El penetrante y fecundo estudioso que es José Luis Romero ha reunido recientemente en dos pequeños y coherentes volúmenes —“Sobre la biografía y la historia” y “La historia y la vida”— parte de su labor dispersa. Se hacía sentir ya la necesidad de tener a mano valiosos estudios aparecidos en diversas épocas, en publicaciones científicas y literarias de poca circulación y de obtención difícil. La primera de las obras citadas, que es la que nos ocupa, coordina seis trabajos vinculados a la historia de las ideas históricas y en modo especial al género biográfico.
El primer ensayo, “La biografía como tipo historiográfico”, es un esbozo (para una historia de la biografía. Sabido es —lo destacan Bernheim, Bauer, y también Romero— que se carece de un estudio completo del desarrollo del género biográfico. Nuestro autor nos afirma que este género no es, y no debe ser, una forma popular o subsidiaria de la historiografía. Su diferencia con los otros géneros es meramente de tipo, y la ubica dentro de su clasificación de los tipos historiográficos. El devenir histórico se puede intuir desde tres puntos de vista. Su agente puede ser la humanidad (historia universal), la comunidad (historia de un grupo social o nacional) o el individuo (biografía).
Pero el planteo precrítico de que la biografía no es historia surgía del innegable problema de que en nuestra época el público culto tiene una doble actitud hacia el pasado. Mientras aparentemente huye de él al rechazar la historiografía erudita, lo busca ansiosamente en las biografías noveladas. Ante éstas, el historiador profesional adopta generalmente una actitud despectiva, pretendiendo quizá con ella contrarrestar una competencia que reputa Ilegal. Indudablemente, mucha parte de razón le asiste, pues este género de tanta aceptación cuenta con buenos literatos que son, al mismo tiempo, malos historiadores, pero lo cierto es que el género carga con las culpas de algunos mediocres representantes y que a la par de éstos se encuentran auténticos escritores que con un severo y respetuoso conocimiento de la historia llegan al gran público por el camino de la biografía, que es la historia viva y de directa comprensión, exenta de los escollos que brinda el estudio de los grandes procesos institucionales y culturales.
El hecho es que, quien más, quien menos, todos reconocemos que Plutarco y Suetonio son historiadores y en cambio nos cuesta trabajo pensar lo mismo de Emil Ludwig, André Maurois o Stefan Zweig, y sin embargo Romero nos demuestra que es el mismo género el que han cultivado unos y otros.
El mérito principal de este ensayo es la claridad con que caracteriza los dos polos entre los cuales ha oscilado la biografía a través de las épocas. Uno es la concepción arquetípica característica de la biografía antigua, en la que la existencia individual aparece sólo como representativa de los ideales colectivos, constriñendo la personalidad del biografiado en los ceñidos límites del arquetipo ideal, el cual es definido magníficamente como el “individuo despersonalizado en la medida en que se personaliza en él un proceso colectivo”.
El otro polo es la concepción individualista, llevado a sus últimas instancias en la biografía contemporánea, en la cual se busca en las mil circunstancias profundas que hacen de una vida humana algo único, original, irrepetible.
El segundo ensayo versa “Sobre la biografía española del siglo XV y los ideales de vida”. Comienza destacando la diferencia de ideales entre España e Italia. En éste ha florecido plenamente el Renacimiento y el triunfo de sus ideales impide ver la linea de conexión con la Edad Media. En cambio España comienza a salir lentamente de ésta, y tímidamente se esbozan las nuevas actitudes. En una palabra, se plantea el problema del Renacimiento español y se sugiere que el análisis de la historiografía española del siglo XV acaso sea imprescindible para comprenderlo.
Los dos siguientes trabajos están directamente conectados con éste, pues son estudios sobre dos de los más grandes historiadores de ese crítico siglo XV español, insignes cultores de la biografía: Fernán Pérez de Guzmán, de la primera mitad del siglo, autor de las “Generaciones y semblanzas”, mentalidad aguda y reflexiva que contempla el glorioso pasado de España, se duele de su presente estado y avizora un brillante porvenir, y Hernando del Pulgar, autor de la “Crónica de los Reyes Católicos” y del “Libro de los claros varones de Castilla”.
Una segunda sección del volumen agrupa los dos últimos ensayos, uno sobre “El despertar de la conciencia histórica” y otro relativo a “La llamada Edad Media”,
En el primero de ellos Romero afirma que la historia es más que ciencia, pues la labor de esta última consiste “en la simple indagación de una verdad pura y exenta de toda distorsión”. La Historia, en cambio, no es mera ciencia como se creía en el siglo XIX. “Si así fuera, la ciencia histórica no habría alcanzado esa suprema dignidad que la ata indisolublemente a la vida en los instantes decisivos”. El interés por el pasado surge en otro plano más profundo que el intelectual: en las mismas fuentes en que brotan los interrogantes últimos sobre el sentido de la existencia, y cuando el espíritu humano enfrenta resueltamente a su destino. En suma, el historiador no puede ser nunca simplemente un erudito, frío y objetivamente indiferente, sino un espíritu en el que ha despertado la conciencia histórica.
El postrero de los ensayos explora el sentido de la noción de Edad Media. Afirma que es hora ya de sostener categóricamente que la Edad Media no existe como una unidad.
El primer principio metodológico del conocer histórico es el de distinguir e individualizar; precisamente lo contrario de lo que se ha hecho con los mil años del Medioevo. Empobrecerlos, borrar las diferencias, generalizar los rasgos hasta ahistorizarlos por completo. Es necesario, pues, diversificar y clasificar sus períodos y zonas culturales, y para ello Romero propone un punto de partida. Estudiar el proceso que ha seguido la concepción de la Edad Media desde el siglo XVI hasta el momento actual. Pues no cabe duda que el empobrecimiento conceptual del rico contenido de esos siglos distantes ha sido el fruto de la incomprensión de los recentistas del siglo XVI, de los mecanicistas del XVII, de los iluministas del XVIII y de los positivistas del XIX, y si bien es cierto que los románticos, hace más de cien años, dieron con su simpatía, un gran impulso para su comprensión, corresponde al Humanismo que elabore nuestro siglo XX la cabal comprensión de la cultura humana.