Socialismo y liberación nacional

LINO ENEA SPILIMBERGO

“Las masas trabajadoras no nos han acompañado sino en una pequeña medida”, reconoce en el N°1 de “Futuro Socialista” (publicación del Consejo Central de las JJ. SS., secretaría Muñiz) el padre de la criatura, profesor José Luis Romero.

En efecto, las masas trabajadoras no han acompañado a los socialistas argentinos en las últimas dos décadas. O, mejor dicho, nunca, si es que auscultamos el ámbito nacional y prescindimos del municipio porteño.

Conforta escuchar, de las propias víctimas del aislamiento, la confesión de este fenómeno y nos enfrascamos con renovado interés en la lectura, al acecho de que don José Luis nos aleccione sobre sus causas más profundas.

Es oportuno el alto y el balance. El socialismo argentino acaba de escindirse en un proceso cuyos lineamientos ya ha comentado Política  (N°2). La escisión, decíamos, responde a causas legítimas: mientras el ala izquierda colocaba la legalidad constitucional por encima de sus críticas a Frondizi, el sector ghioldista intervenía (e interviene) en el sempiterno complot gorila.

Pero -agregábamos- negarse a intervenir en el golpe oligárquico no es garantía de por sí para la clase trabajadora. Otros méritos requieren la transformación del “ideario” socialista en ideología de masas. Señalábamos que el doctrinarismo, que antepone los esquemas mentales a la realidad viva del país, es la mejor senda para el aislamiento infructuoso y estéril. Lo que el país exige al pensamiento socialista revolucionario no es la sistemática y pedante negación de nuestros grandes movimientos sociales y nacionales, de aquellos que Marx denominaba el “movimiento espontáneo de las masas”, sino la comprensión teórica de los mismos; de sus limitaciones, ciertamente; pero también de su valor como etapa en el desarrollo de la conciencia política argentina.

En cierto modo la clave del problema consiste en combinar en indisoluble síntesis, las grandes banderas históricas con el despliegue de una perspectiva consecuentemente revolucionaria: las reivindicaciones nacionales de un pueblo sometido al imperialismo, con las reivindicaciones sociales de un proletariado que, si por una parte comprende que “no hay clase trabajadora triunfante en un país en derrota”, sabe, por la otra, que no hay país victorioso sin la presencia protagónica de los trabajadores en sus destinos.

Fustigábamos, por último, la tradición de Juan B. Justo, caracterizada por su hostilidad a las formas primarias pero indudables del movimiento de masas; por su hostilidad a la industrialización, fruto de su absurdo librecambismo.

José Luis Romero ejercita su derecho de disentir radicalmente con todo lo expresado. Lanza su melancólica mirada sobre el presente argentino y las últimas décadas recorridas, y descubre, en primer término, que sólo permaneciendo fieles a Juan B. Justo y su doctrina podrán los socialistas alcanzar lo que ni Justo ni sus discípulos consiguieron nunca: vincularse al pueblo. Examina este fracaso, y no lo encuentra en el antiperonismo sectario de hoy, ni en el no menos sectario antiyrigoyenismo de ayer, sino en que “el socialismo no ha difundido de manera suficientemente clara y categórica sus puntos de vista” y a que “aventureros de la política… hayan descubierto antes que la clase trabajadora misma” los profundos cambios sociales experimentados por la República.

No mejor papel desempeña nuestro teórico cuando le toca examinar a sus cucos adversarios. José Luis Romero odia profundamente a la burguesía industrial argentina. Muy digno sentimiento sería éste si, con igual fuerza por lo menos, odiase a los grupos sociales aún más retrógrados, conservadores y oligárquicos, a los que el socialismo argentino respetó siempre y con los que pactó sistemáticamente. La altivez antiburguesa de este funcionario de la Revolución Libertadora (no precisamente proletaria) es de una hipocresía que deslumbra. ¿O acaso el odio a la burguesía industrial esconde (como escondía en el “maestro” Justo) odio a la industrialización en sí, sometimiento al esquema pastoril fijado por el imperialismo británico?

Decir que Perón fue un representante de la burguesía industrial es poner los hechos al nivel de los cerebros microcefálicos. En realidad, Perón expresó la alianza entre el ejercicio nacionalista y la clase trabajadora, fórmula genéricamente similar a la de Nasser en Egipto, no socialista, ciertamente, bonapartista burguesa, por supuesto, pero que interpretaba hasta cierto punto las necesidades de la Argentina semicolonial. ¿O es que para José Luis Romero resulta igual Nasser que Harold MacMillan, porque ambos son gobernantes burgueses? Para José Luis Romero (lo habíamos olvidado) no resulta ni deja de resultar lo mismo porque José Luis Romero es admirador… de la Israel socialista (sin matrimonio civil).

MacMillan piensa (ya que de Nasser hablábamos) que Nasser es “fascista”. José Luis Romero califica al peronismo de… “fascismo”. Recordarle que el fascismo corresponde a los países imperialistas; recordarle que el fascismo, en cuanto movimiento de masas, es típicamente pequeño burgués; recordarle que el fascismo se basa en la persecución y aniquilamiento de los sindicatos y no en su apoyo, ayudaría a clarificar una situación que José Luis Romero tanto embarulla. Que nos explique Romero por qué ningún sindicato corporativo sobrevivió a la caída de Hitler y Mussolini, y por qué (sino por expresar una realidad tan profunda como legítima) los sindicatos peronistas son un hecho histórico irreversible, pese a los intentos aniquilatorios, asaltos, fraudes y represiones de la “revolución libertadora” de la que José Luis Romero fue funcionario a sueldo.

Nuestro teórico habla de la “vía muerta que (el pueblo argentino) tomó con el radicalismo hace muchos años, con el peronismo luego y con el frondizismo ahora”. He aquí el típico pedante intelectual que desconoce la realidad porque la realidad lo desconoce a él. El yrigoyenismo produjo el sufragio universal; el peronismo, los sindicatos de masa y una activa politización obrera que es la base de todo desarrollo posterior. La posición metodológica de Romero es la de los racionalistas dieciochescos fustigados por Marx, para quienes el mundo se habría ahorrado veinte siglos de “tiranías” y de insensata historia, si los principios salvadores se hubieran descubierto antes.

Es inevitable que un tal racionalista abstracto tenga curiosas ideas sobre lo que significa estudiar la realidad nacional. Nada de partir de una síntesis fecunda y certera de los grandes lineamientos históricos, sino atomizarse en “las exigencias de la clase trabajadora en cada región y en cada localidad del país”.

Jóvenes socialistas: o echáis al pozo a José Luis Romero, o José Luis Romero termina con todos nosotros en el pozo.