‘Nuestra América difícil’, de Abel A. Latendorff. 1957

El libro con que el lector se va a enfrentar dentro de un momento no ha sido escrito para su solaz sino para su inquietud. Es este un libro militante, en el que el autor no oculta ni su parcialidad, ni sus sentimientos, ni sus opiniones. A veces es apasionado y a veces, violento. Por encima de la sordidez o de la grandeza de los hechos, el juicio moral y la apreciación política del autor vibran con una entonación tan clara como enérgica. Hay en ocasiones una franqueza casi brutal en las opiniones, pero la voluntad de veracidad y el sentimiento de la justicia que se esconde en las páginas del libro son tales que el lector no llegará a escandalizarse a causa de los juicios porque se habrá indignado a causa de los hechos. El lector podrá descubrir quizás errores o podrá disentir con las opiniones, pero tendrá la certidumbre de estar enfrentado con la obra de un cronista digno de la magnitud de los episodios que relata. Prepare, pues, su ánimo el lector para una experiencia singular: la percepción de una clara imagen de “nuestra América difícil” a través de un espíritu vigoroso y comprometido en la lucha en favor de los desheredados del mundo.

“Nuestra América difícil” ha comenzado a cobrar conciencia de su significación y su papel. América Latina es ya un problema, pero sus datos, sin embargo, no se conocen todavía suficientemente. No han faltado quienes generalizaran sobre sus males, pero no son muchos los que se hacen cargo de la magnitud y el carácter de esos males en su concreta realidad. Los imprecisos juicios enunciados sobre rasgos muy genéricos de la realidad latinoamericana sortean o disfrazan los aspectos inmediatos, los males que cada uno sufre en cada instante y en cada lugar; y así suele ocurrir que una vaga interpretación telúrica oscurezca las lacras que una correcta observación permitiría descubrir.

Si América Latina cobra conciencia de sí misma, la primera obligación de los latinoamericanos es ya enterarse de los pormenores de lo que pasa en cada uno de sus rincones. Nada pasa en América Latina, sino en cada uno de sus rincones. Los fenómenos son muy diversos en cada uno de los países, pero las interpretaciones generalizadoras nos han acostumbrado a pensar que son vagamente semejantes. Abundan las dictaduras, pero las hay de diversos caracteres y que responden a distintas situaciones económicas, sociales y políticas. Para alcanzar a comprender su alcance y vigor —y para combatirlas— nada importa tanto como acercarse a su típica peculiaridad. Y cosa semejante ocurre con todos los fenómenos que configuran las formas de la convivencia social.

Para el observador desprevenido —sobre todo si era europeo o norteamericano— la ferviente apelación de cada uno de los latinoamericanos requiriendo un mejor conocimiento de su propio país, exigiendo no ser confundido con su vecino, pudo parecer —y pareció efectivamente— una adolescente coquetería. Pero bastaba un rápido viaje a cualquier rincón latinoamericano para comprobar la dramaticidad de las situaciones humanas que predominan en él y su irreductible singularidad. Aquel que vivía las miserias y las grandezas de la creación en los precisos límites de su grupo social y de su terruño percibía con ira el injustificado desprecio que obraba en el espíritu de quien lo confundía con el que desenvolvía su existencia a centenares de kilómetros de él. Y oía con ira los juicios generalizadores que homologaban su propia situación a la de su vecino que, a corta distancia, se desenvolvía en condiciones diametralmente opuestas a las suyas.

Si América Latina cobra conciencia de sí misma, la primera obligación de los latinoamericanos es ya enterarse de lo que pasa en cada uno de sus rincones.

Para cumplir esa obligación este libro de Abel Alexis Latendorff constituye un auxiliar eficaz, casi podría decir indispensable. El lector que lo tiene ya en su mano ha elegido bien y ha acertado quien le aconsejó que lo leyera. Latendorff no es un desconocido. Aunque muy joven, su militancia socialista es ya larga, y en la lucha ha madurado precozmente. No es frecuente hallar hombres de su edad de tan agudo sentido político ni con tanta sagacidad para llegar al fondo del análisis de las situaciones sociales. Sus numerosos artículos relacionados con problemas latinoamericanos —algunos de ellos recogidos en volumen— prueban su antigua preocupación por el tema.

Latendorff ha viajado lo suficiente como para tener alguna idea concreta de varios países latinoamericanos. Ha sido exiliado político y ha conocido los grupos de exiliados que suspiran y conspiran en varias capitales latinoamericanas. Y él ha suspirado y conspirado con todos, lleno de fervor por la causa de la libertad, por la causa del socialismo, por la causa de América. El lector descubrirá que es un temperamento apasionado: no lo lamente, porque su pasión solo está al servicio de nobles causas, y sirven nobles causas tanto su error como su verdad. Pero no se equivoque suponiendo que su apasionamiento obnubila su clara visión. Latendorff es un espíritu estudioso y ha puesto su esfuerzo de muchos años en la tarea de indagar qué pasa en cada rincón de América Latina. Gracias a ese esfuerzo podemos hoy conocer lo universal y lo particular de esta historia que compromete nuestras vidas.

Viaje el lector por “nuestra América difícil”. Enriquezca su experiencia con la circunstanciada información que este libro le ofrece y medite luego sobre la conducta que cabe a un latinoamericano. A no dudarlo descubrirá que, cualquiera sea su vocación o sus preocupaciones, se acentúa cada día el deber moral de la militancia. Porque la América Latina es difícil precisamente por todo lo que aún queda por construir en ella, y sería imperdonable flaqueza sustraerse al nobilísimo deber de allegar fuerzas para la obra.