La personalidad en la historia

MARCELO POGOLOTTI

No sólo al historiador detectivesco, siempre en pos de pistas, sino al más fino buscador de esencias, cualquier objeto, papel o documento puede resultar útil o proporcionar una clave decisiva. Aun para quienes no piensan que la historia es hija de las grandes personalidades, la biografía constituye a veces una valiosa fuente esclarecedora de enigmas, tanto por los hechos narrados como por los rasgos personales que presente. De ello tenemos la prueba en la frecuencia con que los historiadores han recurrido a Plutarco.

Con su habitual sutil penetración, José Luis Romero al escribir Sobre la Biografía y la Historia, muestra la multitud de matices epocales que es dable cosechar de ese material. Aunque el lector se pregunta por momentos si el autor, en su análisis, no actúa ya desde un punto de vista preconcebido, surge de inmediato la respuesta lícita en sentido de que tal prejuicio es ya de por sí producto del estudio de otras biografías y otros datos. Tal es el caso del concepto ahora imperante del individualismo renacentista, desde luego muy palpable, precisamente, en las biografías de aquella época. De hecho, el mentado historiador de la cultura se ciñe casi por completo a la transición de la Edad Media al Renacimiento en España, conforme la percibe con su pupila penetradora al través de las obras de López de Ayala, Pérez de Guzmán y Hernando del Pulgar. Digamos de paso que ello nos afianza en nuestra opinión de que precisa desacostumbrarse a situar el Renacimiento en el siglo XV, puesto que en España se siente ya su influjo a fines del XIV, procedente de Italia, donde debía estar, por consiguiente, ya bien asentado.

Comienza por destacar José Luis Romero el entronque entre el devenir colectivo y el individual y cómo, ahondando en las entrañas del personaje, se descubren, enhebrados con sus sentimientos y valores, los de su propia época. En efecto, la conducta pone de manifiesto, junto con las particularidades del carácter y la psicológica, una multitud de ingredientes morales, éticos y culturales heredados o adquiridos; y el autor discierne, en los casos que examina, claros síntomas de crisis, en la que pugnan el colectivismo medioeval y el individualismo renacentista. En López de Ayala advierte tempranas trazas de influencia renacentista, adquiridas probablemente al traducir a Tito Livio y Bocaccio, dedicación que de por sí delata tal veleidad. Esta tendencia se acusará en las biografías y retratos de sus sucesores Pérez Guzmán y Hernando del Pulgar. El retrato moral se concretará, además, en el comportamiento y las actitudes. Los arquetipos tienen aún raíces medioevales y no habrán perdido su vigencia social. Mas, por otra parte, la sensación total para vivir una aventurara individual, típicamente renacentista, en que se manifiesta el criterio de que lo que importa más que una comunidad es la existencia de un individuo creador, se irá perfilando.

Se fustiga la decadencia moral que trae la evolución histórica y se loan las virtudes del caballero a la vez que se hace mucho hincapié en su linaje, lo cual va dirigido tácitamente contra los condotieros y la burguesía naciente. La cultura ocupa un plano muy secundario, prefiriéndose todavía los galardones caballerescos. La poesía está relegada a un rango inferior al del pensamiento filosófico, más preocupado por las normas morales.

Guzmán olvida en López de Ayala al poeta, según Romero, para destacar solamente, junto al caballero, el hombre de conocimiento; y Pulgar recuerda apenas en el Marqués de Santillana al poeta moral de los proverbios para atender preferentemente al estudioso y al reflexivo. Los prelados eran considerados. sin embargo, más indicados para los quehaceres culturales. Estas pervivencias medioevales que con tanta perspicacia destaca el ensayista argentino en el siglo XV, al través de la penetración renacentista, perduran más allá del siglo XVII. Así lo comprobamos nosotros al estudiar en La Pintura de dos Siglos los rastros que se palpan en el arte, como por ejemplo, los arquetipos de El Greco, el acervo cultural de los clérigos y la dirección total, por parte de éstos, de la vida artística y literaria. En cambio, no ocurría lo mismo en Francia, mucho más saturada de renacentismo. Pero más adelante, José Luis Romero señala con gran puntería el sentido social de la comunidad en ciertos autores, mientras que, por otra parte, se abandona el sentimiento feudal de fidelidad del vasallo para su señor, sustituyéndolo por el de la nación, ente abstracta de superior categoría, más a tono con el nuevo sesgo de la época, inspirado en el amor patrio romano.