Alejandro Korn. 1937

El 9 de octubre de 1937 se cumplió el primer aniversario de la muerte de Alejandro Korn. Si toda su vida había sido una lenta cristalización de su valor, una renovada floración de su espíritu, su muerte fué en su hora un violento llamado a las conciencias desapercibidas para que alcanzaran la magnitud de la pérdida. Se había extinguido con él acaso la más noble figura argentina de nuestro tiempo.

Las páginas de esta revista no podían dejar de recordar su nombre porque Alejandro Korn fué, ante todo, maestro. Tenía el don exquisito de la simpatía cordial y humana y su palabra era siempre enseñanza, tanto como su gesto o su conducta. Maestro en la cátedra universitaria y en el libro, su figura venerable y varonil señalaba la continuidad de su pensamiento y de su acción. Fué maestro hasta de sus enemigos, porque enseñó a practicar la altura y la generosidad en la lucha tanto como la magnanimidad en la victoria.

Su lucha fué también la de un educador. Quiso ver la universidad argentina encaminarse hacia los estudios humanísticos y organizarse con un sentido juvenil y viviente. Poco a poco, las generaciones jóvenes impusieron aspiraciones, y Alejandro Korn vivió lo bastante para ver cuajar, paso a paso, la flor y el fruto de su sabiduría. Los estudiantes vieron en él un camarada y los fariseos de la cultura un enemigo. Para unos y para otros tuvo su rectitud y su ecuanimidad una palabra justa, un estímulo cauto, una sanción severa. Sólo no sabía perdonar Alejandro Korn la falsedad y la bajeza.

Acaso lo que más caracterice su personalidad sea un equilibrio sabio y justo del maestro y el luchador con el hombre teórico. Su lucha y su enseñanza arrancaban de una vena abierta de meditación y de estudio y se nutrían en la más severa disciplina intelectual. Ni su enseñanza fué nunca fría ni su acción inmoderada o extemporánea; un riguroso criticismo lo llevaba a sopesar permanentemente su acción y su palabra, y una vocación profunda, incontenible, lo llevaba a elaborar cuanto sabía hasta descubrir su ignorancia. Filosofar era su ocupación más auténtica y en ella se refugiaba cuando la realidad le permitía una pausa de paz o cuando le interrogaba dramáticamente sobre su sentido. Porque su filosofía sabía el secreto –insistentemente vedado a los más—de guiar la conducta sin mancharse con la miseria cotidiana, seguramente porque no hubiera podido aprender ninguna otra. Entonces el filósofo que había en Korn hincaba su meditación en los problemas últimos y, sumergido en ellos, se lo veía dominar su duda o captar su respuesta, con aquel señorío de quien lucha con el titán como con un igual. Había en él un maestro, puesto que había un filósofo. Su posición ética aseguraba el primado de la libertad y enaltecía al hombre con sólo suponerlo capaz de desearla. La libertad no nos es dada: es menester ganarla en lucha titánica con la naturaleza, y su conquista, lenta y difícil, desliga poco a poco de la necesidad a que está apegado el hombre en tanto que ser biológico. Esta es la más alta norma moral, y el valor moral era para su filosofía el más alto valor. No lo era menos para su conducta y para su vida. La educación era para Korn una aceptación de valores. “La pedagogía –nos dice—fijará los valores preferido de hecho”. Pero deberá ante todo definirse frente a los valores morales y definir su humanidad por su respuesta a esta antinomia de la libertad o la necesidad. “No es la lucha por la existencia el principio eminente -dice Korn—sino la lucha por la libertad; a cada paso por ésta, se sacrifica aquélla. La libertad deviene. Del fondo de la conciencia emerge el yo como un torso, libre la frente, libres los brazos, resuelto a liberar el resto”.

Maestro magnífico, éste que era capaz de vivir con dignidad y además enseñar sobre el ejemplo vivo de su vida con la profundidad del sabio. Espíritu preclaro el suyo, su solo paso era ya suficiente para marcar la huella y quiso además subrayar su camino con su palabra. Ejemplo viviente, perdurará imborrable el recuerdo de aquel anciano venerable que supo decir, ya cubierta de canas la cabeza, INCIPIT VITA NOVA.