Las ideas políticas en Argentina

Tulio Halperin Donghi

Publicado en 1946, en un instante de suma desorientación en la vida argentina, este libro de Romero sirvió, si no desde luego para dar respuesta definitiva a los interrogantes que entonces se agitaban, sí para delimitarlos más rigurosamente y explicar cómo pudieron plantearse con tan dramática urgencia. Para lograr todo esto precisaba encerrar esta obra las mismas virtudes que los anteriores estudios del autor, ante todo el trazado de nítidos esquemas de desarrollo histórico que casi siempre alcanzan a esquivar el peligro de transformar el pasado en un conjunto de casos particulares a los que vendrían a aplicarse desde fuera y un tanto mecánicamente esos esquemas previos.

Cualidades que están, en efecto, presentes en este estudio. No se trata aquí de rastrear qué hubo de pensamiento original en la Argentina. Tal investigación —asegura con fundamento el autor— habría de dar escaso fruto. Se trata más bien de captar qué ideas e ideales, más o menos nítidamente expresados y sentidos, movían a las fuerzas que actuaron a lo largo de la vida política nacional. Viene a situarse así el desarrollo del tema en un plano que, si no es exactamente el que promete el título, no ha de causar sorpresa alguna al lector argentino. Es propiamente aquél que eligió para su reflexión política la generación del 1837. A ella se debe que el argentino medianamente culto cuente con un ordenado esquema de la vida nacional, que le permite dar claro sentido a los pocos hechos que conoce del pasado anterior a la participación del grupo del 37 en el gobierno. Para lo que ocurrió a partir de entonces no dispone ya de imagen alguna coherente, a pesar de que, ahora sí, tiene de los hechos menudos una visión rica en matices y contrastes pintorescos.

Por eso donde Romero da la medida de su valor es en la tercera parte de su libro. Las dos primeras, «La era colonial» y «La era criolla», no hacen sino seguir las pautas ya trazadas sumariamente hace cien años, que enriquece, sin embargo, con algunos valiosos enfoques originales. Ante todo el interés por la colonia, escindida en una nítida contraposición —que no hubiera disgustado al grupo del 37— entre el período de la casa de Austria y el borbónico. Y también el señalar como merece la peculiar forma española de iluminismo —vuelta sobre todo a las reformas económicas, y subsidiariamente a las políticas, en lo que ellas eran compatibles con su escrupulosa sumisión a las directivas tradicionales en cuanto a lo religioso— que influye de modo decisivo en la ideología de los grupos que prepararon la revolución en el Río de la Plata.

Del todo original es, por el contrario, el estudio de la tan compleja y ambigua «era aluvial», durante la cual las débiles estructuras políticas y culturales de la nación debieron sortear el alud inmigratorio. En estos últimos setenta años se han esbozado movimientos y tendencias que no alcanzaron nombre ni forma determinados; muchas instituciones, bajo su no cambiada apariencia, han ido vaciándose de sentido o adquiriendo a uno que no era el suyo original. Y también este confuso período se ve aquí reflejado en perfiles que tienen la nitidez de lo definitivo. Se muestra aquí cómo la aristocracia republicana que lanzó valientemente al país a la aventura de la segunda colonización se transforma luego en grupo cerrado que sólo busca aprovechar las más inmediatas ventajas que ese proceso puede depararle; cómo frente a él se alzan nuevas tendencias, más confusas e indecisas, en las que reaparecen viejas inclinaciones que se creían abolidas, a la vez que las aspiraciones de los inmigrantes y sus hijos; cómo al fin el grupo liberal- conservador abandona sus posiciones en favor del opuesto, vagamente democrático y popular; cómo éste fracasa, porque no ha determinado ni qué se propone ni cómo ha de conseguirlo, y es desalojado en 1930 y de este fracaso de un apresurado ensayo de democracia popular y de las influencias de fuera —señaladamente la del fascismo, que comienza por entonces su decenio de expansión mundial, y no hará sino traer a plena luz y tornar confesables ciertas tendencias que ya existían larvadamente en ambas corrientes opuestas— surge esta tensa situación que atraviesa el país, en la que hay tanto lugar para la angustia como para la esperanza.

Este disperso haz de hechos se reúne aquí por vez primera en una sólida estructura, sin que por ello haya tenido que sufrir una previa simplificación brutal. Cuenta así la Argentina con un estudio sincero y preciso acerca de un proceso que aún perdura; estudio imparcial si con ello se quiere decir que no encierra ninguna burda falsificación del pasado; pero no porque el autor nos hurte su opinión o su juicio. Por el contrario, aquí, como en los buenos estudios históricos, ese juicio es una cosa sola con la imagen que se nos da del proceso narrado. Esta probidad y esta nitidez en un tema tan vivo y ligado al presente son virtudes que habrán de apreciarse en todas partes. Pero es difícil sospechar fuera de la América hispánica cuánto esa escrupulosa exactitud —no nacida por cierto de exigencias del ambiente cultural, cuyas preferencias van más bien a quien sacrifica todo eso por otros atractivos más fácilmente apreciables— implica en cuanto a disciplina ganada en una larga lucha solitaria. Y sin embargo es ese trasfondo de valor silencioso el que es preciso suponer tras de toda obra hispanoamericana que, como ésta, sin ser trivial ni excesivamente esquemática, encierra entre otras, esas cualidades que, uniendo al elogio una implícita censura, llamamos didácticas.