Reseña de “la vida histórica de José Luis Romero”

HORACIO M. ZAPATA

Cuando se lee un libro como La vida histórica –un conjunto de ensayos de José Luis Romero, notable actor de la historiografía y de la vida político- cultural de las décadas centrales del siglo XX en la Argentina y en Latinoamérica–, no se puede dejar de pensar en el sentido de su reedición, esto es, en el por qué de su continua actualidad e indiscutible presencia en los debates que conciernen a la historia, a su conocimiento y a la compleja trama que une al hombre con su pasado y presente. Uno de los primeros motivos es que en el año 2009 se cumplen cien años del nacimiento de este historiador. La ocasión se torna propicia para efectuar todo tipo de encuentros y reuniones científicas que proponen diferentes miradas sobre su concepción histórica; sus trabajos más representativos sobre el pasado argentino, latinoamericano y europeo; la senda trazada de una historia de la historiografía y su auto/ubicación en este linaje; su papel de intelectual comprometido con su tiempo -e influyente en él- a través de sus posicionamientos e intervenciones en los debates que atraviesan los diversos campos culturales progresistas y reformistas, desde mediados de los años ’30 a fines de los ’60; entre otros perfiles susceptibles de ser indagados. Justamente allí radica la vigencia del pensamiento de José Luis Romero. Y esta obra expresa muchos de estos aspectos.

En cada uno de los ensayos que componen el escrito, organizado de acuerdo a correlaciones temáticas y momentos de factura, puede vislumbrarse una incesante reflexión de una vida de historiador llevada a cabo en casi cuarenta años. Esta continuidad en el pensamiento de Romero sobre determinadas problemáticas surca tanto los acápites que evidencian un lenguaje titubeante y juvenil como aquellos que revelan la madurez de un oficio y la consagración de una vocación. Así, la primera sección alberga dos breves artículos de 1975 y 1976, en los que brotan en forma extractada los contenidos del libro que dejan ver, en algún sentido, el estado y los términos en los que había quedado su reflexión al momento de su fallecimiento. La segunda compendia textos que, poco más o menos en su conjunto, son emblemáticos de su etapa formativa y habían sido presentados en un volumen anterior, La historia y la vida (1945). Ellos versan sobre los problemas generales del saber y la conciencia histórica, a los que se suma otro redactado en 1964 que indaga el lugar de las ciencias del hombre en el campo más amplio del saber científico. Uno de los planos centrales aquí tratados es la correlación entre el conocimiento riguroso -propio de los historiadores de profesión que afinan al máximo la búsqueda de los datos, su intelección crítica y la elaboración final de tal conocimiento- y la conciencia histórica de una sociedad, extensa y borrosa pero vigorosa como guía y apremio de los sujetos históricos (un grupo social, una clase, un pueblo) para la acción. Otra línea recurrente es el examen de la complicada y singular dialéctica entre lo que llamó el orden fáctico y el orden potencial, entre el proceso creador y lo creado, entre la realidad y su imagen, entre las prácticas -en constante redefinición- y las múltiples representaciones que de ellas elaboran los actores. En esta compleja relación, el autor creía encontrar la clave de la vida histórica (o vida sociocultural), categoría conceptual que a su juicio correspondía, para el conjunto de las ciencias sociales y humanas, a la de naturaleza para las físico-naturales, y que, como este último término, también debía estar definido y fundamentado teórica y epistemológicamente.

La tercera sección presenta trabajos que giran en torno al pensamiento historiográfico y a su interpretación. Para Romero, el talón de Aquiles del seguimiento del propio pensamiento historiográfico –que es tenido como un capítulo de la historia de las ideas o, en otros términos, de la cultura– se hallaba en el reconocimiento del ineludible registro de subjetividad y compromiso en el intento de describir e interpretar la vida histórica. A resultas de ello, el devenir de la historiografía no encuentra su ritmo en la adopción de métodos diferentes -elemento no menos operante-, sino en los cambios percibidos en la conciencia histórica, ese termómetro que brinda las respuestas al actor social acerca del mundo en que vive, de su identidad y del futuro. De dicho convencimiento sobre la aptitud de los hombres para labrarse un futuro -aun sin saber que lo hacen- nace su substancial optimismo, no sólo en la posibilidad de conocer el proceso histórico, sino acerca de su sentido.

La cuarta sección reúne pasajes de diferentes momentos y estilos que estudian la situación de la Historia en el abanico de las ciencias del hombre que, a fuerza de dotarla de nuevas herramientas y enfoques, amenazaban con acabar con lo más específico de nuestra rama científica: el transcurrir histórico. Las ciencias sociales, interesadas por las estructuras sociales o mentales, instituciones, formas de organización económica, cuestiones de poder, espacios, etc., ponían en juego un enfoque sistemático que pretendía establecer morfologías; mientras que la Historia, preocupada en indagar la constante configuración y reconfiguración de las tramas sociales y de las pervivencias y mutaciones de las modalidades en que se objetivan y subjetivan los sistemas culturales, proponía una perspectiva profundamente historicista.

Dicha perspectiva es la que José Luis Romero perfeccionó a lo largo de tres lustros y que elegantemente denominó historia de la cultura, asimilándola al enfoque por excelencia de la disciplina, cuestión última abordada por el libro. La vida histórica tiene el mérito de ser, no cabe duda, un clásico de la literatura historiográfica argentina. En primer lugar, porque fue elaborado por un historiador que ha efectuado con diestra prudencia el ajuste fundamental entre el pasado y el presente y que ha condensado un fructífero enlace entre el saber y la experiencia viva. Una concepción diferente de aquellas propugnadas por la nueva escuela histórica, el revisionismo histórico y la izquierda, entre otras, y que contendían en el campo cultural argentino desde los años ’30, definida tanto por un andamio filosófico más complejo y preciso, cuanto por la manera en que sustentaba la relación entre el historiador, su práctica disciplinar y el mundo contemporáneo. A través de esta certeza, se perfilaba la renovación del campo histórico en sus tópicos y abordajes que Romero intentaba efectuar, colocando en el centro de dicho campo aquello que antes había estado proscrito en los márgenes: su proyecto de historia de la cultura. En segundo lugar, porque es un libro de consulta imprescindible para cualquiera que desee conocer –y profundizar a partir de éste– los diferentes aspectos de la tarea de la inquietud histórica. Más aún, su relevancia radica en convertirse en un distinguido semillero de nuevas miradas, preguntas, hipótesis y conceptos heurísticos para aquellas futuras generaciones de varones y mujeres que opten por asumir los desafíos que implica no sólo llevar a cabo dicha tarea de historizar las relaciones sociales en el tiempo sino también vivir el presente y confrontar el futuro próximo, en definitiva: ser capaz de comprometer el pulso de la historia con el latido de la vida.