoamericanos, se inscribe en la contribución continental por comprender en términos metodológicos las tensiones que generan el análisis de las nacionalidades latinoamericanas y la investigación de Latinoamérica como una unidad en un proceso amplio de la cultura occidental. Su apuesta metodológica se ve con claridad en los dos ensayos con que inicia su labor analítica en el libro “Situaciones e Ideologías en Latinoamérica” (2001), en especial los dos capítulos titulados, “Situaciones e ideologías en el siglo XIX” y “Situaciones e ideologías en el siglo XX”. Ambas trazan una postura intelectual, consistente, que sin duda, pudo mantener de manera continua y uniforme, a lo largo de su trayectoria académica como investigativa, la unidad dentro de la diversidad. Al investigador que le sea atractiva pensar América Latina como una unidad ha de enfrentarse a varias demandas y exigencias, según lo advierte Romero, en sus dos capítulos que son propuestas metodológicas:

“ En rigor, desde la aparición de Las ideas políticas en Argentina, hace ya más de veinte años, me propuse hacer un estudio comparativo del desarrollo de las ideas en Latinoamérica, o al menos un ensayo en busca de las categorías que pudieran permitir la comparación. Era un tema ambicioso que requería revisar muchos materiales no siempre fácilmente accesibles. Pero, de todos modos, una investigación de tal índole representaba un experimento tentador para un historiador de la burguesía europea, puesto que suponía indagar de qué modo el sistema de ideas elaborado en Europa desde la Edad Media, al compás de un largo y complejo proceso socioeconómico, se proyectó hacia América, donde la europeización se desarrolló de manera radical”[65].

El vigor como la prestancia en la construcción de las grandes corrientes de ideas, en un compas que va de Europa a Latinoamérica al calor del mestizaje, indicaba la capacidad de Romero para percibir el proceso de especificidad en la que se podían auscultar los problemas latinoamericanos en varios siglos, en un esfuerzo de escudriñar desde una óptica universal los contenidos como las variantes en la que se circunscribían los temas de nuestro continente. Es un aprieto encontrar sistemáticamente trabajos que den cuenta de Latinoamérica como una unidad, ya que de manera habitual, los investigadores como los científicos latinoamericanos, se han dispuesto o al análisis de la corta duración, de lo actual e inmediato de los problemas latinoamericanos, pero de manera parcial, por localidades o regiones, sin elementos de comparación o de contraste; e igualmente se han imbuido en la larga duración, en el pasado lejano, con un distanciamiento agresivo, a veces ofensivo, sin comunicación con la actualidad o con el presente, a partir de las estructuras sociales pretéritas sin conexión alguna.

Lo que se podría aducir por lo anterior, que Latinoamérica es pensada desde los extremos; esos extremos constituyen polarizaciones que en ningún momento permiten las mediaciones o la construcción analítica de la unidad en términos continentales. Esas polarizaciones o lecturas extremas en Latinoamérica, las ha explicado Rafael Gutiérrez Girardot, al analizar las contribuciones continentales de José Luis Romero, de las que destaca entre otras, sus oposiciones críticas a los nacionalismos, los indigenismos, las dictaduras y los protofascismos como se ha citado en este capítulo, pero que en relación inversa Romero supo explicar sin fanatismos, desde la perspectiva de la evolución de los problemas del pensamiento occidental.

Para lograr esa comprensión histórica y esa confrontación con los extremos historiográficos, el paso que dio Romero fue auscultar la historia occidental, los ritmos, los giros, los ciclos y las etapas, no para refrendar la historia como dominación de una entidad, institución o grupo, sino para trazar los contornos de una composición en la que América Latina jugaba un especial papel, al decir de Alfonso Reyes “Entrada tarde al banquete de la civilización, América Latina vive saltando etapas”. Con ese empeño y aprendizaje Romero supo moverse entre tierras, continentes y geografías que luego armadas en el crisol de Latinoamérica, le permitieron escapar a los extremismos como a los eufemismos hiperbólicos de las propagandas políticas del momento, los populismos o las dictaduras del continente. De nuevo lo expresa claramente Romero:

“La historia del desarrollo latinoamericano no puede ser la mera yuxtaposición de historias nacionales, y no poseemos sino esquemas muy precarios para analizar los fenómenos de conjunto. Fruto de ese esfuerzo son los cinco ensayos que aquí se reúnen. Me ha bastado introducir muy ligeras modificaciones en los textos para sentirme satisfecho a propósito de establecer suficiente continuidad en la exposición de los problemas, y toca al lector juzgar si, como yo creo, no es este volumen una simple recopilación de estudios sueltos sino un libro coherente, nacido de un pensamiento orgánico”[66].

La insularidad o la marginación de los temas y problemas latinoamericanos, la atomización como la parcialidad en la investigación histórica era una insuficiencia de los desarrollos analíticos de la inteligencia latinoamericana que no alcanzaba a pensar en términos continentales, pese a los esfuerzos de latinoamericanistas virtuosos como las obras de Pedro Henríquez Ureña con sus dos libros “Las corrientes literarias en la América Hispánica” (1945) y la “Historia de la cultura en la América Hispánica” (1947), que construyen una tradición en esa intención de concebir a nuestro continente bajo la unidad y la especificidad; o Mariano Picón Salas con su libro “De la conquista a la independencia” (1944) y “Europa- América” (1991), en la que sin duda, en ellos, “heredaba sin hurtar” Romero, pero que a través de estos faros ineludibles pudo Romero iluminar, en un sentido alterno, potenciar mediante la innovación estas tradiciones intelectuales continentales.

Romero entonces pudo mediar esos tiempos, porque en el centro de sus pretensiones intelectuales, el tiempo era una entre muchas de las claves para considerar la investigación de Latinoamérica como una unidad. De Grecia a Roma, de la Edad Media al Renacimiento, de la Mentalidad burguesa a la modernidad, de la modernidad a las sociedades masificadas, de Latinoamérica a Argentina, mantuvo una integralidad en cada uno de esos espacios, en cada uno de esos tiempos y logró encontrar las particularidades como las divergencias en esos contornos que le permitieron sondear la encrucijada de Latinoamérica como una unidad, e igualmente como una diversidad.

Observemos las indicaciones que plantea desde el anterior contexto. Romero se concentró en temas políticos de Latinoamérica y para ello utilizó de manera deliberada la historia social y la historia de la cultura. Esa conversación abierta y flexible de la historia política en el marco del análisis social y cultural se debió entre muchos otras decisiones de Romero, a la superación de la historia como historiografía descriptiva o historiografía empírica y positivista, en las que tienen valor fundamental, el dato, el archivo, las fechas, que constituyen las fuentes esenciales del hacer historiográfico tradicional. Sin embargo, Romero amplió su espectro y bajo la versatilidad de la historia de las ideas, construyó con pertinencia, un campo metodológico de investigación y de análisis que le permitieron abarcar problemáticas de Latinoamérica tan discordantes como tan disímiles, esto es, las ideologías, las ciudades, las mentalidades, la cultura, la vida cotidiana, entre muchos otros, relacionándolos de manera indiscriminada pero no por ello, anárquica o fragmentariamente. De nuevo lo explica:

“De todos modos, me parece útil destacar en este prólogo qué es lo que creo que une los cincos ensayos, porque allí está, precisamente, lo que juzgo de mayor interés. En el campo de la historia latinoamericana son todavía escasos los estudios de historia social y han alcanzado, en cambio, vasto desarrollo y considerable brillo los de historia política. Estos ensayos parten del punto de vista propio de la historia social, pero no para detenerse en el análisis de sus problemas específicos, puesto que son casi meros enunciados, sino para señalar la estrecha relación que esos problemas tienen con los de la historia de las ideas”[67].

Esta apreciación ha sido una consigna que ha rodeado el proyecto intelectual del historiador argentino José Luis Romero. Las incidencias intelectuales, los méritos, así como las contribuciones de Romero no son escasas como igualmente no son ínfimas en el trazado que le ha dado al pensamiento latinoamericano. La conjunción entre historia política e historia social, ampliaba en un rango científico las investigaciones de Romero sobre las ideologías políticas, difíciles de reconstruir en su originalidad como más aún, de establecer bajo fórmulas y esquemas sin atender los procesos y los contornos donde ellas se desarrollaban. Enmarcarlas en algunos de los moldes europeos era una deficiencia como una dificultad, porque ellas en su intencionalidad más allá que en su forma, traspasaron las fronteras como las márgenes en las que se suponía operaban o se desenvolvían.

Los liberales a veces se presentaban como conservadores, los conservadores como liberales, por poner un ejemplo, en el que era a veces absolutamente imposible delimitar como construir sus referentes o sus contenidos enmarcados exclusivamente en la óptica europea. Esta es una de los aciertos como de los mayores aportes metodológicos de la concepción histórica latinoamericana de Romero, que las ideas en nuestro continente no se las podía enmarcar o señalar o encuadrar de manera segura como lo solían hacer los historiadores latinoamericanos tradicionales. De modo que para poder descifrar cómo operaban las ideas e ideologías en Latinoamérica era imprescindible el diálogo entre historia política e historia social, porque a la luz de los procesos de mestizaje las ideas no eran puras necesariamente ni eran del todo originales, como lo explica Romero:

“Quizás pueda afirmarse que en todas partes la historia social es inseparable de la historia política. En mi opinión es así. Pero quizás en el campo de la historia de los países de América Latina esta relación sea más estrecha y acaso más inseparable que en otros. El plazo de cuatro siglos y medio que cubre la historia del proceso de mestizaje y aculturación desarrollado en América no ha sido, ni podía ser, suficiente para otorgar estabilidad a las situaciones sociales y culturales, y en consecuencia, los conflictos no pudieron resolverse de otro modo que acudiendo a actos de poder que aseguraban el predominio de ciertos grupos. Esta circunstancia frecuente en todas partes pero más característica en la situación latinoamericana, enlaza la historia social y la historia política, y torna peligroso un acentuado desdén por la última, pese a la ya visible insuficiencia de sus procesos”[68].

La referencia es importante porque las ideologías políticas no se pueden para el caso latinoamericano moldear de manera estática, ni aplicar como receptáculos vacios que se imponen o no se aplican para la realidad. En ese sentido desde la perspectiva de la historia social Romero comprendía que la recepción de las ideas políticas dependía de las geografías como de los entornos y contextos culturales en la que se fueron arraigando. Una de las mayores contribuciones de Romero fue haber reconstruido los entornos sociales sobre los cuales se recibían, se difundían, se discutían y se elaboraron las ideas en el continente latinoamericano. No se limitaba como muchos otros a explicarlas desde su contenido en sí, desde sus postulados o desde sus principios, sino más bien, recurriendo a la historia social, las explicaba de acuerdo a su ambiente y a sus situaciones sociales.

Las ideas son contenidos, pero para que ellas lleguen a ser tales, exigen prácticas sociales, en ambientes sociales y según unas situaciones que las invocan. En esta manera de estudiar las ideologías políticas, Romero logró una capacidad analítica de los problemas latinoamericanos, en la que impedía los esquemas fijos, descubriendo así que las ideas se extienden en las sociedades porque ellas se dinamizan a partir de prácticas que emplean los grupos o las clases, los sujetos o las instituciones para hacerlas válidas o para desestimarlas. Esas prácticas sociales son propias de la vida cotidiana, la experiencia o como lo suele referir Romero, las situaciones sociales. La lectura, los espacios públicos, la vida privada, las instituciones de la vida intelectual, la experiencia, las creencias, las opiniones, los estilos de vida, las bibliotecas, entre otras, hacen parte de las ideas en cuanto esos escenarios llenan de sentido o le brindan sentido a las ideas, como de nuevo no los indica Romero:

“Mas de una vez he expresado mi punto de vista acerca de cuál es el campo propio de la historia de las ideas, y me remito al prólogo – y al texto, naturalmente – de un libro escrito con una marcada intención metodológica y que he titulado adrede El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX, para dar a entender a través de ese largo enunciado, cuál es la relación que me parece importante de ese largo enunciado, cuál es la relación que me parece importante perseguir para acercarse a los mecanismos profundos que operan luego en el plano de la historia política. No llamo ideas, solamente, a las expresiones sistemáticas de un pensamiento metódicamente ordenado sino también a aquellas que aún no han alcanzado una formulación rigurosa; no sólo a las que emergen de una reflexión teórica sino también a las que se van construyendo lentamente como una interpretación de la realidad y de sus posibles cambios. Estas otras ideas, las no rigurosas, suelen tener más influencia en la vida colectiva”[69].

Esas otras ideas a las que alude Romero, son las que no están absolutamente dadas por esquemas fijos, por contenidos determinados por principios preexistentes, sino que se van formando de acuerdo a las situaciones sociales con las experiencias que las dinamizan entre los grupos sociales. De ahí que la labor por auscultar esas ideas en un plano de relaciones entre los ambientes sociales en que ellas operaban y las realidades sociales en las que se utilizaban, requería el análisis sociológico y cultural que unía a las prácticas sociales que las posibilitaban. No era un mero capricho u obstinación de Romero, partir de este presupuesto, sino por el contrario, era una búsqueda por entender la problemática del mestizaje, como un juego entre las ideas, los actores y las estructuras en un plano de temporalidades como de procesos de aculturación o de síntesis histórica de los grupos que las utilizaban en unas circunstancias o momentos específicos.

Revela lo anterior el que, con el ánimo de encontrar la esencia o la originalidad del pensamiento latinoamericano, lo que se busca como propio se convierte en dogma o en extremismo o polarización, ya que las ideas más allá de sus contenidos que las componen, ellas se utilizan acorde a las condiciones en las que se pueden recibir, pero igualmente, difundir, extender, debatir, discutir, analizar, controvertir, polemizar, como igualmente se pueden variar, se las puede juzgar o invalidar de acuerdo a la posición como a la estratificación social que las constituyen. Una razón más en la que Romero aprovecha este diálogo entre la historia social y la historia política es cuando asegura que las ideas en Latinoamérica dado el mestizaje se “bastardizaron”, es decir, se reconvirtieron o se transformaron, alejándose o distanciándose de su procedencia o de su “bastión” de originalidad, perdiendo a veces su composición primera o su singularidad, asunto éste que es vital para una investigación o estudio de las ideologías políticas del continente, ya que muchos que se verían bajo un molde ideológica en la realidad se alejaban de lo que presumía se los podía ubicar en dichos molde, para el caso lo estima Romero en su estudio sobre “ pensamiento de las derechas latinoamericanas”, ya citado, pero en especial en el conservadurismo cuando afirma:

“Los partidos nunca han sido doctrinarios en tierra de Venezuela. Su fuente fueron los odios personales. El que se apellidó liberal encontró hechas por el contrario cuantas reformas liberales se han consagrado en códigos modernos. El que se llamó oligarca luchaba por la exclusión del otro. Cuando se constituyeron gobernaron con las mismas leyes y con las mismas instituciones. La diferencia consistió en los hombres. ¿Cómo llegaron, pues, a definirse unos y otros, fundamentalmente, como conservadores o liberales? Eran palabras que habían sido acuñadas en Europa y que se trasladaron a Latinoamérica; cada grupo las usó a su modo”[70].

Desde ese lente Romero expresó sin ambages los problemas metodológicos a los que se enfrenta el investigador al analizar las ideologías políticas de Latinoamérica. Sortear entonces la reconstrucción de las ideologías políticas exigía conocer no solamente los procesos, sino igualmente los ambientes sociales en que esas ideas discurrían a lo largo del siglo XIX y XX. Advertía Romero, la manera cómo el historiador ahondaba en los contextos sociales y culturales de Latinoamérica, además, el modo en que encaraba la misma reflexión como historiador. Esa preocupación de las relaciones entre ideas e historia social se perfila nítidamente en cada una de las obras de Romero aludidas al mundo medieval burgués, al mundo latinoamericano y por extensión al mundo argentino, de este último podemos destacar sus obras tituladas Pensamiento político de la emancipación (1790-1825) (1985); Breve historia de la Argentina (1965), El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX (1964) y Las ideas políticas en Argentina (1956).

En el caso del prólogo al Pensamiento político de la Emancipación (1790-1825), se puede sintetizar la ardua y bondadosa contribución de Romero a la historia latinoamericana, es decir desentrañar el pasado y atisbar las posibilidades de nuestro futuro. En las anteriores consideraciones construidas, es perceptible con mayor detenimiento, entender las argumentaciones de Romero acerca de una labor metodológica sobre Latinoamérica como unidad que deja una impronta insuperable en los estudios sociales e históricos de nuestro continente a lo largo del siglo XIX y XX.

La historia es el lugar de las preguntas del presente y del futuro, sin embargo, se ha impuesto un estilo de negar las contradicciones históricas, como un medio para neutralizar o para extrapolar, sin el entendimiento que es debido para descubrir o desenmascarar, las manipulaciones, las maquinaciones o las confabulaciones, que producen las interpretaciones históricas, originadas con intencionalidad maniática por la especialidad o por la opinión diaria. Habituados a utilizar a los ciudadanos como altavoces del poder, de los discursos del poder, se imponen el hábito del oficialismo, la oficialidad, como manto seguro de legitimidades superficiales y ambiciosas, en la que la “historia” es el amparo de la narración contada por los vencedores,  impuesta temerariamente a los vencidos, o sea, la historia aceptada sin miramientos críticos e interrogantes, como dogmas incuestionables e inveterados. Para finalizar Romero comparte el llamado de Sergio Bagú cuando expresó que:

“En el intelectual, la obligación social de la heterodoxia va mucho más lejos que el inconfor­mismo de los grandes liberales del siglo 19. No es el puñetazo en el vacío, ni el gesto individua­lista. Es la obligación de mantener encendida la llama de la curiosidad científica y filosófica; expedito el camino de la duda, que es el único que conduce al progreso ideológico; elástico y vigoroso el espíritu crítico, con el cual el hombre puede sopesarlo todo y acercarse a veces a la relativa verdad de su época. Es la obligación de no morir glosando el pasado escolástico; la capa­cidad de revivir, con cada aurora, la vitalizante pasión del descubrimiento”[71].

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[1] Sociólogo y Magister en Ciencia Política de la Universidad de Antioquia. Profesor Titular, Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, Universidad de Antioquia. Estudiante del Doctorado en Ciencias Sociales, Flacso-Argentina.

[2] Bagú, Sergio. Acusación y defensa del intelectual. Buenos Aires: Perrot, 1959. p. 20.

[3] Altamirano, Carlos. Historia de los intelectuales en América Latina. Vol. I y II. Buenos Aires, Katz, 2008 y 2010.

[4] Ob. Cit. Bagú, Sergio. Defensa y acusación del intelectual. p. 25.

[5] Véase en esta edición la presentación de su hijo Luis Alberto Romero.

[6] Palti, Elías José. Giro Lingüístico e historia intelectual. Buenos Aires: Quilmes, 1998. Pp. 9-167.

[7] La entrevista que le realizó Félix Luna a un año antes de la muerte de Romero, es una de las fuentes primordiales y centrales para desentrañar el camino que asumió en su formación intelectual y desde la cual se dirigió a pensar los problemas de Latinoamérica. Conversaciones con José Luis Romero sobre una Argentina con Historia, Política y Democracia. Buenos Aires: Sudamericana, 1986. 174 págs.

[8] Romero, José Luis. “Introducción”. Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Medellín: Universidad de Antioquia, 1999. p. 22.

[9] Romero, José Luis. Situaciones e ideologías en América Latina. Medellín: Universidad de Antioquia, 2001. Pp. 7-24.

[10] La experiencia de viajero y transeúnte caracterizó en gran medida la reflexividad y la construcción analítica de sus obras; especialmente, el conocimiento de lo urbano, la colección de planos y fotografías de las ciudades o las guías turísticas que coleccionaba y estudiaba e incluso figuran las entrevistas con personajes de la vida cotidiana. En esta edición véase la presentación de su hijo Luis Alberto Romero; véase también Botana R., Natalicio. “Una relectura de Latinoamérica: las ciudades y las ideas de José Luis Romero”. En: José Luis Romero. Vida histórica, ciudad y cultura. Buenos Aires: Unsam, 2013. p. 187.

[11] El desprecio, la marginalidad y la exclusión, fueron las notas circunstanciales de la obra de Romero, más valoradas en su momento en el exterior que en la propia argentina y toda Latinoamérica. La brumosa recepción en nuestro medio sobre su historiografía latinoamericana se ha ido despejando en dos décadas paulatinamente. Véase el ensayo de Tulio Halperin Dongui en esta edición y su ensayo titulado “José Luis Romero: Una cierta idea de la argentina”. En: José Luis Romero. Vida histórica, ciudad y cultura. Buenos Aires: Unsam, 2013. Pp. 14-15.

[12] En su propio país, para utilizar una recurrencia metafórica, el exilio – por dentro – que se expresó en cierto aislamiento en largos lapsos, de algún modo experimentó una prescindencia en su creación, producción y estampa intelectual, que a contracara fortaleció su unión y fortalecimiento con pequeños grupos que rodeó su figura personal y su proyecto historiográfico. Lo señala y reseña en detalle constantemente en su estudio de biografía intelectual Omar Acha. La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero. Buenos Aires: El cielo por asalto, 2005. Pp. 43-83.

[13] Sergio Bagú en su homenaje a Romero expone sobre las calidades y las cualidades del colega argentino y compone su imagen como la de un intelectual humanista y socialista caracterizado por “una inagotable sed de conocimiento”. “José Luis Romero: Evocación y evaluación”. En: De historia e historiadores. Homenaje a José Luis Romero. México: Siglo XXI, 1982, pp. 27-28.

[14] Blanco, Alejandro. “José Luis Romero y Gino Germani: la inmigración masiva y el proyecto de una comprensión histórico-sociológica de la argentina moderna”. José Luis Romero. Vida histórica, ciudad y cultura. Buenos Aires: Unsam, 2013. Pp. 273-291.

[15] Ob. Cit. Acha, Omar. La trama profunda, p. 14.

[16] Ob. Cit. Luna, Félix. Conversaciones, p. 17, Pp. 26-27.

[17] Ob. Cit. Acha, Omar. La Trama Profunda, p.16.

[18] Zea, Leopoldo. “Cultura, Civilización y barbarie”. En: De historia a historiadores. Homenaje a José Luis Romero. México: Siglo XXI, 1982. Pp. 67-85.

[19] Ob. Cit. Bagú, Sergio. “Evocación y evaluación”, p. 30.

[20] Véase el ensayo de Peter Burke en esta edición.

[21] Le Goff, Jacques. “Presentación”. En: Crisis y orden en el mundo feudoburgués. Buenos Aires: Siglo XXI, 2003. Pp. 7-12.

[22] Astarita, Carlos. “Tres cuestiones en el análisis de José Luis Romero sobre la Revolución Burguesa en el mundo feudal y el medievalismo actual”. En: Vida Histórica, ciudad y cultura. Buenos Aires: Unsam, 2013. Pp. 145-163.

[23] Ob. Cit. Donghi, Halperin, Tulio. “José Luis Romero: una cierta idea de la Argentina”, Pp.21-22.

[24] Ob. Cit. Bagú, Sergio. “José Luis Romero: Evaluación y evocación”, p. 28.

[25] Acha, Omar. “Latinoamérica en la obra de José Luis Romero: entre la historia y el ensayo”. Vida Histórica, ciudad y cultura. Buenos Aires: Unsam, 2013.

[26] Devoto, Fernando. “En torno a la formación historiográfica de José Luis Romero”. En: Vida Histórica, ciudad y cultura. Buenos Aires: Unsam, 2013. p. 41.

[27] Gutiérrez Girardot, Rafael. “Sobre el problema de la definición de América. Notas sobre la obra de José Luis Romero”. En: De Historia e historiadores. Homenaje a José Luis Romero. México: Siglo XXI, 1982. p. 92-93.

[28] Ob. Cit. Acha, Omar. La trama profunda, p. 80.

[29] Ibíd. p. 16 y Romero, José Luis. Crisis históricas e interpretaciones historiográficas. Textos escogidos de José Luis Romero. Buenos Aires: Miño y Dávila, 2009. 159 págs.

[30] Ibíd. p. 16.

[31] Ayala, Francisco. Recuerdos y olvidos. 2. El exilio. Madrid: Alianza, 1983. Pp. 66-67.

[32] Romero, José Luis. Las ideas políticas en Argentina. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1956, 2ª.edición. Pp. 167-255.

[33] Ob. Cit. Luna, Félix. p. 12.

[34] García, Juan Agustín. La ciudad indiana. Buenos Aires: Claridad, 1933.

[35] Ramos Mejía, José María. Las Multitudes argentinas. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 2009.

[36] Basadre, Jorge. Perú: problema y posibilidad y otros ensayos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1992.

[37] Gutiérrez Girardot, Rafael. “Prólogo”. En: Antecedentes de la historia social latinoamericana. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 2009. p. 24

[38] Bagú, Sergio. Economía de la sociedad colonial. Ensayo de historia comparada de América Latina. Buenos Aires: El Ateneo, 1949 y Estructura social de la colonia. Ensayo de historia comparada de América Latina. Buenos Aires: El Ateneo, 1952

[39] Ob. Cit. Bagú, Sergio. Estructura social de la colonia, p. 9

[40] Bagú, Claudio “El ser y la razón: Sergio Bagú, pasión y vida ejemplar en proyección histórica”. En: Problemas del Desarrollo. Revista Latinoamericana de Economía, volumen 36, número 143, octubre- diciembre de 2005, p. 244, México DF; Giletta, Matías. Sergio Bagú. Historia y sociedad en América Latina. Una biografía intelectual. Buenos Aires: Imago Mundi, 2013.

[41] Henríquez Ureña, Pedro. Obra Crítica. México: Fondo de Cultura Económica, 1960.

[42] Ob. Cit. Luna, Félix, Conversaciones, p. 11.

[43] De historia e historiadores. Homenaje a José Luis Romero. México: Siglo XXI, 1982 y José Luis Romero. Vida histórica, ciudad y cultura. Buenos Aires: Unsam, 2013.

[44] Devoto, Fernando J. “En torno a la formación historiográfica de José Luis Romero”. En: Vida histórica, ciudad y cultura. Buenos Aires: Unsam, 2013, p. 38.

[45] Gutiérrez Girardot, Rafael. “La significación continental en José Luis Romero”. En: Hispamérica, No. 88, Abril de 2001. Pp. 3-20.

[46] Por ejemplo son dicientes de los nexos de Romero y Latinoamérica los ensayos de Gregorio Weinberg: “Tiempo, destiempo y contratiempo”; Leopoldo Zea: “Cultura, civilización y barbarie”; Richard M. Morse: “La cultura política iberoamericana. De Sarmiento a Mariátegui”; entre los más destacados.

[47] Ob. Cit. Bagú, Sergio. “Evocación y evaluación”,  p. 11

[48] Ibíd. p 12.

[49] Ob. Cit. Bagú, Sergio, “Evocación y evaluación”, p.31.

[50] Bello, Andrés. “Alocución a la poesía. Fragmentos de un poema titulado “América”. Medellín: Unaula, 2012. 87 págs.

[51] Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo o Civilización y Barbarie. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1985.

[52] Reyes, Alfonso. Obras completas. Vol. XI. México: Fondo de Cultura Económica, 1982.pp. 10-153.

[53] Henríquez Ureña, Pedro. Estudios mexicanos. México: Fondo de Cultura Económica. 1984.

[54] Sanín Cano, Baldomero. “La América Española”. En: Baldomero Sanín Cano en La Nación de Buenos Aires (1918-1931). Prensa, Modernidad y masificación. Bogotá: Universidad del Rosario, 2013. Pp. 83-98.

[55] Ob. Cit. Gutiérrez Girardot, Rafael. “Sobre el problema de la definición de América. Notas sobre la obra de José Luis Romero.”. En: De historia e historiadores. Homenaje a José Luis Romero. p. 89.

[56] Gutiérrez Girardot, Rafael. “Sobre la significación continental de José Luis Romero”, p. 4.

[57] Ibíd. p. 17.

[58] Ibíd. p.4

[59] Ibíd. p. 5.

[60] Ob. Cit. Romero, José Luis. Las ideas políticas en Argentina, p. 10

[61] Rudé, Georg. Europa desde las guerras napoleónicas a la revolución de 1848. Madrid: Cátedra.1991.

[62] Romero, José Luis. Bases para una morfología de los contactos de cultura. Buenos Aires: Institución Cultura Española, 1944. 85 págs.

[63] Romero, José Luis. “Prólogo”. Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Medellín: Universidad de Antioquia, 1999. p. 10.

[64] Romero, José Luis. Pensamiento conservador (1815-1898). Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1986. p. 9

[65] Romero, José Luis. Situaciones e ideologías en América Latina. Medellín: Universidad de Antioquia, 2001. p. 3.

[66] Ibíd. p. 4.

[67] Ibíd. p. 5.

[68] Ibíd. p. 10

[69] Ibíd. p. 5.

[70] Romero, José Luis. Pensamiento Conservador (1815-1898). Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1986. p. 13.

[71] Ob. Cit. Bagú, Sergio, Acusación y defensa, Pp. 40-41.