Discípulos y camaradas de Claudio Sánchez Albornoz unen sus nombres en este volumen para ofrecer su homenaje al maestro que cumple setenta años de vida. Una existencia tan larga y tan intensa, tan consagrada y fiel a la primera vocación, tan fructífera, no podía dejar de convocar a su alrededor a quienes, en alguna etapa de su vida, se asomaron a ella en busca de enseñanza o consejo. Y hasta esta ciudad de Buenos Aires, tan lejana de su patria de origen y tan arraigada en su corazón, ha llegado desde muy diversos lugares el recuerdo cordial de muchos y muy nobles valores de la disciplina que Sánchez-Albornoz cultiva, suscitado por la halagüeña circunstancia.
Para la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, tal circunstancia es, quizá, más halagüeña que para nadie, porque tiene el privilegio de contar con su presencia en la cátedra de Historia de España y con su dirección en el Instituto de la misma especialidad. Sería largo —y ajeno al sentido que deben tener estas páginas— enunciar la obra que Sánchez-Albornoz ha cumplido y cumple en el campo de la enseñanza y en el de la investigación. Pero más allá de la simple enumeración de sus cursos y sus trabajos, acaso sea oportuno dejar constancia pública de lo que le debe la Universidad donde hoy profesa. Porque sería disminuir sus altos méritos suponer que acaban donde concluye su asidua labor de cada día.
Para nosotros —para sus discípulos y colegas de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires—, la presencia de Sánchez-Albornoz representa un grave compromiso. A su llegada, los estudios históricos americanos tenían en la casa un alto nivel, y en todos los centros en los que se cultivaba la historia americana gozaba de merecido prestigio la labor que cumplía el Instituto de Investigaciones Históricas al que tan fuerte empuje diera Emilio Ravignani. Densos y rigurosos trabajos de investigación, impecables ediciones críticas y una enseñanza severa y rica en contenidos, constituían el resultado de un sostenido esfuerzo y de una inteligente dedicación. Pero no ocurría lo mismo con los estudios históricos europeos. Pese a la vasta sabiduría de algunos maestros —y entre todos, de Clemente Ricci—, diversos obstáculos se opusieron a su desarrollo, especialmente la escasez de buenas colecciones de fuentes editas con las que pudiera intentarse una labor seria y original. Con mucho tesón, historiadores y filólogos lograron acumular material suficiente para los estudios clásicos; pero, en cambio, la ausencia de fuentes para la historia de Europa siguió siendo casi total y estos estudios languidecieron, limitándose a una información sin perspectivas. En esta coyuntura se incorporó Sánchez-Albornoz a los cuadros docentes de la facultad en 1942, y su entusiasmo y dedicación lograron sobrepasar los obstáculos que se oponían al desarrollo de los estudios medievales.
Puesto a la tarea de enseñar historia de España, Sánchez-Albornoz apeló a todos sus recursos para desplegar los ricos materiales microfilmados que poseía y obligar a sus primeros discípulos, desde el primer momento, a abandonar la tentación de limitarse a la lectura de manuales y monografías. Su inmenso y profundo conocimiento de los textos y su comunicativa simpatía hicieron el milagro. Al cabo de poco tiempo no sólo los alumnos frecuentaban sistemáticamente las fuentes medievales sino que se reconoció la necesidad de adquirir nuevas colecciones y la posibilidad de desarrollar las investigaciones de historia medieval europea en una Facultad tan alejada de Europa.
Este paso fue fundamental para el desarrollo de los estudios históricos. Provistos de una buena formación metodológica en el campo de los estudios clásicos, los alumnos encontraban luego la posibilidad de perfeccionarla y ampliarla al introducirse en la historia medieval española, de modo que, al cabo de poco tiempo, se sumó una nueva y fecunda posibilidad a la que había abierto el Instituto de Investigaciones Históricas. Pero, ciertamente, no fue una posibilidad más, sino una posibilidad distinta. Sánchez-Albornoz no sólo enseñó a estudiar con máximo rigor problemas antes poco frecuentados en la Argentina. Su formación intelectual, su contacto con los más altos centros de estudios europeos, la vasta perspectiva con que planteaba los problemas, todo lo que constituía su personalidad científica, se volcó a través de la enseñanza y sirvió para iluminar con nueva luz el campo de la investigación histórica. Sin desdeñar los problemas de la historia política, Sánchez-Albornoz estudió problemas sociales, institucionales y económicos desde un punto de vista renovado y prometedor, y enseñó a ver las posibilidades que escondían. Y al par que ahondaba la peculiaridad de los fenómenos españoles, delimitaba más anchas perspectivas e introducía a sus discípulos, desde lo español, en el vasto horizonte de la historia de Europa.
Quienes siguieron sus enseñanzas y se transformaron luego en asiduos trabajadores de su Instituto adquirieron, así, una preparación sólida y una visión amplia y profunda. Pero adquirieron algo más. La inmensa capacidad de trabajo, la ininterrumpida dedicación, el rigor para consigo mismo y para con los demás que caracterizan a Sánchez-Albornoz se convirtieron en un ejemplo tonificante y contagioso. Todos los dias y durante largas horas, sus colaboradores y sus ocasionales visitantes lo descubrían frente a sus textos, feliz frente al hallazgo insospechado, frente a la perseguida comprobación y aun también frente a la oscura duda. De ese modo, su actitud estableció un nivel científico, un modo de conducta, una actitud.
Sánchez-Albornoz avala su personalidad de investigador con su personalidad plena. Hay en él un vigoroso amor al saber, que no es solamente el amor a la erudición, sino el afán de encontrar respuestas a múltiples problemas que escapan y sobrepasan muy pronto ese área para alcanzar más vivos horizontes. Quien examine sus numerosos y densos trabajos de investigación, quien contemple la ímproba labor escondida en la publicación de los cuarenta volúmenes de los Cuadernos de Historia de España, quien tome en cuenta las sucesivas generaciones de discípulos que han pasado por su aula, acaso descubra, más allá de sus esfuerzos inquisitivos, la vibrante preocupación de Sánchez-Albornoz por las implicaciones que su imagen de España tiene. Y no sólo de España, porque este historiador reflexivo y preocupado no aparta sus ojos un instante del mundo donde lucha, y su imagen de España contiene todos los datos para una respuesta —muy personal y muy coherente— a los graves interrogantes del mundo de hoy.
Se puede discutir con Sánchez-Albornoz, porque no le falta, por fortuna, ese apasionamiento que hace de él un militante. Pero tanto en la coincidencia como en el disentimiento, el diálogo con Sánchez-Albornoz deja al interlocutor un saldo favorable. Es sabio y generoso, es profundo y alegre. Tiene la fuerza de la vida, el optimismo de la vida, el amor a la vida. Quizá por eso, tantos discípulos y colegas se reúnen hoy en este homenaje a un joven maestro de setenta años. Es poco en relación con lo que merece; pero contiene lo que él estima más. Lo recibirá sin duda con su sonrisa habitual, entre melancólica y burlona, porque querrá disipar la sombra de una emoción convencional. Pero su corazón estará muy alegre porque descubrirá en este homenaje que ha cosechado el fruto de su mucho saber, de su mucha generosidad y de su mucho amor.