La historia social y el medievalismo argentino

CARLOS ASTARITA
Universidad Nacional de la Plata
Universidad de Buenos Aires

I) INTRODUCCION

            La historia del medievalismo argentino puede dividirse en etapas; a) Entre 1920 y 1940, surge el estudio “científico” de la Edad Media. Clemente Ricci, emigrado italiano, antiguo discípulo de Cesare Cantú en Milán, introduce el método filológico crítico para el análisis de textos. En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires tiene a su cargo la cátedra de Historia Antigua y Medieval. b) Desde comienzos de la década del cuarenta se afirma, en ese centro, el positivismo con Claudio Sánchez Albornoz. Sus trabajos se continúan con la mayor parte de sus discípulas. c) También desde 1940 comienza un movimiento de sentido opuesto, la historia social, tendencia que fue encabezada y conducida por José Luis Romero. c) Entre 1960 y 1975, la historia social se convierte, bajo la dirección de Reyna Pastor, en historia económica y social. El presente artículo estará consagrado a estas dos últimas manifestaciones del medievalismo argentino. En un apartado final, se considerarán rasgos generales de la historia social reciente.

II) 1940-1975. LA HISTORIA SOCIAL EN LOS ESTUDIOS MEDIEVALES.

Los estudios de Romero producen, efectivamente, una renovación no sólo del medievalismo sino del conjunto de la historiografía argentina. Desde una posición solitaria, enfrentado a un medio hostil, Romero genera una nueva orientación que se abre paso a través de múltiples dificultades. No sólo se opuso al cambio una historia tradicional que se sentía atacada. También factores no académicos obstaculizaron esta trayectoria. Necesariamente, este estudio debe resolverse en planos analíticos combinados que expliquen condiciones específicas[1].

            Las similitudes que la “historia social” de Romero tiene con la que se desarrolló en otras partes, no puede ocultar sus rasgos profundamente originales. Comencemos pues, examinando esa originalidad, que se expresa en sus obras de madurez, dedicadas al surgimiento de la burguesía medieval y al patriciado en los siglos XIV y XV[2]. Reflejan su preocupación central: el origen y desarrollo de la civilización burguesa. En esta preocupación tuvo dos influencias. Por un lado, la percepción que de la crisis capitalista tuviera parte de la intelectualidad posterior a la primera guerra, cuyo pesimismo parece haber dejado una profunda impresión en el espíritu de Romero, quien se impone entonces proveerse de una conciencia histórica acerca de la marcha de la humanidad[3]. Por otra parte, la historiografía de Sombart, Luzzato, Pirenne y Sapori, dedicada a la ciudad medieval[4].

Cautivado por esas tesis, sus estudios se enmarcan en un esquema dual basado en el surgimiento del mercado en el siglo XII en oposición al feudalismo. En coincidencia con este modelo, concibe la monarquía a partir del siglo XII como un árbitro favorable a los intereses de la burguesía.

            Pero su exposición importa menos por ese encuadre (hoy cuestionado) que por la riqueza de su desarrollo. Su caracterización de los reinos romano-germánicos como época de equilibrio inestable, su descripción de las formas de vida, la importancia que atribuye a las facciones sociales y los conflictos, la formación de las relaciones feudales y burguesas con el conjunto de sus valores contrapuestos y la utilización de la riqueza como valor semiótico, son enfoques confirmados por la investigación subsiguiente. Pero debemos detenernos en cómo captaba la vida histórica-cultural. Este es su aporte más significativo, y si bien tuvo influencias de Jaeger, Huizinga, Bataillon o Marc Bloch, su obra fue en realidad autónoma.

            Sus elaboraciones se representan mediante una exposición que, sin excluir las particularidades, brindan una visión global. No se deja atrapar por el esquema o por una visión estática. Describe las fuerzas sociales y culturales que surgen en las crisis, donde lo nuevo convive con elementos tradicionales; y de esa oposición emerge la fuerza social renovadora. En este aspecto, hay puntos de encuentro pero también diferencias con respecto a los parámetros que predominaron desde alrededor de 1950. Por una parte, coincide con Braudel en la preocupación por la totalidad. Pero mientras parte de los estudios se deslizaban hacia una visión estática, Romero no renuncia a percibir el movimiento de las estructuras. Por otro lado, se niega a seguir los pasos de los historiadores de los Annales que anularon el hecho político. Tampoco lo considera como movimiento con autonomía propia. Se propone una operación más sofisticada: encontrar su significación en el proceso social. Cuando cree necesario poner en evidencia la formación de un nuevo cuadro histórico, se dedica a los hechos políticos. Describe cómo la asimilación de un pueblo o el comercio entre dos ciudades fue muchas veces resultado de una batalla o de un tratado. No expone entonces la política como una secuencia lineal, sino que ésta adquiere una importancia diferenciada de acuerdo a su significado en distintas etapas del proceso.

            Su concepción remite a la imbricación de la estructura real y de la estructura ideológica, que denomina orden fáctico y orden potencial, instancias que no adquieren una supremacía definida. En ciertos momentos, establece la determinación de las estructuras; en otros, otorga importancia a los individuos que modifican las condiciones imperantes. Pero en especial, se interesa por la relación que se da entre las circunstancias y las concepciones elaboradas para orientarlas. Al mismo tiempo, determinados ejes son sometidos a un seguimiento particular, como por ejemplo, la evolución de las dos concepciones de autoridad de tradición romana y germánica o la interpenetración entre realidad e irrealidad, esquema que será transformado por el progresivo discernimiento que entre una y otra establece la burguesía. Estas descripciones se basan en crónicas y textos literarios o de doctrina, que exponen la acción de los grupos sociales en el espacio europeo. Esta última característica es notable, ya que exhibe un conocimiento muy amplio de las fuentes medievales.

            En el surgimiento de nuevos cuadros históricos lo impulsa una preocupación: identificar la clase social que va imprimir su sello a una época. En el estudio de las clases, elude toda definición rígida. Más bien, va logrando aproximaciones cautelosas, rodeando el fenómeno con la descripción de sus cualidades, poniendo en vinculación al grupo con las relaciones culturales que lo forman en un proceso cambiante y hasta inacabado. La burguesía surge como un grupo inmaduro, vacilante, que trata de encontrar su lugar en la sociedad precisando sus formas de vida y de mentalidad. En la ciudad descubre el nacimiento de esa nueva experiencia que se opone a la que se había formado en el espacio rural. Reconstruye sus comportamientos en ámbitos populares como la taberna, el mercado y la plaza, o en las expresiones de la arquitectura, la pintura y la literatura. En estas actitudes descubre la disidencia de la burguesía en una dimensión que supera la acción política.

             Esta descripción nos aproxima a una originalidad que se explica, en parte, por una vida intelectual que no siguió los convencionales caminos de la formación académica. La política tuvo su influencia en esta trayectoria.

Debemos remontarnos a los años 1943-1946. Surgía entonces el régimen peronista, y las universidades eran intervenidas por el gobierno originándose la primera gran expulsión de profesores. Romero, que se había doctorado con una tesis sobre la Antigüedad romana en 1938, fue también expulsado de la Universidad de La Plata[5]. Estos sucesos se daban en un contexto de proliferación de ideólogos con concepciones tomistas, que utilizaban la Edad Media como un ideario político. Si bien esta tendencia estuvo presente en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires[6] (que era el centro de los estudios europeos) no alcanzó a predominar, y los profesores que reemplazaron a los exonerados no abandonaron el positivismo que se había impuesto en el período anterior. Condenado al estudio solitario, Romero sólo mantuvo contactos informales con otros intelectuales proscriptos, y en esas condiciones su formación se nutrió de lecturas heterodoxas que inspiraban un pensamiento peculiar[7]. Ese aislamiento fue parcialmente mitigado por sus clases en la Universidad de Montevideo entre 1948 y 1952[8], por su participación en una especie de universidad paralela, el Colegio Libre de Estudios Superiores y en la revista de historia cultural Imago Mindi, que dirigió. Durante esos años (desde 1940) se inclinó hacia el medievalismo, especialización que fue favorecida por una estadía en Harvard entre 1951 y 1952[9]. Cuando en 1956, con la caída del peronismo, Romero se incorpora a la Universidad de Buenos Aires, era ya un medievalista de sólida formación.

Organiza en 1959 la cátedra de Historia Social General, consagrada al origen y desarrollo de la burguesía hasta la época contemporánea, y toma a su cargo la de Medieval. Con la “historia social” como bandera que lo diferenciaba del positivismo, inicia una profunda renovación. Los profesores tradicionales, que conservaban sus cargos, reaccionaron con hostilidad ante estos planteos, reproduciéndose un conflicto iniciado antes en Francia y otros lugares. Desde el momento en que los historiadores más lúcidos comenzaron a reunirse alrededor de Romero, la controversia se transformó en una lucha de escuelas.

Romero fue un director singular. No creó, como un dios, discípulos a su imagen y semejanza. Simplemente, alentó una atmósfera de lecturas y discusiones para que cada uno pudiera formarse su propia concepción. Prueba la vigencia de este criterio la variedad de temas que investigaron quienes lo acompañaban. En esa atmósfera de renovación y de “combates” contra la historia tradicional, se explica la obra de Reyna Pastor. Sus investigaciones, centradas en Castilla y León, marcan la transformación de la historia social de Romero, de tipo cultural, en historia económica y social.

Dos influencias se observan en las concepciones de Reyna Pastor. Por una parte la escuela de los Annales, que inspiró sus estudios sobre estructuras familiares, mentalidades y sistemas productivos regionales, algunos realizados con un equipo de investigadores[10]. Por otro lado, el marxismo. Se establecía así una confluencia no contradictoria entre estas dos orientaciones[11].

En su primer estudio realizado con una declarada perspectiva marxista, se manifiesta el ascendiente de Maurice Dobb, un economista-historiador que rescató del olvido las interpretaciones de Marx sobre el capital mercantil[12]. Aplicando esas tesis al análisis de los movimientos sociales del siglo XII en ciudades del norte español, abandona las nociones sobre el papel revolucionario de la burguesía medieval. Posteriormente, recibe la influencia del marxismo por caminos diversos, circunstancia que no se explica por simples  préstamos teóricos. El problema es más complejo y se mezcla con una situación política que elevaba al marxismo al rango de fuerza intelectual.

El gobierno militar que surge en 1966 provocando un nuevo éxodo de profesores (se dispersó el grupo de Romero), genera una creciente oposición popular. Muchos historiadores, contagiados por el clima de insubordinación y cuestionamiento, se plantearon problemas vinculados con proyectos de transformación, como el del carácter (feudal o capitalista) de los modos de producción en América Latina o el de los factores endógenos (agrarios) y exógenos (comercio) en la declinación del feudalismo. La historia europea se mezcló con los intereses de los americanistas, y en algún caso estos proporcionaron aportes perdurables para el debate teórico. Así por ejemplo, Ernesto Laclau (un antiguo integrante del grupo de Romero dedicado a la historia argentina), en un artículo publicado en Inglaterra, que tuvo un considerable impacto, defendía las interpretaciones de Dobb contra el modelo de mercado, reproduciendo los debates que apasionaban en Argentina[13]. Creció también el interés por conocer la estructura de España en el siglo XV, interés derivado de una percepción “material” del modo de producción. Para expresarlo de otra manera, el feudalismo o el capitalismo comercial fueron concebidos como formas económicas traídas por los conquistadores, y los historiadores oscilaron en sus ensayos entre la historia europea y la historia americana[14]. En esa atmósfera, Reyna Pastor unió las preocupaciones políticas con su pericia en la historia medieval para plantear los factores que bloquearon el capitalismo español. Compara los caballeros villanos de Castilla con los yeomen, en los que Dobb había visto el protagonista de la transformación inglesa, y establece que si bien ambos grupos tenían rasgos comunes, los caballeros hispánicos no cumplieron un papel transformador[15].

Esa ductilidad de los americanistas para incursionar en temas ajenos a su especialidad, no se debió, por otra parte, a una mera determinación política. Fue un rasgo de una intelectualidad que no concebía una barrera infranqueable entre las distintas regiones de la cultura occidental. El mejor experto de historia argentina, Tulio Halperín Donghi, vinculado además a Romero, había consagrado su doctorado, en 1954, a los moriscos valencianos del siglo XVI, y con ello estudiaba la situación general de la región[16]. El mismo Romero, finalmente, en más de una ocasión aplicó al espacio americano sus esquemas sobre el desarrollo de la burguesía en la Edad Media[17].

Muchos historiadores se alimentaron en esos años de las versiones del marxismo renovador. Gramsci tuvo cierta repercusión[18]. Los libros de Eric Hobsbawm o Pierre Vilar proporcionaron nuevos horizontes en oposición a la ortodoxia de la URSS. Pero en especial, ésa fue la hora de Althusser. Bajo su influencia, o más bien la de sus intérpretes[19], la formación social fue concebida como una articulación de diversos modos de producción con relaciones de dominancia y subordinación. Esta concepción subyace en el mencionado estudio sobre los caballeros villanos que, como expresión de un régimen de producción simple de mercancías, se subordinaban al sistema feudal.

Fue una manifestación de estas influencias superpuestas el estudio que Reyna Pastor dedicó a la Reconquista española[20]. El estructuralismo intervino en la caracterización de las sociedades. A ello se sumó el ensayo de Marx sobre las formaciones económicas precapitalistas, que impulsaba a abandonar un esquema único de evolución universal[21]. En relación con esto, Samir Amin proporcionó una caracterización de la formación islámica como tributaria y mercantil que permitió diferenciarla de la cristiano-feudal[22]. Por último, la interpretación se alimentaba de nuevas investigaciones españolas sobre el período astur, realizadas por Abilio Barbero y Marcelo Vigil[23]. Estos concibieron la Reconquista como un proceso de expansión de comunidades libres que se diferenciaban socialmente dando origen al feudalismo. La elaboración final no fue, sin embargo, un ensayo teórico. Sus fundamentos empíricos radican en estudios previos sobre la formación del feudalismo al sur del Tajo a partir de la conquista de Toledo en el año 1085[24]. Esa información fáctica, situada en los fundamentos del análisis, y la heterogeneidad de aportes teóricos e historiográficos, diluyeron la disposición estructuralista, alejando la exposición del paradigma. Sobre esa base, Reyna Pastor analizó la Reconquista como un proceso de ruptura de la sociedad islámica y de génesis del feudalismo en tres fases de inspiración braudeliana: 1) el tiempo corto del acontecimiento político militar. 2)  un segundo tiempo de la coyuntura, en el cual la iglesia lograba el traspaso de las propiedades campesinas. 3) un tiempo más dilatado de asimilación de la minoría mozárabe. 

El libro fue publicado en 1975. Un año antes, las universidades habían sido intervenidas por el gobierno de Isabel Martínez de Perón con el objetivo de expulsar a los docentes influenciados por el marxismo o por cualquier forma de pensamiento que las autoridades consideraban peligrosa. Desde 1976, con un nuevo gobierno militar, la emigración de profesores alcanzaba proporciones inéditas. Todas las vertientes de la historia social desaparecían de las universidades[25]. Sólo los medievalistas que no despertaban las sospechas del régimen continuaron sus carreras académicas.

III) DESDE 1983. BALANCE PROVISIONAL.

 La historia de la historiografía nunca es un sereno transcurrir de ideas. Constituye, por el contrario, una secuencia de enfrentamientos, de hegemonías y desplazamientos. El caso que hemos examinado aquí no ha sido una excepción, aunque presenta rasgos peculiares. En los países democráticos, la confrontación se desarrolla, en general, a través de un juego civilizado que consagra o descalifica mediante recursos académicos. En Argentina, por el contrario, desde 1943 a 1983 el estado intervino para asfixiar todo pensamiento que juzgaba inconveniente violando los derechos más elementales de la existencia intelectual. Durante cuarenta años, las “primaveras” no fueron más que cortos intervalos de oxígeno en los que crecían fuerzas renovadoras, que pasaban a ser el objetivo posterior de la más despiadada persecución. El punto máximo de la represión se alcanzó durante la última dictadura militar, entre 1976 y 1983. En términos de Pierre Bourdieu, el campo funcionó como aparato, aunque no logró totalmente su objetivo. Frente a la opresión, los disidentes idearon estrategias para sobrevivir que fueron también estrategias de resistencia. Tres fueron los caminos de preservación de la historia social en esos años. Algunos optaron por la formación solitaria. Otros estudiaron en el exterior. Un tercer grupo siguió los cursos oficiales para rebelarse apenas pudieron expresar sus convicciones. Se establecían así los cimientos para el nuevo cuadro de la historia social en la democracia, cuyos rasgos pueden resumirse en los siguientes puntos.

1) Las fuerzas democráticas se impusieron encarrilar las contradicciones en el juego académico. Pero no es fácil civilizar las costumbres. En 1989, por ejemplo, se estableció en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas una dirección adicta a las viejas prácticas, y ello se tradujo en una coyuntura difícil para los historiadores no tradicionales. Diversos “factores de poder” e instituciones científicas condenaron a los cruzados de la restauración[26]. Incluso, ante un caso de increíble arbitrariedad en el área de medieval, historiadores de Salamanca solicitaron que se detengan las persecuciones contra sus colegas argentinos. Si bien estas protestas contuvieron el autoritarismo, la batalla por una cultura de la tolerancia no está ganada. Los historiadores tradicionales, cuando logran posiciones de poder en instituciones como la mencionada, apelan a los métodos discriminatorios en los que fueron educados[27]

2) Si hasta 1975 la historia social de la Edad Media se concentraba en Buenos Aires y Rosario, desde la democracia esa situación se modificó. Con los concursos docentes no sólo se restableció en esos lugares, sino que también se extendió a nuevos centros universitarios como La Plata, Luján y el Comahue. La revista Anales de Historia Antigua, Medieval y Moderna, de la Universidad de Buenos Aires, refleja la producción de esta tendencia.

4) Prevalece la especialización. Las antiguas incursiones de los americanistas en el medioevo europeo es un recuerdo del pasado. También se abandonaron los ensayos teóricos y los debates.

4) Se adoptó la antropología de la función y del símbolo. Es éste un rasgo nuevo. Los mencionados estudios sobre estructura de familias, de Reyna Pastor y sus discípulos, no se inscribían en una perspectiva antropológica sino demográfica.

5) Los herederos de la historia social se han diferenciado. Algunos[28] continúan la historia económica y social marxista, aunque incorporaron otras influencias, como Weber y la sociología histórica. Replantean temas de la tradición clásica: formación del feudalismo, comunidades campesinas, lucha de clases o transición al capitalismo. Este grupo expresa antes una excepción que la situación general: el marxismo ha dejado de constituir una fuerza intelectual. Otros[29] se inclinan por el posestructuralismo: análisis fraccionado de la totalidad, el discurso como objeto de indagación, o, como dijera Derrida, interpretación de las interpretaciones más que las cosas, búsqueda constante de nuevos temas. Se acercan así a los planteos de Annales de la actualidad. La ruptura de estos historiadores con la anterior historia social es evidente: rechazo del compromiso político, de una concepción de totalidad y de categorías del marxismo, que incluyen en la episteme del siglo XIX.

Reaparece la dualidad del marxismo y de los Annales. Pero si antes esos aportes se fundían en una unidad, ahora han devenido independientes. Las problemáticas de cada grupo, sus lenguajes y conceptos, sus temas y encuadres epistemológicos se han diferenciado tanto, que la historia social es ahora una coexistencia institucional en la diversidad y la autonomía.   


[1]           Ver comparativamente, Freedman, P. “Seigneurie et paysannerie au Moyen Age. Un retrait de l’historiographie americaine”, Histoire et Sociétés Rurales, 14, 2000.

[2]           La revolución burguesa en el mundo feudal, Buenos Aires, 1967 ; Crisis y orden del mundo feudo burgués, México 1980.  Para estas elaboraciones sobre Romero recojo parcialmente el “Estudio Introductorio” que realicé para una nueva edición de Crisis y orden, a publicarse por Siglo XXI.

[3]           Romero, J. L., “La formación histórica”, en La vida histórica, Buenos Aires, 1988

[4]           Romero, J. L., “El espíritu burgués y la crisis bajomedieval”, en, ¿Quién es el burgués? y otros estudios de historia medieval, Buenos Aires, 1984, p. 19.

[5]           Los Graco y la formación de la idea imperial. Fue docente de Historiografía. Ver, Devoto, F. (comp.), La historiografía argentina en el siglo XX, (2 vols.), Buenos Aires, 1993 y  Buchbinder, P., Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1997.

[6]           Por ejemplo, José María Rosa, profesor entre 1952 y 1955, autor de Interpretación religiosa de la historia, Buenos Aires 1986.

[7]           Halperin Donghi, T., “José Luis Romero y su lugar en la historiografía argentina”, Desarrollo Económico, 78, vol. 20, 1980.

[8]           Sobre el papel innovador de Romero en Uruguay, ver, Zubillaga, C. “La significación de José Luis Romero en el desarrollo de la historiografía uruguaya”, en Devoto, op. cit, t., 2.

[9]           Publica en Cuadernos de Historia de España, (CHE) (1944, 1945, 1947) ; Revista Nacional de Cultura (Caracas, 1947) ; Revista de la Universidad de Colombia (1950) ; Cahiers d’Histoire Mondiale (1954), temas que abarcan desde San Isidoro de Sevilla a Dante Alighieri y el análisis de la crisis medieval. Además elabora dos libros, Maquiavelo historiador, Buenos Aires 1943 y  La Edad Media, México 1949. La aparición de varios estudios de Romero en Cuadernos de Historia de España muestra que su director, Sánchez Albornoz, tuvo una notable tolerancia hacia tendencias historiográficas que estaban lejos de sus concepciones.

[10]         Pastor de Togneri, R., “Ganadería y precios : consideraciones sobre la economía de León y Castilla (siglos XI-XIII)”, CHE, XXXV-XXXVI, 1962 ; idem, “Diego Gelmírez: una mentalidad al día. Acerca del rol de ciertas élites de poder”, Mélanges offerts à René Grozet, t.1, Poitiers, 1966; Pastor de Togneri, R. y colab, “Historia de las familias en Castilla y León (siglo X-XIV) y su relación con los grandes dominios eclesiásticos”, CHE, XLIII-XLIV, 1967. Surgieron estudios como el de Pontieri, M., “Una familia de propietarios rurales en la Liébana del siglo X”, CHE, XLIII-XLIV, 1967. Está por hacerse la influencia de los Annales en Argentina. Observemos algunos momentos. La Méditerranée, de Braudel fue traducido en 1953. En la cátedra de Romero se traducen artículos de Braudel, Romano, Bloch, Lombard, Labrouse y Meuvret, entre otros. En 1961 Ruggiero Romano, discípulo de Braudel, dictó seminarios en Buenos Aires. Pastor y otros investigadores viajaron a Francia como becarios. Influyó también la sociología que alcanzó en Argentina un estatuto académico, bajo la dirección del italiano Gino Germani. Los historiadores admiraron entonces una ciencia social con técnicas diferentes de las opciones que proporcionaban los estudios humanísticos.

[11]         Cfr., Hobsbawm, E., “Nota sobre la historia británica y los Annales”, en, Sobre la historia, trad. esp. Barcelona, 1998, en Inglaterra también los historiadores marxistas veían a los Annales como aliados. En Francia esta situación está representada por Pierre Vilar.

[12]         “Las primeras rebeliones burguesas en Castilla y León (siglo XII). Análisis histórico-social de una coyuntura”, Estudios de Historia Social, 1. 1964. Dobb, M., Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, trad. esp. Buenos Aires 1971.

[13]         “Feudalism and Capitalism in Latin American, New Left Review, 67, 1971.

[14]         Puiggrós, R. La España que conquistó el Nuevo Mundo, Buenos Aires, 1965 ; idem, El feudalismo medieval,  Buenos Aires, 1972. Assadourian, C.  et al, Modos de producción en América Latina, Córdoba 1973; Tandeter, E., “Sobre el análisis de la dominación colonial”, Desarrollo Económico, 61, 1976.

[15]         “En los comienzos de una economía deformada: Castilla”, Desarrollo Económico 36, 1970.

[16]         Ver, Halperin Donghi, T., “Un conflicto nacional : moriscos y cristianos viejos en Valencia”, CHE, XXIII-XXIV, 1955 ; idem, “Recouvrements de cicvilisation : les morisques du royaume de Valence au XVI siècle”, Annales, Ec.Soc.Civ., 2, 1956.

[17]         Por ejemplo, Latinoamérica : las ciudades y las ideas, México 1976.

[18]         Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno, fue traducido en Buenos Aires en 1962.

[19]         Por ejemplo, Luporini, C. y Sereni, E., El concepto de formación económico-social, Córdoba 1973. 

[20]         Del Islam al cristianismo. En el borde de dos formaciones económico sociales, Barcelona, 1975

[21]         Se difunde con la publicación en español de sus manuscritos preparatorios de El Capital. Es de importancia la incorporación en esos años del concepto de Modo de Producción Asiático.

[22]         Sobre el desarrollo desigual de las formaciones sociales, trad. esp. Barcelona, 1976.

[23]         Sobre los orígenes sociales de la Reconquista, Barcelona, 1974.

[24]         Pastor de Togneri, R. y colab, “Poblamiento, frontera y estructuras agrarias en Castilla La Nueva (1085-1230)”, CHE, XLVII-XLVIII, 1968 ; Pastor de Togneri, R., “Problèmes d’assimilation d’une minorité. Les Mozarabes de Toléde (de 1085 à la fin du XIII siècle)”, Annales Ec. Soc. Civ., 1970

[25]         Del grupo de Rosario, Arturo Firpo se exilió en España; Marta Bonaudo y Susana Belmartino abandonaron la historia medieval. Del grupo de Historia Social General, Pastor se exilió en España; Alberto Pla se exilió y volvió a la Argentina en 1983; a raíz del golpe de estado de 1966, Laclau se radicó en Inglaterra y Halperín Donghi en Estados Unidos. Romero, que renunció a la universidad en 1965, murió en Tokio en marzo de 1977, durante una reunión de la Universidad de las Naciones Unidas.

[26]         Diarios como Clarín y Página 12, revistas como La Maga, personalidades como el ex presidente Alfonsín, y asociaciones como La Sociedad de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades denunciaron las arbitrariedades.

[27]         Nilda Guglielmi, medievalista tradicional que formó parte de la dirección del organismo en ese período de “persecuciones en democracia”, retorna hoy a las mismas funciones.

[28]         C. Astarita; L. da Graca; R. Vassallo; A. Lacreu; M. Ras; C. Luchía.  En su momento, C. Calderón y M. I. Carzolio, aunque ahora se inclinaron por la época moderna.

[29]         M. Madero, E. Morín, P. De Michelis; E. dell’ Elicine.