Renan, Averroes y el averroismo. 1946

Sin duda fue hombre de contradicciones, este sabio bretón a quien los dioses dotaron del genio sutil del escepticismo y la ironía. Contradictorio era su genio y contradictoria fue su suerte. Porque es curioso cómo se lo fue olvidando poco a poco, después de haber alcanzado la más resuelta adhesión de dos o tres generaciones de lectores, que vieron en él la figura del sabio por excelencia, cuya cita podía proporcionar a la crónica o al ensayo ligero ribetes de sesuda doctrina. Así fue contradictoria su suerte, injusta acaso tanto en el excesivo favor como en el exagerado olvido. Y hoy, de nuevo, retorna con ímpetu, vencedor, dejando otra vez en los espíritus que lo descubren o lo redescubren la misma sorprendida admiración por su inteligencia sutilísima, por su ingente saber.

La contradicción ínsita en su genio hizo de él un místico primero y luego un librepensador, acaso el más combatido, el más audaz. Nunca se desvanecieron en él, sin embargo, aquellos destellos originarios, y más de una vez dejó traslucir su melancólica admiración por los hombres de fe, con lo que acaso demostraba el rescoldo que quedaba en su espíritu proteico. Y quizá por esa supervivencia entremezclada con su nueva actitud, poseyó cierta extraña capacidad para descubrir y desentrañar esa constante lucha que se agita en la historia del pensamiento entre la razón y la fe, en las que quería reconocer cuanto hubiera de valioso y creador. Y en culturas diversas, en la musulmana, en la hebrea y en la cristiana, Renán dirigía su observación hacia esta suerte de conflictos, con una constante y renovada preocupación por la persistencia y casi eternidad de este duelo entre dos actitudes espirituales, para él igualmente valiosas, quizá, cuando atendía a su experiencia íntima.

Acaso la lectura de Renán sea ahora singularmente provechosa. Todo hace pensar, entretanto, que se ha despertado de nuevo el interés por su obra, si se piensa que, en Buenos Aires y en breve tiempo, han vuelto a editarse varios de sus mejores libros. La vida de Jesús, San Pablo, la Historia del pueblo de Israel, los Estudios religiosos llegan otra vez al lector de habla hispana en buenas traducciones que pretenden –acaso sin lograrlo del todo– evocar la intensa magia de su estilo claro y armonioso como pocos. Y ahora salen a luz dos ediciones de uno de sus primeros trabajos, Averroes y el averroísmo[1], que se publicó por primera vez en 1852 y que, pese al desarrollo posterior de las investigaciones, conserva consi¬derable interés.

Dos temas atraen a Renán con pareja curiosidad, frente al caso del ilustre filósofo arábigo¬-andaluz. A lo largo de densas páginas, procura Renán inquirir y precisar el significado del que fue erudito comentador del pensamiento aristotélico, dentro del cuadro de las ideas musulmanas, señalando con particular cuidado cómo su obra –y con ella la de todos los filósofos– sucumbió sumida en el olvido por la enérgica reacción del pensamiento teológico y, más aun, del más estrecho fanatismo. Pero, una vez estudiada esta faz, trata Renán de determinar y aquilatar la resonancia que su doctrina tuvo, en la baja Edad Media, en otros medios y dentro de otras culturas: en la filosofía judía, en la escolástica cristiana y en la escuela de Padua.

Su análisis, en ambos casos, es ejemplar: claro y riguroso. La captación del extraño y cambiante juego de las ideas fue, sin duda, la aptitud mejor de Renán, y en el terreno que explora en Averroes y el averroísmo despliega ya esa capacidad para cobrar altura que luego pondría de manifiesto muchas veces. Y en el caso del filósofo musulmán, hallaría el sabio bretón oportunidad para señalar su rebeldía contra toda coerción impuesta al pensamiento libre.

Notas:

1 Ernesto Renán. Averroes y el averroísmo. Traducción del doctor León F. Gutiérrez Agui¬rre, 1 vol. rúst., 363 págs. Editorial Americalee. Buenos Aires

2 Ernesto Renán. Averroes y el averroísmo (Ensayo histórico). Traducción de Héctor Pacheco Pringles. Prólogo de Gregorio Weinberg. 1 vol. rúst., 323 págs. Lautaro. Buenos Aires.