José Luis Romero, el artesano de la historia del hombre y de las ideas

Victor Oscar García Costa

La familia Romero era una familia andaluza, formada por el padre: Francisco Romero Rivas (nacido en Antequera, Málaga), la madre, Aurora Delgado Muñoz (nacida en Sevilla) y sus siete hijos, todos sevillanos, que llegó a Buenos Aires en 1905. El padre se dedicó al comercio textil en Buenos Aires, en Mendoza y otras capitales y ciudades de provincia.

Entre los antecesores de la familia Romero se halla el abogado y político andaluz Francisco Romero Robledo (Antequera, Málaga, 1838 – Madrid, 1906), [N.del E. Referencia no confirmada] varias veces ministro durante los reinados de Amadeo I, Alfonso XII y la regencia de María Cristina, que tuvo activa participación en la política española en tiempos de Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903) y de Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) y en los partidos Liberal, Constitucional, Reformador y Conservador, en un nomadismo político absolutamente contrario a la conducta política e intelectual de los Romero que vivieron y se destacaron en Argentina. Sabido es que a la familia no se la elige.

Francisco Romero, el hijo mayor, nacido en Sevilla el 18 de junio de1891, tenia 13 años al llegar con sus padres y hermanos a la Argentina. En las postrimerías de su bachillerato, incitado por el químico Carlos Stura, amigo de su padre, incorporado hacía poco como profesor en el Colegio Militar, cursó estudios de ingeniería en ese Colegio entre 1910 y 1917. Toda su carrera militar estuvo comprendida entre su ingreso, en 1910, y su retiro en 1931, tras el golpe militar del 6 de septiembre de 1930. Durante su curso, fue asistente del entonces coronel Enrique Mosconi (1877-1940), ese digno militar que señaló a su presente y a la posteridad, algo que algunos nativos todavía no han aprendido, esto es que “Entregar nuestro petróleo, es entregar nuestra bandera”.

Hombre de exquisita cultura, autodidacta de alto nivel en el campo de la Filosofía, Francisco Romero fue discípulo de Alejandro Korn (1860-1936), el filósofo de la libertad creadora. Fue profesor de Filosofía, en las Universidades de Buenos Aires y La Plata, e introdujo la idea de trascendencia en el campo de la ontología: “ser es trascender”, tema que desarrolló en su libro “Teoría del hombre”.

Muchas generaciones de argentinos estudiamos en la famosa “Lógica” de Francisco Romero (1891-1962) y Eugenio Pucciarelli (1907-1995).

En medio de los desencuentros argentinos, en 1953, Francisco Romero fue exonerado y encarcelado. [N.del E. La exoneración se produjo en 1945]. Varias veces laureado, fue reconocido como el más grande filósofo de América Latina.

Dedicamos esos párrafos previos a Francisco Romero porque él fue, además del sostén de la familia, tras la muerte de su padre, en 1919, el primer maestro de José Luis Romero, dieciocho años menor que él.

Recuerdo haber concurrido con Carlos Sánchez Viamonte (1892-1972) al Crematorio del Cementerio de la Chacarita, un día de 1962 para despedir los restos de Francisco Romero y allí haber contemplado el profundo dolor de José Luis Romero ante la desaparición física de su hermano y maestro.

Nos hemos reunido para evocar la figura de José Luis Romero, con motivo del centenario de su nacimiento. Tres artículos publicados el 23 de febrero de 1997, al cumplirse 20 años de su fallecimiento, definen su personalidad: uno, de Gregorio Weinberg (1919-2006), se titula “José Luis Romero, el saber de los saberes”; otro, de Natalio Botana se titula “José Luis Romero, un hombre de varios mundos”; el tercero, de su hijo Luis Alberto, se titula “José Luis Romero, el proyecto de un artesano”.

Me gustó mucho esta última calificación de “artesano” porque es la que utilizo para mí cuando, ante una charla como ésta, se me pregunta cómo me presentan. Siempre digo: “como un modesto artesano de la historia”, con lo que le quito toda esa presuntuosidad con que suele envolverse la mayoría de los historiadores.

José Luis Romero nació en Buenos Aires en 1909 y murió el 27 de febrero de 1977 en Tokio, Japón, donde participaba en una reunión del Consejo de la Universidad de Naciones Unidas, en el que había sido designado en 1975. Ese transcurrir de su vida entre las antípodas de distancia curiosamente marcada por los lugares de su nacimiento –Buenos Aires- y de su muerte –Tokio- con las que atravesó el planeta, se me presentan como un símbolo que tiene mucho que ver con su concepto global e integral de la historia,

Fue periodista, historiador, escritor y docente. Separado de sus cátedras, ejerció el periodismo. Desde 1953 hasta 1955, convocado por Juan Valmaggia, escribió los editoriales de la sección política internacional de La Nación. También creó y dirigió publicaciones, como Clave de Sol, Imago Mundi (1953-1956) y escribió notas y artículos para diarios y revistas. Exiliado, fue profesor de la Universidad de la República, en Montevideo. Después de 1955, Rector de la Universidad de Buenos Aires y más tarde Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En ambas puso en práctica los postulados de la Reforma Universitaria de 1918 y sus gestiones son memorables.

En 1933 se casó con Teresa Basso, graduada en filosofía en la Universidad de La Plata. Fueron invitados por el filósofo Saúl Taborda (1885-1943), y así pasaron unas semanas en Unquillo, Córdoba. El matrimonio tuvo tres hijos: María Luz, María Sol y Luis Alberto, que bucea activamente en el campo de la historia.

Durante su infancia asistió al Colegio del Salvador. Allí estaba cuando murió su padre, como hemos dicho, en 1919, y Francisco Romero, ante la precaria situación de la familia, asumió la responsabilidad del sostenimiento familiar y dedicó especial atención a la educación de su hermano menor.

José Luis Romero cursó sus estudios en la Escuela Normal Mariano Acosta, donde se recibió de maestro y, más tarde, de profesor de Historia y Geografía, cargos que ejerció entre 1930 y 1937 [Nota del editor: hasta 1945]. Simultáneamente comenzó su formación con lecturas dirigidas por su hermano. Así pasaron n por sus manos y ojos escrutadores libros de poesía, literatura, historia, filosofía y arte.

Por ese tiempo, como hacían otros intelectuales porteños, comenzó a practicar boxeo. Lo hacía en el gimnasio de Raúl Landini (?-1998). Este era un hombre culto, que sería subcampeón olímpico con medalla de plata en las Olimpíadas de Ámsterdam de 1928. Conocí a Landini por intermedio de mi querido amigo, el periodista y dibujante Roberto Mezzadra (1912-1998) y ante el horror de mis compañeros lo llevé a hablar al Partido Socialista sobre boxeo. El Partido proponía la municipalización del Luna Park y la prohibición del boxeo profesional. En la sede del Partido, Landini expuso sobre “El boxeo por la alegría” y fue largamente aplaudido. Landini, que fue un gran estilista que no se dejaba pegar en la cara, era un hombre sensible, como la mayoría de los boxeadores, lo que lo llevó a crear la Casa del Boxeador, de la calle Bartolomé Mitre, que sirvió y sirve de refugio y protección a los boxeadores olvidados por los empresarios explotadores. Landini murió el 29-09-1988.

Pocos años después, José Luis Romero llegará a ser un, al menos, curioso guardaespaldas de Alfredo L. Palacios (1878-1965), cuya casa frecuentaba desde su adolescencia. Los Romero hacia 1928 se mudaron a una casa de la calle Charcas 4734, frente a la casa de Palacios que aún está en el 4741. En esa casa de los Romero encontró Palacios refugio muchas veces, llevado por José Luis, en medio de la persecución originada en la represión de 1930.

Por esos años, José Luis Romero comenzó a leer en profundidad historia griega, romana y medieval. Se apasionó con obras de Ernesto Renán, Ernesto Roberto Curtius, Gustavo Glotz y Teodoro Mommsen, entre otros. Con sus amigos, Jorge Romero Brest (1905-1989), Horacio Cóppola (1906-?) e Isidro Maiztegui (1905-1996) participó con pasión de la actividad cultural que ofrecía Buenos Aires. Iban al Teatro Colón y visitaban museos y talleres de artistas como Lino Enea Spilimbergo (1896-1964), Emilio Pettorutti (1892-1971), Alfredo Guttero (1882-1932), Raquel Forner (1902-1988), el escultor Alfredo Bigatti (1898-1964).

Con León Klimovsky (1906-1996), Jorge Romero Brest, Horacio Coppola, Ulyses Petit de Murat (1907-1983), Jorge Luis Borges (1899-1986) y César Tiempo (1906-1980), atraídos por la fotografía y el cine, fundaron el primer Cineclub de Buenos Aires, que funcionó en Amigos del Arte. Allí hablaron, entre otros, Federico García Lorca (1898-1936), Waldo Frank (1889-1967), José Ortega y Gasset (1883-1955), Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) y David Alfaro Siqueiros (1896-1974),

También, junto con Jorge Romero Brest, Horacio Cóppola e Isidro Maiztegui fundaron la revista de arte y literatura contemporáneos Clave de Sol, de la que sólo se publicaron dos números. Fueron colaboradores el mexicano Alfonso Reyes (1889-1959) y Francisco Romero.

En julio de 1929, en el Nº 242 de la revista Nosotros, dedicado a Paul Groussac (1848-1929), fallecido el 27 de junio de ese año, José Luis Romero publicó su primer texto de historia, “Los hombres y la historia en Groussac”. [Nota del E. La primera publicación en Nosotros esen mayo de 1928]

Comenzó la carrera de historia en la Universidad de La Plata, donde eligió a sus maestros: Alejandro Korn y el dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946). Integró el grupo de Luis Aznar y Arnaldo Orfila Reynal (1897-1998), militantes de la Reforma Universitaria, que lideraba Julio V. González (1899-1955).

Después del golpe militar del 6 de septiembre de 1930, José Luis Romero se acercó al socialismo. Es el año en que ingresaron al Partido Socialista Alejandro Korn, Julio V. González y Carlos Sánchez Viamonte. Romero dictó cursos en la Universidad Popular de La Plata, después UPAK, Universidad Popular Alejandro Korn, de tendencia socialista. Para las elecciones de 1931, apoyó la fórmula presidencial Lisandro de la Torre (1868-1939) – Nicolás Repetto (1871-1965), de la Alianza Civil, coalición integrada por el Partido Demócrata Progresista y el Partido Socialista, la que fue derrotada por el fraude.

En 1933, publicó el folleto “La formación histórica”, editado en Santa Fe por la Universidad Nacional del Litoral. Es el texto de una conferencia dictada en esa Universidad, donde dejó planteado el proyecto total de su obra histórica futura.

Un año después, en 1934, obtuvo el título de profesor de historia en la Universidad de La Plata. Durante los años 1935 y 1936 recorrió Europa junto con su esposa Teresa y fueron testigos del comienzo de la Guerra Civil Española y del avance del nazi-fascismo. En 1937 presentó su tesis de doctorado en la Universidad de La Plata que trató sobre La crisis de la República Romana.

Entre 1937 y 1940 se desempeñó como Secretario de la Dirección de Maternidad e Infancia, creada a partir de la ley sobre Maternidad e Infancia presentada por Alfredo Palacios.

Al obtener el cargo de docente en la Universidad de La Plata (1938) inició su labor de investigador en historia medieval. Publicó “El Estado y las facciones en la Antigüedad”, que editó el Colegio Libre de Estudios Superiores. Así comenzó su larga vinculación con el Colegio Libre y con su secretario, Luis Reissig, en cuya revista, Cursos y Conferencias, se publicaron los resúmenes de sus clases. En ese Colegio Libre, en 1941, juntamente con Claudio Sánchez Albornoz (1893-1984) y Emilio Ravignani, fundó y dirigió la Cátedra de Historia.

Entre 1938 y 1940. escribió en el periódico antinazi Argentina Libre y participó en diversas actividades con intelectuales españoles exiliados en Argentina por la guerra civil española, entre ellos: Francisco Ayala (1906-) y Rafael Alberti (1902-1999), el medievalista Claudio Sánchez Albornoz, los editores Antonio López Llausás (-1971) y Gonzalo Losada.

Después de varios años de vivir alternativamente en Buenos Aires y La Plata, se instaló en Buenos Aires en la calle Guatemala 4494. Viajaba regularmente en tren a La Plata con Pedro Henríquez Ureña para dictar sus clases, lo que dio lugar a largas conversaciones entre maestro y discípulo.

Ese tren, llamado de las 05:00, era famoso: en él viajaban a La Plata, además de Romero y Henríquez Ureña, Alfredo L. Palacios, Carlos Sánchez Viamonte, Julio V. González, José Peco (1895-?) y, alguna vez, Alfonsina Storni (1892-1938). También lo hacía René Favaloro (1923-2000), como lo ha relatado en su libro “Don Pedro”. En ese tren, en uno de sus viajes a La Plata, el 11 de mayo de 1946 muere su maestro Pedro Henríquez Ureña

En 1942 inició la publicación de sus importantes obras con “La Crisis de la República Romana, basada en su tesis doctoral”. Al ser creada la cátedra de Historia de la Historiografía en la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata, obtuvo por concurso el cargo de profesor. En tanto, en la Universidad de Buenos Aires era creado el Instituto de Historia de España, dirigido por Claudio Sánchez Albornoz, y allí José Luis Romero intensificó su formación en historia medieval y publicó varios trabajos en los Cuadernos de Historia de España. En 1943 dio a publicidad su libro Maquiavelo historiador.

En vísperas de las elecciones de 1946 se afilió al partido Socialista. Integró la Comisión de Cultura junto con Arnaldo Orfila Reynal, Julio V. González y Carlos Sánchez Viamonte. Le encomendaron la dirección del periódico El Iniciador, en el que firmaba algunos de sus artículos con el seudónimo José Ruiz Morelo. Se sucedieron sus publicaciones: La Historia y la Vida (Ed. Yerba Buena, Buenos Aires), Sobre La Biografía y la Historia (Ed. Sudamericana, Buenos Aires),  Las ideas políticas en la Argentina (Fondo de Cultura Económica, México, 1946) que dedicó a su maestro Henríquez Ureña.

Por decisión del gobierno fue declarado cesante en sus cargos, al igual que un numeroso grupo de profesores universitarios.

Dirigió, entonces, varias colecciones de la Editorial Argos junto con Jorge Romero Brest y Luis M. Baudizzone. Entre 1947 y 1948, escribió en la revista Realidad, fundada y dirigida por su hermano Francisco Romero. En el Consejo Editorial participaban Eduardo Mallea (1909-1982), Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964), Julio Rey Pastor (1888-1862) y Raúl Prebisch (1901-1986) y colaboran Jorge Luis Borges, Julio Cortázar (1914-1984) y Ernesto Sábato (1911-).

En 1948 dejó su casa de la calle Guatemala y se mudó a su casa de Adrogué, en Cerreti 928, donde vivirá hasta su muerte. Allí creó su jardín y trabajó en su taller de carpintería, sus hobbys. El mismo año, publicó El ciclo de la revolución contemporánea (Buenos Aires, Argos, Buenos Aires, 1948), que apasionó a los jóvenes de ese tiempo, y La Edad Media (Fondo de Cultura Económica, México, 1949).

Desde 1949 y hasta 1952 viajó semanalmente a Montevideo, donde se desempeñó como profesor en la Universidad de la República. Allí fue titular de las cátedras de Introducción a los Estudios Históricos y de Filosofía de la Historia. Asimismo, escribió una serie de libretos sobre temas históricos, que se emitieron por Radio SODRE, con música de época seleccionada por el compositor Juan José Castro, también exiliado en Montevideo

Miembro de la Academia Nacional de Ciencias (1950), participó en el Encuentro de Intelectuales Latinoamericanos en La Habana (1951), obtuvo la beca Guggenheim (1952) y pasó ese año en la Universidad de Harvard, investigando los orígenes del espíritu burgués. La investigación, concluida en 1966, se publicó en 1967 bajo el título La revolución burguesa en el mundo feudal. También publicó De Heródoto a Polibio. El pensamiento histórico de la cultura griega (Espasa-Calpe, Buenos Aires).

Entre 1952 y 1953, integró el comité de redacción de la revista Buenos Aires Literaria, que dirige Andrés Ramón Vázquez, en la que colaboró. Publicó La cultura occidental (Ed. Columba, Buenos Aires, 1953).

Desde 1956, militó activamente en el Partido Socialista y fue elegido presidente del Congreso del Partido de ese año. El Partido estaba profundamente dividido. La división venía de lejos, casi desde la muerte de Juan B. Justo, lo que no había impedido que el Partido llegara a tener un bloque de 44 diputados nacionales. Romero ocupó un lugar fundamental, alineado especialmente junto a Carlos Sánchez Viamonte y Julio V. González. González había iniciado la obra de reubicación del Partido, en célebre polémica con Américo Ghioldi, pero moriría en noviembre de 1955. Quedaban Carlos Sánchez Viamonte y José Luis Romero, que era 17 años más joven. Y, por supuesto, Alfredo L. Palacios.

Los jóvenes socialistas lo seguíamos a todas partes donde él hablara: charlas, conferencias y actos políticos, que no eran otra cosa que la continuidad de aquellas charlas y conferencias. Eran clases de socialismo y, sobre todo, de historia, con las que analizaba el presente y señalaba el porvenir. Para escucharlo llenábamos los locales partidarios hasta las veredas y las calzadas. Recuerdo uno de ellos, por la concurrencia fervorosa, en el local de la 2ª, en Monteagudo 50, frente al Parque de los Patricios y en la que a medida que hablaba el fervor se iba convirtiendo en atento y respetuoso silencio.

Vicepresidente de la SADE, tras el fallecimiento de su presidente, Vicente Barbieri, lo sucede en el cargo. Publica Introducción al mundo actual (Ed. Galatea-Nueva Visión,, Buenos Aires) y Argentina, Imágenes y Perspectivas (Ed. Raigal, Buenos Aires).

Elegido miembro del Comité Ejecutivo del Partido Socialista junto con Alfredo Palacios, Alicia Moreau de Justo y Carlos Sánchez Viamonte, el conflicto interno se agudiza, lo que lo lleva a polemizar fuertemente con el sector “ghioldista”. En septiembre de 1957 es el orador principal en un acto en Plaza Congreso en defensa de la universidad estatal y laica que reúne 1.000.000 de personas.

Profesor por concurso de la cátedra de Historia Social en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, se hizo cargo de la cátedra de Historia Medieval. Asimismo, creó el Centro de Estudios de Historia Social en el que se formaron importantes historiadores argentinos. El Centro publicó una serie de estudios monográficos y fuentes, así como la revista Estudios de Historia Social, de la que aparecieron dos números.

Tomó parte activa en la división del Partido Socialista, en 1958. Con Alfredo Palacios, Carlos Sánchez Viamonte, Ramón Muñiz, Alicia Moreau de Justo, entre otros, constituyó el Partido Socialista Argentino.

Integró el directorio de la recién creada EUDEBA, la editorial de la Universidad de Buenos Aires, que dirigio Boris Spivakow y fue inspirada por Arnaldo Orfila Reynal. Dirigió junto con Gino Germani, Jorge Graciarena y Torcuato Di Tella la investigación sobre Impacto de la Inmigración Masiva en la Argentina (1959). También dirigió la Revista de la Universidad de Buenos Aires, hasta 1965.

Viajó a Cuba, en 1960, invitado por el gobierno revolucionario, donde se entrevista con Fidel Castro y con el “Che” Guevara. En 1961 en la Facultad de Filosofía y Letras expresó su apoyo a Cuba con motivo de la invasión a Bahía de los Cochinos. Publica Ensayos sobre la burguesía medieval (Universidad Nacional de Buenos Aires).

Cuando en 1961, se produce una nueva división del Partido Socialista Argentino, Romero adhirió al partido Socialista Argentino de Vanguardia, pero casi inmediatamente se alejó de la militancia partidaria, disconforme con el “entrismo” y la “lucha armada”,  que fueron las propuestas en que ese grupo se redividió, apenas conformado.

En 1962 fue elegido Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y dirigió la recién creada Sección de Historia de la Cultura en la Universidad de la República, en Montevideo. En 1965 renunció al Decanato de la Facultad de Filosofía y Letras y se jubiló como profesor. Fue nombrado Profesor Honorario.

Continúa su formidable producción intelectual con Breve Historia de la Argentina (Eudeba, Buenos Aires), El Desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del Siglo XX (Fondo de Cultura Económica, México), Latinoamérica: situaciones e ideologías (Ediciones del Candil, Buenos Aires, 1967) y La revolución burguesa en el mundo feudal (Buenos Aires, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1967), El pensamiento político en la derecha latinoamericana (Ed. Paidós, Buenos Aires, 1970). Preside el directorio de la Editorial Siglo XXI de Argentina (1972). Lo acompañan Leopoldo Portnoy y Gregorio Weinberg. Dirige la Gran Historia Latinoamericana (Ed. Abril, Buenos Aires, 1972-1973) junto a Luis Alberto Romero como director adjunto. Latinoamérica, las ciudades y las ideas (Ed. Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1976). Félix Luna publica Conversaciones con José Luis Romero (Ed. Timerman, Buenos Aires, 1976). Póstumamente se publica Crisis y orden en el mundo feudo burgués (Ed. Siglo Veintiuno, México, 1980).

A lo largo de su vida, Romero recibió múltiples honores y distinciones: Doctor Honoris Causa de la Universidad de la República (Uruguay) (1963). Doctor Honoris Causa de la Universidad de San Marcos de Lima, Miembro de la Académie Internationale d’Histoire des Sciencies, Miembro de la Medieval Academy of America , Condecoración “Palmas Académicas” otorgada por la República Francesa. En el año 2000 se impuso su nombre a una plazoleta de Buenos Aires, ubicada en las calles Curapaligüe y Belisario Fernández Moreno, próxima a la sede actual de la Facultad de Filosofía y Letra.

Lo recuerdo alto, fornido, atlético, con una elegancia natural, la cabeza alzada, con sus ojos vivaces e inquisidores tras sus gafas de grueso marco, siempre sonriente y, sobre todo, su decir especial, cuidado, de voz puesta, en la que con su acento denunciaba su pertenencia a un hogar español.

En abril de 1976, le llevé el borrador que, con mi firma y como Secretario General, emitió el Partido Socialista Popular después del golpe militar, para conocer su opinión. Conservo el original con sus anotaciones. La última vez que lo visité en su casa fue el 18 de julio de 1976. Lo recuerdo bien porque por él, al llegar, me enteré que la dictadura había matado a Mario Roberto Santucho. Pocas horas antes de partir él para Tokio, conversamos telefónicamente y dejamos pendiente una charla para su regreso.

Diría, para terminar, lo que él dijo de Alfredo L. Palacios: José Luis Romero fue esencialmente un hombre moral, al que le repugnaba anteponer a los ideales los intereses materiales y al que todo acto de corrupción le parecía una traición. Durante tanto tiempo nadie hizo tanto por las ideas por las cuales luchaba. A lo que le agregaría, que en Romero se ve con claridad una unidad profunda entre sus dichos y sus hechos.