El Gran Teatro del Mundo. Radioteatros históricos. Tercera Parte

Tercera parte (Presentación)

II. El estudio del profesor Wolsen

39. La Historia Universal: el futuro en el espejo del pasado 

40. En Atenas, Sócrates bebe la cicuta

41. Para qué sirve estudiar la Historia de Europa 

42. Maquiavelo dialoga con los sabios de la Antigüedad 

43. Catalina de Medici en la noche de San Bartolomé

44. La eminencia gris del cardenal Richelieu  

45. La tertulia del Doctor Johnson  

46. Bach y Voltaire en Sans Souci

47. El joven Goethe enamorado  

48. Napoleón, el dios de las batallas

49. Alemania, de Sigfrido a Bismarck


39. LA HISTORIA UNIVERSAL: EL FUTURO EN EL ESPEJO DEL PASADO

LOCUTOR: Hoy disponemos de más tiempo. ¿Qué le parece si nos metemos en el estudio del Profesor Wolsen? Si tiene ganas de conversar, podemos pasar un rato agradable… Venga…

Pasos. Golpe de nudillos en puerta.

LOCUTOR: No contesta… A ver… Voy a mirar por la cerradura… ¿Qué le parece? Se ha quedado dormido encima de unos libros sobre su mesa de escritorio. ¡Este viejo…! Vamos a despertarlo… ¡Profesor Wolsen…! ¡Profesor Wolsen…! ¡Profesor Wolseeeen…!

Ráfaga musical ligerísima.

WOLSEN: (Despertando sobresaltado.) ¡Piedad por mis pecados, Señor…!

LOCUTOR: Pero, Profesor Wolsen, por favor…

WOLSEN: (Todavía semidormido.) ¡Piedad, Señor…!

LOCUTOR: Despierte, Profesor, despierte… Vamos…

WOLSEN: ¡Oh…! ¿Dónde estoy…?

LOCUTOR: Aquí… En su estudio de la emisora… Se había quedado dormido…

WOLSEN: ¡Ah…! ¡Ahora comprendo! Entonces… ¿No era el Juicio Final…?

LOCUTOR: Que yo sepa… todavía no…

WOLSEN: Sólo ocurrió que yo me quedé dormido…

LOCUTOR: Claro…

WOLSEN: Y usted… me despertó…

LOCUTOR: Sí, lo despertamos porque…

WOLSEN: ¡Imbécil…!

LOCUTOR: ¡Profesor…!

WOLSEN: Imbécil, sí, imbécil… ¿Qué quiere que le diga? ¿Sabe usted lo que ha ganado despertándome….?

LOCUTOR: (Asustado.) No…

WOLSEN: Pues ahora, usted y yo ignoraremos definitivamente qué va a pasar en el siglo XXI… y en el XXII… y en el XXIII… ¡Qué se yo! ¿No ve que en este momento de mi sueño habían sonado las trompetas del Juicio Final…?

LOCUTOR: ¡Cómo…! ¿De qué sueño…?

WOLSEN: Del sueño que usted ha interrumpido despertándome…

LOCUTOR: Pero… no sabía… ¿Estaba usted soñando…?

WOLSEN: (Luego de una pausa.) ¡Ay, sí amigo mío…! ¡Estaba soñando…! Un sueño excepcional… (Animándose.) Un sueño como los que debe haber tenido San Jerónimo en el desierto… o San Agustín en su celda… o Dante Alighieri en su proscripción… o… ¡Qué se yo…! (Cambiando el tono) ¿Ve? Ahora se ve que yo soy un elegido, y que se justificaba el pedido de que me aumentaran el sueldo… Porque… ¿Usted cree que a cualquiera se le da un sueño así…?

LOCUTOR: Pero, Profesor Wolsen, hasta ahora no me ha dicho usted en qué consistió su sueño…

WOLSEN: En mi sueño, amigo locutor, ha habido de todo… lo he visto todo… desde los remotos orígenes hasta nuestros días… y luego empezaba a ver lo que para todos ustedes sería el futuro… ¿No le interesaría a usted conocer el futuro?

LOCUTOR: ¡Oh, mucho…!

WOLSEN: Y entonces… ¿por qué me despertó?

LOCUTOR: Pero… es que yo no sabía…

WOLSEN: Ah… bueno, comprendo… Usted creyó que yo me había quedado dormido… en horas de trabajo. Ah, claro, claro… Usted es un hombre vulgar… Mi sueño… mi sueño, amigo locutor, ha sido el sueño de los elegidos… He visto en una ráfaga el pasado, el presente y el futuro… La Historia Universal… ¡La Historia Universal, amigo mío…! La Historia Universal, que aunque parece que sólo contiene el pasado, contiene además el presente y el futuro… ¡Eso es lo que yo he visto, amigo mío…! ¡¡¡La Historia Universal…!!!

Cortina musical.

LOCUTOR: Bueno, ahora que está más tranquilo, me imagino, Profesor Wolsen, que no se negará a relatarnos su sueño…

WOLSEN: ¡Hum…! ¡No sé si verdaderamente vale la pena…! Pero, en fin… Dígame, amigo locutor… ¿Podría usted hacer traer dos botellas de champagne para entonar el espíritu?

LOCUTOR: ¡Cómo no! Eso lo animará… ¡A ver…! Dos botellas de champagne aquí…

WOLSEN: Me he quedado con los nervios en tensión después de este sueño, con el que pienso escribir la obra fundamental de mi vida…

VOZ: Aquí está el champagne, señor.

Ruido de botellas y vasos.

LOCUTOR: Muy bien… Vamos a abrirla…

Estampido del corcho.

WOLSEN: (Grito terrible.) ¡Ahhhhh…!

LOCUTOR: ¿Qué pasa…?

WOLSEN: ¡Ese trueno…!

LOCUTOR: (Quitándole importancia.) No, Profesor… No ha sido un trueno… Ha sido el corcho del champagne…

WOLSEN: Ah… Estoy tan excitado… me pareció que era otra vez el Juicio Final…

LOCUTOR: Pero… ¿Usted ha asistido al Juicio Final?

WOLSEN: Ya le dije que comenzaba cuando usted me despertó… Pero, en fin… Sírvame champagne, y le contaré un resumen de lo que he visto…

LOCUTOR: (Sirviendo.) Sírvase, Profesor…

Pausa. Se oyen unas trompetas lejanas y, aproximándose, una cabalgata.

WOLSEN: Ya estoy bien… Ah… (Pausa ligera. Voz muy suave.) El tiempo corre hace tanto tiempo… Yo no sé desde cuándo… Hace mucho…

Se oyen golpes suaves de una piedra contra otra.

WOLSEN: ¿Oye…? Ese era el hombre prehistórico, mientras fabricaba un hacha de piedra… Luego la hizo de metal: de bronce… de hierro… Se agrupó en clanes… formó reinos… imperios… Me parece que por primera vez creó un gran estado…

En segundo plano, ‘Marcha triunfal’ de ‘Aída’, de Verdi.

WOLSEN: …en Egipto… Vea qué cosas pasan en los sueños… He visto toda la historia del Egipto en mi sueño… pero no he podido desligarla de la música de “Aída”… El inconsciente, ¿sabe usted? Sí… Toda la historia del Egipto… con sus pirámides, sus faraones… Tutmosis III guerreando en Siria… Ramsés II… Y luego todo el Oriente… Hasta que los reyes de Persia lo unificaron y construyeron el más formidable imperio conocido hasta entonces…

LOCUTOR: Pero no duró mucho tiempo…

WOLSEN: No, no mucho tiempo… Por favor, sírvame un poco de ese vino de Delos.

LOCUTOR: ¿Vino de Delos…? Ah, sí… Sírvase… y siga…

WOLSEN: Gracias… ¿Y sabe por qué no duró mucho el Imperio Persa? Porque siendo tan grande, se topó con una pequeña ciudad…

Se oye murmullo de lejano de multitud que se va aproximando.

WOLSEN: ¡Oh…! Escuche… Es Atenas… El teatro… La multitud mira y escucha la representación de una tragedia que rememora el triunfo de los atenienses sobre los persas… ¡Esquilo…! “Los Persas”, de Esquilo…

CORIFEO: ¡Oh reina, la primera entre todas las mujeres persas, de amplias vestiduras! ¡Salud, madre de Jerjes y esposa de Darío!

REINA: Viejos y fieles amigos: sed mis consejeros en este trance. Muchos sueños me asaltan de continuo, pero ninguno tan claro como el de anoche. ¡Quedé muda de terror, amigos! Pero algo quisiera saber, amigos. ¿En qué parte de la tierra dicen que está situada Atenas?

CORIFEO: Allá lejos, donde se oculta el sol, nuestro señor.

REINA: ¿Y mi hijo Jerjes deseaba conquistar esa ciudad?

CORIFEO: Así quedaría toda la Hélade obediente al rey.

REINA:¿Y tienen los atenienses un ejército bien provisto de soldados?

CORIFEO: Así es, porque ya ha causado muchos desastres a los persas.

REINA: ¿Y qué otra cosa tienen? ¿Tienen riquezas?

CORIFEO: Tienen minas de plata, tesoro del país.

REINA: ¿Por ventura brillan en sus manos la flecha y el arco?

CORIFEO: De ningún modo: ostentan la lanza para pelear cuerpo a cuerpo, y se cubren con el escudo.

REINA: ¿Qué caudillo y señor está al frente de su ejército?

CORIFEO: Los atenienses, ¡oh reina! no son esclavos ni súbditos de nadie.

REINA: ¿Y cómo podrían resistir la acometida de los invasores?

CORIFEO: Lo suficiente para haber destruido el numeroso y valiente ejército de Darío.

REINA: ¡Qué terrible desastre recuerdas a las madres persas!

CORIFEO: Pronto vas a saber toda la verdad. Este hombre que se acerca es un mensajero…

Llega corriendo el mensajero. Pausa.

MENSAJERO: ¡Oh ciudades todas de Asia! ¡Oh Persia, amplio puerto de riquezas! ¡Cómo de un solo golpe se ha desvanecido tu gran prosperidad, tronchándose la flor de los persas! ¡Todo… todo el ejército persa ha perecido! Las costas de Salamina y todos sus alrededores están colmados de los cadáveres de nuestros compañeros miserablemente muertos!”

WOLSEN: ¿Oyó? Esquilo, el poeta, había luchado en la batalla de Maratón. Los atenienses contuvieron a los persas. Atenas era una ciudad hermosa… El Partenón fue luego su principal tesoro, pero acaso era más preciado el de sus hijos: Temístocles, Pericles, Sócrates, Esquilo, Eurípides… ¡Qué sé yo cuántos!

LOCUTOR: Pero, dígame Profesor Wolsen… Usted vio todo…

WOLSEN: ¡Todo…! ¡Todo…! Vi crecer Atenas… y Esparta… y Argos… y Corinto. Y luego las vi caer bajo la dominación de Alejandro, Rey de Macedonia… y vi al joven rey conquistar todo lo que había sido del Imperio Persa. Así nació otro imperio… Y lo vi caer luego en manos de Pompeyo y de César, y vi un día al viejo Augusto, que después de haber devuelto la paz a los romanos, dictaba su testamento con voz cascada:

AUGUSTO: Sigue…: “Extendí los confines de todas las provincias que tenían por vecinas, gentes no sometidas a nuestro Imperio. Pacifiqué las provincias de Galia y de España, y la Germania, encerrada por el océano desde Gades a la desembocadura del río Elba. Añadí el Egipto al imperio del pueblo romano, y recuperé todas las provincias que se extienden al oriente, más allá del mar Adriático y de Cirene.” (Fatigado.) ¡Ah…!

WOLSEN: ¡Oh…! ¡El orgullo del viejo Augusto…! ¡Mire…! “Más allá del mar Adriático y de Cirene…” ¿Sabe usted lo que me ocurrió cuando soñé con estas palabras? Que tuve como el sueño de un vértigo y de pronto comencé a ver, allá lejos, alguien que hablaba ante un corro de labriegos y pescadores…

CRISTO: “Bienaventurados vosotros los pobres; porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre, porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande, y seréis hijos del Altísimo; porque Él es benigno para con los ingratos y los malos…”

WOLSEN: Esta voz, amigo mío, resonó muchas veces. Ni el propio Marco Aurelio –tan delicado, tan humano– alcanzó a entenderla. Pero la entendieron otros muchos y yo vi en mi sueño cómo crecía y crecía hasta predominar por sobre todas las otras voces. Por un instante pareció acallada…

Cabalgata.

WOLSEN: Pueblos extraños al imperio entraron en él y se apropiaron de las tierras, y vi cómo nacían nuevos reinos… Y luego oí otra voz semejante que predicaba en Arabia, y vi que sus fieles se lanzaban por el mundo espada en mano… Y luego vi por varios siglos luchar cristianos y musulmanes… En Roncesvalles vi a Rolando… en Valencia vi al Cid… y luego vi crecer su fama, tanto que en las plazas, los juglares cantaban sus hazañas…

JUGLAR:

“Creciendo va la grandeza de Mio Cid el de Vivar
Al ver junta tanta gente ya se empezaba a alegrar.
El campeador entonces ya no quiso esperar más,
a Valencia se encamina y sobre Valencia da.
Bien la cercó Mio Cid; ni un resquicio fue a dejar;
vierais allí a Mio Cid arriba y abajo andar.
Un plazo dio por si alguien venirles quiere a ayudar.
Aquel cerco de Valencia nueve meses puesto está;
cuando el décimo llegó la tuvieron que entregar.
Por toda aquella comarca grandes alegrías van
cuando el Cid ganó a Valencia y cuando entró en la ciudad.
Los que luchaban a pie, hoy son caballeros ya,
y el oro y plata ganados ¿quién los podría contar?
Ricos son todos los hombres que con Mio Cid están.
El quinto de la ganancia el Cid lo manda tomar,
en dineros acuñados treinta mil marcos le dan
y además le tocan bienes que no se pueden contar.
¡Qué alegres se ponen todos, qué alegre el Cid de Vivar,
cuando en alto del Alcázar su enseña vieron plantar!”

Aplausos y gritos en plaza abierta.

LOCUTOR: Los juglares recitaban en las plazas, ¿verdad?

WOLSEN: A veces en los castillos, y a veces en las plazas… Los he visto en muchas partes… ¡Las plazas medievales…! Eran como el ágora griega… Allí se hacían los mercados, las procesiones, los desfiles de las corporaciones… todo presidido por la sombra augusta de una catedral gótica como esta…

Cortina musical: Perotinus, en segundo plano.

WOLSEN: …como esta de Nuestra Señora de París… que cruzó mi sueño precisamente cuando su maestro de música, el organista Perotinus, ejecutaba su magnífico “Difusa est gratia in labiis tuis”.

Cortina musical: Perotinus (puede intercalarse publicidad, pero en ese caso vuelve Perotinus como cortina).

LOCUTOR: Esa música parece elevar nuestros pensamientos…

WOLSEN: Como se elevaban las agujas de las catedrales góticas hacia el cielo.

LOCUTOR: Pero, por favor… siga narrando su sueño… me interesa…

WOLSEN: Sí… Sírvame un poco de Falerno, de las buenas vides de Italia…

LOCUTOR: ¿De Falerno…? Ah, sí… Sírvase…

WOLSEN: Gracias… (Pausa.) Bueno… Le contaba… Ah, sí… Llegué a sumergirme en la música del Maestro Perotinus mientras contemplaba Nuestra Señora de París… Pero mi sueño me llevó desde allí hasta Italia, donde se oían…

Se oyen unas trompetas lejanas.

WOLSEN: El Papa decía por entonces que había llegado el Anticristo, y señalaba con el dedo al Emperador Federico II. El poder civil luchaba con el poder espiritual, a pesar de que en Francia reinara tan piadoso monarca como Luis IX, a quien yo ya veía con la aureola de la santidad. Y siguió luchando, tanto que me fue dado ver algo horrible…

Murmullo y luego gritería. Golpes fuertes como de ariete contra una puerta.

VOCES: ¡Muera el Papa Bonifacio!

COLONNA: ¡Por aquí hay paso…!

Sablazos, estruendo.

COLONNA: ¡Por aquí…!

VOZ: ¡Allí…! Esa es la cámara del Papa… ¡Allí…!

COLONNA: ¡Derribad la puerta…! ¡Presto!

Arrecian los golpes.

COLONNA: ¡Fuerte! ¡Más fuerte!

Cae la puerta.

COLONNA: ¡Ah…! ¡El Papa!

NOGARET: ¡En nombre del Rey de Francia, abdicad!

BONIFACIO: ¡Jamás…! ¡Bonifacio VIII morirá como Papa!

NOGARET: ¡Ah… traidor! ¡Abdicad! ¡Abdicad!

BONIFACIO: ¡Jamás! ¡Jamás…!

NOGARET: ¿No…? ¡Toma…!

Suena una estrepitosa bofetada.

LOCUTOR: (Con horror.) ¿Y se atrevió a pegarle una bofetada…?

WOLSEN: En realidad, estaba empezando una nueva era… El mundo laico se emancipaba. Por eso crecían las ciudades burguesas en Flandes, en Italia… Cuando pasé por Florencia, mi sueño se hizo brillante y esplendoroso… Botticcelli, Poliziano, Lorenzo de Medici… Su corte estaba llena de nobles pensamientos, de maravillosos colores… y sonaban en ella los aires delicados de las canciones de su Maestro de Cámara, Enrico Tedesco.

Se oye un fragmento de una canción de E. Isaac.

WOLSEN: Fue muy triste para mí verlo morir… pero no pude verlo bien, porque el sueño tiraba de mí para mostrarme a Fernando el Católico –que acababa de apoderarse de Granada– discutiendo con un genovés. Y antes de que pudiera darme cuenta me sobresalté con unos gritos…

Se oye oleaje.

VOZ: (En primer plano.) ¡Tierra! Señor Almirante… ¡veo tierra…!

VOCES: ¡Tierra! ¡Tierra!

COLÓN: ¡Las Indias!

LOCUTOR: ¿Era América?

WOLSEN: Sí… América nació para Europa poco después de la muerte de Lorenzo. Italia empezaba a dejar de ser importante… Pero entretanto se la disputaban a cintarazos unos y otros. El Emperador Carlos V, el Rey de Francia Francisco I… y en la batalla de Pavía…

LOCUTOR: Francisco I cayó prisionero…

WOLSEN: En efecto… lo vi rodar con su caballo y decir:

FRANCISCO I: “¡Todo se ha perdido… menos el honor!”

WOLSEN: España llevó la mejor parte. Durante un siglo estuve soñando con España… Vi a Garcilaso componer sus églogas…

VOZ:

“El dulce lamentar de dos pastores
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de cantar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,
de pacer olvidadas, escuchando.”

LOCUTOR: ¡Delicada poesía!

WOLSEN: Pero no vi sólo eso: Vi a las tropas imperiales saquear Roma y combatir en Flandes; a Hernán Cortés entrar en Tenochtitlán, y a Juan de Herrera erigir la mole del Escorial. Después vi a los Austria cediendo cada día en poder y en gloria, mientras Cervantes componía el Quijote y Lope sus innumerables comedias. Pero España no era ya la España de Carlos y Felipe… cuando Francia era la Francia de Richelieu y de Luis XIV. Hubiera llorado… pero me alegró la vista de un suntuoso palacio en el que brillaba el Rey Sol. Allí oí los versos de Racine y Corneille, y casi perdí el sentido oyendo los acordes de la música de Lully. ¡Oh, el Palacio de Versalles…!

Murmullo suave. Música de Lully y sobre el final, tiros de armas antiguas.

WOLSEN: Fuera había guerra tras guerra. Francia quedó extenuada y la vi agotarse como un ave que no encuentra reposo… Luchó con España… con Inglaterra… Pero, ¿oye…? ¡Ese clamor!

VOCES: ¡Abajo el Rey…! ¡Muera Carlos!

VOZ: ¡Basta ya! ¡Ha llegado el momento…!

CARLOS I: “¡Remember…!”

Se oye un golpe de hacha.

WOLSEN: En Inglaterra cayó por entonces la cabeza de un rey. No fue el último. Del Palacio de Versalles mi sueño me llevó a las callejuelas de París, y vi que se preparaba algo muy grave. Contemplé a D’Alembert escribiendo el Discurso Preliminar de la “Enciclopedia”, y vi a los burgueses leer apasionadamente ese libro que les hablaba de ideas antes apenas difundidas. Un día se oyeron gritos en Versalles… y el sueño me volvió a llevar a las callejuelas de París: era el tumulto, la revolución, los derechos del hombre y del ciudadano… Todo aquello me conmovió, porque el sueño me decía que el mundo había dado otra vuelta en su camino. Y empecé a oír pasos y redobles acompañados de cierta música.

Se oye a lo lejos ‘La Marsellesa’.

LOCUTOR: Eso es “La Marsellesa”

Ruido de pasos o cabalgata de un ejército. Cañonazos.

WOLSEN: Esa música sonó por todas partes. La cantaban los soldados de Napoleón Bonaparte y se oyó en Austerlitz y en Jena. También se oía allí donde había republicanos, revolucionarios, liberales, enemigos de las monarquías tradicionales, allí donde se amaba la libertad…

‘La Marsellesa’ en primer plano; luego, con volumen bajo.

WOLSEN: Esa música, amigo mío, marcaba el viraje del mundo… un grave viraje de la historia universal.

Cortina musical: ‘La Marsellesa’

LOCUTOR: Y dígame, Profesor Wolsen, ¿fue en esta parte de su sueño donde lo desperté?

WOLSEN: Aunque no mucho, el sueño siguió después. A veces los acordes de “La Marsellesa” se mezclaban con los de la “Sinfonía Heroica” de Beethoven. Y a veces con un extraño ruido…

Ruido de máquinas.

LOCUTOR: Esas son máquinas…

WOLSEN: Sí… Mi sueño me hizo ver muchas máquinas, muchas máquinas… En Manchester, en Birmingham, en Lyon… Muchas máquinas… Y poco después comenzaron a oírse los rugidos de una multitud que no había aparecido antes… ¿Oye?

Se oyen gritos de multitud.

WOLSEN: Esas son las masas que están haciendo su aparición en la historia… Lo primero que se le ocurrió a mucha gente fue que lo mejor era acabar con todos… Pero, fíjese… en la Cámara de los Lores, en Inglaterra, un poeta, Lord Byron, se opone… ¡Qué curioso!

BYRON: “Los obreros despedidos por la introducción de nuevas máquinas creen, en la simpleza de sus corazones, que la existencia y el bienestar de hombres laboriosos tienen más importancia que el enriquecimiento de unos cuantos individuos… Se dice que esas gentes son una chusma desesperada, y que el remedio para aquietar esa furia de innúmeras cabezas es cortar unas cuantas que sobran… Pero, ¿es que tenemos clara conciencia de nuestros deberes para con esa chusma? Esa chusma es la que trabaja vuestros campos, tripula vuestra marina y de la que se recluta vuestro ejército. ¿No hay ya bastantes penas de muerte en vuestros códigos? ¿Son ésos los remedios con que queréis curar a un pueblo hambriento y desesperado?”

LOCUTOR: ¡Pero era un revolucionario…!

WOLSEN: Lord Byron era un hombre de corazón… un romántico… Por entonces el Romanticismo estaba de moda, y poco después Chopin triunfará en París…

Cortina Musical: Fragmento de piano de Chopin.

WOLSEN: Los vi en sus tertulias literarias y artísticas… los vi diciendo discursos en las barricadas en 1830 y en 1848… Los vi pelear en el estreno de “Hernani” de Víctor Hugo… Pero luego empecé a soñar con luchas y revoluciones más sangrientas… De pronto…

Cortina Musical: ‘Leit Motiv de los Dioses’ o ‘Tanhäuser’ de Wagner.

LOCUTOR: Wagner…

WOLSEN: Alemania… Vi flamear su bandera en la guerra del ’70, la volví a ver en Verdún y en el Marne… y la volví a ver erigida en los edificios de París, de Bruselas, de Amsterdam, de Bucarest, de Sofía… mientras se oía un rumor horrendo…

Motores de aviación.

WOLSEN: Luego aparecieron banderas rojas… y asambleas internacionales, y negociadores que discutían los términos de unos tratados… y luego otra vez ruido de aviones y cañonazos… en una península remota en la que parecía que iba a estallar otro incendio…

LOCUTOR: Entonces su sueño llegó…

WOLSEN: Mi sueño seguía… A partir de ese momento comencé a ver una nube muy densa que comenzaba a abrirse… Seguramente estaba escondido en su seno todo lo que sigue… Y al final se divisaba ya el fin de los tiempos… Por eso cuando usted me despertó yo supuse que había llegado el momento del Juicio Final… Pero si no me hubiera despertado, acaso yo sabría el secreto del futuro…

LOCUTOR: ¡Qué lástima! Yo hubiera tenido curiosidad por saber…

WOLSEN: Supongo que el número que ha de ganar la lotería…

LOCUTOR: ¡Claro!

WOLSEN: Eso no se lo puede enseñar la Historia Universal: es un accidente. Pero pregúntese si hay algo necesario, fatal, y acaso sobre eso la Historia Universal le pueda decir algo… Por lo que he alcanzado a ver, lo que estaba oculto por la nube era de la misma naturaleza que lo que ya había transcurrido. ¡Es lástima que me haya despertado! ¡Pero yo volveré a la Historia Universal…! Volveré a la Historia Universal… Sólo podría imaginar el futuro con el espejo del pasado. La Historia Universal…

Cortina musical.


40. EN ATENAS SÓCRATES BEBE LA CICUTA

LOCUTOR: ¿No le gustaría ver qué hace hoy el Profesor Wolsen? A mí me encanta el ambiente de misterio que tiene su taller. Vamos…

Puerta que se abre. Pasos.

LOCUTOR: ¿No le parece sugestivo que llame a su estudio “El gran teatro del mundo”? En realidad, es justo. La historia constituye un gran espectáculo, de variadísimas posibilidades… Aquí es… Mire, allí está el Profesor Wolsen… ¿Lo ve? ¡Pero…! ¡Qué curioso! Mueve las manos como si discutiera con un grupo de amigos…

AMIGO: Sí… Pero lo que no puedo explicarme es por qué se ha envuelto en una sábana blanca.

LOCUTOR: ¡Ah…! Yo ya no me extraño de eso… Supongo… Espere. Vamos a preguntarle…

Golpes de nudillo en puerta.

LOCUTOR: ¡Profesor Wolsen…! ¿Podemos interrumpirlo un instante?

WOLSEN: Sí, ya estoy acostumbrado a que me incomoden… Pasen…

LOCUTOR: Queríamos saber por qué se había envuelto en esa sábana blanca…

WOLSEN: (Indignado.) ¿Sábana? ¡Su ignorancia me indigna…! ¡Llamarle sábana…! ¿Pero no se da cuenta de que me he puesto mi ‘himatión’, para salir de casa?

LOCUTOR: ¿Su ‘hi – ma – tión’…?

WOLSEN: ¡Claro! Es lo que usamos en Atenas… ¿O querrá usted que salga con el ‘gimnós’ como si me hubiera sorprendido un incendio?

LOCUTOR: No, no… Faltaría más, Profesor Wolsen. Es que… no estoy muy familiarizado con las costumbres griegas. ¿Así que para salir usted se pone el ‘hi – ma – tión’?

WOLSEN: Y una vez envuelto en él, airoso y digno, me dirijo a uno de los pórticos para conversar con mis amigos…

LOCUTOR: ¿De qué?

WOLSEN: De lo humano y de lo divino, amigo mío. Según los interlocutores… Además me entero de las noticias del día… Mire… hoy, casualmente, acabo de enterarme de una terrible noticia…

LOCUTOR: (Asustado.) ¿Terrible…?

WOLSEN: Sí… Mire, para sacarlo de su insondable ignorancia, voy a volver atrás y voy a proporcionarle el espectáculo que acabo de contemplar.

Ráfaga musical.

WOLSEN: ¿Ve…?

LOCUTOR: (Como si descubriera algo inesperado.) ¡Ohhh…!

WOLSEN: ¿Sabe usted qué es eso? Es Atenas…

Ráfaga musical.

WOLSEN: Ese barrio que comienza aquí se llama Cerámico… Y este pórtico recibe el nombre de Pórtico del Rey, porque aquí juzga el Arconte Rey las causas por homicidio y los delitos contra los dioses…

LOCUTOR: ¡Ohhh…!

WOLSEN: ¡Sí…! ¡Los delitos contra los dioses…!

Ráfaga musical.

WOLSEN: ¡No se habla de otra cosa! ¡No tardará mucho en saberse! ¡Mire…! Esos dos hombres…

Ráfaga musical, que luego pasa a segundo plano.

EUTIFRÓN: ¿Qué novedades hay, Sócrates? ¿Abandonas tus hábitos del Liceo para venir al Pórtico del Rey? Tú no tienes como yo procesos que te traigan aquí…

SÓCRATES: Eutifrón, los atenienses no le llaman proceso sino acusación escrita…

EUTIFRÓN: ¿Qué dices? ¿Alguien ha presentado una acusación escrita contra ti? Porque no puedo convencerme de que la hayas presentado tú contra otro…

SÓCRATES: No, naturalmente…

EUTIFRÓN: Así que es otro contra ti…

SÓCRATES: Así es, Eutifrón…

EUTIFRÓN: ¿Y quién es, Sócrates…?

SÓCRATES: No lo conozco mucho… Es joven y desconocido. Lo llaman, según creo, Mélito, y es de Pithos. Tal vez te acuerdes de un Mélito, piteo, lacio de pelo, menguado de barba y de nariz ganchuda…

EUTIFRÓN: No… no lo recuerdo, Sócrates. Pero, qué ha escrito en esa acusación?

SÓCRATES: ¿Qué acusación? Algo no vulgar a mi parecer; que no es poca cosa, por cierto, entender ya de tan joven sobre tan grandes asuntos. Que, como dice, él mismo sabe cómo se están echando a perder los jóvenes y quiénes son los que los pervierten. Y aun me parece que va para sabio; porque habiendo calado mi ignorancia, acude a la Ciudad, como a madre, para acusarme de que pervierto a los coetáneos de él. Y es preciso confesarlo; es el único que me parece conocer los fundamentos de una buena política; porque la razón quiere que un hombre de Estado comience siempre por la educación de la juventud, para hacerla tan virtuosa cuanto pueda serlo, a la manera que un buen jardinero fija su principal cuidado en las plantas tiernas, para después extenderlo a las demás. Sin duda Mélito observa la misma conducta, y comienza por echarnos fuera a nosotros, los que dice que corrompemos la flor de la juventud. Y después que lo haya conseguido, extenderá indudablemente sus cuidados benéficos a las demás plantas más crecidas, y de esta manera, es claro, llegará a ser para esta Ciudad, causa de muchísimos y máximos bienes; porque no podemos prometernos menos de un hombre que comienza con tan favorables auspicios.

EUTIFRÓN: ¡Ojalá sea así, Sócrates! Pero me temo que ha de ser todo lo contrario; porque atacándote a ti me parece que ataca a su Ciudad en lo que tiene de más sagrado. Pero, dime… ¿con qué acciones tuyas dice que perviertes a los jóvenes?

SÓCRATES: Con cosas desconcertantes, cuando por primer vez se oyen; pues dice que me invento dioses, y por inventármelos nuevos y no reconocer los viejos ha escrito contra mí su acusación.

Ráfaga musical.

LOCUTOR: ¡Qué terrible! ¿Y fue condenado Sócrates por esta acusación?

WOLSEN: Sí, amigo… Fue condenado a muerte…

LOCUTOR: ¿Pero no se defendió?

WOLSEN: Se defendió con el arma que sólo un sabio puede esgrimir: la verdad… Escuche…

Ráfaga musical.

SÓCRATES: En este momento, atenienses, no es en manera alguna por amor a mi persona por lo que yo me defiendo, y sería un error el creerlo así; sino que es por amor a vosotros; porque condenarme sería ofender al dios y desconocer el presente que os ha hecho. Muerto yo, atenienses, no encontraréis fácilmente otro ciudadano que el dios conceda a esta Ciudad. Se me figura que soy yo el que el dios ha escogido para exitaros, para punzaros, para predicaros todos los días, sin abandonaros un solo instante.

Ahora, empero, me pide el alma haceros un vaticinio, a vosotros, a los que habéis votado contra mí. Digo que después de mi muerte, y muy pronto, os sobrevendrá un tormento mucho más terrible que aquél con que me matáis. Ahora habéis hecho esto creyendo libraros de tener que dar cuentas de vuestra vida; pero os va a suceder todo lo contrario. Porque si creéis impedir, matando hombres, que alguien reprenda vuestra vida, supuesto que no viváis correctamente, no razonáis bien. Que no es ésta manera de librarse ni muy eficaz ni muy bella; sino esta otra que es muchísimo más bella y muchísimo más fácil: aprestarse a ser mejor, sin mutilar a otros.

No es difícil, ¡varones atenienses!, huir de la muerte. Mucho más difícil es huir de la maldad, que corre más veloz que la muerte… Yo voy a sufrir la pena a la que me habéis condenado, mas mis acusadores sufrirán la iniquidad y la infamia a que la verdad los condena.

Ráfaga musical.

LOCUTOR: ¡Pobre Sócrates! ¡Debió sufrir mucho!

WOLSEN: No crea usted, amigo mío… No crea usted. Era un filósofo y creía en la inmortalidad del alma. Ya ve usted… Critón le ofreció de mil modos los medios para que se escapara, y él los rechazó todos aduciendo que no podía quebrar la ley ateniense, ni vivir en otro lugar que no fuera su patria, ni dejar, con su huida, la sospecha de que temía a la muerte. Por eso tomó la cicuta con tanta serenidad. Oiga…

Ráfaga musical.

(Voz sombría en los interlocutores de Sócrates. De vez en cuando, algún sollozo contenido.)

EUTIFRÓN: Sócrates, ya ha llegado el servidor de los Once, que debe ejecutar la sentencia…

SÓCRATES: Hazlo entrar…

SERVIDOR: Sócrates, no tengo que dirigirte la misma reprensión que a los demás que han estado en tu caso. Ya sabes lo que vengo a anunciarte… (Voz velada por un sollozo.) Recibe mi saludo… y trata de soportar con resignación lo que es inevitable. (Solloza.)

SÓCRATES: (Voz muy dulce.) También yo te saludo, amigo, y haré lo que me dices… Ved qué honradez la de este hombre; mientras he permanecido aquí ha venido a verme muchas veces; y ahora… ¡qué de veras me llora…! Pero… obedezcámosle de buena voluntad, y que me traiga el veneno si está ya preparado…

EUTIFRÓN: (Con sollozos.) No debes apurarte… Aún tienes tiempo…

SÓCRATES: Sólo ganaría hacerme ridículo a mis propios ojos. Haced lo que os digo…

Pausa. Pasos de uno que va y de dos que vuelven. Luego, el ruido de un vaso de metal sobre una mesa de piedra.

SERVIDOR: Aquí está, Sócrates…

SÓCRATES: ¿Qué debo hacer…?

SERVIDOR: Dar unos pasos después de haberlo bebido, hasta que se te aflojen las piernas, y entonces acostarte en la cama.

SÓCRATES: ¿Es permitido hacer una libación a los dioses con este brebaje?

SERVIDOR: Sólo disolvemos lo imprescindible…

SÓCRATES: Entonces, me contentaré con pedir a los dioses que mi viaje sea dichoso. Dadme la copa…

Ruido suave del vaso. Sollozos contenidos. Pausa.

SÓCRATES: Ya está…

Tres personas rompen a llorar.

SÓCRATES: ¿Qué hacéis, hijos míos…? Manteneos tranquilos y dad prueba de vuestra firmeza… Las piernas se me aflojan… Critón… No olvides que debemos un gallo a Esculapio…

Cortina musical.

LOCUTOR: ¡Era un hombre admirable!

WOLSEN: ¿Recuerda usted con qué serenidad fue a la muerte Héctor, el héroe troyano, según cuenta la Ilíada…?

LOCUTOR: Pero, Profesor Wolsen… Usted no me habla más que de muertes… Supongo que en Grecia no todo era morirse…

WOLSEN: Amigo mío, no se mueren más que los que viven… y la muerte es el coronamiento de la vida. Todo esto no es ‘la muerte en Grecia’. Es ‘la vida en Grecia’. Así vivió Sócrates. Como antes Leónidas… y Temístocles… y Pericles… Como después Alcibíades… y Cleómenes… y Alejandro… Así fue, amigo mío, ‘la vida en Grecia’…

Cortina musical.


41. PARA QUE SIRVE LA HISTORIA DE EUROPA

Cortina musical.

LOCUTOR: Vamos a ver qué sorpresa nos depara hoy el Profesor Wolsen. Hace dos días que no sale de su estudio. Venga…

Pasos. Se oye una puerta que se abre.

LOCUTOR: Pero… ¿No es aquel…? Parece que se va en este momento… ¡Profesor Wolsen…!

WOLSEN: ¿Cómo está usted? Dispénseme…

LOCUTOR: Profesor Wolsen, en este momento íbamos con el Director General a visitar su estudio…

WOLSEN: Imposible, señores… Tengo que ir urgentemente a la Oficina de Noticias…

LOCUTOR: ¿A la Oficina de Noticias? ¿Y qué tiene que hacer usted en la Oficina de Noticias? Supongo que las últimas que usted ha recibido tienen cuatro o cinco años de antigüedad…

WOLSEN: Hágame el favor de no decir vulgaridades. Usted no tiene el derecho de repetir esas cosas triviales que se dicen acerca de la Historia. Si me interesa la Historia es porque me interesan las noticias de cada día. Y fíjese muy bien lo que le digo: si verdaderamente le interesan las noticias de cada día, conviene que se interese por la Historia…

LOCUTOR: Sí… quizá tenga razón… Pero… dígame, Profesor Wolsen… ¿Qué tiene usted que hacer en la Oficina de Noticias de la emisora?

WOLSEN: No sé exactamente. Acaba de llamarme el Jefe para que vaya a visitarlo. Pueden acompañarme si quieren…

LOCUTOR: Con el mayor gusto… Vamos hacia allá…

Pasos de tres personas. Puerta que se abre. En ese momento empieza a oírse una máquina de escribir, y durante el diálogo se oirá de vez en cuando un teléfono que llama, una persona en segundo plano que contesta, etc.

WOLSEN: Por aquí… ¿Está el Jefe? Dígale que está el Profesor Wolsen…

SECRETARIA: Un momentito, por favor…

LOCUTOR: Hace tiempo que no venía a esta oficina… Parece que han instalado teletipos directas…

DIRECTOR: Era la única manera de poder tener un servicio rápido para los boletines. Nuestra oficina los prepara aquí mismo, y aquí se hacen también los comentarios.

Pasos.

SECRETARIA: Pueden pasar, señores.

JEFE: ¡Ah…! ¿Cómo están ustedes…? ¡No esperaba tener una visita tan agradable! ¿Cómo está, Profesor Wolsen…?

WOLSEN: Muy bien, gracias. Cuando venía hacia acá me encontré con estos señores… Usted sabe… Como les parece que soy un poco raro, se quedaron intrigados cuando les dije que tenía que venir a la Oficina de Noticias y decidieron acompañarme…

LOCUTOR: ¡Por favor, Profesor Wolsen…! ¡No diga eso…! Ha sido pura curiosidad; íbamos a visitar al Profesor Wolsen y lo encontramos cuando venía para acá… eso es todo…

JEFE: De cualquier modo, me felicito de esta ocasión que me proporcionan de verlos a todos juntos… Pero conversaremos de lo que tengo que decirle al Profesor Wolsen, y luego, si ustedes quieren, visitaremos la Oficina…

LOCUTOR: Naturalmente… no se preocupe por nosotros… Por mi parte, le diré que tengo alguna curiosidad por saber para qué necesitan al Profesor Wolsen en la Oficina de Noticias…

JEFE: Pues verá usted. El Director me ha encargado que hagamos dos veces por día un comentario general sobre la situación internacional. Yo he decidido encargarme personalmente de la redacción de los textos, pero como aquí no tenemos archivo, me encuentro con algunas dificultades. Ahora acaba de presentarse una de ellas, y pensé que el Profesor Wolsen podía sacarme del apuro…

WOLSEN: Podría ser… ¿De qué se trata?

JEFE: Pues del viaje del Mariscal Tito a Londres. Ya sabe usted que el Canciller Eden estuvo hace poco en Belgrado, y ahora el Mariscal retribuye la visita. Yo quisiera tener un breve sumario de los puntos de contacto que pueden tener Yugoeslavia e Inglaterra para pergeñar un comentario sobre la trascendencia de la visita que así, a primera vista, parece importante…

WOLSEN: ¿Entre Yugoeslavia e Inglaterra…? Pues… sí… algunos… Pero… ¿Se da usted cuenta, Jefe? ¿Por qué no llamar a Yugoeslavia con el nombre que tenía antes su parte más importante?

JEFE: ¿Su parte más importante? ¡Ah, claro…! ¡Serbia…!

WOLSEN: Claro… ¡Serbia! Entonces se dará usted cuenta de que lo que tienen en común Inglaterra y Yugoeslavia es nada menos que la historia de Europa…

Cortina musical. Texto publicitario. Cortina musical.

JEFE: ¿La historia de Europa…? Bueno… si usted lo toma así… claro… Pero yo querría unas referencias someras… concretas… como para hacer un comentario de cuatro minutos…

WOLSEN: ¡Cómo…! ¡Un comentario de cuatro minutos…! ¡Con referencias someras…! ¡Vea, Jefe…! Usted está ofendiendo a mi dignidad profesional, al periodismo, a la radiotelefonía, a Yugoeslavia, a Inglaterra, y sobre todo, a la historia de Europa… ¿Me entiende usted bien…?

LOCUTOR: ¡Cálmese, Profesor Wolsen, cálmese…! El Jefe de la Oficina Noticiosa no ha querido ofenderlo, y la prueba es que ahí lo tiene usted, despavorido, sin saber qué hacer… Yo creo que usted no lo ha interpretado bien… Él tiene que hacer, según parece, un comentario breve; pero eso no quiere decir que sea superficial… La prueba es que lo ha llamado a usted para asesorarse. ¿No es así, Jefe?

JEFE: Así es, exactamente… Yo no tengo la culpa de que el comentario no pueda exceder los cuatro minutos… ni tengo la culpa de que sea necesario conocer toda la historia de Europa para un simple comentario sobre las relaciones entre Inglaterra y Yugoeslavia…

WOLSEN: Permítame, señor… Usted tiene la culpa de ser Jefe de la Oficina Noticiosa y no haber tenido nunca curiosidad por estudiar la historia de Europa. Porque –entiéndame bien, señor– usted no puede entender ninguna de las noticias que lee y luego difunde sin conocer, por lo menos, la historia de Europa…

JEFE: (Azorado.) ¿Por lo menos…?

WOLSEN: ¡Claro…! En realidad debería usted conocer toda la historia del mundo… Pero por lo menos la de Europa, señor mío… Mire, le voy a dar un consejo… Cómprese la “Historia de Europa” del que fue mi ilustre colega en la Universidad de Oxford, el Profesor Herbert Fisher; se la lee dos veces de adelante para atrás, es decir, tal como se lo indica el índice; y luego, cada vez que se encuentre en los cables del servicio informativo internacional con una noticia que no entiende, cosa que le ocurrirá a menudo, se la lee de atrás para adelante…

JEFE: (Siempre azorado.) ¡De atrás para adelante…! No sé qué quiere usted decir… Nunca he sabido leer de atrás para adelante…

WOLSEN: ¡Claro…! ¡Esa es la razón por la cual yo decía, con toda razón, que usted no entiende ninguna noticia de las que lee y difunde…! ¡Tiene que leer de atrás para adelante la historia, amigo mío, de atrás para adelante!

JEFE: (Reaccionando.) Vea, Profesor Wolsen, a mí me parece que usted no está…

WOLSEN: Ya sé… bien de la cabeza, ¿verdad? Claro, es lo que dicen todos… Pero le voy a hacer una demostración para que vea que es usted el que se resiste a usar su cabeza con toda la frecuencia necesaria… Mire… ¿Quién me dijo que era ahora el Rey de Yugoeslavia…?

JEFE: Profesor Wolsen, no hay Rey en Yugoeslavia. El Jefe del Estado yugoeslavo es el Mariscal Tito desde…

WOLSEN: ¡Ah…! Tiene usted razón, me había olvidado… Pero no tiene importancia. Mire… El Mariscal Tito, Jefe del Estado yugoeslavo, entra en estrechas relaciones diplomáticas con el Primer Ministro inglés Míster Churchill… Perfecto… Esto en 1952… Pero, ¿usted sabe sobre qué mar están las costas yugoeslavas?

JEFE: Claro, sobre el Adriático…

WOLSEN: Que es como decir en el Mediterráneo… ¿Y cree usted que hay algún problema del Mediterráneo que no le interese a Inglaterra? ¿Por qué cree usted que tiene bases en Gibraltar, en Creta, en Port Said…?

JEFE: Claro, es que…

WOLSEN: ¡No me interrumpa…! Todo lo del Mediterráneo le interesa… ¿Acaso ignora usted que en la guerra de 1914 Churchill sostuvo la necesidad de un segundo frente mediante un desembarco en Galípoli…?

JEFE: Bueno… eso fue porque…

WOLSEN: ¡No me interrumpa…! Y a propósito de la Primera Guerra… ¿Recuerda usted a quién le mandó el gobierno austríaco el ultimatum que la desencadenó cuando el atentado de Sarajevo? ¡Conteste…!

JEFE: A… a…

LOCUTOR: A Serbia, naturalmente…

WOLSEN: ¿Ve usted…? ¡A Serbia…! Y dígame… ¿Sospecha usted de qué manera intervinieron Rusia e Inglaterra en la independencia de Serbia, consagrada por el Tratado de Berlín de 1878?

JEFE: Yo…

WOLSEN: Usted debe saber, seguramente, que el tratado de París, que puso fin a la guerra de Crimea de 1856, garantizó los derechos de Serbia frente a Turquía gracias a la política de los vencedores, Francia e Inglaterra…

JEFE: Claro. Ahora recuerdo que…

WOLSEN: ¡Silencio…! Lo que usted debe recordar es que cuando Lord Byron luchaba por la independencia de Grecia, hacía ya algunos años que Serbia estaba en rebelión contra Turquía, lo cual no podía dejar indiferentes a los ingleses…

LOCUTOR: Si no, no hubiera ido Lord Byron…

WOLSEN: ¡Silencio…! Y yo les pregunto… ¿saben algo ustedes de las relaciones de Inglaterra con el Imperio Turco –dentro del cual estaba Serbia– durante el siglo XVIII? ¿Y durante el siglo XVII? ¿Y durante el siglo XVI…? ¡Claro…! ¡No saben nada…! Y entonces no podrán saber nada de cómo perdió Serbia su independencia a mano de los turcos en 1389, en la batalla de Kosovo, ¿no es cierto…? ¡Confiésenlo…! ¿Sabían ustedes algo de la batalla de Kosovo…? ¡Quiero saber la verdad…!

JEFE y LOCUTOR: (Azorados.) Nada, Profesor Wolsen… nada…

WOLSEN: Nada, ¿eh…? ¿Y ustedes querían hacer un comentario de “cuatro minutos”… “con unas referencias someras”… “concretas” sobre la entrevista del Jefe de Estado yugoeslavo con el Primer Ministro inglés…? ¡Vamos…! ¡Es como para indignar a cualquiera…! ¿Cómo se ha atrevido usted a llamarme…?

Pasos violentos. Golpe fuerte de puerta al cerrarse. Pausa.

JEFE: ¿Qué le parece

LOCUTOR: No se preocupe, Jefe… El Profesor Wolsen es un hombre un poco… ¿comprende usted…? No se acuerde más del asunto… Lo que usted tiene que hacer es ponerse a trabajar y redactar su comentario radial sobre política internacional…

JEFE: No… Estoy vencido… Lo que yo tengo que hacer es ponerme a estudiar la “Historia de Europa”, y ahora mismo voy a…

Cortina musical.


42. MAQUIAVELO DIALOGA CON LOS SABIOS DE LA ANTIGÜEDAD

LOCUTOR: Acompáñeme ahora por aquí… Vamos a lo que el Profesor Wolsen llama “El gran teatro del mundo”. ¿Usted no conoce al Profesor Wolsen? Guárdeme el secreto, pero yo creo que no está muy bien de la cabeza…

WOLSEN: (Abriendo la puerta.) ¿Cómo se atreve usted a insinuar que no estoy bien de la cabeza…? Ya me había parecido a mí que no entendía usted bien la labor que realizo en mi estudio…

LOCUTOR: Le ruego, Profesor Wolsen, que no se ofenda… He dicho cariñosamente que… tiene usted algunas manías… que se aleja de la realidad…

WOLSEN: ¿Yo…? ¿Un historiador como yo, alejarme de la realidad…? ¿Entonces para qué cree usted que me he puesto esta toga florentina y este birrete…? Para introducirme en la realidad… Mire…

Se oye la puerta que se cierra. Enseguida, rumor creciente de gente en espacio abierto.

VOCES: (Gritando, en primer plano.) ¡Abajo! ¡Fuera! ¡Viva la libertad! ¡Abajo el Confaloniero! ¡Viva el Cardenal!

El rumor decrece hasta extinguirse.

WOLSEN: ¿Ven ustedes? Esto es lo que me tenía preocupado… Había empezado a atraer la figura de Nicolás Maquiavelo y he llegado en mal momento… Unos días antes, y lo hubiera encontrado sentado en su despacho de la secretaría de la República de Florencia… dando órdenes… dictando despachos… Y ahora, ya ven ustedes… el pueblo, movido por los Medici, derrocará a Pietro Soderini, y Maquiavelo tendrá que irse a su casa. O… No… Déjeme ver… Me parece que la cosa es más grave… O mucho me equivoco o veo unas rejas…

Cortina musical: Vihuela, o canto y cuerdas (Duffay o Isaac).

MAQUIAVELO: Ahí hay uno que no sufre.

CARCELERO: La resignación, Micer Maquiavelo, es la virtud de los prisioneros.

MAQUIAVELO: Será porque en su celda los piojos son más clementes que en la mía. Jamás hubo en Roncesvalles ni en Cerdeña una infección semejante a la de este delicado asilo…

CARCELERO: Cierto, Micer Maquiavelo, cierto. Pero no os torturéis más, y dejadme que os dé la noticia que os traigo…

MAQUIAVELO: ¿Traéis noticias? ¡Serán malas! No tengo duda…

CARCELERO: Pues esta vez os equivocáis… Os diré poco a poco lo que tengo que comunicaros para que no sufráis sobresaltos…

MAQUIAVELO: Bueno… La paciencia es la virtud de los filósofos.

CARCELERO: Decidme, ¿sabéis que murió el Papa Julio…?

MAQUIAVELO: No podía saberlo… pero alguna vez debía ocurrir. (Pausa.) Lo que sí sé es quién lo ha sucedido…

CARCELERO: ¿Cómo podríais saberlo si no sabéis lo primero…?

MAQUIAVELO: Pues os apuesto media libra a que el Papa es el Cardenal Giovanni de Medici…

CARCELERO: ¡Jesús!

MAQUIAVELO: ¿Acerté?

CARCELERO: Acertasteis, pero… parece cosa de brujería…

MAQUIAVELO: Eso os parece a vos, buen hombre… pero estad seguro que no cocino pelos de cabra a la medianoche. Sólo que… no había más que mirar…

CARCELERO: ¿Y sabéis… sabéis qué nombre se ha dado al nuevo Papa?

MAQUIAVELO: (Ríe.) No… Para eso sí tendría que ser brujo. Decídmelo vos…

CARCELERO: Pues se llamará León, León X…

MAQUIAVELO: (Como meditando.) ¡Giovanni de Medici! ¡Papa…! ¡Y yo encerrado en esta mazmorra…! ¡Maldito sea…!

CARCELERO: Pues no os irritéis, Micer Maquiavelo, y dejadme que os diga lo que sigue…

MAQUIAVELO: ¿Acaso os he interrumpido?

CARCELERO: Pero no me dejáis hablar… Habéis de saber que Giovanni de Medici, que os encerró siendo Cardenal, os devuelve la libertad siendo Papa…

MAQUIAVELO: (Brusco.) ¿Cómo…?

CARCELERO: Como lo oís, Micer Maquiavelo. Estáis libre…

MAQUIAVELO: ¡Menguado, sayón! ¿Cómo no me decías antes…?

CARCELERO: Como estabais tan alegre…

MAQUIAVELO: ¡Libre…! ¡Libre…! ¡Vamos… vamos afuera…! (Al de la celda de al lado.) Oye… ¡Toca! ¡Toca y canta! Canta… amigo… Mañana tomaremos juntos el sol en la Plaza de la Señoría.

Cortina musical: Canto y cuerdas (Duffay o Isaac).

WOLSEN: En fin… parecería que el pobre ha pasado el mal momento. Ustedes saben… estos hombres del Renacimiento tenían una vitalidad tan poderosa que soportaban mejor los infortunios que nadie… Y así esperaban gozar de la vida más que nadie también…

LOCUTOR: Un goce lleno de dignidad… ¡casi sublime…!

WOLSEN: Hum… No me parece… Si no se marea… Fíjese bien…

Ráfaga musical.

WOLSEN: Mire a Benvenuto Cellini tallando el oro, abstraído, feliz…

Ráfaga musical.

WOLSEN: ¡…y bebiendo como un marrano, llenas de vino sus mangas… y en compañía muy sospechosa…!

Ráfaga musical.

WOLSEN: …y a Pietro Aretino con una carcajada homérica en la boca, porque acaba de ocurrírsele la más estupenda calumnia que había inventado hasta esta hora…

Ráfaga musical.

WOLSEN: …y a Francesco Guicciardini leyendo a Tito Livio… como si lo condujera la misma Clío…

Ráfaga musical.

WOLSEN: …y ahora deleitándose con la refinada insidia que acaba de preparar para engañar a unos y a otros…

Se insinúa la ráfaga musical.

WOLSEN: ¡Basta! (Luego dirigiéndose al locutor.) Ya ven… no es gente simple… Se lo decía el otro día a Luis XI de Francia: ‘Usted ha sido un precursor…’

LOCUTOR: ¿Y qué le contestó él?

WOLSEN: No… ellos no contestan. No sé si me escuchan… Pero siguen viniendo… y a veces por la manera de comportarse yo deduzco sus reacciones…

LOCUTOR: Y este Nicolás Maquiavelo, ¿volverá?

WOLSEN: Oh… sí… Me había olvidado… Estaba bien sintonizado… Porque con mi método, resulta a veces que una sintonía demasiado aguda suele darme cierta fisonomía interior del personaje y no su aspecto externo. Y así… todos parecen como necesitados de psicoanálisis… Pero en general no es para tanto… Y la historia se ha hecho en buena parte con personas de buena salud… Ahí tiene usted a Maquiavelo… ¿Quiere verlo? Está jugando a la cricca en una taberna. ¡Mire…! Se ha puesto a disputar con su contrincante… Oh… perdone…

Ráfaga musical.

WOLSEN: Le aseguro que es mejor no oír ciertas cosas… Pero podemos buscarlo en casa…

Cortina musical: Isaac o Duffay.

FILIPPO: Me sorprende vuestro ánimo, Micer Maquiavelo… Parece que no os aburrís en vuestro destierro…

MAQUIAVELO: (Con mucha dignidad.) ¡Bravo destierro éste…! No hay cerca de Florencia lugar tan agradable y recogido como San Casciano… Aquí pasan lentamente mis días…

FILIPPO: ¿Y en qué los ocupáis…?

MAQUIAVELO: ¿Mis días…? Pues, recorro mis campos, vigilo la lana, atiendo los negocios… Luego me encamino hacia la hostería y me detengo a conversar con los campesinos… Y allí, a veces, me gusta beber con ellos unos vasos del buen vino que se cosecha en el Val di Pesa, cuando no tengo a mano una botella de Falerno o de Cécubo. Pero al llegar la noche…

FILIPPO: ¿Qué hacéis al llegar la noche?

MAQUIAVELO: ¡Ah…! Al llegar la noche retorno a casa y subo a este estudio en que me veis: mis infolios… mi pluma de notario… ese noble mármol romano que me contempla desde su siglo… Antes de entrar me despojo de mis ropas de todos los días, sucias de fango, y me visto con este noble hábito de letrado. Y así, adecuadamente vestido, entro en la antigua corte de los sabios de la Antigüedad…

FILIPPO: Y dialogáis con ellos…

MAQUIAVELO: Ciertamente, me reciben con amor y allí me nutro con ese alimento que es el único que me conviene y para el que yo nací. Allí no me avergüenzo de hablar con ellos ni de preguntarles la razón de mis acciones. Y ellos, por humanidad, me responden…

FILIPPO: Hasta que, finalmente, en la alta noche…

MAQUIAVELO: Durante varias horas no siento tedio ni fastidio. Olvido todos los afanes y ni temo la pobreza ni me espanta la muerte. Y como dice Dante Alighieri que no hay ciencia si no se retiene lo que se ha aprendido, yo he anotado lo que me ha parecido más importante de cuanto he dicho en estas conversaciones, y he compuesto con todo ello un opúsculo… que querría leeros,  Micer Filippo Casavecchia…

Ráfaga musical.

WOLSEN: ¿Veis…? Le va a leer “El Príncipe”. Todos los autores son iguales… Supongo que ustedes no tienen tiempo ahora…

LOCUTOR: Exacto, Profesor Wolsen, y lo sentimos porque estos hombres del Renacimiento…

Cortina musical.


43. CATALINA DE MEDICI EN LA NOCHE DE SAN BARTOLOMÉ

LOCUTOR: Lo invito a que vayamos a visitar al Profesor Wolsen. Hoy lo he visto pasear muy inquieto por los corredores, y de pronto ha desaparecido. ¡Venga! … ¿Ve…? Ha cerrado la puerta con llave. Vamos a llamarlo. ¡Profesor Wolsen! ¡Profesor Wolsennn!

WOLSEN: (Desde atrás de la puerta.) ¡No abriré! ¡No abriré…! ¡Villanos…!

LOCUTOR: Pero… Profesor Wolsen… Por favor… Soy yo… el locutor…

WOLSEN: ¿Quién…?

LOCUTOR: Yo… El locutor…

WOLSEN: Queréis engañarme… No hay locutores… Todavía no hay locutores… Faltan más de tres siglos para que se invente la radiotelefonía, y queréis que crea que sois el locutor… ¡Villanos! ¡Queréis asesinarme! (Irritándose.) ¿Creéis que ignoro que acaba de ser asesinado Coligny? ¡Villanos…! ¡Estáis sedientos de sangre!

LOCUTOR: Pero… por favor, Profesor Wolsen, escúcheme… Yo no tengo nada que ver con el asesinato de Coligny… Hágame el favor de reconcentrarse y pensar que estamos en 1952, ya casi en los últimos días del año mil… novecientos… cincuenta y dos…

WOLSEN: ¿1952? ¿Cómo dice? ¿1952…? ¡Aaaaah! ¡1952…! Bueno… ¿Está seguro?

LOCUTOR: ¡Absolutamente seguro!

WOLSEN: ¡Qué lástima! Bueno… Entonces abriré… (Abre.) ¿Cómo está usted? Estaba convencido de que estábamos en 1572… Mil… quinientos… setenta y dos… Bueno… La verdad es que aquí, en mi estudio, estamos en 1572. Pero cierre la puerta. (Exaltándose.) ¡Cierre la puerta! Estamos a merced del populacho de París… del preboste de los mercaderes… de Francisco de Guisa… ¡y de la pérfida Catalina de Medici…!

LOCUTOR: ¿De Catalina de Medici…?

WOLSEN: Sí… Ella es la que ha desencadenado esta horrible matanza… ¡Y ha elegido para que se cumpla su designio el día de San Bartolomé…!

LOCUTOR: ¡Ah! ¿Hoy es día de San Bartolomé…?

WOLSEN: ¿No lo sabéis…? 24 de agosto… 24 de agosto de 1572… ¡No lo olvidéis! ¡Este día pasará a la historia…!

Cortina musical.

LOCUTOR: Perdone mi ignorancia, Profesor Wolsen… pero lo cierto es que no conozco a esa señora de Medici… Yo había oído hablar de un Lorenzo de Medici… Lorenzo el Magnífico…

WOLSEN: Esta es su biznieta, hija de otro Lorenzo que en nada se parecía al Magnífico… El Papa Clemente VII la casó con un hijo del Rey de Francia, que llegó también a rey con el nombre de Enrique II. Y la italiana llegó a la corte…

¡Mire…! ¿La ve? Ahí la tiene usted rodeada de sus hijos… Francisco… Isabel… Carlos… Enrique… Todos entecos, enfermizos, roídos por las taras heredadas… El Rey Enrique casi no le hace caso… Quien le atrae es esa… ¿La veis…? ¡Indecente…!

ENRIQUE: ¿Qué más queréis saber? Estuve también con el Condestable Montmorency, que me informó sobre los impuestos de la Guyena… Recibí al Embajador español… al Cardenal de Guisa… Pero ya veis… En cuanto he podido he volado hacia vos… lo único que me sostiene en el mundo… vos, Diana, cuyo amor amo más que a mi vida…

DIANA: ¡Oh, señor…! Os aconsejo que no me améis tanto… A veces olvidáis los deberes que os impone la corona y las obligaciones que tenéis para con Su Majestad la Reina y vuestros hijos…

ENRIQUE: Todos esos deberes, Diana, me son odiosos, si no tienen como premio el poder volver a vuestro regazo…

DIANA: ¡Pobre de mí! ¡Dentro de poco seré vieja, y mi piel estará arrugada…!

ENRIQUE: (Con pasión.) La más tersa y delicada que nunca sintieron mis manos. Diana… sois todo para mí… Lo que yo pudiera daros…

DIANA: ¿Sabéis qué…? ¡Oh…! Es un capricho…

ENRIQUE: (Apremiante.) Decidme… ¡decídmelo…! Vuestros caprichos son para mí órdenes…

DIANA: ¡Oh…! Si insistís… Pensaba que las joyas de la corona…

ENRIQUE: Vuestras son Diana… vuestras… ¡como mi corazón y mi vida…!

WOLSEN: ¡Qué indecente! Esta era Diana de Poitiers, la verdadera Reina… Catalina de Medici, que ostentaba el título, guardó su amargura, su ansia de poder, sus celos, y trabajó para reconquistar pacientemente al Rey… Pero no tuvo mucho tiempo. En junio de 1559 se celebraban las bodas de Felipe II con la Princesa Isabel de Francia. Hubo banquetes y fiestas, y entre ellas un torneo de tres días. El Rey Enrique bajó a la liza para combatir con el caballero Montgomery, y se fastidió porque no pudo desarzonarlo en dos encuentros. Quiso otro.

ENRIQUE: ¡Nada… nada! Aún es temprano… ¡Capitán Montgomery! ¡A caballo!

MONTGOMERY: ¡Señor! ¿No os parece que ha sido bastante para esta tarde?

ENRIQUE: Un torneo es un torneo…

MONTGOMERY: Señor… Os encuentro fatigado… Deberíais descansar ya…

ENRIQUE: No seáis importuno. Un último encuentro, Capitán Montgomery. No os falta valor… ¡A caballo!

MONTGOMERY: ¡Como lo ordene Su Majestad!

Ruido de caballos. Algunos gritos.

VOCES: ¡Ahora! ¡Va!

ENRIQUE: ¡¡¡Aaaaay!!!

VOCES: ¡El Rey…! ¡Ha caído del caballo…! ¡Está herido…!

Cortina musical.

LOCUTOR: Espero que no le haya ocurrido nada grave al Rey.

WOLSEN: No… Se murió. Y entonces empezó el verdadero reinado de Catalina de Medici, que fue Reina Madre de tres reyes, a cual más inútil.

LOCUTOR: ¡Pobre Catalina!

WOLSEN: No le vino mal. Hizo cuanto quiso, y sobre todo movió los hilos de las intrigas palaciegas con ese refinado deleite que le producía la evocación de la corte florentina y la corte pontificia… Montmorency, Coligny, los Guisa, Antonio de Borbón, Condé… todos parecieron servir para su juego, y con todos quiso jugar… y con todos jugó un poco… aunque el juego se tornara de pronto peligroso…

LOCUTOR: ¡Cómo! ¿Había peligro?

WOLSEN: Nunca tanto como entonces. Católicos y hugonotes se odiaban a muerte y cada uno de los bandos buscaba la extinción del otro. La guerra civil estallaba a cada instante, y las matanzas se sucedían unas a otras. Cada uno de los grupos aspiraba a ganar el favor real… y Catalina de Medici, en el medio, tejía… y tejía… y un día Enrique de Guisa… y otro día el Almirante Coligny…

Golpes en la puerta.

LOCUTOR: (Con voz muy insustancial.) ¿Quién es?

WOLSEN: ¡Apártese, imbécil…! ¡Lo que me temía!

Ráfaga musical.

WOLSEN: (Voz muy dramática.) ¿Quién es?

VOZ: ¡Un amigo! ¡Abrid, es urgente…!

WOLSEN: (Abre la puerta.) Pasad… Ah… ¿Sois vos? (Cierra la puerta.) ¿Qué ocurre?

VOZ: ¡Poneos en salvo…! ¡Francisco de Guisa acaba de lanzarse a las calles de París y ha prometido no dejar un hugonote con vida! ¡La turba está ya asaltando nuestras casas! ¡Los cadáveres se amontonan por las callejuelas y se ven ríos de sangre! Salvaos… ¡Salvaos…!

WOLSEN: Pero, ¿cómo ha empezado esto…?

VOZ: Ya lo sabemos… y la venganza llegará a su hora por mano de los que sobrevivan. El Rey Carlos prometió averiguar quién había movido el atentado contra el Almirante Coligny de hace pocos días, y la indagación condujo exactamente hasta la antecámara de la Reina Madre…

WOLSEN: ¡Catalina de Medici! ¡Siempre Catalina de Medici…!

VOZ: Catalina temió las consecuencias, y en combinación con los Guisa, convenció al Rey de que se tramaba una terrible conspiración contra él, y que era necesario liquidar a todos los protestantes.

WOLSEN: ¡Pero el Rey Carlos era nuestro amigo…! Llamaba al Almirante Coligny ‘mi padre’…

VOZ: Sabed la triste nueva: el Almirante Coligny ya no existe…

WOLSEN: ¡Oh…!

VOZ: La orden fue dada para esta mañana, día de San Bartolomé… El propio Francisco de Guisa dirigió el asalto de la casa del Almirante y su asesinato. Desde entonces, no ha cesado la matanza de sus partidarios. Salvaos, amigo… huid, escondeos… haced lo que podáis… ¡Nos acecha la muerte!

Ráfaga musical.

WOLSEN: ¡Yo no sé cómo me ha salvado de ésta San Bartolomé…! Amigo locutor, ¿usted cree que estamos seguros aquí…?

LOCUTOR: Sin ninguna duda… Por lo demás, si usted quiere, podemos llamar al Departamento de Policía… por teléfono…

WOLSEN: ¿Por teléfono? Ah, sí… Bueno… Entonces estamos seguros… pero los pobres hugonotes, ni tenían teléfono, ni tenían a quién llamar en su auxilio. Se defendieron con las armas, y al cabo de algunos días cesó la matanza.

LOCUTOR: ¿Murieron muchos?

WOLSEN: Millares… El pobre Rey empezó a ver visiones y murió poco después. Y Catalina siguió reinando bajo el nombre de su tercer hijo, Enrique III.

LOCUTOR: ¿Vivió mucho?

WOLSEN: Setenta años justos…

LOCUTOR: Una larga vida…

WOLSEN: Una larga vida… la vida de Catalina de Medici…

Cortina musical.


44. LA EMINENCIA GRIS DEL CARDENAL RICHELIEU

Cortina musical: Fragmento de ‘Eurídice’ de Peri, que se oye en segundo plano, como detrás de una puerta.

LOCUTOR: Venga… Parece que hay música en “El gran teatro del mundo”… Es una de las pocas cosas que lo hacen tolerable… Vamos a llamar.

Golpe de nudillos en la puerta.

LOCUTOR: ¡Profesor Wolsennn!!! ¡Profesor Wolsennn!!! Parece que no contesta… O habrá salido… A ver… Déjeme mirar por el agujero de la cerradura… ¡Qué gracioso…! Está vestido como D’Artagnan…

Pausa. Vuelve a golpear con los nudillos.

LOCUTOR: ¡Profesor Wolsennn!!! ¡Hágame el favor de abrir la puerta! ¡Es la hora de su audición…!

Vuelve a golpear con los nudillos.

LOCUTOR: ¡Profesor Wolsennn! ¡No le pagamos para que haga sus experimentos para usted solo…! ¿Se ha quedado dormido…?

Se abre la puerta. La música se oye algo más fuerte pero siempre un poco velada.

WOLSEN: Yo no… Pero María de Medici, sí… ¿No la ven…? Creo que he llegado a su conciencia… Fíjense bien… Esa música de Jacopo Peri que está sonando en sus oídos es la que escuchó el día de su boda con Enrique IV de Francia, el 6 de octubre del año 1600, en los jardines del Palacio Pitti de Florencia… ¡Psss! No la despertemos… ¡Pobre María…! Es estúpida… pero no me parece mala persona, y ha sufrido mucho… Cada vez que descubre que el Cardenal Richelieu triunfa sobre ella en el ánimo de su hijo Luis, se pone melancólica; y cuando se duerme –cosa que a su edad ocurre con frecuencia– comienza a soñar con el día de su boda y con su real marido Enrique IV… ¡todo un caballero…!

MARÍA: (Como en sueños.) ¡Oh, Enrique…!

LOCUTOR: ¡Parece que va a despertarse…!

WOLSEN: No… Cuando se acuerda de Enrique es porque está dormida… Al despertar más bien se acuerda de Concini y enseguida después del Cardenal Richelieu. No me divulguen el secreto, pero hace un instante le he oído decir que lo odia…

LOCUTOR: Yo lo había leído en algún libro…

WOLSEN: Es posible, pero yo se lo he oído decir a ella…

LOCUTOR: ¡Ah…!

WOLSEN: Sí… Ahora, sobre todo, está furiosa… Imagínense que su hijo, el Rey Luis XIII, acaba de volverse a La Rochelle… un lugar lleno de peligros…

LOCUTOR: ¿A La Rochelle…?

WOLSEN: Sí… No se olviden que dentro de este estudio estamos en abril de 1628. La Rochelle es un nido de protestantes, que Richelieu quiere destruir. Inglaterra –y particularmente el Duque de Buckingham– ayuda a los sitiados. Hace siete meses que las tropas francesas han comenzado el asedio.

Cañonazos remotos.

LOCUTOR: Sí… Parece que la guerra va para largo… Pero yo tengo confianza en la voluntad férrea de Richelieu…

WOLSEN: Sí… Eso parece a primera vista… Yo me proponía traer ahora a Richelieu para verlo desbaratar de una vez a los sitiados… Pero fíjense ustedes… me he encontrado con este libro de Aldous Huxley que se llama “Eminencia Gris”, y he subrayado estas palabras: “En el verano de 1628 Richelieu perdió ánimos y habló de abandonar la campaña contra los hugonotes. El rey se estaba impacientando…”

REY: (Dando un puñetazo sobre una mesa) ¡Voto a brios…!

RICHELIEU: Buscaremos la manera de salir del paso… Aunque sea humillante, quizá sea mejor levantar ahora el sitio de La Rochelle que no tener que hacerlo más tarde…

WOLSEN: ¿Ven…? Huxley tiene razón…

JOSÉ: Oh, Eminencia… Perdonadme… Vuestro designio contradice la magnanimidad de vuestro corazón cristiano… No os dejéis arrastrar por el desaliento que se ha apoderado de Su Majestad… Al fin… él es joven y sólo piensa en cacerías y en aventuras… Pero vos, Eminencia… vos, sois el hombre en quien reposa la esperanza de los católicos del mundo… Debéis ser fuerte… La Rochelle debe ser tomada… ¡Fijaos bien! Y el Rey y el Cardenal deben estar presentes en el momento en que se rinda…

WOLSEN: ¿Ven..? Es precisamente lo que cuenta Huxley… Se ve que es un hombre bien informado…

LOCUTOR: Pero esta voz…

WOLSEN: Bueno, en eso reside el secreto… Esta voz que acaban de oír es la del Padre José de París, a quien llamaban ‘la eminencia gris’. En todo caso, si ustedes prefieren, podemos prescindir de Richelieu y traerlo a él…

LOCUTOR: Como guste, Profesor Wolsen… Yo no quiero alterar su experimento…

WOLSEN: De ningún modo… Mi experimento consistía, precisamente, en averiguar si, valiéndose de mi presunta ignorancia, el Cardenal Richelieu se atrevía a atribuirse las ideas y las obras del Padre José… Pero se ve que no… Por lo demás lo admiraba y le tenía profundo afecto… Fíjense… Es cierto que el Cardenal vive en aquella hermosa casa y que el Padre José se hospeda en ese destartalado pabellón del fondo… pero ha sido por propia voluntad del Padre José, que busca en esa soledad una pausa para su meditación y sus ejercicios espirituales… Claro… una pausa nada más, porque tiene el día muy ocupado con los asuntos de estado…

LOCUTOR: Será el secretario del Cardenal…

WOLSEN: Aparentemente mucho menos, y prácticamente mucho más: su Ministro de Relaciones Exteriores, su Jefe de Servicio Secreto, y su confidente, casi su consejero… Pero, no se distraigan… en este instante toman juntos el chocolate… Oigan…

RICHELIEU: Servíos uno siquiera…

JOSÉ: Gracias, Eminencia, sabéis que no como…

RICHELIEU: Hacedlo por mí… así no se notará tanto mi pecado…

JOSÉ: Haced penitencia por pecado de gula, Eminencia, pero no intentéis arrastrarme a compartirlo…

RICHELIEU: Sois insobornable, Padre…

JOSÉ: Ciertamente… Y con eso, apenas me consuelo de tener que sobornar a tantos…

RICHELIEU: En servicio del Rey de Francia y de Dios… Pero, decid… ¿Alguna novedad importante hoy?

JOSÉ: Alguna… sí… Dejad la taza, Eminencia…

RICHELIEU: ¿Por qué…?

JOSÉ: Para que no se os vuelque el chocolate… Acaban de asesinar a Buckingham…

RICHELIEU: (Sobresaltado.) ¿Cómo…? ¿Al Duque de Buckingham…? ¿Es posible? ¿Quién? ¿Cuándo?

JOSÉ: Uno… Mañana os daré más detalles… Pero dadlo por muerto… Y contad con que no viene la expedición inglesa de auxilio a La Rochelle…

RICHELIEU: ¡Santo Dios…! ¿Será posible…?

JOSÉ: Un hecho, Eminencia… Pero no os pongáis demasiado alegre. En París…

Se oyen unos acordes de ‘Eurídice’ de Peri.

JOSÉ: …la Reina Madre ha recibido en tres días a toda la nobleza que os es hostil…

RICHELIEU: ¡Cómo…! A toda…

JOSÉ: Encabezada por el Príncipe Gastón…

RICHELIEU: ¡Maldición…!

JOSÉ: No maldigáis, Eminencia…

RICHELIEU: Dejadme en paz… Me vuelvo a París…

JOSÉ: No os apresuréis… Nada demasiado importante… Pero no perdáis de vista al Rey, que es a quien quieren convencer de que os aleje…

RICHELIEU: No se irá…

JOSÉ: Lo está pensando, sin embargo…

RICHELIEU: ¿Cómo lo sabéis…?

JOSÉ: Estad seguro…

RICHELIEU: Claro… pero… ¡Debo evitarlo…!

JOSÉ: Ya está prevenido de que no le conviene…

RICHELIEU: ¡Cómo…! ¿Quién lo ha prevenido al Rey…?

JOSÉ: Yo…

RICHELIEU: Oh, Padre José… Sin vuestra ayuda…

JOSÉ: La de Dios, Eminencia…

RICHELIEU: Tenéis razón…

JOSÉ: Dedicad vuestro tiempo más bien a apresurar el asalto de la ciudad: todo está pronto.

RICHELIEU: ¿Qué hay en La Rochelle, Padre?

JOSÉ: Hambre, Eminencia… Ayer, la Duquesa de Rohan ha servido en su maravillosa vajilla de plata un consomé hecho con arneses cocidos y dieciocho ratas al marsala…

RICHELIEU: ¡Qué horror!

JOSÉ: No demasiado… El horror comenzará dentro de pocos días, porque las ratas han comenzado a escasear…

RICHELIEU: Entonces, ha llegado el momento…

JOSÉ: Falta poco. Feuquières nos lo dirá exactamente…

RICHELIEU: Pero Feuquières está prisionero de los enemigos…

JOSÉ: Por eso sabe tanto. Él es mi mejor informante…

RICHELIEU: ¿Llegáis a él?

JOSÉ: Todos los días, puntualmente…

RICHELIEU: ¡Sois verdaderamente diabó…! ¡Oh, perdonadme, Padre…! ¡Iba a decir un sacrilegio…!

JOSÉ: Ya lo dijisteis, Eminencia… Grave es que, además, lo pensáis… y yo también… Y no me bastan las lágrimas para llorar por la noche lo que hago durante el día… Me voy, Eminencia…

RICHELIEU: Id con Dios, Padre, ¡y que Dios y Francia os recompensen lo que hacéis en su servicio…!

WOLSEN: ¡Curioso personaje, el Padre José! ¡Era la Eminencia Gris de Su Eminencia el Cardenal de Richelieu…!

LOCUTOR: ¿Un santo, Profesor Wolsen?

WOLSEN: Un hombre, mi querido amigo. Angélico y diabólico… como se dice en su epitafio…

Se oyen unos compases de ‘Eurídice’ de Peri.

WOLSEN: La Reina Madre le teme y lo odia. ¡Pobre! ¡Antes de comenzar cada intriga, el Padre José tenía la lista completa de las audiencias que ella pensaba otorgar…!

LOCUTOR: ¡Me intriga el personaje, Profesor Wolsen…!

WOLSEN: ¿Lo intriga…?


45. LA TERTULIA DEL DOCTOR JOHNSON

LOCUTOR: Y ahora… pero… ¿Oye usted…?

Cortina musical: Se escucha a lo lejos ‘Concierto para pianoforte’, Johann Christian Bach.

LOCUTOR: No sé quién puede ser… En el estudio principal están transmitiendo radioteatro… y a esta hora están prohibidos los ensayos de música. Venga… Vamos a ver… Parece que es al fin del corredor…

Pasos. La música va creciendo.

LOCUTOR: Si no me equivoco… ¡Claro! Es en el estudio del Profesor Wolsen… ¡Este viejo…! Ha terminado por creer que en “El gran teatro del mundo” puede hacer lo que se le antoja… Voy a poner los puntos sobre las íes…

La música llega al segundo plano. Golpes fuertes de nudillos sobre la puerta.

LOCUTOR: ¡Profesor Wolsen…! ¡Profesor Wolsen…!

WOLSEN: (Con voz dulcísima.) ¿Quién es?

LOCUTOR: Soy yo… el locutor…

WOLSEN: Ah… Pase… pase… (Siempre muy dulce.) Pero no haga ruido… Pss…

LOCUTOR: ¡Cómo que no haga ruido! El que está haciendo ruido cuando no se debe es usted con esa música intempestiva… ¿No sabe usted que están prohibidos los ensayos musicales a esta hora?

WOLSEN: (Muy dulce.) ¿A qué hora, amigo locutor?

LOCUTOR: ¡Cómo a qué hora! A ésta… Durante el programa de la noche…

WOLSEN: (Muy dulce.) ¿Qué hora me dijo usted que era?

LOCUTOR: Son las diez y …

WOLSEN: (Muy dulce.) Ah… Pero, ¿de qué día…?

LOCUTOR: ¿Usted quiere burlarse de mí? Del día … de diciembre de 1952.

WOLSEN: (Beatífico.) ¡Ah…! Claro… Pero usted no sabe…

Torbellino de viento que crece y decrece.

LOCUTOR: ¡Eh…! ¿Qué pasa…?

WOLSEN: ¿De modo que usted no sabía que hoy es 18 de junio de 1768…?

LOCUTOR: (Azorado.) ¿Yo…? ¿Eh…? ¿Cómo dice…? Pero… esta casaca…

WOLSEN: Esa casaca roja la tiene usted puesta desde esta mañana… Mire, es más elegante que la mía… Pero yo prefiero esta azul…

LOCUTOR: (Azorado.) Pero… ¡Ah…! Perdóneme…

Se oye una campanada de un reloj viejo.

LOCUTOR: ¡Ese reloj…! Por favor, Profesor Wolsen… ¿Qué hora dijimos que era?

WOLSEN: Acaba de dar la media de las diez…

LOCUTOR: Sí… claro… pero… ¿de qué día…?

WOLSEN: Oh… (Sonriendo.) ¡Qué poca memoria! Hoy es 18 de junio de 1768…

La música, un poco más fuerte, en primer plano como cortina; luego vuelve a segundo plano.

WOLSEN: ¿Sabe usted quién toca…?

LOCUTOR: No… Me imagino que…

WOLSEN: No se imagine… Toca el piano en este instante Johann Christian Bach, maestro de música de Su Majestad la Reina de Inglaterra… ¿Qué le parece…? ¿Lo hace bien…?

LOCUTOR: Sí… bien…

WOLSEN: Pues repare usted en el instrumento. Aquí en Londres nunca se había oído todavía un concierto en ese instrumento: se llama… ‘piano’.

La música pasa a primer plano como cortina; luego decrece y pasa a segundo plano.

WOLSEN: Es que en Londres hay muchos filarmónicos… especialmente desde que estuvo aquí el pobre Händel, que en paz esté… ¡era un gran músico…! Pero éste es bueno también… ¡Claro…! No como su padre, el viejo Johann Sebastian, que Dios tenga en la gloria…

LOCUTOR: ¡Ah…! ¿Es su hijo?

WOLSEN: Su hijo. Aquí está hace tiempo… Londres es ciudad muy culta, amigo mío… Pero… ¿usted no tiene idea de lo que es el Londres ilustrado de hoy…? ¡Ay, hijo mío…! Usted debe ser un escocés recién llegado a la corte… No tengo más remedio que servirle de cicerone. Vamos… Póngase un tricornio y vamos a tomar un cab. Le haré hacer una visita interesante… Vamos…

Cesa la cortina musical. Pasos. Puerta que se abre. Pasos. Puerta que se cierra. Trote de caballo que se acerca.

WOLSEN: ¡Eh…! ¡Eh… Cab…!

El caballo se acerca y se detiene. Portezuela.

WOLSEN: Cochero… Andando… ¡A casa del Doctor Samuel Johnson…!

Trote de caballo sobre empedrado. Luego cortina musical. Publicidad. Continúa el trote de caballo. Se detiene.

WOLSEN: Aquí es… Bajemos…

Portezuela.

WOLSEN: Entremos por aquí, amigo… Mire… Pongámonos detrás de esta cortina… ¡Caramba! ¡Qué lástima! Nos ha visto un criado…

CRIADO: ¡Milord…!

WOLSEN: Oh, no digáis nada… Hoy no he de entrar al comedor… Queremos ver la reunión del Club Literario desde fuera. Este amigo mío no sabe nada del siglo en que vive… Amigo locutor, hágame el favor de no olvidarse de que vive en el siglo XVIII… ¡Mírese el tricornio y la casaca de vez en cuando! Pues como decía, este amigo mío acaba de llegar a Londres y tenía curiosidad por ver una reunión de la tertulia del Doctor Johnson… De modo que nos quedaremos detrás de esta cortina…

CRIADO: Como gustéis, Milord…

WOLSEN: Pues idos en paz… (Al locutor.) Mire… Ahí tiene usted el comedor del Doctor Samuel Johnson, la más grande figura literaria del Londres de estos tiempos… Esos son sus contertulios habituales, que discuten de literatura y de arte mientras beben el excelente oporto que les sirve el anfitrión…

LOCUTOR: No conozco a nadie…

WOLSEN: Claro. Si es la primera vez que viene usted al siglo XVIII… Pero yo se los presentaré a todos… Son amigos míos… Mire… ¿Ve usted ese anciano como de sesenta años que está sentado en la cabecera? Ese es el Doctor Johnson en persona… El que está a su espalda, es su joven amigo James Boswell, que a veces le sirve de secretario…

LOCUTOR: Pero… creo que está escribiendo la biografía del Doctor Johnson…

WOLSEN: ¿Cómo lo sabe usted…?

LOCUTOR: No sé… Acaba de ocurrírseme…

WOLSEN: (Airado.) Eso lo ha sabido usted mucho después… y por casualidad. Hágame el favor de no moverse del sitio que le he fijado en el calendario.

LOCUTOR: Oh… disculpe usted Profesor Wolsen…

WOLSEN: No es nada. Sigamos… el que comparte la cabecera de la mesa con el Doctor Johnson es un hombre ilustre. Se llama Sir Joshua Reynolds, es pintor, y su fama es tanta que todas las personas distinguidas de Londres –damas y caballeros– aspiran a posar ante él para lucir luego el cuadro encima de la chimenea.

LOCUTOR: ¡Oh…! ¡Sir Joshua Reynolds y el Doctor Johnson…! Es admirable… Pero, dígame, Profesor Wolsen… ¿quién es ese curioso personaje que está al lado de Sir Joshua Reynolds, con una cara tan divertida…?

WOLSEN: Ese es el hombre, más popular de Londres… y sólo un forastero ignorante como usted puede ignorarlo… ¿Usted no suele pasear por Lombard Street?

LOCUTOR: A veces…

WOLSEN: Pues, sobre todo, si hace el paseo desde Picadilly hasta el teatro de Drury Lane, no será difícil que lo vea… y lo descubrirá porque todo el mundo se fija en él y lo saluda… Es un actor… Se llama David Garrick.

LOCUTOR: ¡Ah… y …! He oído hablar de él…

WOLSEN: Es raro… Pero en fin… Mire a los demás contertulios… Del otro lado de la mesa está sentado un político muy importante, Edmond Burke, cuya palabra es muy respetada en los Comunes; y a su lado está un novelista, que seguramente usted no conoce, que se llama Olivier Goldsmith.

LOCUTOR: Pero si es muy conocido… Yo he leído “El Vicario de Wakefield”

WOLSEN: Es casi una primicia, porque ha aparecido hace muy pocos años…

LOCUTOR: Pero a mí me gusta estar siempre al día…

WOLSEN: ¡Ejem…! Mejor no hablar de usted… Lo que podríamos hacer es corrernos hasta detrás de aquella puerta y tratar de oír lo que dicen…

LOCUTOR: Excelente idea… Siempre me ha gustado oír detrás de las puertas…

WOLSEN: Pero usted… En fin… sígame…

Comienza a oírse el murmullo de la conversación y ruido de vasos.

JOHNSON: (En segundo plano.) Decidme, señor Goldsmith, ¿qué hay de vuestra pieza? He leído “Un hombre de buen carácter”… Así se llama, ¿no es verdad?

GOLDSMITH: Exactamente así, Doctor Johnson…

JOHNSON: Pues la he leído, amigo mío, y me parece la mejor comedia que ha aparecido en este tiempo. Creedme, señor Garrick, que es muy superior a la de Hugh Kelly que habéis representado vos en Drury Lane.

GOLDSMITH: ¿Habéis observado, Doctor Johnson, la naturaleza de ese personaje que se llama ‘Croaker’…?

JOHNSON: Sí… y no me asombra…

GOLDSMITH: Ja…ja… Claro… Si es un personaje sacado de vuestro ‘Suspirius’ y modelado a imitación suya… Pero no os enojaréis porque os pida prestado ese modelo…

JOHNSON: De modo alguno… Shakespeare lo hizo más de una vez… Y a propósito, Garrick, ¿qué representáis esta noche?

GARRICK: Podréis venir a verme si queréis. Esta noche haré “Hamlet”.

JOHNSON: Prefiero no verlo… En mi opinión, Shakespeare no gana nada con la representación y prefiero leerlo…

LOCUTOR: ¡Qué curiosa opinión! Este viejo…

WOLSEN: Más respeto, amigo. El Doctor Johnson es la primera autoridad sobre Shakespeare de nuestro tiempo…

LOCUTOR: Pero nuestro tiempo…

WOLSEN: ¿Ya está aburrido del tricornio…?

LOCUTOR: La verdad es que con este calor…

WOLSEN: Bueno… Vuélvase…

Torbellino de viento que crece y decrece.

LOCUTOR: ¿Eh…? ¿Qué pasa…?

WOLSEN: Nada… Ya terminó la música de Johann Christian Bach…

LOCUTOR: Ah… ya recuerdo… Pero que no vuelva a repetirse. Por la noche no puede haber ensayos musicales. Ya sabe…

WOLSEN: Bueno… Espero que le haya interesado el ambiente del Doctor Johnson…

LOCUTOR: ¿Qué…? ¡Ah…! Es cierto… estuvimos de visita… ¡Sí…! ¡Curioso personaje… el Doctor Samuel Johnson…!


45. BACH Y VOLTAIRE EN SANS SOUCI

LOCUTOR: Acompáñeme ahora por aquí… Vamos a lo que el Profesor Wolsen llama “El gran teatro del mundo”. Guárdeme el secreto, pero yo creo que no está muy bien de la cabeza…

WOLSEN: (Abriendo la puerta.) ¿Cómo se atreve usted a insinuar que no estoy bien de la cabeza? Nunca la he tenido mejor que ahora…

LOCUTOR: Será porque la tiene cubierta con esa extraña peluca…

WOLSEN: Extraña para usted, que carece de imaginación. ¿Acaso no ha leído el programa de la audición…? Pasen de una vez… y descubrirán la razón de mi peluca del siglo XVIII… Pase… pasen y verán…

LOCUTOR: (Entran y cierran la puerta.) ¿Cómo hemos de ver, si estamos casi a oscuras…?

WOLSEN: Psss…

Cortina musical: Bach, flauta y clave (empieza con volumen bajo y luego sube).

WOLSEN: ¿Oyen…? Esas luces… ¿Divisan esas luces…? Esas luces son las del castillo de Sans Souci, residencia del Rey Federico II de Prusia…

LOCUTOR: ¿Cómo…?

WOLSEN: Psss… Aproximémonos sin hacer ruido… Por este sendero del jardín… ¿ven…? aquellas ventanas… aquellas… sí… son las del salón de música de Su Majestad… Quizá esté el viejo Bach allí… pero no… desde aquí veo bien… si me subo a este árbol… aguarden un instante… No… no está el viejo Bach… Pero es su música… música para flauta ejecutada por el propio Federico… ¿Oyen…?

Final del solo de flauta en primer plano. Aplausos.

CORTESANO: Vuestra ejecución ha sido extraordinaria, señor…

VARIAS VOCES: ¡Extraordinaria… sí… extraordinaria…!

Sigue un breve murmullo que se extingue.

CORTESANO: ¿Qué os ha parecido la ejecución de Su Majestad, señor de Voltaire?

VOLTAIRE: La única realmente perfecta ha sido la de Carlos I de Inglaterra. Pero esta no ha estado mal…

CORTESANO: Sois imposible, señor de Voltaire… Si me permitierais un consejo… os diría que a veces exageráis un poco… Precisamente no hace mucho me decía el señor de Maupertuis…

VOLTAIRE: ¿Se atrevía a hablaros de mí el señor de Maupertuis…?

CORTESANO: ¡Oh, no…! El señor de Maupertuis no hablaba de vos…

VOLTAIRE: Claro… Hablaba de él…

CORTESANO: Ciertamente, señor de Voltaire… Hablaba de él… y sobre todo de cómo era necesario tratar a Su Majestad cuando se requiere su ayuda.

VOLTAIRE: Reconozco que es perito en esa materia…

CORTESANO: Peritísimo… Sabéis que el señor de Maupertuis preside la Academia de Ciencias…

VOLTAIRE: ¿Cómo no saberlo, amigo mío…?

CORTESANO: Pues bien, el señor de Maupertuis, que además hizo una arriesgadísima expedición a Laponia para comprobar si era exacta la hipótesis de que la tierra estaba achatada en los polos…

VOLTAIRE: Y desde entonces habla de los polos como si los hubiera achatado él…

CORTESANO: Oh, señor de Voltaire… Comienzo a creer que tenéis celos del señor de Maupertuis…

VOLTAIRE: Ciertamente… Unos celos horribles… Imaginaos que lo conocí en una entrevista con el Rey Federico en Cleve… creo que en el 74. Maupertuis habló de astronomía y yo me burlaba. Pero el Rey se prendó de él. Me parecía estar asistiendo al Juicio Final, en que Dios separa a los elegidos de los condenados. El dios Federico le dijo a él: ‘¡Te sentarás a mi diestra…!’ Y luego a mí: ‘¡Tú, condenado, retírate a Holanda…!’

CORTESANO: Desde entonces os estáis poniendo ateo…

VOLTAIRE: Y vos, amigo mío, os estáis poniendo volteriano…

CORTESANO: ¡Oh, no…! Os diré la verdad… El señor de Maupertuis es sin duda un extraordinario sabio. Además… ha estado en Laponia, ¿os imagináis…? ¡En Laponia! Yo me mareo cuando paso de Berlín… Pero a pesar de todo… ¿Qué queréis que os diga…? ¡Me es simpático el señor de Maupertuis…!

VOLTAIRE: ¡Así es la naturaleza humana…! Contra todas las apariencias, vos también sois un hombre inteligente…

CORTESANO: ¡Oh, vuestras lisonjas…!

VOLTAIRE: No son exageradas, sin embargo…

CORTESANO: Pues bien… Hay algo en el señor de Maupertuis que…

VOLTAIRE: Es su cara… Tiene la cara más agria que he visto en mi vida…

CORTESANO: ¡Oh, no…! No quería decir eso…

VOLTAIRE: Sí, queríais decir eso… ¿Acaso sabéis algo de lo demás…?

CORTESANO: ¡Oh, señor de Voltaire…!

Cortina musical: Bach, flauta y clave.

WOLSEN: (En primer plano.) Psss… Nadie interrumpa… El señor de Voltaire se ha retirado a sus habitaciones privadas en el palacio de Sans Souci, en Postdam, para trabajar en un interminable libro que traía empezado cuando llegó de Francia… Si quieren seguirme y usar mi telescopio histórico –un invento del que me enorgullezco– podremos tener la primicia absoluta de una página de esta obra fundamental titulada “El siglo de Luis XIV”, mientras nace de la pluma de Voltaire… Pero… Será que no enfoco bien… No… ¡Ah…! ¡Claro…! Ha dicho que se encerraba para trabajar en su libro… y se ha puesto a escribir una carta… ¡Tiene una verdadera manía por la correspondencia! Bueno… ¿Les interesa ver qué escribe? Les leeré…

CORTESANO: Oh, Profesor Wolsen, ¿podríais permitirme que leyera yo? ¡Tengo una terrible curiosidad por leer alguna de las cartas del señor de Voltaire…!

WOLSEN: Pero… ¿qué hace usted aquí? ¿No era usted un cortesano prusiano de la corte de Federico? ¡Usted no puede estar en este estudio radiofónico…!

CORTESANO: Oh, Profesor Wolsen, me intrigáis… ¿Dónde decís que estoy?

WOLSEN: En un estudio radiofónico… Usted no es nada más que un personaje…

CORTESANO: Oh, no entiendo lo que pasa… yo creía… Pero, en fin… yo solamente quería asomarme a esa claraboya para leer la carta que está escribiendo el señor de Voltaire…

WOLSEN: ¿Cómo se atreve usted a llamar claraboya al lente de mi telescopio histórico?

CORTESANO: Excusadme, señor… Sabéis tanto más que yo que me confundís… Pero, en fin… ¿me dejáis o no que lea la carta?

WOLSEN: Bueno, creo que a ustedes no les molestará…

LOCUTOR: De ninguna manera; seguramente la leerá con una entonación más apropiada…

WOLSEN: Entonces, lea de una vez y vuélvase a su siglo.

CORTESANO: Os agradezco de corazón vuestra deferencia. Será una noticia divertidísima que alegrará los ocios de la Marquesa de Saxe, y además…

WOLSEN: ¡Basta ya, amigo mío! ¡Lea de una vez…!

CORTESANO: Bien… La carta está dirigida al Marqués de Thibouville… Oíd: “Encontrar todos los encantos de la sociedad en un rey que ha ganado cinco batallas; estar en medio de los tambores, y oír la lira de Apolo; gozar de una conversación deliciosa a 400 leguas de París; pasar los días mitad entre fiestas, mitad entre los encantos  de una vida dulce y ocupada, tan pronto con el Rey Federico, tan pronto con Maupertuis: todo esto distrae de cualquier tragedia.”

Pero… ¿os dais cuenta de lo que dice? Según esto, le agradaría conversar con Maupertuis…

WOLSEN: ¿Qué le extraña? Todos ustedes eran contradictorios en el siglo XVIII…

CORTESANO: Oh, pero el señor de Voltaire, que parecía tan firme en sus opiniones… Sospecho que quizá ni siquiera le agradara la música de Bach ejecutada en flauta por Su Majestad…

LOCUTOR: Profesor Wolsen, lo lamento, pero tengo que irme…

WOLSEN: ¿Ahora que empieza a tocar otra vez Federico?

Cortina musical: Bach, flauta y clave.


47. EL JOVEN GOETHE ENAMORADO

LOCUTOR: ¿Cómo está su ánimo? Podríamos curiosear “El gran teatro del mundo”, como le llama el Profesor Wolsen a su estudio… Ya sabe usted que tiene la manía de la historia, y se ha comprometido con nosotros para evocar las grandes figuras del pasado… Ahí está instalado con toda clase de trastos viejos… Tiene ropas de todas las épocas, armas, jarrones, muebles… es un verdadero bric-a-brac… Pero cuando decide presentar un personaje se rodea de todo lo que puede darle ambiente de época y así se inspira… Yo creo que está un poco… Venga…

Pasos. Golpes de nudillo en una puerta. Puerta que se abre.

LOCUTOR: ¿Se puede, Profesor Wolsen…?

WOLSEN: Adelante…

LOCUTOR: Lo veo muy tranquilo, sentado y fumando su pipa… ¿No hay nada hoy?

WOLSEN: Nada. Hoy es un día muerto. No pasa nada…

Se oye un pistoletazo en segundo plano.

LOCUTOR: ¡Cómo…! ¿Y eso, qué es?

WOLSEN: ¿Ha oído usted…? ¡Parece un pistoletazo…!

LOCUTOR: Quizá haya sido un fusible…

WOLSEN: Disparate…

LOCUTOR: Sin embargo, no es el estampido de un revólver…

WOLSEN: ¡Claro! Es una pistola… Una pistola del siglo XVIII… ¿Ve? Como aquella…

LOCUTOR: Pero, ¿quién puede haber disparado una pistola del siglo XVIII?

WOLSEN: Bueno… Supongo que un hombre del siglo XVIII…

LOCUTOR: Pero como usted decía que no pasaba nada…

WOLSEN: Efectivamente… Yo estaba tratando de traer aquí a cierto personaje, pero algo ha salido mal y me he equivocado…

LOCUTOR: ¿Y a quien quería usted traer hoy?

WOLSEN: A Wolfgang Goethe…

LOCUTOR: Pero, si no me equivoco, Goethe no se suicidó… No puedo explicarme… Su experimento…

WOLSEN: Mi experimento ha empezado a resultar bien. Sólo que yo me equivoqué en un pequeño detalle… Me parece que…

Cortina musical: ‘Che farò senza Euridice’ de ‘Orfeo’ de Gluck en primer plano un minuto; luego pasa a segundo plano durante el diálogo.

LOCUTOR: Esa música… ¿Es Gluck?

WOLSEN: Claro… Ya entiendo lo que me ha ocurrido… Le voy a explicar. Goethe estaba enamorado. Mire… Ahí está hablando con su amigo Merk. Oiga…

GOETHE: No, seguramente no la conocéis, mi querido Merk. Pero además os prohibo que digáis una palabra de todo esto a nadie, absolutamente a nadie… Y sobre todo os lo prohibo a vos, Merk, que no vaciláis en burlaros de todo.

MERK: ¡Hasta del amor, joven enamorado…!

GOETHE: Sí, hasta del amor… como Mefistófeles…. Cuando pienso en él, su imagen se confunde con la vuestra…

MERK: Exageráis, Wolfgang, no podría reírme de vuestra desgracia…

GOETHE: No imagináis hasta qué punto es profunda… Lothe no será nunca mía… Cuando la conocí estaba ya prometida a Kestner, y ella esperaba casarse y ser feliz. Pero es tan adorable que no me sustraigo a su compañía, y sigo disfrutando con ella del rocío matinal, del canto de la alondra… Así quisiera seguir… hoy… mañana… siempre…

MERK: Oíd la delicada música de Gluck… ¿Qué haré sin Eurídice…?

GOETHE: Esa es mi cuita, amigo mío… ¿Qué haré yo sin Lothe…?

Cortina musical: Vuelve ‘Che farò’ a primer plano, y luego baja el volumen.

LOCUTOR: (En primer plano.) Claro… Y usted supuso que Goethe se suicidaría…

WOLSEN: Bueno, es que la idea pasó por su mente… Pero no era hombre de suicidarse… tenía demasiados proyectos… Le interesaba más la experiencia del amor que cada una de sus amantes… ¿Sabe usted qué hizo?

LOCUTOR: Yo, Profesor Wolsen, no he estudiado tanto como usted… La verdad es que no me acuerdo…

WOLSEN: Si hubiera leído una buena biografía de Goethe, como la de Marcel Brion, lo sabría… Lo que hizo fue muy simple: irse de Wetzlar, donde la había conocido, y radicarse en Francfort para comenzar a trabajar como abogado…

LOCUTOR: Es una solución aconsejable en esos casos… Yo habría hecho lo mismo.

WOLSEN: ¡Cállese la boca! ¿No se da usted cuenta de que usted no existe? Ahora los únicos que existen son… ¡Ah…!  (Sorpresa.) ¡Claro…! ¿Cómo no me he dado cuenta antes? ¡Ya está el secreto del pistoletazo! Fíjese… Goethe se aleja de Wetzlar para no ver más a su amada Lothe. Pero se queda en Wetzlar su amigo Carlos Guillermo Jerusalem, a quien le ocurría exactamente lo mismo que a él. Estaba enamorado de una mujer que no podría ser suya. Pero su reacción ha sido muy distinta. Mire: Goethe acaba de recibir una carta y se la muestra a su amigo Merk… Oiga…

GOETHE: No podríais imaginaros la noticia que acabo de recibir…

MERK: ¿De quién es esa carta?

GOETHE: De Kestner, mi amigo de Wetzlar…  ¿Os acordáis de él?

MERK: Ciertamente… ¿Le ha ocurrido algo a Carlota?

GOETHE: No… Pero me cuenta que Jerusalem se…

Se oye otra vez el pistoletazo.

GOETHE: …se ha suicidado.

MERK: Pero, ¿cómo ha sido eso…?

GOETHE: La carta trae una narración detallada de los hechos. Jerusalem estaba agobiado por el dolor; vos sabéis… estaba enamorado, como yo, de una mujer inalcanzable; pero su amor era mucho más vehemente, y su humor más sombrío…

MERK: ¡Pobre Jerusalem! ¡Era un filósofo de valor!

GOETHE: Era un hombre que sufría… Cuando tuvo la certeza de que no podría dominar sus sentimientos, decidió poner fin a su vida. Kestner recibió de él una esquela brevísima en la que pedía prestadas sus pistolas ‘para un viaje que tengo resuelto hacer’. Ese viaje, amigo mío, era el último.

MERK: Un viaje sin retorno…

GOETHE: Una noche, después de cenar, mandó al criado que preparara su equipaje. Él revisó y reunió muchos papeles, y pagó algunas deudas. Luego, durante la noche, escribió muchas cartas, y entre ellas, una, muy larga, a su amada…

VOZ: (Lejana, apagada.) ¡Ya están cargadas…! ¡Las doce! ¡Ea, pues! ¡Carlota…! ¡Carlota…! ¡Adiós…!

Un pistoletazo.

LOCUTOR: Claro… Ese era el pistoletazo que usted había oído…

WOLSEN: ¡Cállese! Déjelo hablar a Goethe…

GOETHE: Por la mañana, a las seis, entró el criado con una luz, y halló a su amo en el suelo, en medio de un charco de sangre. A su lado estaba la pistola. Lo condujeron a su lecho, y al mediodía expiró…

Cortina musical: ‘Che farò’.

LOCUTOR: Muy dramático, Profesor Wolsen, muy dramático…

WOLSEN: Muy romántico, amigo, muy romántico, debería decir… Esta es la tragedia romántica en toda su pureza, bajo su primitiva fisonomía… ¿Sabe usted qué hizo después Goethe…?

LOCUTOR: No…

WOLSEN: Pues, mire… Goethe mismo se lo está refiriendo ahora a Merk…

GOETHE: Sí, he pasado este tiempo escribiendo… por eso no me habéis visto…

MERK: Y… ¿qué escribíais?

GOETHE: Ved… esta ha sido mi obra de estos días. Se llama… “Las cuitas de Werther”.

MERK: ¿”Las cuitas de Werther”? No sabía que tuvierais entre manos tal libro…

GOETHE: No lo tenía proyectado hace tres meses… Ha nacido, así, en un rapto… Pero vos conocéis los personajes, la intriga y el desenlace. Werther, amigo mío, no es otro que el desgraciado Jerusalem.

MERK: ¿El suicida? Ah… Es una improvisación sobre la realidad…

GOETHE: Sí… Yo le he agregado mis propios sentimientos… He compuesto esta obra casi a pesar mío, como un sonámbulo, evadiéndome de los elementos huracanados en que estaba sumido, unas veces por mi propia falta y otras veces por la de los demás. Luego, como después de una confesión total, me he sentido libre, alegre, y digno de comenzar una vida nueva. He aligerado el ánimo convirtiendo en poesía la realidad.

WOLSEN: Ahí lo tiene, en 1774. Goethe tenía entonces 25 años. Desde ese momento contaba con una obra famosa en su haber.

LOCUTOR: ¿Tuvo éxito?

WOLSEN: Inmenso. La gente lloró como lloraban sus personajes: a conciencia y en cantidad. Era el Romanticismo que se anunciaba. Goethe había acertado.

LOCUTOR: ¡Era un genio!

WOLSEN: No sé, pero acertaba siempre. Lo invito otro día a que venga a ver cómo se le ocurrió el “Hermann y Dorothea”; o el “Wilhelm Meister”; o si prefiere, el “Fausto”.

LOCUTOR: Encantado… El caso comienza a interesarme: ¿Cómo se le habrá ocurrido a Goethe…?


48. NAPOLEÓN, EL DIOS DE LAS BATALLAS

LOCUTOR: Bien… ¿Qué le parece…?

VOZ: (En segundo plano; luego acercándose.) ¡Locutor! ¡Locutor!

LOCUTOR: ¡Eh…! ¿Qué pasa…?

VOZ: Se volvió loco… Hay que llamar a la policía…

LOCUTOR: ¿Cómo, que se volvió loco…? ¿Quién, se volvió loco?

VOZ: Él… Está allí, en su estudio…

LOCUTOR: Pero, ¿quién es ‘él’?

VOZ: El Profesor Wolsen…

LOCUTOR: ¡Ah…! Acabáramos… Pero no ‘se ha vuelto’ loco… Yo siempre he creído que lo estaba hace tiempo…

VOZ: Ah, no… Pero ahora es distinto. Se pasea por su estudio de un lado a otro como un león en su jaula. Y se ha puesto una mano dentro del saco… ¿No ve? Es terrible… Y se ha puesto un tricornio… ¿No se da cuenta de que se cree Napoleón?

Cortina musical: ‘Heroica’.

LOCUTOR: ¡Napoleón! No, amigo… Esta vez se ha equivocado… No está loco. El Profesor Wolsen está trabajando a su modo… Algo sabía de que estaba preocupado con el tema de Napoleón. Ayer vi sobre su mesa el libro de Hilaire Belloc sobre Napoleón… Venga… Vamos a ver qué hace…

Pasos. Golpes de nudillos en puerta.

LOCUTOR: ¡Profesor Wolsen! (Pausa.) ¡Profesor Wolsen! No contesta… ¡Ah…! (Gritando.) ¡’Sire’…!

WOLSEN: (Desde dentro.) ¡Entrad!

Cortina breve: ‘Heroica’. Primer plano de murmullos en aire libre.

WOLSEN: (En primer plano, con voz marcial.) ¡Soldados! ¡Desde estas pirámides, cuarenta siglos os contemplan…!

Cortina musical: ‘Heroica’.

WOLSEN: Ved… Un grano de arena contuvo mi suerte. Una vez tomado San Juan de Acre, el ejército francés hubiera volado a Damasco y a Alepo; en un abrir y cerrar de ojos hubiera estado en el Éufrates. Seis mil drusos cristianos se le hubieran unido… y, ¿quién puede calcular lo que de aquello hubiera resultado? ¡Me hubiera sido posible llegar a Constantinopla… a la India…! ¡Habría cambiado la faz del mundo!

Cortina musical: ‘Heroica’.

WOLSEN: Eso es la Sinfonía Heroica, ¿no?

LOCUTOR: Exactamente, Profesor Wolsen… Beethoven la quiso componer en honor de Napoleón Bonaparte.

WOLSEN: Pero Napoleón Bonaparte se hizo, a sus ojos, indigno de ella… Estaba obsesionado por la conquista… La unificación de Europa, acaso del mundo, en un imperio como el de Alejandro… Y se olvidó de que toda Europa veía en él al portaestandarte de la libertad…

LOCUTOR: Habrá parecido un tránsfuga…

WOLSEN: El más amado y el más odiado… (Voz progresivamente agitada.) Los enemigos lo acechan por todas partes… Las conspiraciones se anudan minuto a minuto… La policía… ¡Oh…! La policía está en acecho de día y de noche para descubrir las… Vea… ¡Ese…! Ese es el que dirige la policía… ¡Se llama Fouché…!

Cortina musical: ‘Heroica’.

FOUCHÉ: (Voz pausada y sibilina.) El aire está lleno de puñales…

Cortina musical brevísima.

VOZ: ¿Qué decís, señor Fouché?

FOUCHÉ: Eso os digo, amigo… Id y decidle en mi nombre al Cónsul Bonaparte que el aire está lleno de puñales…

Cortina musical brevísima.

VOZ: El aire está lleno de puñales…

NAPOLEÓN: ¿Todos dirigidos contra mí…? Bien…

Pasos.

NAPOLEÓN: Decidme… ¿Estáis seguro de que esa es la opinión de Fouché?

VOZ: Él me ha ordenado que os lo diga…

NAPOLEÓN: Bien…

Pasos.

NAPOLEÓN: El lince conoce los reductos de sus víctimas… Llamad a Réal…

Pausa. Se oyen pasos.

RÉAL: (Entrando.) Señor…

NAPOLEÓN: ¿Tan pronto?

RÉAL: Estaba en antesalas esperando para hablaros…

NAPOLEÓN: Réal… Por vuestras funciones estáis obligado a saber más que nadie sobre lo que se trama contra mí… ¿Tenéis noticia de que haya algo nuevo? Alguien que tiene buena vista me ha hecho decir que el aire está lleno de puñales…

RÉAL: Señor, estaba en la antesala, precisamente, esperando veros para comunicaros algunas noticias. Hemos realizado algunas detenciones, y las personas que tenemos en nuestro poder nos han proporcionado algunos informes sumamente importantes…

NAPOLEÓN: (Impaciente.) ¡Hablad…! ¿Qué pasa?

RÉAL: Creo estar seguro de que hay una conspiración contra vos, que se ha organizado en Inglaterra.

NAPOLEÓN: ¿Sabéis algo acerca de quiénes son sus agentes en Francia?

RÉAL: Sospecho que el principal es Cadoudal…

NAPOLEÓN: ¿Quién más?

RÉAL: Sospecho que el General Pichegru…

NAPOLEÓN: (Cada vez más cortante.) ¿Quién más?

RÉAL: Quizá Moreau…

NAPOLEÓN: ¿Quién más? ¡Acabad!

RÉAL: Un personaje enigmático que no puedo identificar bien…

NAPOLEÓN: ¡Pues deberíais identificarlo! ¡Para eso os pago! ¿De qué clase?

RÉAL: Quizá un príncipe Borbón…

NAPOLEÓN: Sospecháis de alguno en particular, creo…

RÉAL: El Duque de Enghien, tal vez…

NAPOLEÓN: (Con desaliento.) ¡Está bien…! Jacobinos, ingleses, generales, realistas… (Violento.) Réal: ¡ordenad inmediatamente la detención de Moreau!

RÉAL: Muy bien, señor.

NAPOLEÓN: ¡Aguardad! Luego, haced prender a Pichegru. (Pausa.) Y a Cadoudal… Y en cuanto a Enghien…

Cortina musical: ‘Heroica’, Marcha fúnebre.

WOLSEN: ¡Pobre Duque de Enghien…! Cree estar a salvo de las amenazas de Napoleón, y no ha contado con que el Cónsul es capaz de todo. Vea…

Cortina musical: ‘Heroica’, Marcha fúnebre.

COULAINCOURT: Señor, vuestras órdenes están cumplidas.

NAPOLEÓN: ¡Bravo, Coulaincourt! Ya sabía que podía confiar en vos. ¿Cómo han ocurrido las cosas?

COULAINCOURT: Señor, simplemente como vos ordenasteis. Formé la tropa, salimos en marcha forzada hacia Ettenheim… entramos en territorio de Baden… tomamos posiciones… buscamos al Duque de Enghien… lo hallamos… y lo trajimos prisionero a París… ¡Creo que en Baden no se han dado cuenta todavía de lo que ha ocurrido!

NAPOLEÓN: ¡Bien, Coulaincourt! Por vuestra cuenta corre el final de este episodio. Comunicad a Murat que nombre una comisión militar para juzgar a Enghien… ¡esta misma noche! Que Hulin la presida. ¡La condena debe ser capital! ¿Entendéis bien? Y que todo termine esta misma noche.

Cortina musical: ‘Heroica’, Marcha fúnebre.

WOLSEN: ¡Pobre Enghien…! Seguramente no tenía nada que ver en el complot Cadoudal… Pero Bonaparte ya no es dueño de sus destinos… Tiene que llegar hasta el fin… y la obsecuencia de los demás lo empuja… lo empuja… Vea… ¿Qué hora es?

LOCUTOR: Las diez y media…

WOLSEN: No… Es de mañana todavía… La mañana del 18 de mayo de 1804… Si no, no estaría reunido el Senado… ¿Lo ve?

Ráfaga musical y murmullo en primer plano.

PRESIDENTE: (Leyendo.) “…por lo cual, el 28 de Floreal del año XII de la República, el Senado, Resuelve:

1º El gobierno de la República queda confiado a un emperador, que tomará el título de Emperador de los Franceses.”

Aplausos, gritos.

“2º Napoleón Bonaparte, actualmente Primer Cónsul vitalicio, es Emperador de los Franceses.”

Aplausos, gritos.

“3º Declárase hereditaria la dignidad imperial.”

Aplausos, gritos.

SENADOR: Señor Presidente… Propongo que el Senado en masa se traslade a Saint Cloud para comunicar la resolución al Emperador.

Aplausos, gritos.

VOZ: ¡Y que se confíe al Segundo Cónsul Cambacérès la misión de saludarlo como tal en nombre del Senado…!

Aplausos, gritos. Cortina musical: ‘Heroica’ y en primer plano, murmullos.

CAMBACÉRÈS: ¡Saludo en nombre del Senado de la República a Vuestra Majestad Imperial!

Cortina musical: ‘Heroica’.

WOLSEN: Luego empezó la serie incomparable de los triunfos…

Fondo de ‘La Marsellesa’ y cañonazos, creciendo y decreciendo.

WOLSEN: (En primer plano.) ¡Ulm! ¡Austerlitz! ¡Jena! ¡Eylau! ¡Friedland!

Cesa la cortina.

LOCUTOR: ¡Era el dios de las batallas…!

WOLSEN: Sí, la suerte le acompañó… y él acompañó a la suerte con su genio. Soñaba cada vez que sería la última batalla… Y luego… el imperio de Europa… La paz universal… La justicia… El orden…

LOCUTOR: Pero una batalla fue, por fin, la última…

WOLSEN: Sí, Waterloo, en la que se hundió todo su sueño… Sólo pudo volver a soñar en Santa Elena… solo, triste, enfermo… En una isla perdida, un hombre a quien no le bastaba un continente…

LOCUTOR: La pequeña isla del gran Napoleón…

Cortina musical: ‘Heroica’, Marcha fúnebre.


49. ALEMANIA, DE SIGFRIDO A BISMARCK

LOCUTOR: ¿Quiere que visitemos al Profesor Wolsen? Tengo curiosidad por ver a qué se dedica hoy, porque lo he visto revisar afanosamente su extraño guardarropa. ¿Y sabe usted lo que ha sacado? Un casco militar adornado con el águila imperial. Venga… A ver… ¡Profesor Wolsen! ¿Se puede?

WOLSEN: ¿Se puede qué?

LOCUTOR: Preguntaba si se puede pasar…

WOLSEN: ¡Ah! Si no hay más remedio… Pero ya estoy acostumbrado a que usted me importune cuando menos ganas tengo de recibirlo…

LOCUTOR: Por favor, Profesor Wolsen, no lo tome así… Por el contrario, usted debía ver en nuestras visitas nada más que un testimonio de la admiración que le tenemos y la curiosidad que despiertan en nosotros sus investigaciones…

WOLSEN: Usted me quiere hacer creer que tiene curiosidad por la historia… Pero no lo considero suficientemente inteligente… La historia es cosa para personas inteligentes…

LOCUTOR: Usted me ofende, Profesor Wolsen. Yo, en el colegio…

WOLSEN: Nunca supuse que usted hubiera ido a ningún colegio…

LOCUTOR: Pues se equivoca. En el colegio era un excelente alumno, y me distinguí mucho en historia. Por ejemplo, ese casco con el águila…

WOLSEN: ¡Psss…! No mencione el casco guerrero con el águila imperial… ¡Mírelo…! Hace un instante nada más, un instante, estaba colocado sobre esa mesa… y ahora…

Ráfaga del tema de ‘Sigfrido’ (quizá del ‘Idilio’).

WOLSEN: ¿Ve…? El casco está en la cabeza de un guerrero… un guerrero… ¿Sabe usted quién es?

LOCUTOR: No… Yo, no…

WOLSEN: Yo tampoco… Tiene facciones imprecisas y se funden en él varias fisonomías… Por momentos me parece Sigfrido, luchando contra los sajones, a veces Federico Barbarroja luchando contra los turcos… a veces Wallenstein y a veces el imponente Príncipe de Bismarck….

Ráfaga del tema de ‘Sigfrido’ (quizá del ‘Idilio’).

WOLSEN: Pero ahora… ¡Fíjese…! ¡El guerrero acaba de descender de su caballo! Esa… es la corte del rey Gunther, en Worms… Desde la ventana contempla el rey al forastero con asombro… ¡Oíd!

Ráfaga de ‘Sigfrido’.

“GUNTHER: ¿Quiénes serán, señores, estos magníficos guerreros de tan brillantes vestiduras, de enormes y relucientes escudos?

ORTWIN: No lo sabemos, rey. Mas si queréis reconocerlos llamad a Hagen, que conoce el país y los reinos extraños. Sin duda, rey, podrá decirnos quiénes son.

GUNTHER: Llamadle, sí… llamadle…

ORTWIN: ¡Hagen…! ¡Hagennn! ¡Hagennn!

HAGEN: ¿Señor?

GUNTHER: Hagen… vos conocéis el país y los reinos extraños… ¿Sabéis, acaso, quiénes son estos magníficos guerreros que acaban de descender de sus caballos delante del castillo? ¡Llevan brillantes vestiduras y enormes y relucientes escudos…!

HAGEN: ¡Oh…! Yo no he visto jamás a Sigfrido… pero estoy bien seguro, oh rey, de que ese héroe que avanza con tan noble talante, es él… Sigfrido… Sigfrido, que ha dado muerte a los nibelungos… a Shilbung y a Nibelung… Sigfrido, que ha cumplido las más maravillosas proezas, Sigfrido, que ahora es dueño del fabuloso tesoro de los Nibelungos.”

Ráfaga de ‘Sigfrido’.

LOCUTOR: Sí… Tiene un hermoso aspecto de héroe este Sigfrido… Me gustaría conocerlo…

WOLSEN: Y combatir con él…

LOCUTOR: Oh… no… Yo no tengo armas…

WOLSEN: Él tiene, en cambio, la poderosa espada llamada Balmung… Pero, al menos, puede usted oírlo. Fíjese… ahora… ¡Cómo!

La orquesta ataca la introducción del aria de ‘Sigfrido’.

WOLSEN: ¡Ah…! ¡Claro! Ahora comprendo… Sigfrido sube al escenario porque el traspunte lo ha llamado a escena… Lo vamos a oír… Las palabras y la música son de un compatriota suyo…

Aria de ‘Sigfrido’.

LOCUTOR: Es bonito… ¿De quién me dijo que eran las palabras y la música…?

WOLSEN: Dije que eran de un compatriota de Sigfrido… No lo conoció personalmente porque nació unos cuantos siglos después… pero le adivinaba el pensamiento… Es ése que está ahí… ¿Lo ve? Está en su casita de Triebschen, cerca de Lucerna, en compañía de Cósima…

LOCUTOR: Pero, ¿quién es, por favor?

WOLSEN: Ah, creí que lo conocía… Es Richard… Richard  Wagner… ¿No lo conoce?

LOCUTOR: Sí, de oídas… Creo que…

WOLSEN: ¡Cállese! Oiga lo que dice Cósima hablando de él…

Ráfaga de ‘Tristán’.

CÓSIMA: “Cuando contemplo nuestra pacífica existencia que, en vista del genio del maestro, puede ser llamada sublime, y siento al mismo tiempo que los sufrimientos que hemos padecido antes están grabados de manera indeleble en nuestras almas… me digo a mí misma que la mayor alegría en la tierra es la visión… ¡y que esa visión nos ha caído en suerte a nosotros, pobres criaturas…!”

WAGNER: “¡Oh, Cósima…! Mi música… Toda mi música ha sido para ti… Pero esta que vas a oír, esta que evoca el inmenso, el indomable, el gran amor de Sigfrido… esta es nada más que para ti…”

Idilio de ‘Sigfrido’.

WOLSEN: El idilio de Sigfrido… Idilio de un guerrero…

LOCUTOR: ¡También los guerreros aman…!

WOLSEN: Se está poniendo sentimental… Los guerreros aman cuando no tienen otra cosa que hacer… pero su tiempo lo ocupan en otras cosas. Mire… ¿No nota algo raro…?

LOCUTOR: Sí, el guerrero de antes no tenía casaca azul…

WOLSEN: Sí, creo que hemos cambiado… Éste tiene pantalones de montar y botas.

LOCUTOR: No lo conozco…

WOLSEN: Tendré que preguntarle a Hagen… ¡Hagen! ¡Hagen!

Ráfaga de ‘Sigfrido’.

HAGEN: ¿Qué queréis, oh rey?

WOLSEN: Disculpe… Yo no soy el Rey Gunther…

HAGEN: ¡Oooooh!

WOLSEN: ¡Pero, por favor, no se vaya…! Oí decir que usted conocía a todo el mundo y especialmente en Alemania… ¿Podría decirme quién es ese guerrero de casaca azul que está presidiendo esa reunión de Estado Mayor…?

HAGEN: ¡Oooooh! Ese guerrero… ese guerrero… es el Príncipe de Bismarck.

Ráfaga de ‘Sigfrido’.

WOLSEN: ¡Ah! Tonto de mí, que no miré mi calendario privado… ¿No ve que indica el año 1870? ¡Claro! Estamos en vísperas de grandes acontecimientos en Alemania… y en Francia. Prusia quiere la guerra, y Napoleón III ha ofrecido la ocasión. ¡Óigalo al viejo Bismarck!

Murmullo de conversaciones que cesan.

BISMARCK: Señores, mi decisión está tomada. Ante la actitud de Francia, el sentimiento del honor nacional nos obliga a la guerra. Estoy convencido, por otra parte, de que el vacío creado durante siglos por las diferencias entre el sur y el norte de Alemania sólo puede llenarse mediante una guerra nacional contra nuestro enemigo secular: Francia.

MOLTKE: Pero Francia no nos ha agredido, señor…

BISMARCK: No os preocupéis, Mariscal Moltke, porque va a agredirnos, en cuanto el Emperador Napoleón reciba este telegrama que Su Majestad me ha autorizado a enviarle. Vos conocéis el texto, Mariscal Moltke, pero leed su nueva redacción… para que lo conozcan los demás.

Susurro de lectura.

MOLTKE: Pero este, señor, no es el texto que recibisteis de Su Majestad…

BISMARCK: Leed, os digo. El telegrama ha sido ligeramente modificado, y se trasmitirá en estos términos. Mañana es 14 de julio. Quiero agitar un trapo rojo delante del toro galo.

MOLTKE: (Leyendo.) “Ems, 13 de julio de 1870. Después que el gobierno español comunicó al gobierno imperial francés la renuncia del príncipe heredero de Hohenzollern, el embajador francés en Ems ha presentado a Su Majestad el Rey de Prusia la demanda de que lo autorice a telegrafiar a París que Su Majestad el Rey se comprometía en lo futuro a negar su consentimiento en caso de que los Hohenzollern volviesen a presentar su candidatura. En vista de esto, Su Majestad el Rey de Prusia se ha negado a recibir nuevamente al embajador francés habiéndole hecho comunicar por su edecán de servicio que Su Majestad no tenía nada más que participar al embajador.”

¡…’Por el edecán de servicio’…! ¡Esto, señor, significa la guerra…!

BISMARCK: Exactamente, Mariscal Moltke. Ahora comienza vuestra parte.

Cañonazos. En primer plano, ‘Sigfrido’.

WOLSEN: Así empezó la primera de las grandes guerras modernas en el occidente de Europa. Alemania aspiraba a la hegemonía continental… a conquistar colonias… Una curiosa historia, la de Alemania… Fue la última nación que se constituyó en Europa a pesar de su historia milenaria, y cuando se constituyó descubrió que no había sitio para ella… Una curiosa historia, la de Alemania…

Cortina musical: ‘Sigfrido’.