Entre los siglos VI y III antes de nuestra era, pueblos celtas ocupaban casi toda la Europa Occidental, entre el Tajo y el Dnieper, incluyendo el norte de Italia y Alemania hasta el Elba. Dos fuerzas poderosas presionaban sus flancos: desde el Sur, el poderío ascendente de los romanos y desde el Este, la fuerza expansiva de los germanos, originarios de Escandinavia.
Por la fuerza concurrente de estas presiones los celtas redujeron su territorio, manteniéndose en el centro de su vasto dominio; ya hacia el siglo III, los belgas –”entre todos los galos los más valientes”, dirá César– se ven obligados a trasponer el Rin y no pueden evitar que cruce con ellos el río un grupo de pueblos germánicos; por el Sur, hacia fines del mismo siglo y principios del siguiente, las campañas romanas trajeron como consecuencia la pérdida de la Galia Cisalpina y algún tiempo después de la que se llamó la Narbonense; las Galias serán ahora –con Inglaterra y algunas regiones hispánicas– el reducto y el hogar de los celtas.
Pero la presión sobre sus flancos debía continuar. Sobre la Galia céltica, fuertemente influida y caracterizada por los elementos raciales y culturales de este pueblo, se lanzaron nuevamente romanos y germanos; cimbrios y teutones aparecen en Galia al promediar el siglo II y aniquilan la resistencia celta; pero al trasponer su territorio encuentran las legiones romanas con quienes luchan con suerte diversa para ser, finalmente, vencidos por el esfuerzo paciente y metódico –romano– de Mario. Advertida del peligro germánico, Roma proyecta la conquista del territorio galo y César resuelve que sea allí donde forje el arma para imponer su autoridad dictatorial en Roma.
El detalle de sus vastas operaciones militares, de la derrota de Ariovisto y los germanos –que acariciaban el mismo plan de César–, de las campañas dirigidas contra la reacción nacional de Vercingetorix ha quedado fijado por el propio conquistador en un libro de lectura siempre fundamental. La acción de César detuvo el avance germano, que no debía recomenzar sino mucho tiempo después, para adquirir los caracteres de invasión incontenible en el siglo V de nuestra era.
El proceso de la invasión germánica y el examen de la penetración recíproca entre el mundo romano y el mundo bárbaro es el tema –hoy más que nunca apasionante– del libro de Ferdinand Lot, el ilustre medievalista francés, cuya reimpresión ha visto la luz al finalizar el año pasado, ya en plena guerra.
Una larga y austera vida de esfuerzo y de provechosa labor cristaliza en este libro del profesor de la Sorbonne; se plantea en ella el arduo y discutido problema de los orígenes étnicos de Europa y se afronta en este volumen el capítulo más importante que es el de la invasiones germánicas; otros dos volúmenes –publicados en 1937 con el título de Les invasions barbares, no reimpreso ahora– abordan el problema de las invasiones eslavas, árabes y moras, escandinavas, finesas y mongólicas y turcas; en su conjunto, la obra de Ferdinand Lot es el esfuerzo más completo y más importante realizada por la erudición francesa contemporánea para esclarecer el problema de los orígenes étnicos de la Europa moderna.
Este problema fue considerado siempre en Francia como tema capital de su historiografía; desde el siglo XVIII se investiga entre los aportes raciales y culturales de celtas, romanos y germanos, procurando localizar y cuantificar sus influencias; las obras de Jean Baptiste Dubos, las de Thierry y Guizot, las de Gaston Paris y Fustel de Coulanges señalan y caracterizan épocas en la consideración de este problema. Ya en este siglo la cuestión se plantea nuevamente, acaso bajo la influencia de algunos trabajos alemanes, especialmente los de Brunner sobre el derecho germánico. Bedier lo plantea a propósito de la literatura medieval con la autoridad que se la reconoce, mientras los historiadores como Lot y Marc Bloch –para no citar sino los que significan direcciones de trascendencia– han asentado las bases para una consideración objetiva del problema En este sentido, los tres volúmenes de Ferdinand Lot constituyen una brillante expresión de resultados ordenados, por otra parte, con meridiana claridad,
Lot aclara en una breve y significativa advertencia, colocada al frente de esta reedición y fechada en octubre de 1939, los motivos que tiene para no retocar esta nueva impresión de su libro; el erudito no quiere ceder el paso al ciudadano beligerante y no está seguro de poder ser objetivo. Al pasar, formula aquí algunas advertencias importantes; a su juicio, los aportes raciales germánicos en la Francia, al norte del Loire, son importantes e innegables, mientras que la identidad de los alemanes actuales con los antiguos germanos no le parece sostenible; no hay, pues, en la lucha de la dos naciones, un conflicto de razas. “La oposición –dice Lot– es de otro orden y más profundo: es de orden moral”.