José Luis Romero: el ciudadano intelectual

MARTA BONAUDO

Cuando uno comienza a reflexionar sobre las marcas que los intelectuales dejan en un campo particular en sociedades donde la profesionalización se ha cargado de nuevos signos, particularmente de aquellos que recuperan el perfil de un profesional aséptico, con autonomía, que suele esconder o la prescindencia o la connivencia con la realidad en la que vive como signo de mayor y mejor compromiso con la profesión específica, la figura de José Luis Romero puede resultar, cuando menos, incómoda. Al comenzar a analizar en 1945 El drama de la democracia Argentina, como resultado de la urgencia de comprender el sentido de nuestra trayectoria política[1] Romero se interpela en tanto historiador: “…El historiador es quizá, quien más reparos tiene para esta labor porque es quien mejor conoce sus limitaciones y los peligros de las generalizaciones prematuras. Pero el historiador es ciudadano también y no puede negarse a contribuir con su esfuerzo a esta labor –hoy urgente– de aclarar la conciencia política nacional y de aclarar su imagen para quienes nos contemplan más allá de nuestras fronteras. Este sentimiento del deber me mueve –con humildad y con temor– a esbozar este cuadro del drama de la democracia argentina”[2]

Es este deber ser, la búsqueda de ese ciudadano –hombre de su tiempo–, lo que me condujo a explorar en esta oportunidad, no una de sus obras mayores, sino algunos de aquellos artículos en revistas o en periódicos que fueron resultado de su reflexión y aparecieran recopilados bajo aquel título. ¿Qué angustiaba a ese hombre, a ese intelectual de un tiempo que recorre casi tres décadas? Al examinar los escritos reunidos en aquella compilación, un lector actual puede seguir los desafíos que la realidad argentina planteaba al pensamiento crítico. Tanto los artículos para las revistas académicas como las intervenciones periodísticas, algunas en diarios militantes, poseen ciertos rasgos comunes. En primer lugar, debemos señalar que la lógica ensayística del relato no desestima la erudición. Una y otra vez se filtran datos, referencias, lecturas, modos de interpretación. Si a la luz del avance de las investigaciones en el campo de las ciencias sociales en la Argentina y en América Latina, hoy podríamos decir que varias de sus afirmaciones deberían ser puestas en cuestión o matizadas por los resultados de las nuevas búsquedas, es innegable que ellas dan cuenta de unos debates y de un conocimiento acumulado hasta el momento que resulta coherentemente explicitado. Sus escritos revelan las potencialidades de una interrogación hecha a medida que el ciudadano historiador enfrenta los dilemas de su época. Su formación intelectual en la historia antigua y medieval, sus contactos y diálogos con las renovadas perspectivas de la historia social francesa, o con las vertientes sociológicas asumidas por su colega Gino Germani, sus lecturas políticas y los complejos caminos de construcción de una experiencia social e individual lo condujeron a reflexionar sobre procesos de mediano y largo plazo así como a explorar el sentido de conceptos y categorías en la contradictoria y polifacética realidad latinoamericana. En diferentes momentos el historiador sintió la necesidad de recuperar para su interpretación aquellas herramientas metodológicas que había venido utilizando. De este modo, cuando inició su exploración sobre el primer peronismo afirmaba: …En el análisis de lo que ha ocurrido después (de 1943) conviene distinguir lo estrictamente político de lo que constituye el fenómeno social. Lo primero escapa a los límites de este análisis y, a mi juicio, es un episodio circunstancial, en tanto que el segundo constituye una experiencia que estimo de gran trascendencia para el país3[3] Planteada recurrentemente en estos términos, la relación entre lo social y lo político, esta última dimensión aparecía o bien como un verdadero epifenómeno (lo circunstancial) o bien como mero reflejo de lo social:… La dictadura no es un fenómeno que pueda definirse sólo negativamente como una quiebra de la juridicidad; es también el resultado de un proceso activo, destructor en algunos casos pero creador también en otros. Es, en resumen, un reflejo político de fenómenos más profundos e intrincados[4].

En segundo lugar, aunque la mayor parte de los trabajos que orientan nuestra reflexión fueron originariamente destinados a ámbitos académicos, pareció siempre pesar sobre ellos esa necesidad de que los problemas de la sociedad tuvieran resonancia en la conciencia de nuestro hombre medio[5] , necesidad que se tornaba imperativa cuando el texto se orientaba hacia el periódico o la revista militante.

Labor intelectual, función pedagógica, compromiso para dar respuestas, sobre estas bases se fueron diseñando algunas de las cuestiones interpretativas que pretendemos recuperar.

Es su punto de partida e itinerario de búsqueda el problema de la democracia:“…La democracia constituye nuestra auténtica y perdurable tradición política, no tenemos otra; el hecho es tan notorio y tan característico del proceso americano que basta enunciarlo –como punto de partida para estar eximido de prueba…”[6] La contundente afirmación –vinculada directamente a su perspectiva de análisis sobre las gestas emancipatorias y la progresiva incorporación del pueblo a la vida política– podría hoy ser discutida desde diversos lugares, pero para José Luis Romero ella operaba como una clave de indagación hermenéutica. Con ella atravesó –cual observador en la segunda posguerra– los que en su criterio fueron los dos grandes ciclos de la historia de la Argentina independiente: la Criolla y la Aluvial. Más allá de las diferencias perfiladas en la interpretación, su análisis encontró un común denominador para explicar la difícil configuración de experiencias democráticas en cada momento: …Este esfuerzo por llegar a una acomodación de las instituciones preestablecidas con respecto a las nuevas formas que adopta la realidad social, esfuerzo prolongado por la singular circunstancia de no ser los problemas tan apremiantes como para prefigurar soluciones claras e incontrovertibles, constituye, a mi juicio, uno de los caracteres más importantes del drama de la democracia argentina…[7]

¿Resonancias mitristas en la reflexión? ¿La verdadera república o sea la democrática dependía de que la constitución política se adaptara a su sociabilidad?[8] Tal vez. Lo cierto es que el historiador de lo social prestaba atención a las transformaciones, a la presencia de nuevos actores y de nuevas relaciones, a las tensiones generadas en cada ciclo, particularmente entre aristocracia u oligarquía y unas masas heterogéneas que, por ejemplo durante el Yrigoyenismo, con su deficiente educación política impidieron que se realizara el más accesible de sus ideales: la perfección formal de la democracia.[9]

La perspectiva de lectura, a medida que se profundiza, recupera uno de los elementos de la realidad que preocupaba fuertemente al historiador ciudadano, posiblemente también al militante socialista: las masas. Buscó conceptualizarlas en sentido económico social: …aquel conjunto que, dentro de una comunidad, se caracteriza porque sus problemas inmediatos carecen de soluciones individuales y dependen inevitablemente de la dirección que la comunidad imprima al desarrollo de los grandes problemas económicos y sociales…[10] Las exploró en etapas precedentes como aquélla de la emergencia de la Unión Cívica y al interrogarse por su ideario, lo definía como …Informe e inorgánico, el nuevo complejo social no podía alentar sino aspiraciones indefinidas y apenas formuladas…[11]. Este conglomerado inconexo en el que se aglutinaban gentes de variada situación y posibilidades, urbanas y rurales, todas ellas coincidentes en la ausencia de conciencia política y social tenía, en los términos del historiador, la ilusión de que un caudillo realiza el milagro de interpretar y satisfacer sus deseos[12] , caudillo que en ese momento se encarnaba en la figura de Yrigoyen.

Pero indudablemente las masas lo impactaron durante ese tiempo vivido que representó la coyuntura del primer peronismo. Una coyuntura a la que esas masas arribaron habiendo abandonado la militancia en el plano político y situándose en la lucha social[13] Desde tal mirador su investigación rápidamente nos conduce nuevamente a la dimensión social, explorando los cambios demográficos espaciales y las transformaciones productivas, observando la desmesura de ciertos crecimientos urbanos en detrimento de las áreas rurales. Intentó detectar las vías por las que transitaban ciertos procesos de redistribución social orientados hacia esas masas: …el innegable ascenso operado en las masas tanto en el monto de la remuneración como en las condiciones de trabajo, con el consiguiente aumento del poder adquisitivo y las posibilidades de goce…[14] Pretendió analizar su impacto constatando, en consecuencia, que las nuevas condiciones incidían en los índices de politización y de agremiación de estos nuevos actores, marcando el desencadenamiento de un proceso social de futuro incierto para el observador comprometido. ¿Por qué incierto? Porque –retornando a su hipótesis inicial– pensaba que la inestable relación entre las formas sociales y su expresión política habían conducido, en la realidad argentina, a situaciones de crisis.

He aquí otro nudo de problemas, el de la crisis. Más allá de algunas referencias puntuales previas, hay dos momentos en sus escritos en los que su reflexión se detuvo específicamente en él. El primero de ellos ubicado una vez concluida la Revolución Libertadora y producido el ascenso del frondicismo con una afirmación taxativa: Argentina está en crisis[15]. El escrito de 1959 remontaba la crisis treinta años atrás. Crisis de credibilidad, signos de desilusión frente a cuya interpretación habían fracasado las explicaciones simplistas, especialmente las que se basan exclusivamente en responsabilidades personales, o aun de manera más general, en meros fenómenos políticos. También han fracasado las simples explicaciones económicas, así como las soluciones elaboradas en las oficinas de los banqueros.[16]

¿Cómo comprender entonces la crisis? Romero formulaba que… Sin duda alguna, los términos más visibles de la crisis se relacionan con el orden político. Desde hace aproximadamente treinta años, Argentina no consigue estabilizar su situación institucional y política, a pesar de haberse ensayado diversos tipos de soluciones, concluyendo que el conjunto social que compone el país no encuentra la manera de autorregularse.[17] ¿Cuál es el sentido que le daba a estos términos?:.. El análisis de los movimientos de opinión, revela la existencia de una profunda inconexión entre los grupos. Lo que se ha perdido es la comunicación, la posibilidad de coincidir. El signo visible es la crisis de los partidos políticos…[18] Ella iba acompañada de una pérdida de fe en los hombres y del sentido público en tanto capacidad de sobreponer a los intereses individuales, ciertos intereses fundamentales de la colectividad. Pero, por debajo de estos fenómenos, su análisis recuperaba nuevamente las alteraciones en las relaciones económicas, diciendo, sin recurrir al marxismo: “Ha cambiado la distribución de la riqueza, pero sobre todo han cambiado las aspiraciones económicas de ciertos grupos numerosos, en tal medida que los bienes de consumo están sometidos a una intensa demanda. El valor de la moneda baja, y baja la productividad, con lo cual la inflación se acentúa. La sienten preferentemente los sectores obreros que se mueven con desusada violencia, acentuando la sensación de que el país se precipita en un conflicto profundo…[19] El historiador nos presenta lo que consideraba un cuadro general de una crisis de dislocamiento: …Las fuerzas de homogeneización se han tornado ineficaces, y tanto la estructura económica como la estructura social han perdido vigor y fluidez. Las fisuras se han transformado en grietas profundas que alcanzan la base misma, y los movimientos que se observan parecen destinados a robustecer la posición de cada una de las partes que han quedado incomunicadas, sin que se adviertas otros movimientos destinados a reconstruir su comunicación[20]. Dislocamiento en la relación entre cambio social y política, incapacidad de resolución de un universo altamente heterogéneo en un proyecto societal homogeneizante e inclusivo. La cuestión resurgió catorce años después, posiblemente porque como afirmara, los historiadores sirven para avivar la memoria de los demás y para ayudarlos a vincular unas cosas con otras[21] En ese momento nos recuerda nuevamente que los inquietantes fenómenos de crisis observados tuvieron su lógica inicial en 1929 y las políticas coyunturales implementadas desde entonces no la habían resuelto, posiblemente por no comprender que se trataba de una crisis estructural. Reflexión avanzada que el historiador no llegó a saber que una o dos décadas después se instalaría en el centro de uno de los debates intelectuales de la época. Los conceptos introducidos sería otros (crisis de hegemonía, crisis orgánica) como también los caminos para obtener respuestas, pero el punto de partida ya lo había anticipado.[22]

La problemática de la crisis lo condujo, a su vez, a retroceder aún más y rememorar el proyecto societal alumbrado por la generación del ’37 cuyas metas fueron llevadas adelante por la del ’80: …lo que se produjo entonces fue un cambio orientado y conducido por una política, cuyos objetivos eran de largo alcance y constituían una propuesta aceptable para el país[23] reiterando que, desestructurado tal proyecto por la crisis internacional e interna de 1929/30, no surgieron grupos directrices nuevos capaces de formular nuevas propuestas que sacaran al país del estado de incertidumbre. La mirada retrospectiva la utilizó nuevamente para pensar su propio presente en 1975. Un presente caótico, que no aceptaba una interpretación simplista y elemental. Desde su perspectiva, el país vivía un proceso de cambio que se debe conducir y orientar, pero no contener, por la sola razón de que es incontenible. El desorden…se ha desencadenado espontáneamente, como resultado de una insuficiencia de la estructura económica y con los caracteres de una explosión social en virtud de la cual se han integrado muchos grupos antes marginales, constituyendo una nueva sociedad…[24]

Elaborado el diagnóstico, el ciudadano planteaba las urgencias de una política positiva que si bien podía apelar ocasionalmente al orden, tenía que orientarse a neutralizar las tendencias sectoriales que se oponían, generando proyectos para una política de crecimiento y apertura., convenciendo al conjunto de grupos e individuos de la envergadura y urgencia de la tarea común a desarrollar. El ciudadano comprometido temía la disgregación.[25]

Es indudable que sus reflexiones en torno a la realidad argentina durante casi treinta años, sus vivencias, le permitieron abordar algunos aspectos de la natural inestabilidad de las democracia, aquí y en el conjunto latinoamericano así como profundizar las búsquedas explicativas en torno a la recurrente presencia de las dictaduras. El fracaso de la democracia, ¿residía en sus modos de recepción como sistema institucional? ¿Devenía de las diferentes tramas sociales que la acogieron?

¿Era responsabilidad de los déficits en su funcionamiento? Dilemas reales y falsos aparecían a la vista frente a un único desafío: o reproducir los códigos de una democracia formal o sobrepasarlos en la búsqueda de una verdadera representatividad.[26]

Sobre esta parte de su obra como en relación a cualquier otro de sus escritos en torno a la realidad argentina o latinoamericana podría haberse hecho otra lectura, otro acercamiento. La que hicimos pretendió, en principio, recuperar para la reflexión la figura de un historiador que con sus aportes y sus déficits nunca pareció apartarse de la idea del compromiso con la sociedad en la que vivió, intentando democratizar las lógicas y espacios del conocimiento para concientizar, para aportar a configuraciones sociales más inclusivas. Pero también para dar continuidad a una reflexión por cuanto la democracia y sus crisis son angustias de nuestro tiempo y tal vez, mirando otros momentos, retomando otros análisis, encontremos como historiadores, como ciudadanos y como actores implicados con el devenir de nuestro presente mejores herramientas para afrontarlo.

Notas


[1] Romero, José Luis El drama de la democracia argentina. CEAL, Buenos Aires, 1989, p. 13.

[2] Romero, José Luis “El drama de la democracia argentina (1945)” en la obra homónima, op. cit., p. 14

[3] Romero, José Luis “Tendencias de las masas en la Argentina (1951) en El drama de la democracia argentina, op. cit., p. 37

[4] Romero, José Luis. “Democracias y dictaduras en Latinoamérica (1960)” en El drama de la democracia argentina, op. cit, p. 61

[5] Romero, José Luis “El drama de la democracia argentina (1945)” en la obra homónima, op. cit., p. 15

[6] Ibidem, p. 14

[7] Ibidem, p. 16

[8] Al respecto ver Palti, Elías. ¿De la República posible a la República Verdadera? Oscuridad y transparencia de los modelos políticos. Historiapolítica.com

[9] Romero, José Luis “El drama de la democracia argentina (1945)” en la obra homónima, op. cit., p.27

[10] Romero, José Luis. “Tendencias de las masas en la Argentina (1951)” en El drama de la democracia argentina, op.cit., p. 31

[11] Romero, José Luis “El drama de la democracia argentina (1945)” en la obra homónima, op. cit., p.26

[12] Romero, José Luis “El drama de la democracia argentina (1945)” en la obra homónima, op. cit., p.27

[13] Romero, José Luis “Tendencias de las masas en la Argentina (1951)” en El drama de la democracia argentina, op.cit., p. 37

[14] Ibidem, p. 38

[15] Romero, José Luis. “La crisis argentina: realidad social y actitudes políticas (1959)” en El drama de la democracia argentina, op. cit., p. 40.

[16] Ibidem, p. 41

[17] Ibidem, p. 42

[18] Ibidem, p. 43

[19] Ibidem, p. 44

[20] Romero, José Luis. “La crisis argentina: realidad social y actitudes políticas (1959)” en El drama de la democracia argentina, op. cit., p. 45

[21] Romero, José Luis. “La crisis (1975)” en El drama de la democracia argentina, op. cit., p. 117

[22] Ver, entre otros, Ansaldi, Waldo, Pucciarelli, Alfredo y Villarruel, José (ed.), Argentina en la paz de dos guerras. 1914-1945, Biblos, Bs. As., 1993. y Ansaldi, Waldo, Pucciarelli, Alfredo y Villarruel, José (eds.), Representaciones inconclusas. Las clases, los actores y los discursos de la memoria, 1912-1916, Biblos, Bs. As., 1995.

[23] Ibidem, p. 118

[24] Ibidem, p. 120

[25] Romero, José Luis. “La crisis (1975)” en El drama de la democracia argentina, op. cit., p. 121 y “Antes de disgregarnos” en op. cit., p. 112

[26] Romero, José Luis” Democracias y dictaduras en Latinoamérica, (1960)” en El drama de la democracia argentina, op. cit., p.69


[i]  Conferencia dictada en el Homenaje a 100 años de su nacimiento: “Voces y Memorias de un intelectual argentino. José Luis Romero, 1909-1977)”, Instituto de Historia Antigua y Medieval, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Marzo 2009