José Luis Romero

LEOPOLDO ZEA

A penas ayer, Javier Fernández escribía a María Elena de Magis, desde Buenos Aires, “El éxito del momento es el libro de José Luis Romero Latinoamérica: las ciudades y las ideas, editado por Siglo XXI, que supongo ya anda por ahí. Y Félix Luna publicó unas Conversaciones con José Luis Romero, muy buenas. Es un precioso librito y José Luis está en un gran momento intelectual. Lleno de planes de futuro”. Ahora me entero, sorpresivamente, por la cortada voz de Arnaldo Orfila que José Luis Romero ha muerto. Murió el pasado 27 de lebrero en Tokio y el 3 de marzo fue sepultado en su Buenos Aires. En reciente libro mío me permitía recordar al grupo de amigos, de esta nuestra América, con los que me encontré hace treinta años, entre ellos estaba José Luis Romero. Añoro ya viejos amigos, empeñados en desentrañar la identidad de esta América. Amigos comunes con los que coordinamos esfuerzos en este sentido. En la elaboración de la Historia de las Ideas en Latinoamérica, José Luis colaboró con la parte referente a la Historia de las Ideas Sociales Contemporáneas en la Argentina. En este empeño nos encontramos numerosas veces en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. Con José Luis Romero se va uno de los más grandes historiadores contemporáneos de la Argentina y Latinoamérica. Su último libro, en el que enfocó largos esfuerzos, cierra un ciclo que será difícil de cubrir. Debe haber sido satisfactorio para José Luis saber del éxito de esta obra, en función con el cual estaba planeando un futuro lleno de frutos.

A José Luis Romero lo conocí en 1945, en casa de su hermano mayor, el filósofo Francisco Romero, en Martínez, Buenos Aires. Pese a su aire porteño, una cordial simpatía abrió una amistad que duraría hasta estos días. Eran días difíciles, los del nacimiento del primer peronismo. La demagogia del futuro caudillo embestía contra las universidades y centros de cultura. Eran los días en que se gritaba: “¡Haga Patria, mate a un estudiante!” “¡Alpargatas sí, libros no!” Los universitarios, profesores y estudiantes, se enfrentaban, dentro de sus limitadas posibilidades, a esta demagogia. Enfrentamiento que acabaría por hacer incomprensible lo que de positivo pudiese tener el peronismo. El peronismo, a través del cual la Argentina se descubriría a sí misma y a lo que llamara la Patria Grande, esto es, América. José Luis Romero era ya, en este campo, un pionero. Su trabajo se enfocaba en este sentido, pese a interesarse en la Edad Media europea. José Luis, de cualquier forma, quedaría, como otros muchos profesores, fuera de las universidades. Después tuve ocasión de encontrarlo, en diversos lugares, a donde asistía, como yo, animado por la misma preocupación americana.

Volví a encontrarlo en la Argentina en 1956. Perón había caído, lo que no significaba la muerte del peronismo. Este, ante la cerrazón del gorilismo que nacía, se iba a transformar en una filosofía y una esperanza popular. Peronismo sin Perón, como expresión de un pueblo que quería algo más que la revolución ganadera y del Country Club. Los profesores expulsados regresaban a las universidades, entre ellos José Luis Romero como rector de la Universidad de Buenos Aires. Romero me presentó, en unas oficinas de Buenos Aires, a un grupo de jóvenes que publicaban la revista Contorno. Grupo que bajo su directiva analizaba el pasado inmediato, situándolo en el más objetivo contorno histórico. En el peronismo, y pese al mismo Perón, se expresaba la posibilidad de una acción auténticamente revolucionaria. Una posibilidad que la llamada Revolución libertadora de los militares temía y trataría de inmediato de impedir, con lo cual el peronismo se transformó en una postura auténticamente revolucionaria. Los jóvenes que seguían a José Luis Romero eran ya conscientes, en esta fecha, de lo que iba a suceder con el peronismo transformado en un símbolo revolucionario y popular. Varios de estos jóvenes, posteriormente, militarían dentro del marxismo. José Luis Romero sin embargo abandonaría, bien pronto la Universidad en la que ya no encajaba.

Un nuevo encuentro en la Argentina con José Luis Romero fue en 1973. El peronismo había triunfado sobre la oposición y violencia militar. La expectativa del pueblo era extraordinaria. Claro es que este pueblo no había conocido, o había olvidado, al líder carismático. Del caudillo se esperaba todo. Todo en sus múltiples contradicciones. El peronismo, estaba ya ahora en las universidades. Los jóvenes estudiantes cantaban con fervor el himno peronista. La realidad argentina y la realidad americana eran ya objeto de estudio. José Luis Romero, con el que hablé de estos hechos, decía melancólicamente que sentía mucho no poder participar, entre los jóvenes, de esta tarea redescubridora de la que había sido pionero. La Argentina se americanizaba. Era éste un aporte indiscutible del peronismo. José Luis, con su gran nombre, seguiría trabajando solo, o con sus allegados. Era, sin embargo, la misma tarea, pese a las diferencias dentro del ámbito político. Pero el viejo peronismo surgiría nuevamente en quienes el caudillo señalara como sus herederos. Una vez más la cerrazón cultural, nuevas expulsiones, destierros y, en esta ocasión, la muerte. América y su historia se transformaba en un conocimiento subversivo: el de los jóvenes y profesores que se habían forjado un peronismo que no era el de quienes lo encarnaban. Y, como respuesta, un militarismo aún más brutal que el anterior. Es este el momento en que nos abandona José Luis Romero dejando una obra que ha de ser imperecedera.