José Luis Romero y la historia medieval

NILDA GUGLIELMI

Me corresponde ahora hablar de uno de los historiadores que en Argentina han trabajado sobre historia medieval, José Luis Romero. Creo que para intentar hablar de Romero historiador, hemos -forzosamente- de asomarnos a su peripecia vital. Hemos de subrayar que en todos los análisis intentados de su obra, los críticos han sentido la necesidad imperiosa, el afán inexcusable de trazar el perfil del hombre-Romero.

En verdad, es imposible hablar de Romero, historiador de la Edad Media, aislándolo de su trayectoria general de historiador o, mejor, de pensador. De la misma manera, podemos decir que es imposible hablar de su actividad científica sin tomar en consideración su militancia política y su actividad pública.

Yo creo que los hitos vitales de un historiador son importantísimos en todos los casos, pero pienso que en un hombre tan ahincado en la realidad como Romero, que buscó una participación tan plena en épocas difíciles, es esencial una biografía tan prietamente imbricada con alternativas, con hechos, con personajes fundamentales de la vida argentina.

Creo importante subrayar la relación de Romero con la realidad. Que entiendo como una unión muy compleja y, a veces, contradictoria. La realidad ha sido sustento de su pensamiento, guía de sus investigaciones, le ha planteado necesarias búsquedas, le ha exigido vehementes compromisos. Es decir, que por un lado ha sido basamento vivo y fecundo de su labor de historiador y, por otro, lo ha arrancado de meditación y realización en el plano intelectual para impulsarlo a una labor de organizador. No me corresponde aquí hacer el análisis de esa peripecia vital. Ya se ha hecho de manera ejemplar. [Halperin]

Siempre que me encuentro con el título del libro de Curtis, El taller del historiador, me pregunto cuál de los dos términos privilegio. El autor recoge una breve biografía de los historiadores entrevistados para luego dar paso a las reflexiones de esos autores que hablan de vocaciones, de azares, de encuentros y desencuentros en la realización de la propia obra. El taller interesa, sin duda, pero también el historiador. Es importante conocer cómo lo hacen, también por qué lo hacen. Y en esa motivación sin duda influyen de manera fundamental una peculiar personalidad que vive una determinada situación individual y, de ordinario, una crucial situación política, de definiciones, de empeños, de soluciones vislumbradas y, a veces, heroicas.

En Romero se da la urgencia del Eduardo Mallea que dice en Historia de una pasión argentina [Mallea, p. 15]: “siento la necesidad de gritar mi angustia a causa de mi tierra, de nuestra tierra”. Pide una Argentina que sea como una conciencia en marcha, “siendo esta conciencia lo que debe ser, es decir, sabiduría natural” [Id., p. 19]. Romero se sintió acicateado por un impulso semejante. Y tuvo la fortuna de encontrarse con hombres que lo proveyeron de maestrazgo intelectual y ético. Ante la mención de su nombre acude -inmediata- la de otros intelectuales humanistas, hombres de bandera y de conciencia política. Se desgranan los nombres de Pedro Henríquez Ureña, de Alejandro Korn, el de su fraterno maestro, Francisco Romero…

Azares públicos influyeron en su carrera de profesor universitario. Es posible que su obra no pueda ser entendida si no se tiene en cuenta que forma parte de la difícil historia de la Universidad argentina.

Aunque haya dicho que me abstendría de entrar en su peripecia vital, creo que no podemos entender su obra sin poner de relieve algunas características de su personalidad. Siempre se me presentó como una mente omnívora, de gran avidez e inquietud. Curiosidad insaciable y siempre dirigida a relacionar su circunstancia y la circunstancia histórica, realidades que se le presentaban imperiosas y enlazadas. Jamás supo ver el hecho histórico como desangrado y lejano, siempre fue contemporáneo de todo lo que estudiara y se mezcló con esos acontecimientos para verlos, “con lucidez y pasión” [G. Duby].

Romero ve el “pasado”, ese sujeto de la vida histórica, como prietamente conectado con el presente, necesita la dialéctica entre la “vida histórica vivida” y la “vida histórica viviente” [La vida histórica, p. 17]. En su libro La vida histórica, podemos espigar muchos conceptos que subrayan la fuerza de la realidad, el vigor del presente y de su desarrollo. La esencia de esas reflexiones está dada por los dos términos de su título en que vida e historia se unen necesariamente.

He utilizado ex-profeso, para hablar de la actitud histórica de José Luis Romero, las dos palabras que empleara Georges Duby para definir los presupuestos con que el historiador ha de realizar su obra: lucidez y pasión. Dos palabras que parecen contradictorias, que sitúan al historiador tan lejos de la actitud de juez inapelable a la manera de Minos de que nos hablara Marc Bloch. Las he empleado a propósito para destacar la similitud de pensamiento con Romero, quien considera que el trabajo del historiador sólo puede realizarse con pasión y oficio. Una pasión con muchas connotaciones y, por ello, plena y omnicomprensiva: “Yo veo una pasión que es vital, es intelectual, es política y es racional…” [Luna, p. 25].

Se atreve a la pasión pues, como motor e impulso aunque se imponga el sano equilibrio que puede conjugar subjetividad-objetividad [Id., p. 78 y ss.]. “La historia aspira a una máxima objetividad, fundamentada en prueba minuciosa; en cuanto conciencia, procura que los elementos se incorporen en una estructura poseedora de un sentido que no se encuentra en los testimonios que sólo aparece cuando el dato se funde en un complejo organizado según un esquema intelectivo” [Id., p. 391].

Organiza pues su campo de trabajo, el ámbito histórico, en el encuentro del material histórico y el sujeto que piensa la historia. Realizó pues su obra, con “lucidez y pasión” como pretende Duby que debe hacerse. Y señalo esto no sólo para asomarme a los principios con que construyó su pensamiento certero y precursor. Veremos cómo en él aparecen muchas ideas de avanzada -resueltas en su labor de acuerdo a lo que su época pedía- que hoy constituyen focos de atención histórica.

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Digo que en él se expresan ideas que hoy ocupan a los historiadores de manera preferencial, que constituyen importantes focos de atención. Una de ellas puede ser lo que se ha dado en llamar “lo imaginario”. Concepto de difícil aprehensión, ligado a otros que lo exceden o que no le corresponden totalmente: la representación, la fantasía, la ideología… Sin evitar correr riesgos de imprecisión, digamos que es el conjunto de representaciones que expresan la imagen que los actuantes tienen de su propia vida histórica. A ese conjunto de representaciones hacen referencia cuando intentan actuarlas o destruirlas. Es un sistema de referencias que aparece como obra de perpetua elaboración.

Abordar lo imaginario implica abordar lo que de vivo y consciente existe en una sociedad. Dice De Goff [p. VII]: “Lo imaginario nutre y hace actuar al hombre. Es un fenómeno colectivo, social, histórico. Una historia sin lo imaginario es una historia mutilada, desencarnada”. Decimos que es vivo y mutable, que es reflexivo y cuestionador, es conciencia y representación de sí, “Estudiar lo imaginario de una sociedad, es ir al fondo de su conciencia y de su evolución histórica” [Id., p. VIII].

Muchas veces aparece en la obra de Romero la silueta de ese sistema de referencias que -analizado y propuesto de manera neta por historiadores como Jacques Le Goff- en él se ha esbozado desde mucho antes, tal vez con influencias gramscianas. Reflexiona en La vida histórica [p. 22]: “Cada sociedad crea un sistema de relaciones -sociales, económicas, políticas, éticas, creativas-, un sistema de normas, de objetos. Pero además crea un sistema de ideas, de las cuales las más significativas son las que implican una imagen, una interpretación de la realidad fáctica”.

Fue historiador de avanzada también al utilizar documentos que la actual historia de las mentalidades emplea, que necesita la descripción de “lo imaginario”. José Luis Romero también buceó -como el precursor Huizinga- en los testimonios literarios con agudeza y no fue para él ajena la percepción -que hoy se subraya- de actitudes y gestos que ha incitado el estudio -con la fundamentación antropológica actual- de la gestualidad. Lo preocupan las actitudes y normas como emergentes de una sociedad determinada.

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La posición vital, omnicomprensiva que adoptó frente a los problemas lo llevó, sin duda, a pedir a diversas disciplinas no históricas apoyo y auxilio en su labor. Esta actitud creo que lo hace muy vigente. Vemos aparecer hoy un nuevo perfil de historiador, interesado en los elementos que otras disciplinas pueden aportar a su propia investigación. La interdisciplina se impone en la actualidad. Algunos campos de investigación se privilegian, pueden ser la antropología o la psicología…

Lo que importa preguntarnos es si esos intereses modifican y enriquecen el perfil del historiador o lo desnaturalizan. Fernand Braudel nos responde en su conferencia Posiciones sobre la historia en 1950 [p. 47]: “La historia se ha visto llevada a esas peligrosas riberas de la vida misma… De hecho ha aprovechado sobre todo, de la victoriosa germinación de las jóvenes ciencias humanas, aún más sensibles que ella a las coyunturas del presente. Desde hace cincuenta años hemos visto nacer, renacer o reflorecer una serie de ciencias humanas imperialistas y cada vez, para nosotros, historiadores, su desarrollo ha significado traumas, complicaciones y luego enormes enriquecimientos. La historia es, tal vez, la mayor beneficiaría de estos recientes progresos”. Creo pues que el historiador ha de adaptar métodos que sirvan a su propósito, de tal manera enriquecerá su óptica sin desvirtuar el objetivo de la investigación histórica.

Este perfil que suponemos se está estructurando con una gran riqueza de matices, lo encontramos expresado en el afán de hombre de cultura que propició Romero. El se planteó el problema del tema estricto de la ciencia histórica que ligó con ciencias antroposocioculturales, objeto de su preferente atención [p. 15]. En última instancia pensó en la necesidad de aglutinar esas ciencias cuyo “tema es el hombre, las sociedades y su creación cultural entendíamos expresa o tácitamente, como entes históricos, sin perjuicio de que puedan ser estudiados también sistemáticamente” [p. 17].

Hemos dicho que Romero utilizó la literatura, ha sido un buen buceador de la obra literaria que consideró como expresión de una mentalidad colectiva, fenómeno plural captado y expresado por una sensibilidad individual. Declara, por ejemplo, que el Wilhelm Meister de Goethe fue para él imagen de la concepción burguesa en el mundo occidental [Luna, p. 121]. Además de la literatura le interesó el arte, que fue su aliado documental. La pintura medieval le permitió ver la percepción del paisaje del hombre urbano, del burgués. Literatura, arte, filosofía… abordó cada uno de esos ámbitos, no para alcanzar el lenguaje de esas disciplinas, sino aquel con que la historia podía interpretarlo. El nuevo perfil del historiador estaba pues solicitado por ese planteo que podemos llamar pionero.

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Uno de los temas constantes en el tratamiento que José Luis Romero hiciera de los problemas históricos, es la búsqueda de la interacción entre estructura y cambio. La realidad no se le presentaba como telón de fondo, inmóvil y constantemente idéntico; no era construcción destinada a perdurar y a prolongarse sino  un esquema permanentemente puesto en tela de juicio, enjuiciado y transformado por obra de las ideas que creaban nuevas realidades. Señalar aparición, condiciones y características del “espíritu disidente” fue una de sus preocupaciones.

Para él, “la dinámica histórica es un juego entre la realidad y las ideas, múltiples y diversos que son interpretaciones de la realidad y al mismo tiempo proyectos -utópicos o practicables- para cambiarla” [Luna, p. 103]. Proyecta pues el historiador un juego hegeliano de múltiples connotaciones, de una riqueza plural. Otro de los temas fundamentales en el pensamiento de Romero es el proceso de imposición de la conciencia de las situaciones nuevas. Cambio y conciencia del cambio. Insiste en los esfuerzos realizados por la búsqueda del orden, en su precaria imposición, en la quiebra de esa estructura, en la conciencia de transformación y nuevas pautas.

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José Luis Romero historiador preocupado e inmerso en la realidad, se ocupó largamente de Historia Medieval, luego de su inicial consagración a la historia clásica. Para muchos, extraña vocación la de los medievalistas americanos, vocación -para muchos- sin raigambre ni sentido. Dice Félix Luna en sus Conversaciones con Romero: “Se ve a Romero como una especie de Borges de la historia, preocupado por mitos y laberintos ajenos a unitarios y federales, por espejos y tigres que nada tienen que ver con los reflejos y alimañas de nuestro pasado” [Luna, p. 9].

Pregunta entonces Luna cuál es el sentido de Romero medievalista en un país como el nuestro. La respuesta del entrevistado llega clara, nata, casi restallante: “-Me inclino a creer- dijo -que sólo un medievalista puede entender la historia argentina”. Que estas palabras no constituyen una boutade, se afirma páginas más allá cuando Luna -abogado del diablo para la ocasión- se asombra nuevamente de que Romero consagre sus afanes a una historia totalmente ajena a la nuestra. “-¿Y quién le ha dicho a usted que es ajena? pregunta Romero para, vehementemente, afirmar como propios valores europeos. “… si es mío el Arcipreste, La Celestina, el Quijote y la picaresca y Velázquez, ¿cómo no va a ser mía toda esa cultura dentro de la cual España es un enclave? España es Europa: si España es mía, Europa es mía…”.

Magnífica afirmación, rotunda y visceral que -a su belleza formal- une la fuerza de una convicción profunda y de un claro razonamiento, afirmación que comprende y justifica a todos lo que se interesan por la historia medieval en la lejana América.

Su interés por los estudios medievales se expresó en obras como su breviario sobre la Edad Media para el Fondo de Cultura Económica, estudios y ensayos y sobre todo en su importante libro La revolución burguesa en el mundo feudal. En el análisis de ese libro encontramos los ejes del pensamiento de José Luis Romero, ejercidos en este caso en el ámbito medieval, expresados en otras obras en campos cronológicos diferentes. Subrayo que no interesa hacer aquí un análisis crítico del libro propiamente dicho sino destacar el ejercicio del quehacer histórico de Romero, guiado por una clara propuesta teórica.

El hombre es contemporáneo de toda su historia. De su historia individual, de su peripecia de hombre histórico. Esa es la premisa que plantea el libro de Romero. El hombre del siglo XX continúa realizando, buscando soluciones a los problemas que se plantearon en el siglo XI. en la Edad Media: soluciones de un grupo nuevo, de un grupo con nuevas aspiraciones que se tiene que dar nuevas pautas, que tiene que descubrir o conquistar su lugar en la sociedad. Pronto, ese nuevo grupo necesitó vivir en un marco diferente del que había encontrado: esos hombres sintieron la inadecuación del sistema previo. A la reacción del primer momento, sucedió la intencionalidad y el sentido. Ese grupo definió su ámbito, la ciudad “percibida como una creación humana opuesta al orden de la naturaleza”, ámbito que los representantes del orden tradicional veían hostil, la ciudad “nacida de la infracción del esquema trifuncional” [Fossier, p. 867].

Las formas urbanas concitaron la atención de Romero. No en vano eligió ese nexo para enlazar el mundo medieval y el mundo americano. La mentalidad de ese grupo aceptó y actuó dos ideas fundamentales: creación y cambio. Las aceptó en varias dimensiones y de ellas surgieron las nuevas imágenes del hombre, de la sociedad, de la historia. Se sintió al hombre como un nuevo mundo a descubrir. Cuyo origen importaba, como importaban sus capacidades. Que se pusieron en juego para lograr éxito en la aventura, en disfrutar del ocio, del amor, de los goces que el descubrimiento del cuerpo aparejaba.

Cuerpo, tiempo, trascendencia. Fue importante el camino, también la percepción del cambio. Se percibieron el cambio y los cambios. Los cambios situacionales, religiosos e ideológicos, de la sensibilidad. Cambio y conciencia, dos ejes del análisis de este campo histórico, cuya dimensión se logra mediante el aporte de saberes diversos que Romero ha sabido articular.

Bibliografía

Marc Bloch, Apologie pour lʼhistoire ou métier de lʼhistorien. Paris, Armand Colin, 1974.

Femand Braudel, Scritti sulla storia. Milano, A. Mondadori editore, 1980.

L.P. Curtis, Jr., El taller del historiador, México, F.C.E., 1975.

Georges Duby, Il sogno della storia. Carzanti, 1986.

Umberto Eco, F. Colombo, F. Alberoni, G. Sacco, La nueva Edad Media. Madrid, Alianza ed., 1974.

Robert Fossier, La infancia de Europa. 2 vols. Barcelona, Editorial Labor, S.A., 1984.

Cario Ginzburg, Des tenebres médiévales au black-out de New York, en Le Moyen Age maintenant. Europe. Revue littéraire mensuelle. Paris, octubre 1983.

Tulio Halperin Donghi, José Luis Romero y su lugar en la historiografía argentina en José Luis Romero, Las ideologías de la cultura nacional y otros ensayos. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982.

Jacque Le Goff, Lʼimaginaire médiéval. Paris, Gallimard, 1985.

Félix Luna, Conversaciones con José Luis Romero. Sobre una Argentina con Historia, Política y Democracia. Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1978.

Eduardo Mallea, Historia de una pasión argentina. Buenos Aires, Ed. Anaconda, 1938.

José Luis Romero, La revolución burguesa en el mundo feudal. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1967.

José Luis Romero, La vida histórica. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1988.

Roberto Vacca, Il Medioevo prossimo venturo. Milano, Mondadori, 1983.

Roberto Vacca, La morte di Megalopoli. Milano, Mondadori, 1974.


Comentario de FERNANDO DEVOTO

La segunda de las observaciones es en torno a la obra de José Luis Romero sobre la cual nos habló la profesora Guglielmi y yo querría aquí agregar algunos otros elementos, aunque, sin duda, hay en la sala personas más capacitadas que yo que tendrán más elementos como para esbozar esta imagen historiográfica de Romero. En primer lugar, me parece que también tendríamos que poner a Romero en ese horizonte formativo del mundo de entre guerras y acá lo ha hecho la doctora Guglielmi al recordarnos en qué medida esta obra de Romero estaba vinculada en un diálogo real o imaginario con las obras de Huizinga y de Pirenne. Sin embargo, creo que además -y esto es muy evidente en los diálogos con Félix Luna- debemos ver a Romero o volver a colocar a Romero en el contexto de su diálogo con los clásicos del siglo XIX y aun más atrás, con ese iluminismo del cual Romero era una de sus máximas expresiones. Ese iluminismo al cual Romero insistió tanto en disipar de toda concepción, de toda percepción antihistórica y cuando encontramos este tema de la historia de la cultura y buscamos quizás estas raíces en los historiadores de la cultura contemporáneos, en Huizinga por ejemplo. Ello es muy acertado. Sin embargo también deberíamos buscar en Voltaire, por ejemplo, en su “Ensayo sobre las costumbres”. Ciertamente además esta obra de Romero, la obra de medievalista, no sólo debe ser colocada en el contexto de las influencias europeas. Yo invertiría la proposición que él realiza a Luna, yo diría en qué medida su ubicación como protagonista en la historia argentina y su relación y su diálogo con los grandes antepasados, con Mitre y con Sarmiento -como nos ha recordado admirablemente Botana en las Jornadas de Homenaje a Romero- sirvieron a éste para dar una lectura más original de la historia medieval. Es decir, no de la Historia Medieval a la Historia Argentina, sino en qué medida ese contexto cultural del pasado argentino sirvió a Romero para una visión que yo creo presenta enormes rasgos de originalidad de la historia europea. Y en este punto coincidiría con Guglielmi en que también deberíamos ver a Romero sin duda como algo más que un historiador profesional, deberíamos verlo en el contexto de un intelectual orientador cultural y es quizás esta otra faz de Romero y el desempeño de esta faz tanto en la vida universitaria como en la vida política argentina la que permitió en buena medida el acercarse de muchas persona a la historia medieval que se movían o se desempeñaban en ámbitos extra-académicos.

Creo que si los años sesenta parecían indicar una orientación historiográfica que oscurecía el enfoque de Romero, era la época en la cual hacían irrupción nuevos modelos teóricos, en los cuales los enfoques cuantitativos parecían resolver los problemas aun en el terreno de la historia de las ideas, era el momento en el cual la historia económica ocupaba una posición central en la explicación histórica; creo, en cambio, que los ochenta son, de alguna manera, en el marco de está crisis de la historiografía europea -de la cual no sé si toda la historiografía argentina ha tomado nota- los que vuelven a colocar en la cresta de la ola esa historia de la cultura. Tomando aquí una definición inclusiva de historia de la cultura que iría desde esa historia de las ideas hasta esta historia de las mentalidades. Era este un terreno en el cual Romero fue un precursor, aunque no necesariamente sus vías fueran coincidentes con otras europeas sino paralelas, y aquí nos ha recordado Nilda de Romero por ejemplo esas anticipaciones con relación al tema de la gestualidad.