José Luis Romero como pionero de una historia social del mundo antiguo en la Argentina

HUGO ZURUTUZA
(Universidad de Buenos Aires)

En la apertura del segundo coloquio de historia social celebrado en Saint- Cloud en 1967, Labrousse manifestaba la afirmación del movimiento de la historia social al tiempo que destacaba la necesidad de incluir junto a los medievalistas y especialistas en historia moderna, a los estudiosos de la antigüedad grecorromana, preguntándose: ¿cómo omitir, en un coloquio de este tipo, las clases, los órdenes, la esclavitud antigua?.[1]

Habían concurrido convocados para el debate social antiquistas de la talla de Léveque, Mossé, Vidal-Naquet y Nicolet entre los más reconocidos, y precisamente, éste último, al presentar un ensayo de historia social sobre el orden ecuestre en las postrimerías de la república romana planteaba las legitimaciones argumentadas por ciertas posturas historiográficas que impedían el reconocimiento de estudios de este tipo[2].

Recordemos que hasta entonces se había admitido, por lo general y aún entre los investigadores consagrados a la historia social que reflexionaban sobre sus objetivos y sus métodos, que esta investigación carecía de sentido en lo que se refiere a la Antigüedad. Se afirmaba que este sector de la investigación no ofrecía los testimonios que posibilitarían tal estudio, así pues, según ciertas posturas, la historia antigua sólo podía ser anecdótica, a lo más política e institucional, y sus cultores solían concentrarse en testimonios literarios que recogían los juicios y reflexiones expresadas por los escritores de la Antigüedad sobre su propia sociedad y sus problemas. Admoniciones que eran tomadas como verdades indiscutibles, sin ejercer una crítica sobre la mediación existente, sin discriminar entre hecho y representación.

En los años setenta y desde el ámbito germano, Géza Alfóldy, al presentar una historia social de Roma[3] señalaba que “pese a la creencia ampliamente extendida en sentido contrario, en líneas generales las fuentes de la Antigüedad grecorromana para las cuestiones histórico-sociales apenas resultan más escasas que las existentes para otros problemas históricamente centrales”[4]. Esta aguda observación de Alfóldy avala tardíamente la actitud de un joven universitario argentino que en los años 30′ había percibido la calidad y cantidad de conocimientos que brindaban muchos documentos para el posible desarrollo de una historia social del mundo antiguo.

José Luis Romero inaugurará empíricamente lo que posteriormente se definirá con mayor densidad teórica y metodológica en diversos espacios historiográficos franceses, italianos, anglosajones e incluso españoles como una historia social de la Antigüedad clásica[5].

Su mayor mérito radica en el hecho de empezar a cambiar el rumbo en nuestro país de una historia antigua tradicional que en su época aparecía confusamente ubicada en los denominados “estudios clásicos” de neto cuño positivista. En su tesis doctoral sobre la crisis de la república romana escrita en 1938 y publicada cuatro años después[6], trabajo que pertenece a su primera etapa profesional, nos dice: “Lo que, a mi vez, me propongo estudiar son las relaciones de la política graquiana con las ideas que pudieron inspirarla y con los procesos histórico-sociales que, en alguna medida, reconocen en ella un punto de partida”[7].

Nos presenta así un profundo análisis de los grupos sociales durante las transformaciones de la república romana y de las ideologías dominantes, visualizando con claridad el rol protagonice de la nobilitas en el espacio social de la época.

La taxonomía que hace de esta elite al focalizar una oligarquía ¡lustrada de “mentalidad moderna” -según sus propios términos- enfrentada con una oligarquía conservadora, ejecutora de una política cerrada impermeable a las nuevas corrientes helenísticas, le permite afirmar que “esta escisión de la nobilitas precipita la crisis y crea nuevos frentes de combate dando un nuevo aspecto a la lucha por el poder”[8]. Esta taxonomía sistematiza dentro de la oligarquía ¡lustrada, una facción moderada liderada por Publio Comelio Escipión Emiliano y una facción radical representada por la casa de Cornelia y los Graeos, sensible a las demandas de los sectores subalternos.

Esta acertada percepción del espacio social junto con el análisis de un fenómeno histórico social de gran significación como la recepción helenística en el mundo romano, nos va alertando sobre un nuevo interés, sobre una forma diferente de abordar la tradicional Antigüedad Clásica.

Nuestro historiador sentirá la necesidad, que en años después afectará también a estudiosos como Finley y de Ste. Croix, de cambiar la imagen idealizada del mundo antiguo, donde las relaciones sociales habían quedado marcadas -a través de una visión tradicional y secular- por una especie de pacifismo, dominado además por un esteticismo que la convertían en modélica, disimulando una realidad donde también se producían conflictos y desigualdades.

En este terreno de la especificidad de la Antigüedad, Romero asumió con madurez el problema de esa imagen que el mundo clásico había ¡do generando a lo largo de la historia posterior, y desde la misma Antigüedad. Tiene claro que la posteridad había de manera constante colaborado en la “invención” de un mundo antiguo paradigmático. Entiende que como ninguna época, la Antigüedad se ha prestado al anquilosamiento, al estereotipo, para dar lugar a una imagen estática, susceptible de definirse con expresiones totalizadoras y, por lo tanto, simplificadoras, incapaces de contener su auténtica dinámica y variedad, para que esta imagen “construida” produzca el efecto de verdad, de la estabilización buscada[9].

El investigador argentino coincidirá plenamente con el sabio italiano Arnaldo Momigliano, que afirmará en un trabajo publicado en History and Theory que “los ‘grandes’ historiadores griegos y romanos estaban dominados por el sentimiento de cambio. En eso reflejaban exactamente la situación de la sociedad. Ni los griegos en general después del siglo VI aC ni los romanos después del siglo III aC tenían duda alguna acerca de la magnitud de los cambios que estaban produciéndose entre ellos. Incluso cuando la constitución no había sido afectada directamente, había habido modificaciones en los territorios y en el poder. Los historiadores trabajaban en una atmósfera de expectativa de cambio y registraban los hechos del cambio”[10].

La Antigüedad clásica había nutrido siempre paradigmas estáticos pero de función polisémica al representar tanto a las benignas democracias como a los perversos autoritarismos. Luciano Canfora en Ideologías de los Estudios Clásicos[11] ha analizado la estrecha y peligrosa relación entre la cultura grecorromana y las ideologías dominantes de cada época, en particular la de los fascismos en Europa. Tanto en Italia como Alemania, las relecturas del pasado (Roma para el fascismo, los antiguos germanos para el nazismo) convierten al mundo clásico en fundamento de sus acciones y gestos nefastos.

La vocación democrática de José Luis Romero lo asegura firmemente frente a estos excesos que en su época juvenil circulaban en diversos medios, y lo prepara para una percepción crítica y reflexiva de las relaciones sociales de la polémica Antigüedad. En De Heródoto a Polibio, obra de perfil historiográfico[12], nos señala que “la historia viva no puede ser, sin duda alguna, la que nos llega revestida de un ropaje erudito, sino la que, construyéndose sobre la erudición, supera la etapa inquisitiva y logra alcanzar los estratos profundos de la vida histórica”[13]. Romero sostendrá, coincidiendo con conceptos vertidos por su colega Finley posteriormente, que la historia se hace “historia viva” cuando el presente plantea interrogantes que es necesario resolver con madura responsabilidad y que toda reflexión debe tender a descubrir las dos caras de la historia, su naturaleza bifronte: la del mero saber y la de la “historia viva” o conciencia de la historia[14].

Estos planteos son propios de un humanista que frecuentó múltiples maestros de su tiempo, en particular Guaglianone y Ricci. Este último, Clemente Ricci está asociado a la fundación del Instituto de Historia Antigua y Medieval que lleva en nombre de J osé Luis Romero. Cabe destacar que el entonces joven estudiante reconocía también la influencia de otro maestro, un filósofo, Francisco Romero, su propio hermano.

Años después, J osé Luis Romero recordaría en sus conversaciones con Félix Luna: “Mi hermano Francisco decía de la filosofía una de las frases más lindas que he oído: A la filosofía hay que rondarla hasta que uno descubre que ya está adentro1. Yo creo que en todas las ciencias del hombre, de la sociedad, y en consecuencia en la historia pasa lo mismo. No se sabe nunca cuándo uno empieza a trabajar, es decir, cuándo uno deja de ser un lector curioso, un simple lector, o un estudioso más severo, un poco más consecuente, un poco más organizado, para transformarse por fin en un historiador”[15].

Francisco Romero era el que había estimulado su precoz interés por la historia antigua al acercarle autores como Curtius y Glotz entre muchos otros que seguirá incorporando como Mommsen o Plutarco[16] y fue en esa confrontación bibliográfica que José Luis descubre con entusiasmo que la historia era móvil, encontrando en esta experiencia un aprendizaje que lo lleva a comprender cómo la Historia se hace y rehace permanentemente. Cuando acceda a los estudios superiores en la Universidad Nacional de La Plata su background histórico será considerable. Es reconocible su primera pasión por la historia griega y romana que mantuvo hasta que fue captado por otra, no menos seductora, la historia medieval. Finalmente es importante destacar que en el espesor de historiador de José Luis Romero hay un segmento que pertenece exclusivamente a los antiquistas, el de su primera etapa de investigación que coincide con su fundamental encuentro con la gran vocación de su vida: La Historia.


[1] LABROUSSE C.E y otros, Órdenes, estamentos y clases. Madrid, 1978 (1973). Introducción, pp.3-4

[2] NICOLET C., “Un ensayo de historia social: el orden ecuestre en las postrimerías de la república romana”, En: LABROUSSE C.E. y otros, op.cit, p.36yss.

[3] ALFÓLDY G., Historia social de Roma, Madrid, 1987 (1975).

[4] ALFÓLDY G., op.cit, prólogo a la primera edición, 1975, p.13

[5] Entre los historiadores franceses destacamos especialmente a C. NICOLET, J ,P. VERNANT, P. VIDAL-NAÓUET y C. MOSSE ; entre los italianos a S. MAZZARINO, M. MAZZA y A. GIARDINA, en particular ; entre los anglosajones al norteamericano M. FINLEY, vinculado al sociologismo weberiano, y al marxista británico G. de STE. CROIX y finalmente entre los más destacados autores hispanos al recordado M. VIGIL, D. PLACIDO, J. ARCE, R. TEJA y A. PRIETO ARCINIEGA.

[6] “La crisis de la República Romana”, en ROMERO J .L., Estado y sociedad en el mundo antiguo, Buenos Aires, 1980

[7] Ibídem, p.7

[8] Ibídem, p.29

[9] PLACIDO D., Introducción al mundo antiguo: problemas teóricos y metodológicos, Madrid, 1993.

[10] History and Theory, II, 1972, pp.279-293. Usamos la traducción “La tradición y el historiador clásico”, en MOMIGLIANO A.: Ensayos de historiografía antigua y moderna, México, 1993, p.144

[11] CANFORA L, Ideología de los estudios clásicos, Madrid, 1991 (1980).

[12] ROMERO J .L., De Herodoto a Polibio. El pensamiento histórico de la cultura griega, Buenos Aires, 1952.

[13] Ibídem, p.13.

[14] Ibídem, p,13y ss.

[15] LUNA F., Conversaciones con j osé Luis Romero, Buenos Aires, 1976, p.20.

[16] La reciente donación al Instituto de Historia Antigua y Medieval de la Facultad de Filosofía y Letras (Universidad de Buenos Aires), que lleva su nombre, de la biblioteca particular de José Luis Romero, nos confirma la profunda y permanente preocupación por la historia Antigua Clásica más allá de sus definiciones posteriores. Multiplicidad de autores antiguos y modernos se conjugan en un conjunto diverso y rico que incorpora tanto obras que permiten una sistematización historiográfica como corpora heurísticos que denotan su apego inteligente a los documentos.