La lección de un maestro de veras

José Isaacson

En un breve e ilustrativo prólogo, Luis Alberto Romero nos advierte que el texto de Estudio de la mentalidad burguesa “es la versión, apenas corregida, de un curso dictado hacia 1970 para un grupo de amigos…” En consecuencia, “lo que se leerá no es escritura sino palabra viva. Con mínimas e imprescindibles correcciones se encuentra en el texto lo que es propio de una clase”. Asimismo, resulta perceptible la excepcional capacidad de José Luis Romero para exponer las grandes líneas de desarrollo que “arrancando del más remoto pasado se enlazan con el presente, vasto y confuso, iluminándolo y tornándolo claro y comprensible”.

Un maestro se distingue de un mero expositor en tanto el primero requiere discípulos capaces de enriquecer la lección original, estableciendo un vinculo del que surge la sucesión de las tríadas dialécticas. Así se ahonda el camino al conocimiento, siempre indefinido pero siempre ilimitado. Al profesor le bastan juiciosos alumnos que repiten mecánicamente la lección, sin agregar nada a una exposición enfriada por mansas fosilizaciones.

José Luis Romero exige la constante participación de sus lectores y les propone el examen de sus proposiciones en el marco de una metodología tan rigurosa y erudita como flexible en su capacidad interpretativa de los fenómenos individuales y sociales.

Romero caracteriza las grandes etapas del proceso de constitución del modo de pensar que designa como ‘‘teoría de la mentalidad burguesa”.

Nos encontramos frente a un cuadro que arranca de “la ‘revolución burguesa’  del siglo XI hasta su apogeo y crisis luego de la Primera Guerra Mundial. En la teoría dieciochesca del progreso, señala la “manifestación culminante del carácter proyectivo e ideológico de la mentalidad burguesa” (p. 27). En él proceso histórico del que surge la mentalidad cristiano feudal contra la que, según Romero, se constituye la mentalidad burguesa, se distinguen tres napas: la mentalidad baronia1, la cortés y la caballeresca.

En tanto el héroe germánico combate con la única finalidad de adquirir riquezas por la fuerza, en el siglo XII, el pensamiento judeocristiano, al difundir el amor al prójimo, debilita la teoría del héroe.

El dios en el que afirman creer los burgueses, sostiene Romero, no interviene en la contingencia de cada día. Así comienza a ser minado el contigentismo propio de la mentalidad cristiano feudal. La actualidad de esta tesis es sorprendente, pues si la divinidad crea, y lo creado sigue su ley, correlativamente se convalida la tesis del libre albedrío y la posibilidad de que el hombre opere sobre lo creado sin competir con la divinidad. Como resultado, el protagonista de la civilización burguesa no será otro que el homo faber, lo que permite inferir que secularizar no es sinónimo de desacralizar. Temerle a una cultura secular es, tout court, temerle a la cultura, cuestión que constantemente reaparece en toda propuesta de una sociedad autoritaria.

Resultan de notable interés las reflexiones de Romero sobre la Revolución Industrial y su vínculo con el romanticismo europeo del siglo XIX; quede para mejor ocasión discutir sus aristas polémicas.

Si la concepción burguesa estuvo desde el principio unida a una visión individualista, es esa aventura la que le permite racionalizar los datos de la experiencia. Lo que de ningún modo supone “borrar” su origen contingente para afirmar un supuesto valor absoluto, que en el plano secular carece de sentido. Racionalizar supone establecer la interacción entre lo que es y las presiones transformadoras del ser, sólo inteligibles cuando funcionan como mecanismos de la razón crítica.

La primera posguerra, en plena crisis de la mentalidad burguesa, se caracterizó por la presencia de las masas antes no observadas. Las masas insurrectas, como las llamó Ortega, se oponían al escepticismo de las élites. Si en su apogeo éstas construían arcos de triunfo napoleónicos, ahora, en cambio, elaboran la literatura del soldado desconocido. (Erich María Remarque, Henri Barbusse.)

Puntos fundamentales de esa mentalidad, señala Romero, son la concepción del hombre como homo faber y la concepción de la realidad como realismo. Si a esa crisis le sumamos la aparición de las masas, la solución será recrear las estructuras sociales masivas en comunidades de personas y, correlativamente, transformar el homo faber en el homo personalis.

Esta, que es nuestra conclusión, pensamos que hubiese sido la de Romero, pues no existe otra solución para salir de la crisis de la sociedad burguesa que la personalización del individuo. La asunción, por parte del individuo, de un destino personal es, precisamente, lo que en 1980 llamamos, desde el título de un libro, La revolución de la persona.

Estudio de la mentalidad burguesa, breve y denso ensayo de 167 páginas, requiere una demorada lectura. Como satisfacción adicional se comprobará el alto nivel que, en ocasiones, puede alcanzar el pensamiento argentino.