P. ¿Cómo analiza él proceso por el que atraviesa la ciencia argentina?
R. El camino equivocado que se adopta en política científica parte de no distinguir convenientemente los campos. Si bien es cierto que hoy resulta muy difícil establecer límites entre la ciencia pura y la aplicada, es evidente que hay una preocupación obsesiva por la tecnología. Esto tiene posiblemente su explicación: la seducción de las conquistas tecnológicas es tan grande que hace olvidar a mucha gente las larguísimas investigaciones que las precedieron. Esto lo entienden hasta las empresas que dedican parte de los laboratorios a sus científicos, para que estudien lo que más les guste. La ciencia dirigida exclusivamente a la aplicación tecnológica se empobrece. En consecuencia, si esa política es justificable en una empresa, para un país es totalmente absurda. Es imprescindible distinguir campos: destacar la investigación en tecnología, pero no relegar otros como la física y la matemática, que no producen resultados tecnológicos inmediatos, o el de las ciencias del hombre que, aparentemente, nunca producen tecnología.
P. Cuál es la situación de las ciencias sociales?
R. El panorama actual es pobrísimo y, casi, entristecedor. Hay algunos responsables directos, pero no los voy a nombrar por razones de buena educación. Las carencias son fundamentales. Con respecto a las disciplinas de mi preferencia, Argentina tiene un tremendo déficit en la comprensión de su proceso histórico desde el año 80 [1880]. Esa ignorancia tiene repercusiones en el proceso político, social y económico. Los pretendidos conocedores no han ofrecido al país una imagen dinámica de su situación en el mundo. No sé si es importante a corto plazo, pero es extraordinariamente importante a largo plazo. Y en el nivel sociológico, la sociedad argentina es una sociedad sin estudiar. Las investigaciones sectoriales son muy pobres. Pero hay algo más grave: los supuestos que se utilizan para éstas son absolutamente inapropiados. Excepto la intuición de alguna gente, o las aproximaciones más o menos fundadas de algunos estudiosos, hay una ignorancia profunda de la realidad social del país.
P. ¿Piensa que eso se debe a un defecto de formación de los investigadores en ciencias sociales?
R. Pienso que sí. Por ejemplo, la adopción parcial de ciertas técnicas que entrañan algunos supuestos que no son aplicables a la sociedad argentina. Pero además, es innegable que interviene otro factor: el país es absolutamente insensible a la idea de que es importante conocer científicamente su estructura social. Hay evidentemente un terrible prejuicio ideológico: las clases sociales no marginadas tienen miedo a ese tipo de investigación; no la ven con simpatía. Hay una tendencia conformista a no enterarse de cuáles son las posibilidades de erupción de nuestra sociedad. Parece, entonces, que se trata de un estudio que sólo interesa a los amigos de las erupciones. No sé si esta vasta metáfora aclara lo que quiero decir. Pareciera que la sensación de estar viviendo el cambio no estimula mucho una posición científica para analizar las cosas desde afuera.
P. ¿Qué importancia tiene para el país el desarrollo de las ciencias sociales?
R. Quiero señalar antes que, si bien he hablado de historia y sociología, agrego argumentos similares para la antropología, psicología, etcétera. Como en el caso de las ciencias puras y aplicadas, aquí también hay que distinguir dos duraciones. Existe una importancia de larga duración que se puede defender con un argumento muy trillado: nadie sabe para qué sirvió Sócrates, pero el mundo sería otro si éste no hubiera existido. Lo mismo se puede decir de Kant, Descartes y tantos otros. Las ciencias del hombre se caracterizan porque operan en un nivel donde sus repercusiones son muy difusas, muy a largo plazo. Sin embargo, creo que es obvio que ningún país puede abandonar esto. No me extiendo más porque la argumentación resulta retórica y no está de moda en este momento. Empero, es importante destacar que el hombre necesita conocer su sociedad para modelarla. Nadie inventa una política para el futuro ex nihilo, es decir, de la nada. Lo que ha posibilitado el camino de toda trasformación es la imagen que se tiene de cómo ha sido el mundo. Nadie puede operar en la realidad si no la conoce. Tan importante como producir acero es que existan cabezas dirigentes capaces de comprender nuestra realidad social.
P. Usted cree que es necesario planificar la ciencia?
R. Yo creo que se debe planificar estrictamente la investigación tecnológica. Hay un orden de prioridades determinadas por la estructura del país, pero también fijadas por una idea de futuro. No habría que manejarse con la pura mecánica de la perpetuación de su estado actual. Creo que debe promoverse la investigación pura en todos los campos, incluidas las ciencias del hombre. Empero, señalo que promover no es exactamente planificar.
P. ¿Quiénes deben intervenir en la planificación de la ciencia?
R. La pregunta es bastante dramática. En época de cambios tan acelerados en el orden científico, muchos sabios suelen restringirse demasiado a su área. No están, entonces, en las mejores condiciones para enfrentar problemas que escapan a su marco. El científico puro no sirve para esto. Sin embargo, en el campo de la ciencia hay mucha gente que tiene esa vocación. Mi opinión personal es que los humanistas serían excelentes planificadores. El peligro de la planificación es la incapacidad del especialista para superar su cuadro. El ideal es un humanista capaz de tener una mentalidad como la de Leibnitz, matemático y filósofo experto en una especialidad pero capaz de sobrepasar sus límites.