Cómo debería estructurarse la enseñanza universitaria. 1961

El planteo de la pregunta es un poco prematuro. No sé si ya podría pensarse en “estructurar” la enseñanza universitaria de manera que respondiera a las necesidades de una nueva orientación educacional. Quizá haya que pensar un poco antes de atreverse a institucionalizar ninguna nueva reforma, porque para acometerla conviene que haya opiniones claras y admitidas por vastos sectores para no provocar conflictos inútiles. Pero que hay que afrontar el problema; me parece evidente. En nuestras universidades – como en otras muchas del mundo, por lo demás – no estamos formando hombres aptos para el mundo en cambio que nos rodea. Los esquemas insanablemente caducos nos oprimen, y nuestros estudiantes no sólo no se capacitan sino que además se aburren porque se los invita a vivir según modelos envejecidos. Deberíamos formar hombres para dentro de treinta o cuarenta años, y nos contentamos con capacitarlos a la medida de las necesidades de 1914. Todo esto requiere que pensemos mucho sobre el problema y adoptemos un plan de acción claro para el porvenir.

Dentro de estos problemas, el de la llamada “formación integral” es uno de ellos. La educación debe ser integral, pero la universidad no ha podido salir de las modestas limitaciones que le impone su tradición profesional y técnica. Y si no acudimos con una renovación de fondo, el mal se agravará porque las necesidades de la técnica crecen, y se hace carne la idea de que hay que enseñar cada día más recetas, más procedimientos; de modo que el tiempo útil no bastará ni para la enseñanza puramente profesional. Si la necesidad de una “educación integral”, o sea, simplemente, de una “educación” logra hacerse carne en las mentes universitarias, habrá que aceptar el desafío de la realidad de nuestro tiempo y enfrentarse directamente con el problema de fondo, esto es, con una reforma sustancial de los estudios universitarios en la que el acento se desplace de los aspectos puramente técnicos hacia los fundamentalmente educacionales. Digamos dos palabras sobre esta cuestión.

En cuanto información, la “cultura general” debe comenzar a proporcionarla la enseñanza media, y acaso pueda continuarse en cursos preparatorios bien concebidos. Pero el problema de la cultura general es más vasto que el de la pura información. En un mundo en rápido cambio como el nuestro lo importante es que la “cultura general” se organice alrededor de un sistema de interpretación del cambio que no torne inútiles las nociones adquiridas al cabo de poco tiempo y que no deje abandonado al hombre al primer signo de inadecuación. La “cultura general” ha sido siempre un instrumento, de comprensión del mundo, esto es, la etapa más alta del proceso educacional. Pero sus contenidos tienen que adecuarse a estas singulares características de nuestro mundo. Comprender el presente es importante, pero prepararse para comprender el futuro casi imprevisible lo es mucho más.

En cuanto a “preparación técnica”, lo que pueden enseñar las universidades en un período de desarrollo científico y tecnológico como el que atravesamos no puede ser sino insignificante. La diversificación, la complejidad y la renovación de las técnicas hace evidente que no es posible enseñarlas adecuadamente en un ambiente escolar y en unos pocos años de estudio, si se abriga el ingenuo designio de enseñarlas todas. Hoy, más que nunca, la mejor preparación técnica es una buena formación científica fundamental que capacite al estudiante para aprender las técnicas que necesite en los lugares donde se elaboran y se utilizan.

Un esquemático resumen me llevaría a decir que una buena formación científica fundamental – en las ramas correspondientes a cada estudio – y una buena capacitación para entender el mundo en proceso de cambio – que es cosa de la historia y de las ciencias del hombre –, deberían ser las bases de una correcta formación universitaria. Por esa vía ingresaría el estudiante a la cultura viva, que no consiste en acumular nombres de poetas y de científicos o de artistas, sino en la percepción de la propia posibilidad de creación en el eslabón de cada tiempo.