La historia de las ideas en Argentina

J.A. G.

Tengo ante mi un ejemplar de “La Concepción Griega de la Naturaleza Humana” de José Luis Romero. Aquí, trabajos como éste, no sólo son raros, sino inhallables. Hasta ahora —fuera de pocas, poquísimas excepciones- no hubo entre nosotros historia seria, objetiva, metódica. El historiador era un aficionado que no iba —en la mayoría de los casos— en busca de la verdad histórica: su meta era, tan sólo, la demostración de una tesis. Generalmente se hacía Historia Argentina para defender el nombre de algún antepasado y el honor de la familia. De la Historia Universal ni siquiera hablamos ya que prácticamente no existía.

Otras veces, el historiador era un especialista que, fuera de la materia de su especialidad, no entendía absolutamente de nada. Pero lo que hacía éste, no era historia. Los jóvenes mirábamos a ambos —especialista y aficionado— con una sonrisa de amargura en los labios. Ninguno de ellos nos hacía sentir la historia como, algo vivo, sino que, por lo contrario, nos 1a hacían pesada y acre. En última instancia, el peligro era uno solo: el del especialista obcecado. El otro se anulaba de hecho y sus escritos sólo trascendían por el valor literario.

El peligro en el especialista estribaba: (a) en una defectuosa —generalmente nula— visión histórica, puesta de relieve al teorizar sobre la historia y (b) en una miopía absoluta en lo referente a la utilización de textos que fuesen de materia puramente histórica. “La verdadera historia” —“intuición de la vida en la realidad”, como me gusta definirla— no se conocía hasta hace muy pocos años. Recién ahora están comenzando a afirmarse sobre bases sólidas los estudios históricos en el país. Los nuevos historiadores, superando el Realismo Ingenuo —atributo íntegro de la falta de visión histórica—. se lanzan de lleno a la conquista del pasado, con las armas que les proporcionan las nuevas corrientes del pensamiento. Entre éstos se halla José Luis Romero

Romero se ha lanzado a la Historia con una tremenda capacidad de trabajo y una sólida cultura. Su medio, un riguroso método histórico. Su pasión, los estadios antiguos y medievales. Entre sus publicaciones, cuenta, entre otras “La Formación Histórica”, “Sobre el Espíritu de Facción”, “El Estado y las Facciones en la Antigüedad”, “La Revolución Francesa y el Pensamiento Historiográfico” y la que ahora nos ocupa.

Alguien ha dicha que la actitud histórica surge a causa de sentir a la época como una de las dimensiones de la existencia. Y sí de alguna manera quiero entender la actitud histórica de Romero lo es, como historiador de las ideas. Quizá el centro de gravitación de sus preocupaciones sea ese punto. Siente a la época como algo vivo, como algo amalgamado a la vida humana. Fruto de ello es “La Formación Histórica”. Después de reaccionar contra el Realismo Ingenuo —“la más tosca postura ante la realidad circundante” y que da una conciencia histórica ficticia— afirma la urgencia de una segura visión histórica: “yo no creo que pueda serse responsable sin haberse ubicado seriamente en la hora del mundo, con una firme conciencia histórica que dé solidez al camino ya hecho y marque con gesto imperativo el camino por hacer”. Esto implica una definición esencialísima que todo hombre, en conciencia de su destino, se habrá ya formulado: la vida como militación, el repudio de la torre de marfil. “Hoy no hay destinos líricos ni más retirada posible que el aniquilamiento”. De aquí la actitud de responsabilidad y sacrificio que cuadra en la hora presente. Actitud cuya conciencia sólo puede dárnosla una severa formación histórica. Actitud que nos lleva a comprender al que, según Worringer, es el verdadero realismo en historia. “Yo no creo que sea posible comprender lo histórico como evoluciones finiquitadas, y que parece más auténtico el historicismo de quien advierte el pasado vivo y latente permanentemente en el mundo”. He aquí que el historicismo nos ofrece la solución ideal al problema de nuestro tiempo: comprendemos el presente al colocarnos en el alma de cada una de las culturas y volcar su experiencia en nosotros. (Fué Valéry el que afirmó que ser europeo es ser griego, romano y cristiano).

Pero nuestro tiempo es tiempo de crisis. El sistema de valores que gestó la burguesía se halla en bancarrota. “El espíritu se ha indignado ante el sistema burgués de vida y ha proyectado un nuevo ideal: la justicia social” Esta es sólo uno de los primeros escalones de un vasto proceso. Lo que determina la muerte del capitalismo es el ocio. “Justicia social y creación, aunque distintos en jerarquía, son las dos solicitaciones contemporáneas del espíritu”. Afirmar la supremacía de una sobre otra indica que no se ha entendido plenamente el dilema de nuestra época. Indica que la marcha viva del pasado no ha incidido sobre nosotros y que nos afirmamos en un realismo ingenuo, seriamente ingenuo. Mas el problema no es tan simple para ser planteado en términos generales. El ritmo histórico es algo sumamente complejo y su tónica lo son las generaciones: la historia se realiza cuando una generación ha encontrado su destino y averiguado “su legítima y espontánea actitud ante el mundo y la vida”. Y para encontrar el destino de una generación juega un papel primordial la formación histórica…

En trabajos posteriores hace la caracterología de las facciones (“Sobre el Espíritu de Facción”,  Sur, No 33) como “un grupo político-social que encarna intereses económicos y sociales muy definidos y concretos, que antepone el interés de la facción —generalmente como grupo internacional— a los intereses de cada Estado, y que aporta un cierto tipo de política realista destinada a facilitar el logro de sus fines” y luego (El Estado y las Facciones en la Antigüedad) la aplicación concreta de esas ideas a momentos político-sociales definidos de la antigüedad; la relación entre las formas teóricas del Estado y los procesos históricos reales.

Aparece, luego, “La Revolución Francesa y el pensamiento historiográfico”, trabajo que se complementa, con otro, de próxima aparición, sobre la Historiografía en el siglo XIX. Por último llegamos al que motivó esta nota. Trabajo éste que revela un método histórico riguroso y una severa utilización de los materiales. Se analiza aquí la idea del hombre en todas sus dimensiones, tal como aparece expresada a través de la literatura y la filosofía griega y cuya esencia podemos expresarla así: el hombre, ser imperfecto, compuesto de alma y cuerpo, cuyos impulsos elementales —el Pathos— se hallan subordinados a la existencia de un orden moral, dignifica y enaltece la vida, desentendiéndose, con ello, de la muerte. “Presente en la Filosofía, el tema de la muerte no alcanza, sin embargo, alta jerarquía entre las preocupaciones del hombre griego, y cuando surge al paso en la épica o en la dramática, aparece como una mera extinción de lo biológico”. Pero lo que simboliza la sabiduría que, del hombre, poseían los griegos es el conocimiento profundo del curso de la vida humana. Discriminaron perfectamente la significación de cada edad y ello los lleva a concebir al hombre como individuo. El carácter y el destino del hombre “definen su intransferible ser individual”.

Por lo demás, este trabajo, aparte de su específico valor histórico, tiene importancia para esa ciencia que hoy se llama Antropología Filosófica. Esa concepción del hombre subyacente en el fondo de toda cultura nos indica una tónica general, común a todos los ciclos culturales, y cuya posesión nos dará elementos esenciales para una fundamentación positiva, y una a la vez, mayor comprensión de la Teoría del Hombre.